viernes, 15 de enero de 2010

patentes, mecanismos vicios privados-beneficios públicos

patentes

Hacia finales del siglo XV -en la época en que Colón llegó a América- los venecianos crearon, a partir de la comprensión del progreso como un subproducto de la guerra y el gasto público, una nueva institución: las patentes. Al conceder a quien inventaba algo su monopolio durante siete años -el periodo normal para el aprendizaje de un artesano- los inventores podían gozar de los beneficios de los nuevos conocimientos obtenidos hasta entonces principalmente como subproducto de inversiones públicas muy meditadas. El progreso era la consecuencia de una competencia dinámica imperfecta. Una institución gemela de las patentes, conscientemente creada poco más o menos en aquella misma época, era la protección arancelaria, destinada a facilitar que las invenciones arraigaran en nuevas áreas geográficas.
~
mecanismo vicios privados-beneficios publicos
El mecanismo vicios privados-beneficios públicos puede funcionar también a la inversa; vicios públicos-beneficios privados. Los vicios del gobierno -excesivo nacionalismo y belicosidad- inducían a menudo indirectamente beneficios privados a largo plazo. Muchos nuevos inventos importantes para la vida civil nacieron como subproducto de la guerra: los alimentos enlatados (guerra napoleónicas), la producción en masa con piezas estandarizadas (armas durante la guerra civil americana), el bolígrafo (fuerza aérea estadounidense durante la segunda guerra mundial), las alarmas antirrobo (guerra de Vietnam), los satélites de comunicación (el programa de “guerra de las galaxias”), etc. Si esto se entiende adecuadamente, se puede generar progreso económico evitando vías indirectas. Una vez que aceptemos que un factor importante del desarrollo económico es una gestión de recursos que exige rendimientos al borde de lo que es tecnológicamente posible, podremos invertir más dinero directamente en el sector sanitario, por ejemplo, y evitar totalmente la guerra.

También se puede observar la tercera alternativa: vicios privados-virtudes públicas: lo que en primera instancia aparecen como virtudes públicas pueden de hecho convertirse en vicios sistémicos. Como veremos la ayuda sistemática al desarrollo puede convertirse en “colonialismo del bienestar” y en un instrumento para “gobernar a distancia” mediante el ejercicio de una forma particularmente sutil de control social neocolonial, no ostentosa y generadora de dependencia. Los objetivos de Milenio constituyen un caso paradigmático a este respecto. Recordemos el caso de Etiopía: dejando a un lado la intención inicial de apoyar generosamente a un gobierno, cuando éste deja de gozar del favor de los países donantes éstos tienen en sus manos la posibilidad de dejar de suministrar alimentos al país pobre. Sea un efecto pretendido o no, la virtud de ayudar a los pobres -impidiéndoles a la vez incorporarse a un capitalismo productivo- ha generado un sistema que puede alimentar vicios privados de corrupción y beligerancia. El colonialismo del bienestar impide la autonomía local mediante políticas bien intencionadas y generosas, pero en último término moralmente equivocadas. Crea en los países periféricos dependencias paralizantes del centro, un centro que ejerce el control mediante incentivos que crean una dependencia económica total, obstaculizando así la autonomía y la movilización política.
~
patentes

Parece que hemos olvidado la lógica que subyacía bajo los instrumentos políticos del desarrollo económico. Las patentes y los aranceles modernos nacieron aproximadamente al mismo tiempo, a finales del siglo XV. Esas instituciones manipuladoras del mercado se crearon a partir de la misma concepción del proceso de desarrollo económico a fin de proteger los nuevos conocimientos (en el caso de las patentes) y de producir en nuevas áreas geográficas (en el caso de los aranceles). Tanto las patentes como los aranceles representan una manipulación del mercado legalizada para promover objetivos no alcanzables en condiciones de competencia perfecta.
Pero ¿por qué no se aplican los argumentos de la manipulación del mercado y el compadreo a las patentes, y sólo se esgrimen contra los aranceles y otros instrumentos políticos empleados por los países pobres? Con cierta justificación se puede decir que los países ricos están estableciendo reglas que legalizan una manipulación constructiva del mercado en sus propios países, pero la prohíben en los países pobres.



La diversidad como condicion para el desarrollo.-

Otro punto ciego en la economía es su incapacidad para entender la importancia de la diversidad para el crecimiento económico. La diversidad es un factor clave del desarrollo por varias razones: Primero, una diversidad de actividades con rendimientos crecientes -el número de profesiones en la economía- es la base para los efectos de sinergia que llevan al desarrollo económico, algo bien entendido desde el siglo XVII. Segundo, la economía evolucionista moderna subraya la importancia de la diversidad como base para la selección entre distintas tecnologías, productos y métodos organizativos, todos ellos elementos clave de una economía de mercado en evolución. Tercero, la diversidad es una importante explicación de ls “excepcionalidad” europea, en la que la competencia mutua entre un gran número de Estados fomentó la tolerancia y la demanda de diversidad. Un intelectual cuyas opiniones no gustaban a cierto rey o gobernante podía encontrar empleo en otro país, lo que promovía una mayor diversidad de idea.


Definición de capitalismo.-
Werner Sombart consideraba el capitalismo como una especie de coincidencia histórica en la que confluyen determinados factores debido a todo un conjunto de circunstancias. Sin embargo, deja muy claro que la riqueza económica es el resultado de una decisión, de un plan consciente. Las fuerzas impulsoras, que crean tanto los fundamentos como las condiciones para el funcionamiento del sistema son, en su opinión, las siguientes:

1.El empresario, que representa lo que Nietzsche llamaba “el capital del ingenio y la voluntad”, el agente humano que toma la iniciativa de producir o comerciar con algo.
2.El Estado moderno, que crea las instituciones que permiten mejoras en la producción y distribución, y los incentivos que hacen coincidir los intereses del empresario con los del conjunto de la sociedad. Las instituciones abarcan todo, desde la legislación a la infraestructura, patentes para proteger nuevas ideas, escuelas, universidades y estandarización de las unidades de medida, por ejemplo.
3.El proceso de maquinización, esto es, lo que se llamó durante mucho tiempo industrialismo: mecanización de la producción que da lugar a una mayor productividad y cambios tecnológicos con innovaciones bajo economías de escala y sinergias. Este concepto es muy próximo a lo que hoy día llamamos “sistema nacional de innovación”.

