miércoles, 10 de junio de 2009

Textos de democracia

Democracia según ronald dworkin
y concepto de ciudadanía social por adela cortina.-

Democracia



La igualdad liberal refleja y apoya dos principios que son ampliamente aceptados en las democracias occidentales actuales y que ofrecen respuestas atractivas a la cuestión del origen y la responsabilidad. El primero de esos principios sostiene que, en cuanto empezamos a vivir, es de una gran importancia objetiva que la vida prospere y que no se desperdicie, y que esto es importante por igual para todo ser humano. El segundo sostiene que la persona es la principal responsable de que su vida tenga éxito, y no puede delegar esa responsabilidad.

Distingo varios modelos de valor ético y defiendo uno de ellos, el modelo del “desafío”, que supone que una vida tiene éxito en la medida en que es una respuesta apropiada a las diversas circunstancias en que se vive. Considero que este modelo tiene más atractivo intuitivo que su principal rival, y nos ayuda a exponer lo que hay de verdad en la idea platónica de que la justicia no implica un sacrificio que impida a una persona ejercer su habilidad para tener éxito en la vida, sino más bien la precondición de ese éxito.

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En este capítulo voy a tratar de responder a una objeción especialmente poderosa contra la igualdad liberal. Desde la época de la Ilustración, en la que muchos de los ideales políticos del liberalismo se formaron, sus críticos han imputado a esos ideales el ser sólo adecuados para gente que no sabe cómo vivir. Nietzsche y los iconoclastas románticos dijeron que la moralidad liberal era una prisión construida por loes envidiosos para encerrar a los grandes. Sólo las almas pequeñas, pensaban, se interesarían por la igualdad liberal; los poetas y los héroes, ocupados en inventar nuevas vidas y dominar nuevos mundos, la tratarían con desdén. Luego esta crítica se invirtió. Los marxistas imputaron al liberalismo el ocuparse demasiado, no demasiado poco, de los triunfos individuales, y los conservadores dijeron que el liberalismo desatendía la importancia de la estabilidad y la raigambre sociales generadas por la moralidad convencional. Esta tres lanzas críticas comparten, sin embargo, una objeción global que se presenta a menudo como un eslógan misterioso: el liberalismo presta demasiada atención a lo correcto (es decir, a los principios de justicia) y demasiado poca al bien (es decir, a la calidad y al valor de la vida que lleva la gente). Los románticos piensan que el liberalismo es insensible a la importancia de la creatividad emprendedora de los individuos emancipados de una moral pequeña y mezquina. Los marxistas piensan que el liberalismo pasa por alto el carácter alienado y depauperado de la vida en las democracias liberales capitalistas. Los conservadores sostienen que el liberalismo no acaba de entender que la vida sólo puede resultar satisfactoria cuando echa raíces en normas y tradiciones definidoras de la comunidad. Todos están de acuerdo en que el liberalismo lixivia la poesía de nuestra vida.
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Hoy, aunque se imponga, la
moral dogmática, el fundamentalismo tecnoeconómico se incumple todos los días.

La sociedad lo desdeña; el mundo marcha impulsado por los disidentes, como tú y
también como ella.

Diversos temores justifican el rechazo de una estretegia “equilibradora” de la democracia
Versus la estrategia “discriminatoria” que prohibe cualquier regulación del discurso que dañe tanto a la soberanía como a la igualdad de los ciudadanos.

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En primer lugar, las distintas dimensiones de la democracia no pueden ser reducidas a una meta dominante que admita un balance que provoque algún tipo de violación de una dimensión en beneficio de la democracia en su conjunto. En particular, la igualdad de los ciudadanos es una cuestión de derecho individual, y no podríamos justificar un conjunto de violaciones a este derecho -censurando a los grupos racistas en virtud de que esto mejoraría el discurso democrático, por ejemplo- a través de un cálculo agregativo.

En segundo lugar, cualquier excepción de ese tipo podría originar distintos tipos de abusos:existiría un peligro latente de que, en nombre del discurso democrático o de la igualdad de los ciudadanos, el gobierno intentara silenciar a nuevos partidos con opiniones discordantes o a críticos poderosos, como después de todo han hecho algunos gobiernos totalitarios en otros lugares. Por ejemplo, el Congreso o una legislatura estatal podrían descalificar a un partido cuyo mensaje, por ser confuso, fuera declarado peligroso para la soberanía popular.

Estos temores justifican el rechazo de una estrategia “equilibradora”. ¿Debemos entonces aceptar la apuesta democrática? ¿Resultan los peligros que acabo de describir tan grandes como para insistir en que, aunque el gobierno pueda regular el discurso político por una serie de razones convincentes, nunca podría hacerlo para -de acuerdo con su punto de vista- mejorar la democracia misma?

Nuestra Constitución, podríamos afirmar, debería conducirnos al enfoque profiláctico que sostiene que la democracia resultará beneficiada, a largo plazo, mediante una regla que niegue al gobierno el poder para intentar mejorarla, periódicamente, comprometiendo la libertad de la gente de expresar lo que quiera, cuando quiera y tan a menudo como quiera. El juez de la Corte Suprema Scalia presentó ese argumento en un lenguaje especialmente vívido en el año 1990. Refiriéndose a la idea según la cual “demasiado es un mal que la mayoría democrática puede proscribir”, declaró que “resulta incompatible con la verdad absolutamente central de la Primera Enmienda: que al gobierno no se le puede confiar la protección, a través de la censura, de la “equidad” del debate político”. Si aceptáramos esta advertencia, tomaríamos la apuesta democrática como parte de nuestro derecho internacional.

Este argumento a favor de la apuesta democrática tiene dos partes. La primera es un diagnóstico de peligro. Según éste, la amenaza más significativa para la democracia, aún hoy, radica en el deseo del gobierno de protegerse y de engañar a los ciudadanos en su soberanía democrática, filtrando y eligiendo aquello que ellos pueden ver, leer o aprender, e intentando justificar ese control ilegítimo sosteniendo, como muchas tiranías lo han hecho, que resulta necesario para proteger la democracia en alguna otra dimensión. La segunda parte, es una máxima de estrategia: supone que la mejor protección contra esa amenaza radica en un exceso profiláctico, esto es, en un principio que prohíba absolutamente al gobierno apelar a esa clase de justificación para limitar el discurso, incluso cuando la legitimidad de dicha apelación parezca obvia. Pero aunque la historia apoya tanto la plausibilidad de ese temor como la sabiduría de uns estrategia semejante, no podemos ya permitirnos el lujo de ignorar los peligros que -particularmente en la era electrónica- con lleva un discurso político completamente desregulado. Debemos comparar el peligro de que una garantía constitucional menos rígida permita a un gobierno ingenioso ocultar a la gente las discusiones e información con los que podría contar, aun si los tribunales estuvieran alerta para prevenir el abuso, con el peligro rival de que una protección más rígica haga que la riqueza y el privilegio tengan un poder repulsivamente antidemocrático, permitiendo que el discurso político resulte tan envilecido como para perde su carácter argumentativo.

Los signos de una decadencia como la puntualizada resultan hoy demasiado obvios como para que sean dejados de lado: nuestra democracia es en parte una democracia en sí misma y en parte una parodia de ella. En las elecciones de 1996 y 1998, los gastos de campaña ascendieron a sumas hasta ese momento increíbles, y los políticos de todos los niveles, incluyendo al presidente y al vicepresidente, fueron obligados a humillarse frente a ciertos donantes ricos. Los políticos continúan llevando a cabo su persistente y agotadora búsqueda de dinero, incluso cuando ellos mismos solicitan el establecimiento de reglas que lo harían innecesario. Para muchos políticos a situación constituye un ejemplo del clásico dilema del prisionero. Cada uno de ellos preferiría que los gastos fueran limitados, pero en la medida en que no lo sean, cada uno deberá luchar para recaudar y gastar tanto como pueda. Los posibles candidatos peor financiados resultan expulsados del terreno de juego en todos los niveles, y aquellos grupos que representan convicciones impopulares entre los ricos no son ni siquiera capaces de comenzar a luchar para la obtención de un apoyo político más amplio. Los funcionarios electos deben comenzar la búsqueda de dinero fresco a la mañana siguiente a su elección, y este esfuerzo intenso y continuo se hace a costa del tiempo que dedican a los asuntos públicos. El dinero que recaudan se gasta bajo la dirección de encuestadores y consultoras que no tienen interés alguno en sus principios o programas, y cuyas habilidades radican sólo en la seducción de los consumidores por medio de cancioncillas, anuncios y declamaciones.

Esto último trae como consecuencia que el discurso político sea el más degradado y negativo del mundo democrático. La participación pública en la política, aun midiéndola por el número de ciudadanos que se molestan en ir a votar, se ha hundido por debajo del nivel en el que podemos sostener, con seriedad, que nos estamos autogobernando. La gente adjudica su propia indiferencia al proceso mismo: hacen refeencia a que el poder del dinero en la política la ha hecho cínica y la vulgaridad de la política televisiva la ha enfermado. El exceso profiláctico que conlleva la apuesta democrática es hoy demasiado costoso en una democracia genuina. Más que cauto, resulta tonto; más que sabio, resulta ciego.

Tenemos entonces poderosas razones para intentar construir una estrategia de protección del discurso político que incorpore algo de la flexibilidad, pero no de los riesgos, de la estrategia equilibradora. La estrategia “discriminatoria” (como voy a llamarla) reconoce este peligro y prohibe cualquier regulación del discurso que dañe apreciablemente tanto a la soberanía como a la igualdad de los ciudadanos. No permite que el gobierno comprometa la soberanía popular prohibiendo a la prensa discutir la vida sexual de los funcionarios, por ejemplo, aun cuando sea altamente plausible que la tercera dimensión de la democracia -el discurso democrático- resulte perfeccionada como consecuencia de esa limitación. Dicha estrategia rechaza como incompatible con la igualdad de los ciudadanos el argumento que, tal como mencioné, sostiene que el discurso sexista o racista debería prohibirse para evitar “silenciar” a los grupos minoritarios o a las mujeres, o para mejorar el carácte del discurso democrático.

