lunes, 29 de junio de 2009

Globalización, primitivización, industrialización, innovación y conocimiento

Filosofia 4


Globalización, primitivización, industrialización, innovación y conocimiento
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Los rendimientos crecientes y su ausencia.-

No todos los bienes y servicios dan lugar a rendimientos crecientes al expandirse la producción. La producción de la primera copia de un producto de Microsoft puede costar cien millones de dólares, y la de las copias desde la segunda hasta la número doscientos millones tan sólo unos pocos centavos, resultando además prácticamente gratis su distribución si se realiza electrónicamente. Cuando los costes fijos son muy altos se dan importantes economías de escala o rendimientos crecientes, lo que a su vez crea barreras muy altas a la entrada de competidores, y se crea una estructura de mercado oligopolista muy alejada de las hipótesis estándar de la teoría económia predominante. Resulta muy difícil competir contra empresas con esa estructura de costes.

Una persona que se gana la vida como pintor de brocha gorda afronta una realidad muy distinta. Una vez que ha aprendido su profesión no podrá pintar la segunda casa más rápidamente de lo que pintó la primera. Sus costes fijos -una escalera y brochas-no serán muy elevados, lo que le convierte en fácil objeto de la competencia, incluso de la mano de obra muy barata como puede ser la de inmigrantes no regularizados. Microsoft y Bill Gates no tienen que afrontar este tipo de problemas. Independientemente de la tecnología, los rendimientos crecientes de unos y su ausencia en el caso de otros explica en gran medida por qué ningún pintor de brocha gorda puede aproximarse al nivel de ingresos de Bill Gates.

Los países especializados en el suministro de materias primas al resto del mundo alcanzarán más pronto o más tarde el momento en que su rendimiento comience a decrecer. La ley de los rendimientos decrecientes dice esencialmente que cuando un factor de la producción procede de la naturaleza -como en la agricultura, la ganadería, la pesca o la minería-, a partir de cierto punto la adición de más capitral y/o más trabajo proporcionará un rendimiento más pequeño por cada unidad de capital o trabajo añadido. Los rendimientos decrecientes son de dos tipos: extensivos (cuando la producción se extiende a inferiores bases de recursos) e intensivos (cuando se añade más trabajo a la misma parcela de tierra y otro recurso fijo). En ambos casos la productividad disminuirá en lugar de aumentar si crece la producción. Los recursos naturales suelen ser de calidad variable: tierra fértil y menos fértil, buen o mal clima, pastos abundantes o pobres, minas con vetas más o menos ricas, bancos de peces más o menos copiosos. En la medida en que se conocen esos factores, un país utilizará primero su mejor tierra, sus mejores pastos y sus minas más ricas. Al aumentar la producción con la especialización internacional, se incorporan a la producción tierras o minas cada vez más pobres. Los recursos naturales pueden ser también difíciles o imposibles de renovar: las minas se pueden agotar, la población de determinadas especies de peces se pueden extinguir y los pastos se pueden extenuar por un consumo excesivo.

Si no existe un empleo alternativo fuera del sector que depende de los recursos naturales, la población se verá obligada a vivir únicamente de éstos. A partir de determinado momento se necesitará más trabajo para producir la misma cantidad y esto creará una presión a la baja sobre el nivel salarial nacional. Supongamos que un país, digamos Noruega, fuera el más dotado del mundo para producir zanahorias. Después de dedicar la mejor tierra cultivable a la producción de zanahorias para el mercado mundial, más pobre sería. Para Australia, rica en recursos, ése fue el argumento clave que impulsó al país a crear un sector industrial, aunque fuera menos eficiente que los de los principales países industriales, el Reino Unido y Estados Unidos. La existencia de un sector industrial establece un nivel salarial nacional que evita que el país se deslice por la pendiente de los rendimientos decrecientes, dando lugar a una producción excesiva que lo lleve a la pobreza o vaciando el océano de peces y las minas de su mineral. En mi artículo “Diminishing Returns an Economics Sustainability: The Dilemma of Resource-based Economies under a Free Trade Regime” (Rendimientos decrecientes y sostenibilidad económica: El dilema de las economías basadas en los recursos naturales bajo un régimen de libre comercio) paso revista a los problemas ambientales que resultan de hacer que los países pobres se especialicen en actividades con rendimientos decrecientes.

Un país que se especializa en la producción de materias primas en el marco de la división internacional del trabajo experimentará -en ausencia de un mercado laboral alternativo- el afecto opuesto al que experimenta Microsoft: cuanto más aumente la producción, más altos serán los costes de pruducción de cada nueva unidad. A este respecto la profesión del pintor de brocha gorda es relativamente neutral, ya que trabaja con rendimientos constantes. La forma y velocidad de la globalización durante los últimos veinte años ha dado lugar a la desindustrialización de muchos países, llevándolos a una situación caracterizada por el predominio de rendimientos decrecientes.

Los economistas para los que los rendimientos crecientes son un rasgo clave del mundo en el que viven llegarán a conclusiones opuestas en lo que atañe a la población a las de aquellos en cuyo mundo predominan los rendimientos crecientes. Alrededor de 1750 prácticamente todos los economistas coincidían en que el crecimiento dimanaba de los rendimientos crecientes y las sinergias halladas en la industria, y por eso mismo entendían como conveniente el aumento de la población para sostener el mercado nacional. Como hemos visto, cuando Malthus y su amigo Ricardo recompusieron más tarde la economía con los rendimientos decrecientes como rasgo central, su ciencia recibió merecidamente el calificativo de “ciencia lúgubre”. El reciente pasado, cuando la superpoblación era la “pista falsa” favorita para explicar la pobreza, la confusión en torno a esta cuestión daba lugar a conclusiones que los países pobres podían considerar con cierta justificación como racistas, ya que los países pobres podían considerar con cierta justificación como racistas, ya que los países ricos e industrializados con una elevada densdidad de población -digamos por ejemplo Holanda, con 477 personas por kilómetro cuadrado- suelen afirmar que la pobreza de Bolivia, por ejemplo, se debe a la superpoblación, aunque la densidad de población de ese país sólo sea de siete personas por kilómetro cuadrado. Se pasa por alto la relación entre modo de producción y densidad de población con la misma inconsciencia con que se pasa por alto la relación entre modo de producción y estructura política. En ambos casos la renuencia a relacionar esos fenómenos incrementa nuestra ignorancia sobre las causas de la pobreza. Esto lleva a la sociedad mundial contemporánea a deslizarse por una pendiente de falsas pistas teóricas, y a una situación en la que se trata de enmendar los síntomas más que las causas de la pobreza.

En Mongolia o Ruanda se pueden constatar recientes ejemplos, particularmente dramáticos, del efecto de los rendimientos decrecientes. En Mongolia desapareció prácticamente toda la industria tras la conmoción del libre comercio a principios de la década de 1990. Bajo una globalización tan asimétrica -en la que algunos países se especializan en actividades con rendimientos crecientes mientras que otros lo hacen en actividades con rendimientos decrecientes-, que un país se especialice en actividades con rendimientos decrecientes es como si se “especializara” en ser pobre.
Se muestra este fenómeno en un ejemplo ofrecido por Frank Graham, el que fuera presidente de la Asociación Económica Americana. Los países ricos se especializan en ventajas comparativas producidas por el hombre, mientras que los pobres se especializan en ventajas comparativas proporcionadas por la naturaleza. Las ventajas comparativas en la exportaciones de productos naturales ocasionarán más pronto o más tarde rendimientos decrecientes, porque los recursos que ofrece la Madre Naturaleza suele ser de calidad variable, y normalmente se utilizarán antes los de mejor calidad. Los países pobres carecen en general de políticas sociales o pensiones para los ancianos, por lo que tener muchos hijos es la forma habitual de procurarse cierta forma de “seguro de vejez”. Sin embargo, el aumento de población resultante suele chocar pronto con el “muro flexible” de los rendimientos crecientes, como ha sucedido recientemente en Mongolia y Ruanda. El desarrollo sostenible global depende por tanto de que en los países pobres se cree empleo fuera de los sectores basados en la producción de materias primas, que, en ausencia de un secotr con rendimientos crecientes, suelen dar lugar a los círculos viciosos maltusianos de la pobreza y la violación de la naturaleza.




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El cambio tecnológico y su ausencia

Las “oportunidades” para la innovación...



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Paradojas del debate sobre la globalización

El impresionante crecimiento económico de China, la India y Corea del Sur se suele presentar como ejemplo del éxito de la globalización; pero la pregunta que nadie hace es: ¿tomaron realmente China, la India y Corea del Sur la medicina recetada, esto es, una integración económica inmediata? La respuesta es evidentemente que no. Países que no tomaron la medicina recetada se utilizan constantemente como prueba de la excelencia de la globalización. China, la India y Corea del Sur han seguido durante unos cincuenta años variantes de una política que el Banco Mundial y el FMI prohíbe ahora adoptar a los países pobres. Rusia, en cambio, siguió la terapia de choque recomendada, con consecuencias desastrosas. En muchos países de Europa oriental las empresas industriales murieron antes de tener siquiera la posibilidad de entender cómo calcular sus propios costes en una economía de mercado.

El debate sobre la globalización en su forma más primitiva es una prolongación de la controversia binaria de la Guerra Fría: el mercado es bueno, el Estado y la planificación son malos. Las economías planificadas se hundieron, por lo que podemos suponer sin riesgo que los mercados resolverán todos nuestros problemas. Desde la perspectiva del Otro Canon la riqueza de una nación depende de lo que ésta produce. El laboratorio de la historia muestra que el libre comercio simétrico entre naciones con aproximadamente el mismo nivel de desarrollo beneficia a ambas partes; pero el libre comercio asímetrico conduce a los países ricos se especializarán en ser ricos. Para beneficiarse del libre comercio, los países pobres deben liberarse de su especialización internacional en ser pobres. Durante cinco siglos eso no ha sucedido en ningún sitio sin una rigurosa intervención en el mercado.

La diferencia de opinión reside en el contexto y la velocidad con que se establece el libre comercio y se explican los diferentes planes. El libre comercio puede ser hoy día esencial para Noruega, mientras que puede ser muy destructivo para otro país en una situación muy diferente. Veremos que los mayores adversarios del libre comercio a corto plazo han sido también sus partidarios más encarnizados a largo plazo han sido también sus partidarios más encarnizados a largo plazo. Opinan que distintas situaciones requieren distintas soluciones. La teoría económica actual es tan abstracta que está incapacitada para tener en cuenta la situación concreta de los diversos países.

He mencionado anteriormente que el mercado actual -y la euforia de la globalización es la tercera en una sucesión que comenzó en Francia en la década de 1760 (con la fisiocracia), repitiéndose en la de 1840. Se suele considerar a François Quesnay (1694-1744) como el autor fisiócrata más destacado, y es también el primero de los padres fundadores de la teoría económica actual. Entró en la corte de Luis XV como cirujano, y cabe señalar que en aquella época se solía tomar el cuerpo humano como metonimia de la economía. La inclinación de Quesnay por el estudio del “cuerpo” de la nación no era por tanto tan extravagante como pueda parecer hoy. Su primer libro importante, una voluminosa obra de 736 páginas publicada en 1730, trataba de la práctica terapéutica de la sangría, que aquélla en aquella época se consideraba recomendable en el tratamiento de la mayoría de las enfermedades. La teoría de la sangría de Quesnay y sus contemporáneos y su teoría económica tienen al menos dos puntos en común: ambas curaban supuestamente gran número de enfermedades producidas por una enorme variedad de factores diferentes ignorados por Quesnay; y tanto el libre comercio instantáneo (globalización) como la sangría son básicamente inocuos si se aplican a pacientes sanos, pero potencialmente muy peligrosos para los débiles. Una nación robusta y bien desarrollada con una sólida industria no se verá perjudicada por la teoría de Quesnay de que conviene dejar operar libremente a las “leyes naturales” del mercado, pero del mismo modo que individuos debilitados pueden morir como consecuencia de las sangrías, los países pobres sufren hoy la desindustrialización y el aumento de la pobreza como consecuencia de las “fuerzas naturales” del mercado.

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El “abismo” que separa a los países ricos de los pobres refleja el éxito de los países que optaron por el capitalismo y el fracaso de los que no lo hicieron.-

El título de este apartado proviene de un artículo para la influyente revista estadounidense Foreigne Policy (sept-oct de 2003) de Martin Wolf, principal comentarista económico del Financial Times, De forma clara y concisa resume la opinión habitual sobre las razones de la riqueza y la pobreza en el mundo polarizado de hoy día. Algunos países optaron por el capitalismo y se hicieron ricos, mientras que otros optaron por un sistema diferente y siguieron siendo pobres. En mi opinión Wolf tiene razón, pero con una definición del capitalismo distinta de la suya, con la que el capitalismo como sistema de producción nunca llegó en realidad a las colonias ni a la agricultura.

A medida que avanzaba la Guerra Fría fueron cristalizando dos definiciones distintas del capitalismo. En el “mundo libre” se fue definiendo paulatinamente como un sistema de propiedad privada de los medios de producción, en el que toda la coordinación fuera de las empresas se deja al mercado, pero esa definición acabó por excluir cualquier referencia a la producción; en la medida en que realizaban intercambios sin una planificación central, las tribus de la Edad de Piedra se podrían considerar “capitalistas”. Para los marxistas, en cambio, el capitalismo era un sistema definido por una relación entre dos clases de la sociedad, los propietarios de los medios de producción y los trabajadores. Sin embargo, existe una tercera definición del capitalismo, formulada por el economista alemán Werner Sombart en 1902 y que fue la dominante hasta la Guerra Fría pero quedó marginada porque no se podía situar claramente en el eje derecha-izquierda. Atendiendo a esa tercera definición entenderemos por qué el capitalismo es un sistema en el que es posible especializarse en ser rico o en ser pobre.

Werner Sombart consideraba el capitalismo como una especie de coincidencia histórica en la que confluyen determinados factores debido a todo un conjunto de circunstancias. Sin embargo, deja muy claro que la riqueza económica es el resultado de una decisión, de un plan consciente. Las fuerzas impulsoras, que crean tanto los fundamentos como las condiciones para el funcionamiento del sistema son, en su opinión, las siguientes:

1.El empresario, que representa lo que Nietzsche llamaba “el capital del ingenio y la voluntad”, el agente humano que toma la iniciativa de producir o comerciar con algo.
2.El Estado moderno, que crea las instituciones que permiten mejoras en la producción y distribución, y los incentivos que hacen coincidir los intereses del empresario con los del conjunto de la sociedad. Las instituciones abarcan todo, desde la legislación a la infraestructura, patentes para proteger nuevas ideas, escuelas, universidades y estandarización de las unidades de medida, por ejemplo.
3.El proceso de maquinización, esto es, lo que se llamó durante mucho tiempo industrialismo: mecanización de la producción que da lugar a una mayor productividad y cambios tecnológicos con innovaciones bajo economías de escala y sinergias. Este concepto es muy próximo a lo que hoy día llamamos “sistema nacional de innovación”.

En la definición del capitalismo de Sombart, los países ricos son aquellos que emulan a las principales naciones industriales incorporándose a la “era industrial”. Con esa definición Martin Wolf tiene efectivamente razón cuando proclama que los países ricos son los que adoptaron el modo de producción llamado capitalismo. Sin embargo es más probable que él tuviera en mente la definición de la Guerra Fría.

Cuando están presentes esos elementos, el capitalismo requiere para poder funcionar -también según Sombart- que se puedan desarrollar libremente ciertos factores auxiliares: capital, trabajo y mercados. Esos tres factores -el verdadero núcleo de la teoría económica estándar- no son para Sombart las fuerzas impulsoras del capitalismo, sino sólo accesorios. Si faltan las principales fuerzas impulsoras, esos factores auxiliares -capital, trabajo y mercados- son estériles. Tanto el conservador Schumpeter como el radical Marx estarían de acuerdo en que el capital por sí mismo, sin innovaciones y sin empresariado, es estéril. Los perros de los que hablaba Adam Smith, por muy inclinados al trueque que estuvieran, no podrían haber creado el capitalismo aun disponiendo de capital, horas de trabajo y mercados. Sin la voluntad y la iniciativa humana, el capital, el trabajo y los mercados son conceptos sin sentido.

Desgraciadamente para los países pobres, una cadena de acontecimientos llevó a la economía a olvidar la definición sombartiana del capitalismo. Adam Smith había apartado la producción de la economía amalgamando comercio y producción en horas de trabajo. Así, cuando la economía mundial quedó definida como un sistema en el que todos intercambiaban sin efectos de sinergia -trabajo que todos dominan del mismo modo-, se despejó el camino para la opinión de que el libre comercio podía considerarse beneficioso para todos. Ni siquiera la adición del capital crea de por sí el capitalismo. Sin embargo, durante mucho tiempo economistas estadounidenses y de la Europa continental como Sombart consiguieron mantener viva una tradición económica alternativa, en cuyo núcleo estaba la producción.

La forma en que se formalizó la economía después de la segunda guerra mundial consolidó aún más los puntos débiles de la teoría de Adam Smith. Mientras que los economistas del periodo de entreguerras oscilaban entre modelos de sentido común sin prejuicios y modelos autorreferenciales, tras la guerra la economía se hizo cada vez más introvertida. Al no ser capaz de formalizar las principales fuerzas impulsoras del capitalismo según Sombart -de reducirlas a números y símbolos- simplemente se abandonaron. Este es otro ejemplo del avance de la economía por la vía de menor resistencia matemática y alejándose de la pertinencia. Como en el caso de la sangría, los más perjudicados por el régimen de los modelos simplistas fueron los pobres y los débiles. En lugar de emplear el inglés o cualquier otra lengua, la comunicación se redujo cada vez más a la pura matemática, con lo que perdió elementos cualitativos clave: cuanto más “dura” era la ciencia, más “científica” se hacía. La economía se apartó de las ciencias sociales “blandas” como la sociología y ganó prestigio acercándose a ciencias más “duras” como la física. Sin embargo, los economistas utilizaban un modelo de equilibrio que la Física. Sin embargo, los economistas utilizaban un modelo de equilibrio que la Física había dejado atrás en la década de 1930. Los economistas perdieron paulatinamente su anterior capacidad de mverse entre los modelos teóricos y el mundo real y de corregir los modelos cuando contravenían obviamente el sentido común ordinario. Los países y razas lejanos que carecían de poder político fueron las víctimas de esa evolución. En países como Estados Unidos los políticos cuidaban que la teoría no se utilizara si contravenía los intereses de su propio país; en casa dominaba el pragmatismo, y la teoría abstracta quedaba para los tratos con el extranjero.

Todo esto, combinado con un desconocimiento general de la historia, condujo a lo que Thosrstein Veblen diagnosticó como contaminación de los instintos: una formación insuficiente lleva a la incapacidad para comunicarse con lo que la gente práctica entiende como “sentido común”. Aunque parezca sorprendente, en 1991 un comité de la Asociación Económica Americana señalaba el problema de que las universidades produzcan economistas “cultos pero idiotas”: Los programas de estudios (en Economía) pueden dar lugar a una generación de demasiados idiots savants, hábiles en las técnicas pero ignorantes de las cuestiones económicas reales”. Según el informe, en una “importante” universidad -de la que no se daba su nombre-, los licenciados no podían “adivinar por qué salarios de los barberos habían ido aumentando con el tiempo”, pero podían “resolver un modelo de equilibrio general entre dos sectores con progreso técnico no incorporado en uno de ellos”. Ésta fue la generación de los economistas que las instituciones de Washington enviaron a los países en desarrollo.

Entre instrumentos de la economía, elementos como la capacidad e iniciativa empresarial, política gubernamental y la totalidad del sistema de escala y sinergias, resultaban imposibles de cuantificar y de reducir a números y símbolos. Las únicas cosas cuantificables eran lo que Sombart consideraba simplemente factores auxiliares: capital, mercados y mano de obra. Los teóricos de la economía neoclásica formal dejaron de estudiar las fuerzas impulsoras del capitalismo y se dedicaron a estudiar tan sólo los factores auxiliares. Como suele ser habitual, la política práctica necesitó algún tiempo para ponerse al día con el desarrollo de la teoría, algo que no sucedió hasta la caída del Muro de Berlín. En su libro en defensa de la globalización, Martin Wolf menciona efectivamente a Werner Sombart, pero lo desecha en una sola frase, calificándolo a la vez de marxista y de fascista.


El desarrollo de la teoría llevó a lo que Schumpeter llamaba “la opinión pedestre de que el capital impulsa de por sí el motor capitalista”. Occidente comenzó a pensar que enviando capital a un país pobre sin empresariado, sin política gubernamental y sin sistema industrial podría generar el capitalismo. El resultado es que hoy día atiborramos prácticamente de dinero a países sin estructura productiva -en la que se pudiera invertir rentablemente el dinero- porque no se les permite seguir la estrategia industrial que siguieron todos los países actualmente ricos. A los países en desarrollo se les conceden créditos que no se conceden créditos que no se pueden utilizar rentablemente, y todo el proceso de financiación del desarrollo se va pareciendo a los esquemas de Ponzi del tipo “pirámide” o cartas encadenadas. Más pronto o más tarde la cadena se interrumpe, el sistema se viene abajo y los que lo diseñaron, que están lo bastante cerca de la salida cuando todos se precipitan hacia ella, obtienen grandes beneficios financieros, mientras que los perdedores son los países pobres involucrados a su pesar. Esto forma parte del mecanismo que a menudo crea grandes influjos de fondos desde los países pobres hacia los ricos más que al revés, un modelo que Gunnar Myrdal llamó “efectos perversos” de la pobreza.

Vale la pena señalar que, según la definición de Sombart, la agricultura no forma parta del capitalismo. Las colonias también quedaron fuera (uno de los criterios principales para distinguir una colonia era si se permitía o no su industrialización) y por esa misma razón se vieron condenadas a seguir siendo pobres. Según la definición sombartiana del capitalismo, el problema de la pobreza es por tanto muy diferente del que señala Martin Wolf: a los países de Africa y otros países pobres nunca se les permitió ni se les dio la oportunidad de optar por el capitalismo como sistema productivo.

La definición de Sombart de las fuerzas impulsoras del capitalismo está totalmente ausente en las dos definiciones del capitalismo que hemos heredado de la Guerra Fría. La definición liberal no incluye al empresario, ni al Estado, ni sus instituciones dinámicas, ni los procesos tecnológicos y maquínicos. Esa definición no capta realmente el capitalismo como sistema de producción, sino como un sistema comercial, deficiencia heredada de Adam Smith; en lugar de concentrarse en la producción, lo hace en el papel del mercado como mecanismo de coordinación de los artículos ya producidos. La definición de Marx se concentra, como ya he dicho, en la propiedad de los medios de producción. Lo que tienen en común las concepciones del capitalismo de los liberales y de los marxistas superficiales de hoy día es que esos polos opuestos en el eje derecho y en el izquierdo excluyen al empresario, el papel del Estado y el propio proceso de producción. La larga tradición del Otro Canon económico de la que provenía Sombart -mucho más antigua que el liberalismo de Adam Smith y David Ricardo- se desvaneció después de la segunda guerra mundial.