En la definición del capitalismo de Sombart, los países ricos son aquellos que emulan a las principales naciones industriales incorporándose a la “era industrial”. Con esa definición Martin Wolf tiene efectivamente razón cuando proclama que los países ricos son los que adoptaron el modo de producción llamado capitalismo. Sin embargo es más probable que él tuviera en mente la definición de la Guerra Fría.
Cuando están presentes esos elementos, el capitalismo requiere para poder funcionar -también según Sombart- que se puedan desarrollar libremente ciertos factores auxiliares: capital, trabajo y mercados. Esos tres factores -el verdadero núcleo de la teoría económica estándar- no son para Sombart las fuerzas impulsoras del capitalismo, sino sólo accesorios. Si faltan las principales fuerzas impulsoras, esos factores auxiliares -capital, trabajo y mercados- son estériles. Tanto el conservador Schumpeter como el radical Marx estarían de acuerdo en que el capital por sí mismo, sin innovaciones y sin empresariado, es estéril. Los perros de los que hablaba Adam Smith, por muy inclinados al trueque que estuvieran, no podrían haber creado el capitalismo aun disponiendo de capital, horas de trabajo y mercados. Sin la voluntad y la iniciativa humana, el capital, el trabajo y los mercados son conceptos sin sentido.

el conocimiento tiene un elevado coste

Nadie objeta que las innovaciones y el aprendizaje generan crecimiento económico, pero desde Adam Smith ese aspecto de la economía se ha externalizado. Se suele suponer que el cambio tecnológico y las nuevas innovaciones caen de los cielos como un maná, y que están a disposición de todos gratuitamente (“información perfecta”). No se tiene en cuenta que el conocimiento -especialmente cuando es nuevo- tiene elevados costes y no está en general a disposición de todos. El conocimiento se protege mediante altas barreras a la entrada, constituyendo las economías de escala y la experiencia acumula elementos importantes para erigir esas barreras. Cuanto mayor sea el volumen de producción que una compañía ha acumulado, más bajos serán los costes. En la industria las curvas de aprendizaje tienen un pariente muy utilizado, las curva de experiencia, que se utiliza para medir precisamente eso. Mientras que las curvas de aprendizaje estiman el aumento en la productividad de la fuerza de trabajo, las curvas de experiencia evalúan la evolución de los costes totales de producción. Cuando varias fábricas emplean el mismo tipo de tecnología, la que ha acumulado el mayor volumen de producción tendrá en general los menores costes por unidad producida. En la carrera por reducir costes, puede resultar rentable vender por debajo del coste actual (lo que se acostumbra a denominar dumping) a fin de alcanzar un volumen de producción que más adelante reduzca el coste por debajo del precio estratégico ofertado.

lunes, 11 de enero de 2010

richard wiseman

Richard Wiseman


De Wikipedia, la enciclopedia libre


Saltar a navegación, búsqueda
















Richard Wiseman
Nacimiento16 de Septiembre de 1966
OcupaciónProfesor de Psicología

Richard Wiseman es un investigador y profesor de Psiclogía británico. Nació el 16 de septiembre de 1966 en Luton, Reino Unido.


Wiseman comenzó su vida profesional como mago. Después de esto se graduó en Psicología por la University College de Londres y obtuvo un PhD en Psicología por la Universidad de Edimburgo.


Desde 1995 dirige un departamento de investigación en la Universidad de Hertfordshire.


Premios [editar]



  • CSICOP Public Education In Science Award (2000)

  • Britain's first Professorship in the Public Understanding of Psychology (2002)

  • Joseph Lister Award For Social Science (2002)

  • NESTA DreamTime Fellowship (2004)


Libros [editar]



  • Guidelines for Testing Psychic Claimants (1995)

  • Guidelines for Extrasensory Perception Research (1997)

  • Deception and self-deception: Investigating Psychics (1997)

  • Magic in Theory: an introduction to the theoretical and psychological elements of conjuring (1999)

  • Laughlab: The Scientific Search For The World's Funniest Joke (2002)

  • The Luck Factor (2003)


Nadie nace con suerte


  • Did you spot the gorilla? How to recognise hidden opportunities in your life (2004)

  • Parapsychology (2005)

  • Quirkology (2007)


Rarología

Enlaces externos [editar]



Obtenido de "http://es.wikipedia.org/wiki/Richard_Wiseman" Categoría: Psicólogos del Reino Unido




http://richardwiseman.wordpress.com/

viernes, 8 de enero de 2010

MIchael Porter

Michael Porter


De Wikipedia, la enciclopedia libre


Saltar a navegación, búsqueda Michael Porter


Michael Eugene Porter (n. 1947), es un economista estadounidense, profesor en la Escuela de Negocios de Harvard, especialista en gestión y administración de empresas, y director del Instituto para la estrategia y la competitividad.


Porter es BSE (Bachelor of Science in Education) en Ingeniería Mecánica y Aeroespacial por la Universidad de Princeton (1969), MBA por la Universidad de Harvard (1971) y Ph.D. en Economía Empresarial (Business Economics) por la Universidad de Harvard (1973).


Su principal teoría es la de Gerencia Estratégica, que estudia cómo una empresa o una región pueden construir una ventaja competitiva y sobre ella desarrollar una estrategia competitiva.


En 1984 fue cofundador de Monitor Group, una firma de consultoría en administración y estrategia.


Obras principales [editar]



  • Porter, M. (1979) "How competitive forces shape strategy", Harvard business Review, marzo/abril 1979.

  • Porter, M. (1980) Competitive Strategy, Free Press, New York, 1980.sisas

  • Porter, M. (1985) Competitive Advantage, Free Press, New York, 1985.

  • Porter, M. (1987) "From Competitive Advantage to Corporate Strategy", Harvard Business Review, May/June 1987, pp 43-59.

  • Porter, M. (1996) "What is Strategy", Harvard Business Review, Nov/Dec 1996.

  • Porter, M. (1998) On Competition, Boston: Harvard Business School, 1998.

  • Porter, M. (1990, 1998) "The Competitive Advantage of Nations", Free Press

  • Porter, M. (2001) "Strategy and the Internet", Harvard Business Review, March 2001, pp. 62-78.

  • Porter, Michael E. & Stern, Scott (2001) "Innovation: Location Matters", MIT Sloan Management Review, Summer 2001, Vol. 42, No. 4, pp. 28-36.

  • Porter, Michael E. and Kramer, Mark R. (2006) "Strategy and Society: The Link Between Competitive Advantage and Corporate Social Responsibility", Harvard Business Review, December 2006, pp. 78-92.

  • Porter, M. & Elizabeth Olmsted Teisberg (2006) "Redefining Health Care: Creating Value-Based Competition On Results", Harvard Business School Press


Véase también [editar]



Enlaces externo [editar]


lunes, 4 de enero de 2010

Dinámica tecnológica, innovaciones y crecimiento desigual

Dinámica tecnológica, innovaciones y crecimiento desigual.-

Nadie objeta que los nuevos conocimientos constituyen el factor principal para la mejora del nivel de vida. El desacuerdo empieza cuando hay que modelar ese proceso. A este respecto daremos por buena la explicación de Joseph Schumpeter; para él, las auténticas fuerzas impulsoras del crecimiento económico son los inventos y las innovaciones que se generan cuando esos inventos se introducen en el mercado como nuevos productos o procesos. Las innovaciones crean una demanda de inversion e inyectan vida y valor en un capital que de otro modo resultaría estéril. Volviendo a la metáfora de los perros que intercambian huesos de Adam Smith: para ellos el capital serían huesos enterrados para su consumo futuro, pero ese capital no sería capaz de producir más huesos, ni -como producto de innovaciones y el conocimiento que se precisa para utilizarlas, ya se trate de carne enlatada para perros o abrelatas, fueron externalizados, esto es, producidas fuera de lo que la teoría pretende explicar. El reto consiste en reintroducirlos y al mismo tiempo liberarse de la hipótesis de la igualdad, permitiendo la heterogeneidad y otras variables clave que estamos examinando aquí.

Las innovaciones llegan en distintos paquetes y en distintos tamaños. Un ejemplo de una pequeña innovación es la película Tiburón 4 comparada con Tiburón 3, pero hay innovaciones mucho más trascendentales, como el transistor que arruinó el mercado de las válvulas de radio y alteró la cadena de valor en todo un sector, creando unn gran número de productos que no existían antes. Es muy poco frecuente que grandes oleadas de innovación se extienda a toda la sociedad creando importantes discontinuidades o rupturas en el desarrollo tecnológico. A principios de la década de 1980 Carlota Pérez y Christopher Freeman llamaron a esas grandes oleadas de innovación cambios de paradigma tecnoeconómico.

