De hecho, durante el siglo XVIII se debatió intensamente hasta qué punto se puede confíar en que los vicios privados reporten beneficios públicos. En Europa se mantuvo durante siglos una gran diversidad de planteamientos con respecto a la tecnología y las instituciones; la combinación de diversidad y emulación dio lugar a multitud de escuelas teóricas y soluciones tecnológicas, continuamente comparadas, moldeadas y desarrolladas en los mercados. La competencia entre ciudades-Estado -más tarde entre naciones-Estado- financió el flujo de inventos que también surgieron como subproductos no pretendidos de la emulación entre naciones y gobernantes en la guerra y el lujo. Una vez que se observó que dedicar parte de los recursos a la resolución de problemas en periodo de guerra producía inventos e innovaciones, ese mismo mecanismo se pudo aplicar en tiempos de paz.
Los nuevos conocimientos e innovaciones se propagaban por toda la economía permitiendo mayores beneficios y mayores salarios, así como una base más amplia para la recaudación de impuestos. La política económica europea se basó durante siglos en la convicción de que la creación de un sector industrial resolvería los problemas económicos fundamentales de la época, favoreciendo el aumento del empleo, los beneficios, los salarios, la base de la recaudación de impuestos y la circulación de la moneda. El economista italiano Ferdinando Galiani (1728-1787), al que Friedrich Nietzsche consideraba la persona más inteligente del siglo XVIII, afirmó que “de la industria se puede esperar que cure los dos principales males de la humanidad, la superstición y la esclavitud”. Los textos estándar de economía, que pretenden entender el desarrollo económico en términos de “mercados perfectos” sin fricción, marran lamentablemente el blanco. Los mercados perfectos son para los pobres. Es igualmente fútil tratar de entender ese desarrollo en términos de lo que los economistas entienden como “fracasos del mercado”. Confrontado con la economía de los textos, el desarrollo económico es un gigantesco fracaso de los mercados perfectos.
Francis Bacon (1561-1626) es una importante figura en la historia del pensamiento económico basado en la experiencia. Lo que lo impulsaba era lo que Veblen llamaba “curiosidad veleidosa”, un espíritu inquisitivo sin ambición de beneficio.
la creciente desigualdad económica experimentada desde la ´decada de 1980 -como pasó en repuntes similares de la seigualdad en las décadas de 1820, 1870, y 1920- venía asociada con los cambios tecno-económicos examinados que suscitaron importantes cambios estructurales, potenciaron la demanda de nuevas habilidades, permitieron beneficios extraordinariamente altos en sectores nuevos e inflaron la burbuja del mercado de valores.
Así pues, la rivalidad, la guerra y la emulación en Europa dieron lugar a un sistema dinámico de competencia imperfecta y rendimientos crecientes. Los nuevos conocimientos e innovaciones se propagaban por toda la economía permitiendo mayores beneficios y mayores salarios, así como una base más amplia para la recaudación de impuestos.
A los países pobres de Europa les quedó pronto claro que había una importante relación entre la estructura productiva de las pocas ciudades-Estado pudientes y su riqueza. Las ciudades-Estado más ricas -Venecia y Amsterdam- tenían un poder de mercado dominante en tres áreas distintas: en términos económicos disfrutaban del tipo de renta al que nos hemos referido anteriormente, que permitía un aumento de los beneficios, de los salarios reales y de los ingresos sometidos a impuestos; en ambas existían sectores artesanales e industriales muy abundantes y diversificados: a principios del siglo XVI la manufactura representaba alrededor del 30 por 100 de todos los empleos en Holanda, mientras que en Venecia había 40.000 hombres empleados tan sólo en los astilleros (el arsenale); además, una y otra controlaban un importante mercado de determinada materia prima, la sal en Venecia y el pescado en Holanda (desde las primeras fases de desarrollo, cuando todavía era realtivamente pobre, Venecia se había esforzado duramente por mantener su posición dominante en el mercado de la sal; en cuanto a Holanda, la invención del arenque salado y encurtido a principios del siglo XIV le había permitido crear un enorme mercado bajo su control); en tercer lugar, ambas habían establecido un comercio a larga distancia muy rentable. La primera prosperidad en Europa se basaba así pues en tre tipos de renta, con un triple poder de mercado en actividades económicas notoriamente ausentes en países europeos más pobres: la industria, un cuasimonoplio de una importante materia prima y un comercio a distancia muy rentable.
La riqueza se había creado y mantenido tras altas barreras para obstaculizar la entrada, constituidas por sus mayores conocimientos, la posesión de una gran variedad de actividades industriales que creaban sinergias sistemáticas, el poder de mercado, los bajos costes derivados de las innoavaciones y los rendimientos crecientes -tanto en determinadas industrias como a escala sistemática-, la enorme envergadura de sus operaciones y las
economías de escala en el uso de la fuerza militar. A partir de 1485 Inglaterra emuló esa triple estructura de rentas que se había creado en ciudades-Estado europeas sin grandes recursos naturales. Mediante una intervención económica del Estado decisiva, Inglaterra creó su porpio triple sistema de rentas: industria, comercio a larga distancia y el cuasimonopolio de una materia prima, en su caso la lana. El éxito de Inglaterra conduciría finalmente a la decadencia de las ciudades-Estado y el auge de los Estados-nación: las sinergias descubiertas en las ciudades-Estado se extendieron a áreas geográficas más amplias. Ésta iba a ser la esencia del proyecto mercantilista en Europa.
Desgraciadamente para los países pobres, una cadena de acontecimientos llevó a la economía a olvidar la definición sombartiana del capitalismo. Adam Smith había apartado la producción de la economía amalgamando comercio y producción en horas de trabajo. Así, cuando la economía mundial quedó definida como un sistema en el que todos intercambiaban sin efectos de sinergia -trabajo que todos dominan del mismo modo-, se despejó el camino para la opinión de que el libre comercio podía considerarse beneficioso para todos. Ni siquiera la adición del capital crea de por sí el capitalismo. Sin embargo, durante mucho tiempo economistas estadounidenses y de la Europa continental como Sombart consiguieron mantener viva una tradición económica alternativa, en cuyo núcleo estaba la producción.
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1 comentario:
¿Hubo alguna ciudad similar a venecia durante el siglo XVIII?
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