En cambio, la estrategia discriminatoria sí permite regulaciones en el discurso político que mejoren la democracia en alguna de sus dimensiones, cuando el defecto que intenta reparar es sustancial y cuando la limitaicón no entraña ningún daño genuino para la igualdad y la soberanía de los ciudadanos. Permite, así pues, establecer límites en los gastos de campaña cuando éstos contribuyan a reparar significativas desigualdades políticas entre los ciudadanos, siempre que dichos límites resulten establecidos en un nivel lo suficientemente alto como para que no reduzcan la crítica al gobierno ni introduzcan ninguna desigualdad, excluyendo a los partidos o candidatos nuevos.

Ronald Dworkin, Virtud soberna, la teoría y la práctica de la igualdad,

En este sentido, el concepto de “ciudadanía social”, tal como Thomas H. Marshall lo concibió hace medio siglo. Desde esta perspectiva, es ciudadano aquel que en una comunidad política goza no sólo de derechos civiles (libertades individuales), en los que insisten las tradiciones liberales, no sólo de derechos políticos (participación política), en los que insisten los republicanos, sino también de derechos sociales (trabajo, educación, vivienda, salud, prestaciones sociales en tiempos de especial vulnerabilidad). La ciudadanía social se refiere entonces también a este tipo de derechos sociales, cuya protección vendría garantizada por el Estado nacional, entendido no ya como Estado liberal, sino como Estado social de derecho.

Es la historia de un concepto que empieza en Grecia hace al menos veinticuatro siglos.

Sin embargo, históricamente ha sido el llamado “Estado de bienestar”, del que hemos disfrutado sobre todo en algunos países europeos, la figura que mejor ha encarnado el Estado social y mejor ha contribuido, por tanto, a reconocer la ciudadanía social de sus miembros. Lo cual ha sido sin duda un gran avance, pero que hoy no deja de tener sus problemas, porque el Estado del bienestar ha entrado en crisis y las críticas que a él se dirigen, como figura histórica, están afectando también a la posibilidad de un Estado social que satisfaga las exigencias de la ciudadanía social.

Ciertamente, satisfacer esas exigencias es indispensable para que las personas se sepan y sientan miebros de una comunidad política, es decir, ciudadanos, porque sólo puede sentirse parte de una sociedad quien sabe que esa sociedad se preocupa activamente por su supervivencia, y por una supervivencia digna, Pero esto, a mi juicio, puede lograrlo un Estado de justicia, no un Estado de bienestar, por eso asistiremos brevemente al nacimiento y desarrollo histórico del Estado del bienestar, atenderemos a sus críticos, y trataremos de mostrar cómo -apesar de todo- sigue siendo posible e irrenunciable proteger los derechos sociales, propios de la ciudadanía social, en un Estado de justicia.

Y no sólo en nuestro país sino en una Europa Social, que debería tener por tarea histórica llevar al nivel cosmopolita la ciudadanía social.
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La publicidad política crítica es, según Habermas, un factor indispensable en una teoría deliberativa de la democracia, como la que él propone, porque sin ella es imposible una democracia auténtica, es decir, radical. La publicidad forma parte de la sociedad civil, igual que en la filosofía de Kant, y representa el elemento mediador entre la sociedad civil y el poder político. Sin embargo, los cambios estructurales sufridos tanto por la sociedad civil como por el poder político nos llevan a modificar considerablemente el concepto de publicidad crítica.

En lo que respecta al poder político, ya no se legitima mediante un hipotético contrato social, sino comunicativamente. No es el soberano quien debe representar la voluntad del pueblo, sino que el pueblo ejerce su soberanía comunicativamente, en el marco de procedimientos aceptados por él, lo cual hace que el poder administrativo haya de legitimarse a través de la comunicación. Y no recurriendo a supuestos tradicionales o autoritarios, sino a argumentos capaces de convencer a los afectados por sus metas y efectos. De ahí que al poder político convenga escuchar a una ciudadanía, que se expresa a través de canales institucionaliados, pero también a través de una opinión pública no institucionalizada.

La opinión pública la componen ahora no únicamente los sabios ilustrados, sino aquellos “ciudadanos cívicos”, que son a la vez “ciudadanos del Estado” y poseen unas antenas especiales para percibir los efectos de los sistemas, ya que son los afectados por ellos. Sobre todo, aquellas redes de ciudadanos capaces de preocuparse, no por intereses grupales o sectarios, sino por aquellas cuestiones que a todos afectan, por aquellas que tocan intereses universalizables.

Ciertamente serán las instituciones las que tomarán las decisiones, y el influjo de la publicidad política se transformará en poder político sólo a través del poder institucional. Pero sólo si los afectados realizan su tarea de percibir los problemas sociales y de elaborarlos de forma que pueda manejarlos el poder institucionalizado será posible una democracia radical. Por eso es necesario que el poder político cree el marco institucional necesario para un espacio público autónomo, garantizado los derechos que hagan posible su desarrollo. Pero la opinión pública crítica es en principio un fenómeno social elemental, una estructura de comunicación enraízada en el espacio social creado por la acción comunicativa. Se trata de un espacio público, construido lingüísticamente, en el que es posible encontrarse con libertad.

De este modo continúa la tradición kantiana de una publicidad preocupada por la res publica, que funciona como “conciencia moral” del poder político, porque le recuerda que debe tomar las decisiones atendiendo a “lo que todos podrían querer”: a intereses universalizables. Y, como en la tradición kantiana, pertenece la publicidad a la sociedad civil. Sin embargo, tres cambios sustanciales al menos se han producido en relación con la publicidad kantiana.

El primero de ellos se refiere al concepto de la “sociedad civil” (Zivilgesellschaft), que ha sufrido una notable variación. La sola expresión indica un cambio considerable con respecto a la “sociedad civil burguesa” (bürgerliche Gesellschaft) caracterizada por Hegel como “sistema de necesidades”, como sistema de mercado del trabajo y del intercambio de mercancías. La “sociedad civil”, por el contrario, no incluye el poder económico, sino que la configuran -según Habermas- aquellas asociaciones voluntarias, no estatales y no económicas, que arraigan las estructuras comunicativas de la opinión pública en el mundo de la vida.

Como en el caso de Gorz, Walzer o Keane, de la sociedad civil forman parte, constituyendo su núcleo, las asociaciones y movimientos que perciben los problemas de los ámbitos privados del mundo vital, los trabajan, y los llevan a la publicidad política. Estas asociaciones forman el sustrato organizativo de aquel público de ciudadanos, que surge de la vida privada y busca interpretaciones públicas para sus intereses y experiencias sociales, y que influye en la formación institucionalizada de la opinión y la voluntad.

En segundo lugar, yendo más allá de Kant, pretenderá Habermas que las exigencias generadas por la opinión pública se institucionalicen, al menos en parte, convirtiéndose en un auténtico poder comunicativo a través del poder político.

Y, por último, los sujetos de esta opinión pública no son, como en el caso de Kant, los sabios ilustrados, sino los ciudadanos, afectados por el sistema político y el económico, que defienden intereses universalizables y colaboran, por tanto, en la tarea de formar una voluntad común discursivamente. Se trata, pues, de un espacio público creado comunicativamente desde el diálogo de quienes defienden intereses universalizables, es decir, en el sentido del principio de la ética discursiva antes expuesto.
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Entrevista a Eduardo Punset.-

En Camboya, Sierra Leona, Honduras, las cosas son diferentes. Bueno a nivel individual las cosas no son tan diferentes, pero si hablamos del “control del poder político” las cosas son muy diferentes. Aquí hemos iniciado la etapa de la liberación hace muy pocos años de la acción, de la opresión, de la losa que ha soportado la humanidad por el ejercicio abyecto del poder político.

O sea cuando se crea la pobreza hace unos veinte mil años con el primer excedente económico, con la creación de la agricultura, cuando se domestican algunos animales se crea el sistema agrario en lugar de ir corriendo cada día con una cesta a buscar la comida se genera un excedente, un extra de riqueza que alguien tiene que administrar. Y estos administradores se convierten en reyezuelos, en sátrapas, que por primera vez ejercen el poder realmente sobre los demás. Con la pobreza nace el poder, el ejercicio del poder.

Bueno países como el que me menciona siguen donde estaban más o menos hace veinte mil años, en este sentido ¿no?

En otros sentidos la situación no es tan distinta.

En la experiencia en la política mantengo tres cosas: una mi entusiasmo por cambiar la ley electoral, la ley d'hont o sistema proporcional; otra por incrementar el número de diputados, me pregunto si le parecen pocos los que ya hay. Y otra por las listas abiertas.

Sí, fue una experiencia muy bonita en la que eran las ganas de reivindicar una participación más directa de la gente en los asuntos del país. Cuando se sale de la dictadura no había partidos políticos, aquello era una broma. La necesidad más urgente era fortalecer a los partidos políticos que son los interlocutores en una democracia. Y entonces se creó el sistema este proporcional de listas cerradas que da un poder enorme a las jerarquías de los partidos políticos y por lo tanto contribuye muy rápidamente a crear los partidos políticos, el poder de los partidos políticos.

La contrapartida es que la gente se queda sin poder.
Y yo sé que esta es una cosa que vendrá en su momento y que se cambiará pero los cambios culturales son muy lentos ¿no?

No estamos entre el psoe y el pp, estamos enfrente. Hay que estar siempre delante de las masas, sin hablar de derechas o de izquierdas, pero no demasiado delante porque si no te encuentras solo y gesticulando. Y yo si he tenido alguna brújula en la vida ha sido ésta.

Y en la vida yo veo que hay demasiada gente que está o demasiado atrás o demasiado adelante. Y te encuentras solo y gesticulando.
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El sistema educativo es muy competitivo y muy poco cooperativo. La vida es competitiva, los machos por las hembras compiten entre ellos.

Pero hay muchos ejemplos de cooperación. La vida se formó con la cooperación en un principio. Me gustaría que nuestras instituciones, partidos políticos no lo olvidaran.
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Hoy sabemos que la felicidad tiene que ver mucho con el amor, la felicidad es la ausencia de miedo, en definitiva, la emoción.

