domingo, 24 de mayo de 2009

filosofía, economía-globalización, e inteligencia emocional

Filosofía 3


La historia revela cómo se hicieron ricos los países ricos mediante prácticas que por el momento han quedado en general proscritas por las “condiciones” del Consenso de Washington. Este “acuerdo” que apareció en escena en 1990, inmediatamente después de la caída del Muro de Berlín, requería, entre otras cosas, la liberalización del comercio y del flujo de inversiones extranjeras directas, la desregulación y la privatización. Las reformas del Consenso de Washington, tal como se llevaron a cabo, equivalían prácticamente al neoliberalismo y el “fundamentalismo de mercado”.

A principios de la década de 1990 se pusieron de nuevo de moda las teorías de Joseph Schumpeter. Afortunadamente, a mediados de la de 1970, mi curso en Harvard de Historia del pensamiento económico estaba a cargo de Arthur Smithies -probablemente el mejor amigo de Schumpeter en Harvard- y se convirtió esencialmente en un curso sobre Schumpeter y sus teorías. Aunque el propio Schumpeter no estaba interesado en la pobreza, me parece que sus teorías la describen por defecto y podrían ofrecer una teoría explicativa de por qué los principios del Consenso de Washington han sido tan perjudiciales para muchos de los países más pobres del mundo.

Mi trabajo exigía relacionar varias disciplinas académicas diferentes, sobre todo la economía evolucionista (schumpeteriana), la economía del desarrollo, la historia del pensamiento económico y la historia de la economía. Parecía como si para entender el desarrollo económico desigual se precisaran dos nuevas disciplinas académicas: una teoría no marxista del crecimiento desigual y la historia de la política económica. Ambos temas, ausentes, estaban muy interrelacionados. La historia del pensamiento económico nos cuenta lo que Adam Smith dijo que debería haber hecho Inglaterra, pero ninguna rama del pensamiento académico parecía preocuparse mucho por lo que Inglaterra hizo efectivamente, que resultó ser muy diferente de lo que Smith había aconsejado.

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Dirigiré ahora unas pocas palabras en particular a los lectores del Tercer Mundo. A primera vista éste puede parecer un libro eurocéntrico. No comienza, por ejemplo, por la visión del capitalismo del economista noruego-estadounidense Thorstein Veblen (1857-1929) como un sistema avanzado de piratería, aunque la historia nos dice que se trata de una visión legítima. Por el contrario, me concentro en cómo creó Europa el poder económico que la hizo dominante: sus “economías de escala en el uso de la fuerza”. El libro no detalla los crímenes e injusticias cometidos por los blancos, europeos o no, en el Tercer Mundo, sino que atiende particularmente a los efectos mucho más sutiles -y a largo plazo incluso más dañinos- de las teorías económicas y sociales que omiten claves decisivas de la generación de la riqueza y la pobreza. El libro no pormenoriza la esclavitud en sí, sino el legado de la esclavitud en los sistemas productivos, sociales y de tenencia de la tierra que han bloqueado el desarrollo económico hasta hoy mismo. Se concentra en la comprensión del capitalismo como sistema de producción y en las políticas económicas apropiadas e inapropiadas.

La mayoría de las civilizaciones conocidas no eran europeas, y una parte importante de la historia de Europa consisten en la emulación de tecnologías y habilidades de otros continentes: del mundo islámico, de Asia y también de África. En 1158 el obispo Otto de Friesing repetía algo que se sabía desde hacía mucho tiempo: que “todo el poder y sabiduría humana tiene su origen en Oriente”. Recientes aportaciones han mostrado lo semejantes que eran China y Europa hasta, digamos, 1700. Está claro que la visión europea y occidental del resto del mundo ha estado condicionada durante mucho tiempo por los prejuicios eurocéntricos contra otros pueblos y sus culturas. Recientemente se ha argumentado que Eurasia contaba desde un principio con claras ventajas en términos de clima, microorganismos y animales domesticables, y también se ha subrayado el papel de la vaca como máquina prototípica abastecedora de leche, carne y estiércol con el que abonar la tierra.

Sin embargo, también cabe contemplar Europa, desde otro punto de vista, como un continente “atrasado” que no consolidó sus fronteras hasta después del asedio de Viena por los turcos en 1683. Durante los mil años transcurridos entre la época de Mahoma y el asedio de Viena Europa tuvo que dedicar considerables energías a defender sus fronteras orientales y meridionales frente a los mongoles y el Islam, en parte como consecuencia de las propias agresiones europeas. Los mongoles habían llegado hasta Dalmacia, a orillas del Adriático, y Silesia, en el extremo suroccidental de la actual Polonia, cuando la muerte del Gran Jan Ogodei en 1241 les hizo interrumpir la campaña militar y regresar a Mongolia para la elección de su sucesor. Constantinopla, capital del Imperio Romano de Oriente, cayó en manos de los turcos otomanos en 1453, lo que puso fin al milenario imperio bizantino, quizá el de continuidad más prolongada de la historia de la humanidad. El mundo islámico obtuvo así el control sobre los Balcanes y el Este del Mediterráneo, mientras que Venecia, defensora del flanco suroriental de Europa, fue perdiendo poco a poco sus posesiones en esa zona; hasta 1571, cuando las principales potencias eurpeas se unieron coyunturalmente para hacer frente a los turcos en la batalla de Lepanto, no se interrumpió definitivamente el deterioro del equilibrio de fuerzas en perjuicio de los europeos.

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¿Por qué se fortaleció tanto Europa a partir de entonces? Considerando las enormes diferencias actuales en la distribución de la renta mundial, cabe preguntarse también cómo y por qué se distribuyó tan parejamente el desarrollo en Europa, alcanzando una homogeneidad relativa tan ostensible en el siglo XVIII desde el norte de Suecia hasta el Mediterráneo. ¿Por qué resulta al parecer imposible repetir la misma experiencia en África? Está claro que fueron muchos los factores que contribuyeron al avance europeo: la situación geográfica de sus fuentes de energía (carbón); más tarde la disponibilidad de alimentos, madera y mercados de las colonias; pero también su brutalidad, celo religioso, capacidad organizativa, creatividad institucional (por ejemplo, la contabilidad de doble entrada) y curiosidad intelectual.

A mi juicio lo más importante fueron varios mecanismos que surgieron de la gran diversidad y fragmentación de Europa (geográfica, climática, étnica y política). Esta diversidad y fragmentación -que solía estar ausente en los grandes imperios asiáticos- creó un gran depósito de nociones y planteamientos alternativos en el “mercado” de las ideas, y fue el punto de partida de la rivalidad que generó la continua emulación entre los diferentes Estados y países. La historia de Europa muestra ante todo cómo la política económica pudo superar las formidables barreras a la riqueza derivadas de la geografía, el clima y también la cultura. Los viajeros que llegaban a lugares distantes como Noruega hace doscientos años, por ejemplo, no creían que el país fuera capaz de desarrollarse más.

La estrategia básica que hizo a Europa tan uniformemente rica fue lo que los economistas de la Ilustración llamaban emulación, y la gran “caja de herramientas” que se desarrolló con ese fin. El Diccionario de la Real Academia Española define “emulación” como el “deseo intenso de imitar e incluso superar las acciones ajenas”. La emulación es esencialmente un esfuerzo positivo y activo, a diferencia de la envidia o de los celos. En la economía contemporánea la emulación encuentra un equivalente aproximado en los términos alcanzar y superar que el conomista estadounidense Moses Abramovitz (1912-2000) emplea en el mismo sentido de acicate y competición dinámica.

La economía moderna recomienda una estrategia basada en las “ventajas comparativas” que constituyen la espina dorsal de la teoría del comercio internacional de David Ricardo: cada nación debe especializarse en aquella actividad económica en la que es relativamente más eficiente. Tras la conmoción provocada por el lanzamiento de los primeros Sputnik en 1957, que puso en evidencia la ventaja con que contaba en aquel momento con respecto a Estados Unidos en la carrera espacial, la Unión Soviética, según la teoría ricardiana del comercio internacional, podría haber argumentado científicamente que la ventaja comparativa de Estados Unidos se hallaba en la agricultura, no en la tecnología espacial. Estados Unidos debería haberse dedicado por tanto a producir alimentos mientras la Unión Soviética se dedicaba a la tecnología espacial. Pero en este caso el presidente Eisenhower optó por la emulación en lugar de la ventaja comparativa. La creación de la NASA en 1958 fue una medida política en el mejor espíritu de la Ilustración -con el fin de emular a la Unión Soviética- pero totalmente contraria al espíritu ricardiano. De hecho, la economía ricardiana ha generado elementos de lógica autorreferencial que evocan las peores caricaturas del escolasticismo. Dado que la dinámica que crea la necesidad de emulación ha quedado eliminada de la teoría, el marco ricardiano da lugar a conclusiones políticas contrarias a la intuición. Los elementos dinámicos del progreso y el cambio tecnológico derivados de la lógica intuitiva de la emulación, contrapuestos a una especialización estática, están simplemente ausentes.

Los lectores del Tercer Mundo también podrán observar que los economistas europeos que aparecen como “héroes” de este libro fueron en su mayoría, sorprendentemente poco etnocéntricos. Giovanni Botero (c. 1544-1617), quien exploró con éxito las razones por las que sólo las ciudades eran ricas, elaboró un famoso libro sobre geografía mundial, las Relazioni Universali, en el que describe entusiásticamente la diversidad cultural a escala mundial. Los saami (lapones), aborígenes del norte de Escandinavia, son alabados por su habilidad en construir botes sin utilizar clavos y por disponer del que en aquel momento era probablemente el medio de transporte más rápido del mundo: el trineo sobre esquís tirado por renos. Dos de los economistas alemanes más importantes del siglo XVIII -que también fueron importantes filósofos-, Christian Wolff (1679-1754) y Johann Heinrich Gottlob von Justi (1717-71), escribieron libros alabando la civilización china, y también la inca en el caso de Von Justi; uno y otro argumentaron que Europa debía emular las instituciones no europeas. En 1723 Wolff recibió la orden de abandonar en el plazo de cuarenta y ocho horas la Universidad de Halle -en aquel momento dominada por los pietistas, un movimiento protestante- so pena de ser ahorcado por su afirmación de que la filosofía y la ética chinas eran admirables y mostraban que fuera de la cristiandad también se podían encontrar verdades morales. Salvado por la rivalidad entre los pequeños Estados alemanes, se trasladó a un Estado vecino cuyo gobernante deseaba reclutarlo para su Universidad, la de Marburgo. En realidad se puede argumentar que el etnocentrismo europeo, importante ingrediente del colonialismo y el imperialismo, no cobró fuerza hasta la década de 1770, cuando las “naciones étnicas” se convirtieron en un obstáculo para la construcción de los Estado-nación e imperios emergentes (dicho sea de paso, no he intentado filtrar el análisis de los economistas del pasado para adecuarlos a la corrección política contemporánea. Cuando Marx y otros hablan de “barbarie” y “civilización” de forma muy parecida a la que emplean otros hoy día para hablar de “pobreza” y “desarrollo”, he dejado intactas las palabras originales).

