sobre innovacion tecnologica de nuevo.-
Cuando nace una nueva tecnología su potencial -su trayectoria- se reduce gradualmente y el aprendizaje se estabiliza. Esa pauta se refleja en la del comercio mundial. Los países ricos, donde se dan las innovaciones tecnológicas, producen y exportan mientras la curva de aprendizaje desciende pronunciadamente. Durante ese periodo funcionan todos los mecanismos que hemos calificado más atrás como “modo difusivo” de creación de riqueza.
Mientras ese ciclo no se vincule con el “modo difusivo” puede parecer inocuo. La economía estándar se concentra en el comercio más que la producción, supone una competencia perfecta (lo que significa que todos los habitantes del mundo podrían producir zapatos como se hacían en San Luis en 1900), y supone que los frutos del cambio tecnológico sólo se difunden de forma clásica, como el abaratamiento de los zapatos. La caja de herramientas de los textos estándar de economía no contiene instrumentos que permitan registrar el hecho de que en cada momento sólo hay unas pocas industrias que se comporten como lo hizo la producción de zapatos a finales del siglo XIX, la fabricación de autómoviles 75 años después, o actualmente la de los teléfonos móviles.
Este tipo de teoría económica no tiene en cuenta los elementos de crecimientos dependientes de la actividad (que en cada momento sólo sucede en unas pocas industrias), ni tampoco los efectos de sinergia que se transmiten de un sector a otro: que los altos salarios en la fabricación de zapatos contribuyeron a la producción de cerveza y al sector sanitario de la ciudad, y que aquel floreciente mercado urbano generó una elevada demanda y un gran poder de compra entre los granjeros estadounidenses. En resumen, no reconoce los círculos virtuosos acumulativos que constituyen la esencia del desarrollo.
Nadie objeta que las innovaciones y el aprendizaje generan crecimiento económico, pero desde Adam Smith ese aspecto de la economía se ha externalizado. Se suele suponer que el cambio tecnológico y las nuevas innovaciones caen de los cielos como un maná, y que están a disposición de todos gratuitamente (“información perfecta”). No se tiene en cuenta que el conocimiento -especialmente cuando es nuevo- tiene elevados costes y no está en general a disposición de todos. El conocimiento se protege mediante altas barreras a la entrada, constituyendo las economías de escala y la experiencia acumula elementos importantes para erigir esas barreras. Cuanto mayor sea el volumen de producción que una compañía ha acumulado, más bajos serán los costes. En la industria las curvas de aprendizaje tienen un pariente muy utilizado, las curva de experiencia, que se utiliza para medir precisamente eso. Mientras que las curvas de aprendizaje estiman el aumento en la productividad de la fuerza de trabajo, las curvas de experiencia evalúan la evolución de los costes totales de producción. Cuando varias fábricas emplean el mismo tipo de tecnología, la que ha acumulado el mayor volumen de producción tendrá en general los menores costes por unidad producida. En la carrera por reducir costes, puede resultar rentable vender por debajo del coste actual (lo que se acostumbra a denominar dumping) a fin de alcanzar un volumen de producción que más adelante reduzca el coste por debajo del precio estratégico ofertado.
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Desde la revolución industrial -con la teoría del buen comercio y el mal comercio- los países ricos han resuelto este problema procurando hacer partícipes a otros de las explosiones de productividad que tenían lugar dentro de sus fronteras. Todos los países europeos ricos construyeron su propia industria textil -emulando al país que iba en cabeza- de la misma forma que todos los países relevantes del siglo XX construyeron su propia industria automovilística. Los países excluidos de esa dinámica, condenados a carecer de tales industrias, eran las colonias. Durante siglos se entendió que para un país era mejor participar en el cambio de paradigma, aun con menor eficiencia que el país que lo encabezaba, que permanecer al margen sin industria moderna. Era obvio que las nuevas industrias propiciarían un nivel de vida más alto que las antiguas, de la misma forma que durante la década de 1990 era obvio que era mejor ser un consultor de datos mediocre que ser el friegaplatos más eficiente del mundo. Éste era el tipo de sentido común postergado por la teoría del comercio de Ricardo, que eliminó la lógica, antes obvia, de que -en un mundo con variadas industrias que requieren habilidades escasas y comunes, y variadas tecnologías en momentos diferentes de su ciclo vital- era muy posible especializarse, siguiendo la “ventaja comparativa”, en ser pobre.