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democracia

La democracia asociativa, las tres dimensiones de la democracia

La primera dimensión de la domocracia asociativa es la soberanía popular, la que implica una relación entre la comunidad o el pueblo en su conjunto y los distintos funcionarios que forman su gobierno. La democracia asociativa exige que el pueblo -y no los funcionarios- gobierne. Los eslóganes revolucionarios que demandaban la igualdad en el nacimiento de la democracia moderna en el siglo XVIII tenían esa clase de igualdad en mente: el enemigo de la democracia, entonces, era el privilegio hereditario o de casta. La concepción mayoritaria también demanda la soberanía popular, pero la define no como una relación entre el pueblo en su conjunto y sus funcionarios, sino como el poder del mayor número de ciudadanos posible para imponer finalmente sus políticas.

La segunda dimensión de la democracia asociativa es la igualdad de los ciudadanos. En una democracia los ciudadanos son, además de colectivamente soberanos, partícipes como individuos en las contiendas que deciden en forma colectiva. Esa igualdad exige que los ciudadanos participen como iguales. La clara importancia de esta dimensión de la igualdad se hizo evidente sólo tardíamente en la historia de la democracia, cuando el hecho de que el pueblo en su conjunto, más que algún monarca o déspota, debía tener el poder final de gobierno dejó de ser una cuestión controvertida. De todas formas, continuó estando poco claro cómo ese poder colectivo debía ser distribuido entre los ciudadanos individualmente, esto es, a quién debía permitírsele votar y hablar en los distintos procesos a través de los cuales las decisiones políticas colectivas eran adoptadas y se formaba la opinión pública y la cultura Existe hoy un acuerdo en las democracias modernas en cuanto a que, en principio y con muy pocas excepciones, todos los ciudadanos maduros deben tener un impacto igual en cuanto al voto. La concepción mayoritaria de la democracia insiste en la igualdad de sufragio porque sólo de esa forma puede esperarse que las elecciones midan la voluntad de la mayor cantidad de ciudadanos. La concepción asociativa también insiste en la igualdad de sufragio, pero requiere que los ciudadanos sean iguales no sólo como jueces del proceso político, sino también como participantes en él. Esto no significa que cada ciudadano deba tener la misma influencia sobre las opiniones de los otros ciudadanos. Es inevitable y aun deseable que algunos tengan mayor influencia, ya sea porque sus voces resultan particularmente convincentes o emotivas, porque son especialmente admirados, porque han dedicado sus vidas a la política y al servicio público o bien porque han construido sus carreras en el seno del periodismo. La especial influencia que se gana en alguna de las formas enunciadas no es en sí misma incompatible con la concepción asociativa de la democracia.

En una sociedad con una enorme desigualdad de riqueza y de otros recursos, algunos ciudadanos tendrán una oportunidad mucho mayor de ocupar cada una de estas posiciones de encumbrada influencia sólo porque son más ricos y esto es, de hecho, un insulto a la igualdad de los ciudadanos. Pero no podría ponerse fin a esta desigualdad más general sino a través de una vasta redistribución de la riqueza y de lo que ella conlleva. La desigualdad más específica que otorga influencia a los ricos sólo porque ellos pueden hacer frente a grandes contribuciones en favor de políticos podría ser llevada a su fin -o minimizada- a través del simple expediente de los límites impuestos a los gastos.
(Al contrario, la democracia no podría triunfar en su tercera dimensión, la que será introducida en el párrafo siguiente, si no favoreciera una influencia especial en al menos algunos de estos ámbitos). Pero la democracia asociativa resulta menoscabada cuando ciertos grupos de ciudadanos no tienen ninguna (o tienen sólo una profundamente disminuida) oportunidad de luchar a favor de sus convicciones, porque carecen de los fondos necesarios para competir con donantes ricos y poderosos. Nadie puede considerarse plausiblemente a sí mismo como socio en la empresa de autogobierno cuando queda fuera del debate político a causa de su incapacidad para ahcer frente a un derecho de admisión grotescamente alto.

La tercera dimensión de la democracia es el discurso democrático. La acción genuinamente colectiva requiere interacción: si el pueblo va a gobernarse colectivamente, de una manera que haga a todos y cada uno de los ciudadanos socios en la empresa política, entonces éstos deben deliberar juntos como individuos antes de actuar colectivamente, y la deliberación debe centrarse en razones a favor y en contra de esa acción colectiva, de manera que los ciudadanos que sean derrotados en una cuestión puedan estar satisfechos de haber tenido la oportunidad de convencer a los demás -pese a no haber tenido éxito en su intento-y no sentir que meramente han sido sobrepasados numéricamente. La democracia resulta incapaz de proporcionar una forma genuina de autogobierno si los ciudadanos no son capaces de dirigirse a la comunidad en una forma y en un clima que fomenten la atención a los méritos de lo que dicen. Si el discurso público es restringido por la censura, o sólo intenta distorsionar u oscurecer lo que las otras dicen, entonces no hay autogobierno colectivo ni empresa colectiva de ninguna clase, sino sólo un mero recuento de votos equiparable a una guerra.

Esta breve reseña de la democracia asociativa constituye, por supuesto, una triple idealización. Ninguna nación ha logrado -ni podría lograr- un control perfecto de sus funcionarios por parte de sus ciudadanos, una igualdad política perfecta entre éstos ni un discurso político no contaminado por la irracionalidad. Los Estados Unidos no cuentan con una soberanía popular completa, pues su gobierno cuneta todavía con amplios poderes para mantener en la oscuridad lo que no desea que nosotros, como ciudadanos, conozcamos o sepamos. Por su parte, no gozamos de una igualdad completa porque el dinero, que está injustamente distribuido, tiene una influencia demasiado grande en la política. Ni siquiera tenemos un discurso democrático respetable, ya que nuestra política se encuentra más cerca de la guerra que he descrito anteriormente que de una discusión cívica. No obstante, debemos tener ese ideal tripartito en mente al juzgar, como debemos hacer ahora, cuál es el papel que, según la concepción asociativa, puede ser sensatamente asignado a la Primera Enmienda para el perfeccionamiento de la democracia a fin de lograr por lo menos acercarla un poco más al inaccesible modelo puro mencionado.

Ronald Dworkin, Virtud soberana, la teoría y la práctica de la iguadad.

Libertad de expresión en una democracia asociativa

Para la concepción asociativa, cada una de las tres dimensiones de la democracia de una nación se encuentra afectada por los arreglos constitucionales y legales que aquélla diseña para incentivar y proteger el discurso político. La soberanía popular demanda que el pueblo -y no los funcionarios- tenga el poder final de gobierno. Pero si a los dirigentes se les permite castigar las críticas de sus decisiones tipificándolas como “sedición”, impedir la publicación de información que podría dar lugar a dichas críticas o prohibir nuevos partidos o periódicos que podrían sacar a la luz sus errores o crímenes, entonces el pueblo no es quien manda, o no lo es completamente. Por lo tanto, una estructura constitucional que garantice la libertad de expresión contra la censura oficial protege a los ciudadanos en su papel democrático como soberanos.

La libertad de expresión ayuda también a proteger la igualdad de los ciudadanos. Resulta esencial para la asociación democrática que éstos sean libres, en principio, de expresar cualquier opinión relevante que tengan, sin importar si dichas opiniones son rechazadas, odiadas o temidas por otros ciudadanos. Una buena parte de la presión a favor de la censura en las democracias contemporáneas no está generada por un intento oficial de mantener ciertos secretos lejos de la gente, sino por el deseo de una mayoría de ciudadanos de silenciar a otros cuyas opiniones detestan. Ésta, por ejemplo, es la ambición de los grupos que desean que las leyes prohíban marchar a los neonazis o desfilar a los racistas dentro de sus sábanas blancas. Pero dichas leyes desfiguran la democracia, porque si una mayoría de ciudadanos tiene el poder de negar a un conciudadano el derecho de hablar cuando considere que sus ideas resulten peligrosas u ofensivas, entonces éste no es un igual en la competición argumentativa por el poder. Debemos permitir que todos los ciudadanos que se encuentran obigados por nuestras leyes tengan una voz igual en el proceso que las produce, aun cuando tengamos razones para detestar sus convicciones o cuando sacrifiquemos nuestro derecho a imponer nuestras leyes sobre ellos. La libertad de expresión pone en juego ese principio, protegiendo así la igualdad de los ciudadanos.

Algunas personas sostienen que la expresión de opiniones ofensivas contra una raza, grupo étnico o género -lo que usualmente se denomina “discurso de odio”- menoscaba en sí misma la igualdad de los ciudadanos, porque no sólo ofende a los individuos que constituyen sus blancos, sino que también daña su propia capacidad de participar en la política como iguales. Se dice, por ejemplo, que el discurso racista “silencia” a las minorías raiales a las que se dirige. La fuerza empírica de esta generazliación es incierta: resulta poco claro cuán grande resulta e impacto de un discurso semejante y sobre quién recae. Pero en cualquier caso sería una visión equivocada de la igualdad de los ciudadanos, así como de la concepción asociativa de la democracia en general, suponer que el hecho de permitir una libre circulación de opiniones políticas, inclsuo de aquellas psicológicamente dañinas, ofende a la igualdad en cuestión. Dicha igualdad no puede exigir que los ciudadanos sean protegiso por medio de la censura de aquellas creencias, convicciones o juicios que dañan su propis opinión de sí mismos o que les hace más difícil captar la atención hacia sus puntos de vista en una competencia política que de otro modo resultaría justa. No podríamos generalizar un derecho a una protección semejante -un cristiano fundamentalista, por ejemplo, no podría ser protegido de esta forma- sin prohibir también el discurso o la expresión de opiniones. Debemos atacar colectivamente el prejuicio y la parcialidad, pero no de esta forma.

No obstante, la igualdad antes mencionada requiere que los diferentes grupos de ciudadanos no resulten desaventajados en sus esfuerzos por captar la atención y el respeto a favor de sus puntos de vista por una circunstancia tan lejana del valor de una opinión o un argumento, o de las fuentes legítimas de influencia, como la riqueza. La experiencia ha demostrado -y nunca tanto como en las elecciones recientes- que el éxito político de cualquier grupo está tan directamente relacionado con la magnitud total de sus gastos, particularmente en la televisión y la radio, que este factor oscurece a otros a la hora de dar cuenta de aquél. Éste es el núcleo del argumento democrático a favor de los límites impuestos a los gastos en las campañas políticas. La conexión entre la libertad de expresión y la tercera dimensión de la democracia -el discurso democrático- resulta también compleja. Ciertas regulaciones de las expresiones que un gobierno podría estar tentado a adoptar, incluyendo las leyes que limitan los poderes de investigación de los medios, dañarían el discurso democrático al negarle información y diversidad. Pero la degradación de nuestro discurso público en virtud de la existencia de anuncios políticos tontos, que no ofrecen argumentos, sino sólo eslóganes y cancioncillas repetitivas, también compromete el carácter argumentativo del discurso, y ciertas formas de regulación indirecta del mismo, tal como la última propuesta de mi lista, podrían ayudar a prevenir ese daño.

