jueves, 11 de marzo de 2010

qué es lo que fortaleció tanto a Europa

La mayoría de las civilizaciones conocidas no eran europeas, y una parte importante de la historia de Europa consisten en la emulación de tecnologías y habilidades de otros continentes: del mundo islámico, de Asia y también de África. En 1158 el obispo Otto de Friesing repetía algo que se sabía desde hacía mucho tiempo: que “todo el poder y sabiduría humana tiene su origen en Oriente”. Recientes aportaciones han mostrado lo semejantes que eran China y Europa hasta, digamos, 1700. Está claro que la visión europea y occidental del resto del mundo ha estado condicionada durante mucho tiempo por los prejuicios eurocéntricos contra otros pueblos y sus culturas. Recientemente se ha argumentado que Eurasia contaba desde un principio con claras ventajas en términos de clima, microorganismos y animales domesticables, y también se ha subrayado el papel de la vaca como máquina prototípica abastecedora de leche, carne y estiércol con el que abonar la tierra.

Sin embargo, también cabe contemplar Europa, desde otro punto de vista, como un continente “atrasado” que no consolidó sus fronteras hasta después del asedio de Viena por los turcos en 1683. Durante los mil años transcurridos entre la época de Mahoma y el asedio de Viena, Europa tuvo que dedicar considerables energías a defender sus fronteras orientales y meridionales frente a los mongoles y el Islam, en parte como consecuencia de las propias agresiones europeas. Los mongoles habían llegado hasta Dalmacia, a orillas del Adriático, y Silesia, en el extremo suroccidental de la actual Polonia, cuando la muerte del Gran Jan Ogodei en 1241 les hizo interrumpir la campaña militar y regresar a Mongolia para la elección de su sucesor. Constantinopla, capital del Imperio Romano de Oriente, cayó en manos de los turcos otomanos en 1453, lo que puso fin al milenario imperio bizantino, quizá el de continuidad más prolongada de la historia de la humanidad. El mundo islámico obtuvo así el control sobre los Balcanes y el Este del Mediterráneo, mientras que Venecia, defensora del flanco suroriental de Europa, fue perdiendo poco a poco sus posesiones en esa zona; hasta 1571, cuando las principales potencias eurpeas se unieron coyunturalmente para hacer frente a los turcos en la batalla de Lepanto, no se interrumpió definitivamente el deterioro del equilibrio de fuerzas en perjuicio de los europeos.

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¿Por qué se fortaleció tanto Europa a partir de entonces? Considerando las enormes diferencias actuales en la distribución de la renta mundial, cabe preguntarse también cómo y por qué se distribuyó tan parejamente el desarrollo en Europa, alcanzando una homogeneidad relativa tan ostensible en el siglo XVIII desde el norte de Suecia hasta el Mediterráneo. ¿Por qué resulta al parecer imposible repetir la misma experiencia en África? Está claro que fueron muchos los factores que contribuyeron al avance europeo: la situación geográfica de sus fuentes de energía (carbón); más tarde la disponibilidad de alimentos, madera y mercados de las colonias; pero también su brutalidad, celo religioso, capacidad organizativa, creatividad institucional (por ejemplo, la contabilidad de doble entrada) y curiosidad intelectual.

A mi juicio lo más importante fueron varios mecanismos que surgieron de la gran diversidad y fragmentación de Europa (geográfica, climática, étnica y política). Esta diversidad y fragmentación -que solía estar ausente en los grandes imperios asiáticos- creó un gran depósito de nociones y planteamientos alternativos en el “mercado” de las ideas, y fue el punto de partida de la rivalidad que generó la continua emulación entre los diferentes Estados y países. La historia de Europa muestra ante todo cómo la política económica pudo superar las formidables barreras a la riqueza derivadas de la geografía, el clima y también la cultura. Los viajeros que llegaban a lugares distantes como Noruega hace doscientos años, por ejemplo, no creían que el país fuera capaz de desarrollarse más.