Existen no obstante situaciones en las que la dinámica descrita en las curvas de aprendizaje se puede utilizar para enriquecer a los países pobres, mejorándolos tecnológicamente unos detrás de otros. El economista japonés Kaname Akamatsu bautizó este modelo con el nombre de “gansos voladores” en la década de 1930.
Otro japonés Saburo Okita teorizó que un país pobre siguiendo el modelo de los gansos voladores puede mejorar su tecnología saltando de un producto a otro con un contenido de conocimiento creciente. El primer ganso volador, en este caso Japón, rompe la resistencia del aire para los siguientes, de forma que todos ellos pueden beneficiarse gradualmente del mismo cambio tecnológico. Hace algunos años, por ejemplo, Japón producía ropa barata, consiguiendo aumentos de productividad que elevaron tanto el nivel de vida (“modo difusivo”) que ya no se podía producir rentablemente allí un producto relativamente poco sofisticado como un vestido. De su producción se hizo cargo Corea del Sur, mientras que Japón mejoraba gradualmente su industria pasando a fabricar algo un poco más sofisticado como eran los televisores. Cuando Corea del Sur mejoró la ropa se fabricó durante un tiempo en Taiwán, hasta que allí sucedió lo mismo: los costes de producción aumentaron demasiado. La producción se desplazó entonces a Tailandia y Malasia, y la historia se repitió. Finalmente, la producción de ropa se desplazó a Vietnam. Pero en el ínterin toda una serie de países habían aprovechado la producción de ropa para elevar su nivel de vida: todos ellos habían pasado sucesivamente por la misma curva de aprendizaje, y todos ellos se habían hecho más ricos. Esta dinámica requiere, por supuesto, que el ganso que va en cabeza siga implementando continuamente nuevas tecnologías.
Este modelo de mejora tecnológica sucesiva difiere radicalmente del viejo modelo colonial estático, que podemos denominar “modelo del callejón sin salida”. Como en el ejemplo de las pelotas de béisbol en Haití, un país se puede especializar estáticamente en callejones tecnológicos sin salida. Si se produce un cambio tecnológico, el país pobre que sigue el modelo del callejón sin salida pierde su producción, como en nuestro ejemplo del corte de pijamas. Mientras que la integración de Asia oriental ha seguido en su mayor parte el principio de los “gansos voladores”, las relaciones económicas de Estados Unidos con sus vecinos meridionales se ha caracterizado en su mayor parte por el principio del “callejón sin salida”. Canadá ha seguido históricamente el modelo europeo de emulación temprana, aunque la propiedad de las fábricas canadienses estuviera en gran medida en manos estadounidenses. La cuestión de la propiedad extranjera debe considerarse simultáneamente con la cuestión del tipo de producción que los extranjeros aportan al país.
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El fenómeno está ahí y sus efectos se pueden medir, pero actualmente no existe ninguna teoría que describa satisfactoriamente eso mecanismos. Soy de la opinión de que la principal explicación para esto es que el mundo rico actual ha confundido las razones del crecimiento económico- innovación, nuevos conocimientos y nuevas tecnologías- con el libre comercio, que sólo significa transferencia de bienes y servicios de un país a otro. Al igual que Adam Smith, los países ricos confunden la era industrial con la era del comercio.
Con el tiempo, el crecimiento económico se manifiesta en la forma de mayor productividad y nuevos productos que satisfacen nuestras necesidades. Sin embargo, el aumento de productividad se distribuye muy desigualmente entre las diversas actividades económicas.
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