La conexión entre una garantía constitucional a favor de la libertad de expresión y la calidad de una democracia asociativa en sus diferentes dimensiones resulta, entonces, complicada y delicada. Si fuéramos a construir una garantía semejante como parte de una nueva Constitución, tendríamos que elegir entre tres estrategias: la apuesta democrática que describí antes; una aproximación “equilibradora” que permitiera regulaciones del discurso político que dañasen la democracia en una de sus dimensiones pero la beneficiaran en otra, cuando se considera que el efecto combinado iba a redundar en una mejora general de la democracia, o bien una aproximación más discriminatoria que combinara elementos de cada una de estas dos estrategias.

¿Podríamos admitir una aproximación “equilibradora” que permitiera llevar a cabo una serie de regulaciones que dañaran la democracia en su conjunto? La justificación de un balance semejante podría parecer, en abstracto, sólida. Una garantía de la libertad de expresión no puede, en ningún caso, ser absoluta: no podemos prohibir aquellas regulaciones razonables que resulten necesarias para proteger la seguridad nacional o, quizá, la reputación privada. Podríamos, además, estar dispuestos a apoyar otro tipo de regulaciones por razones menos urgentes: posiblemente permitiríamos ciertas restricciones de “tiempo y lugar”, como las que prohíben el uso de vehículos propagandísticos con megafonía durante la noche. Si limitaciones como éstas resultan aceptables, puesto que sirven a un propósito útil y no menoscaban la democracia en su conjunto, ¿por qué no podmeos hacer excepciones en favor de otras regulaciones que de hecho la mejoran en su conjunto?
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El problema es cuando el dualismo trabajo e interacción pasa a segundo plano, por la creciente disposición técnica, al no existir ya dialéctica se produce una cosificación de la conciencia.

Y cuando esta apariencia se ha impuesto con eficacia, entonces el recurso propagandístico al papel de la ciencia y de la técnica puede explicar y legitimar por qué en las sociedades modernas ha perdido sus funciones una formación democrática de voluntad política en relación con las cuestiones prácticas y puede ser sustituida por decisiones plebiscitarias relativas a los equipos alternativos de administradores.

Las sociedades industriales avanzadas parecen aproximarse a un tipo de control del comportamiento dirigido más bien por estímulos externos que por normas.
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racionalidad estratégica y dirigida hacia fines.-
Justamente porque la marcha de la historia no puede ser predicha ni en pronósticos “incondicionados” ni “condicionados”, las personas necesitan objetivos a largo plazo que puedan apoyar en todo momento. Me parece que estos objetivos no deben ser inferidos de “imperativos sistemáticos” funcionales -por ejemplo, de política del poder o económicos- porque a través de ellos tendencialmente los sujetos humanos de la acción son degradados a meros medios. Naturalmente, en una “ética de la responsabilidad”, las personas transitoriamente tienen que transformarse también en abogados de la racionalidad funcional de los “sistemas”: pues manifiestamente la supervivencia de la comunidad real de comunicación humana depende de la autoafirmación de sistemas sociales funcionales. Pero el desarrollo a largo plazo de aquella racionalidad consensual-comunicativa que -desde el surgimiento del lenguaje y del pensamiento- está dada en el mundo de la vital de todos los hombres y que caracteriza el objetivo por lo menos del entendimiento no violento sobre fines y objetivos, tiene que conservar prioridad teleológica frente a una “colonización del mundo vital” a través de estructuras y mecanismos y de conducción tendencialmente anónimos de la llamada racionalidad sistemática.

Se trata aquí de la complementación de la norma básica ética de la racionalidad discursiva a través de un principio de racionalidad estratégica, que a su vez se encuentra bajo un telos ético. La necesidad de una tal complementación de la racionalidad estratégica, que a su vez se encuentra bajo un telos ético. La necesidad de un tal complementación de la racionalidad teleológica discursiva con la racionalidad estratégica resulta de la circunstancia de que todavía no es posible solucionar todos los conflictos entre las personas (sus sistemas de autoafirmación, cuasinaturales) a través de discursos prácticos. Con todo, nuestra época está caracterizada por la circunstancia -en modo alguno evidente- de que casi todas las empresas primariamente estratégicas de comunicación (por ejemplo, las egociaciones comerciales y políticas) de mayor importancia deben por lo menos, pretender ante el pñublico satisfacer las normas procesales de un discurso sobre los intereses de todos los afectados. Es, por así decirlo el excedente estratégico -ante el público en gran medida silenciado- más allá de las normas procesales de la racionalidad discursiva, que es subordinado también a un telos ético a través de la exigida estrategia ética a largo plazo.

Por el contrario, los cambios producidos en el marco institucional, en la medida en que derivan de forma inmdiata o de forma mediata de nuevas tecnologías o de perfeccionamientos de estrategias (en los ámbitos de la producción, del intercambio, de la defensa, etc.) no han asumido la misma forma de adaptación activa. Por lo general esas mutaciones siguen el modelo de una adaptación pasiva.

No son el resultado de una acción planificada, racional con respecto a fines y controlada por el éxito, sino producto de una evolución espontánea. Sin embargo, esta desproporción entre adaptación activa por un lado y acomodación pasiva por el otro, no pudo venir a la conciencia mientras la dinámica de la evolución capitalista quedó encubierta por las ideologías burguesas. Sólo con la crítica de las ideologías burguesas aparece esa desproporción abiertamente ante la conciencia.

Esto quiere decir, entre otras cosas, lo siguiente: en el plano del discurso la racionalidad estratégica de la acción , racionalidad con la cual los hombres, como sistemas individuales de autoafirmación y como miembros de sistemas sociales de autoafirmación, persiguen sus intereses también en el contexto de la acción comunicativa, debe ser separada de la racionalidad consensual-comunicativa. Esta separación forma parte de las condiciones normativas del discurso argumentativo, que debemos haber reconocido necesariamente; pues podemos comprender a priori que, por ejemplo, no podríamos resolver nuestro actual problema de la fundamentación de la Ética negociando abiertamente (es decir, por ejemplo, intercambiando ofrecimientos y amenazas) ni intentando persuadirnos mediante el uso estratégico el lenguaje.

(En esto se diferencia la retórica buena de la mala, y las llamadas “estrategias de la argumentación” están naturalmente, a priori, al servicio de la investigación consensual-comunicativa de la verdad).
Por tanto, nosotros no somos, en efecto, como argumentantes, idénticos sin más a los hombres cuyos intereses pueden entrar en conflicto y hacen necesario algo así como normas morales, cuya función posible condicionan. Como argumentantes que cooperan en la busca de la verdad nos encontramos a una distancia reflexiva respecto de la autoafirmación propia del mundo de la vida. Esto parece hablar en favor de la tercera objeción.
Pero aquí hay que considerar lo siguiente: la función de discurso argumentativo serio no es la de un mero juego, sino que consiste precisamente en resolver auténticos problemas del mundo de la vida, por ejemplo, el de arreglar sin violencia conflictos entre individuos o grupos. Pues una resolución pacífica de conflictos es posible sólo si se mantiene la comunicación entre los hombres orientada hacia un entendimiento, (comunicación que reposa ya siempre en la fuerza cohesiva de las pretensiones de validez), y si se la mantiene como una comunicación tal, que esté separada del comportamiento estratégico; y esto quiere decir: si se la mantiene como discurso argumentativo acerca de la propiedad que tienen las pretensiones de validez de poder ser satisfechas.

(Hay que advertir aquí especialmente que el arreglo de un conflicto mediante negociaciones estratégicas no está libre de violencia, puesto que puede contener amenazas de violencia; precisamente por eso no puede producir decisión alguna sobre la propiedad que tienen las pretensiones de validez de poder ser satisfechas. Hay que diferenciar bien de ello la posibilidad y necesidad de resolver mediante compromisos justos, conflictos entre pretensiones de validez que no reposan en intereses universalizables).

Para la relación del discurso argumentativo con los problemas de importancia moral propios del mundo de la vida, es esencial que hayamos reconocido ya, necesariamente, también precisamente la función (que acabamos de indicar) que el discurso argumentativo desempeña en la vida, cuando hay una argumentación seria.

¿No hemos reconocido ya, con ello, que las normas del discurso ideal deben establecer el principio ideal operacional para la fundamentación de las normas morales destinadas al mundo de la vida?
La función del discurso argumentativo "serio" no es la de un "mero juego", sino que consiste precisamente en resolver auténticos problemas del mundo de la vida, por ejem. el de arreglar sin violencia conflictos entre individuos o grupos; es una estrategia a priori al servicio de la investigación consensual-comunicativa de la verdad.
Ocurre algo parecido con la estrategia fundamental de la pragmática trascendental respecto al posible ámbito de validez del principio del falibilismo: en mi opinión, una filosofía cuidadosa y autocrítica debiera ponerlo tan lejos como fuera posible, lo cual significa tan lejos como sea posible sin superar el sentido del principio de falibilismo, es decir, la verdad necesaria de las presposiciones semánticas y pragmáticas que están implicadas en él. Investiguemos, pues, desde este punto de vista, la posición del racionalismo pancrítico.
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Habermas mostro concluyentemente en mi opinion que todo caso de uso del lenguaje estrategico encubierto puede entenderse como parasitario con respecto al uso del lenguaje orientado por pretensiones de validez y su fuerza social vinculante. No obstante esta respuesta no me parece suficiente en ninguna de sus dos partes.