Este libro sugiere que el capitalismo, tal como se desarrolló en Europa, basado en la diversidad, fragmentación, emulación y rivalidad mencionadas atrás, puede entenderse como un sistema con consecuencias no pretendidas, observadas después sistemáticamente y convertidas en instituciones e instrumentos políticos. Esta forma de entender el capitalismo como un fenómeno hasta cierto punto “accidental” retoma la tradición analítica del economista alemán Werner Sombart (1863-1941), más tarde proseguida pr Schumpeter. Adam Smith señaló (en 1776) que obtenemos nuestro pan cotidiano, no de la amabilidad del panadero, sino de su deseo de hacer dinero; si podemos alimentarnos es como consecuencia no pretendida de su codicia. De hecho, durante el siglo XVIII se debatió intensamente hasta qué punto se puede confíar en que los vicios privados reporten beneficios públicos. En Europa se mantuvo durante siglos una gran diversidad de planteamientos con respecto a la tecnología y las instituciones; la combinación de diversidad y emulación dio lugar a multitud de escuelas teóricas y soluciones tecnológicas, continuamente comparadas, moldeadas y desarrolladas en los mercados. La competencia entre ciudades-Estado -más tarde entre naciones-Estado- financió el flujo de inventos que también surgieron como subproductos no pretendidos de la emulación entre naciones y gobernantes en la guerra y el lujo. Una vez que se observó que dedicar parte de los recursos a la resolución de problemas en periodo de guerra producía inventos e innovaciones, ese mismo mecanismo se pudo aplicar en tiempos de paz.

Los europeos observaron bien pronto que la riqueza generalizada sólo se daba en áreas que carecían prácticamente de agricultura o en las que ésta sólo desempeñaba un papel marginal, llegando a entenderse como un subproducto no pretendido de la aglomeración de diversas ramas industriales en las grandes ciudades. Una vez que se entendieron esos mecanismos, una sabia política económica podía difundir la riqueza fuera de esas pocas áreas “naturalmente ricas”. La política de emulación también podía, de hecho, extender la riqueza a áreas agrícolas antes pobres y feudales, pero eso requería intervenciones masivas en el mercado y una sabia política económica podían sustituir ls ventajas naturales y geográficas que dieron lugar a los primeros países ricos. Podemos imaginar además que los impuestos a la exportación de materias primas y a la importación de productos acabados fueron concebidos como medios para elevar los ingresos de los países pobres, pero que como consecuencia de esas medidas aumentó la riqueza gracias al crecimiento de la capacidad industrial nacional. Esta combinación de diversos propósitos estaba ya clara en Inglaterra durante el reinado de Eduardo III (1312-1377).

Así pues, la rivalidad, la guerra y la emulación en Europa dieron lugar a un sistema dinámico de competencia imperfecta y rendimientos crecientes. Los nuevos conocimientos e innovaciones se propagaban por toda la economía permitiendo mayores beneficios y mayores salarios, así como una base más amplia para la recaudación de impuestos. La política económica europea se basó durante siglos en la convicción de que la creación de un sector industrial resolvería los problemas económicos fundamentales de la época, favoreciendo el aumento del empleo, los beneficios, los salarios, la base de la recaudación de impuestos y la circulación de la moneda. El economista italiano Ferdinando Galiani (1728-1787), al que Friedrich Nietzsche consideraba la persona más inteligente del siglo XVIII, afirmó que “de la industria se puede esperar que cure los dos principales males de la humanidad, la superstición y la esclavitud”. Los textos estándar de economía, que pretenden entender el desarrollo económico en términos de “mercados perfectos” sin fricción, marran lamentablemente el blanco. Los mercados perfectos son para los pobres. Es igualmente fútil tratar de entender ese desarrollo en términos de lo que los economistas entienden como “fracasos del mercado”. Confrontado con la economía de los textos, el desarrollo económico es un gigantesco fracaso de los mercados perfectos.

La difusión de la riqueza en Europa, y más tarde en otras partes desarrolladas del mundo, fue consecuencia de políticas de emulación conscientes: el mercado era una fuerza domeñada, como el viento, con el propósito de alcanzar un objetivo o destino predefinido. No hay que seguir necesariamente la dirección que señala el viento, o el mercado. Factores acumulativos que dependen de la trayectoria seguida hacen que los vientos del mercado no soplen hacia el progreso hasta que se ha alcanzado un elevado nivel de desarrollo. Cuanto más pobre es un país, más se oponen los vientos del laissez-faire a la dirección correcta. Por esta razón, la cuestión del libre comercio y otras decisiones políticas dependen del contexto y del ritmo. Abstrayendo de un contexto específico, los argumentos de los economistas a favor o en contra del libre comercio son tan inanes como un debate entre médicos sobre el tratamiento a administrar sin conocer los síntomas del paciente. La ausencia de contexto en los textos estándar de economía es por tanto un error fatal, que bloquea cualquier posibilidad de comprensión cualitativa. Las políticas que han tenido históricamente éxito se han basado en “gobernar el mercado” (Robert Wade) o en “establecer precios equivocados” (John Kenneth Galbraith y Alice Amsden). El colonialismo fue, esencialmente, un sistema en el que se pretendía que no tuvieran lugar esos efectos, y nuestra incapacidad para entender las relaciones entre colonialismo y pobreza es una barrera significativa para combatir esta última.

La doctrina de la ventaja comparativa, concebida por Ricardo, es el fundamento del actual orden económico internacional. Un destacado economista estadounidense, Paul Krugman, afirma que los “intelectuales” no entienden la idea de Ricardo de la ventaja comparativa, que es “absolutamente cierta, inmensamente sofisticada y extraordinariamente relevante para el mundo moderno”. Yo argumento lo contrario: que la economía de Ricardo, al eliminar de la teoría económica una comprensión cualitativa de los cambios y la dinámica económica, la ha convertido en un artefacto que posibilita que una nación se especialice en ser pobre. En la teoría de Ricardo la economía carece de finalidad, no hay progreso y por consiguiente nada que emular. El Consenso de Washintong, con su ciega confianza en la ventaja comparativa como solución para los problemas de los pobres, ha rechazado lisa y llanamente la “caja de herramientas” de la emulación, pese a sus impresionantes éxitos durante quinientos años, desde finales del siglo XV hasta el Plan Marshall y su prolongación durante las décadas de 1950 y 1960.

Erik S. Reinert, La globalización de la pobreza (Cómo se enriquecieron los países ricos... y por qué los países pobres siguen siendo pobres), ed. Crítica, Barcelona, 2007, pp.12-19.

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Reinicié mi investigación en 1991, inmediatamente después de la caída del Muro de Berlín, el acontecimiento que Francis Fukuyama veía como “el Fin de la Historia”. Las economías centralmente planificadas habían fracasado y se daba por sentado que el libre comercio y la economía de mercado harían igualmente ricos a todos los países del mundo. Se puede entender mejor cómo se desarrollaría esta lógica del “Fin de la Historia” a la luz de la Percepción de la Guerra Fría Mindial (PGFM) que ganó preeminencia entre los economistas occidentales. Por razones que se analizarán con más detalle en el siguiente capítulo, la Guerra Fría soterró no sólo cuestiones teóricas que hasta entonces se consideraban importantes, sino también ejes y fronteras de acuerdo y desacuerdo del pasado. Cuestiones que en otro tiempo se consideraban claves para la comprensión del desarrollo desigual se habían desvanecido sin dejar huella en nuestro discurso contemporáneo. Por eso es importante salir de la lógica de la PGFM y reconsiderar las teorías económicas anteriores: por ejemplo, desde la PGFM Karl Marx y Abraham Lincoln aparecen en estremos opuestos del eje político, Marx como representante de la izquierda proclive a un gran Estado y una economía planificada, y Lincoln de la derecha con libertad y mercados. En su propia época, no obstante, Lincoln y Marx se encontraban del mismo lado de la línea económica divisoria. A ambos les disgustaba la teoría económica inglesa que dejaba fuera el papel de la producción, al igual que el libre comercio impuesto a un país demasiado pronto y la esclavitud. Existe incluso un cortés intercambio de correspondencia entre ambos, y en consonancia con esa actitud común Karl Marx contribuyó regularmente con una columna semanal al New York Daily Tribune, el órgano del partido republicano de Lincoln, entre 1851 y 1862. Esto no quiere decir, por supuesto, que Marx y Lincoln estuvieran de acuerdo en todo, pero sí lo estaban en que o que crea la riqueza de una nación es la industrialización y el cambio tecnológico.

Ya en el siglo XX el muy conservador economista austro-americano Joseph Schumpeter (1883-1950) mostró que la afinidad politica y la compenetración económica no van necesariamente juntas. En el prólogo a la edición japonesa de su libro La teoría del desarrollo económico (edición alemana, 1912; edición inglesa, 1934; edición japonesa, 1937), Schumpeter subraya las semejanzas entre la comprensión dinámica del mundo de Marx y la suya propia, pero señala que esas semejanzas quedan “contrarrestadas por una diferencia muy grande en la perspectiva general”. De hecho, la mejor política industrial surge probablemente cuando marxistas y shumpeterianos se unen a lo largo del eje político, como cabe argumentar que sucedió en Japón tras la segunda guerra mundial.

El libro más vendido en la historia del pensamiento económico es The Worldly Philosophers (Los filósofos mundanos) de Robert L. Heilbroner (1953). En su última edición en vida (1999), Heilbroner concluía el libro con la triste reflexión de que esta importante rama de la economía -basada en la experiencia y no únicamente en números y símbolos- estaba a punto de fenecer, pese a ser el tipo de economía que hizo rica a Europa, y también el que dio lugar al “estudio de casos” de la Escuela Empresarial de Harvard. Más tarde entendí que me había convertido en un economista necrófilo del tipo descrito por Heilbroner. Los que razonaban como yo lo hacía -y había muchos- estaban en su mayoría muertos desde hace mucho tiempo. Unos treinta años después mi colección de libros ronda los cincuenta mil volúmenes, en los que se documenta la historia de la política y el pensamiento económico durante los últimos cinco siglos. Sin embargo, esa inclinación por las ideas del pasado se combina con observaciones muy variadas sobre la realidad presente. Durante mi carrera me he ocupado de esa “tarea” en cuarenta y nueve países, y también he visitado algunos otros como turista.

Durante estos últimos treinta años, las ideas situadas fuera de la interpretación de la historia y la política que acompañaba al eje derecha-izquiera de la PGFM parecían decididamente pasadas de moda. Pronto se hizo evidente que los economistas, como colectivo, se comportan de acuerdo con la vieja definición europea de nación: un grupo de personas unidas en una idea equivocada común de su propio pasado y una antipatía compartida hacia sus vecinos (en este caso campos vecinos como la sociología y la ciencia política). La secuencia canónica convencional en la historia del pensamiento económico difiere mucho de la sucesión formada por los libros de economía que más se estudiaron y más influyeron en su época. La lista cuidadosamente elaborada por el bibliotecario de Harvard Kenneth Carpenter de los treinta y nueve textos de economía más vendidos hasta 1850 contiene varias obras prestigiosas totalmente ignoradas por los historiadores de la economía según la teoría estándar del pensamiento económico, los fisiócratas franceses, tuvieron una influencia escasa y en todo caso indirecta sobre la política económica. La fisiocracia, en concreto, nunca llegó a Inglaterra, donde curiosamente sus críticos fueron traducidos mucho antes que los propios fisiócratas. Sus ideas fueron efímeras incluso en Francia, donde quedaron arrumbadas por las calamitosas consecuencias -escasez y hambrunas- de su puesta en práctica, y las ideas alternativas de los antifisiócratas -a los que apenas se menciona en la historia del pensamiento económico- se impusieron rápidamente. De hecho, la chispa que dio lugar al incendio iniciado con la toma de la Bastilla fue la difusión en París de la noticia de que el antifisiócrata Jacques Necker (1732-1804) había sido sustituido como ministro de Hacienda. Necker es, curiosamente, el único economista representado con tres importantes obras en la lista de honor de Carpenter.