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Dinámica tecnológica, innovaciones y crecimiento desigual.-

Nadie objeta que los nuevos conocimientos constituyen el factor principal para la mejora del nivel de vida. El desacuerdo empieza cuando hay que modelar ese proceso. A este respecto daremos por buena la explicación de Joseph Schumpeter; para él, las auténticas fuerzas impulsoras del crecimiento económico son los inventos y las innovaciones que se generan cuando esos inventos se introducen en el mercado como nuevos productos o procesos. Las innovaciones crean una demanda de inversion e inyectan vida y valor en un capital que de otro modo resultaría estéril. Volviendo a la metáfora de los perros que intercambian huesos de Adam Smith: para ellos el capital serían huesos enterrados para su consumo futuro, pero ese capital serían huesos enterrados para su consumo futuro, pero ese capital no sería capaz de producir más huesos, ni -como producto de innovaciones y el conocimiento que se precisa para utilizarlas, ya se trate de carne enlatada para perros o abrelatas, fueron externalizados, esto es, producidas fuera de lo que la teoría pretende explicar. El reto consiste en reintroducirlos y al mismo tiempo liberarse de la hipótesis de la igualdad, permitiendo la heterogeneidad y otras variables clave que estamos examinando aquí.

Las innovaciones llegan en distintos paquetes y en distintos tamaños. Un ejemplo de una pequeña innovación es la película Tiburón 4 comparada con Tiburón 3, pero hay innovaciones mucho más trascendentales, como el transistor que arruinó el mercado de las válvulas de radio y alteró la cadena de valor en todo un sector, creando unn gran número de productos que no existían antes. Es muy poco frecuente que grandes oleadas de innovación se extienda a toda la sociedad creando importantes discontinuidades o rupturas en el desarrollo tecnológico. A principios de la década de 1980 Carlota Pérez y Christopher Freeman llamaron a esas grandes oleadas de innovación cambios de paradigma tecnoeconómico.

Un cambio de paradigma tecnoeconómico es trascendental porque modifica la tecnología general que subyace a todo el sistema productivo, como sucedió por ejemplo con la máquina de vapor o con el ordenador. En ese sentido los cambios de paradigma se parecen a los cambios tecnológicos ya mencionados, como cuando el cobre y el bronce desplazaron a las piedra como material con el que los seres humanos fabricaban sus instrumentos, poniendo fin así a la Edad de Piedra. Tales mudanzas en la tecnología básica tienden a modificar las cadenas de valor en prácticamente todas las ramas de la industria, como hicieron la máquina de vapor y los ordenadores. Tales innovaciones dan lugar a lo que Schumpeter llamaba “destrucción creativa”: aparecen nuevos sectores industriales con montones de nuevos productos, mientras que los viejos desaparecen debido a una pauta de demanda totalmente nueva, y se producen cambios radicales en los procesos de producción de casi todos los sectores. El desarrollo económico sustituye más de un tipo de producto, como los carruajes tirados por caballos, por algo totalmente nuevo, los automóviles. También cambia la forma de producir, el “modo de producción”, como en la transición de la industria doméstica a las fábricas. Sin embargo, hasta el siglo XX la agricultura no solía verse apenas afectada por lo cambios en el “sentido común”. Poco después de que hombres y mujeres dejaran de trabajar en casa para acudir a trabajar en enormes fábricas, la actitud hacia los cuidados sanitarios también cambió radicalmente. Ya no nacíamos, nos curábamos de las enfermedades y no moríriamos en casa, sino que hospitales parecidos a las grnades fábricas se hacían cargo de esas tareas.

También se modifican los problemas del medio ambiente: a finales del siglo XX las enormes cantidades de estiércol de caballo suponían una amenaza para la salud de los habitantes de las ciudades; ahora los humos de escape de los automóviles desempeñan un papel similar. Las innovaciones aparecen en un primer momento como elementos extraños en el viejo sistema, creando desajustes entre las viejas instituciones y las exigencias de las nuevas tecnologás. La inercia frena el proceso de cambio; no olvidemos lo viejo con suficiente rapidez para dejar espacio a lo nuevo. Los desajustes en el parendizaje entre las viejas y las nuevas generaciones contribuyen también a frenar un cambio tecnológico radical. Nietzsche describe de forma muy poética una inercia institucional en la que primero cambian las ideas y opiniones y las instituciones sólo pueden seguirlas mucho más lentamente. “El derrocamiento de las instituciones no sigue inmediatamente al de las opiniones, sino que las nuevas opiniones viven durante mucho tiempo en el hogar desolado y extrañamente irreconocible de sus predecesoras e incluso lo preservan, ya que necesitan algún tipo de cobijo”.

Al igual que en la transición de la Edad de Piedra a la Edad de Bronce, los paradigmas tecnoeconómicos se pueden considerar como formas nuevas y radicalmente diferentes de elevar el nivel de vida. Hacia el final de cada época queda claro que la antigua trayectoria tecnológica “se ha quemado”, que ha dado todo lo que podía ofrecer. Cuando se pulió el hacha de piedra perfecta, el final de la Edad de Piedra se pudo tomar equivocadamente por “el Fin de la Historia”. No quedaba margen para mejoras, no había ningún sitio adonde ir sin un cambio muy radical.

En la historia moderna podemos distinguir cinco de esa formas de elevar el nivel de vida, cada una de las cuales dominó un largo periodo.
Una característica fundamental de cada cambio de paradigma es un nuevo recurso barato que parece disponible en cantidades aparentemente ilimitadas y con precio rápidamente decreciente, como experimentamos hoy día con la microeléctrica. LO más especial en los cambios de paradigma tecnoeconómico -lo que los dintingue de otras grandes innovaciones- es que esas grandes oleadas de innovación alteran la sociedad mucho más allá de la esfera que solemos denominar “economía”, llegando a trastocar incluso nuestra visión, por ejemplo, de la geografía y los asentamientos humanos. El industrialismo también mudó nuestras estructuras políticas, y el declive de la producción en masa está volviendo a hacerlo. Los cambios de paradigma también van acompañados de cambios en las relaciones de poder mundiales; los líderes económicos bajo un paradigma no tienen por qué seguir siéndolo cuando éste cambia.

Gran Bretaña alcanzó la cúspide de su poder bajo el paradigma de la máquina de vapor y el ferrocarril, Alemania y Estados Unidos se pusieron a la cabeza durante la época de la electricidad y la industria pesada, y Estados Unidos se convirtió en líder indiscutido durante la época fordista.

El fenómeno subyacente más importante en un cambio de paradigma es la “explosión de productividad” que se da en la industria principal. Se muestra la que produjo en el hilado del algodón bajo el primer cambio de paradigma tecnoeconómico. La política colonial pretende principalmente impedir que en las colonias se desarrollen sectores industriales con esas características. Históricamente, los argumentos para proteger las industrias con tal explosión de productividad -en favor de la protección arancelaria del principal portador del paradigma- fueron muchas: el sector creaba empleo para una población creciente, propiciaba salarios más altos, resolvía problemas en la balanza de pagos, aumentaba la circulación monetaria y -lo que era importante para todos los gobiernos- se podía cargar con impuestos mucho más altos a los buenos artesanos y propietarios de fábricas que a los agricultores, que solían ser pobres. Particularmente en Estados Unidos se comentó, desde Benjamin Franklin hasta Abraham Lincoln, que la industria manufacturera en general abaratabas los artículos que precisaban los granjeros. Es evidente que tales explosiones de productividad se transmiten al mercado laboral en forma de salarios más altos y precios más bajos; el efecto combianado es asombroso.
Se puede ilustrar el efecto de un cambio de paradigma sobre los salarios mediante el ejemplo de la transición de la vela de vapor en Noruega...

Los beneficios que la iniciativa empresarial aporta a la sociedad son en realidad un efecto secudnario no intencionado del afán de enriquecerse del empresario. Quienes obtienen beneficios introduciendo nuevas tecnologías son mucho más importantes para un país que el naviero que posiblemente obtuvo mayores ganancias manteniendo con vida la construcción de veleros. Se trata de los mismos principios que aplicó Enrique VII de Inglaterra cuando llegó al poder en 1485 y que se han podido observar en países como Irlanda y Finlandia durante los últimos veinte años.
Las explosiones de productividad y el aumento extremadamente rápidamente de ésta en determinado sector industrial actúan como catapultas, elevando rápidamente el nivel de vida. Sin embargo, éste puede mejorar de dos formas diferentes: porque recibimos salarios más altos o porque las cosas que compramos nos cuestan menos. Cuando nos hacemos más ricos porque los precios caen, hablaré de modelo “clásico”, porque ésa es la única cosa que los economistas neoclásicos suponen que sucederá. En realidad, el panorama es más complicado. Podemos llamar “difusivo” al modelo alternativo, porque en él los frutos del desarrollo tecnológico se dividen entre: a) empresarios e invorsores, b) trabajadores, c) el resto del mercado laboral local, y d) el Estado, gracias a la base impositiva más amplia. Todo esto exige un examen más detallado.

a) El auténtico incentivo para las inversiones que conducen al aumento de la productividad será en general el beneficio que se puede obtener, por lo que tenemos que suponer que una parte del aumento de productividad se retirará bajo esa forma. Los primeros empresarios afortunados suelen obtener elevados beneficios, que más adlante se reducen al afluir a ese nuevo campo numerosos emuladores.
b) Igual que en el ejemplo dela transición de la vela al vapor, parte del aumento de productividad dará lugar a salarios más altos para los empleados del sector. Esto se puede deber al hecho de que las nuevas habilidades necesarias son escasas, o al poder de los sindicatos. A veces, como cuando Henry Ford duplicó los salarios de sus obreros en 1914, puede haber un empresario lo bastante espabilado como para darse cuenta de que necesita a sus propios obreros como clientes, por lo que le interesa que ganen más. Por supuesto, sólo en circunstancias especiales, como las explosiones de productividad, puede una empresa duplicar los salarios y aun así sobrevivir.
c)Como observó el rey Enrique VII de Inglaterra, la nueva tecnología se difundirá por todo el mercado laboral local (y poco a poco nacional), como consecuencia del mayor poder de compra surgido en los sectores donde se produce el cambio tecnológico, y también de la amplitud limitada de las diferencias salariales en un mercado laboral determinado. Un aumento salarial en el sector que experimenta la explosión de productividad inducirá automáticamente una subida de todos los salarios. El trabajo de los barberos ha experimentado pocos aumentos de productividad desde los tiempos de Aristóteles, pero sus salarios en los países industrializados se ha mantenido -atravesando varias explosiones de productividad- más o menos a la par con los salarios de los obreros industriales. En los países sin explosiones de productividad los barberos ha seguido sindo tan pobres como sus paisanos. Una orquesta filarmónica no toca el “vals del minuto” con mayor eficiencia que en tiempos de Chopin, pero los salarios de sus músicos han aumentado considerablemente desde entonces. Los términos de intercambio entre el corte de pelo y la música por un lado y los productos industriales por otro -entre los que trabajan donde no hay aumentos espectaculares de productividad y los que lo hacen en el sector donde se producen la explosión de productividad- han mejorado notablemente en favor de los peluqueros y músicos. Por el mismo corte de pelo o el mismo “vals del minuto”, los peluqueros o músicos de los países ricos pueden adquirir muchos más productos industriales que hace doscientos años. Sin embargo, los peluqueros y músicos de los países pobres -aunque sean tan eficientes como los de los países ricos- siguen siendo muy pobres. Lo mismo sucede en la mayoría de las ocupaciones, en particular en el sector servicios: los trabajadores de los países pobres son tan eficientes como los de los países ricos, pero la diferencia entre sus salarios reales es enorme. Lo que llamamos “desarrollo económico” es, con otras palabras, una especie de renta de monopolio en la producción de bienes y servicios avanzados, en la que los países ricos se emulan mutuamente saltando de una explosión de productividad a la siguiente.
d) En una versión en dibujos animados de las aventuras de Robin Hood, el sheriff de Nottingham, para aumentar la recaudación de impuestos, ordena colgar a los pobres granjeros por los pies y sacudir hasta el último penique de sus bolsillos. Los ministros de Hacienda europeos no tardaron mucho en descubrir que una forma mucho más fácil de llenar sus arcas consistía en aumentar la base impositiva fomentando la industria. La gente que trabajaba con máquinas aumentaba enormemente su productividad y podía pagar más impuestos que los que trabajaban en el campo. El aumento de la base impositiva permitía a los países ricos ampliar la red de la seguridad social, las infraestructuras y los sectores educativo y sanitario. Así pues los ministros de Hacienda recomendaban emular las estructuras productivas de los países ricos e incorporarse al industrialismo.
Los factores a)-d) dan lugar al “modo difusivo”, lo que explica por qué en los países industriales -con frecuentes explosiones de productividad- los salarios aumentaron continuamente comparados con los de los países pobres (las colonias). Aunque éstas sean ahora, en teoría, países independientes, en la práctica se les impide, como cuando eran colonias, utilizar las estrategias de emulación epleadas por los países ricos, sólo que ahora mediante las “condiciones” de las institucionesn de Washington. Después de los Estados “naturalmente ricos” -Venecia, Holanda, las pequeñas ciudades-Estado sin agricultura- es imposible encontrar ejemplos de países que hayan adquirido un sector industrial sin un largo periodo de fijación de objetivos, apoyo y/o proteccionismo. La única vez que Adam Smith menciona “la mano invisible” en La Riqueza de las Naciones es después de haber alabado la política inglesa de altos aranceles en las Leyes de Navegación, y entonces añade que tras esa política proteccionista es como si una mano invisible hubiera impulsado a los consumidores ingleses a comprar productos industriales ingleses. La mano invisible no sustituyó en realidad a los altos aranceles hasta que la industria manufacturera, tras un largo periodo, resultó internacionalmente competitiva. Leyendo a Adam Smith de esa manera es posible argumentar que era un mercantilista mal entendido. Para él el punto clave era el ritmo con el que se iba imponiendo el libre comercio. Vale la pena señalar que entre Enrique VII y Adam Smith hubo tres siglos de rigurosa protección arancelaria.

El colonialismo es sobre todo todo un sistema económico, un tipo peculiar de integración económica entre distintos países. Lo menos importante es la calificació políticia que se le dé, ya sea la independencia nominal y el “libre comercio” o cualquier otra cosa. Lo que importa es qué tipo de bienes fluyen y en qué dirección. Ateniéndonos a la clasificación antes expuesta, las colonias son naciones que se especializan en el mal comercio, en exportar materias primas e importar productos de alta tecnología, ya se trate de productos industriales o de servicios intensivos en conocimientos. Más adelante veremos que en la agricultura también se pueden distinguir productos típicos de los países ricos (mecanizables) y productos de las colonias (no mecanizables).

En los países ricos también se constata la misma diferencia entre los niveles salariales de la industria y de la agricultura. Aunque la mayoría de los habitantes de Europa fueran todavía agricultores y ganaderos, en las obras de Marx y los primeros socialistas no se les menciona apenas; era entre los obreros industriales donde se descubría la pobreza más sobrecogedora, ya que la pobreza urbana tiene a menudo un aspecto más miserable que la rural. Cuando los obreros urbanos, con un creciente poder político, pudieron presentar sus demandas de salarios más altos y se beneficiaron de la mayor productividad en la industria, fueron los agricultores los que quedaron económicamente atrás. Los industriales, y también paulatinamente los obreros urbanos, gozaban de la protección de su gran poder de mercado, podían mantener los precios altos y evitar una “competencia perfecta”. El industrialismo consolidó así lo que John Kenneth Galbraith llamaba “el equilibrio de poderes compensados”, esto es, un sistema en el que la riqueza se basa en una competencia extremadamente imperfecta tanto en el mercado laboral como en el de productos físicos. El industrialismo era un sistema basado en una triple manipulación del mercado por parte de los capitalistas, los obreros y el Estado. La competencia perfecta de los textos de economía sólo se daba en el Tercer Mundo.

Alrededor de 1900 el sistema de bienestar europeo y el triple poder compensado en la industria había mejorado considerablemente la suerte de los obreros industriales. Poco a poco se fue configurando la idea de que no sólo se podía explotar a los obreros industriales, sino que las ciudades tembién podrían explotar a los obreros industriales, sino que las ciudades también podrían explotar a los agricultores. Esto llevó a plantear que también había que proteger la renta de los agricultores frente a la competencia de los agricultores de países más pobres, o de los que trabajaban en mejores climas. La protección de los productos agrícolas surgió pues de una lógica totalmente diferente a la de los aranceles industriales, que formaban parte de una estrategia ofensiva para fomentar el buen comercio, emular la estructura industrial de los países más ricos y orientar el sector productivo de cada país hacia las áreas en las que tenían lugar las explosiones de productividad, ya fueron tejidos de algodón, ferrocarriles o autómoviles. Los aranceles sobre productos agrícolas constituyen en cambio una estrategia defensiva con el objetivo de proteger a los agricultores pobres de los países industrializados frente a agricultores aún más pobres de los países pobres.

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La presencia de un sector industrial eleva el nivel de renta de países enteros y de los pareciables efectos de sinergia creados por los “rendimientos crecientes históricos”, resultado conjunto de los rendimientos crecientes y el cambio tecnológico. Esto fue lo que el “buen comercio” y la emulación consiguieron crear, no sólo en Inglaterra, sino también en todos los países anteriormente pobres cuya política económica emuló la estructura industrial inglesa. Este gran efecto de sinergia fue denegado, y todavía se sigue denegando, a los países pobres, primero mediante la colonización y más tarde desde las instituciones de Washington. Lo que no se observa directamente son los efectos de sinergia derivados de la segunda y tercera ronda. Un efecto muy importante es que el nivel de conocimiento y el alto nivel de costes en la industria fueron difundiendo gradualmente, aumentando la eficiencia en la agricultura. El conocimiento obtenido en la industria influye sobre la agricultura, al mismo tiempo que el aumento del salario nacional medio hace rentable la inversión en maquinaria agrícola capaz de ahorrar mano de obra. La proximidad geográfica al sector industrial ofrece a los agricultores un mercado con gran capacidad de compra. Sólo esto sacará a la agricultura de la autosuficiencia y aumentará la división del trabajo en el campo. La mano de obra excedente en el campo -los niños más pequeños-, al formar parte del mismo mercado laboral que las ciudades, encontrarán un empleo lucrativo en el sector industrial urbano.

Ya en el siglo XVIII la relación entre la eficiencia y rentabilidad de la agricultura y su proximidad a la industria era obvia para cualquiera que se preocupara por informarse. Madrid y Nápoles tenían una agricultura muy poco eficiente porque carecían de industria, tenían en cambio un agricultura eficiente, como observaron los economistas de la Ilustración.
La proximidad de la industria crea círculos virtuosos acumulativos, un efecto que no se da en la agricultura de los países pobres sin industria: la agricultura que no comparte un mismo mercado laboral con un sector industrial no experimentará esa sinergia. Esta línea argumental típica de la Europa del siglo XVIII, fue también esgrimida, en particular a partir de 1820, para convencer a los granjeros estadounidenses de que les convenía la industrialización protegida -aunque a corto plazo tuvieran que pagar más por los productos industriales localmente fabricados que lo que pagaban anteriormente por artículos ingleses-, a fin de generar futuros círculos virtuosos de riqueza. Además de las obras precursoras de Alexander Hamilton, los economistas principalmente responsables de extender ese mensaje y hacerlo llegar a todas las granjas estadounidenses dueron Mathew Carey (1820), Daniel Raymond (1820) y el político Henry Caly (1887). Los dos primeros son ahora figuras prácticamente olvidadas.

Otra forma de estimar el crecimiento y el desarrollo es mediante las curvas de aprendizaje, que permite evaluar la evolución temporal de la productividad del trabajo. Dado que estamos interesados particularmente en los salarios de los trabajadores -y que a nuestro juicio existen importantes relaciones entre la productividad de una persona y su salario- atenderemos únicamente a la productividad del trabajo y no a otros tipos de productividad.
Al igual que las explosiones de productividad, las curvas de aprendizaje que en definitiva ofrecen una representación del mismo fenómeno, se caracterizan por un rápido descenso en un tiempo relativamente corto. En cualquier época se puede apreciar el hecho de que ciertos productos, a menudo muy nuevos, experimentan un tremendo aumento de productividad, vinculado en general con un rápido incremento de la demanda. Según la Ley de Verdoorn (un economista holandés), un rápido aumento de la producción incrementa la productividad debido a los rendimientos crecientes y al cambio técnico inducido por el aumento de la capacidad de producción.

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Cuando nace una nueva tecnología su potencial -su trayectoria- se reduce gradualmente y el aprendizaje se estabiliza. Esa pauta se refleja en la del comercio mundial. Los países ricos, donde se dan las innovaciones tecnológicas, producen y exportan mientras la curva de aprendizaje desciende pronunciadamente. Durante ese periodo funcionan todos los mecanismos que hemos calificado más atrás como “modo difusivo” de creación de riqueza.

Mientras ese ciclo no se vincule con el “modo difusivo” puede parecer inocuo. La economía estándar se concentra en el comercio más que la producción, supone una competencia perfecta (lo que significa que todos los habitantes del mundo podrían producir zapatos como se hacían en San Luis en 1900), y supone que los frutos del cambio tecnológico sólo se difunden de forma clásica, como el abaratamiento de los zapatos. La caja de herramientas de los textos estándar de economía no contiene instrumentos que permitan registrar el hecho de que en cada momento sólo hay unas pocas industrias que se comporten como lo hizo la producción de zapatos a finales del siglo XIX, la fabricación de autómoviles 75 años después, o actualmente la de los teléfonos móviles.
Este tipo de teoría económica no tiene en cuenta los elementos de crecimientos dependientes de la actividad (que en cada momento sólo sucede en unas pocas industrias), ni tampoco los efectos de sinergia que se transmiten de un sector a otro: que los altos salarios en la fabricación de zapatos contribuyeron a la producción de cerveza y al sector sanitario de la ciudad, y que aquel floreciente mercado urbano generó una elevada demanda y un gran poder de compra entre los granjeros estadounidenses. En resumen, no reconoce los círculos virtuosos acumulativos que constituyen la esencia del desarrollo.