En su primera parte resulta insuficiente en la medida en que Habermas querría conseguir la fundamentacion de laspretensiones de validez virtualmente universales de las normas sociales en el nivel del discurso argumentativo, remitiendo en ultimo termino a la necesidad funcional de las normas en el mundo de la vida. Pero en el mundo de la vida -mas exactamente en las forma de vida socioculturales fácticamente existentes- no sólo funcionan normas sociales totalmente distintas e incompatibles; mas alla de esto funcionan tambien como siempre solo bajo la forma de compromisos con la forma estrategica de coordinacion comunicativa de la accion (Habermas). Estas pequeñas indicaciones bastan, en mi opinion, para mostrar como una petitio principii en el intento de fundamentar la validez de las normas sociales recurriendo a su funcion en el mundo de la ivda. Con todo, es cierto que Habermas señala a las pretensiones de validez virtualmente universales ya presentes en los actos comunicativos del mundo de la vida. Pero no es posible fundamentar esa pretension por medio de una referencia a si misma; antes bien, tendriamos que poder referirnos al reconocimiento necesario de determinadas normas validas universalmente. Esto nos lleva a la segunda parte de la respuesta de Habermas.
En la segunda parte de la respuesta, Habermas efectivamente ha demostrado que, con respecto a los casos en que se da un compromiso fáctico entre el uso del lenguaje orientado por pretensiones de validez y el encubiertamente estratégico, los hombres han reconocido siempre ya implicitamente la prioridad del uso de lenguaje orientado por pretensiones de validez. Esto lo muestran mediante su modo de actuar: porque precisamente llevan a cabo sus sugerencias estrategicas -aun cuando solo se trate del afan, casi nunca ausente, de sobresalir o del cuidado de la propia imagen- sólo de forma encubierta, por ejemplo: cuando buscan persuadir, fingen a la vez querer convencer. Hasta ese punto, el argumento del parasitismo efectivamente funciona. Sin embargo este argumento no se puede aplicar desgraciadamente con relacion al uso del lenguaje abiertamente estrategico est es al ambito ya mencionado de las negociaciones “duras” -politicas y economicas-. Pues en estos casos el hablante no muestra, en modo alguno, mediante su modo de usar el lenguaje que haya reconocido ya siempre la prioridad de a forma de comunicación orientada por las pretensiones de validez. Antes bien, se mantiene abierto al punto de vista del poder y precisamente por eso puede servirse del lenguaje orientado al entendimiento en el sentido de Habermas.
Mas exactamente las amenazas y los ofrecimientos en el marco de las negociaciones no estan orientadas al entendimiento sino orientados al éxito en la medida en que no
presuponen ni emplean la capacidad de consenso de las pretensiones de validez normativas. Pero emplean un lenguaje orientado al entendimiento en la medida en que de hecho hacen uso de pretensiones de sentido y de verdad (estas ultimas empiricamente desempeñables). En esa medida son actos de habla abiertamente estrategicos y no permiten la critica del argumento del parasitismo que se dirige contra el uso del lenguaje, no quieren conseguir el efecto perlocucionario por medio de la persuasion sino obtenerlo abiertamente por la fuerza desde luego dejan al criterio del destinatario el juicio y la aceptacion de lo dicho, pero no le dan ninguna posibilidad de juzgar pretensiones de validez normativas, sino que apelan a razones sólo en el sentido de la racionalidad estratégica. Dicho brevemente aquí nos las vemos con una forma de comunicación racional y oritada al entendimeinto que ignora la validez y las normas morales necesitadas de consenso.
Ahora bien ¿estamos con esto ante una aporía definitiva de la concepcion pragmatico-universal que explica el significado ilocucionario en términos de pretensiones de validez? ¿Tendremos acaso que dar la razón a ese neo-nietzscheanismo presente en el postestructuralismo frances -por ejemplo en Foucault y su escuela- que equipara los discursos con prácticas de poder?
En mi opinion ese no es en absoluto el caso. Sólo que ahora ya no podemos seguir asustandonos ante la -aparentemente tan asoterica- radicalizacion pragmatico-trascendental de la pragmatica del lenguaje. Con respecto a la segund aparte de la respuesta de Habermas, ahora son precisas las siguientes consideraciones complementarias:
Aquel que se mantiene abierto al punto de vista del poder -por ejemplo, en negociaciones “duras”-, ya no necesita reconocer la prioridad de al fuerza ilocucionaria de los actos de habla orientada por pretensiones de validez en cuanto que renuncia a argumentar a favor de su punto de vista. Pero en esa medida la pregunta de si tambien los actos de habla abiertamente estrategicos son parasitarios con respecto a aquellos que presuponen el entendimiento sobre pretensiones de validez normativas no puede decidirse en absoluto en ese plano y la ignorancia de las pretensiones de validez mediante la adopcion del punto de vista del poder no puede contar como un argumento. E inversamente tan pronto como un participante en una negociacion se aventura a argumentar sobre pretensiones de validez, es decir, tan pronto como un participante en una negociación se aventura a argumentar sobre pretensiones de validez , es decir, tan pronto como quiera saber quien tiene razon estara ya reconociendo implicitamente la igualdad de derechos de los participantes en la argumentacion y con ello una parte de las normas morales fundamentales de una
comunidad ideal de argumentacion. (Otra parte en que aquí no necesito entrar reside en la norma fundamental de la responsabilidad slidaria que los argumentantes tienen de solucionar problemas que vayan surgiendo, reconocida implicitamente en el preguntar en serio). En esa medida tal participante reconoce tambien naturalmente la prioridad de la comunicación orientada por pretensiones de validez normativas y más alla de eso un principio etico para la comprobacion argumentativa de las pretensiones morales de validez. Dicho con otras palabras la intuicion fundamental de la segunda parte de la respuesta de Habermas a nuestro problema -el argumento del parasitismo- se demuestra correcta, con relacion a los actos de habla abiertamente estrategicos ciertamente no de modo inmediato refiriendonos a las implicaciones de esos actos de habla pero si refiriendonos a la deficiencia de esos actos en el nivel del discurso argumentativo.

Puesto que el discurso argumentativo es metódicamente irrebasable para quienes desean saber quien tiene razon (¡y quienes filosofan han decidido ya siempre que desean saber quien tiene razon y esto por medio de argumentos y no pongamos por caso mediante violencia o negociando!) se sigue que hemos descubierto mediante el recurso reflexivo a las presuposiciones del discurso argumentativo tambien un principio para la fundamentacion ultima de la validez universal de las pretensiones de validez de los actos de habla: Como fundadas ultimamente pueden valer las normas que, en el plano del discurso argumentativo sobre pretensiones de validez no puedan ser negaas sin autocontradiccion performativa -y justamente por eso no puedan ser fundamentadas por medio de inferencia lógica (deductiva o inductiva).
Con ello, proporcionamos una complementacion pragmatico-trascendental a la primera parte de la respuesta de Habermas a nuestra cuestion. Ya no necesitamos sugerir en la forma de una petitio principii que las pretensiones de validez virtualemente universales del habla humana tengan una fundamentacion suficiente en sí mismas o en su funcion dentro del mundo de la vida; antes bien podemos admitir con os movimientoss de Ilustracion -desde los sofistas griegos hasta Nietzsche y Foucault-, su cuestionamiento radical.

Podemos convencer al escéptico y al relativista tanto tiempo como argumente de que el necesariamente ha reconocido siempre ya como ser linguistico argumentante, el fundamento de la validez intersubjetiva de cadsa una de las tres pretensiones de validez que constituyen la fuerza ilocucionaria de los actos de habla -esto es: el fundamento de la pretension de verdad, de la pretensionde veracidad y de la pretension de rectitud normativa.
(Complemento para los escepticos mas precavidos, de que el esceptico se niegue a argumentar no se sigue ninguna aporia de la fundamentacion argumentativa. Se sigue unicamente que el esceptico no puede seguir conversando y que ahora sólo quienes sí argumentan pueden seguir proponiendo pensamientos -eorías, hipotesis- sobre el esceptico por ejemplo la suposcion de que el esceptico quiere con ello evitar una posible refutacion o -en un caso realmente grave- el temor de estar ante un caso de desesperacion existencial o de trastorno patologico de la competencia comunicativa).
Hasta aquí con respecto a la fundamentacion pragmatico-trascendental de la explicacion del significado ilocucionario en terminos de condiciones de validez. John Searle a quien está dedicada esta investigacion ya nos previno en Speech Acts de la ivresse des grands prfounders. Tendrá que disculpar al autor de este trabajo que haya intentado clarificar el alcance de la teoria de los actos de habla por medio de una retrascendentalizacion (tambien rorty tendra que perdonarme). La interpretacion
pragmatico trascedental de la teoria de los actos de habla no significa desde luego ningun retorno a la filosofia de la conciencia trascendental y sus funciones de constitucion del mundo (desde Kant hasta husserl). Sólo continua en pie la pregunta kantiana por las condiciones de posibilidad de validez. Pero la respuesta a esta pregunta se trasnfiere a la reflexion sobre las funciones del lenguaje, así como la pregunta misma se lleva a cabo como reflexion sobre las condicines de la validez de la argumentacion filosofica actual.

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Karl-Otto Apel, Semiotica trascendental y filosofia primera

















This is the history of intolerance: groups of minorities trying to get the power over the people.

History only shows that minorities were persecuted by other minorities with more power.