Cada vez fui entendiendo mejor que el planteamiento económico puesto en práctica por los países actualmente pudientes durante su transición de la pobreza a la riqueza se había perdido. La falta de interés general en el tema que yo había elegido, y la ayuda de una pequeña red de libreros especializados, facilitó la recopilación de material de esa lógica económica hoy día difunta, pero todavía muy pertinente. Las teorías que habían enriquecido a los países ricos no sólo abían desaparecido de los textos modernos y de la práctica de la economía, sino que los textos en que se habían basado las acertadas políticas económicas del pasado también estaban desapareciendo de las bibliotecas de todo el mundo. Era como si el material genético de la sabiduría del pasado estuviera siendo destruido lentamente. Las grandes bibliotecas universitarias estadounidenses tienen decidido que al menos una de ellas guarde un ejemplar de cada libro, pero esa estrategia tiene algunos riesgos: se sabe que la Biblioteca del Congreso “pierde” a veces el suyo. Cuando la única copia conocida de u libro de uno de los economistas alemanes más importantes del siglo XVIII, Johann Friedrich von Pfeiffer (1718-1787), desapareció de la biblioteca de la Universidad de Heidelberg durante la seguna guerra mundial, se supuso que en Alemania no quedaba ningún ejemplar, por lo que fue muy satisfactorio encontrar uno hace pocos años.

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Erik S. Reinert, op. cit., pp. 8-11











dos tipos de teoría económica, dos teorías de la globalización

El primer tipo de teoría, basado en las hipótesis estándar de la teoría económica neoclásica, Paul Samuelson “demostró” matemáticamente que el comercio internacional sin trabas dará lugar a una “nivelación del factor precio”, lo que esencialmente significa que los precios pagados a los factores de la producción -capital y trabajo- tenderán a ser los mismos en todo el mundo.

En el segundo tipo de teoría, basado en la tradición alternativa que hemos denominado genéricamente “el otro Canon”, el economista sueco Gunnar Myrdal era de la opinión de que el comercio mundial tendería a aumentar la diferencia de renta existente entre países ricos y países pobres.

La política económica del Consenso de Washintong -base de los programas económicos impuestos por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional- se basa exclusivamente en el tipo de teoría representado por Paul Samuelsons; pero los acontecimienots de la década de 1990 contradicen las ideas de Samuelson, y por el contrario confirman la previsión de Myrdal: los países ricos, como grupo, parecen consolidar su situación, mientras que los pobres parecen hundirse en la pobreza, agrandándose la brecha entre ellos. La teoría de Paul Samuelson parece explicar lo que sucede dentro del grupo de países ricos, mientras que la de Myrdal parece explicar la ampliación de las diferencias relativas entre el grupo de los países ricos y el de los países pobres. La teoría de Samuelson no perjudica a los países que ya han alcanzado una ventaja comparativa con rendimientos creceitnes, pero sí lo hace, y mucho, a los países que no han pasado por una política deliberada de industrialización.

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En la teoría basada en el trueque y en el intercambio -representada hoy día por la teoría neoclásica estándar- la economía es una máquina que genera armonía si se la deja funcionar por su cuenta, sin interferir en ella. De ahí la atención tan especial que se presta actualmente a las variables financieras y monetarias. En esa teoría, los factores que potencian el crecimiento económico -nuevos conocimientos, nuevas tecnologías, sinergias e infraestructura-, o bien quedan fuera de la teoría, o desaparecen en una búsqueda abstracta de promedios tales como la “empresa representativa”. En la teoría basada en la producción, en cambio, donde las variables financieras y monetarias no son más que el andamiaje necesario para poner en marcha el motor central, esto es, la capacidad productiva del país, sucede lo contrario. Pero precisamente porque los factores antes mencionados son ignorados es por lo que la teoría estándar llega a conclusión de que la globalización beneficiará por igual a todos, incluso a los países que desde el punto de vista de los conocimientos necesarios se hallan todavía en la Edad de Piedra. El desarrollo, así pues, tiende a entenderse como acumulación de capital más que como emulación y asimilación de conocimientos.

Las diferencias entre os dos tipos de teorías económicas son muy profundas, y derivan de dos ideas opuestas de los rasgos humanos más fundamentales y de la actividad humana más básica. Adam Smith y Abraham Lincoln representan claramente esas dos versiones contrapuestas de la naturaleza humana y las correspondientes teorías económicas.

La teoría basada en el trueque fu expuesta así por Adam Smith al principio del Capítulo 2 de La Riqueza de las Naciones:

“La división del trabajo es la consecuencia de una propensión de la naturaleza humana a permutar, cambiar y negociar una cosa por otra. Es común a todos los hombres y no se encuentran en otras especies de animales, que desconocen esta y otras clases de avenencias. Nadie ha visto nunca a un perro realizar un intercambio equitativo y deliberado con otro perro de un hueso por otro”.

Lincoln presentó su teoría basada en la producción y la innovación en un discurso pronunciado en la campaña electoral de 1860:

“Los castores también construyen casas; pero lo hacen exactamente del mismo modo que hace cinco mil años. El hombre no es el único animal que trabaja; pero es el único capaz de mejorar su trabajo. Esas mejoras las efectúa mediante los descubrimientos e invenciones”.

Esas dos visiones diferentes de las características económicas fundamentales de los seres humanos llevan a teorías y políticas económicas notablemente divergentes. Si bien Adam Smith tienen en cuenta los inventos, éstos provienen de algún lugar fuera del sistema económico (son exógenos), no están condicionados (información perfecta) y en principio llegan simultáneamente a todas las comunidades e individuos. Del mismo modo, las innovaciones y nuevas tecnologías son creadas automáticamente y libres de cargas por una mano invisible que, en la ideología económica actual, se llama “el mercado”. Resulta notable que Abraham Lincoln y Karl Marx, generalmente considerados polos opuestos en el eje derecha-izquierda de la política moderna, estuvieran totalmente de acuerdo en su oposición a la visión de la humanidad expuesta por Adam Smith.

Los dos tipos de teorías económicas proponen dos orígenes muy diferentes para la humanidad: para las de tipo lincolniano, “en el principio eran las relaciones sociales”; para las de tipo smithiano, “en el principio eran los mercados”.
Estas resumen los dos tipos de teoría económica que se han desarrollado en Europa durante los dos siglos y medio últimos, con dos visiones subyacentes de la humanidad muy diferentes. En la tradición inglesa, digamos tipo A, un cerebro humano es una tabula rasa pasiva en el interior de una máquina calculadora que permite evitar el dolor y maximizar el placer. Esta concepción conduce a una economía hedonista y basada en el trueque con el correspondiente sistema de valores y de incentivos. El crecimiento económico se suele ver como una adición mecánica del capital al trabajo. En la tradición continental, digamos tipo B., la esencia del ser humano es un espíritu potencialmente noble con un cerebro activo, que registra y clasifica continuamente el mundo que lo rodea siguiendo planes de conjunto; la economía aparece así centrada en la producción más que en el intercambio, así como en la producción, asimilación y difusión de conocimientos e innovaciones. La fuerza impulsora del tipo continental de teoría económica no es el capital per se, sino “el capital del ingenio y la voluntad” humanos del que hablaba Nietzsche. Si uno cree en el tipo A, entonces el tipo B resulta irrelevante, y viceversa. La primera concepción de la humanidad permite elaborar una teoría económica estática simple, calculable y cuantificable; la segunda concepción, mucho más compleja, también exige una teoría mucho más compleja y dinámica, cuyo núcleo es irreducible a números y símbolos. Es importante señalar la “ortodoxia” en un tipo de teoría puede verse bajo una luz totalmente diferente en el otro tipo. Para Jeremy Bentham la “curiosidad” era un hábito recusable, mientras que para Thorstein Veblen la “curiosidad veleidosa” era el principal mecanismo mediante el cual la sociedad humana acumula conocimientos.
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Hace cien años Thorstein Veblen atacó con vehemencia la base de la economía ricardiana. Como Polanyi más tarde, Veblen, con su peculiar estilo sarcástico, argumentaba que el comportamiento económico primitivo no se podía entender en términos smithianos o ricardianos: “En cuanto a la realidad taxonómica, se nos presenta a una banda de isleños aleutianos que agitan sus cuchillos y pronuncian invocaciones mágicas mientras recogen marisco con restrillos, dedicados a una hazaña de equilibrio hedonista en rentas, salarios e intereses”. Así es como se supone que debería ser la economía, independiente del tiempo, el espacio y el contexto.

En su artículo de 1898 “Por qué la economía no es una ciencia evolucionista”, Veblen intentó presentar la base para una alternativa a la concepción del hombre del tipo A, una criatura hedonista y pasiva zarandeada por los acontecimientos externos, reemplazándola por una concepción económica del tipo B. Como en el caso de Jonathan Swift y Ludvig Holberg ciento cincuenta años antes, una de las armas de Veblen era la ironía.




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Desde el punto de vista de nuestra comprensión de la riqueza y la pobreza, se puede argumentar de forma un tanto expeditiva que la contribución más importante de Adam Smith fue de hecho lo que su planteamiento indujo a externalizar o expulsar de lo que se iba a convertir en economía predominante, en concreto los cuatro conceptos siguientes, importantes para entender el desarrollo económico:

1.El concepto de innovación, con mucho relieve en la ciencia social inglesa durante más de ciento cincuenta años, desde el Ensayo sobre las Innovaciones de Francis Bacon a principios del siglo XVII hasta la Investigación sobre los Principios de la Economía Política de James Steuart (1767).
2.La percepción de que el desarrollo económico es consecuencia de efectos sinérgicos y de que la gente que comparte un mercado laboral con industrias innovadoras tendrá salarios más altos que los demás, ambos temas recurrentes del pensamiento económico europeo desde el siglo XV.
3.La consideración de que distintas actividades económicas pueden abrir vías cualitativamente diferentes de desarrollo económico.
4.Su reducción de la producción y el comercio a horas de trabajo facilitó el arraigo de la teoría del comercio internacional ricardiana que sigue dominando todavía hoy, en la que lo único que diferencia a los hombres de los perros, como decía Smith, es que estos últimos no intercambian huesos de los que se han apoderado, mientras que los humanos intercambian entre sí horas de trabajo, desprovistas de cualquier matiz o cualidad.