Un cambio de paradigma tecnoeconómico es trascendental porque modifica la tecnología general que subyace a todo el sistema productivo, como sucedió por ejemplo con la máquina de vapor o con el ordenador. En ese sentido los cambios de paradigma se parecen a los cambios tecnológicos ya mencionados, como cuando el cobre y el bronce desplazaron a las piedra como material con el que los seres humanos fabricaban sus instrumentos, poniendo fin así a la Edad de Piedra. Tales mudanzas en la tecnología básica tienden a modificar las cadenas de valor en prácticamente todas las ramas de la industria, como hicieron la máquina de vapor y los ordenadores. Tales innovaciones dan lugar a lo que Schumpeter llamaba “destrucción creativa”: aparecen nuevos sectores industriales con montones de nuevos productos, mientras que los viejos desaparecen debido a una pauta de demanda totalmente nueva, y se producen cambios radicales en los procesos de producción de casi todos los sectores. El desarrollo económico sustituye más de un tipo de producto, como los carruajes tirados por caballos, por algo totalmente nuevo, los automóviles. También cambia la forma de producir, el “modo de producción”, como en la transición de la industria doméstica a las fábricas. Sin embargo, hasta el siglo XX la agricultura no solía verse apenas afectada por lo cambios en el “sentido común”. Poco después de que hombres y mujeres dejaran de trabajar en casa para acudir a trabajar en enormes fábricas, la actitud hacia los cuidados sanitarios también cambió radicalmente. Ya no nacíamos, nos curábamos de las enfermedades y no moríriamos en casa, sino que hospitales parecidos a las grandes fábricas se hacían cargo de esas tareas.

También se modifican los problemas del medio ambiente: a finales del siglo XX las enormes cantidades de estiércol de caballo suponían una amenaza para la salud de los habitantes de las ciudades; ahora los humos de escape de los automóviles desempeñan un papel similar. Las innovaciones aparecen en un primer momento como elementos extraños en el viejo sistema, creando desajustes entre las viejas instituciones y las exigencias de las nuevas tecnologás. La inercia frena el proceso de cambio; no olvidemos lo viejo con suficiente rapidez para dejar espacio a lo nuevo. Los desajustes en el parendizaje entre las viejas y las nuevas generaciones contribuyen también a frenar un cambio tecnológico radical. Nietzsche describe de forma muy poética una inercia institucional en la que primero cambian las ideas y opiniones y las instituciones sólo pueden seguirlas mucho más lentamente. “El derrocamiento de las instituciones no sigue inmediatamente al de las opiniones, sino que las nuevas opiniones viven durante mucho tiempo en el hogar desolado y extrañamente irreconocible de sus predecesoras e incluso lo preservan, ya que necesitan algún tipo de cobijo”.

Al igual que en la transición de la Edad de Piedra a la Edad de Bronce, los paradigmas tecnoeconómicos se pueden considerar como formas nuevas y radicalmente diferentes de elevar el nivel de vida. Hacia el final de cada época queda claro que la antigua trayectoria tecnológica “se ha quemado”, que ha dado todo lo que podía ofrecer. Cuando se pulió el hacha de piedra perfecta, el final de la Edad de Piedra se pudo tomar equivocadamente por “el Fin de la Historia”. No quedaba margen para mejoras, no había ningún sitio adonde ir sin un cambio muy radical.

En la historia moderna podemos distinguir cinco de esa formas de elevar el nivel de vida, cada una de las cuales dominó un largo periodo.
Una característica fundamental de cada cambio de paradigma es un nuevo recurso barato que parece disponible en cantidades aparentemente ilimitadas y con precio rápidamente decreciente, como experimentamos hoy día con la microeléctrica. Lo más especial en los cambios de paradigma tecnoeconómico -lo que los dintingue de otras grandes innovaciones- es que esas grandes oleadas de innovación alteran la sociedad mucho más allá de la esfera que solemos denominar “economía”, llegando a trastocar incluso nuestra visión, por ejemplo, de la geografía y los asentamientos humanos. El industrialismo también mudó nuestras estructuras políticas, y el declive de la producción en masa está volviendo a hacerlo. Los cambios de paradigma también van acompañados de cambios en las relaciones de poder mundiales; los líderes económicos bajo un paradigma no tienen por qué seguir siéndolo cuando éste cambia.

Gran Bretaña alcanzó la cúspide de su poder bajo el paradigma de la máquina de vapor y el ferrocarril, Alemania y Estados Unidos se pusieron a la cabeza durante la época de la electricidad y la industria pesada, y Estados Unidos se convirtió en líder indiscutido durante la época fordista.

El fenómeno subyacente más importante en un cambio de paradigma es la “explosión de productividad” que se da en la industria principal. Se muestra la que produjo en el hilado del algodón bajo el primer cambio de paradigma tecnoeconómico. La política colonial pretende principalmente impedir que en las colonias se desarrollen sectores industriales con esas características. Históricamente, los argumentos para proteger las industrias con tal explosión de productividad -en favor de la protección arancelaria del principal portador del paradigma- fueron muchas: el sector creaba empleo para una población creciente, propiciaba salarios más altos, resolvía problemas en la balanza de pagos, aumentaba la circulación monetaria y -lo que era importante para todos los gobiernos- se podía cargar con impuestos mucho más altos a los buenos artesanos y propietarios de fábricas que a los agricultores, que solían ser pobres. Particularmente en Estados Unidos se comentó, desde Benjamin Franklin hasta Abraham Lincoln, que la industria manufacturera en general abaratabas los artículos que precisaban los granjeros. Es evidente que tales explosiones de productividad se transmiten al mercado laboral en forma de salarios más altos y precios más bajos; el efecto combianado es asombroso.
Se puede ilustrar el efecto de un cambio de paradigma sobre los salarios mediante el ejemplo de la transición de la vela de vapor en Noruega...

Los beneficios que la iniciativa empresarial aporta a la sociedad son en realidad un efecto secundario no intencionado del afán de enriquecerse del empresario. Quienes obtienen beneficios introduciendo nuevas tecnologías son mucho más importantes para un país que el naviero que posiblemente obtuvo mayores ganancias manteniendo con vida la construcción de veleros. Se trata de los mismos principios que aplicó Enrique VII de Inglaterra cuando llegó al poder en 1485 y que se han podido observar en países como Irlanda y Finlandia durante los últimos veinte años.
Las explosiones de productividad y el aumento extremadamente rápidamente de ésta en determinado sector industrial actúan como catapultas, elevando rápidamente el nivel de vida. Sin embargo, éste puede mejorar de dos formas diferentes: porque recibimos salarios más altos o porque las cosas que compramos nos cuestan menos. Cuando nos hacemos más ricos porque los precios caen, hablaré de modelo “clásico”, porque ésa es la única cosa que los economistas neoclásicos suponen que sucederá. En realidad, el panorama es más complicado. Podemos llamar “difusivo” al modelo alternativo, porque en él los frutos del desarrollo tecnológico se dividen entre: a) empresarios e inversores, b) trabajadores, c) el resto del mercado laboral local, y d) el Estado, gracias a la base impositiva más amplia. Todo esto exige un examen más detallado.