La estrategia básica que hizo a Europa tan uniformemente rica fue lo que los economistas de la Ilustración llamaban emulación, y la gran “caja de herramientas” que se desarrolló con ese fin. El Diccionario de la Real Academia Española define “emulación” como el “deseo intenso de imitar e incluso superar las acciones ajenas”. La emulación es esencialmente un esfuerzo positivo y activo, a diferencia de la envidia o de los celos. En la economía contemporánea la emulación encuentra un equivalente aproximado en los términos alcanzar y superar que el conomista estadounidense Moses Abramovitz (1912-2000) emplea en el mismo sentido de acicate y competición dinámica.

La economía moderna recomienda una estrategia basada en las “ventajas comparativas” que constituyen la espina dorsal de la teoría del comercio internacional de David Ricardo: cada nación debe especializarse en aquella actividad económica en la que es relativamente más eficiente. Tras la conmoción provocada por el lanzamiento de los primeros Sputnik en 1957, que puso en evidencia la ventaja con que contaba en aquel momento con respecto a Estados Unidos en la carrera espacial, la Unión Soviética, según la teoría ricardiana del comercio internacional, podría haber argumentado científicamente que la ventaja comparativa de Estados Unidos se hallaba en la agricultura, no en la tecnología espacial. Estados Unidos debería haberse dedicado por tanto a producir alimentos mientras la Unión Soviética se dedicaba a la tecnología espacial. Pero en este caso el presidente Eisenhower optó por la emulación en lugar de la ventaja comparativa. La creación de la NASA en 1958 fue una medida política en el mejor espíritu de la Ilustración -con el fin de emular a la Unión Soviética- pero totalmente contraria al espíritu ricardiano. De hecho, la economía ricardiana ha generado elementos de lógica autorreferencial que evocan las peores caricaturas del escolasticismo. Dado que la dinámica que crea la necesidad de emulación ha quedado eliminada de la teoría, el marco ricardiano da lugar a conclusiones políticas contrarias a la intuición. Los elementos dinámicos del progreso y el cambio tecnológico derivados de la lógica intuitiva de la emulación, contrapuestos a una especialización estática, están simplemente ausentes.

Los lectores del Tercer Mundo también podrán observar que los economistas europeos que aparecen como “héroes” de este libro fueron en su mayoría, sorprendentemente poco etnocéntricos. Giovanni Botero (c. 1544-1617), quien exploró con éxito las razones por las que sólo las ciudades eran ricas, elaboró un famoso libro sobre geografía mundial, las Relazioni Universali, en el que describe entusiásticamente la diversidad cultural a escala mundial. Los saami (lapones), aborígenes del norte de Escandinavia, son alabados por su habilidad en construir botes sin utilizar clavos y por disponer del que en aquel momento era probablemente el medio de transporte más rápido del mundo: el trineo sobre esquís tirado por renos. Dos de los economistas alemanes más importantes del siglo XVIII -que también fueron importantes filósofos-, Christian Wolff (1679-1754) y Johann Heinrich Gottlob von Justi (1717-71), escribieron libros alabando la civilización china, y también la inca en el caso de Von Justi; uno y otro argumentaron que Europa debía emular las instituciones no europeas. En 1723 Wolff recibió la orden de abandonar en el plazo de cuarenta y ocho horas la Universidad de Halle -en aquel momento dominada por los pietistas, un movimiento protestante- so pena de ser ahorcado por su afirmación de que la filosofía y la ética chinas eran admirables y mostraban que fuera de la cristiandad también se podían encontrar verdades morales. Salvado por la rivalidad entre los pequeños Estados alemanes, se trasladó a un Estado vecino cuyo gobernante deseaba reclutarlo para su Universidad, la de Marburgo. En realidad se puede argumentar que el etnocentrismo europeo, importante ingrediente del colonialismo y el imperialismo, no cobró fuerza hasta la década de 1770, cuando las “naciones étnicas” se convirtieron en un obstáculo para la construcción de los Estado-nación e imperios emergentes (dicho sea de paso, no he intentado filtrar el análisis de los economistas del pasado para adecuarlos a la corrección política contemporánea. Cuando Marx y otros hablan de “barbarie” y “civilización” de forma muy parecida a la que emplean otros hoy día para hablar de “pobreza” y “desarrollo”, he dejado intactas las palabras originales).