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Una de las primeras obras de Adam Smith, cuando aún no había cumplido treinta años, versaba sobre astronomía y la metáfora que adoptaron él y sus seguidores sigue fluyendo en la economía contemporánea: del mismo modo que los planetas se mantienen en órbita alrededor del Sol guiados por una mano invisible, la mano invisible de la economía de mercado encuentra automáticamente su equilibrio siempre que no se produzcan interferecnias extrañas. De hecho, la línea que separa la mano invisible del mercado de la simple fe en el destino parece muy fina, y el propio Smith atribuía la distribución de la tierra a la providencia más que a fuerzas sociales, aunque incluso así, apnta, la mano invisible vendría en ayuda de los pobres:

“El producto del suelo mantiene en todo momento aproximadamente el mayor número de habitantes que es capaz de mantener. Los ricos sólo seleccionan del montón lo más precioso y agradable. Consumen poco más que los pobres, y a pesar de su natural egoísmo y rapacidad, y aunque sólo atiendan a su propia conveniencia, aunque el único fin que pretendan de la labor de sus miles de empleados sea la gratificación de su propio deseo vano e insaciable, comparten con los pobres el producto de todas sus mejoras. Se ven impulsados por una mano invisible a realizar aproximadamente la misma distribución de lo más necesario para la vida que habría tenido lugar si la tierra hubiera estado dividida en porciones iguales entre todos sus habitantes, y así, sin pretenderlo, sin saberlo, protegen los intereses de la sociedad y aportan medios para la multiplicación de la especie. Cuando la providencia repartió la tierra entre unos pocos señores, ni olvidó ni abandonó a los que parecían haber quedado fuera del reparto. Estos últimos también disfrutan de su parte en todo lo que se produce. En lo que constituye la felicidad real de la vida humana, no son inferiores en ningún sentido a los que parecen estar muy por encima de ellos. En bienestar de cuerpo y paz de alma, los diferentes rangos sociales están todos aproximadamente al mismo nivel, y el mendigo que camina bajo el sol al borde de la carretera posee la seguridad por la que luchan los reyes (La Teoría de los Sentimientos Morales).”

Smith esgrime la mano invisible para presentar una visión de la sociedad auténticamente panglosiana, una actitud que se transmite hasta la actual economía estándar. Con la mano invisible, junto con los cuatro pilares económicos previos que su sistema abandonó, creó las bases de una ideología que considera la economía como una Harmonielehre (Teoría de la Armonía) en la que se supone que el mercado aporta automáticamente armonía y nivela el bienestar. No hace falta decir que las consecuencias que esto tiene para la política económica moderna son atroces.

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Conviene distinguir en la economía dos esferas distintas. Por un lado se tiene el mundo complejo, heterogéneo y caótico de la economía real, que abarca la producción de numersos bienes y servicios, desde los cordones de los zapatos hasta los servicios bancarios. Por otro lado existe una parte financiera mucho más homogénea, en la que encontramos todas las actividades de la economía real convertidas en dólares y centavos. La teoría actual de la globalización tiende a suponer que las diversas actividades económicas que abarca la economía real son todas ellas cualitativamente iguales como portadoras del desarrollo económico y por lo tanto que la globalización y el libre comercio darán lugar automáticamente a la armonía económica. En la vida real, en cambio, la diversidad y las complejidades ocultas en la “caja negra” de la economía dan lugar a graves desigualdades económicas.

Además de ridiculizar la ingenua creencia de que el libre comercio puede dar lugar a la armonía, el filósofo Friedrich Nietzsche también identificó un nuevo elemento, a añadir al trueque y la innovación, que distingue a los seres humanos del resto del reino animal: los humanos son los únicos animales capaces de hacer y mantener promesas. Esta concepción plantea la necesidad de instituciones, normas y rutinas, leyes y reglas, incentivos y sanciones, ya se trate de expectativas que una sociedad acuerda compartir o reglas formales respaldadas por represalias para quienes no se someten a ellas. El propio mercado es en realidad una institución de ese tipo, a la que se permite funcionar pero está restringida por cierto número de reglas formales e informales. Sin embargo, en la economía moderna tales instituciones suelen darse por supuestas. Después de los escritos de Francis Bacon a principios del siglo XVII los autores de tratados de economía creyeron durante mucho tiempo que las instituciones reflejaban el modo de producción de cualquier sociedad. Actualmente el Banco Mundial tiende a darle la vuelta a esa concepción, y pretende explicar que la pobreza que existe en determinados países es consecuencia de la carencia de instituciones, obviando las importantes relaciones entre modo de producción, tecnología e instituciones.

La primera vez que alcanzó el predominio una teoría del tipo trueque e intercambio fue con los fisiócratas en Francia durante la década de 1760. La segunda vez fue en la década de 1840. El gobierno inglés, con el fin de proporcionar pan barato a sus obreros industriales, dejó de proteger su propia agricultura con aranceles y al mismo tiempo trató de inducir a otros países a dejar de proteger su industria. Se creía que las crecientes desigualdades sociales -lo que durante un siglo se llamó la “cuestión social”- desaparecerían en cuanto se eliminaran todas las restricciones existentes en la economía. Al final, en cambio, lo que esto generó fue una conflictividad aún mayor. El Estado de Bienestar moderno se construyó ladrillo a ladrillo a partir de aquel caos. Alemania tomó la iniciativa: un grupo de economistas políticamente heterogéneo se agrupó en la Asociación para una Política Social (Verein für Sozialpolitik) y el canciller Bismarck aceptó su diagnóstico del problema y as soluciones que propusieron. Los análisis de ese grupo eran en gran medida similares a los de Karl Marx, pero la solución de Marx -dar la vuelta a la pirámide social- no entraba en sus cálculos. Como dice Anthony Giddens en La Tercera Vía: “Los grupos dominantes que establecieron el sistema de seguridad social en la Alemania imperial a finales del siglo XIX aborrecían la economía del laissez-faire tanto como el socialismo.” Ése es el tipo de teoría económica que prácticamente ha desaparecido.






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Ningún periodo histórico se parece tanto en términos de política económica a la década de 1990 como la de 1840. Ambos periodos se caracterizaron por un optimismo irracional e ilimitado basado en una revolución tecnológica. Stephenson puso a prueba la primera locomotora de vapor, The Rocket, en 1829 y en 1840 estaba ya en pleno florecimiento la era del vapor. En 1971 Intel confeccionó su primer microprocesador y en la década de 1990 se desplegó un nuevo paradigma tecnoeconómico. Tales paradigmas, basados en explosiones de la productividad en determinados sectores, llevan consigo posibles saltos cuánticos de desarrollo; pero también llevan consigo frenesíes especulativos y abundantes proyectos y prácticas que tratan de hacer que las industrias normales se comporten como las industrias cardinales del paradigma. Las dudosas prácticas contables de Enron son prácticamente las mismas que criticó duramente Thorstein Veblen cien años antes. A finales del siglo XIX la Corporación del Cuero estadounidense trató de elevar el valor de sus acciones hasta el mismo nivel que las de la Corporación de Acero, algo así como la Microsoft de su época; a finales del siglo XX muchas empresas trataron de ponerse a la par con Microsoft, pero fracasaron. En ambos periodos históricos actuó como estímulo una Bolsa eufórica que quería creer en el cuerno de la abundancia, y durante cierto tiempo fue real simplemente porque mucha gente creía en él. Pero producir cueros no era lo mismo que producir acero, del mismo modo que pocas empresas tienen el poder de mercado de Microsoft, y en muchos casos se produjo un desenlace trágico.

“Extraordianrios engaños populares y la locura de las multitudes” (Extraordinary Popular Delusions and the Madness of Crowds) es el título de un libro sobre catástrofes bursátiles publicado por Charles Mackay en 1841. Aquel mismo año Friedrich List publicó su libro Das nationale Sustem der politischen Ökonomie, en el que argumentaba que para no hacer más pobres a los países pobres el libre comercio debía alcanzarse de forma lenta y sistemática. Del mismo modo que en tales periodos la conciencia popular espera que las cotizaciones en Bolsa atraviesen el techo, sea cual sea el sector industrial en cuestión, también se crea la ilusión paralela de que todos se pueden hacer más ricos con tal de que se conceda al mercado una libertad total. John Kenneth Galbraith llamaba a esto “totemismo del mercado”. Durante los dos periodos mencionados, las décadas de 1840 y de 1990, se propagó la fe más fuerte que nunca se ha tenido en el mercado como única forma de asegurar la armonía y el desarrollo. En la dácada de 1840 ese fenómeno recibía el nombre de “libre comercio”, y hoy se le llama “globalización”. Durante un largo periodo de tiempo el mercado de valores no apreció las diferencias entre el enorme aumento de productividad y la posición dominante en el mercado de las empresas que encabezaban el nuevo paradigmática tecnoeconómico, como US Steel and Microsoft, y las características de las industrias en sectores maduros como la producción de cuero y otros artículos de baja tecnología. Incluso ahora, los políticos de todo el mundo parecen convencidos de que ha sido la apertura de la economía y su libre comercio, más que sus avances tecnológicos, los que han enriquecido a las empresas de Silicon Valley.

Esa ilusión fue catastrófica para los pequeños inversores que habían invertido los ahorros de toda su vida en proyectos que resultaron no ser más que burbujas. La iusión paralela del “libre comercio” es igualmente perjudicial para los habitantes de países como Perú o Mongolia, que, en nombre de la globalización, han perdido su industria. Friedrich Lists se suicidó en 1846, pocos meses después de que Inglaterra hubiera convencido aparentemente al resto de Europa para que abandonara sus aranceles sobre los productos industriales renunciando a los suyos sobre los productos agrícolas. Sin embargo, después de su muerte la teoría de List de que el libre comercio debía esperar hasta que todos los países se hubieran industrializado, fue rápidamente adoptada en términos de política práctica en toda Europa y en Estados Unidos. Se puede decir que la teoría de List gozaba todavía de gran estima cuando la Comunidad Europea aceptó la entrada de España en la década de 1980.

La paradoja histórica que cabe detectar en todo esto es que es precisamente durante los periodos en que las nuevas tecnologías están cambiando sustancialmente la economía y la sociedad -como el vapor en la década de 1840 y la tecnología de la información en la de 1990- cuando los economistas dan nuevo pábulo a las teorías basadas en el comercio y el trueque en las que la tecnología y los nuevos conocimientos no tienen lugar. Cabría decir, haciéndose eco de Friedrich List que confunden al portador del progreso, el comercio, con su causa, la tecnología. Paradójicamente, lo mismo se podría decir de la teoría del desarrollo económico de Adam Smith, quien no parecía percibir que a su alrededor se estaba produciendo una Revolución Industrial cuando la formuló.

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Durante el primer periodo de globalización -desde la década de 1840 hasta el estallido de la primera guerra mundial- los países ricos se industrializaron cada vez más, mientras que el Tercer Mundo permanecía tecnológicamente subdesarrollado. Fue aquella primera oleada de globalización la que profundizó la fosa que separa a los países ricos de los pobres en un proceso en el que a las colonias, como venía sucediendo durante siglos, no se les permitió industrializarse. En la medida en que la última oleada de globalización está basada en los mismos principios que la primera -en otras palabras, mientras los países pobres sigan especializados en la producción de materias primas- no tendrá un resultado muy distinto a aquélla: un aumento de la distancia entre ricos y pobres, aunque algunos nuevos países se puedan unir a los ricos.