Nadie objeta que las innovaciones y el aprendizaje generan crecimiento económico, pero desde Adam Smith ese aspecto de la economía se ha externalizado. Se suele suponer que el cambio tecnológico y las nuevas innovaciones caen de los cielos como un maná, y que están a disposición de todos gratuitamente (“información perfecta”). No se tiene en cuenta que el conocimiento -especialmente cuando es nuevo- tiene elevados costes y no está en general a disposición de todos. El conocimiento se protege mediante altas barreras a la entrada, constituyendo las economías de escala y la experiencia acumula elementos importantes para erigir esas barreras. Cuanto mayor sea el volumen de producción que una compañía ha acumulado, más bajos serán los costes. En la industria las curvas de aprendizaje tienen un pariente muy utilizado, las curva de experiencia, que se utiliza para medir precisamente eso. Mientras que las curvas de aprendizaje estiman el aumento en la productividad de la fuerza de trabajo, las curvas de experiencia evalúan la evolución de los costes totales de producción. Cuando varias fábricas emplean el mismo tipo de tecnología, la que ha acumulado el mayor volumen de producción tendrá en general los menores costes por unidad producida. En la carrera por reducir costes, puede resultar rentable vender por debajo del coste actual (lo que se acostumbra a denominar dumping) a fin de alcanzar un volumen de producción que más adelante reduzca el coste por debajo del precio estratégico ofertado.
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Desde la revolución industrial -con la teoría del buen comercio y el mal comercio- los países ricos han resuelto este problema procurando hacer partícipes a otros de las explosiones de productividad que tenían lugar dentro de sus fronteras. Todos los países europeos ricos construyeron su propia industria textil -emulando al país que iba en cabeza- de la misma forma que todos los países relevantes del siglo XX construyeron su propia industria automovilística. Los países excluidos de esa dinámica, condenados a carecer de tales industrias, eran las colonias. Durante siglos se entendió que para un país era mejor participar en el cambio de paradigma, aun con menor eficiencia que el país que lo encabezaba, que permanecer al margen sin industria moderna. Era obvio que las nuevas industrias propiciarían un nivel de vida más alto que las antiguas, de la misma forma que durante la década de 1990 era obvio que era mejor ser un consultor de datos mediocre que ser el friegaplatos más eficiente del mundo. Éste era el tipo de sentido común postergado por la teoría del comercio de Ricardo, que eliminó la lógica, antes obiva, de que -en un mundo con variadas industrias que requieren habilidades escasas y comunes, y variadas tecnologías en momentos diferentes de su ciclo vital- era muy posible especializarse, siguiendo la “ventaja comparativa”, en ser pobre.
Existen no obstante situaciones en las que la dinámica descrita en las curvas de aprendizaje se puede utilizar para enriquecer a los países pobres, mejorándolos tecnológicamente unos detrás de otros. El economista japonés Kaname Akamatsu bautizó este modelo con el nombre de “gansos voladores” en la década de 1930.

Otro japonés Saburo Okita teorizó que un país pobre siguiendo el modelo de los gansos voladores puede mejorar su tecnología saltando de un producto a otro con un contenido de conocimiento creciente. El primer ganso volador, en este caso Japón, rompe la resistencia del aire para los siguientes, de forma que todos ellos pueden beneficiarse gradualmente del mismo cambio tecnológico. Hace algunos años, por ejemplo, Japón producía ropa barata, consiguiendo aumentos de productividad que elevaron tanto el nivel de vida (“modo difusivo”) que ya no se podía producir rentablemente allí un producto relativamente poco sofisticado como un vestido. De su producción se hizo cargo Corea del Sur, mientras que Japón mejoraba gradualmente su industria pasando a fabricar algo un poco más sofisticado como eran los televisores. Cuando Corea del Sur mejoró la ropa se fabricó durante un tiempo en Taiwán, hasta que allí sucedió lo mismo: los costes de producción aumentaron demasiado. La producción se desplazó entonces a Tailandia y Malasia, y la historia se repitió. Finalmente, la producción de ropa se desplazó a Vietnam. Pero en el ínterin toda una serie de países habían aprovechado la producción de ropa para elevar su nivel de vida: todos ellos habían pasado sucesivamente por la misma curva de aprendizaje, y todos ellos se habían hecho más ricos. Esta dinámica requiere, por supuesto, que el ganso que va en cabeza siga implementando continuamente nuevas tecnologías.

Este modelo de mejora tecnológica sucesiva difiere radicalmente del viejo modelo colonial estático, que podemos denominar “modelo del callejón sin salida”. Como en el ejemplo de las pelotas de béisbol en Haití, un país se puede especializar estáticamente en callejones tecnológicos sin salida. Si se produce un cambio tecnológico, el país pobre que sigue el modelo del callejón sin salida pierde su producción, como en nuestro ejemplo del corte de pijamas. Mientras que la integración de Asia oriental ha seguido en su mayor parte el principio de los “gansos voladores”, las relaciones económicas de Estados Unidos con sus vecinos meridionales se ha caracterizado en su mayor parte por el principio del “callejón sin salida”. Canadá ha seguido históricamente el modelo europeo de emulación temprana, aunque la propiedad de las fábricas canadienses estuviera en gran medida en manos estadounidenses. La cuestión de la propiedad extranjera debe considerarse simultáneamente con la cuestión del tipo de producción que los extranjeros aportan al país.

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Ahora podemos volver al asunto principal de este libro. Hace doscientos cincuenta años la diferencia de nivel de vida entre países ricos y países pobres estaba en la proporción 2-1. Hoy día las estadísticas del Banco Mundial muestran que un conductor de autobús de Alemania tiene un salario real dieciséis veces superior al de un colega, tan eficiente como él, en Nigeria. El fenómeno está ahí y sus efectos se pueden medir, pero actualmente no existe ninguna teoría que describa satisfactoriamente eso mecanismos. Soy de la opinión de que la principal explicación para esto es que el mundo rico actual ha confundido las razones del crecimiento económico- innovación, nuevos conocimientos y nuevas tecnologías- con el libre comercio, que sólo significa transferencia de bienes y servicios de un país a otro. Al igual que Adam Smith, los países ricos confunden la era industrial con la era del comercio.

Con el tiempo, el crecimiento económico se manifiesta en la forma de mayor productividad y nuevos productos que satisfacen nuestras necesidades. Sin embargo, el aumento de productividad se distribuye muy desigualmente entre las diversas actividades económicas.
En la fabricación de pelotas de béisbol no ha habido prácticamente ningún progreso tecnológico durante los últimos ciento cincuenta años, mientras que la fabricación de pelotas de golf ha experimentado un rápido cambio tecnológico durante ese mismo periodo.
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Se muestra la evolución de la productividad para un par de zapatos corrientes de hombre en Estados Unidos entre 1850 y 1926. En 1850 se necesitaban 15'5 horas de trabajo para confeccionarlos. A partir de ahí se produjo una explosión de productividad y la rápida mecanización permitió que cincuenta años después, en 1900, la fabricación del mismo par de zapatos sólo exigiera 1'7 horas de trabajo. San Luis, en Missouri, se convirtió en aquella época en una de las ciudades más ricas de Estados Unidos, gracias a la producción de zapatos y cerveza: “Primera en zapatos y cerveza, última en béisbol”, se decía de la ciudad que albergó los Juegos Olímpicos y una Feria Mundial en 1904, mostrando al mundo su riqueza. A partir de 1900 la curva de aprendizaje para los zapatos se hizo casi horizontal; en 1923 se necesitaban 1'1 horas de trabajo para producir el mismo par de zapatos, y en 1926, 0'9 horas. Al perder pendiente la curva de aprendizaje, la presión sobre los salarios creció, y poco a poco la producción de zapatos se trasladó a regiones más pobres. Estado Unidos exportó zapatos durante mucho tiempo, pero ahora importa prácticamente todos los que consume. Este fenómeno -que los países ricos exporten en los sectores con un gran desarrollo tecnológico, e importen en los sectores con escaso desarrollo tecnológico- está relacionado con lo que en la década de 1970 dos profesores de la Escuela Empresarial de Harvard que describieron el fenómeno, Raymond Vernon (1913-1999) y Louis T. Wells, denominaron “ciclo vital del producto” en la teoría del comercio internacional.
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Se muestra cómo aprovechan los países ricos las nuevas tecnologías para aumentar los salarios reales recorriendo sucesivamente la parte de rápido decrecimiento de una curva de aprendizaje tras otra. Algunos economistas franceses llaman a este principio “fordismo”: el aumento de productividad en determinada industria se propaga haciendo subir los salarios en todo el sector, y luego pasa gradualmente al resto de la economía. Un aumento anual de productividad de, digamos, el cuatro por 100, ha inducido tradicionalmente aumentos salariales del cuatro por 100. El sistema depende de un equilibrio entre los poderes compensados de patrones y empleados, que hasta muy recietemente sólo existía en Europa y Norteamérica.
El sistema también depende, obviamente, de los aumentos de productividad. Si las demandas de aumentos salariales superaran los aumentos de productividad, el resultado sería la inflación. Las demandas continuas de aumentos salariales daban a la industria un importante incentivo.
Comparado con el coste de la mano de obra, el capital -y por tanto la mecanización- se abarató cada vez más, dando lugar a nuevos círculos virtuosos.

Cuando yo dirigía una firma industrial en Italia durante las décadas de 1970 y 1980, experimenté la indexación automática de salarios durante un periodo inflacionista. A primera vista parecía un mecanismo irresponsable que perpetuaba la inflación, pero considerándolo retrospectivamente me parece que durante aquel periodo la industria italiana se mecanizó y consiguió un gran aumento de la productividad del trabajo. Los salarios crecientes y la inflación hacían muy rentable la sustitución de la mano de otra por capital. La subida de los salarios reales incrementaba la demanda y por consiguiente la creación de nuevos empleos, y al mismo tiempo incentivaba la mecanización, lo que daba lugar a nuevos aumentos, que a su vez permitían subir a los salarios, todo ello en una espiral creciente de aumento del bienestar. La gente empleada en sectores con escaso aumento de la productividad, como los barberos, mejoraba su situación elevando sus precios a la par con el aumento de los salarios industriales. Aunque sus aumentos de productividad sean escasos, los barberos de los países ricos podían mejorar su bienestar espectacularmente comparado con el de sus homólogos igualmente productivos de países más pobres. Con otras palabras, los aumentos salariales del sector servicios cabalgaban sobre la ola del aumento de productividad del sector industrial. El salario real de un barbero dependía de con quién compartiera el mercado laboral, la relación entre los salarios en los países más ricos y en los más pobres pasó así con el tiempo de 2-1 a 16-1. En los países ricos donde no compartían el mercado laboral con un sector industrial, los barberos siguieron siendo pobres.
El fordismo -entendido como sistema en el que los salarios aumentan a la par con la productividad del principal sector industrial- tuvo la interesante consecuencia de mantener relativamente estable durante la mayor parte del siglo XX la distribución del PIB entre trabajo y capital. En mi opinión, ese tipo de espiral de bienestar se ha roto o deteriorado, al menos temporalmente. En este momento nuestros salarios reales dependen más de la disminución de precios que de los aumentos nominales. Esto es en cierta medida un fenómeno cíclico recurrente de deflación (caída de precios) tras las explosiones de productividad, pero hoy día se está convirtiendo en un factor estructural más permanente, como consecuencia del surgimiento de China y la India -países que no participan del régimen salarial fordista- como nuevos protagonistas de la economía global, y también de la importante pérdida de poder de los sindicatos. De ahí que en muchos países los salarios reales hayan comenzado a caer en relación con el PIB. Este último factor, en particular, es una novedad, claramente observable en países como Estado Unidos, donde las reducciones de impuestos han beneficiado sobre todo a las capas más ricas de la sociedad, que gastan una parte muy pequeña de sus ingresos y que son más proclives a comprar con sus ahorros un castillo en Francia que a gastar en la hamburguesería de la esquina. Ese subconsumo potencial -otro fenómeno inaccesible para la caja de herramientas de la economía neoclásica- ocurre cíclicamente en el capitalismo, y la política fiscal y salarial estadounidense no constribuye precisamente a resolverlo. También, por primera vez desde la década de 1930, Europa afronta crecientes presiones en favor de la reducción de los salarios reales. Los periodos de más rápido aumento de los salarios reales fueron periodos de “equilibrio de poderes compensados” (Galbraith) como las décadas de 1950 y 1960, durante los cuales el equilibrio entre patronos industriales y sindicatos dio lugar a un régimen salarial fordista.

Al estudiar el ciclo vital de una tecnología podemos constatar varios factores relacionados. La curva del aprendizaje es uno. Podemos ver su relación con otras variables. Cuando se desarrolla una nueva industria, el número de empresas tenderá a crecer: las barreras son relativamente bajas y ninguna empresa dispone de grandes ventajas de costes derivadas de un volumen acumulado a lo largo de las curvas de aprendizaje y de experiencia. Se crearán muchas empresas, pero pocas sobrevivirán a las sacudidas que acompañan generalmente a la maduración de una industria. Alrededor de 1920 había aproximadamente unos doscientos cincuenta fabricantes de automóviles en Estados Unidos, pero cuarenta años después sólo quedaban cuatro. El número de fábricas de fósforos aumentó rápidamente en Noruega durante un tiempo, pero al final se unieron en una sola, antes de que toda la producción de fósforos se trasladara a Suecia.

Al mismo tiempo, la demanda del nuevo producto presenta una curva en forma de ese: primero crece lentamente, luego exponencialmente hasta que se satura el mercado, y una vez que esto sucede -cuando prácticamente todo el mundo tien automóvil, friegaplatos o teléfono- la curva de crecimiento se estabiliza haciéndose prácticamente horizontal porque sólo queda el mercado de sustitución. Como podemos observar en el mercado de teléfonos móviles, es posible mantener esa curva a un nivel alto mediante pequeños innovaciones y nuevas modas, añadiendo “campanillas y silbatos”. Esas tres fases se suceden de forma muy parecida en el ciclo vital de cualquier producto. En la gráfica, la zona entre las líneas de puntos es aquella en la que el cambio tecnológico tiene el mayor potencial para aumentar el nivel de vida de un país. El nivel salarial en las dos últimas colonias internas de Europa -Irlanda y Finlandia- se ha visto catapultado por los cambios tecnológicos durante los últimos veinte años, cuando esos dos países se lanzaron adelante, liderando al resto, por la curva de aprendizaje de decrecimiento extremadamente rápido de las tecnologías de la información y de la comunicación. Lo que debemos entender es que es imposible alcanzar semejante aumento salarial basándose en empresas con curvas de aprendizaje planas. Las declaraciones que señalan a determinado país como “la Irlanda de tal o cual región” no son más que demagogia vacía a menos que se pueda domeñar e internalizar una importante curva de aprendizaje en el momento de rápido decrecimiento, como sucedió en Irlanda y Finlandia. El crecimiento económico depende de la actividad, en el sentido de que en cada momento son pocas las actividades económicas.

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Son las innovaciones, más que los ahorros y el capital per se, las que acrecientan el bienestar. Desde ambos extremos del espectro político, Karl Marx y Joseph Schumpeter se muestran de acuerdo en la esterilidad del capital como Alicia en el País de las Maravillas cuando la Reina de Corazones le dice a Alicia: “Así de rápido tendrás que correr para permanecer en el mismo sitio”. En la economía global sólo se puede conservar el bienestar mediante innovaciones continuas. Si el principal constructor de buques de vela se dormía en los laureles corría el riesgo de despertar de repente en un sector en el que los salarios y el empleo se hundían irremisiblemente al hacerse con el mercado los buques de vapor. Schumpeter decía que el capitalismo es como un hotel en el que siempre hay alguien en la suite de lujo, aunque sus ocupantes estén cambiando constantemente. El mejor productor de lámparas de queroseno se arruinó en pocos meses con la aparición de la electricidad. El status quo conduce inevitablemente a la pobreza. Es esto precisamente lo que hace tan dinámico al sistema capitalista, pero ese mismo mecanismo también contribuye a crear enormes diferencias entre países ricos y países pobres. Sin embargo, cuando mejor entiende uno esa dinámica más puede hacer para ayudar a los países subdesarrollados a salir de su pobreza.

La economía global se puede entender en muchos aspectos como un esquema piramidal -una jerarquía de conocimientos- en la que aquellos que invierten continuamente en innovaciones permanecen en la cumbre del bienestar. No se trata realmente de eficiencia, ya que está muy claro que a un conserje extremadamente eficiente le va mucho peor en el mundo subdesarrollado que a un abogado mediocre en Suecia, o incluso que a un conserje incompetente en Suecia. El escalón más bajo de esa jerarquía está ocupado, por ejemplo, por los productores de pelotas de béisbol más eficaces del mundo en Haití y Honduras. Se muestra la economía mundial como una jerarquía de habilidades, enumerando los factores que caracterizan las actividades de alta calidad situadas en los puestos altos (como la fabricación de pelotas de golf) y las actividades de baja calidad situadas en los más bajos (como la fabricación de pelotas de béisbol).

Las actividades económicas de alta calidad surgen generalmente de los nuevos conocimientos obtenidos en la investigación. Muchos países invierten por ello considerablemente en inbestigación básica, porque sirve como fuente principal de innovación, aunque a menudo no se puedan predecir los resultados cuando se inicia una investigación. Los inventos se producen en buena medida por casualidad o accidente, cuando en realidad se buscaba otra cosa. El descubrimiento de la penicilina por Alexander Fleming es uno de esos ejemplos. A menudo la ruta desde la invención hasta la innovación -hasta el uso práctico de un producto- es muy larga. La posibilidad de una luz concentrada pura, casi monocromática, fue predicha por Albert Einstein en 1917; pero el invento del láser (Amplificación de Luz por la Emisión Estimulada de Radiación) no dio lugar a aplicaciones prácticas o innovaciones hasta la década de 1950. Así pues, aunque la investigación básica es un proceso lento, sus aplicaciones finales son muchas y variadas. El láser pasó de ser una hipótesis académica para convertirse en un importante instrumento en la cirugía ocular, la guía de proyectiles, la navegación, el seguimiento de satélites, la soldadura, los reproductores de CD, como sustituto de los bisturíes en cirugía y como punteros láser. Las tecnologías modernas de la información y la comunicación son ahora totalmente impensables sin ese evento.

También es importante tener presente que las innovaciones en los productos y en los procesos tienden a difundirse en una economía de forma diferente. Las primeras suelen generar altas barreras a la entrada y elevados beneficios, como en el caso de Henry Ford a principios del siglo XX o en el de Bill Gates hoy día. Sin embargo, cuando esos mismos inventos se transmiten a otros sectores industriales como innovaciones en el proceso -como cuando el automóvil de Ford llegó a la agricultura convertido en tractor o cuando la tecnología de Gates se utiliza para reservar habitaciones en un hotel-, su efecto principal es bajar los precios más que elevar los salarios. El uso de la tecnología de la información ha reducido los beneficios en la hostelería, tanto en Venecia como la Costa del Sol española, algo de lo que se queja la industria hotelera.

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¿Por qué no se hacen ricos los países que sólo producen materias primas?

La agricultura presenta algunas paradojas inesperadas.-
1.En primer lugar y ante todo, es obvio que la escasez de alimentos y las hambrunas ocurren principalmente en países que se especializan en producir alimentos. Cuanto menor es la proporción de la agricultura en el PIB, menores son las incertdumbres y el hambre. De hecho, en varios países que no cuentan prácticamente con agricultura el mayor riesgo es la sobrealimentación. ¿Cómo se puede explicar esta extraña proporcionalidad inversa?
2.Las explosiones de productividad se limitaron durante siglos a la industria, pero durante los últimos cincuenta años, poco más o menos, la agricultura ha experimentado un mayor aumento de productividad que la mayoría de las industrias. La productividad por hectárea en las plantaciones estadounidenses de trigo se ha multiplicado casi por seis desde 1940; gran parte del sector agrícola se ha convertido en un negocio de alta tecnología, los granjeros aran con tractores automáticos guiados por satélites GPS, y un solo agricultor puede producir hoy día lo que producían diez hace tan sólo 75 años. La paradoja es que las agriculturas más eficaces del mundo, la estadounidense y la europea, son incapaces de sobrevivir sin subvenciones y protección. Cada vaca suiza está subsidiada con el cuádruple de la renta per cápita en el África subsahariana. ¿Cuál es la razón de todo esto?
3.En 1970 Norman Borlaug recibió el premio Nobel de la Paz por la “revolución verde” en la agricultura, por haber generado nuevas especies que aumentaban inmensamente las cosechas y la productividad. Pero esa enorme explosión de productividad agrícola no ha alterado significativamente el número de pobres y hambrientos en el mundo. ¿Por qué no?

Mi respuesta es que esas tres aparentes paradojas están profundamente interrelacionadas. Una vez que se entiende esa interrelación, también es posible entender por qué no se ha hecho rico ningún país sin un sector industrial de servicios avanzado. También quedará claro por qué los países subdesarrollados nunca se harán ricos exportando alimentos al Primer Mundo. Los diferentes sectores económicos -clasificados a grandes rasgos como agrícola, industrial y de servicios- desempeñan papeles diferentes en la economía nacional, y en cierta medida obedecen a leyes económicas distintas al desarrollarse o decaer. La incapacidad para apreciar esas diferencias cualitativas entre distintas actividades económicas lleva a no entender por qué la economía global se desarrolla de una forma tan desigual.

Se presentan dos tipos de actividades económicas, a las que llamo respectivamente “schumpetarianas” y “malthusianas”. Las actividades del primer tipo crean bienestar y desarrollo mediante innovaciones continuas que llevan a aumentar los salarios; las del segundo tipo mantienen los niveles salariales cercanos al nivel de subsistencia, tal como Malthus predijo para la totalidad de la humanidad. Las primeras, como veremos, se hallan principalmente en la industria, y las segundas típicamente en a agricultura y la extracción de materias primas si se ven abandonadas a las fuerzas del mercado. La depresión de la década de 1930 ilustra profusamente la diferencia entre esos dos tipos de actividades. En el sector industrial se manifestó como quiebras y desocupación, pero los trabajadores que mantuvieron su empleo siguieron cobrando aproximadamente los mismos salarios, de forma que durante la crisis los salarios en Estados Unidos aumentaron en proporción al PIB. En el sector agrícola, como explica John Kenneth Galbraith, la depresión se manifestó como caída de precios para sus productos y disminución de la renta. El gobierno tuvo que establecer el llamado “precio compensatorio” para los productos agrícolas, pretendiendo mantener más o menos estable la renta real que los granjeros habían obtenido entre 1910 y 1914 y soslayar el deterioro de la relación entre los precios y los costes agrícolas, esto es, entre las ganacias de los agricultores y los costes de los insumos que necesitaban; su caída durante la Depresión expresa la creciente pobreza de los granjeros comparados con el resto de la economía estadounidense. En 1918 esa relación estaba (como porcentaje) en 200, en 1929 cayó a 138, y en 1932 alcanzó lo que Galbraith califica como “un sombrío e incluso homicido 57”. El precio de los productos agrícolas había caído más de dos tercios en relación con el coste de los insumos que los agricultores recibían del resto de la economía. Las uvas de la ira de John Steinbeck describe emotivamente la situación de la agricultura estadounidense en aquella época.
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Segunda parte.-



Globalización: los argumentos a favor son también argumentos en contra.-

La globalización -tal como la interpretan las instituciones de Washington, el Banco Mundial y el FMI- es en la práctica una integración económica muy rápida de todo tipo de países, ricos y pobres, en lo que atañe al comercio y las inversiones. Hay muchos argumentos a favor del libre comercio y de esa integración; algunos de ellos son culturales, como el de que el libre comercio fomenta los contactos y la comprensión entre diferentes naciones y culturas, pero la mayoría son de naturaleza económica. Si la integración económica se realizara de la forma y con la velocidad adecuadas, podría en efecto mejorar económica y socialmente la situación de todos los países, tanto ricos como pobres. El problema está en el ritmo.
Los mejores argumentos, tanto a favor como en contra de la globalización, se hallan en la esfera de la producción. Un importante argumento es que la producción de bienes y servicios suele darse en un marco de rendimientos crecientes (economías de escala): cuanto mayor sea el mercado y más unidades produzca, más baratos serán los bienes y servicios que consumimos, lo que representa un enorme potencial de mejora para el bienestar de todos. Construir una fábrica que produce una medicina vital cuesta ciento de millones de dólares; cuanto mayor sea el volumen de ventas entre las que se puede distribuir ese concepto fijo, más barato será el tratamiento de cada paciente con el medicamento en cuestión.