Ashalynd (A Lord Daven le gustó esto)
@somesheep @davengeo I see a possible misunderstanding here. Isn't democracy a system which is supposed to protect everybody's rights?
hace 11 horas de Twitter - Comentar - Me gusta - Compartir - Ocultar
A Lord Daven le gustó esto
...and the constitution of any democracy should include the human rights treatise. Human rights protect singularity and dignity. - Lord Daven





interesting thought, and then these minorities also managed to make the majority approve the persecution

the question is how are you going to ensure these rights?..
hace 10 horas de Twitter - Comentar - Me gusta - Compartir - Ocultar
with constitutional laws and equal justice for everybody. Constitutional laws cannot be revised in polls. - Lord Daven






yo tengo la impresión de que no me escucha nadie/ es otra dimensión mísera e insoportable.

hágase en nosotros vuestra voluntad, lo hemos decidido por unanimidad/ válgame santa democracia;)
es de poca fe, sólo mira lo que ve/ no le conviene tanto sobresalto/hay que evitar el revés;) - sylphide * (modificar | eliminar)
hay que procurar salir de la maleza/ fraguando una base esencial/ hay que descubrir la luz en la tristeza/ sacando brillo al lagrimal;) - sylphide * (modificar | eliminar)
subliminan ira/ insinúan ruina/ apalancan mentes/ provocan salidas sin redención/amordazan sueños;) - sylphide * (modificar | eliminar)







he venido a presentar mi dimisión/ a ellos no le valen cuentas/ otras veces te la ponen a capón/ lo malo es ni darse cuenta;)






que dislexia fenomenal del entendimiento/ que espesura y densidad - sylphide * (modificar | eliminar)






cada dia me duele más el pecho/ saber que luchabas en balde ...muchas veces/ jugar en terreno de nadie ...cuantas veces/ prisionero del disparate/ echar las campanas al aire ...tantas veces;) - sylphide * (modificar | eliminar)

nada les disgusta ni apremia ni asusta/ y no se inmutan cuando les insultan/ son máquinas /síntoma de asepsia brutal;) - sylphide * (modificar | eliminar)
tarde mal y nunca sin una disculpa/ por imperativo legal/ vástago sumiso y lineal;) - sylphide






duele pensar en quienes de viva voz/desdicen sus gestiones sin dignidad;) - sylphide * (modificar | eliminar)
duele pensar en limpios de condición/ con la ilusión fingida de libertad;) - sylphide * (modificar | eliminar)
poniéndole trincheras al corazón/que dibujan fronteras de soledad;)
sólo solicito, sufrago y remito,/ por un delito escrito en el codigo penal:)son máquinas, yo tan solo de carne y hueso;)





se te ocultan y a veces te apuntan en la liga criminal;) - sylphide * (modificar | eliminar)
sylphide son máquinas, ¿les voy a perdonar por eso?





democracia




If the people cannot imagine it, it's time to think about it. Radical democracy is a new social contract without representives





I'm sure nobody wants this level of democracy for ever, excepting the main parties




europe is vanished with these politicians. As veterans in history we must change democracy to the next level.
all these areas are part of the executive power. Representatives operates in legislative power.




minorities doesn't need protection because nobody threat them. This is a mantra







economía
Hay varias razones por las que esa vía para el enriquecimiento de un país es mucho menos factible ahora que antes. Los cambios se deben en parte a innovaciones en el producto (nuevos productos) tienden a crear una competencia imperfecta y salarios más altos, las innovaciones en el proceso (nuevas formas de producir viejos productos) tienden a fomentar la competencia de precios y presiones sobre los salarios. La tecnología de la información como innovación en el producto propicia en Microsoft salarios altos y elevados beneficios, pero cuando se utiliza esa misma tecnología en los hoteles y líneas aéreas, el resultado son márgenes más estrechos para los hoteles de Venecia y la Costa del Sol y salarios reales más bajos para las azafatas de la líneas aéreas.

La franquicia descentralizada en lugar de la propiedad centralizada disminuye el poder de los trabajadores porque hay muchos patronos distintos con los que negociar.

Son modificaciones paralelas en el “sesgo” del cambio tecnológico, que prefiere sustituir la economía de escala en el ámbito de economías multilocalizadas.

Cualquier capitalista medianamente avispado entiende que conceder un aumento salarial a sus empleados no le supondrá un gran problema mientras esté seguro de que sus competidores tendrán también que hacerlo. Los capitalistas realmente ilustrados entienden que un nivel salarial elevado aumentará también la demanda de su propios productos, y con ello sus beneficios.


No sé si realmente es el cambio tecnológico o el nivel salarial lo que está detrás de ese poder de localización múltiple de sus tiendas y de las franquicias.

Pero hago mención a ello, aparte tú te haces corresponsable de la personalidad propia y de la creatividad de un genio, que sin duda crea una marca. Lo cierto es que esto hoy día no sé si es una cualidad (aunque sea triste) o un rango para ascender en el mercado, tal vez no aquí en España y sí en el exterior, sobre todo en los mercados más potentes de los países ricos. Por eso él habla de esa idea de hacerse más potente en la competencia externa.



Muchos saludos.



























Si España comienza a desindustrializarse por la aparición de un “libre comercio” hacia otros países, empezaremos a formar parte de la cola de los recientes integrados países del Este en la Comunidad europea, y empezará a crecer nuestra bolsa de desempleo, en un patio trasero de Europa.
Los países que consiguen prevalecer en las explosiones de productividad -como Irlanda en la tecnología de la información y Finlandia en los teléfonos móviles- experimentan un fuerte aumento de los salarios reales. Pero aquí con el sector automovilístico tenemos un problema y es que no forman parte de un nuevo producto, ni de una explosión de productividad.
Se ha desvanecido también el modelo de producción, alejando el modo de producción del siglo XXI del siglo XX fordista. Las industrias automovilisíticas nacieron en un sistema basado en la nación, que era quien los fabricaba y protegía con su industria, y despues esa tecnología otros países la copiaban aunque la economía de escala fue la que propugnó que se pudiera alcanzar una mayor difusión.
La protección sin embargo de la propiedad intelectual en los productos de las nuevas tecnologías que están preotegidas al comercializarla, y la creciente proporción de artículos patentados en el comercio mundial profundizará inevitablemente la brecha económica entre países ricos y países pobres, y en el sector del automóvil no pasa lo mismo porque no tienen esa protección pero la economía de escala es la que lo sostiene y solamente se pueden producir en determinados sitios.
La combinación de la producción en masa fordista con un sector industrial primordialmente basado en la nación creó condiciones únicas para subir los salarios reales gracias también al poder sindical. Esto tiene que ver con un factor que los economistas manejan muy mal: el poder económico y político.
Hoy día sin embargo, con la produción de China y Vietnam se han producido modelos en que a salarios más bajos se ha creado una producción mayor e igualmente competente, y esto influye sin duda en el sector del automóvil.
Pero si aquí no nos especializamos en coches, porque la economía de escala hoy día está basada en países que ofrecen sueldos más bajos, y tampoco nos podemos especializar en microsoft como otros países ricos porque hay una serie de patentes o copyrights que lo protegen, entonces si esas actividades que son las que producen la riqueza no emergen hacia nuestra economía, ¿qué nos queda?
¿Desindustrializarnos?, ésa es una de las bases de nuestra economía, y la combinación con los otros sectores, y si el sector de la construcción también se desmantela, que era la fuente de nuestra auténtica riqueza, la que nos hizo crecer¿qué nos queda?
Y ¿en qué sentido van a acabar esas negociaciones con el sector de la economía automovilística, de la General Motor? ¿Escucharán los intereses españoles? Se dice que llegará el acuerdo, pero a favor de quién.
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Además de ridiculizar la ingenua creencia de que el libre comercio puede dar lugar a la armonía, el filósofo Friedrich Nietzsche también identificó un nuevo elemento, a añadir al trueque y la innovación, que distingue a los seres humanos del resto del reino animal: los humanos son los únicos animales capaces de hacer y mantener promesas. Esta concepción plantea la necesidad de instituciones, normas y rutinas, leyes y reglas, incentivos y sanciones, ya se trate de expectativas que una sociedad acuerda compartir o reglas formales respaldadas por represalias para quienes no se someten a ellas. El propio mercado es en realidad una institución de ese tipo, a la que se permite funcionar pero está restringida por cierto número de reglas formales e informales. Sin embargo, en la economía moderna tales instituciones suelen darse por supuestas. Después de los escritos de Francis Bacon a principios del siglo XVII los autores de tratados de economía creyeron durante mucho tiempo que las instituciones reflejaban el modo de producción de cualquier sociedad. Actualmente el Banco Mundial tiende a darle la vuelta a esa concepción, y pretende explicar que la pobreza que existe en determinados países es consecuencia de la carencia de instituciones, obviando las importantes relaciones entre modo de producción, tecnología e instituciones.
~



Ya se ha ido el chico japonés, cuando se ha ido me he quedado triste y solitaria.

La paradoja histórica que cabe detectar en todo esto es que es precisamente durante los periodos en que las nuevas tecnologías están cambiando sustancialmente la economía y la sociedad -como el vapor en la década de 1840 y la tecnología de la información en la de 1990- cuando los economistas dan nuevo pábulo a las teorías basadas en el comercio y el trueque en las que la tecnología y los nuevos conocimientos no tienen lugar. Cabría decir, haciéndose eco de Friedrich List que confunden al portador del progreso, el comercio, con su causa, la tecnología. Paradójicamente, lo mismo se podría decir de la teoría del desarrollo económico de Adam Smith, quien no parecía percibir que a su alrededor se estaba produciendo una Revolución Industrial cuando la formuló.







“Extraordinarios engaños populares y la locura de las multitudes” (Extraordinary Popular Delusions and the Madness of Crowds) es el título de un libro sobre catástrofes bursátiles publicado por Charles Mackay en 1841. Aquel mismo año Friedrich List publicó su libro Das nationale Sustem der politischen Ökonomie, en el que argumentaba que para no hacer más pobres a los países pobres el libre comercio debía alcanzarse de forma lenta y sistemática. Del mismo modo que en tales periodos la conciencia popular espera que las cotizaciones en Bolsa atraviesen el techo, sea cual sea el sector industrial en cuestión, también se crea la ilusión paralela de que todos se pueden hacer más ricos con tal de que se conceda al mercado una libertad total. John Kenneth Galbraith llamaba a esto “totemismo del mercado”. Durante los dos periodos mencionados, las décadas de 1840 y de 1990, se propagó la fe más fuerte que nunca se ha tenido en el mercado como única forma de asegurar la armonía y el desarrollo. En la dácada de 1840 ese fenómeno recibía el nombre de “libre comercio”, y hoy se le llama “globalización”. Durante un largo periodo de tiempo el mercado de valores no apreció las diferencias entre el enorme aumento de productividad y la posición dominante en el mercado de las empresas que encabezaban el nuevo paradigmática tecnoeconómico, como US Steel and Microsoft, y las características de las industrias en sectores maduros como la producción de cuero y otros artículos de baja tecnología. Incluso ahora, los políticos de todo el mundo parecen convencidos de que ha sido la apertura de la economía y su libre comercio, más que sus avances tecnológicos, los que han enriquecido a las empresas de Silicon Valley.