Como dijo el gran economista alemán Gustav Schmoller en la conferencia fundacional de la Asociación para una Política Social en 1872: “La sociedad es hoy día como una escalera en la que los travesaños intermedios están podridos”. La sociedad se polariza entre países ricos y pobres y los de renta media tienden a desaparecer. Los intentos desde la década de 1950 hasta la de 1970 de crear mediante la industrialización países de renta media, aunque sus industrias no fueran todavía internacionalmente competitivas, fueron después desmantelados por la terapia de choque de un libre comercio demasiado repentino. Esos países (más adelante examinaremos el ejemplo de Mongolia) se desindustrializaron y volvieron a caer en una creciente pobreza. Si había algo contra lo que los teóricos del pasado como James Steuart y Friedrich List hubieran advertido, era contra los cambios repentinos en el régimen comercial. Los sistemas de producción necesitan tiempo para ir ajustándose. La Europa continental no se dejó engañar por los intentos ingleses durante el siglo XIX de seguir siendo el único país industrializado del mundo ni por su evangelio de una armonía económica global en la que el resto del mundo produciría materias primas para intercambiarlas por artículos industriales ingleses. El resto de Europa y países de ultramar con gran proporción de inmigrantes europeos -Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica- siguieron la misma política que la propia Inglaterra había seguido desde finales del siglo XV: una protección arancelaria relativamente alta para alentar la industrialización. A pesar de la protección natural que le ofrecían los elevados costes de transporte, Estados Unidos decidió resguardar su enorme industria siderúrgica tras barreras arancelarios de hasta el cien por cien. Aunque la mayoría de los inmigrantes fueran o hubieran sido agricultores, éstos fueron los principales beneficiarios de la existencia de un sector industrial, como señaló Abraham Lincoln: “No puedo adivinar la razón pero los elevados aranceles hacen que todo lo que compran los granjeros les resulte más barato”.



























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Actualmente, como en la década de 1840, tenemos una teoría económica dominante que dice que esos problemas de distribución no se producirán nunca. El mito de los humanos cuya única diferencia con los perros es su disposición al trueque, aunque ahora se presente con un nuevo envoltorio, sigue en el centro mismo de la percepción que tiene de la economía mundial la teoría económica predominante. La crisis financiera que sacudió Asia oriental y el mundo a finales de la década de 1990 fue un ejemplo del tipo de crisis que según los economistas no podía suceder, porque el propio mercado se encargaría de resolver todos los problemas. En la década de 1840 la crisis social fue sobre todo a escala nacional, ya que la brecha entre ricos y pobres se localizaba dentro de las fronteras de cada país, y el Estado de Bienestar ayudó a resolver ese problema en Europa. Hoy día, en cambio, la “cuestión social” ha adquirido una dimensión internacional, al hacerse cada vez más profundo el abismo que separa a los países ricos de los países pobres.

Incluso en mi propio país, Noruega, la idea de que la industrialización contribuiría a construir el país fue extremadamente importante. En 1814, a raíz de las guerras napoleónicas, Noruega fue cedida por Dinamarca a Suecia. En junio de 1846 el parlamento británico aprobó la famosa derogación de las Leyes del Grano que eliminaba las restricciones a su importación, un acontecimiento celebrado hoy día como el gran avance del libre comercio. Pero se habla poco de lo que sucedió a continuación. En marzo de 1847, menos de un año después del “gran avance”, la comisión arancelaria sueco-noruega presentó un informe en el que los miembros noruegos preconizaban un aumento de los aranceles sobre los artículos suecos, mientras que Suecia, la “potencia colonial”, pretendía una unión aduanera plena. Uno de los argumentos empleados era que el tesoro noruego necesitaba los ingresos aduaneros, pero como dice el historiador noruego John Sanness, “el argumento principal era que la endeble industria noruega se habría visto asfixiada si no contaba con protección aduanera frente a la industria sueca, más fuerte y madura”. Al final Noruega obtuvo esa concesión, y todos estuvieron de acuerdo en que su efecto había sido beneficioso. El gran debate de la época sobre política económica no era si había que proteger la industria -algo en lo que estaban de acuerdo casi todos- sino cómo se debía realizar esto. Hoy día la endeble industria del Tercer Mundod se ve sofocada por el mismo libre comercio del que Noruega se pudo defender durante un siglo. El hecho de que Noruega necesite hoy día el libre comercio no significa que lo necesitara hace ciento cincuenta años, ni que los países pobres lo necesiten ahora.

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Erik S. Reinert, La globalización de la pobreza, op. cit., pp. 52-60
















El filósofo francés FranÇois Revel aseguraba, en el libro de diálogos que compartió con su hijo, el monje budista Ricard (El monje y el filósofo, 1998), que todos conocemos personas que responden, en mayor o menor medida, al siguiente patrón: un amigo, en apariencia inteligente y racional, se pone en determinadas situaciones en las que fracasa repetidamente. Empieza un proyecto personal o profesional y justo cuando parece que está a punto de conseguir su meta comete un error tan grave que se estrella. Resulta inexplicable desde un punto de vista racional. Parece como si este amigo abortase sus proyectos de forma deliberada a pesar del sufrimiento que esto le reporta.

El psicoanálisis hurgaría en las raíces familiares de este sujeto: tal vez un conflicto en la infancia con la madre haya creado un mecanismo inconsciente de autodestrucción en el ámbito que más pudiese molestar a ésta, bien para llamar su atención o bien para castigarla por el conflicto. La sensación de estar privado de algo -de la aprobación o del amor materno, en este caso- se perpetuaría así en la edad adulta: el individuo seguirá castigándose a sí mismo y a su entorno por un conflicto infantil no resuelto. En teoría, si consigue desterrar el conflicto inconsciente -deshacer el condicionamiento infantil- este individuo podría interrumpir el mecanismo que le impide vivir de forma adecuada.

Existen formas diferentes de intentar resolver los problemas de origen psicológico y emocional. En el caso de un problema que afecte a la libido, por ejemplo, si se intenta reprimir la energía del deseo lo más probable es que esta energía reprimida se manifieste de la forma más inesperada y menos natural. La forma tradicional por la que abogaría el psicoanálisis consistiría en dirigir de nuevo esta energía hacia su cauce correcto o habitual.

Comenta Matthieu Ricard, el científico francés que se covirtió en monje budista y que en 2006 fue declarado por los especialistas en neurociencia “el hombre más feliz del mundo” -obtuvo una puntuación inalcanzable en un estudio sobre el cerebro realizado por la Universidad de Wisconsin, Estados Unidos-, que existe un camino distinto, por el que abogan determinadas filosofías como el budismo, que consiste en no reprimir los deseos, pero tampoco en darles expresión ilimitada sino en intentar liberarse de estos deseos y emociones negativas. Muchos filósofos de la tradición occidental han recomendado este camino, sin llegar a sugerir una técnica práctica para llevarla a cabo. ¿Renunciar a los deseos, sin reprimirlos? Pero ¿cómo? El budismo sugiere un camino muy concreto que encaja razonablemente bien en determinados avances científicos en materia de conocimiento de la mente y en la forma de funcionar de las emociones, lo que explica en parte su atractivo para muchos occidentales.

El monje Ricard reprocha al psicoanálisis que se recrea y exacerba los pensamientos, emociones y fantasías que nos habitan. “Los pacientes intentan reorganizar su mundo cerrado y subjetivo como pueden, expresando incluso aquellas energías destructivas y negativas que tal vez conviniese desaprender. Con este sistema clásico, no podemos librarnos de nuestros fantasmas emocionales sino que nos anclamos en ellos, porque nuestro esfuerzo se centra en encontrar la forma de expresarlos de la forma más segura posible, o en todo caso en eliminar o desactivar facetas o expresiones concretas -anecdóticas- de estas emociones negativas”.

El budismo, explica Ricard, considera en cambio que los conflictos con los padres, u otras experiencias traumáticas, no son causas básicas, sino efectos circunstanciales. La causa básica del problema radicaría en la confusión de la persona con su ego, que le hace sentir atracción y repulsión, deseos continuos y la necesidad de protegerse de los que el ego ve como peligros para su supervivencia y disfrute. Las técnicas de meditación que recomienda el budismo se centran en el convencimiento de que las emociones negativas -el odio, el deseo, la envidia, el orgullo, la insastifacción...- no tienen el poder innato que pensamos que tienen. Son sólo, según esta filosofía, espejismos que asaltan nuestra mente, crecen de forma desproporcionada y nos encierra en un teatro mental peligroso.

“Para desactivar estos pensamientos o emociones -sugiere Ricard- hay que saber reconocerlos antes de que desencadenen toda una ristra de emociones negativas de la que luego es muy difícil escapar. Esto se consigue aplicando un antídoto para cada emoción o pensamiento negativo. Con la práctica, nos acostumbramos de forma natural a liberar estos pensamientos cuando llegan a nuestra mente sin demasiado esfuerzo, y los sedimentos rocosos del inconsciente se convierten en hielo que se derrite a la luz de la consciencia”.

En pocas palabras: en lugar de intentar deshacer la madeja compleja del problema inicial -el conflicto familiar, por ejemplo-, vamos directamente a desarmar el poder de convencimiento que tienen las emociones negativas, y que consiste básicamente en asustarnos y ponernos en guardia de forma inconsciente.

El pasado nos bloquea a base de miedos condicionados inconscientes o conscientes. La resolución de estos conflictos no implica necesariamente la renuncia directa a los deseos, sino enfrentarse a los temores y miedos que subyacen estos deseos. En la base del temor está el miedo a sufrir, a necesitar cosas externas que en realidad podrían ser meros espejismos. El sufrimiento, cuando no sirve para indicar los espejismos emocionales y mentales, resulta doloroso pero vano: sufrimos de forma inútil.
Si en cambio utilizamos el dolor como una brújula que indica cuándo algo no está bien y aprendemos a desactivar los miedos que lo producen, resulta tan útil como las varillas que detectan las bolsas de agua bajo tierra.

Enfrentarse al miedo se convierte así en una herramienta decisiva para vivir mejor. Según Lucinda Bassett, fundadora del Midest Center for Stress and Anxiety, la ansiedad “anticipatoria” -el temor anticipado a que las cosas vayan mal- funciona como una pared que impide conseguir las metas deseadas. Es necesario encararse con los miedos, reconocerlos y seguir adelante a pesar de ellos. Atravesar este muro mentalmente, a pesar de la ansiedad y el miedo, y contemplar la vida que nos espera al otro lado, puede ser liberador.

Muchas personas retrasan de forma indefinida sus proyectos porque esperan que la pared de ansiedad y de miedo desaparezca: “Empezaré a conducir de nuevo cuando pueda comprar un coche más seguro”; “Volaré en avión a Australia cuando controle mis ataques de pánico”; “Intentaré conseguir este trabajo cuando controle mi ansiedad”. Pero eso nunca ocurre, porque los miedos y la ansiedad no desaparecen solos. Para controlarlos, o para desprogramarlos, debemos aprender primero a convivir con ellos y a no permitir, de forma consciente, que limiten nuestras vidas. Hay que atravesar esa pared, esos obstáculos, con miedo, para luego poder dejar el miedo atrás. Sólo así la psique se convencerá de que ya no necesita albergar emociones negativas de cara a un determinado evento.