Otra razón poderosa en favor del libre comercio es la innovación y el cambio tecnológico, producto del continuo desarrollo de nuevos conocimientos tecnológicos se puede distribuir entre un número mayor de consumidores y, además del abaratamiento, podrán llegar antes a cada ciudadano individual en todas partes. Cuanto mayor sea el mercado más fáciles resultan las innovaciones. Si Thomas Edison y Bill Gates hubieran operado en un mercado muy reducido -digamos el de Islandia, con menos de trescientos mil habitantes- este libro probablemente se habría escrito a la luz de una lámpara de queroseno y con una tecnología mucho más simple.

Un tercer argumento son las sinergias y efectos de aglomeración (cluters). La creación de conocimientos no sólo se facilita allí donde se constituyen redes -de complementariedad y competencia- que entrelazan a muchas empresas, sino que, como vimos en e caso de los Países Bajos, también existen importantes sinergias entre empresas y actividades en terrenos muy diversos. Históricamente, el efecto de sinergia más relevante es el que se da entre industria y agricultura. En una economía global cada país podrá desarrollar sus propias redes (también se habla de “bloques” o “polos” de desarrollo), en las que empresas con capacidades complementarias pueden prosperar y crecer de una forma que resutaría inalcanzable en solitario. También a ese respecto, la magnitud de los mercados a los que daría lugar la integración económica posibilitaría una mayor división del trabajo, más especialización y nuevos conocimientos. Todos esos argumentos apuntan a los grandes beneficios potenciales para cada uno de nosotros, ya sea como productores o como consumidores, derivados de la integración. Las nuevas oportunidades de salarios más altos y/o bienes y servicios más baratos, explican la espectacular riqueza de algunos países.

Esos mismos factores -escala, cambios tecnológicos y sinergias- van de consuno, reforzándose mutuamente en interdependencia. Aunque desde el punto de vista teórico se trate de fenómenos distintos, los rendimientos crecientes con la escala y el progreso tecnológico son a menudo muy difíciles de separar en la práctica. Es imposible recrear la tecnología utilizada actualmente en la fabricación de automóviles a la pequeña escala en que se realizaba hace un siglo. El enorme aumento de productividad que consiguió Henry Ford en la producción de automóviles dependía absolutamente del gran número de vehículos fabricados. Ford entendió que para hacer fortuna tenía que producir automóviles que la gente corriente -como sus propios obreros- pudiera comprar, y lo resolvió de una forma muy simple: un día de enero de 1914 duplicó los salarios de los obreros de su fábrica elevándolos a 5 dólares diarios. Esto no sólo aumentaba la capacidad de compra de sus obreros, sino que dada la naturaleza monótona del trabajo en la línea de montaje, también estabilizaba la mano de obra. Pero la cuestión clave es que las barreras a la entrada creadas por la combinación del cambio tecnológico (innovación) y economías de escala (rendimientos crecientes) posibilitaron un enorme aumento de los salarios nominales en ese sector, al tiempo que el precio de los automóviles seguía disminuyendo.

Con mucha frecuencia el cambio tecnológico requiere los rendimientos crecientes creados por la estandarización -desde la de los pesos y medidas en las ciudades-Estado medievales hasta la de la anchura de las vías férreas en el siglo XIX o los estándares técnicos de los teléfonos móviles hoy día. Tal estandarización es también una condición para los efectos de red que inducen cierto tipo de rendimientos crecientes (cuanto mayor es el número de usuarios, mayores son los beneficios potenciales para el usuario individual). El teléfono es un ejemplo claro de red: un solo propietario de una conexión teléfonica no puede utilizar ese invento hasta que haya al menos otro abonado con quien hablar. La utilidad de la red aumenta con su tamaño. Las economías de escala (incluidas las economías de alcance o diversificación y los efectos de red) dependen todas ellas de las sinergias creadas en tales sistemas de redes. Las universidades también son una parte importante de tales sistemas de innovación. Los procesos de aprendizaje allí donde se encuentran y cooperan la innovación, los rendimientos crecientes y los efectos de sinergia/aglomeración constituyen la propia esencia del desarrollo económico que ha dado lugar a la riqueza y el bienestar que se disfrutan en una parte del mundo. Hoy el nexo entre industria, gobierno y universidad.

Desde un punto de vista histórico esos trea factores llevan mucho tiempo interactuando, y también se ha reconocido desde hace tiempo su importancia. La historia de la humanidad está marcada por el aumento de productividad, y el aumento del nivel de vida ha requerido que los mercados crecieran incesantemente. Podemos detectar la idea de los rendimientos sistémicos crecientes en la obra del filósofo Jenofonte, que vivió alrededor del año 400 a. C. En 1613 el economista italiano Antonio Serra, al que ya hemos mencionado anteriormente, agrupó los rendimientos crecientes, las sinergias y las medidas de los gobiernos ilustrados como caraterísticas que distinguían las ricas ciudades-Estado europeas de la pobreza circundante. Ese tipo de teoría -en la que la elección de la actividad económica determinaba la riqueza- dominó la política económica durante mucho tiempo. La elección de profesión determinaría la riqueza y el bienestar que se disfrutan en una parte del mundo. Hoy día esa idea se expresa con la imagen de una triple hélice, que representa el nexo entre industria, gobierno y universidad.

Desde un punto de vista histórico esos tres factores llevan mucho tiempo interactuando, y también se ha reconocido desde hace tiempo su importancia. La historia de la humanidad está marcada por el aumento de productividad, y el aumento del nivel de vida ha requerido que los mercados crecieran incesantemente. Podemos detectar la idea de los rendimientos sistémicos crecientes en la obra del filósofo Jenofonte, que vivió alrededor del año 400 a. C. En 1613 el economista italiano Antonio Srra, al que ya hemos mencionado anteriormente, agrupó los rendimientos crecientrs, las sinergias y las medidas de los gobiernos ilustrados como características que distinguían las ricas ciudades-Estado europeas de la pobreza circundante. Ese tipo de teoría -en la que la elección de la actividad económica determinaba la riqueza- dominó la política económica durante mucho tiempo. La elección de profesión determinaría la riqueza de una sociedad de la misma forma que determina la riqueza de un individuo.

Hacia finales del siglo XIX los economistas estadounidenses y alemanes presentaban la historia de la humanidad como un proceso que también incluía la evolución hacia unidades económicas cada vez mayores. Éste era el corolario geográfico de la teoría de las etapas examinada anteriormente. Una versión corta de esa teoría sería poco más o menos la siguiente: al principio los seres humanos vivían en clanes familiares, organizados en torno a la ayuda mutua y no al mercado. La distribución de la renta tenía lugar en gran medida tal como sucede en el frigorífico de una familia nuclear normal de hoy día, según las necesidades. Cuando alguien se casaba y se necesitaba un nuevo hogar, todo el grupo trabajaba gratis; más adelante sería quizá usted mismo el que necesitara esos servicios, y los demas le ayudarían Para un grupo de personas que pasaban toda su vida juntos, tal reciprocidad permitía una distribución de la renta satisfactoria sin necesidad de ningún mercado. En ese marco, las transacciones de mercado parecerían tan extrañas como la idea de que una madre vendiera su leche a su propio hijo.

El comercio a larga distancia y el crecimiento de las poblaciones dio lugar al surgimiento paulatino de las ciudades-Estado y a cambios cualitativos en la sociedad humana. Las distancias más largas, la creciente especialización profesional (división del trabajo) y la mayor movilidad geográfica fueron resquebrajando gradualmente los viejos sistemas de reciprocidad: aparecieron los mercados, al principio probablemente como intercambio de regalos entre tribus, luego como lugares de trueque con proporciones de valor establecidas (“una oveja por un saco de patatas”), y más tarde como economía monetarizada. Los antropólogos insisten en que el comercio apareció primero entre clanes y tribus, no entre individuos: como ya he señalado, en la Europa del siglo XIII estaba claro que la riqueza de las ciudades frente a la pobreza del campo era consecuencia de determinadas sinergias. El “bienestar de la comunidad” -il ben communne- era el responsable de la riqueza.

El siguiente paso fue el surgimiento del Estado-nación. Sus constructores trataban de extender las mismas sinergias que se daban en las ciudades a un área geográfica más amplia. Las inversiones en infraestructuras -grandes recursos volcados en la construcción de canales, carreteras, puertos, y más tarde vías férreas y líneas telefónicas- fueron clave en el proyecto de construcción de la nación. El proyecto económico y político que dio lugar a los Estados-nación se llamó mercantilismo.

A medida que se desarrollaban las naciones dotadas de Estado, las ciudades-Estado más opulentas -como Venecia y las ciudades holandesas- quedaron notoriamente atrás, en declive y en una pobreza creciente, relativa y absoluta. Los economistas de la época vieron claramente que la unidades políticas que no se incorporaban a la carrera por mercados internos más grandes quedarían inevitablemente postergadas en el aspecto económico. Mucho después -hace aproximadamente cien años- los economistas que estudiaban las relaciones históricas entre tecnología y geografía adivinaban que la siguiente etapa tecnoeconómica sería la economía mundial. Como en transiciones anteriores, apuntaban, el sector financiero sería el primero en adaptarse plenamente a esa escala geográfica más vasta.

Si ésta es la esencia de la historia de la humanidad en lo que concierne a la geografía y la tecnología, si hay tantos mecanismos económicos que posibilitan un mayor bienestar en unidades geográficas más vastas, si incluso parece haber una ley de hierro que hace inevitable el aumento de tamaño de las sociedades humanas, ¿cómo puede nadie en su sano juicio estar contra la intensificación de libre comercio y de la globalización?

Una cuestión clave a este respecto es que los partidarios de la globalización no basan sus argumentos en un razonamiento del tipo expuesto. Sus análisis y recomendaciones se basan en argumentos teóricos estáticos desprovistos de cualquier fundamento histórico, en lo sque el cambio tecnológico, los rendimientos crecientes y las sinergias está totalmente ausentes. Sus análisis se basan en la teoría ricardiana del comercio internacional que recomienda que cada país se especialice en loq ue es más eficaz comparado con los demás y argumenta que ese tipo de especialización lleva a un aumento del bienestar total. Adam Smith dio el primer paso en la elaboración de la teoría ricardiana al reducir todas las actividades humanas -ya sea producción o comercio- a horas de trabajo desprovistas de aspectos cualitativos. La teoría de Ricardo se basa en esa visión de una sociedad de trueque -la metáfora de Adam Smith sobre los perros capaces de intercambiar horas de trabajo- que ya hemos comentado. Los factores económicos clave examinados anteriormente son endógenos, no forman parte de la teoría de comercio predominante que es la base de nuestro orden económico mundial actual, las ideas sobre las que basan sus teorías el FMI y el Banco Mundial. Existen modelos más sofisticados, pero sin mucha influencia en la práctica.
En la construcción teórica de Ricardo no hay nada que distinga la hora de trabajo de la Edad de Piedra de la hora de trabajo de Silicon Valley. Dado que el pleno empleo también está asegurado, la teoría del comercio internacional (tal como se practica hoy día) puede proclamar orgullosamente que el libre comercio entre Silicon Valley y una tribu neolítica recientemente descubierta en el Amazonas producirá la armonía económica de la nivelación de salarios (nivelación del factor precio). El comercio internacional es extremadamente importante para la creación de riqueza, pero no por la razón que dio Ricardo. Sus ganancias estáticas quedan absolutamente empequeñecidas por las ganancias dinámicas efectivamente posibles. Sin embargo, el comercio internacional también posibilita importantes pérdidas dinámicas de riqueza. En los países desarrollados (ricos) el planteamiento de Ricardo es acertado, pero por una razón equivocada. En los países pobres, donde están ausentes los factores de creación de riqueza, el planteamiento de Ricardo no sólo es erróneo, sino que los mantiene en la pobreza.

Conviene señalar que la sociedad capitalista actual -que entiende esencialmente el crecimiento económico como resultado de añadir capital al trabajo- emplea una teoría del comercio basada en la teoría del valor-trabajo que sólo subsiste en la ideología comunista. La teoría del comercio capitalista describe una producción que tiene lugar en ausencia de capital. Estamos volviendo por tanto a la confusión creada por los orígenes comunes en la economía ricardiana del capitalismo y el comunismo de la Guerra Fría, cuestión que ya hemos tratado. La teoría del comercio con la que el capitalismo controla el mundo, en total contradicción con la explicación que da del crecimiento, no ofrece ningún lugar al capital. Éste es un ejemplo de la “duplicidad de hipótesis” con fines en definitiva políticos que es un rasgo cardinal en la economía predominante. La pura hipótesis de que diferentes actividades económicas pueden absorber rentablemente en cualquier momento cantidades muy desiguales de capital basta para invalidar y demoler toda la estructura sobre la que descansa la economía mundial. Esto pone de relieve la importancia crucial de lo que el premio Nobel James Buchanan llama “hipótesis de la igualdad” en la economía, y es la hipótesis más importante, aunque probablemente la menos discutida, en la profesión. Si las distintas actividades económicas son cualitativamente diferentes, la economía estándar de los libros de texto se hunde. En la teoría estándar la “información perfecta” y “la competencia perfecta” resuelven este problema convirtiendo instantáneamente y sin coste la sociedad de la Edad de Piedra en la sociedad de Silicon Valley; pero por citar a Richard Nelson, el muy respetado economista evolucionista, “las cosas no funcionan así”.

Si incluimos los rendimientos crecientes, los efectos de la tecnología y el aprendizaje y los efectos de la sinergia, podemos elaborar argumentos de mucho más peso en favor de la globalización, pero también contra ella en lo que concierne a la periferia pobre. Los factores que hemos expuesto posibilitan una teoría del desarrollo económico, pero también una explicación de por qué está distribuido tan desigualmente entre los diversos países del mundo. Los fanáticos de la globalización utilizan argumentos estáticos y en gran medida divorciados de la dinámica con que tien lugar realmente el crecimiento económico. Introduciendo factores nuevos y dinámicos tendremos los ladrillos con los que construir una teoría en la que la globalización -si se pone en práctica con una velocidad inadecuada- conduce a una situación en la que algunos países se especializan en ser ricos, mientras que otros se especializan en seguir siendo pobres.

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Los rendimientos crecientes y su ausencia.-

No todos los bienes y servicios dan lugar a rendimientos crecientes al expandirse la producción. La producción de la primera copia de un producto de Microsoft puede costar cien millones de dólares, y la de las copias desde la segunda hasta la número doscientos millones tan sólo unos pocos centavos, resultando además prácticamente gratis su distribución si se realiza electrónicamente. Cuando los coste fijos son muy altos se dan importantes economías de escala o rendimientos crecientes, lo que a su vez crea barreras muy altas a la entrada de competidores, y se crea una estructura de mercado oligopolista muy alejada de las hipótesis estándar de la teoría económica predominante. Resulta muy difícil competir contra empresas con esa estructura de costes.

Una persona que se gana la vida como pintor de brocha gorda afronta una realidad muy distinta. Una vez que ha aprendido su profesión no podrá pintar la segunda casa más rápidamente de lo que pintó la primera. Sus costes fijos -una escalera y brochas- no serán muy elevados, lo que lo convierte en fácil objeto de la competencia, incluso de mano de obra muy barata como puede ser la de inmigrantes no regularizados. Microsoft y Bill Gates no tienen que afrontar este tipo de problemas. Independientemente de la tecnología, los rendimientos crecientes de unos y su ausencia en el caso de otros explica en gran medida por qué ningún pintor de brocha gorda puede aproximarse al nivel de ingresos de Bill Gates.

Los países especializados en el suministro de materias primas al resto del mundo alcanzarán más pronto o más tarde el momento en que su rendimiento comience a decrecer. La ley de los rendimientos decrecientes dice esencialmente que cuando un factor de la producción procede de la naturaleza -como en la agricultura, la ganadería, la pesca o la minería-, a partir de cierto punto la adición de más capital y/o más trabajo proporcionará un rendimiento más pequeño por cada unidad de capital o trabajo añadido. Los rendimientos decrecientes son de dos tipos: extensivos (cuando la producción se extiende a inferiores bases de recursos) e intensivos (cuando se añade más trabajo a la misma parcela de tierra u otro recurso fijo). En ambos casos la productividad disminuirá en lugar de aumentar si crece la producción. Los recursos naturales suelen ser de calidad variable: tierra fértil y menos fértil, buen o mal clima, pastos abundantes o pobres, minas con vetas más o menos ricas, bancos depeces más o menos copiosos En la medida en que se conocen esos factores, un país utilizará primero su mejor tierra, sus mejores pastos y sus minas más ricas. Al aumentar la producción con la especialización internacional, se incorporan a la producción tierras o minas cada vez más pobres. Los recursos naturales pueden ser también difíciles o imposibles de renovar: las minas se pueden agotar, la población de determinadas especies de peces se puede extinguir y los pastos se pueden extenuar por un consumo excesivo.

Si no existe un empleo alternativo fuera del sector que depende de los recursos naturales, la población se verá obligada a vivir únicamente de éstos. A partir de determinado momento se necesitará más trabajo para producir la misma cantidad y esto creará una presión a la baja sobre el nivel salarial nacional. Supongamos que un país, digamos Noruega, fuera el más dotado del mundo para producir zanahorias. Después de dedicar la mejor tierra cultivable a la producción de zanahorias, el país tendría que utilizar tierra cada vez más marginal para cultivarlas. La producción de cada tonelada adicional de zanahorias sería cada vez más cara, sin que su precio en el mercado mundial compensara ese aumento de costes. Cuanto más se especializara ese país en la producción de zanahorias para el mercado mundial, más pobre sería. Para Australia, rica en recursos, ése fue el argumento clave que impulsó al país a crear un sector industrial, aunque fuera menos eficiente que los de los principales países industriales, el Reino Unido y Estados Unidos. La existencia de un sector industrial establece un nivel salarial nacional que evita que el país se deslice por la pendiente de los rendimientos decrecientes, dando lugar a una producción excesiva que lo lleve a la pobreza o vaciando el océano de peces y las minas de su mineral. En mi artículo “Diminishing Returns and Economic Sustainability: The Dilemma of Resource-based Economies under a Free Trade Regime” (Rendimientos decrecientes y sostenibilidad económica: El dilema de las economías basadas en los recursos naturales bajo un régimen de libre comercio) paso revista a los problemas ambientales que resultan de hacer que los países pobres se especialicen en actividades con rendimientos decrecientes.

Un país que se especializa en la producción de materias primas en el marco de la división internacional del trabajo experimentará -en ausencia de un mercado laboral alternativo- el efecto opuesto al que experimenta Microsoft: cuanto más aumente la producción, más altos serán los costes de producción de cada nueva unidad. A este respecto la profesión de pintor de brocha gorda es relativamente neutral, ya que trabaja con rendimientos constantes. La forma y velocidad de la globalización durante los últimos veinte años ha dado lugar a la desindustrialización de muchos países, llevándolos a una situación caraterizada por el predominio de rendimientos decrecientes.

Los economistas para los que los rendimientos crecientes son un rasgo clave del mundo en el que viven llegarán a conclusiones opuestas en lo que atañe a la población a las de aquellos en cuyo mundo predominan los rendimientos decrecientes. Alrededor de 1750 prácticamente todos los economistas coincidían en que el crecimiento dimanaba de los rendimientos crecientes y las sinergias halladas en la industria, y por eso mismo entendían como conveniente el aumento de la población para sostener el mercado nacional. Como hemos visto, cuando Malthus y su amigo Ricardo recompusieron más tarde la economía con los rendimientos decrecientes como rasgo central, su ciencia recibió merecidamente el calificativo de “ciencia lúgubre”. El reciente pasado, cuando la superpoblación era la “pista falsa” favorita para explicar la pobreza, la confusión en torno a esta cuestión daba lugar a conclusiones que los países pobres podían considerar con cierta justificación como racistas, ya que los países ricos e industrializados con una elevada densidad de población -digamos por ejemplo Holanda, con 477 personas por kilómetro cuadrado- suelen afirmar que la pobreza de Bolivia, por ejemplo, se debe a la superpoblación, aunque la densidad de población de ese país sólo sea de siete personas por kilómetro cuadrado. Se pasa por alto la relación entre modo de producción y densidad de población con la misma inconsciencia con que se pasa por alto la relación entre modo de producción y estructura política. En ambos casos la renuencia a relacionar esos fenómenos incrementa nuestra ignorancia sobre las causas de la pobreza. Esto lleva a la sociedad mundial contemporánea a deslizarse por una pendiente de falsas pistas teóricas y a una situación en la que se trata de enmendar los síntomas más que las causas de la pobreza.

En Mongolia o Ruanda se pueden constatar recientes ejemplos, particularmente dramáticos, del efecto de los rendimientos decrecientes. En Mongolia desapareció prácticamente toda la industria tras la conmoción del libre comercio a principios de la década de 1990. Bajo una globalización tan asimétrica -en la que algunos países se especializan en actividades con rendimientos crecientes mientras que otros lo hacen en actividades con rendimientos decrecientes-, que un país se especialice en actividades con rendimientos decrecientes es como se se “especializara” en ser pobre.
Se muestra este fenómeno en un ejemplo ofrecido por Frank Granham, el que fuera presidente de la Asociación Económica Americana. Los países ricos se especializan en ventajas comparativas producidas por el hombre, mientras que los pobres se especializan en ventajas comparativas proporcionadas por la naturaleza. Las ventajas comparativas en las exportaciones de productos naturales ocasionarán más pronto o más tarde rendimientos decrecientes, porque los recursos que ofrece la Madre Naturaleza suelen ser de calidad variable, y normalmente se utilizarán antes los de mejor calidad. Los países pobres carecen en general de políticas sociales o pensiones para los ancianos, por lo que tener muchos hijos es la forma habitual de procurarse cierta forma de “seguro de vejez”. Sin embargo, el aumento de población resultante suele chocar pronto con el “muro flexible” de los rendimientos crecientes, como ha sucedido recientemente en Mongolia y Ruanda. El desarrollo sostenible global depende por tanto de que en los países pobres se cree empleo fuera de los sectores con rendimientos decrecientes, en particular fuera de los sectores basados en la producción de materias primas, que, en ausencia de un sector con rendimientos crecientes, suelen dar lugar a círculos viciosos maltusianos de la pobreza y violación de la naturaleza.










