Mandeville y Maquiavelo.-
El capitalismo y las economías de mercado que ha tenido éxito sólo se pueden entender adecuadamente junto con sus paradojas. Como explica Adam Smith, no conseguimos nuestro pan cotidiano por la amabilidad del panadero, sino más bien porque éste desea ganar dinero. Nuestra necesidad de alimentarnos se satisface mediante la codicia de otros, lo que constituye claramente una paradoja. La perspicaz respuesta de Adam Smith se insertaba en un importante debate durante el siglo XVIII, iniciado en 1705 por Bernard Mandeville cuando proclamó que los vicios privados podían dar lugar a beneficios públicos. En 1776, cuando Smith publicó La Riqueza de las Naciones, aquel debate había concluido prácticamente, pero la presentación que de él ofreció Adam Smith, así como nuestra interpretación actual, han ocultado matizaciones muy importantes del principio de Mandeville en su forma más cruda.
Erik Pontoppidan, reaccionó en 1757 de una forma muy habitual a la afirmación de Mandeville de que el bienestar público provenía de los vicios privados. Pontoppidan había sido anteriormente obispo de Bergen, lo que explica en parte su indignación moral: si el vicio era la fuerza propulsora del bienestar, quien prendiera fuego a Londres por los cuatro costados sería un héroce por todo el empleo y la riqueza que se crearía así, desde los leñadores y aserradores hasta los albañiles y carpinteros. La fórmula para resolver este problema y consolidar la teoría de la economía de mercado fue bien expresada por el economista milanés Pietro Veri en 1771: “El interés privado de cada individuo, cuando coincide con el interés público, es siempre el garante más seguro de la felicidad pública”. En aquella época era obvio que en una economía de mercado esos intereses no estaban siempre en perfecta armonía. Se suponía que el papel del legislador consistía en promover medidas que aseguraran que los intereses individuales coincidían con los públicos.
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La teoría económica actual se basa en una interpretación de Mandeville y Smith que difiere de la habitual en la Europa continental durante el siglo XVIII.
(Erik Reinert)
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A esto Conde de Chateaubriand me hace un comentario el otro día:
Conde de chateaubriand:
“Bueno... creo no es exactamente así, de hecho mandeville se enfrentó a los moralistas británicos y el propio Smith tachaba su visión de "libertina." (el "libertino mandeville" ponía en una de sus cartas )Puesto que mandeville pone en contradicción lo que la cosmogonía newtoniana dice que no es. Ya que estos últimos afirman una natural armonía de intereses entre el bien público y lo deseable (moral) para la vida privada la ética de Smith describe al hombre en posesión de un sentimiento de compañerismo (lo digo porque la gente piensa justo lo contrario sin haber leido a Smith).
La teoría económica actual, al contrario de lo que dices y lo que se supone cada vez tiene menos que ver con los economistas clásicos. La economía en el siglo XvIII se estudiaba desde un lado descriptivo-filosófico-antropológico y tiene poco que ver con la noción de teoría económica que existe en la actualidad.”
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Ya pero de lo que se trata es realmente de encontrarnos con el Mandeville más crudo como dice Erik Reinert, con el Mandeville que no oculta la verdad de las cosas, que dice lo que se esconde detrás de esa cara del capitalismo oculto, y si no vamos a verlo ahora estudiando algo de Maquiavelo y algunas consideraciones desde la filosofía y la racionalidad sistemática, que también vienen a servir de punto de crítica y de apoyo, no digo que no, pero que pueden servir asimismo para verlos desde la distancia de la historia y la racionalidad. Y veremos que estos puntos de vista más crudos que hay que en la historia de las ideas no han sido seguidos del todo precisamente para que una cierta orientación ideológica o política se consolidase, incluso una cierta teoría económica pudiera emerger, pero es que Maquiavelo y su teoría en conclusión tampoco tiene una gran base de fundamentación racional o lógica, pero Mandeville entre otras cosas dijo cosas válidas que después tampoco se asumieron en la otra lógica de la historia. Veamos lo que dicen algunos filósofos de la historia y de la racionalidad.