a) El auténtico incentivo para las inversiones que conducen al aumento de la productividad será en general el beneficio que se puede obtener, por lo que tenemos que suponer que una parte del aumento de productividad se retirará bajo esa forma. Los primeros empresarios afortunados suelen obtener elevados beneficios, que más adelante se reducen al afluir a ese nuevo campo numerosos emuladores.
b) Igual que en el ejemplo de la transición de la vela al vapor, parte del aumento de productividad dará lugar a salarios más altos para los empleados del sector. Esto se puede deber al hecho de que las nuevas habilidades necesarias son escasas, o al poder de los sindicatos. A veces, como cuando Henry Ford duplicó los salarios de sus obreros en 1914, puede haber un empresario lo bastante espabilado como para darse cuenta de que necesita a sus propios obreros como clientes, por lo que le interesa que ganen más. Por supuesto, sólo en circunstancias especiales, como las explosiones de productividad, puede una empresa duplicar los salarios y aun así sobrevivir.
c)Como observó el rey Enrique VII de Inglaterra, la nueva tecnología se difundirá por todo el mercado laboral local (y poco a poco nacional), como consecuencia del mayor poder de compra surgido en los sectores donde se produce el cambio tecnológico, y también de la amplitud limitada de las diferencias salariales en un mercado laboral determinado. Un aumento salarial en el sector que experimenta la explosión de productividad inducirá automáticamente una subida de todos los salarios. El trabajo de los barberos ha experimentado pocos aumentos de productividad desde los tiempos de Aristóteles, pero sus salarios en los países industrializados se ha mantenido -atravesando varias explosiones de productividad- más o menos a la par con los salarios de los obreros industriales. En los países sin explosiones de productividad los barberos ha seguido sindo tan pobres como sus paisanos. Una orquesta filarmónica no toca el “vals del minuto” con mayor eficiencia que en tiempos de Chopin, pero los salarios de sus músicos han aumentado considerablemente desde entonces. Los términos de intercambio entre el corte de pelo y la música por un lado y los productos industriales por otro -entre los que trabajan donde no hay aumentos espectaculares de productividad y los que lo hacen en el sector donde se producen la explosión de productividad- han mejorado notablemente en favor de los peluqueros y músicos. Por el mismo corte de pelo o el mismo “vals del minuto”, los peluqueros o músicos de los países ricos pueden adquirir muchos más productos industriales que hace doscientos años. Sin embargo, los peluqueros y músicos de los países pobres -aunque sean tan eficientes como los de los países ricos- siguen siendo muy pobres. Lo mismo sucede en la mayoría de las ocupaciones, en particular en el sector servicios: los trabajadores de los países pobres son tan eficientes como los de los países ricos, pero la diferencia entre sus salarios reales es enorme. Lo que llamamos “desarrollo económico” es, con otras palabras, una especie de renta de monopolio en la producción de bienes y servicios avanzados, en la que los países ricos se emulan mutuamente saltando de una explosión de productividad a la siguiente.
d) En una versión en dibujos animados de las aventuras de Robin Hood, el sheriff de Nottingham, para aumentar la recaudación de impuestos, ordena colgar a los pobres granjeros por los pies y sacudir hasta el último penique de sus bolsillos. Los ministros de Hacienda europeos no tardaron mucho en descubrir que una forma mucho más fácil de llenar sus arcas consistía en aumentar la base impositiva fomentando la industria. La gente que trabajaba con máquinas aumentaba enormemente su productividad y podía pagar más impuestos que los que trabajaban en el campo. El aumento de la base impositiva permitía a los países ricos ampliar la red de la seguridad social, las infraestructuras y los sectores educativo y sanitario. Así pues los ministros de Hacienda recomendaban emular las estructuras productivas de los países ricos e incorporarse al industrialismo.
Los factores a)-d) dan lugar al “modo difusivo”, lo que explica por qué en los países industriales -con frecuentes explosiones de productividad- los salarios aumentaron continuamente comparados con los de los países pobres (las colonias). Aunque éstas sean ahora, en teoría, países independientes, en la práctica se les impide, como cuando eran colonias, utilizar las estrategias de emulación empleadas por los países ricos, sólo que ahora mediante las “condiciones” de las instituciones de Washington. Después de los Estados “naturalmente ricos” -Venecia, Holanda, las pequeñas ciudades-Estado sin agricultura- es imposible encontrar ejemplos de países que hayan adquirido un sector industrial sin un largo periodo de fijación de objetivos, apoyo y/o proteccionismo. La única vez que Adam Smith menciona “la mano invisible” en La Riqueza de las Naciones es después de haber alabado la política inglesa de altos aranceles en las Leyes de Navegación, y entonces añade que tras esa política proteccionista es como si una mano invisible hubiera impulsado a los consumidores ingleses a comprar productos industriales ingleses. La mano invisible no sustituyó en realidad a los altos aranceles hasta que la industria manufacturera, tras un largo periodo, resultó internacionalmente competitiva. Leyendo a Adam Smith de esa manera es posible argumentar que era un mercantilista mal entendido. Para él el punto clave era el ritmo con el que se iba imponiendo el libre comercio. Vale la pena señalar que entre Enrique VII y Adam Smith hubo tres siglos de rigurosa protección arancelaria.

El colonialismo es sobre todo todo un sistema económico, un tipo peculiar de integración económica entre distintos países. Lo menos importante es la calificació políticia que se le dé, ya sea la independencia nominal y el “libre comercio” o cualquier otra cosa. Lo que importa es qué tipo de bienes fluyen y en qué dirección. Ateniéndonos a la clasificación antes expuesta, las colonias son naciones que se especializan en el mal comercio, en exportar materias primas e importar productos de alta tecnología, ya se trate de productos industriales o de servicios intensivos en conocimientos. Más adelante veremos que en la agricultura también se pueden distinguir productos típicos de los países ricos (mecanizables) y productos de las colonias (no mecanizables).

En los países ricos también se constata la misma diferencia entre los niveles salariales de la industria y de la agricultura. Aunque la mayoría de los habitantes de Europa fueran todavía agricultores y ganaderos, en las obras de Marx y los primeros socialistas no se les menciona apenas; era entre los obreros industriales donde se descubría la pobreza más sobrecogedora, ya que la pobreza urbana tiene a menudo un aspecto más miserable que la rural. Cuando los obreros urbanos, con un creciente poder político, pudieron presentar sus demandas de salarios más altos y se beneficiaron de la mayor productividad en la industria, fueron los agricultores los que quedaron económicamente atrás. Los industriales, y también paulatinamente los obreros urbanos, gozaban de la protección de su gran poder de mercado, podían mantener los precios altos y evitar una “competencia perfecta”. El industrialismo consolidó así lo que John Kenneth Galbraith llamaba “el equilibrio de poderes compensados”, esto es, un sistema en el que la riqueza se basa en una competencia extremadamente imperfecta tanto en el mercado laboral como en el de productos físicos. El industrialismo era un sistema basado en una triple manipulación del mercado por parte de los capitalistas, los obreros y el Estado. La competencia perfecta de los textos de economía sólo se daba en el Tercer Mundo.