El cambio tecnológico y su ausencia

Las “oportunidades” para la innovación y el cambio tecnológico están muy desigualmente distribuidas en cada momento entre las diversas actividades económicas. En determinado momento había pocos cambios tecnológicos en las lámparas de queroseno (quinqués) y muchos en la luz eléctrica. Como veremos, un país siempre puede especializarse en actividades económicas en las que ni con todo el capital del mundo se podrían generar innovaciones y aumento de productividad. Este mecanismo también posibilita que un país se especialice en ser pobre.

Un elemento importante del enorme “problema social” (como se decía entonces) que dominó el discurso europeo durante el siglo XIX fue la existencia de los llamados “trabajadores en casa” (heimarbeiter), que producían artículos que la industria todavía no había conseguido mecanizar, como parte de un proceso de producción carente de rendimientos crecientes y sin ningún potencial de innovación. Se trataba de productos caseros que eran distribuidos como si fueran industriales. Hoy día, la subcontratación de producciones no mecanizables desde Estados Unidos a México y otros países cercanos está reproduciendo las condiciones de los trabajadores caseros europeos del siglo XIX. En México ese tipo de industria -las mauiladoras cerca de la frontera con Estados Unidos- crece a expensas de la industria tradicional, y como pagan salarios más bajos que ésta el fenómeno está afectando al nivel salario medio, presionando sobre él a la baja. Un similar efecto maquila se detecta también en la agricultura: la producción mecanizable (como la cosecha de trigo y maíz) queda a cargo de Estados Unidos, mientras que México se especializa en la producción no mecanizable (cosecha de fresas, cítricos, pepinos y tomates), lo que reduce las oportunidades de innovación en México, introduce al país en callejones tecnológicos sin salida y/o privilegia las actividades intensivas en mano de obra.

Los productores más eficientes del mundo en la producción de pelotas para el juego de béisbol, el deporte nacional estadounidense, se encuentra en Haití, Honduras y Costa Rica. Esas pelotas se cosen todavía a mano como cuando se inventaron. Ni con todos los ingenieros y todo el capital de Estados Unidos se ha conseguido mecanizar su producción. Los salarios de esos productores de pelotas de béisbol, los más eficientes del mundo, son miserables. En Haití ronda los 30 centavos de dólar por hora a mediados de la década de 1990. Cada pelota de béisbol se cose a mano con 108 puntadas, y cada obrero es capaz de coser cuatro pelotas por hora, a mano pero con los requerimientos de precisión de un producto fabricado con máquinas. Las pelotas se venden en Estados Unidos por unos 15 dólares cada una. Como consecuencia de los problemas políticos suscitados en Haití -donde el intento del presidente Jean-Bertrand Aristide de elevar el salario mínimo de 33 a 50 centavos de dólar por hora fue una de las razones para su derrocamiento-, gran parte de la producción se desplazó a Honduras y Costa Rica, donde el nivel salarial es más alto, situándose en Costa Rica ligeramente por encima de 1 dólar por hora.

Las pelotas de golf, en cambio, son un producto de alta tecnología, y una de las fábricas más importantes- que por sí sola representa el cuarenta por 100 de la producción estadounidense- se encuentra en la vieja ciudad ballenera de New Bedford, Massachussetts. La investigación y el desarrollo desempeñan papeles importantes en la producción, y a pesar de los elevados salarios en la zona, los costes de trabajo directos representan sólo el quince por 100 de los costes de producción totales. Como en una refinería de petróleo, su escasa repercusión en los costes de producción totales, unida a la necesidad de trabajadores, ingenieros y proveedores especializados, contribuye a evitar que la producción de pelotas de golf se desplace a países con bajos salarios coo Haití. Los salarios en la zona de New Bedford se sitúan a un nivel de entre 14 y 16 dólares por hora. La diferencia entre los niveles salariales en esos dos sectores industriales -producción de pelotas de béisbol y de golf- es consecuencia directa de un desarrollo tecnológico desigual. La pobreza de Haití y la riqueza de Estados Unidos son, para ambos países, a la vez causa y consecuencia de las decisiones tomadas sobre qué producir.

La institución que llamamos “mercado” recompensa al productor más eficiente del mundo de pelotas de golf con unos ingresos entre 12 y 36 veces mayores -entre 14 y 16 dólares frente a un abanico que va de 30 centavos a 1 dólar por hora- que los del productor más eficiente del mundo de pelotas de béisbol. Las diferencias en poder de compra reducen ciertamente ese abismo, pero la diferencia en salarios reales es todavía exorbitante. Además de ser pobres, los productores de pelotas de béisbol se ven afectados por enfermedades ocupacionales como el síndrome del túnel carpiano. En Costa Rica, donde la situación es claramente mejor que en Haití, un ejecutivo de la empresa estimaba que el noventa por 100 de los obreros de la fábrica de pelotas de béisbol sufrían algún tipo de enfermedad ocupacional. Me gusta visitar fábricas y siempre había deseado observar desde dentro una fábrica de pelotas de béisbol. Una vez, cuando trabajaba en la concesión de microcréditos en San Pedro Sua, en Honduras, la hermana de nuestro anfitrión dirigía una fábrica de pelotas de béisbol y me dijo que podía ir a visitarla. Sin embargo, en el último minuto la visita fue cancelada, al parecer por orden expresa de los propietarios estadounidenses.

Se muestra la gran diversidad de oportunidades para aumentar los salarios reales que ofrecen los cambios tecnológicos, y señala los muchos factores que se combinan para producir ese efecto. Muestra un sistema de clasificación (una taxonomía) de la calidad de las actividades económicas según su capacidad para generar un alto nivel de vida.

Las nuevas tecnologías y las innovaciones requieren y fomentan nuevos conocimientos, favoreciendo actividades económicas caraterizadas por altos niveles de conocimiento y de renta, en las que predominan una competencia imperfecta schumpeteriana y dinámica, altas barreras a la entrada, elevados riesgos y grandes recompensas, a diferencia de la competencia perfecta o “competencia entre las mercancías” en la que operan los mecados de materias primas. A medida que las innovaciones, productos y procesos maduran y envejecen, las mercancías van cayendo, bajo una especie de ley de la gravedad, en el índice mostrado y se pueden señalar las características que convierten la fabricación de pelotas de béisbol en una actividad de baja (alta) calidad en términos de su petencial para generar riqueza.

Una vez que se ha creado una gran diferencia en los salarios reales, el mercado mundial asigna automáticamente las actividades económicas que suponen callejones tecnológicos sin salida -y que por lo tanto sólo requieren mano de obra no especializada, por ejemplo, la fabricación de pelotas de béisbol- a los países con bajos salarios. Aunque en algún momento se produjera un avance tecnológico en la fabricación de pelotas de béisbol, esto no ayudaría a los productores pobres; el siguiente ejemplo mostrará por qué: durante la década de 1980 se podía encontrar la siguiente información en un pijama típico vendido en Estados Unidos: “Tejido fabricado en Estados Unidos, cortado y cosido en Guatemala”. La producción textil está altamente mecanizada, de forma que el tejido se produce en Estados Unidos. En aquella época el corte del tejido se hacía mecánicamente, pero había que hacerlo en pequeñas cantidades para asegurar un tamaño y calidad uniforme, con la misma mano de obra barata que consía a máquina los pijamas. Durante la década de 1990 comenzó a aparecer un texto nuevo en las etiquetas de los pijamas: “Tejido producido y cortado en Estados Unidos, cosido en Guatemala”. La nueva tecnología láser permitía ahora que se cortaran automáticamente con alta precisión grandes pilas de tejido, eliminando así la necesidad de la mano de obra barata, por lo que el corte se repatrió a Estados Unidos.

En este apartado he descrito uno de los mecanismos, importante pero minusvalorado, por los que el mercado, abandonado a sus propias fuerzas, tenderá a ampliar más que a reducir las diferencias salariales existentes entre los distintos países. La magia del mercado tenderá a ampliar las asimetrías existentes entre países ricos y países pobres.

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Sinergias, efectos de aglomeración y su ausencia.-


Los efectos de aglomeración y las sinergias son importantes, pero existen actividades económicas en las que tales efectos no existen o son muy limitados. La producción de pelotas de béisbol en los países pobres cercanos a Estados Unidos no tienen efectos de aglomeración locales; todos los insumos para el producto final provienen de Estados Unidos. El núcleo de caucho de las pelotas se produce en una fábrica de Missouri, el hilo con el que se cosen proviene de Veront y el cuero de Tennessee.

El tercer factor que explica la riqueza, los efectos de sinergia, con frecuencia no existe en el tipo de producción que encargamos a los países pobres. Muy a menudo se impide incluso que tales efectos puedan existir, porque una condición habitual para importar artículos exentos de impuestos a Estados Unidos es que los insumos empleados en su fabricación provengan de ese país. Tal es el caso de los procesos de industrialización que Estados Unidos patrocina en África por medio de la Ley de Crecimiento y Oportunidades en África (AGOA). Los africanos pueden exportar el producto de su fuerza de trabajo no especializada a Estados Unidos sólo si todos los insumos empleados provienen de Estados Unidos, y tienen que competir con los haitianos siendo aún más pobres para atraer la producción. La competitividad de un país consiste, según la definición de la OCDE, en elevar los salarios reales sin perder oportunidades de venta en el mercado mundial. En la mayor parte del Tercer Mundo esta situación está actualmente invertida: se reducen los salarios a fin de ser internacionalmente competitivos.

La educación se considera cada vez más la clave para extender la riqueza al Tercer Mundo. En países como Haití, que se especializan en la producción no mecanizada -en callejones tecnológicos sin salida-, elevar el nivel de educación de la población no contribuirá a elevar su nivel de riqueza. En tales países la demanda de personal instruido o especializado es mínima, por lo que es más probable que la educación aumente la propensión a emigrar. Una estrategia basada en la educación sólo tiene éxito cuando se combina con una política industrial que también proporcione empleo a la gente cualificada, como sucedió en Asia oriental.

Un aspecto clave del proceso de globalización durante los últimos quince años es que ese tipo de política económica -que los países actualmente ricos han mantenido, a menudo durante siglos- fue prohibida por el Banco Mundial y el FMI. Para recibir ayuda de los países ricos, los pobres tienen que abstenerse de utilizar las políticas que los países ricos emplearon y siguen todavía empleando. Ésas son las “codiciones” de las instituciones de Washington.

Mis colegas estonios me cuentan que en el periodo inicial y más triunfalista tras la caída del Muro de Berlín, los primeros asesores enviados por el Banco Mundial recomendaron que el país cerrara sus universidades, porque en el futuro Estonia tendría su ventaja comparativa en actividades económicas que no requerirían educación universitaria. Aunque ningún economista del Banco Mundial se atrevería a decir eso mismo hoy, y aunque a los estonios no les hizo ninguna gracia -su Universidad de Tartu data de 1632-, en esa recomendación había un realismo y una honradez que se ha perdido desde entonces. Como las actividades económicas varían tan enormemente en su capacidad para aplicar nuevos conocimientos, es posible que un país se especialice en actividades económicas varían tan enormemente en su capacidad para aplicar nuevos conocimientos, es posible que un país se especialice en actividades económicas que no requieren conocimientos ni cualificación. Al insistir en la importancia de la educación sin permitir simultáneamente una política industrial que cree demanda de gente cualificada -como ha hecho Europa durante los últimos cinco siglos-, las instituciones de Washington no hacen más que acrecentar las cargas financieras de los países pobres haciéndoles financiar la educación de gente que al final sólo encontrará trabajo en los países ricos. Una política educativa debe verse ecompañada por una política industrial que cree demanda de gente bien formada.

Según mi experiencia, es muy fácil encontrar haitianos con formación universitaria trabajando como taxistas en la zona francófona de Canadá. Se estima que que 82 por 100 de los médicos jamaicanos trabajan en el extranjero. El setenta por 100 de los guayaneses con formación universitaria trabajan fuera del país. Los hospitales norteamericanos absorben las enfermeras de países anglófonos como Trinidad, mientras que en muchos lugares del Caribe si el sector sanitario se mantiene en funcionamiento es gracias a las enfermeras cubanas. Indirectamente, la absorción por Estados Unidos de enfermeras caribeñas contribuye a resolver los problemas de la balanza de pagos cubana.

El hecho de que la gente con formación universitaria de los países pobres pueda encontrar un nivel de vida mucho más alto en países ricos es una amenaza para el propio tejido social de muchos de esos países: los más competentes, los mejor formados, emigran. Aunque el dinero que esos emigrantes envían a sus parientes es muy relevante -en países como El Salvador el flujo de remesas de los emigrantes constituye la mayor fuente de divisas extranjeras-, se gasta generalmente en consumo, no en inversión. Mis colegas economistas haitianos mantienen también que las remesas de dinero de los emigrantes constituye la mayor fuente de divisas extranjeras-, se gasta generalmente en consumo, no en inversión. Mis colegas economistas haitianos mantienen también que las remesas de dinero de los emigrantes a Estado Unidos y Canadá arruinan los incentivos para trabajar por unos miserables 30 centavos por hora.

Así pues, los argumentos en favor de la globalización resultan ser también -en ciertas condiciones- argumentos contra la globalización en la forma en que actualmente se lleva a cabo. Una mejor comprensión de los mecanismos que promueven el crecimiento económico conduce también a la clarificación de las razones de que ese crecimiento esté distribuido tan desigualmente entre países y personas. Lógicamente, esto significa que la políticia económica se debe adaptar a la situación específica de cada país, que es lo que los estadounidenses suelen llamar aceite de serpiente- se consideran mera charlatanería, completamente acientífica. En el siglo XIX un economista estadounidense acusó a los economistas ingleses de ese tipo de fraude, de ofrecer aceite de serpiente económico, la misma medicina fuera cual fuera la situación de un país, pero ahora cabe acusar a las instituciones de Washington de actuar con el mismo planteamiento en su promoción de la globalización, y conviene entender que ese planteamiento de “talla única” es el resultado natural e inevitable de la teoría económica actualmente dominante, desprovista de cualquier contexto y de instrumentos con los que discernir las diferencias cualitativas, así como de cualquier taxonomía o sistema de clasificación.

La lógica interna es impecable, pero como decía Thomas Kuhn, cuyas palabras encabezan el capítulo 1, el paradigma carece de instrumentos conceptuales capaces de explicar problemas socialmente trascendentales.

En algunos países la globalización, en lugar de traer consigo una nivelación de precios y niveles de vida (nivelación del factor precio), da lugar a una polarización de la renta (polarización del factor precio). Los argumentos de las instituciones de Washington en favor de la globalización se basan en hipótesis diferentes a las que hemos mencionado, en concreto una teoría del comercio que no integra al capital (basada en la teoría del valor-trabajo) y una teoría del crecimiento que presenta como motor al capital en sí, no al conocimiento y las innovaciones. Es como si el capital -dinero- encarnara automáticamente el conocimiento humano. Esa teoría supone que todos tienen los mismos conocimientos (“información perfecta”), que no hay economías de escala (esencialmente, que no hay costes fijos), y que los nuevos conocimientos circulan libremente y llegan a todo el mundo al mismo tiempo. El elemento paradójico al respecto -que pone de relieve la naturaleza escolástica de la economía moderna- es que las hipótesis de las que se deriva un resultado armonioso del comercio internacional, esto es, la nivelación del factor precio, son las mismas que también darían lugar a una situación en la que sólo se comerciaría con materias primas. Si todos los seres humaos tuviéramos los mismos conocimientos y no hubiera costes fijos, no habría necesidad de especializarse ni de comerciar (excepto en materias primas). Como explicaba el premio Nobel James M. Buchanan: en un modelo “que supusiera rendimientos constantes, indiferentes a la escala, en todo tipo de producción -siempre privada-, no habría comercio. En tal escenario cada persona se convierte en un microcosmos completo de la totalidad de la sociedad”.









Globalización y primitivización: cómo los pobres se hicieron aún más pobres.-

Que a todos los negros se les prohiba tejer lino o lana, o hilar o peinar la lana o trabajar en cualquier fabricación de hierro, más allá del arrabio o el hierro forjado. Que también se les prohiba la fabricación de sombreros, calcetines o cuero de cualquier tipo... Ya que si llegaren a establecer manufacturas y el gobierno se viere más adelante en la necesidad de impedir su progreso, no podríamos esperar que se hiciere con la misma facilidad que se puede hacer ahora.

Joshua Gee, Trade and Navigation of Great Britain Considered, 1729.

Colonias y pobreza.-

Por aborrecible que parezca, la cita precedente es tristemente representativa de una política económica practicada durante siglos, en concreto de la política económica emprendida por Europa cuando despegó económicamente a principios de la Era Moderna. Y si desde la perspectiva actual nos parece chocante es sobre todo debido a su sinceridad, por admitir tan abiertamente que su objetivo consiste en confinar a las colonias al puro abastecimiento de materias primas. Pero lo habitual ha sido que a las colonias les impidiera establecer industrias para que se concentraran en el suministro de materias primas, y aunque su admisión resulte ahora políticamente incorrecta, lo cierto es que esa política nunca ha dejado de practicarse.

He comentado la afirmación de Werner Sombart de que la industrialización es el núcleo mismo del capitalismo, por lo que impedirla en las colonias equivalía a condenarlas a la pobreza. En este capítulo mostraré que la desindustrialización puede llevar en sentido contrario al desarrollo, a la regresión y la primitivización económica. Uno de los mecanismos que contribuyen a esto es el efecto Vanek-Reinert, que convierte a los sectores económicamente más avanzados de los países menos avanzados en las primeras víctimas de una imposición demasiado rápida del libre comercio. Cuando se invierten los círculos virtuosos basados en los rendimientos crecientes, las regiones periféricas del mundo experimentan sucesivamente la desindustrialización, desagriculturación, y despoblación, mecanismos que se pueden observar hoy día desde el sur de México hasta Moldavia. La huida (emigración) a las zonas del mundo donde predominan las actividades con rendimientos crecientes aparece entonces como la única posibilidad de supervivencia.

En tiempos de Joshua Gee la gente que escribía de economía también tenía consejos que dar sobre qué hacer si los habitantes de las colonias comenzaban a sospechar la relación existente entre la prohición de crear industrias y su propia pobreza. La solución consistía en confundirlos permitiéndoles exportar libremente sus productos agrícolas:

Porque la gente de las plantaciones, tentados por un libre mercado para sus productos en toda Europa, se pondrá a cultivarlos para responder a la prodigiosa demanda de ese libre comercio y dejará de pensar en las manufacturas, la única cosa en la que nuestro interés puede chocar con el suyo... (Mathew Decker, An Essay on the Causes of te Decline of the Foreigne Trade, 1744).

Resulta llamativo el paralelismo con la situación actual. Los países en desarrollo desindustrializados se ven tentados por la exportación libre de productos agrícolas a la Unión Europea y a Estados Unidos, y así olvidan su deseo de industrializarse. Pero ningún país se ha hecho rico exportando productos alimenticios sin contar también con un sector industrial. El riesgo es que los países ricos lleguen a depender de los alimentos producidos por gente tan pobre que apenas puede alimentarse.

España, que como hemos visto se desindustrializó debido a los flujos de oro y plata que le llegaban del Nuevo Mundo, consiguió desarrollar de nuevo algunas industrias a principios del siglo XVIII. Sin embargo, en 1713 tuvo que reducir sus niveles arancelarios en las negociaciones de paz con los Países Bajos en Utrecht tras la guerra de Sucesión española, lo que la hizo de nuevo víctima de la desindustrialización y dio lugar a una creciente pobreza de la mayoría de la población. Cuando las consecuencias de la desindustrialización se demostraron catastróficas, la Santa Inquisición ordenó quemar en la hoguera a muchos de los considerados responsables de las concesiones comerciales. Los más afortunados fueron ejecutados antes de ser quemados.

Alrededor de 1750 el economista alemán Johann Heinrich Gottlob von Justi dio por seguro que todos los países obligados a producir únicamente materias primas entenderían pronto que estaban siendo mantenidos “artificialmente” pobres. Pero lo que no pudo prever Justi es que Adam Smith y los economistas clásicos ingleses iban a crear pronto una teoría económica que por primera vez hacía moralmente defendible la colonización. No es que las obras de Adam Smith sobre moral y economía preconizaran la colonización per se, pero las abstracciones teóricas que propagaron permitieron argumentar hipócritamente a otros que algunos países debían industrializarse mientras que otros se dedicarían a la producción de materias primas. Dado que el trabajo se convirtió en única vara de medir -y que todos los tipos de trabajo se podrían medir en horas de trabajo- no había necesidad de que todos los países se industrializasen, y tampoco se veía ningún beneficio en ello.

Según Adam Smith y los economistas clásicos ingleses, las colonias americanas y el resto de Europa cometerían un gran error tratando de seguir el ejemplo de Inglaterra y de industrializarse. De forma muy parecida a los fanáticos actuales de la globalización, Adam Smith y sus seguidores argumentaban que se crearía automáticamente una era de armonía económica mundial tan pronto como se concediera total libertad a las fuerzas del mercado. Inglaterra podría entonces importar materias primas desde todos los rincones del mundo y exportar a cambio sus productos manufacturados. Ninguna potencia europea siguió ese consejo, y en Noruega hasta los economistas del siglo XIX a los que se solía considerar “ardientes liberales”, como Anton Martin Schweigaard (1808-1870), coincidían en que el país debía adoptar una política activa de industrialización. Lo que se debatía ideológicamente en la Europa continental del siglo XIX no era si se debía seguir o no la vía industrializadora inglesa -en lo que prácticamente todos estaban de acuerdo-, sino el equilibrio a mantener entre actividad estatal y privada.

Observando cómo esgrime hoy día Estados Unidos la retórica de la globalización, llama la atención la asombrosa semejanza con el papel desempeñado por Inglaterra durante el siglo XIX. Resulta particularmente interesante señalar que Estados Unidos combatió entonces larga y duramente contra las teorías y prácticas económicas que hoy apoya con vehemencia. El primer secretario del Tesoro estadounidense, Alexander Hailton (1757-1804), estudió desde el punto de vista teórico la importancia de la industrialización. Durante más de diez años he llevado conmigo a mis conferencias billetes estadounidenses en los que aparecía la imagen de políticos cuya estrategia económica no sería hoy aceptada por las instituciones de Washington: Benjamin Franklin, George Washington, Alexander Hamilton, Ulysses S. Grant y Abraham Lincoln. Todos ellos querían industrializar Estados Unidos bajo una fuerte protección arancelaria, en clara oposición al consejo de los economistas ingleses y a un flujo continuo de observaciones sarcásticas de los políticos y economistas ingleses durante ciento cincuenta años. Entonces se acostumbraba a decir en Estados Unidos: “No hagas lo que los ingleses te dicen que hagas, sino lo que los ingleses hicieron”. Como te he indicado el mejor consejo que se puede dar hoy día a los países del Tercer Mundo es: “No hagas lo que los estadounidenses dicen que hagas, haz lo que ellos hicieron”.