Cuando uno se enfrenta a una batalla sin enfrentarse al miedo, a la infelicidad y a la obstrucción, podemos ganar una vez, pero estos elementos se presentarán de nuevo, inevitablemente. Si evitamos, reprimimos o ignoramos el miedo, siempre tendrá más poder sobre nuestra psique y nuestras emociones que nuestra voluntad.
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El ego colectivo.-


“Cuando hemos adoptado un ego exitoso y nos identificamos con él, la sociedad devuelve su aprobación con reconocimientos y premios a nuestra conformidad: tenemos trabajo, nos ascienden regularmente, somos miembros leales de una iglesia o del estado y nos convertimos en los guardianes de los modelos aceptables. A medida que encajamos en el orden establecido nos convertimos en parte del ego colectivo” (Carol Anthony, Love, an Inner Conection).

Cuando éramos niños a casi todos nos dijeron de forma repetida, como una verdad inexpugnable, que nuestros sentimientos no eran válidos para juzgar qué comportamiento era el adecuado en cada caso. Cuando llegamos a la edad adulta no confiamos ya en nuestra intuición y en nuestras emociones. El adulto necesita aprender a reclamar su capacidad de juzgar por sí mismo y la confianza en sus emociones. Para ello debe luchar contra los parámetros emocionales y mentales impuestos por la educación y sancionados por la sociedad, tan asimilados que le parecen propios.

La escritora Carol Anthony describe el ego como un conjunto de imágenes de nosotros mismos que hemos elegido para ser menos vulnerables de cara a los demás. Aunque a menudo nuestro ego pueda llegar a confundirnos y nos identificamos con estas imágenes como si fuesen nuestro verdadero ser, el ego no deja de ser un papel, una charada que actuamos a diario con casi total convicción. El ego resulta tan convincente porque lo sostiene toda una estructura racional social. El ego parece un refugio seguro porque allí nos sentimos menos vulnerables a los demás. Pero al adulto que se confunde con su ego le ocurre como si se hubiese vestido con ropa que no le pertenece y, sin embargo, se identifica con lo que lleva puesto. Aunque el ser emocional de cada persona pueda estar reprimido, no conseguimos nunca engañarnos del todo. En cuanto aparece el fracaso o la conmoción -incluida la experiencia del amor- el conflicto entre el ego y la verdad individual de cada uno sale a la luz de la consciencia. Se tambalean entonces los cimientos del ego pacientemente construido por cada persona y se cuestionan las verdades exteriores aprendidas.

Asegura Anthony que el ego colectivo está instintivamente al tanto de todos aquellos que no encajan en el sistema. Los elementos libres, positivos o negativos, inspiran temor. Incluso colectivos tradicionalmente alejados, como los artistas y personas creativas o intelectuales, que se rebelan ante la conformidad absoluta al sistema, suelen asociarse en grupos estancos que profesan sus propias creencias grupales, enfrentados a los estamentos más tradicionales de la sociedad. Cuando crecemos casi todos nos percatamos de este estado de las cosas y nos ajustamos en función de ello. Decidimos jugar el juego del ego social y nos adaptamos a lo que se nos ofrece; o bien buscamos un grupo de personas con las que podamos identificarnos para sentirnos más acompañados y más seguros. Resulta muy difícil renunciar al sentido de pertenencia a algún grupo humano, sobre todo porque nos han entrenado para tener miedo a estar aislados y, por tanto, nos aferramos a la necesidad de sentirnos aceptados.

Otra herramienta de desaprendizaje es lo que Carol Anthony llama la desprogramación de la mente. Compara el ego a un programa interno instalado en la psique que actúa para convencernos de que nuestro ser es incapaz y débil y que debemos doblegarnos a las verdades aprendidas. Asegura que aunque no podemos desactivar el ego de un plumazo, podemos analizar cada elemento de complejo de palabras, medio verdades, miedos y creencias que lo componen. Es decir, podemos desprogramarlo con paciencia, frase a frase, imagen a imagen. “La desprogramación se consigue retirando la conformidad que dimos, consciente o inconsciente, a determinadas verdades, como resultado de castigos o amenazas, o porque alguien mayor que nosotros nos dijo que eran verdad, o porque nos parecieron probables”.

Para ayudar a desprogramar la mente también resulta interesante la idea que presenta la escritora Lise Heyboer acerca de la mente “natural”: “La naturaleza no conoce el orden rígido de los humanos -cada cosa en su sitio, y que nada se mueva-. La naturaleza se mantiene en equilibrio, en un intercambio orgánico de todas las criaturas, cosas y climas..., cuando una cosa cambia, el conjunto busca un nuevo equilibrio. Cuando las personas que tienen una mente natural sufren un contratiempo, su mente busca un nuevo equilibrio de forma natural. No están rígidamente organizadas, existe una simbiosis en todos los aspectos de su personalidad”.

Esta imagen sugiere que evitemos una organización mental rígida y en cambio que busquemos el equilibrio de forma constante, de forma similar a lo que ocurre en la naturaleza: allí cuando un elemento se modifica el conjunto se reequilibra de forma natural. Si estamos rígidamente estructurados, mental y emocionalmente, cualquier cambio -y los cambios son inevitables- desconcierta y desequilibra. De forma natural, como la naturaleza, podemos tender al reequilibrio instintivo, buscando siempre la visión de conjunto. El cerebro está preparado para ello, dada su gran plasticidad. Esta mentalidad “natural” permite además aprehender más fácilmente el lado positivo de los cambios.

El desaprendizaje como un proceso.-

Conocerse a sí mismo es imprescindible pero no es suficiente. El siguiente paso es intuir qué queremos hacer con este conocimiento y cómo lo encajamos en la vida de los demás. La pugna por mantener un equilibrio personal en el mundo exterior es inevitable y fructífera cuando ninguna de las dos partes vence absolutamente a la otra. Cuando distinguimos entre el mundo interior y el mundo exterior, la lucha entre ambos es menos agotadora porque se puede regresar al mundo interior para encontrar quietud y serenidad. Los torbellinos y las emociones del exterior no tienen por qué arrastrarnos ni confundirnos. Así podemos aportar a los demás nuestra esencia, en vez de ser un mero reflejo y reacción al caos que nos rodea.

El mundo interior de cada persona se mantiene ágil como se mantiene ágil el cuerpo, con una gimnasia regular. La gimnasia del mundo interior necesita concentración, capacidad de análisis y confianza en los propios sentimientos. No existe una sola manera de llegar a ese lugar de autoconocimiento y de comprensión. La visualización, la meditación o cualquier forma de quietud y de concentración, dentro o fuera de un contexto espiritual, ayudan a recobrar un centro emocional más estable y sereno.

La desconfianza y el cinismo, en cambio, arrojan al individuo a la inestabilidad del mundo exterior. Las personas que no han desarrollado un centro emocional definido y estable acaban confundiéndose con el mundo exterior, con sus idas y venidas, con sus reveses e incertidumbres. Recuperar el mundo interior genuino de cada persona implica recuperar la imagen y los recuerdos de la niñez perdida. Allí, hasta aproximadamente los 5 o los 6 años, vivíamos en armonía con nuestro mundo interior. La contaminación exterior surge de forma rápida a partir de esa edad. Los padres, o un buen terapeuta, puede dar pistas fiables para reconstruir la persona que éramos en esa primera infancia. Desde ese lugar genuino las salidas al mundo exterior cobran fuerza y un sentido más claro.
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En el inicio del proceso de desaprendizaje hay dolor. Éste adopta distintas formas: el sentido de no pertenencia o al contrario la sensación de estar rodeado de una estructura opresiva; la confusión, la pérdida de las referencias habituales o incluso la falta de emoción y un cierto rechazo al entorno. Tras esa etapa de confusión se inicia el proceso de cuestionamiento: éste empieza con una sensación aguda de que algo es injusto, con la necesidad urgente de comprender, de retar y de confrontar. Por supuesto, y casi simultáneamente, surge la resistencia al cambio. Para seguir con el proceso de desaprendizaje la disposición al cambio debe mantenerse contra viento y marea: eso implica que la persona desarrolle y mantenga coraje y confianza en sí misma, pues el proceso puede ser solitario y largo y requiere la apertura a nuevas ideas y la sensibilidad necesaria para captarlas y asimilarlas. Sobrevivir implica, para nuestros instintos básicos, cautela y desconfianza. Pero sobrevivir es también sinónimo de riesgo. La vida necesita imperativamente renovarse para no estancarse. Desaprender -aseguran quienes recorren ese camino- es un proceso, no un destino.

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Elsa Punset, Brújula para navegantes emocionales, ed. Santillana, Madrid, 2008.








El aprendizaje del amor

No podemos controlar todos los aspectos del amor. No podemos vivir de espaldas al hecho de que es un sentimiento que responde a una realidad evolutiva y que su dimensión pasional tiene una fecha de caducidad que nos enfrenta tarde o temprano a revisar la letra pequeña de nuestra convivencia.

Aprender debería aplicarse a todo, en cualquier momento. Aprender -transformarse, evolucionar- es la base del fluir de la vida. Da sentido a nuestras experiencias. En el amor nos enfrentamos a los brotes de posesividad que implican una falta de respeto a la libertad del otro; a la obsesión, que nos impide ver la realidad y nos encierra en un mundo subjetivo; al deseo de controlar y de dominar, porque nos da la sensación de ser menos vulnerables; a las trampas múltiples que nos tiende el ego, que quiere utilizar al otro para sentirse mejor.

La manipulación de la pareja a través de la palabra, las emociones, los contratos legales, los hijos... son una tentación constante para aquellos que no han reflexionado acerca del amor y que no se han preparado para ello. Y sus consecuencias no son sólo nefastas para la persona amada y la relación de pareja, sino que impiden la transformación de uno mismo y arrastra una carga de sufrimiento personal estéril y dolorosa. A veces el amor es tan excesivo que marca, o incluso rompe psíquicamente a la persona que lo padece.

Colaborar con estos rasgos y convertirlos en herramientas que trabajan a nuestro favor puede ayudar a que el amor no se convierta en una experiencia dolorosa y desconcertante.

Podemos revisar algunos credos, a menudo equivocados, que lastran nuestras expectativas y nos impiden disfrutar del amor cuando éste llega a nuestras vidas.

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el amor en realidad es una extraña forma de intuición

La gente subestima gravemente el amor cuando afirma que el amor es ciego, en el sentido de que los enamorados no ven de manera objetiva al otro. En realidad el amor es una extraña forma de intuición. El amor verdadero y recíproco -no la fantasía amorosa que nos “cuelga” de alguien- nos permite ver al otro sin juzgarlo, traspasando las barreras de la coraza del ego. Cuando miramos a alguien con amor vemos más allá de las interferencias de su ego.

Desde el amor incondicional a otra persona lo que captamos en realidad es el potencial positivo de esa persona. Vemos, o más bien intuimos, lo que esta persona podría llegar a ser sin las interferencias de sus patrones emocionales negativos y de su ego. Goethe lo describía diciendo: “Trata a las personas como si fueran lo que deberían ser, y ayúdalas a convertirse en lo que son capaces de ser”.

Cuando amamos a alguien y esa persona percibe nuestro amor incondicional se siente plenamente aceptada. Esa aceptación del otro, que percibimos a través del amor incondicional, da fuerzas al que es amado para creer en sí mismo y abre de golpe canales de expresión de la persona.