Alrededor de 1900 el sistema de bienestar europeo y el triple poder compensado en la industria había mejorado considerablemente la suerte de los obreros industriales. Poco a poco se fue configurando la idea de que no sólo se podía explotar a los obreros industriales, sino que las ciudades tembién podrían explotar a los obreros industriales, sino que las ciudades también podrían explotar a los agricultores. Esto llevó a plantear que también había que proteger la renta de los agricultores frente a la competencia de los agricultores de países más pobres, o de los que trabajaban en mejores climas. La protección de los productos agrícolas surgió pues de una lógica totalmente diferente a la de los aranceles industriales, que formaban parte de una estrategia ofensiva para fomentar el buen comercio, emular la estructura industrial de los países más ricos y orientar el sector productivo de cada país hacia las áreas en las que tenían lugar las explosiones de productividad, ya fueron tejidos de algodón, ferrocarriles o autómoviles. Los aranceles sobre productos agrícolas constituyen en cambio una estrategia defensiva con el objetivo de proteger a los agricultores pobres de los países industrializados frente a agricultores aún más pobres de los países pobres.




~

innovación en técnicas de genética humanas

Técnicas de genética humanas.-

Desde esta perspectiva, las dos controvertidas innovaciones ya nos muestran, desde su estadio inicial, cómo podría cambiar nuestro modo de vida si las intervenciones de técnica genética modificadoras de marcas características (emancipadas del contexto terapéutico de acciones dirigidas a particulares) fueran algo acostumbrado. Entonces ya no podría excluirse que con intervenciones eugenésicas perfeccionadoras hubiera intenciones “ajenas”, y fijadas genéticamente, que tomaran posesión de la biografía de la persona programada. En tales intenciones, hechas realidad instrumentalmente, no se expresarían personas respecto a las cuales las personas efectadas pudieran adoptar la posición de alguien a quien se ha dirigido la palabra. Por eso nos inquieta la pregunta de si, y cómo, un acto cosificador de este tipo afectaría a nuestro poder ser sí mismo y a nuestra relación con los demás. ¿Podríamos entendernos todavía como personas que se comprenden como autores indivisos de sus vidas y que salen al encuentro de todos los demás sin excepción como personas de igual condición? Dos presupuestos esenciales para la ética de la especie y para nuestra autocomprensión moral están en juego.

Esta circunstancia sólo agudizará esta controversia mientras aún tengamos un interés existencial en pertenecer a una comunidad moral. No es obvio que deseemos asumir el estatus de miembro de una comunidad que exija el mismo respeto para cada cual y responsabilidad solidaria para todos. Que debemos actuar moralmente está incluido en el sentido mismo de la moral (concebida deontológicamente). Pero ¿por qué deberíamos querer ser morales si la biotécnica calladamente se deslizara en nuestra identidad como especie? Una valoración de la moral en total no es ella misma un juicio moral sino un juicio ético, un juicio de ética de la especie.

Sin el motor de los sentimientos morales de la obligación y la culpa, y el reproche y el perdón, sin el liberador respeto moral, sin el gratificante apoyo solidario y la presión de la prohibición moral, sin la “amabilidad” de un trato civilizado con el conflicto y la contradicción, el universo habitado por seres humanos nos resultaría, así lo vemos todavía hoy, insoportable. Una vida en el vacuum moral, en una forma que ni siquiera conociera el cinismo moral, no merecería vivirse. Este juicio expresa simplemente el “impulso” de preferir una existencia digna de seres humanos a la frialdad de una forma de vida a la que no afecten las contemplaciones morales. El mismo impulso explica el tránsito histórico al nivel postradicional de la consciencia moral, tránsito que se repite en la ontogenesia.

Una vez las imágenes religiosas y metafísicas del mundo perdieron su fuerza de vinculación general, si no nos convertimos (o la mayoría de nosotros) en fríos cínicos o en relativistas indiferentes después del tránsito a un pluralismo cosmovisivo tolerado, fue porque nos atuvimos -y quisimos atenernos- firmemente al código binario de los juicios morales correctos y los juicios morales equivocados. Hemos trasladados las prácticas del mundo de la vida y de la comunidad política a premisas de la moral racional y de los derechos humanos porque ofrecen una base común para una existencia humanamente digna más allá de las diferencias cosmovisivas. Quizá la resistencia afectiva a una temida modificación de la identidad de la especie se deba a motivos parecidos (y justificados).
~










Tengo la impresión de que todavía no hemos reflexionado lo bastante a fondo. El nexo, sobre todo, entre la indisponibilidad de un comienzo contingente de la biografía y la libertad de configurar la vida éticamente requiere una penetración analítica más profunda.
~







dignidad humana versus dignidad de la vida humana.-

El debate filosófico en torno a la admisibilidad de la investigación consumidora de embriones y el DPI se ha movido hasta ahora en la estela de la discusión sobre el aborto.
...
Esta especie de controles de calidad deliberados (renunciar a la implantación del embrión si éste no cumple determinados estándares de salud) pone en juego un nuevo aspecto del asunto: la instrumentalización de una vida humana engendrada con reservas por preferencias y orientaciones de valor de terceros. La decisión seleccionadora se orienta a una composición deseable del genoma. La decisión sobre la existencia o la no existencia se toma según el potencial ser así. La decisión existencial de interrumpir un embarazo tiene tan poco que ver con este hacer disponibles las marcas características, con este cribar la vida prenatal, como con el consumo de esta vida con fines investigadores.

A pesar de estas diferencias, hay una enseñanza que sí podemos extraer del debate sobre el aborto, un debate que se ha sostenido durante décadas con gran seriedad: el fracaso de todo intento de llegar a una descripción cosmovisivamente neutral (o sea, que no prejuzgue) del estatus moral de la vida humana incipiente, una descripción que sea aceptable para todos los ciudadanos de una sociedad secular. Una de las partes describe el embrión en un estadio de desarrollo temprano como un “montón de células”, contraponiéndolo a la persona del recién nacido, al cual sí corresponde la dignidad humana en un sentido moral estricto. La otra parte contempla la fecundación del óvulo humano como el comienzo relevante de un proceso de desarrollo ya individuado y regido por sí mismo. Viendo las cosas de esta manera, todo ejemplar biológicamente determinable como perteneciente a la especie debe ser considerado como potencial persona y portador de derechos fundamentales. Ambas partes parecen omitir que algo puede ser considerado como “indisponible” aunque no tenga el estatus de persona portadora de derechos fundamentales inalienables según la constitución. No sólo es “indisponible” lo que tiene de dignidad humana. Algo puede sustraerse a nuestra disposición por buenas razones morales sin ser “inviolable” en el sentido de tener derechos fundamentales ilimitados o absolutamente válidos (que son constitutivos dela “dignidad humana” según el artículo 1º de la Constitución).