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El viraje estadounidense, pasando de defensor de los derechos de los países pobres a convertirse en una potencia imperial clásica, es relativamente reciente. Cuando en 1941 Winston Churchill utilizó todo su encanto para convencer al presidente Franklin Roosvelt de que entrara en la guerra, Roosevelt aprovechó la oportunidad para expresar su frustración por la injusticia histórica de la política económica inglesa. El hijo de Roosevelt, Elliot, nos cuenta la historia de aquel encuentro histórico en un buque de guerra junto a la costa de Terranova.

“Churchill se removió en su sillón. “Los recuerdos comerciales del Imperio Británico -comenzó pesadamente- son...”
Mi padre le interrumpió: Sú. Habría que echar un vistazo a esos acuerdos comerciales del imperio. Debido a ellos los pueblos coloniales de la India y Africa, de todo el Oriente Próximo y del Lejano Oriente, están todavía tan atrasados como están”.
El cuello de Churchill se enrojeció y se inclinó hacia adelante: “Señor presidente, Inglaterra no ha pensado ni por un momento en perder su posición privilegiada en los dominios británicos. El comercio que ha hecho grande a Inglaterra proseguirá, y en las condiciones prescritas por los ministros ingleses”.
“Vea usted -dijo mi padre lentamente- ahí hay algo en lo que es probable que no estemos de acuerdo usted y yo. Estoy firmemente convencido de que si tenemos que llegar a una paz estable eso supondrá el desarrollo de los países atrasados. Pueblos atrasados. ¿Cómo habrá que hacerlo? Evidentemente, no se puede hacer con los métodos del siglo XVIII. Ahora...”
“¿Quién está hablando de los métodos del siglo XVIII?”
“Todos sus ministros recomiendan una política que extrae riqueza en materias primas de los países coloniales, pero que no le devuelve nada al pueblo de ese país. Los métodos del siglo XX suponen llevar la industria a esas colonias. Los métodos del siglo XX incluyen aumentar la riqueza del pueblo y su nivel de vida, educarlos, llevarles servicios sanitarios ...asegurar que obtengan un rendimiento por las materias primas de su comunidad.”

Así pues, hace tan sólo unos sesenta años, encontramos a Estados Unidos empleando todo su poder para impugnar la teoría económica de que todos los países se podrían hacer ricos produjeran lo que produjera. El más cínico de mis amigos latinoamericanos diría que esto formaba parte de un complot estadounidense para arrebatar a Gran Bretaña su posición como potencia hegemónica global, pero creo que el plan Marshall demuestra que había algo más que eso. Desde 1776 hasta el final de la segunda guerra mundial la práctica económica de Estados Unidos constituyó de hecho una guerra prolongada contra las teorías económicas que hoy día impone en el mundo subdesarrollado. Pero los estadounidenses no estaban solos en esa guerra ideológica; como hemos visto, existe una continuidad ininterrumpida de ese tipo de pensamiento -la idea fundamental de que sólo ciertas actividades económicas producen riqueza- desde finales del siglo XV hasta el reproche de Roosevelt a Churchill. De hecho, desde una perspectiva histórica más larga, la fe en la capacidad del mercado para crear automáticamente la armonía se limita a unos pocos paréntesis históricos, rápidamente superados.

Uno de esos paréntesis se produjo cuando la teoría del comercio de Adam Smith cruzó por primera vez la frontera de la teoría a la práctica durante la década de 1840, pero no duró mucho. En 1904 el economista de Cambrigde W. Cunningham pudo así escribir confiadamente un libro titulado Auge y declive del movimiento del libre comercio. Por el bien de los pobres de este mundo, esperemos que vuelva a publicarse pronto. En cualquier caso cabe señalar que otras oleadas anteriores de globalización periclitaron al verse perjudicada la propia potencia hegémonica, La globalización destruyó en auqel caso la agricultura inglesa de forma muy parecida a como está destruyendo ahora la industria estadounidense.

Desde 1990 comenzamos a experimentar de nuevo uno de esos paréntesis históricos; sin embargo, a diferencia de lo que sucede ahora, la teoría del comercio inglesa del siglo XIX había sido incesantemente glopeada por una tradición teórica opuesta, practicada con éxito en Estados Unidos y en la Europa continental, por lo que sus efectos dañinos se limitaron en gran medida al Tercer Mundo. Una amenaza incipiente en la situación actual es que las teorías alternativas basadas en la producción han desparecido casi totalmente. El paradigma neoclásico y sus sucesores han adquirido el monopolio de lo que se puede considerar una teoría económica aceptable; ésta es la razón por la que probablemente la situación de los pobres se tendrá que deteriorar aún más antes de que las cosas cambien a mejor. Puede que haya que esperar a algo parecido a una versión global de las revoluciones de 1848. Las potencias hegemónicas mundiales han tenido que renunciar dos veces a su insistencia en el “libre comercio” y el liberalismo ideológico permitiendo a los países pobres atrasados ponerse al día mediante una industrialización tardía. En ambas ocasiones -después de 1848 y de 1947- esto sucedió como consecuencia de la amenaza que suponía el comunismo para todo el sistema económico mundial. Queda por ver cuáles serán las consecuencias del actual fundamentalismo religioso.

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La primitivización como fenómeno económico, y cómo funciona.-

La idea de progreso que emergió durante el Renacimiento contiene también en su seno la posibilidad de su opuesto, una regresión. De hecho, la idea del Renacimiento nació viendo pastar a las ovejas entre las fabulosas ruinas de la antigua Roma y al redistribuir algunos antiguos textos. Auge y declive y estaban inextricablemente entrelazados. Progreso y modernización -como solía denominarse al desarrollo en la década de 1960- se convierten al invertirse en regresión y primitivización. Las actividades económicas, las tecnologías y los sistemas económicos en su totalidad pueden retroceder durante algún tiempo a modos de producción y tecnologías que parecían historia pasada. Los sistemas basados en rendimientos crecientes, sinergias y efectos sistémicos requieren una masa crítica; la necesidad de escala y volumen da lugar a un “tamaño mínimo eficiente”.
Cuando el proceso de expansión se invierte y la masa y escala necesaria desaparecen el sistem colapsa. Después de 1980 los sistemas económicos nacionales sometidos a la terapia de choque colapsaron como le sucede a la red de líneas aéreas que pierde el cincuenta por 100 de sus pasajeros de la noche a la mañana. La pérdida repentina de volumen provocada por la terapia de choque destruyó las actividades basadas en la escala, protegiendo únicamente las actividades con rendimientos constantes o decrecientes (el sector de los servicios tradicionales y la agricultura). Esta interrelación de factores explica por qué los teóricos de la economía basada en la experiencia desde James Steuart (1713-1780) hasta Friedrich List, insistían en la importancia del gradualismo en la implantación del libre comercio.
Hace unos años participé en el tribunal que juzgaba una tesis doctoral muy interesante que planteaba el problema de la primitivización. La tesis mostraba que la desaparición de recursos pesqueros en el sureste de Asia hacía cada vez menos rentable el empleo de tecnología moderna como los motores duera borda. Los pescadores volvían a métodos menos intensivos en capital y más “primitivos”. En su núcleo, la forma normal de la primitivización como fenómeno económico está ligada a rendimientos decrecientes: cuando un factor de la producción procede de la voluntad divina, al irse agotando sólo se dispone de calidades cada vez menores. En tales condiciones, las tecnologías ofrecidas por la economía moderna no resultan rentables y -si no tiene otro lugar adonde ir- la gente cada vez más pobre se esfuerza por producir, con instrumentos cada vez más primitivos, con tasas decrecientes de productividad. Hoy día los mineros de la ciudad boliviana de Potosí -que en otro tiempo fue la segunda ciudad mayor del mundo después de Londres- se esfuerzan con azuelas para extraer un material que ya se ha fundido por lo menos una vez.

El economista alemán Johann Heinrich von Thünen (1783-1850) confeccionó un gráfico de la sociedad civilizada con cuatro círculos concéntricos en torno a un núcleo de actividades con rendimiento creciente: la ciudad. Alejándose del centro de la ciudad decrecía gradualmente el uso del capital y aumentaba gradualmente el de la naturaleza. Cerca de la ciudad se producen los bienes más perecederos; derivados de la leche, vegetales y fruta, mientras que el grano para el pan se produce más lejos, y en la periferia queda la caza en la selva virgen. Los economistas actuales han redescubierto el planteamiento que exponía Von Thünen de la geografía económica, pero algunos pasan totalmente por alto el punto crucial en el que él insistía: que las actividades urbanas con rendimientos crecientes necesitan protección arancelaria para poner en funcionamiento todo el sistema.

Von Thünen representó la teoría de las etapas que ya hemos comentado en que el sector más “moderno”, la industria, constituía el núcleo de la ciudad, y el sector más “atrasado”, la caza y la recolección, constituía la periferia más alejada de la ciudad; al alejarse de ésta aumenta el uso de la naturaleza y disminuye el del capital. Sólo en la ciudad hay auténticos rendimientos crecientes, libres del vulnerable suministro de recursos, de variable calidad, de la naturaleza. A medida que uno se aleja de la ciudad, la ventaja comparativa aportada por el hombre va disminuyendo y aumenta la ventaja comparativa de lo que proporciona la naturaleza.

La primitivización ocurre cuando un mercado laboral ya no cuenta con las actividades principales de la ciudad y los seres humanos se ven obligados a regresar a las actividades con rendimientos decrecientes que hemos examinado anteriormente, en las que acaban chocando con “el muro flexible de los rendimientos decrecientes”, como lo llama John Stuart Mill. Los rendimientos decrecientes constituyen “una franja muy elástica y extensible, que difícilmente se estira de forma tan violenta que no sea posible estirarla aún más, pero cuya presión se deja sentir mucho antes de que se alcance ese límite, y se siente más severamente cuanto más se aproxima uno a él”.

Al desaparecer las industrias manufactureras también disminuyen los efectos sistémicos. En su estudio del sistema nacional de innovaciones mexicano, Mario Cimoli muestra cómo le afectó la integración del ALCAN entre la economía mexicana y la estadounidense. El sistema mexicano evolucionó desde una posición de relativa independencia a una relación núcleo-periferia entre los propietarios estadounidenses y los subsidiarios mexicanos. Esto recuerda la teoría de la dependencia centroperiferia de la economía clásica del desarrollo. Destruir el núcleo del sistema de Von Thünen -las actividades urbanas- primitiviza todo el sistema. Von Thünen y sus contemporáneos en la Europa continental y en Estados Unidos entendieron esto, pero su contemporáneo David Ricardo y sus descendientes no lo entendieron. Habían prescindido de los instrumentos necesarios para ese tipo de razonamiento, excluyéndolos de su caja de herramientas; por eso es por lo que las instituciones de Washington pudieron hacer lo que hicieron en Mongolia.
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Cuando se posó el polvo en torno a los restos del Muro de Berlín, Mongolia se convirtió rápidamente en el “alumno estrella” del Banco Mundial en el ex Segundo Mundo. Abrió de par en par su economía casi de la noche a la mañana, y siguió fielmente el consejo que le dieron las instituciones de Washington, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, de minimizar el Estado y dejar que el mercado se hiciera con el control de la economía. Se suponía que Mongolia encontraría su lugar en la economía global especializándose en la actividad en la que gozaba de una ventaja comparativa. El resultado fue que la economía mongola retrocedió desde la era industrial a la del pastoreo. Pero como la economía nómada era incapaz de mantener la misma densidad de población que el sistema industrial, el resultado fue una catástrofe ecológica, económica y humana.

Las advertencias contra tal retroceso podían hallarse no sólo en la Biblia y en las obras olvidadas de los economistas no canónicos; algunas de las más sonoras fueron pronunciadas por los mismos economistas ingleses orgullosamente proclamados como antepasados por los economistas que asesoraban al gobierno mongol a través de las instituciones de Washington. Como hemos visto, hombres como John Stuart Mill y Alfred Marshall eran muy conscientes de la importancia crucial de los rendimientos crecientes y decrecientes con la escala para entender los mecanismos económicos de la civilización.

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La primitivización y la herencia de la Guerra Fría.-

“Los economistas trabajan para obtener el aplauso de sus propios colegas”. Paul Samuelson, The New York Times, 1974

¿Cómo es posible que los economistas actuales se desentienden tan desconsideradamente de esos mecanismos de regresión y primitivización económica? La retórica de la globalización actual se basa en la trinidad “libre mercado, democracia y libertad”. Hay pocos intentos de analizar la interdependencia entre esos tres factores, y lo que es más importante, de establecer los prerrequisitos que se han demostrado necesarios para que se desarrollen rarezas históricas como la democracia y los derechos individuales. Me parece que la actual comprensión colectiva de la realidad se ha quedado atascada en las quimeras económicas suscitadas por la Guerra Fría.

Dos teorías económicas de aquella época -con raíces comunes en el ilusorio sistema de David Ricardo- profetizaban dos utopías diferentes: la de la economía planificada y la del libre mercado. Cuatro importantes legados de aquella mentalidad de la Guerra Fría, en particular, nos impiden apreciar por qué la globalización obliga a gran parte de la población mundial a especializarse en modos de producción del pasado. Esto nos devuelve a las “economías duales” descritas no hace tanto por los economistas del desarrollo.

Hay cuatro elementos o factores inextricablemente interrelacionados: 1) La teoría del comercio internacional; 2) La renuencia a discutir las hipótesis de la teorías económica sobre la base del sentido común; 3) La fe en la capacidad del mercado para generar un “orden espontáneo”, y 4) La falta de prestigio del estudio de la realidad.

Cuando los comunistas prometieron “de cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades”, la economía neoclásica respondió con la teorías del comercio de Samuelson -publicada en la época del bloqueo de Berlín- demostrando que, desde las hipótesis teóricas estándar, el libre comercio global produciría una nivelación del factor precio. Con otras palabras, el precio del trabajo y del capital serían el mismo en todo el mundo. El mercado daría mejores resultados que el comunismo, y todos serían igualmente ricos si se le concedía libertad absoluta a la mano invisible del mercado. Esta teoría se consideró durante mucho tiempo tan contraria a la intuición que no se utilizaba en la práctica política real. Aunque en la tradición neoclásica existen planteamientos mucho más sofisticados de la teoría del comercio, aquella parodia de teoría sirvió sin embargo como cimiento para el trabajo de las instituciones de Washington en el Segundo y el Tercer Mundo. El resultado fue catastrófico para muchas economías subdesarrolladas, pero los mismos gurúes y las mismas teorías siguen todavía al timón. El hecho de que la economía no ricardiana del Otro Canon esté practicamente muerta debe ponerse de relieve como importante factor de esta realidad.

Un problema clave de la teoría del comercio internacional, como he mencionado anteriormente, deriva de su insistencia en extraer sus metáforas, y en particular la muy decisiva del “equilibrio”, de la ciencia física. Esa opción se ejerció por primera vez en la década de 1880 y desplazó a la metáfora reinante del cuerpo político -con sus funciones diferenciadas basadas en la dependencia mutua- empleada por los juristas y sociçologos desde tiempos de Aristóteles, si no desde antes. La elección de la metáfora del “equilibrio” llevaba consigo la necesidad de introducir ciertas hipótesis en la ciencia económica, y las conclusiones de la teoría del comercio -que éste beneficiaría a todos haciéndolos a todos igualmente ricos- están insertas en sus propias hipótesis: información perfecta, competencia perfecta, inexistencia de rendimientos crecientes con la escala, etc. Parafraseando al premio Nobel de Economía James Buchanan, con esas hipótesis no hay razón para que se desarrolle el comercio. Si todos supieran exactamente lo mismo y no hubiera costes fijos (que permiten economías de escala), cada ser humano habría funcionado como un microcosmos de producción autosuficiente, y no habría habido ningún comercio excepto en materias primas. Las hipótesis que se asumen para que la teoría del comercio tenga algo que prometer a los pobres habrían hecho prescindir, desde el punto de vista lógico, de todo comercio excepto a lo más en productos primarios. En 1953, durante la caza de brujas de inquierdistas en Estados Unidos, Milton Friedman (1912-2006) enterró en la práctica cualquier debate sobre las hipótesis de la teoría económica: no había que reflexionar sobre lo que la teoría del comercio da por supuesto, sino sobre lo que supone en realidad para Estados Unidos.

Durante la Guerra Fría el “orden espontáneo” del mercado se convirtió en la respuesta de los economistas a la economía planificada. Somalia, Afganistán e Iraq nos dan el contraejemplo del “caos espontánero” cuando el sistema productivo de un país carece de las actividades con rendimientos crecientes y de las sinergias que se precisan para el funcionamiento de un Estado-nación integrado más allá de las sociedades tribales. Esas actividades no aparecen espontáneamente; la historia muestra abundamente que los mercados, y de hecho la propia civilización se han creado mediante una concentración deliberada de la producción nacional y fuertes medidas políticas que a veces “retuercen los precios” a fin de aumentar el bienestar público. El economista alemán Johann Gottfried Hoffman lo explicaba así en 1840:

Del mismo modo que el hombre adulto olvida los dolores que le costó aprender a hablar, los pueblos, en los días de madurez del Estado, olvidan lo que se necesitó para liberarlos de su brutal salvajismo primitivo.

Europa se reconstruyó a partir de la ruinas de la segunda guerra mundial mediante enérgicas medidas políticas justo antes de que se formulara la ilusión del “orden espontáneo”. El abismo que separa la política estadounidense en Europa y Japón en la posguerra de la ctual política estadounidense en Iraq es casi incomprensible. La devastadora hipótesis de que la eliminación de los “chicos malos” en Iraq y la introducción del libre comercio daría ligar “espontáneamente” al orden y el crecimiento puede de hecho representar el epílogo de la Guerra Fría y de las ilusiones que generó.+

El economista vivo quizá más influyente, Paul Samuelson, señaló hace muchos años en The New York Times que los economistas son unos oportunistas. Los lunes, miércoles y viernes pueden trabajar sobre modelos construidos a partir de hipótesis totalmente distintas. Dada esta actitud, que he denominado anteriormente “duplicidad de las hipótesis”, los proyectos de investigación pueden resultar muy peligrosos. Las hipótesis utilizadas y las conclusiones extraídas pueden derivarse demasiado rápidamente de las exigencias del proyecto. Esto lleva consigo, por supuesto, la ventaja de que uno puede construir modelos económicos que demuestran prácticamente cualquier cosa. El problema es que la elección de la teoría económica a poner en práctica en los países subdesarrollados se convierte en último término en una simple cuestión de poder, de que la fuerza hace el derecho. Dado que los economistas de las mejores universidades de África pueden ganar alrededor de 100 dólares al mes, mientras que el Banco Mundial les puede ofrecer 300 dólares al día como predicadores de la verdadera fe, no es una sorpresa que tan pocos economistas del mundo subdesarrollado unan sus voces a la oposición. Una petición de fondos para investigar con otras que no sean las herramientas teóricas consagradas obtiene resultados igualmente previsibles; es como si Martín Lutero hubiera solicitado fondos al Vaticano.

Una ciencia que aparentemente representa un bloque sólido de sabiduría se demuestra al fin y a la postre con una combinación de fragmentos de distintas teorías que se pueden utilizar para “demostrar” casi cualquier cosa. Con un exámen más detallado, la economía ortodoxa no difiere mucho de la curiosa taxonomía o sistema de clasificación de animales que el autor argentino Jorge Luis Borges situó en un imaginario diccionario chino: “Los animales se dividen en (a) pertenecientes al emperador, (b) embalsamados, © amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas”. El sistema de clasificación de Borges fue utilizado por Michel Foucault por la misma razón que lo utilizo yo aquí: para sembrar semillas de duda con respecto al dogmatismo científico. A ojos profanos, sin embargo, la arbitrariedad del diccionario de Borges es mucho más fácil de apreciar que la de la economía, protegia por murallas de matemática incomprensible para el hombre de la calle.

Como decía Keynes, “hombres prácticos, que creen estar exentos de cualquier influencia intelectual, suelen ser sin embargo esclavos de algún economista difunto. Locos con autoridad, que oyen voces, extraen su frenesí de apuntes académicos garabateados hace años. Estoy seguro de que el poder de los intereses creados se exagera comparado con la infiltración pausada de las ideas pero más pronto o más tarde son las ideas, y no los intereses creados, lo más peligroso para bien o para mal.”

Este libro presenta un nuevo conjunto de economistas muertos hace tiempo, algunos de los cuales llevan más tiempo muertos que los que han esclavizado a los actuales profesionales de la ciencia. Comparados con los héroes actuales, como Adam Smith, los que yo invoco tienen al menos la ventaja de saber claramente por qué algunos países son ricos y otros son pobres. Si uno se toma el trabajo de consultar las pruebas reunidad en el laboratorio de la economía internacional durante los últimos cinco siglos, acabará descubriendo que la historia les ha dado la razón. Pero no se trata de sustituir un conjunto de dogmas por otro, sino de aceptar la increíble riqueza y diversidad de la teoría y la práctica económica, y sentir a continuación la necesidad de disponer de un repertorio de medidas económicas mucho más variado y abundante. Las medidas capaces de beneficiar a Gran Bretaña no serán probablemente las mismas que las que podrían beneficiar a Suiza, y aún es menos probable que coincidan con las que beneficiarían a Guinea Ecuatorial, a Myanmar o a Vanuatu. La historia, al fin y al cabo, es lo único que nos puede guiar al navegar en esas tumultuosas aguas y en nuevos contextos.

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Ultimas cortinas de humo, pretendiendo disculpar los fracasos.-

Créame, no tema a los bribones ni a la gente malvada, que más pronto o más tarde quedan al descubierto; tema más bien a los hombres honrados confundidos. Son personas de buena fe, desean lo mejor para todos y todos confían en ellos, pero desgraciadamente sus métodos sólo acarrean calamidades.
Ferdinando Galiani, economista napolitano, 1770.

Y por mucho daño que puedan hacer los malvados, el que causan los buenos es el más perjudicial.
Friedrich Nietzsche, 1885


Cuando la bondad nos perjudica.-

Arusha, Tanzania, mayo de 2003. Mientras repasaba absorto las notas de la conferencia que debía dar a continuación, un general tanzano, miebro del parlamento, se acercó al estrado. “He leído su artículo, y sólo tengo una pregunta que hacerle -me dijo con seriedad-. ¿Pretenden subdesarrollarnos deliberadamente?”