Esa ilusión fue catastrófica para los pequeños inversores que habían invertido los ahorros de toda su vida en proyectos que resultaron no ser más que burbujas. La iusión paralela del “libre comercio” es igualmente perjudicial para los habitantes de países como Perú o Mongolia, que, en nombre de la globalización, han perdido su industria. Friedrich Lists se suicidó en 1846, pocos meses después de que Inglaterra hubiera convencido aparentemente al resto de Europa para que abandonara sus aranceles sobre los productos industriales renunciando a los suyos sobre los productos agrícolas. Sin embargo, después de su muerte la teoría de List de que el libre comercio debía esperar hasta que todos los países se hubieran industrializado, fue rápidamente adoptada en términos de política práctica en toda Europa y en Estados Unidos. Se puede decir que la teoría de List gozaba todavía de gran estima cuando la Comunidad Europea aceptó la entrada de España en la década de 1980.






Ningún periodo histórico se parece tanto en términos de política económica a la década de 1990 como la de 1840. Ambos periodos se caracterizaron por un optimismo irracional e ilimitado basado en una revolución tecnológica. Stephenson puso a prueba la primera locomotora de vapor, The Rocket, en 1829 y en 1840 estaba ya en pleno florecimiento la era del vapor. En 1971 Intel confeccionó su primer microprocesador y en la década de 1990 se desplegó un nuevo paradigma tecnoeconómico. Tales paradigmas, basados en explosiones de la productividad en determinados sectores, llevan consigo posibles saltos cuánticos de desarrollo; pero también llevan consigo frenesíes especulativos y abundantes proyectos y prácticas que tratan de hacer que las industrias normales se comporten como las industrias cardinales del paradigma. Las dudosas prácticas contables de Enron son prácticamente las mismas que criticó duramente Thorstein Veblen cien años antes. A finales del siglo XIX la Corporación del Cuero estadounidense trató de elevar el valor de sus acciones hasta el mismo nivel que las de la Corporación de Acero, algo así como la Microsoft de su época; a finales del siglo XX muchas empresas trataron de ponerse a la par con Microsoft, pero fracasaron. En ambos periodos históricos actuó como estímulo una Bolsa eufórica que quería creer en el cuerno de la abundancia, y durante cierto tiempo fue real simplemente porque mucha gente creía en él. Pero producir cueros no era lo mismo que producir acero, del mismo modo que pocas empresas tienen el poder de mercado de Microsoft, y en muchos casos se produjo un desenlace trágico.





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automoviles
La escala es importante, y la expresión de Schumpeter “rendimientos crecientes históricos” describe útilmente la combinación del cambio tecnológico con los rendimientos crecientes que está en el núcleo del desarrollo económico; separable en teoría pero inseparable en la práctica. Ni la fábrica de automóviles de Ford ni el imperio Microsoft podrían existir en versiones reducidas susceptibles de estudio, por lo que es imposible saber qué parte de aumento de productividad se debe al cambio tecnológico y qué parte a la escala. La escala significa que el tamaño del mercado sí importa, y el núcleo de la pobreza reside en el círculo vicioso de la carencia de capacidad de compra y por consiguiente de demanda que impide escalar la producción. Como he mencionado anteriormente, el comercio entre países que se hallan aproximadamente al mismo nivel de desarrollo siempre es beneficioso. Debido a la enorme diversidad de producción que llega con el aumento de riqueza, los pequeños países ricos -como Suecia y Noruega- tienen mucho que venderse entre sí. A pesar de su mercado de sólo cuatro millones y medio de habitantes, Noruega es el tercer mercado de exportaciones para Suecia, no muy por detrás de Alemania y Estados Unidos. Éste es el tipo de relaciones comerciales que deberían crearse también entre los países actualmente pobres, pero con frecuencia tienen poco que venderse mutuamente. Del mismo modo que las negociaciones de la OMC, la integración ha sido como un tren que va en la dirección equivocada. Lo mejor que puede suceder a corto plazo es que se detenga.

Una de la razones para ser pesimistas acerca de esos cambios cualitativos entre distintos periodos tecnológicos es concretamente que el paradigma fordista basado en la nación puede haber incorporado elementos únicos difíciles de reproducir en las actuales condiciones. Los mecanismos que hicieron posible captar tanto “resto” en los mercados laborales nacionales pueden haber debilitado o haber dejado de existir. Una señal a este respecto es el máximo alcanzado por los salarios reales durante la década de 1970 no sólo en la mayoría de los países latinoamericanos, sino también en Estados Unidos (en 1973). En Estados Unidos ese problema se puede resolver políticamente aumentando el salario mínimo, pero en un país pobre la solución es mucho más compleja y supone cambios radicales en la estructura productiva del país.

La combinación de la producción en masa fordista con un sector industrial primordialmente basado en la nación creó condiciones únicas para subir los salarios reales. Esto tiene que ver con un factor que los economistas manejan muy mal: el poder económico y político.

Escala

Pero también hay razones para ser pesimistas, y ese pesimismo está relacionado con lo que Moses Abramovitz señalaba como el tornadizo sesgo del cambio tecnológico. Las diversas tecnologías tienen distintas características. Por ejemplo, la tecnología de la información hizo posible que empresas relativamente pequeñas desarrollaran programas conocidos como “aplicaciones asesinas” -esto es, de éxito avasallador- con los que pudieron hacer rápidamente mucho dinero. Los negocios dela biotecnología, en cambio, se desarrollan muy lentamente, y en conjunto el sector ha perdido dinero. Hay muchas razones para creer que esto es consecuencia de algo más que hallarse en una etapa más o menos avanzada de madurez tecnológica. Hace unos años formé parte del tribunal que debía juzgar una tesis doctoral en Cambridge, en la que una joven estadounidense señalaba que mientras que la tecnología de la información había devuelto el poder económico mundial a los Estados Unidos, la naturaleza muy diferente de la biotecnología podría adaptarse mejor a la estructura económica japonesa con sus grandes conglomerados industriales (keiretsu), que podrían emplear la misma biotecnología en muchas áreas, desde la fermentación de cerveza a la fabricación de medicinas. En la terminología de Abramovitz nos hallamos ante sistemas tecnológicos con diferentes “sesgos” en relación con la escala: una idea plausible con importantes consecuencias para explicar el desarrollo desigual.


Política, capital y trabajo, poder sindical
Los economistas de la escuela institucional americana, durante toda su existencia -desde John Commons (1862-1945) hasta John Kenneth Galbraith (1908-2006)- eran muy conscientes del papel del poder político. Para ellos el desarrollo económico exigía un equilibrio de poder compensado entre el capital y el trabajo. Un elemento clave en la creación de riqueza desde 1848 fue el poder sindical, que aseguraba lo que hemos llamado expansión difusiva del crecimiento económico: la situación de la gente en los países ricos mejoró gracias a los salarios más altos posibilitados por los aumentos de productividad, no en forma de precios más bajos como habría sucedido en el caso de una “competencia perfecta”. Los barberos mejoraran su situación elevando el precio del corte de pelo, de modo que el aumento de productividad de los trabajadores industriales les permitió a ellos también aumentar sus ingresos. Los “términos de intercambio” -el número de horas trabajadas cuando los obreros pagaban un corte de pelo- eran estables. De esta forma los ingresos de los barberos del Primer Mundo aumentaron enormemente en relación con los de sus colegas igualmente productivos del Tercer Mundo, gracias a su participación en una renta nacional basada en la industria.

Hay varias razones por las que esa vía para el enriquecimiento de un país es mucho menos factible ahora que antes. Los cambios se deben en parte a innovaciones en el producto (nuevos productos) tienden a crear una competencia imperfecta y salarios más altos, las innovaciones en el proceso (nuevas formas de producir viejos productos) tienden a fomentar la competencia de precios y presiones sobre los salarios. La tecnología de la información como innovación en el producto propicia en Microsoft salarios altos y elevados beneficios, pero cuando se utiliza esa misma tecnología en los hoteles y líneas aéreas, el resultado son márgenes más estrechos para los hoteles de Venecia y la Costa del Sol y salarios reales más bajos para las azafatas de la líneas aéreas.

Automovilístico siglo XX innovación.-
En el sistema mundial basado en la nación vigente durante el siglo XX, la principal industria portadora del paradigma fue la automovilística, que se extendió muy rápidamente: en la década de 1920 habría más de veinte fabricantes de automóviles en Japón, e incluso un país relativamente pequeño como Suecia contaba con dos. El siglo XX también vio el ascenso de la emulación mediante la ingeniería inversa: los japoneses podía comprar un automóvil estadounidense, descomponerlo en piezas y hacer otro mejor. Esos dos elementos juntos, el hecho de que cualquier país, grande o pequeño, contaba con a) una fuente nacional de innovaciones en el producto en la industria portadora del paradigma, y b) la posibilidad de emular mediante la ingeniería inversa, son rasgos clave del crecimiento económico a principios del siglo XX muy difíciles de reproducir ahora.

Patentes y copyrights
Microsoft es un proveedor global y está protegido internacionalmente por patentes y copyrights, lo que hace casi imposible la ingeniería inversa. La reproducción de pequeños Microsofts en cada país -como se hizo con las fábricas de automóviles- no sólo daría lugar a grandes ineficiencias, sino que es ilegal. Los productos protegidos por patentes, copyrights y royalties suponen una proporción rápidamente creciente del mercado mundial. Esa protección de la propiedad intelectual y la creciente proporción de artículos patentados en el comercio mundial profundizará inevitablemente la brecha económica entre países ricos y países pobres, ya que sólo los primeros, y no todos, tienen una balanza comercial positiva en tales productos.


Modelo fordista y modelo de producción del siglo XXI

Todos esos factores combinados hacen más difícil para los actuales empleados. Cualquier capitalista medianamente avispado entiende que conceder un aumento salarial a sus empleados no le supondrá un gran problema mientras esté seguro de que sus competidores tendrán también que hacerlo. Los capitalistas realmente ilustrados entienden que un nivel salarial elevado aumentará también la demanda de su propios productos, y con ello sus beneficios. En 1914 Henry Ford duplicó los salarios de sus obreros hasta los 5 dólares diarios, argumentando que su capacidad de producción eran tan grande que necesitaba que la gente como sus propios trabajadores pudiera comprar los automóviles que fabricaba.