Si el debate sobre la atribución de la “dignidad humana” garantizada constitucionalmente pudiera decidirse con razones morales que obligasen, las profundas cuestiones antropológicas que suscita la técnica genética no rebasarían el ámbito de las cuestiones morales corrientes. Ahora bien, los supuestos ontológicos fundamentales del naturalismo cientificista, según los cuales el nacimiento aparece como una cesura relevante, no son de ninguna manera más triviales o “más científicos” que los supuestos de fondo metafísicos o religiosos, que sugieren de hacer un corte tajante, moralmente relevante, en cualquier punto entre la fecundación o la fusión de núcleos celulares por una parte y el nacimiento por otra, tiene algo de arbitrario, ya que primero la vida sensitiva y después la personal se desarrollan con gran continuidad a partir del comienzo orgánico. Pero si no me equivoco, esta tesis de la continuidad más bien habla contra ambos intentos de sentar con enunciados ontológicos un comienzo “absoluto” vinculante también desde un punto de vista normativo. ¿Acaso no es arbitrario disolver la ambivalencia -justificada por un fenómeno- de nuestros sentimientos e intuiciones evaluativos -que cambian paso a paso según se refieran a un embrión en un estadio de desarrollo temprano y medio o a un feto en estadio avanzado- a favor de una u otra parte por medio de estipulaciones moralmente unívocas? Sólo sobre la base de una descripción cosmovisiva de los estados de cosas que las sociedades pluralistas debaten racionalmente, puede conseguirse llegar a una determinación precisa del estatus moral, ya sea en el sentido de la metafísica cristiana o en el del naturalismo. Nadie duda del valor intrínseco de la vida humana antes del nacimiento, se la denomine “sagrada” o se rechace esta “sacralización” de lo que es un fin en sí mismo. Pero la sustancia normativa de la protegibilidad de la vida humana prepersonal no encuentra una expresión racionalmente aceptable paa todos los ciudadanos ni en el lenguaje objetivante del empirismo ni en el lenguaje de la religion.
En el debate normativo de una esfera pública democrática sólo cuentan, al fin y al cabo, los enunciados morales en sentido estricto. Sólo los enunciados cosmovisivamente neutrales sobre lo que es por igual bueno para todos y cada uno pueden tener la pretensión de ser aceptables para todos por buenas razones. La pretensión de aceptabilidad racional diferencia los enunciados sobre la solución “justa” de los conflictos de acción de los enunciados sobre lo que es “bueno” “para mí” o “para nosotros” en el contexto de una biografía o de una forma de vida compartida. De todos modos, este sentido específico de las cuestiones que respectan a la justicia admite una conclusión sobre el “fundamento de la moral”. Considero que esta “determinación” de la moral es la clave apropiada para responder a la pregunta de cómo podemos determinar el universo de posibles portadores de derecho y deberes morales independientemente de determinaciones ontológicas controvertidas.

La comunidad de seres morales que se dan a sí mismos sus leyes se refiere a todas las circunstancias que requieren regulación normativa con el lenguaje de los derechos y los deberes, pero sólo los miembros de esta comunidad pueden obligarse recíprocamente y esperar los unos de los otros comportamientos conformes a normas. Los animales se beneficiaran de los deberes morales que tenemos que respetar al tratar con criaturas que pueden sufrir por mor de ellas mismas. Con todo, no pertenecen al universo de los miembros que se dirigen mutuamente mandatos y prohibiciones reconocidos intersubjetivamente. Como deseo mostrar, la “dignidad humana” en estricto sentido moral y legal está ligada a esta simetría de las relaciones.
No es una propiedad que se “posea” por naturaleza como la inteligencia o los ojos azules, sino que, más bien, destaca aquella “inviolabilidad” que únicamente tiene algún significado en las relaciones interpersonales de reconocimiento recíproco, en el trato que las personas mantienen entre ellas. No utilizo “inviolabilidad” como sinónimo de “indisponibilidad”, porque el precio a pagar por una respuesta posmetafísica a la pregunta de qué trato debemos dar a la vida humana prepersonal no puede ser la determinación reduccionista del ser humano y la moral.

Entiendo el comportamiento moral como una respuesta constructiva a las dependencias y necesidades derivadas de la imperfecta dotacion orgánica y la permanente fragilidad de la existencia humana (especialmente clara en los periodos de infancia, enfermedad y vejez). La regulación normativa de las relaciones interpersonales puede entenderse como una envoltura protectora porosa contra las contingencias a las que se ven expuestos el cuerpo (Leib) vulnerable y la persona en él encarnada. Los ordenamientos morales son construcciones quebradizas que, ambas cosas en una, protegen a la physis contra lesiones corporales y a la persona contra lesiones interiores o simbólicas. Pues la subjetividad, que es lo que convierte el cuerpo (Leib) humano en un recipiente animado del espíritu, se sustenta sobre las relaciones intersubjetivas con los demás. El sí mismo individual sólo se forja por la vía social del extrañamiento e, igualmente, sólo puede estabilizarse en el entramado de unas relaciones de reconocimiento intactas.

La dependencia de los demás explica la vulnerabilidad del uno con respecto a los otros. La persona, de la manera más desprotegida, se expone a ser herida en unas relaciones que necesita para desplegar su identidad y conservar su integridad (por ejemplo, en las relaciones íntimas de entrega a una pareja). En su versión destranscendentalizada, la “voluntad libre” de Kant ya no es una propiedad de seres inteligibles caída del cielo. La autonomía es más bien una conquista precaria de las existencias finitas, existencias que sólo teniendo presente su fragilidad física y su dependencia social pueden obtener algo así como “fuerzas”. Si éste es el “fundamento” de la moral, de él también se derivan sus “fronteras”. Lo que necesita y es capaz de regulaciones morales es el universo de posibles relaciones de reconocimiento reguladas legítimamente pueden los seres humanos desarrollar y mantener una identidad personal (a la vez que su integridad física).

Dado que el ser humano ha nacido “inacabado” en un sentido biológico y necesita la ayuda, el respaldo y el reconocimiento de su entorno social toda la vida, la incompletud de una individuación fruto de secuencias de ADN se hace visible cuando tiene lugar el proceso de individuación social. Lo que convierte, sólo desde el momento del nacimiento, a un organismo en una persona en el pleno sentido de la palabra es el acto socialmente individualizador de acogerlo en el contexto público de interacción de un mundo de la vida compartido intersubjetivamente. Sólo en el momento en que rompe la simbiosis con su madre el niño entra en un mundo de personas que le salen al encuentro, le dirigen la palabra y hablan con él. El ser genéticamente individuado en el claustro materno no es, como ejemplar de una sociedad procreativa, de ninguna manera “ya” persona. Sólo en la publicidad de una sociedad hablante el ser natural se convierte a la vez en individuo y persona dotada de razón.
~




Habermas.-


Así pues, el tema queda circunscrito a la pregunta de si la indisponibilidad de los fundamentos biológicos de la identidad personal puede fundamentar la protección de la integridad de unas disposiciones hereditarias no manipuladas. La protección jurídica podría encontrar expresión en un “derecho a una herencia genética en la que no se haya intervenido artificialmente”. Este derecho, exigido también por la asamblea parlamentaria del Consejo de Europa, no decidiría de antemano la admisibilidad de una eugenesia negativa fundamentada médicamente. Dado el caso, ésta podría limitar legalmente el derecho fundamental a una herencia no manipulada, si la ponderación moral y la formación democrática de la voluntad llevaran a tal resultado.

~

La limitación temática a la modificación de los genes deja fuera otros temas biopolíticos. Desde la óptica liberal, las nuevas técnicas reproductivas, así como el transplante de órganos o la muerte asistida médicamente, aparecen como un incremento de la autonomía personal. Muchas veces, las objeciones de los críticos no van dirigidas contra las premisas liberales sino contra determinados aspectos de la reproducción colaborativa, contra las prácticas dudosas en la determinación del momento de la muerte y la extracción de órganos, y contra los efectos colaterales indeseados que tendría sobre la sociedad la organización legal de una eutanasia que quizá sería mejor dejar a la apreciación profesional éticamente regulada. También se discute, por buenas razones, la aplicación institucional de test genéticos y el uso que personalmente se haga del saber que ofrece el diagnóstico genético predictivo.