Este libro sugiere que el capitalismo, tal como se desarrolló en Europa, basado en la diversidad, fragmentación, emulación y rivalidad mencionadas atrás, puede entenderse como un sistema con consecuencias no pretendidas, observadas después sistemáticamente y convertidas en instituciones e instrumentos políticos. Esta forma de entender el capitalismo como un fenómeno hasta cierto punto “accidental” retoma la tradición analítica del economista alemán Werner Sombart (1863-1941), más tarde proseguida pr Schumpeter. Adam Smith señaló (en 1776) que obtenemos nuestro pan cotidiano, no de la amabilidad del panadero, sino de su deseo de hacer dinero; si podemos alimentarnos es como consecuencia no pretendida de su codicia. De hecho, durante el siglo XVIII se debatió intensamente hasta qué punto se puede confíar en que los vicios privados reporten beneficios públicos. En Europa se mantuvo durante siglos una gran diversidad de planteamientos con respecto a la tecnología y las instituciones; la combinación de diversidad y emulación dio lugar a multitud de escuelas teóricas y soluciones tecnológicas, continuamente comparadas, moldeadas y desarrolladas en los mercados. La competencia entre ciudades-Estado -más tarde entre naciones-Estado- financió el flujo de inventos que también surgieron como subproductos no pretendidos de la emulación entre naciones y gobernantes en la guerra y el lujo. Una vez que se observó que dedicar parte de los recursos a la resolución de problemas en periodo de guerra producía inventos e innovaciones, ese mismo mecanismo se pudo aplicar en tiempos de paz.


Los europeos observaron bien pronto que la riqueza generalizada sólo se daba en áreas que carecían prácticamente de agricultura o en las que ésta sólo desempeñaba un papel marginal, llegando a entenderse como un subproducto no pretendido de la aglomeración de diversas ramas industriales en las grandes ciudades. Una vez que se entendieron esos mecanismos, una sabia política económica podía difundir la riqueza fuera de esas pocas áreas “naturalmente ricas”. La política de emulación también podía, de hecho, extender la riqueza a áreas agrícolas antes pobres y feudales, pero eso requería intervenciones masivas en el mercado y una sabia política económica podían sustituir ls ventajas naturales y geográficas que dieron lugar a los primeros países ricos. Podemos imaginar además que los impuestos a la exportación de materias primas y a la importación de productos acabados fueron concebidos como medios para elevar los ingresos de los países pobres, pero que como consecuencia de esas medidas aumentó la riqueza gracias al crecimiento de la capacidad industrial nacional. Esta combinación de diversos propósitos estaba ya clara en Inglaterra durante el reinado de Eduardo III (1312-1377).

Así pues, la rivalidad, la guerra y la emulación en Europa dieron lugar a un sistema dinámico de competencia imperfecta y rendimientos crecientes. Los nuevos conocimientos e innovaciones se propagaban por toda la economía permitiendo mayores beneficios y mayores salarios, así como una base más amplia para la recaudación de impuestos. La política económica europea se basó durante siglos en la convicción de que la creación de un sector industrial resolvería los problemas económicos fundamentales de la época, favoreciendo el aumento del empleo, los beneficios, los salarios, la base de la recaudación de impuestos y la circulación de la moneda. El economista italiano Ferdinando Galiani (1728-1787), al que Friedrich Nietzsche consideraba la persona más inteligente del siglo XVIII, afirmó que “de la industria se puede esperar que cure los dos principales males de la humanidad, la superstición y la esclavitud”. Los textos estándar de economía, que pretenden entender el desarrollo económico en términos de “mercados perfectos” sin fricción, marran lamentablemente el blanco. Los mercados perfectos son para los pobres. Es igualmente fútil tratar de entender ese desarrollo en términos de lo que los economistas entienden como “fracasos del mercado”. Confrontado con la economía de los textos, el desarrollo económico es un gigantesco fracaso de los mercados perfectos.

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