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Los trata como abogados de una determinada concepción de la racionalidad sistemática funcional: lo serían desde Maquiavelo y Bodino. Y ello frente a una filosofía de la historia- de objetivos a largo plazo a partir de principios éticos universales.
“Desde el punto de vista de la teoría de la racionalidad, la imposibilidad de la planificación de la historia se expresa sobre todo en el hecho de que la racionalidad teleológica de nuestras acciones en el nivel de los sistemas sociales -por ejemplo, en el nivel del sistema económico, pero también, en el sistema educativo- puede transformarse en irracionalidad funcional, contrastada, por así decirlo, irónicamente por el hecho conocido desde Mandeville y Adam Smith, de que viceversa las acciones irracionales -especialmente también las acciones moralmente dudosas- pueden contribuir a la llamada “racionalidad sistemática”, por ejemplo, de la economía. Este problema de ninguna manera queda superado renunciando a su solución en el sentido de la “astucia del espíritu universal” hegeliana; pues precisamente después del fracaso de esta “superación” positiva del conflicto entre racionalidad de la acción y racionalidad sistemática funcional queda, por así decirlo, la intelección dolorosa en la siempre eficaz astucia negativa del espíritu universal.
Expresamente no he distinguido aquí entre racionalidad teleológica (inclusive la racionalidad estratégica) y racionalidad consensual-comunicativa como formas de la racionalidad de la acción. En efecto, ambas formas, en el nivel de la “racionalidad sistemática” funcional pueden convertirse en irracionalidad, dicho más exactamente: tanto acciones directamente racionales estratégico-teleológicas de los individuos y de los grupos de intereses, como acciones teleológicas que fueron coordinadas consensual-comunicativamente sobre la base de la racionalidad discursiva. Si no me equivoco, esto tiene como consecuencia que los individuos, en su actuar estratégico (pero también en su contribución a los cuasidiscursos) se convierten en abogados de una determinada concepción de la racionalidad sistemática funcional: desde Maquiavelo y Bodino, por ejemplo, en abogados de la “razón del Estado”, y en la actualidad además en abogados de diferentes concepciones competitivas de la racionalidad sistemática de la economía. (Quizás uno debería hablar de “racionalidad sistemática” sólo en la medida en que las personas, en tanto actores y hablantes en el discurso, pueden convertirse en abogados de esta racionalidad funcional.)”
(Karl Otto Apel, Estudios éticos).
Este texto que debemos a Karl Otto Apel denuncia aquí que la razón de Maquiavelo que se debe a ser el abogado de la “razón de Estado” nada menos. Hablan de racionalidad sistemática pero en realidad lo es de la racionalidad funcional. Pero este autor es quizás demasiado trascendental y filosófico, en verdad él lo que busca no es apartarse de la racionalidad estratégica sino asimilarla pero darle un giro consensual-comunicativo a la razón final para que podamos decir que la razón es ética.
“Si uno ve claramente las aporías -en no poca medida éticas- de estas concepciones de la planificación social, se infiere, según mi opinión, que sólo una forma de la teleología referida a la historia es hoy plausible: la fundamentación -ya insinuada por Kant en sus escritos sobre filosofía de la historia- de objetivos a largo plazo (como, por ejemplo, una sociedad jurídica de ciudadanos del mundo) a partir de principios éticos universales que en tanto tales, independientemente del éxito o del fracaso de intentos particulares de realización histórica, son susceptibles de obtener consenso”, dirá también el autor de “Estudios éticos”.
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Y por otra parte, en economía y en historia clásica se habla de una “teoría de las etapas”, que proviene de la de los ciclos.