Es indudable que estas importantes cuestiones bioéticas van asociadas al aumento de la agudeza diagnóstica y al dominio terapéutico de la naturaleza humana, pero lo que constituye un nuevo tipo de desafío es la técnica genética tendente a la selección y modificación de marcas características, así como la consiguiente investigación científica dirigida a futuras terapias genéticas que requiere (y en la que apenas puede distinguirse todavía entre investigación básica y aplicación médica). Ambas ponen a disposición aquella base física “que somos por naturaleza”. Lo que Kant todavía consideraba el “reino de la necesidad” se ha transformado desde la óptica de la teoría de la evolución en un “reio de la casualidad”. Y ahora la técnica genética desplaza las fronteras entre esta base natural indisponible y el “reino de la libertad”. Esta “ampliación de contingencia” que concierne a la naturaleza “interior” se distingue de similares ampliaciones de nuestro espacio de opciones por el hecho de que “modifica la estructura entera de nuestra experiencia moral”.

~
Ronald Dworkin.-

Ronald Dworkin lo fundamenta en el cambio de perspectiva que la técnica genética causa en las condiciones, dadas por inamovibles hasta hora, del juicio moral y la acción moral: “Se diferencia entre lo que la naturaleza, evolución incuida, ...ha creado y lo que nosotros hacemos en el mundo con la ayuda de estos genes. En cualquier caso esta diferenciación traza una frontera entre lo que somos y el trato que bajo nuestra propia responsabilidad damos a esa herencia. Esta decisiva frontera entre casualidad y libre decisión constituye la espina dorsal de nuestra moral... Nos da miedo la expectativa de que el ser humano proyecte otros seres humanos porque esta posibilidad desplaza las fronteras entre casualidad y decisión que subyacen en los criterios de nuestros valores”.

Que las modificaciones genéticas eugenésicas puedan modificar la estructura entera de nuestra experiencia moral es una afirmación fuerte. Interprétese como que la técnica genética nos enfrentará en algunos aspectos con cuestiones prácticas que tocan a los presupuestos del juicio moral y la acción moral. El desplazamiento de las “fronteras entre casualidad y libre decisión” afecta a la autocomprensión en total de personas que actúan moralmente y están preocupadas por su existencia. Nos hace ser conscientes de los nexos que hay entre nuestra autocomprensión moral y un trasfondo ético referido a la especie. Que nos contemplemos como autores responsables de nuestra propia biografía y nos respetemos recíprocamente como personas “de igual condición”, también depende en cierta manera de cómo nos comprendamos antropológicamente en tanto que miembros de una especie. ¿Podemos contemplar la autotransformación genética de la especie como un incremento de la autonomía particular o estamos socavando con ello la autocomprensión normativa de personas que guían su propia vida y se muestran recíprocamente el mismo respeto?

Si se trata de la segunda alternativa, no obtenemos inmediatamente un argumento moral contundente pero sí una orientación mediada por la ética de la especie que aconseja la cautela y la abstención. Pero antes de seguir este hilo desearía aclarar por qué es necesario dar un rodeo. El argumento moral (de discutible constitucionalidad) de que el ebrión goza “desde el comienzo” de dignidad humana y protección absoluta de su vida, interrumpe una discusión que no podemos pasar por alto si nos queremos poner políticamente de acuerdo sobre las cuestiones fundamentales con la atención constitucionalmente debida al pluralismo cosmovisivo de nuestra sociedad.
~



Lo crecido y lo hecho

Nuestro mundo de la vida está concebido en cierto sentido “aristótelicamente”. En la vida cotidiana diferenciamos sin pensarlo dos veces la naturaleza inorgánica de la orgánica, las plantas de los animales y la naturaleza animal, a su vez, de la naturaleza racional-social del ser humano. La pertinencia de esta división categorial, a la que ya no va unida ninguna pretensión ontológica, se debe al entrecruzamiento de perspectivas y formas de habérselas con el mundo (cruce que puede analizarse siguiendo el hilo de los conceptos aristotélicos fundamentaes). Aristóteles separa la actitud teórica del observador desinteresado de otras dos actitudes: la técnica del sujeto productor, que actúa orientado a metas y que interviene en la naturaleza valiéndose de medios y consumiendo material, y la práctica de las personas prudentes o que actúan éticamente.

Estas últimas salen al encuentro en contextos interactivos, bien en la actitud objetivante de un estratega que juzga las decisiones anticipadas de sus contrincantes desde la óptica de las propias preferencias, bien en la actitud performativa de un agente comunicativo que, en el marco de un mundo de la vida compartido intersubjetivamente, desea entenderse con una segunda persona respecto a algo en el mundo. A su vez, la praxis del campesino que cuida el ganado y labra la tierra, la praxis del médico que diagnostica enfermedades para curarlas y la praxis del criador que criba y perfecciona con arreglo a sus propios fines las propiedades hereditarias de un apoblación, exigen otras actitudes. Lo que todas estas prácticas cláscias de cuidar, curar y criar tienen en común es el respeto por la dinámica propia de una naturaleza que se autorregula. Por ella deben guiarse las intervenciones cultivadoras, terapéuticas o seleccionadoras si no quieren salir mal.

La “lógica” de estos procederes, que en Aristóteles todavía se ceñían a determinadas regiones del ente, ha perdido la dignidad ontológica de abrir los diversos sectores específicos del mundo. En esa pérdida, las ciencias empíricas modernas desempeñaron un importante papel. Al unir la actitud objetivante del observador desinteresado con la actitud técnica de un observador que interviene con la aspiración de que sus experimentos generen efectos, suprimieron el cosmos de la mera contemplación, y habiendo “desanimado” nominalísticamente a la naturaleza, la sometieron a otra clase de objetivación. Tal reconversión de la ciencia, dedicada ahora ahacer disponible técnicamente una naturaleza objetivada, tuvo consecuencias para el proceso de modernización social. La mayor parte de las praxis recibieron en el cuerso de su cientifización la impronta de la “lógica” de la aplicación de tecnologías científicas y fueron reestructuradas.

Es indudable que la adaptación de las formas de producción e intercambio social a los avances científicos-técnicos ha comportado la predominancia de los imperativos de un único proceder: el instrumental. No obstante, la arquitectónica misma de los procederes ha quedado intacta. Hasta ahora, en las sociedades complejas, la moral y el derecho mantienen sus funciones de conducción normativa de la praxis. Claro que el abastecimiento y reactivación de un sistema sanitario dependiente de la industria farmacéutica y la medicina tecnificada, así como la mecanización de la agricultura (racionalizada con criterios económicos-empresariales) han conducido a crisis. Pero éstas, más que liquidar la lógica de la acción médica y del trato ecológico de la naturaleza, la han traído a la memoria. La fuerza legitimadora de los procederes “clínicos” en sentido amplio crece mientras decae su relevancia social. Hoy, la investigación y el desarrollo de la técnica genética se justifican a la luz de objetivos biopolíticos como la nutrición, la salud y la prolongación de la vida. Por eso, suele olvidarse que la revolución tecnogenética de la praxis cultivadora ya no se realiza en el modo clínico de la adaptación a la dinámica propia de la naturaleza. Más bien sugiere la desdiferenciación de una distinción fundamental también constitutiva de nuestra autocomprensión como especie.

~

innovación tecnológica

sobre innovacion tecnologica de nuevo.-


Cuando nace una nueva tecnología su potencial -su trayectoria- se reduce gradualmente y el aprendizaje se estabiliza. Esa pauta se refleja en la del comercio mundial. Los países ricos, donde se dan las innovaciones tecnológicas, producen y exportan mientras la curva de aprendizaje desciende pronunciadamente. Durante ese periodo funcionan todos los mecanismos que hemos calificado más atrás como “modo difusivo” de creación de riqueza.