El amor es el reconocimiento del potencial del amado y actúa como una energía que transforma. La mirada y el amor del otro nos dan vida y nos ayudan a transformarnos. Por eso la persona enamorada irradia esta seguridad al mundo exterior: los enamorados “brillan”. El amor del otro les ayuda a creer en sí mismos.

El mecanismo es similar entre padres e hijos: cuando el amor que ofrecen los padres es incondicional y, por tanto, no proyectan sus expectativas y miedos en el hijo, perciben intuitivamente el potencial de cada niño con claridad, y pueden ayudar a cada niño a realizar este potencial. El amor incondicional implica la aceptación total de la persona amada, adulto o niño. Ese sentimiento no se puede fingir. Es un magnífico regalo que damos a los seres que amamos: creemos en ellos y les amamos tal y como son, esperando naturalmente lo mejor de ellos. Esta visión es un reto que les ayuda a expresar lo más positivo que hay en ellos.

Si comprendemos que la fuerza del amor radica en mantener esta visión positiva del otro, evitaremos caer en la crítica y en el reproche constantes. Tal vez por ello dicen algunos psicólogos que el desprecio de la pareja es la muerte del amor. Cuando perdemos la visión positiva de la pareja perdemos el sentimiento de amor incondicional que sentimos por ella.

Si queremos evitar dañar nuestra relación afectiva y lastrar la confianza y autoestima del otro, hay que procurar no caer en las actitudes que implican desprecio hacia la pareja. Existen indicios recurrentes que indican que una relación entra en una fase difícil: la crítica constante al otro, el desprecio, estar a la defensiva frente a la pareja y finalmente la cerrazón emocional. La crítica y el desprecio no son compatibles con el amor. El desprecio mata el amor.

Aprender a amar y a ser amado de forma incondicional es una de las herramientas más poderosas que existen de transformación personal y de reconciliación de una persona consigo misma.
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Los mecanismos psicoemocionales del amor, (búsquedas, fantasías, proyecciones)

Existen distintos motivos por los cuales las personas se enamoran. Algunos motivos responden a patrones psicológicos conocidos. Resulta esclarecedor comprender en qué patrón psicológico o emocional encaja una determinada relación, sobre todo para saber si la fantasía ha ocupado el lugar legítimo del amor. La fantasía tiene un lugar en el amor, es divertida y ayuda a sobrellevar las dificultades iniciales de una relación, pero si pretende convertirse en los cimientos de una relación, la realidad se encargará de hacer añicos nuestra relación amorosa fantasiosa.

Ánima-animus: sentimos amor pasional cuando conocemos a una persona que refleja aquellos elementos que no expresamos de nuestra personalidad. Los hombres se enamoran de una mujer que refleja su ánima, o lado femenino oculto. Las mujeres se enamoran cuando conocen a un hombre que refleja su animus, es decir el lado masculino oculto de su personalidad. Conocer a nuestra ánima o nuestro animus nos hace sentir completos, como si por fin hubiésemos conseguido algo que nos ha faltado toda la vida.

Lo irónico de esta situación es que aunque sentimos amor pasional, en realidad no amamos a la otra persona sino a nuestra parte oculta, a través del amado. Creemos que amamos a la otra persona porque la necesitamos para sentirnos completos. A lo largo de esta relación amorosa podrían ocurrir dos cosas:
-que intentemos agarrarnos a la relación porque necesitamos sentirnos completos, aunque la realidad probablemente rompa la magia y la fantasía. En ese caso intentaremos empezar de nuevo con otra persona similar:
-que intentemos asimilar o expresar aquello que amamos en nuestra pareja (y que nos cuesta manifestar). A medida que integremos los elementos ocultos de nuestra personalidad necesitareos cada vez menos a nuestra pareja. La viabilidad de la relación dependerá entonces de qué otros elementos nos unen.

La proyección es otro mecanismo muy habitual en las relaciones humanas. Cuando nos enamoramos a veces reconocemos un elemento de nuestra personalidad en el otro. Inmediatamente proyectamos elementos adicionales e imaginados en el amado: si él nos dice, por ejemplo, que le gusta la literatura, imaginamos que también le ha de gustar la poesía, como a nosotros, y que, por tanto, se trata de un ser tierno y apasionado.

En realidad él es un hombre pragmático y reservado, un devoto cervantino que rehúye las lecturas románticas -devoto, sí, pero no en el sentido que esperábamos-. Las horas felices que habíamos imaginado a su lado leyendo a Neruda a la luz de la lumbre se esfumarán sin piedad en la primera velada que pasemos juntos: es probable que acabemos sentados en un teatro incómodo, mirando alguna obra histórica repleta de soldados romanos blandiendo espadas y que el cumplido más romántico que escuchemos sea “era tan buena escudera como Sancho Panza”.

Cada descubrimiento acerca del otro da cancha a la realidad para hacer añicos nuestra fantasía. Cualquier cosa que la persona diga o haga de forma diferente a la imaginada por nosotros destruye nuestro mundo inventado. Demasiada fantasía proyectada en el otro resulta incompatible con una relación de amor. Una mirada objetiva y una buena dosis de sentido del humor ayudan a poner las cosas en perspectiva.

La intimidad asusta a muchos adolescentes y a bastantes adultos. Les resulta más seguro enamorarse de sus proyecciones -pretendemos que el otro es exactamente lo que nosotros queremos que sea- o intentar convertirse en la proyección de la pareja: si pretendemos ser lo que él o ella desea, es probable que no deje nunca de querernos. En ambos casos no existe una intimidad real y evitamos ver partes de nosotros que nos asustan o desagradan. La debilidad, la inmadurez, la inexperiencia sexual o emocional, todo sale a la luz en una relación íntima.

Algunas personas no quieren enfrentarse a esta parte oscura y mucho menos admitirla ante otra persona. En cambio, si son actores de una relación que es un mero espejismo, no hace falta conectar íntimamente con la pareja y enfrentarse al lado oscuro de la vida. Algunas personas rompen una relación si temen que les obligue a conectar íntimamente con otra persona.

Existen personas que se empeñan en esperar a la persona “adecuada”. Pasan los años y esta persona nunca llega. O tal vez sí llega, pero no son capaces de reconocerla porque están demasiado inhibidos emocionalmente. Un ejemplo de este tipo de comportamiento se da con relativa frecuencia en la adolescencia, en el amor no correspondido. El escenario habitual es el siguiente: el chico proyecta su ánima sobre una chica, pero ella no hace lo que él espera de ella. La imagen que él tiene de esta chica y la verdadera chica no concuerdan. Esto descoloca al chico, que decide que prefiere querer a su enamorada desde la distancia. La chica no sabe qué pensar: si se interesa por su pretendiente, él se aleja. Si no le hace caso, éste tiene fantasías absurdas acerca de ella. En otras palabras, no quiere estar con una pareja real.

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Una herramienta eficaz para tener buenas relaciones afectivas es hacer realidad nuestro sueño de vida sin depender de la persona amada.

Es decir, evitamos proyectar nuestros deseos de una vida determinada sobre el ser amado. En lugar de esto resulta mucho más eficaz ponerse manos a la obra e intentar llevar a cabo la vida que deseamos por nosotros mismos.

Cuando hayan aprendido a expresarse tal vez ya no se necesiten, podrán emparejarse con alguien que les haga más felices, en cualquier caso si siguen enamorados ya no serán personas dependientes, sino complementarias.

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En las proyecciones amorosas son bastante corrientes las parejas tradicionales estables que aceptan estos roles de sumisión y de dominancia. Relaciones de la dominancia y la sumisión que expresan un mundo jerarquizado en el que dependemos siempre de la aprobación de alguien o de algo.

El hombre tradicional no desarrolla su potencial femenino (por ejemplo, no aprende a cuidar a sus hijos) y se casa con una mujer que personifique sus carencias: una compañera tradicional y maternal, sin ambición profesional o que no ha desarrollado las emociones masculinas típicas, con la firmeza o la contundencia. Ella necesita casarse con un hombre que haga estas cosas por ella. Ambos desarrollarán, en mayor o menor medida, sólo los aspectos masculinos o femeninos de su psique. Este tipo de parejas forma una especie de fusión: juntos conforman una sola persona a través de la unión de sus fuerzas y debilidades. Si la relación fracasa, les será difícil intentar llevar una vida independiente ya que necesitarán encontrar a alguien que siga remediando sus carencias.

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amar sin instrumentalizar a los demás

Las personas nacen con la capacidad de dar y recibir amor.

Muy pronto en la vida, sin embargo, suele ocurrir que nuestros padres empiezan a darnos o privarnos de su amor de forma intencionada, en función de si quieren recompensarnos o castigarnos. Es el mecanismo educativo que ellos probablemente aprendieron de sus padres.

Más tarde, este mecanismo del amor condicional se repetirá en el entorno social para obligarnos a ceptar ciertas normas y requisitos sociales. Como explica Susana Tamaro por boca de uno de sus personajes, “...es la extorsión terrible de la educación, a la que es casi imposible sustraerse: ningún niño puede vivir sin amor. Por eso aceptamos el modelo que se nos impone, incluso si lo encontramos injusto. El efecto de ese mecanismo no desaparece con la edad adulta”.

Poco a poco olvidamos lo que es el amor sin condiciones. Cuando llegamos a la edad en la que establecemos relaciones íntimas, hemos olvidado cómo se ama de forma natural e inocente. El amor se ha convertido en moneda de trueque y se crean los patrones emocionales negativos, entre ellos los de dependencia y de dominación: seguridad y protección a cambio de cuidados emocionales. Los adultos renuncian así a relaciones entre iguales, sin condiciones, que les permitan crecer y fortalecerse, apoyando a la pareja, pero centrados en su propia individualidad.

Uno de los obstáculos fundamentales a los que se enfrentará el adulto en sus relaciones íntimas será aprender a amar de nuevo desde el amor incondicional, tal y como se ha descrito.
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Respetar los límites de la pareja

Amar no da derecho a apropiarse o invadir el espacio privado de otro individuo. Sin embargo, los adultos solemos convivir con el miedo emocional a perder lo que consideramos nuestro. Disponemos de una serie de antídotos a este miedo camuflados en costumbres y ritos sociales, como son los contratos que firman las personas cuando se casan. Aunque en un principio se supone que la validez legal de estos contratos protege los bienes y la descendencia de la pareja, tendemos a ampliar el sentido de pertenencia al ámbito emocional. Así una mujer o un hombre se convierten en “mi mujer, mi marido”, y con ello parece que sus emociones y su vida también nos pertenecen.

Una convivencia, o una relación, libremente pactada entre dos adultos, implican ciertos deberes y obligaciones legales y también una responsabilidad emocional hacia el otro. Ampararnos en nuestra libertad personal para maltratar emocionalmente a los demás no es un ejercicio responsable de nuestros derechos. Cuando contraemos un vínculo emocional contraemos una responsabilidad que cada cual, de acuerdo con su conciencia, debe dirimir como mejor sepa.

Sin embargo, tampoco resulta lícito asimilar la vida y las emociones de otra persona como si nos perteneciesen. Estamos invitados a compartir esta vida, no a arrollarla. De forma similar el adolescente debe aprender no sólo a respetar el espacio de los demás, sino a hacer respetar su propio espacio. Una pareja que exije que el otro renuncie a ser él o ella mismo, a sus amigos, a sus aficiones o intereses, está mostrando una evidente falta de respeto hacia los demás.