“En los escritos de la Antigüedad, tanto en Grecia como en Roma, se puede detectar ideas incipientes de la teoría de las etapas. En la Germania de Tácito (c. 55-120), por ejemplo, se lee que “el grado relativo de civilización de las diferentes tribus germánicas dependía del mayor o menor predominio de la agricultura y el pastoreo con respecto a la caza en su modo de subsistencia”. La idea de las etapas provenía de la de los ciclos, muy antigua en la historia política. El economista e historiador árabe Ibn Jaldún (1332-1406), así como Maquiavelo (1469-1527), le concedieron gran importancia; con Jean Bodin, uno de los pioneros del Renacimiento, aparece la idea de que los ciclos históricos pueden tener una tendencia acumulativa y creciente (la idea de progreso), y también analiza el Estado-nación embrionario (la República), sus instituciones, leyes e impuestos.
Mientras que Bodin pone mucho énfasis en los condiciones geográficas y climáticas, Francis Bacon da en su Novum Organum (1620) otra explicación cuando considera las llamativas diferencias entre las condiciones de vida en diversas partes del mundo. Bacon postula que “esa diferencia proviene, no del suelo, el clima ni la raza, sino de las artes”. Como ya se ha mencionado, la aportación científica de Bacon a la teoría económica se basaba en la experiencia, pero también en la producción. Su idea de que las condiciones materiales de un pueblo están determinadas por sus “artes” -esto es, si vive de la caza y la recolección, del pastoreo, de la agricultura o de la industria- ocupó un lugar muy destacado durante el siglo XIX en la controlversia de Alemania y Estados Unidos con Inglaterra sobre teoría económica y política industrial. Durante la Ilustración el historiador William Robertson siguió la tradición baconiana: “En cada investigación sobre las actividades de los hombres reunidos en sociedad, el primer objeto de atención debería ser su modo de subsistencia. Según cómo varía éste lo hacen igualmente sus leyes y medidas políticas”. Las instituciones humanas estaban pues determinadas por su modo de producción y no al revés. La “nueva economía institucional” de los textos estándar de economía tiende a invertir la flecha de la causalidad, atribuyendo la pobreza a la falta de instituciones y no a un modo de producción atrasado.
Durante la Ilustración, y en particular entre 1750 y 1800, la teoría de las etapas ocupó el centro de la escena, sobre todo en Inglaterra y Francia. Desde 1848 en adelante, durante la expansión y ampliación geográfica de la sociedad industrial y la retirada de la economía ricardiana, la teoría de las etapas volvió a formar parte de la caja de herramientas de los economistas, ahora especialmente en Estados Unidos y Alemania. En aquella época los cambios fundamentales que se podían observar evidenciaban que el mundo estaba entrando en un periodo histórico cualitativamente distinto a los anteriores.
Las teorías de las etapas nacidas durante la primera Revolución Industrial -las de Turgot y el primer Adam Smith- nos presentan a los humanos primero como cazadores y recolectores, luego como pastores de animales domesticados y después como agricultores, para alcanzar finalmente la etapa del comercio. Es muy significativo que desde finales del siglo XVIII los economistas clásicos ingleses concentran sus análisis en la última etapa de la evolución, el comercio -la oferta y la demanda y los precios-, más que en la producción. Durante el siglo XIX los economistas alemanes y estadounidenses insistían en una interpretación muy diferente de las etapas de desarrollo. Para ellos todas las etapas anteriores se asociaban al modo de producir bienes, y juzgaban un grave error clasificar la siguiente etapa de desarrollo de otra forma. Esta diferencia de opinión sentó los cimientos para la divergencia abierta durante el siglo XIX entre la política económica alemana y estadounidense y la que prescribía la teoría inglesa. Para los economistas ingleses la última etapa era del “comercio”, mientras que para los alemanes y estadounidenses era la de la “industria”.