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El capitalismo y la paradoja de las intenciones

El capitalismo y las economías de mercado que ha tenido éxito sólo se pueden entender adecuadamente junto con sus paradojas. Como explica Adam Smith, no conseguimos nuestro pan cotidiano por la amabilidad del panadero, sino más bien porque éste desea ganar dinero. Nuestra necesidad de alimentarnos se satisface mediante la codicia de otros, lo que constituye claramente una paradoja. La perspicaz respuesta de Adam Smith se insertaba en un importante debate durante el siglo XVIII, iniciado en 1705 por Bernard Mandeville cuando proclamó que los vicios privados podían dar lugar a beneficios públicos. En 1776, cuando Smith publicó La Riqueza de las Naciones, aquel debate había concluido prácticamente, pero la presentación que de él ofreció Adam Smith, así como nuestra interpretación actual, han ocultado matizaciones muy importantes del principio de Mandeville en su forma más cruda.

En mi propio país, el el editor de la Revista Económica de Dinamarca y Noruega, Erik Pontoppidan, reaccionó en 1757 de una forma muy habitual a la afirmación de Mandeville de que el bienestar público provenía de los vicios privados. Pontoppidan había sido anteriormente obispo de Bergen, lo que explica en parte su indignación moral: si el vicio era la fuerza propulsora del bienestar, quien prendiera fuego a Londres por los cuatro costados sería un héroce por todo el empleo y la riqueza que se crearía así, desde los leñadores y aserradores hasta los albañiles y carpinteros. La fórmula para resolver este problema y consolidar la teoría de la economía de mercado fue bien expresada por el economista milanés Pietro Veri en 1771: “El interés privado de cada individuo, cuando coincide con el interés público, es siempre el garante más seguro de la felicidad pública”. En aquella época era obvio que en una economía de mercado esos intereses no estaban siempre en perfecta armonía. Se suponía que el papel del legislador consistía en promover medidas que aseguraran que los intereses individuales coincidían con los públicos.

La teoría económica actual se basa en una interpretación de Mandeville y Smith que difiere de la habitual en la Europa continental durante el siglo XVIII en tres aspectos importantes:

-En primer lugar, no se puede suponer que el interés propio sea la única fuerza que impulsa a la sociedad. Las virtudes privadas raramente se convierten en nada que no sean virtudes, públicas o privadas; pero como veremos, las virtudes públicas se puede convertir en vicios privados. Otros sentimientos más nobles que la codicia y la maximización del beneficio son más difíciles de modelar.
-En segundo lugar, debido a factores bien conocidos por los economistas anteriores a Smith -sinergias, rendimientos crecientes y decrecientes y diferencias cualitativas en la capacidad empresarial, liderazgo, conocimientos, así como entre distintas actividades económicas-, la economía de mercado, abandonada a sus propias fuerzas, tiende a menudo a incrementar las desigualdades económicas más que a armonizarlas. Lo que llamamos desarrollo económico es una consecuencia “no pretendida” de ciertas actividades económicas cuando se dan además factores como los rendimientos crecientes, una minuciosa división del trabajo, una competencia dinámica imperfecta y oportunidades para la innovación. El desarrollo económico se convirtió así en una consecuencia muy pretendida de cierta política económica, y la pobreza se convirtió en una consecuencia de la colonización porque esos factores estaban ausentes. Como hemos insistido una y otra vez, éste es un punto ciego en la economía estándar porque en general supone implícitamente que todas las actividades económicas son equivalentes.

-En tercer lugar, es muy posible ganar dinero de formas que contradicen el interés público. Se puede hacer dinero a expensas de destruir las economías, como muestran los ejemplos de Goerge Soros y el ofrecido por Erik Pontoppidan. El economista estadounidense William Baumol distingue entre empresariado productivo, improductivo y destructivo. A la economía estándar no le resulta fácil entender esto porque su “individualismo metodológico” ha descartado el interés público nacional como categoría; como dijo tan elocuentemente Margaret Thacher, “no existe la sociedad, sólo los individuos”. A diferencia de la economía inglesa, no obstante, la economía continental europea ha mantenido en general el interés nacional como una categoría propia.

Aunque las consecuencias no pretendidas se presentan a menudo como un argumento en favor del laissez-faire, en la tradición predominante en la economía continental europea la comprensión de tales consecuencias se convirtió en un instrumento de la política económica ilustrada. Se puede argumentar que la política de industrialización de Enrique VII en Inglaterra, a partir de 1485, fue en parte consecuencia del crecimiento de la industria lanera como efecto no pretendido de las tasas impuestas -por razones de recaudación- por su predecesor Eduardo III, sólo que lo que antes había sido una consecuencia no pretendida se convirtió ahora en el objetivo clave de la política de Enrique VII. De hecho, el doble efecto fortuito de las tasas -proporcionar ingresos al Tesoro al tiempo que consolidaban la industria- fue siempre extremadamente importante; también fue así en Estados Unidos, y todavía lo es particularmente en países pequeños.

A principios del siglo XX los economistas del continente seguían entendiendo el desarrollo económico como el resultado de efectos no pretendidos de medidas cuyas intenciones difícilmente se podían considerar nobles. Pero ya desde el siglo XVI las innovaciones y el cambio tecnológico aparecían relacionados en gran medida con la demanda del gobierno en dos áreas: la guerra (pólvora, metales para espada y cañones, buques de guerra y su equipo) y el lujo (seda, porcelana, objetos de vidrio, papel). En 1913 Werner Sombart pubicó dos libros en los que caracterizaba esos elementos como fuerzas impulsoras del capitalismo, Guerra y Capitalismo y Lujo y Capitalismo (que en su segunda edición de 1922 fue atrevidamente rebautizada como Amor, Lujo y Capitalismo, el título que deseaba originalmente su autor). El rey Christian V de Dinamarca y Noruega (1670-1699) describía sus “principales pasiones” de una forma muy acorde con el esquema de Sombart: “la caza, la vida amorosa, la guerra y los asuntos navales”. Una gestión financiera austera solía considerarse recomendable para poder atender a los intereses de la guerra y a las amantes reales.

En cuanto se entiende el capitalismo como sistema de competencia imperfecta y consecuencias no pretendidas, y no como un sistema de mercados perfectos, se puede aprovechar esa caraterización para modelar políticas económicas juiciosas.

Hacia finales del siglo XV -en la época en que Colón llegó a América- los venecianos crearon, a partir de la comprensión del progreso como un subproducto de la guerra y el gasto público, una nueva institución: las patentes. Al conceder a quien inventaba algo su monopolio durante siete años -el periodo normal para el aprendizaje de un artesano- los inventores podían gozar de los beneficios de los nuevos conocimientos obtenidos hasta entonces principalmente como subproducto de inversiones públicas muy meditadas. El progreso era la consecuencia de una competencia dinámica imperfecta. Una institución gemela de las patentes, conscientemente creada poco más o menos en aquella misma época, era la protección arancelaria, destinada a facilitar que las invenciones arraigaran en nuevas áreas geográficas.

El mecanismo vicios privados-beneficios públicos puede funcionar también a la inversa; vicios públicos-beneficios privados. Los vicios del gobierno -excesivo nacionalismo y belicosidad- inducían a menudo indirectamente beneficios privados a largo plazo. Muchos nuevos inventos importantes para la vida civil nacieron como subproducto de la guerra: los alimentos enlatados (guerra napoleónicas), la producción en masa con piezas estandarizadas (armas durante la guerra civil americana), el bolígrafo (fuerza aérea estadounidense durante la segunda guerra mundial), las alarmas antirrobo (guerra de Vietnam), los satélites de comunicación (el programa de “guerra de las galaxias”), etc. Si esto se entiende adecuadamente, se puede generar progreso económico evitando vías indirectas. Una vez que aceptemos que un factor importante del desarrollo económico es na gestión de recursos que exige rendimientos al borde de lo que es tecnológicamente posible, podremos invertir más dinero directamente en el sector sanitario, por ejemplo, y evitar totalmente la guerra.

También se puede observar la tercera alternativa: vicios privados-virtudes públicas: lo que en primera instancia aparecen com virtudes públicas pueden de hecho convertirse en vicios sistémicos. Como veremos la ayuda sistemática al desarrollo puede convertirse en “colonialismo del bienestar” y en un instrumento para “gobernar a distancia” mediante el ejercicio de una forma particularmente sutil de control social neocolonial, no ostentosa y generadora de dependencia. Los objetivos de Milenio constituyen un caso paradigmático a este respecto. Recordemos el caso de Etiopía: dejando a un lado la intención inicial de apoyar generosamente a un gobierno, cuando éste deja de gozar del favor de los países donantes éstos tienen en sus manos la posibilidad de dejar de suministrar alimentos al país pobre. Sea un efecto pretendido o no, la virtud de ayudar a los pobres -impidiéndoles a la vez incorporarse a un capitalismo productivo- ha generado un sistema que puede alimentar vicios privados de corrupción y beligerancia. El colonialismo del bienestar impide la autonomía local mediante políticas bien intencionadas y generosas, pero en último término moralmente equivocadas. Crea en los países periféricos dependencias paralizantes del centro, un centro que ejerce el control mediante incentivos que crean una dependencia económica total, obstaculizando así la autonomía y la movilización política.




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Pistas falsas para desentenderse del fracaso.-

Situémonos en 1989; está claro que el sistema comunista, con su desprecio hacia los mercados, está a punto de hundirse. Imagínese usted que es un economista que pretende explicar la diferencia de riqueza entre Silicon Valley por un lado, y la pobreza del África rural, digamos entre los masai, por otro. Como usted es un economista, está profesionalmente entrenado para pasar por alto ciertos aspectos:

1.No se le permite aludir a eventuales diferencias cualitativas entre distintas actividades económicas, o por decirlo de otro modo, que para un grupo de gente es mejor producir programas informáticos que pastorear animales. El mercado, por sí solo, se cuidará de equilabrar esas diferencias.
2.Como consecuencia de lo anterior, no puede usted recomendar ningún cambio de especialización. Cada país debe especializarse en su ventaja coparativa, ya sea pastoreando ganado o produciendo software, lo que dará lugar a la nivelación del factor precio.
3.Sus instrumentos le impiden observar ninguna sinergia. No puede decir que la gente que pastorea ganado pero vive entre gente que produce software es más rica que los pastores que sólo tienen como vecinos a otros pastores.
4.No se le permite referirse a la historia. La historia y el futuro se han subsumido en el “aquí y ahora”. Por consiguiente, el argumento de que el país donde está localizado Silicon Valley siguió hace unos ciento cincuenta años una estrategia consistente en subvenciones y aranceles para menguar las actividades rurales y fomentar las artes mecánicas y la alta tecnología no es válida. Con respecto a los punto 1 a 3, es obvio que Estados Unidos se hizo rico a pesar de esas medidas, y no debido a ellas.
5.Ya no se le permite utilizar el desempleo y el subempleo -factores que eran importantes después de la segunda guerra mundial- como argumentos para diseñar una actuación política al respecto. La introducción del desempleo en la argumentación exigiría utilizar algo llamado “precio sombra” que son muy complicados y además llevarían a tomar medidas adversas al mercado. Los modelos económicos de las instituciones de Washington dan por supuesto el pleno empleo.
6.No se le permite invocar flechas de causalidad desde la estructura de la economía a la estructura política. La democracia parlamentaria, o cualquier otra institución por lo que hace al caso, es tan probable que aparezca en una tribu dedicada a la caza y a la recolección como bajo el feudalismo o en una sociedad urbana.










Quinientos años de sabiduría perdidos.-

La segunda cuestión que planteábamos era: ¿Cómo es posible que la euforia del Fin de la Historia menospreciara tan rotundamente cinco siglos de experiencia en la construcción del bienestar? Vimos que la Guerra Fría redujo la economía a una guerra civil entre dos facciones de la economía ricardiana, laminando la concepción cualitativa anterior de los sistemas de producción. Aun así, resulta difícil entender cómo el coro de los economistas contemporáneos, cantando casi al unísono, puede bloquear el acceso al nivel político de la vieja concepción del crecimiento económico nacional como interrelación entre las actividades con rendimientos crecientes en las ciudades y las actividades con rendimientos decrecientes en el campo. Hace tan sólo sesenta años, cuando lanzó el plan al que ha quedado asociado su nombre, el secretario de Estado George Marshall exaltaba esa interrelación cmo la propia base de la civilización occidental.

Cuando era importante construir una línea de defensa para proteger a Asia y Europa frente a la amenaza comunista, Estados Unidos entendió que la forma de crear riqueza era industrializar los países que tenían frontera con el comunismo -desde Noruega y Alemania hasta Corea y Japón- y apoyar con entusiasmo ese proyecto, económica, política y militarmente. Pero cuando desapareció la amenaza comunista, los países desarrollados comenzaron rápidamente a aplicar una política económica parecida en sus peores aspectos a la vieja política colonial británica, que tenía el efecto opuesto en los países pobres. Los propios Estados Unidos se industrializaron oponiéndose a esa política de libre comercio prematuro, contra la que Roosvelt, con gran autoridad moral, le plantó cara a Churchill y su política colonial durante la segunda guerra mundial.

Durante las décadas de 1950 y 1960, cuando los países cercanos al Segundo Mundo se industrializaron con gran éxito, Estados Unidos sabía muy bien cómo hacer ricos a los países pobres: mediante su propia estrategia durante el siglo XIX. ¿Cómo ha podido suceder que los gobiernos estadounidenses hayan dejado de entender el vínculo entre industrialización y “civilización”, percibido tan claramente desde George Washington hasta George Marshall? ¿Cómo ha llegado a suceder que Occidente, en lugar de contribuir a mejorar el bienestar mundial -como hizo Estados Unidos después de la segunda guerra mundial- protagonice ahora terribles carnicerías en fútiles intentos de llevar a bombazos a países preindustriales a la democracia? A nuestra mente acude la expresión “ignorancia oportunista” de Gunnar Myrdal cuando este o aquel país parece incapaz de reconocer que determinadas medidas atentan contra sus propios intereses inmediatos. En ese marco, la vieja definición de un liberal (en el sentido europeo), como “alguien cuyos intereses no se ven amenazados por el momento” parece cada vez más apropiada.

“Resulta notable que las teorías económicas sobrevivan mucho después de que su base científica haya desaparecido”, comentaba el economista estadounidense Simon N. Patten en 1904, refiriéndose a la misma economía del equilibrio que todavía sobrevive hoy día. ¿Qué tipo de mecanismos protegen teorías tan palmariamente inadecuadas? Los intereses creados son, obviamente, un factor importante; algunos países tienen intereses a corto plazo en el libre comercio con otros países desesperadamente pobres, pero no parece favorecer los intereses del capitalismo como sistema que aproximadamente la mitad de la población mundial carezca en la práctica de capacidad de compra, de forma que hasta los intereses creados pueden juzgarse extremadamente miopes.

Un factor adicional es que la teoría dominante parece estar protegia por la propia naturaleza humana. En lugar de cuestionar su teoría favorita, cada uno busca explicaciones fuera de ella. El núcleo del Consenso de Washington no se corrige a nivel político. La lógica subyacente es poco más o menos ésta: dado que mi teoría, con su elegancia matemática, es perfecta (lo que queda demostrado por la caída del Muro de Berlín) las explicaciones deben estar en algún otro lugar, fuera de mi marco teórico. Hoy día esto lleva a los economistas a internarse en dominios en los que a menudo no son más que aficionados, como la geografía, la climatología y la epidemiología. Existe un interesante paralelismo a este respecto con las postrimerías de la primera oleada de globalización, a principios del siglo XX. El antropólogo Eric Ross apunta a la relación entre economía y eugenesia (higiene racial) que se desarrolló en aquella época. Aquella primera oleada de globalización generó colonias pobres, carentes de industria, cambio tecnológico, rendimientos crecientes, división del trabajo avanzada y sinergias entre distintas actividades económicas. Dado que el porblema no podía residir en la teoría económica, había que hallar factores ajenos a la economía. El economista estadounidense más influyente de la época, Irving Fisher (1867-1947), era también la persona más influyente en el movimiento eugenésico estadounidense; John Maynard Keynes (1883-1946) fue vicepresidente de la Sociedad Eugenésica Inglesa. La raza servía para explicar la pobreza en las colonias, exonerando así de críticas a la prohibición de la producción industrial y dejando intacta la teoría ricardiana del comercio. Los africanos no eran pobres porque no se les hubiera permitido industrializarse, sino porque eran negros. Hoy día, cuando insistimos en el papel de la corrupción en la pervivencia de la pobreza, somos un poco más correctos políticamente. Los africanos ya no son pobres porque sean negros, son pobres porque los negros son corruptos. En último término, la diferencia es casi inapreciable.

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Economía paliativa.-

Creciente desigualdad en Europa.-

Como hemos visto, nuestra capacidad actual para entender por qué tantos países siguen siendo pobres está íntimamente ligada a varios puntos ciegos que hacen extremadamente difícil, si no imposible, desarrollar una teoría del desarrollo desigual. Cualquier solución a largo plazo para África y otras regiones pobres del planeta tendrá que basarse en una teoría del desarrollo desigual, actualmente casi inexistente. Esa teoría, que permitió el éxito de ciertos programas económicos durante cinco siglos -desde la Inglaterra de Enrique VII en 1485 hasta la integración de España y Portugal en la Comunidad Europea en 1986- está ahora prácticamente extinta.

El planteamiento actual hacia los países pobres está muy sesgado en favor de la economía paliativa, o con otras palabras del alivio de las consecuencias de la pobreza más que se su erradicación definitiva mediante el desarrollo económico. Además, el planteamiento actual permite proseguir e incluso extender las prácticas actuales (como en las negociaciones de la OMC) sin investigar los problemas que genera la globalización en la periferia. Siguen vigentes los mismos mitos, basados en la ideología más que en la experiencia, y las mismas políticas. Desgraciadamente, la misma gente y las mismas teorías que propiciaron las medidas neoclásicas de terapia de choque siguen orientando los ODM, lo que constituye un gran error al que se puede achacar gran parte del actual caos e impide en la práctica un debate a fondo sobre lo que se hizo mal durante el “Fin de la Historia”. Lo que se necesita en su lugar es una teoría que explique por qué el desarrollo económico, por su propia naturaleza, es un proceso tan desigual; sólo entonces se podrán aplicar las medidas políticas adecuadas.

En 2005 el proceso de integración europea sufrió una grave crisis. El rechazo del proyecto de Constitución Europea por los votantes franceses y holandeses indicaba una gran desconfianza en la forma en que se estaba llevando a cabo la integración. Una investigación llevada a cabo recientemente por el periódico polaco Rzeczpospolita constató una admiración generalizada por los logros de la libertad de palabra y la incorporación del país a la OTAN y a la UE, pero el ochenta y cinco por 100 de los encuestados acusaban al movimiento Solidaridad de haber puesto en marcha la liberalización que ha dejado a muchos polacos sin trabajo. Los habitantes de los países más antiguos en la Unión Europea se sienten traicionados porque su bienestar se está erosionando, mientras que los de los nuevos países miembros se sienten traicionados porque su bienestar no está mejorando tan rápidamente como esperaban. No es sorprendente que esta situación inesperada haya llevado a muchos a preguntarse qué es lo que iba mal. El hecho de que este cambio de estado de ánimo se haya manifestado apenas un año después de la eufórica celebración de la ampliación de la Unión lo hace aún más sorprendente.

Los problemas derivados de la teoría económica actualmente dominante no se limitan a los países del Tercer Mundo. En el caso de la Unión Europea, los países más desarrollados han experimentado crecientes desigualdades económicas internas. Los mismos problemas se constatan así a tres niveles: globalmente, dentro de la Unión Europea y en los países más desarrollados. Las causas son esencialmente las mismas: el abandono de teorías que funcionaron eficazmente durante siglos.

Aunque en los textos actuales de economía apenas se mencione al economista alemán Friedrich List (1789-1846), sus principios económicos no sólo sirvieron para industrializar la Europa continental durante el siglo XIX, sino que también facilitaron la integración europea desde principios de la década de 1950 hasta la incorporación de España y Portugal a la CE en 1986. Hasta el Pacto de Estabilidad y Crecimiento de 1987 no se abandonaron los principios de List en favor del tipo de economía que ahora domina el Consenso de Washington. El resultado ha sido un creciente desempleo y pobreza en los viejos países del centro, que ha enconado el debate y ha dado lugar al rechazo de la Constitución propuesta. A continuación presento tres de los principios clave de List confrontados con los textos estándar de economía:

Principios de List:
-Un país primero se industrializa y luego se integra poco a poco económicamente con países del mismo nivel de desarrollo.
-Las condiciones previas de la riqueza, la democracia y la libertad política son las mismas: un sector industrial diversificado con rendimientos crecientes (lo que históricamente se refería a la industria, pero que hoy día también incluye los servicios intensivos en conocimiento). Éste fue el principio promovido por el primer secretario del Tesoro estadounidense, Alexander Hamilton, sobre el que se construyó la economía de Estados Unidos y que fue redescubierto por George Marshall en 1947.
-El bienestar económico es un resultado de las sinergias. El canciller florentino del siglo XIII Brunetto Latini (1210-1294) explicaba la riqueza de las ciudades como un ben comune.

Principios neoclásicos.-

El objetivo per se es el libre comercio, incluso antes de que se alcance el nivel de industrialización requerido. La ampliación de la UE en 2004 iba directamente contra los principios de List. Primero, los antiguos países comunistas de Europa oriental (con excepción de Hungría) sufrieron una desindustrialización, desempleo y subempleo dramáticos. Esos países se vieron bruscamente integrados en la UE, creando enormes tensiones económicas y sociales. Desde el punto de vista de Europa occidental, la nivelación del factor precio prometido por la teoría del comercio internacional resultó ser una nivelación a la baja.
-Todas las actividades económicas son cualitativamente equivalentes, de forma que no importa lo que se produzca. La ideología se basa en la “ventaja comparativa” sin reconocer que es de hecho posible que un país se especialice en ser pobre e ignorante, se dedique a actividades económicas que requieren pocos conocimientos, y opere bajo una competencia perfecta con rendimientos decrecientes, carente de conomías de escala y sin cambios tecnológicos.
-”No existe la sociedad, sólo los individuos” (Margaret Thacher, 1987).

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Si se quiere desarrollar África y otros países pobres, deben abandonarse los actuales principios económicos neoclásicos en favor de los viejos principios de List, lo que exige reconocer diferencias cualitativas entre distintas actividades económicas, diversidad, innovaciones, sinergias y sucesión histórica de procesos, todos ellos puntos ciegos evidentes de la economía estándar.