Esa relación -”mis obreros son también mis clientes” o “el tipo de gente que empleo es el mismo que el tipo de gente que compra mis productos”- se ha desvanecido también, alejando el modo de producción del siglo XXI del siglo XX fordista. Países como China y Vietnam se han incorporado al mercado mundial de productos manufacturados pagando salarios extremadamente bajos. Nunca antes había mejorado tecnológicamente un país tan rápidamente como China, con incrementos tan pequeños de los salarios reales. Esto crea presiones a la baja sobre los salarios en todas las partes, desde México hasta Italia. Para los consumidores de los países ricos es una gran noticia porque les aporta precios más bajos, al menos mientras sus propios salarios no se deslicen también a la baja. Hace ocho años recibí una carta de un destacado historiador estadounidense de la economía, citado en este libro, con una posdata: “Si se llega a conseguir algún día la nivelación del factor precio, ¿quién puede decir que será al alza?”.

Desindustrializar, bolsas de desempleo

Sin embargo, los países que consiguen prevalecer en las explosiones de productividad -como Irlanda en la tecnología de la información y Finlandia en los teléfonos móviles- experimentan un fuerte aumento de los salarios reales. Europa en su conjunto se ha creado un problema al desindustrializar los países del Este para integrarlos a continuación en la UE, creando así en su propio patio trasero una versión local del ejército de desempleados y subempleados del Tercer Mundo. Pero el mayor problema sigue siendo el de los países que todavía no han llegado al umbral crítico mínimo de actividades con rendimientos crecientes, esto es, gran parte de África, Latinoamérica y también Asia.

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desindustrialización, costes de transporte, distancias

La gran reducción de los costes de transporte y la “muerte de la distancia” también suponen un problema para que los países atrasados mejoren su situación del modo que se ha venido siguiendo desde 1850 hasta la década de 1970. Tomar un atajo para incorporarse sin más a la “economía de servicios” de alto nivel no es una posibilidad real. Cuando la gente pobre sale de la pobreza lo primero que desea son productos manufacturados. A partir de una sociedad de cazadores y recolectores no se crea por la buenas una economía de servicios avanzada; se necesitan las sinergias de un sector industrial moderno. Esto es lo que convierte en un crimen contra una proporción sustancial de la humanidad la desindustrialización -la desaparición del sector con rendimientos crecientes- quizá irreversible de la periferia por mandato de las instituciones de Washington. Sus economistas elaboran ahora modelos que explican por qué estaban equivocados, pero mientras que sus estudios no vayan acompañados de cambios en las propuestas de política económica, no harán más que practicar lo que hemos llamado el “vicio krugmaniano” -descubrir medicinas que curan pero sin facilitar su utilización- a un nivel institucional y supranacional más alto.

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Como mi vida es reconcentrada la gente no me entiende pero es que ni yo misma me entendía a mí misma cuando yo llevé una vida más expansiva y exterior, intento equilibrar pero tampoco del exterior he sacado ninguna cosa real. En mí hay más real en lo que yo pienso, en lo que yo siento.
Es lógico que sea posesiva en el amor, los únicos amores que he tenido han sido así, los otros no han sido amores, sino cosas como amistad, atracción, tolerancia; en este sentido le doy la razón a Freud, (por cierto ayer vi un documental sobre Viena) cuando habla de que la tolerancia supone una relajación de los lazos amorosos, y también así se explicaría cómo los lazos religiosos crecen y se imponen; no es que propugne una intolerancia desde luego es un paso que hay que todos rechazamos; pero es cierto que debemos protegernos, debemos crear un sitio donde los demás no pueden entrar para molestarnos. En eso también consiste la madurez, al elegir conscientemente los valores que me van a guíar de ahora en adelante, me aparto voluntariamente de ciertas influencias que no permiten crecer en mí.

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Conviene distinguir en la economía dos esferas distintas. Por un lado se tiene el mundo complejo, heterogéneo y caótico de la economía real, que abarca la producción de numerosos bienes y servicios, desde los cordones de los zapatos hasta los servicios bancarios. Por otro lado existe una parte financiera mucho más homogénea, en la que encontramos todas las actividades de la economía real convertidas en dólares y centavos. La teoría actual de la globalización tiende a suponer que las diversas actividades económicas que abarca la economía real son todas ellas cualitativamente iguales como portadoras del desarrollo económico y por lo tanto que la globalización y el libre comercio darán lugar automáticamente a la armonía económica. En la vida real, en cambio, la diversidad y las complejidades ocultas en la “caja negra” de la economía dan lugar a graves desigualdades económicas.
Smith esgrime la mano invisible para presentar una visión de la sociedad auténticamente panglosiana, una actitud que se transmite hasta la actual economía estándar. Con la mano invisible, junto con los cuatro pilares económicos previos que su sistema abandonó, creó las bases de una ideología que considera la economía como una Harmonielehre (Teoría de la Armonía) en la que se supone que el mercado aporta automáticamente armonía y nivela el bienestar. No hace falta decir que las consecuencias que esto tiene para la política económica moderna son atroces.






Desde el punto de vista de nuestra comprensión de la riqueza y la pobreza, se puede argumentar de forma un tanto expeditiva que la contribución más importante de Adam Smith fue de hecho lo que su planteamiento indujo a externalizar o expulsar de lo que se iba a convertir en economía predominante, en concreto los cuatro conceptos siguientes, importantes para entender el desarrollo económico:

1.El concepto de innovación, con mucho relieve en la ciencia social inglesa durante más de ciento cincuenta años, desde el Ensayo sobre las Innovaciones de Francis Bacon a principios del siglo XVII hasta la Investigación sobre los Principios de la Economía Política de James Steuart (1767).
2.La percepción de que el desarrollo económico es consecuencia de efectos sinérgicos y de que la gente que comparte un mercado laboral con industrias innovadoras tendrá salarios más altos que los demás, ambos temas recurrentes del pensamiento económico europeo desde el siglo XV.
3.La consideración de que distintas actividades económicas pueden abrir vías cualitativamente diferentes de desarrollo económico.
4.Su reducción de la producción y el comercio a horas de trabajo facilitó el arraigo de la teoría del comercio internacional ricardiana que sigue dominando todavía hoy, en la que lo único que diferencia a los hombres de los perros, como decía Smith, es que estos últimos no intercambian huesos de los que se han apoderado, mientras que los humanos intercambian entre sí horas de trabajo, desprovistas de cualquier matiz o cualidad.


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Las estrategias que han dado lugar a elevados salarios en el Primer Mundo pueden no hacerlo en el Tercer Mundo. Para los productores de materias primas en el mundo desarrollado, en particular para los agricultores, una buena estrategia es concentrarse en nichos de alta calidad; el queso y el jamón de Parma en Italia son ejemplos muy conocidos. También es posible obtener buenos resultados en productos agrícolas. Sin embargo, esos productos primarios están profundamente insertos en economías industriales avanzadas. El queso y el jamón recién mencionados son productos de la misma región italiana -la Emila Romagna- en la que también se fabrican automóviles como los Ferrari, Lamborghini, Bugatti y Maserati. Es muy improbable que países pobres -aunque produzcan los mejores productos primarios del mundo, y aunque dispongan de nichos de mercado muy protegidos- puedan elevar los salarios de esa forma. Históricamente, los rápidos aumentos salariales han estado ligados al poder sindical, a un poder oligopolista contrapuesto que sólo se podía crear en presencia de un poder aún más oligopolista en la propia industria. La estrategia del nicho no dará resultado al estar ausente el poder sindical capaz de ejercer presión en favor de salarios más altos. El productor quizá más eficiente del mundo de mejor brécol para la exportación, una firma ecuatoriana, no puede pagar a sus trabajadores un salario decente. Lo que llamamos “economía del desarrollo” es sustancialmente una “renta” creada por poderes oligopolistas compensados de empresarios y sindicatos.

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La gran reducción de los costes de transporte y la “muerte de la distancia” también suponen un problema para que los países atrasados mejoren su situación del modo que se ha venido siguiendo desde 1850 hasta la década de 1970. Tomar un atajo para incorporarse sin más a la “economía de servicios” de alto nivel no es una posibilidad real. Cuando la gente pobre sale de la pobreza lo primero que desea son productos manufacturados. A partir de una sociedad de cazadores y recolectores no se crea por la buenas una economía de servicios avanzada; se necesitan las sinergias de un sector industrial moderno. Esto es lo que convierte en un crimen contra una proporción sustancial de la humanidad la desindustrialización -la desaparición del sector con rendimientos crecientes- quizá irreversible de la periferia por mandato de las instituciones de Washington. Sus economistas elaboran ahora modelos que explican por qué estaban equivocados, pero mientras que sus estudios no vayan acompañados de cambios en las propuestas de política económica, no harán más que practicar lo que hemos llamado el “vicio krugmaniano” -descubrir medicinas que curan pero sin facilitar su utilización- a un nivel institucional y supranacional más alto.






Cuando Argentina trataba de recuperarse de su colosal desastre económico hace unos años, se decía: “Que quienes propiciaron esta calamidad nos hagan al menos el favor de estarse quietos”. A escala global habría que pedir lo mismo. Los economistas e instituciones cuya ideología -más que auténticas teorías económicas- ha dado lugar a una catástrofe en la periferia del mundo, deberían también abstenerse de intervenir, pero en realidad sucede lo cntrario: las instituciones e individuos que dejaron patente su incapacidad para crear riqueza siguen al mando del gigantesco proycto concebido para aportar parte de la riqueza creada en otros lugares a los países pobres, cada vez menos capaces de crearla por sí mismos. Los objetivos del Milenio son un callejón sin salida histórico. Me siento obligado a repetir: lo mejor que podrían hacer los individuos y las instituciones que casionaron el problema es quedarse quietecitos y no estorbar.






Sin embargo, los países que consiguen prevalecer en las explosiones de productividad -como Irlanda en la tecnología de la información y Finlandia en los teléfonos móviels- experimentan un fuerte aumento de los salarios reales. Europa en su conjunto se ha creado un problema al desindustrializar los países del Este para integrarlos a continación en la UE, creando así en su propio patio trasero una versión local del ejército de desempleados y subemepleados del Tercer Mundo. Pero el mayor problema sigue siendo el de los países que todavía no han llegado al umbral crítico mínimo de actividades con rendimientos crecientes, esto es, gran parte de África, Latinoamérica y también Asia.



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