Éste es el punto clave en el que se desvía la actual economía estándar, descendiente de la “era del comercio” de Adam Smith, de la economía basada en la producción a la que me referí anteriormente como el Otro Canon, descendiente de la economía continental europea (en particular alemana) y estadounidense. La teoría moderna del comercio internacional, tras ignorar la importancia de la tecnología y la producción, como he dicho antes, insiste en que el libre comercio entre una tribu del Neolítico y Silicon Valley tenderá a enriquecer a ambas partes. La teoría del comercio del Otro Canon, por el contrario, insiste en que el libre comercio no beneficiará a ambas partes hasta que hayan alcanzado la misma etapa de desarrollo.
Las teorías de las etapas también permiten entender importantes cuestiones relativas a la población y el desarrollo sostenible: La población precolombina de Norteamérica, que consistía esencialmente en cazadores y recolectores, se ha estimado entre dos y tres millones de personas, mientras que la población precolombina de los Andes, que había alcanzado la etapa agrícola, se ha calculado en doce millones. Esto da una densidad de población entre treinta y cincuenta veces más alta en los Andes, aparentemente inhóspitos, que en las fértiles praderas del norte. Así, el concepto de sostenibilidad sólo cobra sentido cuando se combina con una variable tecnológica, con un modo de producción.
Al concentrar su análisis en el comercio y no en la producción, la teoría económica inglesa, y más tarde neoclásica, fue equiparando poco a poco todas las actividades económicas entendiéndolas como cualitativamente iguales. Las teorías de la producción que se añadieron más tarde a esta tradición anglosajona de la economía -la teoría estándar actual- la veían esencialmente como un proceso consistente en añadir capital al trabajo, de una forma bastante mecánica comparable al riesgo de plantas genéticamente idénticas que crecen en condiciones idénticas. La economía desarrolló, por utilizar la frase de Schumpeter, “la opinión pedestre de que es el capital per se el que impulsa el motor capitalista”.
Los textos estándar de economía no tienen en cuenta que las diferencias tecnológicas dan lugar a enormes variaciones en la actividad económica y por consiguiente también crean oportunidades muy diferentes para añadir capital al trabajo de una forma potencialmente rentable. La primera revolución industrial se produjo esencialmente en la producción de tejidos de algodón Los países sin ese sector industrial -las colonias- no tuvieron revolución industrial. Todos entienden la importancia de la revolución industrial, pero la teoría del comercio internacional de Ricardo pretende convencernos de que las tribus de la Edad de Piedra se harían tan ricas como los países industriales con tal que adoptaron el libre comercio. No estoy presentando un espantajo fácil de combatir; como muestra la cita del primer secretario general de la OMC Renato Ruggiiero en la Introducción, ésta fue de hecho la concepción que configuró el orden económico mundial después del final de la Guerra Fría”.
(Erik Reinert, es economista, especializado en la investigación tecnológica para el desarrollo)
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Finalmente cito una opinión filosófica, la de Karl Otto Apel, que yo suscribiría en su integridad también:
“Justamente porque la marcha de la historia no puede ser predicha ni en pronósticos “incondicionados” ni “condicionados”, las personas necesitan objetivos a largo plazo que puedan apoyar en todo momento. Me parece que estos objetivos no deben ser inferidos de “imperativos sistemáticos” funcionales -por ejemplo, de política del poder o económicos- porque a través de ellos tendencialmente los sujetos humanos de la acción son degradados a meros medios. Naturalmente, en una “ética de la responsabilidad”, las personas transitoriamente tienen que transformarse también en abogados de la racionalidad funcional de los “sistemas”: pues manifiestamente la supervivencia de la comunidad real de comunicación humana depende de la autoafirmación de sistemas sociales funcionales. Pero el desarrollo a largo plazo de aquella racionalidad consensual-comunicativa que -desde el surgimiento del lenguaje y del pensamiento- está dada en el mundo de lo vital de todos los hombres y que caracteriza el objetivo por lo menos del entendimiento no violento sobre fines y objetivos, tiene que conservar prioridad teleológica frente a una “colonización del mundo vital” a través de estructuras y mecanismos y de conducción tendencialmente anónimos de la llamada racionalidad sistemática.”
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