Los economistas de la corriente actualmente prevaleciente, cuyo instrumental les impide entender las propuestas de List, buscan a tientas explicaciones de la agravación de la pobreza. Retoman factores que ya fueron estudiados y descartados como la raza y el clima, y se deslizan teóricamente por la pendiente de las pistas falsas aunque en la práctica el movimiento apunta hacia el “colonialismo del bienestar”.
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Tras abrazar una teoría económica que ha dejado fuera las principales fuerzas impulsoras del progreso humano -lo que Nietzsche llamaba el Geist- und Willens-Kapital (“el capital del ingenio y la voluntad”), que incluye todas las fuerzas del cambio: nuevos conocimientos, cambios tecnológicos y espíritu empresarial- entran en escena la estructura económica de África y de crear riqueza, su solución es -en buena medida- dejar a las regiones más pobres de África “a cargo de la beneficencia”.
“Los buenos y los justos” vuelven así al juego de suma cero anterior al Renacimiento que describimos al principio del libro: la economía trataría para ellos de la distribución de la riqueza ya creada, más que de la creación de nueva riqueza. La única solución que pueden concebir “los buenos y los justos”, incapaces de entender la relación existente entre la estructura económica colonial y la pobreza, consiste en asignar parte de la riqueza creada en los países ricos a los pobres. Para Nietzsche, “el bueno y el justo” simplemente anteceden al peor de todos los especímenes humanos, el “hombre más despreciable”, encarnación del declive: el “último humano” (der letzte Mensch), o el embotado posthumano que contamina la tierra al final de los tiempos. ¿Qué es la creación? se pregunta el último hombre, y parpadea”. Ese casi humano es la proyección sombría que Nietzsche nos presenta del decadente animal humano de la modernidad, el último despojo del proceso histórico por el que la humanidad se condena a sí misma al estancamiento y al declive abrazando la confortable mediocridad del status quo en lugar de crear algo nuevo. El último Hombre personifica la extinción final de la voluntad y la creatividad humanas, el homo oeconomicus neoclassicus dedicado al trueque.

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Del mismo modo que podemos evitar una gran devastación desviando adecuadamente una corriente cerca de su fuente, una dialéctica oportuna en las ideas fundamentales de la filosofía social nos puede ahorrar indecibles daños y sufrimientos.
Herbert S. Foxell, economista inglés, 1899.

Junto con las pistas falsas y callejones sin salida teóricos descritos en el capítulo anterior, el Fin de la Historia propició un intento de erradicar la pobreza -o más bien de eliminar los síntomas de la pobreza-, presentado como un gigantesco y ambicioso proyecto denominado Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). A primera vista los ODM parecían propósitos muy nobles para un mundo urgentemente necesitado de una acción sustancial capaz de resolver acuciantes problemas sociales. Incluían valiosas metas como la reducción a la mitad de la proporción de personas que viven con menos de un dólar al día y de las que pasan hambre, la reducción de las enfermedades y de la mortalidad infantil, así como objetivos educativos y ambientales. Sin embargo, los ODM se basan en principios totalmente nuevos con efectos a largo plazo que no están bien concebidos ni entendidos. En este capítulo trataré de explicar por qué la atención primordial a la reducción de la pobreza es errónea y por qué los ODM no representan una buena política social a largo plazo. El texto se basa en una presentación realizada en un encuentro sobre los ODM organizado en Nueva York en 2005 por el Departamento de Economía y Asuntos Sociales de la ONU.

Una novedad del planteamiento de los ODM es el énfasis puesto en la financiación exterior de las medidas sociales y de redistribución adoptada por cada país en desarrollo, en lugar de depender de la financiación interna. El alivio de los desastres naturales, que solía ser de naturaleza temporal, encuentra ahora una forma más permanente en los ODM. En países en los que más del cincuenta por 100 del presupuesto estatal se financia mediante la ayuda extranjera, se planean enormes transferencias adicionales de recursos. Esto hace preguntarse hasta qué punto ese planteamiento hará depender permanentemente a un gran número de países de la “beneficencia” internacional, en un sistema parecido al “colonialismo del bienestar”.

La adopción de los ODM parece indicar que las instituciones de las Naciones Unidas, tras varias décadas de desarrollo fallido, han abandonado el intento de tratar de remediar las causas de la pobreza y se han concentrado por el contrario en atacar sus síntomas. La situación apremiante de África parece en muchos sentidos una versión gigantesca del caso de los pastores de renos saami. Del mismo modo que a esos pastores, a los africanos se le ha impedido incorporarse a los sectores que generan procesamiento, industria, empleo y desarrollo, y se ven sometidos a lo que he denominado “la falacia escandinava” (porque al parecer nació allí): en lugar de atacar los orígenes de la pobreza desde dentro modificando el sistema de producción -como solía pretender la economía del desarrollo- se palian los síntomas enviando dinero a espuertas desde el exterior.

En este capítulo argumentaré que esa economía paliativa ha sustituido en buena medida a la economía del desarrollo (esto es, tratar de modificar radicalmente la estructura productiva de los países pobres) y la economía paliativa (esto es, aliviar el sufrimiento derivado de la miseria económica) es vital para evitar efectos negativos a largo plazo. Es importante señalar que ese cambio a peor se ha producido al mismo tiempo que la responsabilidad del desarrollo en el mundo se ha desplazado de las organizaciones de la ONU a las instituciones de Washington.

Cómo se afrontaron en el pasado los problemas del desarrollo.- Qué hacer entonces.-

Keynes dijo en una ocasión. “Cuanto peor es la situación, peor funciona el laissez-faire”. Si insistimos en abandonar la política industrial porque la desviación de la competencia perfecta hará que algunos empresarios poco escrupulosos se hagan ricos, no hemos entendido nada de la naturaleza del capitalismo. Después de todo, el distanciamiento de la competencia perfecta es inherente al capitalismo. Lo más importante que enseñan las buenas escuelas empresariales es cómo escapar de la situación de competencia perfecta que los economistas suelen dar por supuesta.

El desarrollo económico se produce mediante cambios estructurales que rompen el equilibrio generando rentas privilegiadas, Exigir que éstas no existan es lo mismo que pedir un estado estacionario indefinido. Sin embargo, hay que elegir qué actividades se deben proteger, lo que a su vez genera compadreo. Abraham Lincoln protegió a los empresarios compinchados del acero, y pagándoles un poco más por el que se fabricaba en Estados Unidos se creó allí una gran industria siderúrgica con muchos empleos bien pagados, que también suponía una base para la recaudación de impuestos estatales. La estructura de triple poder compartido a la que me referí que ya había funcionado en Venecia, en la República holandesa y en Inglaterra, se reprodujo así en Estados Unidos. El desarrollo económico trata de coordinar los intereses públicos de la nación con los intereses privados de los capitalistas. La incapacidad de la teoría estándar para entender la dinámica del mundo de los negocios ha conllevado la incapacidad para entender la esencia económica del colonialismo. Al impedir que las colonias dispusieran de sus propias industrias, las actividades económicas con un elevado potencial de crecimiento y mecanización permanecieron en las metrópolis, mientras que las actividades con rendimientos decrecientes se relegaron a las colonias.

(diferencias entre el compadreo malthusiano y el schumpeteriano).-
Las inmensas trasnferencias que acompañan a la promoción de los ODM fomentarán también necesariamente un compadreo con el que algunos se harán más ricos, ya que a economía libre de compadreo sólo existe en los modelos neoclásicos. Si se optara por el compadreo schumpeteriano en lugar del compadreo basado en las ayudas, los países pobres podrían liberarse de la dependencia económica. El compadreo schumpeteriano aumenta el tamaño de la tarta económica nacional y mundial, mientras que el compadreo basado en las ayudas no añade nada, sino que crea un sistema de incentivos que desvía la atención de la creación de valores nacionales y agrava la dependencia del extranjero.

Parece que hemos olvidado la lógica que subyacía bajo los instrumentos políticos del desarrollo económico. Las patentes y los aranceles modernos nacieron aproximadamente al mismo tiempo, a finales del siglo XV. Esas instituciones manipuladoras del mercado se crearon a partir de la misma concepción del proceso de desarrollo económico a fin de proteger los nuevos conocimientos (en el caso de las patentes) y de producir en nuevas áreas geográficas (en el caso de los aranceles). Tanto las patentes como los aranceles representan una manipulación del mercado legalizada para promover objetivos no alcanzables en condiciones de competencia perfecta.

Pero ¿por qué no se aplican los argumentos de la manipulación del mercado y el compadreo a las patentes, y sólo se esgrimen contra los aranceles y otros instrumentos políticos empleados por los países pobres? Con cierta justificación se puede decir que los países ricos están estableciendo reglas que legalizan una manipulación constructiva del mercado en sus propios países, pero la prohíben en los países pobres.

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La diversidad como condición para el desarrollo.-

Otro punto ciego en la economía es su incapacidad para entender la importancia de la diversidad para el crecimiento económico. La diversidad es un factor clave del desarrollo por varias razones: Primero, una diversidad de actividades con rendimientos crecientes -el número de profesiones en la economía- es la base para los efectos de sinergia que llevan al desarrollo económico, algo bien entendido desde el siglo XVII. Segundo, la economía evolucionista moderna subraya la importancia de la diversidad como base para la selección entre distintas tecnologías, productos y métodos organizativos, todos ellos elementos clave de una economía de mercado en evolución. Tercero, la diversidad es una importante explicación de ls “excepcionalidad” europea, en la que la competencia mutua entre un gran número de Estados fomentó la tolerancia y la demanda de diversidad. Un intelectual cuyas opiniones no gustaban a cierto rey o gobernante podía encontrar empleo en otro país, lo que promovía una mayor diversidad de idea.

Johann Friedrich von Pfeiffer (1718-1787), uno de los más influyentes economistas alemanes del siglo XVIII, puso de relieve una cuarta razón, la diversidad religiosa. Aunque algunos economistas creen que ciertas religiones propician el crecimiento económico más que otras, Richard Tawney (1880-1962), el famoso historiador inglés, ha insistido en la importancia cada vez menor de la religión en la promoción del capitalismo. Alrededor de siglo y medio antes, Pfeiffer pronosticó que la diversidad de religiones “en competencia” en un país haría perder a la religión como institución gran parte de su poder sobre los habitantes. La existencia de creencias alternativas elimina el miedo y otros factores que contribuyen al fanatismo, lo que da lugar a una mayor tolerancia para la deseable diversidad de la población y sus actividades. En mis dos estancias en la Universidad Malaya en Kuala Lumpur como profesor visitante he tenido la posibilidad de observar cómo se practica la religión musulmana, junto a otras muchas, en un país industrializado. En mi opinión, Tawney y Pfeiffer estaban acertados, lo que indica que estamos afrontando los problemas de seguridad de Occidente de un modo totalmente equivocado.

Actualmente vivimos en una época de gran ignorancia en que se han abandonado los tradicionales instrumentos cualitativos para explorar el proceso de desarrollo económico. La importancia de la diversidad es sólo uno de ellos. La banalidad de las explicaciones actuales de la pobreza como consecuencia del clima o a corrupción atestiguan ampliamente esa ignorancia, reforzada por la ausencia de conocimientos históricos y de interés por principios bien comprobados que han llevado a una nación tra otra de la pobreza a la riqueza durante cinco siglos. En una situación similar a la que atravesamos ahora, un grupo ilustrado de economistas alemanes supo captar en el siglo XIX la atención del canciller Otto con Bismarck, quien les permitió diseñar el Estado del desarrollo y el bienestar en Alemania. De forma parecida, al terminar la segunda guerra mundial el mundo entendió que el desarrollo económico era consecuencia de sinergias y rendimientos crecientes. Esa comprensión, combinada con la amenaza política del comunismo, permitió superar la ideología del libre comercio en Washington y reindustrializar Europa e industrializar parte de Asia. Para reanudar el crecimiento es necesario reinventar ese tipo de teoría económica.

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Restaurar una teoría más exhaustiva.-

Tras la caída del Muro de Berlín sólo quedaron en pie distintas variantes de la economía neoclásica, que sin embargo es, en palabras de Nicholas Kaldor, una teoría no comprobada. Aunque proporcionó una protección ideológica eficaz durante la Guerra Fría, nunca se ha construído un país sobre esa base teórica. En 1990 las medidas recomendadas se formularon acudiendo a la “ley” de Samuelson de la nivelación del factor precio y se dejaron de lado otras importantes contribuciones teóricas. Tres ideas claves del padre fundador de la economía neoclásica, Alfred Marshall, se perdieron al alejarse ésta de la comprensión cualitativa de la producción industrial para ir a refugiarse en las matemáticas contenidas en los apéndices de los Principios de economía (1890). Marshall no sólo había prescrito como una buena política de desarrollo los impuestos sobre las actividades con rendimientos decrecientes a fin de subvencionar las actividades con rendimientos crecientes, sino que también insistió en la importancia para un país de introducirse en los sectores donde se localiza el mayor progreso técnico, así como en el papel de las sinergias (distritos industriales).

La sucesión de modas descritas en varios puntos ciegos fundamentales de la economía neoclásica:

a) su incapacidad para captar diferencias cualitativas, incluidos los diferentes potenciales de diversas actividades en su contribución al crecimiento económico;
b) su incapacidad para reconocer sinergias y vínculos, y
c)su incapacidad para dar cuenta de las innovaciones y novedades, así como de su diferente distribución entre las diversas actividades económicas.
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La combinación de esos puntos ciegos de la economía actualmente predominante impide a muchos países pobres el desarrollo, mientras que China y la India -probablemente los países en desarrollo con un mayor crecimiento sostenido- han seguido por el contrario durante cerca de cincuenta años las recomendaciones del plan Marshall y no las del Consenso de Washington.

La precisión y la irrelevancia de la economía de la economía prevaleciente son ambas consecuencias de un mismo proceso en el que se han ido excluyendo factores relevantes, creando así puntos ciegos cada vez mayores. La aguda observación del filósofo francñes Jacques Derrida, autor de la teoría de la deconstrucción, de que cada estructura que organiza nuestra experiencia, ya sea literaria, psicológica, social, económica, política o religiosa, está constituida y se mantiene mediante tales actos de exclusión, resulta muy pertinente en el caso de la economía: En el proceso de creación de algo, queda fuera inevitablemente alguna otra cosa. La exclusión puede conllevar represión, y ésta tiene consecuencias. De una forma que recuerda a Freud, Derrida insiste en que lo reprimido no desaparece y siempre regresa para trastornar cada construcción, por segura que parezca. La economía de los textos estándar, tal como la aplican las instituciones de Washington, ha reprimido las diferencias cualitativas entre distintas actividades económicas, pero como habría sospechado Derrida, esas diferencias -que crean la brecha cualitativa entre la economía afgana y la de Sillicon Valley- regresan inquietantemente cuando tratamos en vano de adaptar Afganistán a nuestra imagen de lo que debería ser un Estado-nación. La guerra de Iraq se basaba en modelos económicos sin fricciones y generadores de armonía procedentes de la Guerra Fría, en los que los mercados y el libre comercio bastarían para crear un “orden espontáneo”. Existe un vínculo directo entre la represión de factores económicos relevantes y lo que un creciente número de afganos e iraquíes perciben actualmente como represión. Una economía del desarrollo “nueva y mejorada” debe mantener presente conscientemente la advertencia de Derrida. En lugar de teorízar por exclusión, debemos volver a teorizar por inclusión, como hacía la escuela histórica de economía.

Recientemente se ha reintroducido la innovación como factor económico, pero eso no es suficiente. Aunque el aprendizaje y la innovación sean elementos claves del desarrollo, su materialización económica se puede reducir a una disminución de precios para los consumidores extranjeros. La percepción clave de Hans Singer, alumno de Schumpeter, fue que el aprendizaje y el cambio tecnológico en la producción de materias primas, particularmente en ausencia de un sector industrial, tiende a reducir los precios de las exportaciones más que a aumentar el nivel de vida del país que las produce. El aprendizaje suele crear riqueza para los productores sólo cuando forma parte de una estrecha red llamada en otro tiempo “industrialismo”, esto es, un sistema dinámico de actividades económicas con productividad creciente gracias al cambio tecnológico y a una compleja división del trabajo. La ausencia de rendimientos crecientes, de una competencia dinámica imperfecta y de sinergias en los países productores de materias primas forma parte de los mecanismos que perpetúan la pobreza.








La creación del “colonialismo del bienestar”

La política actual corre el riesgo de socavar inadvertidamente el potencial de desarrollo de la ayuda con sus efectos paliativos. Podemos estar creando un sistema que podría calificarse como “colonialismo del bienestar”, expresión acuñada por el antropólogo Robert Paine para describir la integración económica de la población nativa en el norte de Canadá. Los rasgos esenciales del colonialismo del bienestar son:

1.Una inversión del drenaje colonial de tiempos antiguos, con un flujo neto de fondos hacia la colonia y no ya hacia la metrópoli.
2.Una integración de la población nativa de una forma que socava radicalmente su forma de subsistencia anterior.
3.La población nativa sobrevive mediante lo que son sustancialmente subsidios de desempleo.
En opinión de Paine, el bienestar se convierte en instrumento de un “gobierno a distancia” estable mediante el ejercicio de una forma -particularmente sutil, “no ostentosa” y generadora de dependencia- de control social neocolonial que impide la autonomía local mediante políticas bienintencionadas y generosas pero en último término moralmente equivocadas. El colonialismo del bienestar crea dependencias paralizantes del “centro” en la población periférica, un centro que ejerce el control mediante incentivos que crean una dependencia económica total, impidiendo así la autonomía y la movilización política. Las condiciones sociales en las que se encuentran hoy día los habitantes nativos de las reservas norteamericanas nos muestra que, en su caso, el efecto final de la transferencia masiva de fondos ha sido crear una distopía más que una utopía.

También vemos que la ayuda y otras transferencias generan pasividad y desincentivana el trabajo en los países pobres. Los observadores haitianos apntan que as transferencias a familiares desde Estados Unidos desincentivan el trabajo por un salario de 30 centavos estadounidenses por hora. La investigación brasileña del muy laudable Projeto Fome Zero, emprendido a diferentes niveles gubernamentales (federal, estatal y local) mediante varios programas destinados a combatir el hambre, concluye que eso proyectos son en gran medida ineficaces ya que tratan los síntomas de la pobreza distribuyendo alimentos o subvencionando sus precios, en lugar de favorecer que los pobres puedan ganarse su pan.

Acontecimientos recientes ilustran el tipo de dilemas que acompañarán necesariamente al colonialismo del bienestar. Se ha debatido, por ejemplo, si la ayuda a Etiopía debía interrumpirse o no como sanción contra su gobierno. Sean cuales sean las posibles nobles intenciones que puedan haber dado lugar a la iniciativa de ayudar a los pobres, el colonialismo del bienestar dará lugar a un sistema en el que los países ricos estarán siempre en condiciones de interrumpir el suministro de ayudas, alimentos y sustento a los países pobres si desaprueban su política nacional. Mientras la “ayuda al desarrollo” siga siendo paliativa, y no verdaderamente desarrollista, por muy generosa y bien intencionada que sea se convertirá inevitablemente en un mecanismo extremadamente poderoso de control de los países pobres por los ricos. En lugar de promover una democracia global, esa política llevará a una plutocracia global. Es el feudalismo con un nuevo aspecto geográfico: los señores feudales siguen teniendo un control político total sobre las masas pobres que producen las materias primas, sólo que ahora los señores feudales y las masas viven en países distintos.

La situación política que deriva de la dependencia económica y el colonialismo del bienestar es evidente. Las elecciones en Palestina y en Iraq han dejado claro que Occidente sólo aprueba la democracia en la medida en que los pobres elijan a los políticos aprobados por Occidente. El presidente democráticamente elegido de Venezuela se ve repudiado por los gobiernos que se identifican con el Consenso de Washington y no tiene otra alternativa que establecer una alianza con Cuba del tipo Guerra Fría. La ausencia de teorías económicas alternativas crea callejones sin salida políticos que siguen reproduciendo los callejones sin salida económicos.

Los aspectos políticos del colonialismo del bienestar son desalentadores. En una economía mundial en expansión, en la que muchas materias primas se están convirtiendo rápidamente en artículos estratégicos, los pobres son un “estorbo en el camino” de acceso a esas materias primas, de forma muy parecida al estorbo que suponían los nativos americanos para el uso de la tierra por los colonos. Algunos observadores estadounidenses consideran seriamente la opción de encerrar a los pobres en “reservas”. Tan sólo hace una década, dos autores estadounidenses recomendaban la creación de un “Estado custodio” en un libro que recibió mucha publicidad: “Por Estado custodio entendemos una versión de alta tecnología pero más generosa de las reservas indias para una minoría sustancial de la población del país, mientras el resto de Estados Unidos se dedica a sus negocios”. Los ODM están incómodamente cerca de combinar la visión de la pobreza basada en el consumo con la idea de establecer reservas donde quedan satisfechas las necesidades básicas de los pobres, mientras que el resto del mundo se dedica a sus negocios. Las actitudes desafiantes que se propagan en el mundo musulmán pueden entenderse como una reacción a esa situación, en la que es obvio que el capitalismo mundial le está fallando y no les ofrece más que un “Estado custodio” como única alternativa.

Desde el punto de vista de la teoría económica, los ODM se pueden entender como un sistema de compensación, en el que los países que producen con rendimientos crecientes (países industrializados) pagan anualmente una especiee de indemnización por sus pérdidas a los países que producen con rendimientos constantes o decrecientes (productores de materias primas). Esta idea no es nueva, y se halla en los textos estadounidenses de enseñanza media desde la década de 1970. Hasta la victoria del Consenso de Washington sobre las instituciones de desarrollo de la ONU, la opción preferida consistía en industrializar a los países pobres aunque su industria no fuera a ser competitiva en el mercado mundial durante mucho tiempo. La conversión del libre comercio en eje del sistema económico mundial -al que deben ceder todas las demás consideraciones- ha dejado como única opción viable el colonialismo del bienestar. La opción alternativa de desarrollar el mundo pobre ha desaparecido porque muchos desean mantener el libre comercio como núcleo incuestionable del orden económico mundial.

La presión política ejercida por el espectro del comunismo ha dado lugar dos veces a prácticas desarrollistas. Después delas revoluciones europeas casi continuas entre 1848 y 1871, y durante la Guerra Fría con el plan Marshall de 1947, el capitalismo prefirió adaptarse con el fin de aliviar problemas sociales acuciantes. En 1947 los librecambistas de Washington tuvieron que ceder frente a la necesidad política de planes de desarrollo proteccionistas en torno al bloque comunista, lo que propició el sorprendente éxito del plan Marshall en Europa y el milagro de Oriente asiático. Quizá sea una vana esperanza que Osama bin Laden y las actuales amenazas terroristas puedan desempeñar el mismo papel que Karl Marx y sus herederos en aquellas dos ocasiones, pero parece como si la pobreza generadora por el fundamentalismos de mercado no pudiera abordarse si no es al calor de crisis como la Revolución Francesa que eliminó la fisiocracia, la Verein für Sozialpolitik alemana que creó el Estado del Bienestar moderno a raíz de las revoluciones de 1848 a 1871, y la política ilustrada del plan Marshall que creó la riqueza que puso freno al comunismo. Lo que todos esos acontecimientos tienen en común es el abandono temporal del libre comercio a fin de promover el desarrollo como objetivo político y no sólo social. Un objetivo social como los ODM es claramente insuficiente. A largo plazo, las consecuencias políticas de la dependencia económica y social fomentada por los ODM resultarán intolerables para los pobres.

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1 comentario:

José Manuel Martínez Sánchez dijo...

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