Mientras ese ciclo no se vincule con el “modo difusivo” puede parecer inocuo. La economía estándar se concentra en el comercio más que la producción, supone una competencia perfecta (lo que significa que todos los habitantes del mundo podrían producir zapatos como se hacían en San Luis en 1900), y supone que los frutos del cambio tecnológico sólo se difunden de forma clásica, como el abaratamiento de los zapatos. La caja de herramientas de los textos estándar de economía no contiene instrumentos que permitan registrar el hecho de que en cada momento sólo hay unas pocas industrias que se comporten como lo hizo la producción de zapatos a finales del siglo XIX, la fabricación de autómoviles 75 años después, o actualmente la de los teléfonos móviles.
Este tipo de teoría económica no tiene en cuenta los elementos de crecimientos dependientes de la actividad (que en cada momento sólo sucede en unas pocas industrias), ni tampoco los efectos de sinergia que se transmiten de un sector a otro: que los altos salarios en la fabricación de zapatos contribuyeron a la producción de cerveza y al sector sanitario de la ciudad, y que aquel floreciente mercado urbano generó una elevada demanda y un gran poder de compra entre los granjeros estadounidenses. En resumen, no reconoce los círculos virtuosos acumulativos que constituyen la esencia del desarrollo.

Nadie objeta que las innovaciones y el aprendizaje generan crecimiento económico, pero desde Adam Smith ese aspecto de la economía se ha externalizado. Se suele suponer que el cambio tecnológico y las nuevas innovaciones caen de los cielos como un maná, y que están a disposición de todos gratuitamente (“información perfecta”). No se tiene en cuenta que el conocimiento -especialmente cuando es nuevo- tiene elevados costes y no está en general a disposición de todos. El conocimiento se protege mediante altas barreras a la entrada, constituyendo las economías de escala y la experiencia acumula elementos importantes para erigir esas barreras. Cuanto mayor sea el volumen de producción que una compañía ha acumulado, más bajos serán los costes. En la industria las curvas de aprendizaje tienen un pariente muy utilizado, las curva de experiencia, que se utiliza para medir precisamente eso. Mientras que las curvas de aprendizaje estiman el aumento en la productividad de la fuerza de trabajo, las curvas de experiencia evalúan la evolución de los costes totales de producción. Cuando varias fábricas emplean el mismo tipo de tecnología, la que ha acumulado el mayor volumen de producción tendrá en general los menores costes por unidad producida. En la carrera por reducir costes, puede resultar rentable vender por debajo del coste actual (lo que se acostumbra a denominar dumping) a fin de alcanzar un volumen de producción que más adelante reduzca el coste por debajo del precio estratégico ofertado.
~



Desde la revolución industrial -con la teoría del buen comercio y el mal comercio- los países ricos han resuelto este problema procurando hacer partícipes a otros de las explosiones de productividad que tenían lugar dentro de sus fronteras. Todos los países europeos ricos construyeron su propia industria textil -emulando al país que iba en cabeza- de la misma forma que todos los países relevantes del siglo XX construyeron su propia industria automovilística. Los países excluidos de esa dinámica, condenados a carecer de tales industrias, eran las colonias. Durante siglos se entendió que para un país era mejor participar en el cambio de paradigma, aun con menor eficiencia que el país que lo encabezaba, que permanecer al margen sin industria moderna. Era obvio que las nuevas industrias propiciarían un nivel de vida más alto que las antiguas, de la misma forma que durante la década de 1990 era obvio que era mejor ser un consultor de datos mediocre que ser el friegaplatos más eficiente del mundo. Éste era el tipo de sentido común postergado por la teoría del comercio de Ricardo, que eliminó la lógica, antes obvia, de que -en un mundo con variadas industrias que requieren habilidades escasas y comunes, y variadas tecnologías en momentos diferentes de su ciclo vital- era muy posible especializarse, siguiendo la “ventaja comparativa”, en ser pobre.
Existen no obstante situaciones en las que la dinámica descrita en las curvas de aprendizaje se puede utilizar para enriquecer a los países pobres, mejorándolos tecnológicamente unos detrás de otros. El economista japonés Kaname Akamatsu bautizó este modelo con el nombre de “gansos voladores” en la década de 1930.

Otro japonés Saburo Okita teorizó que un país pobre siguiendo el modelo de los gansos voladores puede mejorar su tecnología saltando de un producto a otro con un contenido de conocimiento creciente. El primer ganso volador, en este caso Japón, rompe la resistencia del aire para los siguientes, de forma que todos ellos pueden beneficiarse gradualmente del mismo cambio tecnológico. Hace algunos años, por ejemplo, Japón producía ropa barata, consiguiendo aumentos de productividad que elevaron tanto el nivel de vida (“modo difusivo”) que ya no se podía producir rentablemente allí un producto relativamente poco sofisticado como un vestido. De su producción se hizo cargo Corea del Sur, mientras que Japón mejoraba gradualmente su industria pasando a fabricar algo un poco más sofisticado como eran los televisores. Cuando Corea del Sur mejoró la ropa se fabricó durante un tiempo en Taiwán, hasta que allí sucedió lo mismo: los costes de producción aumentaron demasiado. La producción se desplazó entonces a Tailandia y Malasia, y la historia se repitió. Finalmente, la producción de ropa se desplazó a Vietnam. Pero en el ínterin toda una serie de países habían aprovechado la producción de ropa para elevar su nivel de vida: todos ellos habían pasado sucesivamente por la misma curva de aprendizaje, y todos ellos se habían hecho más ricos. Esta dinámica requiere, por supuesto, que el ganso que va en cabeza siga implementando continuamente nuevas tecnologías.

Este modelo de mejora tecnológica sucesiva difiere radicalmente del viejo modelo colonial estático, que podemos denominar “modelo del callejón sin salida”. Como en el ejemplo de las pelotas de béisbol en Haití, un país se puede especializar estáticamente en callejones tecnológicos sin salida. Si se produce un cambio tecnológico, el país pobre que sigue el modelo del callejón sin salida pierde su producción, como en nuestro ejemplo del corte de pijamas. Mientras que la integración de Asia oriental ha seguido en su mayor parte el principio de los “gansos voladores”, las relaciones económicas de Estados Unidos con sus vecinos meridionales se ha caracterizado en su mayor parte por el principio del “callejón sin salida”. Canadá ha seguido históricamente el modelo europeo de emulación temprana, aunque la propiedad de las fábricas canadienses estuviera en gran medida en manos estadounidenses. La cuestión de la propiedad extranjera debe considerarse simultáneamente con la cuestión del tipo de producción que los extranjeros aportan al país.
~

El fenómeno está ahí y sus efectos se pueden medir, pero actualmente no existe ninguna teoría que describa satisfactoriamente eso mecanismos. Soy de la opinión de que la principal explicación para esto es que el mundo rico actual ha confundido las razones del crecimiento económico- innovación, nuevos conocimientos y nuevas tecnologías- con el libre comercio, que sólo significa transferencia de bienes y servicios de un país a otro. Al igual que Adam Smith, los países ricos confunden la era industrial con la era del comercio.

Con el tiempo, el crecimiento económico se manifiesta en la forma de mayor productividad y nuevos productos que satisfacen nuestras necesidades. Sin embargo, el aumento de productividad se distribuye muy desigualmente entre las diversas actividades económicas.
~