Las personas tienen distintas capacidades para asimilar y aprender. Respetar a los demás implica también el respeto a su particular ritmo de asimilación y de crecimiento, y ese elemento debe estar presente en los juicios acerca del comportamiento de los demás. A veces el ego puede resultar susceptible y desconfiado y hacernos reaccionar de forma brusca ante los errores de los demás (“esto yo no me lo merezco”, “si cedo ahora no habrá marcha atrás”...) Conviene aprender a no juzgar a los demás desde esa perspectiva egocéntrica, sino desde un lugar menos posesivo, más empático y más compasivo. De nuevo un adolescente o un adulto con una buena autoestima, a gusto con sus emociones, tendrá la intuición natural de lo que es aceptable y de lo que no lo es y podrá apartarse de determinadas situaciones sin entrar en espirales de emociones negativas, como la tristeza o la ira. La solidez emocional lo ayudarán a refugiarse, en tiempos difíciles, en los afectos de su entorno cercano, en su sentido de pertenencia al mundo, en sus aficiones y en la lealtad a su propia persona.

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el sexo como expresión física del amor

Estamos viviendo una de las épocas de mayor libertad sexual y sentimental de los últimos siglos.

La juventud es pródiga en amores tempestuosos, el deseo inunda los sentimientos y esa mezcla favorece la búsqueda de la pareja, el amor con mayúscula..., la fusión de cuerpos y almas. Por lo menos ése es el programa previsto aunque a veces se da que la fusión de los cuerpos, la atracción química, sobre pasa en mucho a la compenetración química.

A pesar de la vertiente emocional del amor, y en parte precisamente por las dificultades que presenta, en los conocimientos que pretendemos transmitir a los adolescentes respecto al sexo y al amor, prima el sexo. Del amor no hablamos con ellos, como si se tratase de un sentimiento opaco, demasiado elusivo para ser tratado. Tendemos más bien a transmitir la idea de que el amor es algo irracional, algo que le ocurre a uno sin posibilidad de protegerse o de disfrutarlo de forma consciente. Parece cuestión de qué le toca a uno en suerte.

Del amor los adolescentes sólo aprenden la expresión física del mismo -el sexo- pero a menudo ni siquiera se trata de la relación sexual plena y amorosa, sino del sexo sin amor.

Es absolutamente necesario que los adolescentes conozcan la vertiente fisiológica del sexo y aprendan a protegerse de enfermedades y embarazos. Pero ¿dónde queda el aprendizaje del amor? Del sexo debe hablarse en su contexto social y psicológico completo. El sexo, en su expresión más plena, es la expresión física del amor. Pocas personas pueden negar que el sexo con amor resulta infinitamente más satisfactorio que el sexo sin amor.

Comprender el contexto emocional del sexo ayuda a no instrumentalizar a los demás, a no utilizar a la otra persona, al menos sin su consentimiento explícito. Aprender a amar no significa sólo conocer los rudimentos de la sexualidad, sino la riqueza emocional que puede comportar y el peligro de herir a los demás. Se ama desde el respeto al otro, desde la empatía a sus necesidades y sentimientos.

Si pretendemos en cambio que el sexo es una necesidad puramente biológica y lo despojamos de su dimensión emocional, lo relegamos a un nivel menor en la relación de pareja. El sexo en la pareja es un nexo de unión fortísimo.

Los estudios corroboran que los matrimonios que viven sin un buen entendimiento sexual son mucho más frágiles (entre ellos, los llamados matrimonios “amigos”).

El entendimiento sexual es fundamental en la pareja, no es accesorio. El sexo es un elemento de comunicación emocional que ayuda a compensar otros problemas de comunicación; es una expresión de unión y fusión mutua que expresa la complicidad y la solidaridad entre dos personas.

Explicar el sexo también desde esta perspectiva emocional y psíquica ayudaría a los jóvenes a darle la relevancia que tendrá en el futuro para su vida en pareja.

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Amor y desamor

A veces minimizamos el dolor que producen los primeros rechazos amorosos y el desconcierto que puede llegar a sentir el adolescente debido a su inexperiencia.

La inexperiencia del desamor es casi inevitable en el curso de la vida. Y el desamor duele. Muchas de las personas que sufren de desamor padecen depresión clínica y algunas pueden sufrir hasta depresión severa.

Pasada la adolescencia y enfrentado de repente a lo que un día considerará su primer amor, el adulto joven tiene, por tanto, pocas posibilidades estadísticas de que ese amor pueda pervivir. Casi como sise tratase de una ley de vida inmutable, el primer amor marca un antes y un después en la vida emocional del joven. Tarde o temprano aprenderá la difícil experiencia del desamor. Nadie lo ha preparado para ello. Nadie le ha sugerido siquiera el dolor que supondrá la pérdida de este amor. De repente algo inesperado, un tornado emocional, pasará encima de su mente, sus emociones y su cuerpo. Atónito, descubrirá que una simple persona, entre los miles de millones que lo rodean en el mundo, acumula, de repente, todo aquello que importa, lo único que le importa, en el mundo. Querrá morir aunque su instinto de supervivencia, si no está enfermo, se lo impedirá.

En muchos casos durante unas semanas, meses o incluso años, tendrá que poner el piloto automático para sobrevivir. Al principio la esperanza de que el amado regrese seguirá en pie. Poco a poco la resignación borrará esa esperanza. Tal vez pudiera encontrar consuelo en la esperanza de que el tiempo calme el dolor. Pero de momento el joven no tiene siquiera suficiente experiencia de vida para barruntar que el tiempo mitiga el dolor del desamor. Es su primera inundación emocional. Claro que de todas formas eso tampoco es del todo cierto: al cabo de los años se dará cuenta de que la huella del primer desamor no se habrá borrado del todo. Lo que más marcará la vida emocional de este joven, después de la relación afectiva con su hogar y con su entorno más cercano, será esa cicatriz de su primer amor.

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Encerrados en la camisa de fuerza de nuestros sentidos, desde la caja negra de nuestro cerebro, la fusión con el otro parece a única salvación porque palía el sentimiento de soledad que arrastramos. Como los sentimientos de amor no son frecuentes, llegar a sentirlos y luego perder al ser amado -que nos parece aún más único por los fenómenos químicos y cerebrales que se activan durante el amor- se alza como una pérdida irremediable e insustituible.

Las experiencias emocionales, tanto las positivas como las negativas, han de servir para evolucionar. Es muy importante desarrollar, durante la educación del niño y del adolescente, el reflejo de analizar cada experiencia importante: ante cualquier dolor emocional, el análisis debe aplicarse hasta lograr mitigar o disolver el dolor.

La voluntad de comprender y destripar el dolor emocional es clave para superarlo, aunque ello exija en un primer momento el esfuerzo de encararse con el dolor. La alternativa es la unundación emocional o la negación de las emociones, y ambas son tremendamente dañinas. En el caso del desamor resulta útil intentar comprender la ecuación, aparentemente causal, que solemos hacer entre amor romántico y autoestima personal es errónea aunque nos resulte casi automática. Por las características mismas del amor, tal y como se han descrito, amar al otro, o ser amado por alguien tiene muy poco que ver con nuestra valía personal y mucho en cambio con la conexión, imaginaria o real, entre dos personas. El amor se parece más a una respuesta química instintiva que a una evaluación objetiva de las personas. Nuestra autoestima no debería depender de los vaivenes del amor romántico que siguen su propia lógica.

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En una sociedad obsesionada con la gratificación inmediata esperamos resultados palpables de nuestras relaciones de amor. Sin embargo, no todas las relaciones amorosas culminan con la unión de las personas implicadas. A veces, aunque hayamos amado al otro de forma sincera, las circunstancias personales impiden esta unión y la única salida parece ser la separación. Para la persona que ama con pureza, sin expectativas rígidas, esto no tiene por qué considerarse un fracaso, a pesar de la opinión decidida del resto del mundo. El amor puede haber aportado una miríada de emociones positivas al que ha amado y que es capaz de seguir su camino abierto al amor, sin resentimiento. Para quien puede aceptar la finalización del amor sin amargura la experiencia puede suponer autoconocimiento, mayor lucidez, la vivencia de emociones intensas, la conexión con otra persona y lo que el poeta libanés Khalil Gibran en El profeta llama una transformación personal.

A menudo es el miedo a sufrir el que dispara todas las alarmas y nos impide sacar partido de la parte más rica y positiva de nuestras emociones, encerrándonos en lo que el ego percibe como una derrota y una humillación. Cuando las personas aprenden a no confundirse con sus emociones o experiencias negativas, sino a verlas como acontecimientos potencialmente enriquecedores, como si de un juego de prestidigitación se tratase aprenden a sacar partido a la vivencia intensa y comprometida de las emociones negativas.

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una vida rica en emociones




Una de las paradojas más curiosas -y cargadas de significado- de las emociones positivas es que para sentirlas hay que recrearse en ellas de manera deliberada. Así como las emociones y las experiencias negativas se graban a sangre y fuego en nuestro inconsciente para avisarnos y protegernos de forma automática de los eventos potencialmente peligrosos, no solemos prestar demesiada atención al procesamiento de las emociones positivas porque señalan simplemente que para nosotros “todo va bien”. Disfrutar de manera consciente de las emociones positivas requiere tomar tiempo y poner la atención necesaria para saborearlas. Esto tiene implicaciones importantes para nuestra vida diaria: así como ser desdichado es un reflejo evolutivo innato -la tendencia natural de las personas es a ser infeliz- la felicidad requiere un esfuerzo consciente y continuado.

La parte positiva de esta paradoja es que podemos aprender conscientemente a ser más felices.

La felicidad es un concepto complejo porque incluye todo tipo de emociones, algunas de las cuales no son necesariamente agradables o fáciles de vivenciar, como el compromiso, la lucha, el reto o incluso el dolor. Y ello porque estas experiencias forman parte de la motivación y de la búsqueda de la felicidad y éstas probablemente sean tan importantes, o incluso más que el logro y la satisfacción de los deseos.

Cuando hablamos de las emociones positivas, no hablamos sólo de la felicidad sino de los diversos sentimientos positivos que experimentamos en torno a este sentimiento: la alegría, la exuberancia, el homor y la risa, el optimismo... incluso la curiosidad, que fomenta la supervivencia en un ambiente extraño, forma parte del repertorio de las emociones positivas y fomentan los comportamientos repetitivos necesarios para sobrevivir.

La asombrosa capacidad que tienen los monjes budistas ha sido estudiada por investigadores de la universidad de Wisconsin para regular sus emociones y filtrar las emociones negativas -odio, envidia, ira...- hasta hacerlas casi desaparecer, concentrándose en las emociones positivas. Esto es posible gracias a la gran plasticidad del cerebro, que con el entrenamiento adecuado puede lograr controlar las emociones más conflictivas. La posibilidad de domar nuestro lado oscuro no sólo favorecería las relaciones interpersonales y potenciaría nuestra capacidad para ser felices sino que además podría ser una de las respuestas más eficaces y directas ante la incidencia creciente de enfermedades tan debilitantes como la depresión. La felicidad si nos entrenamos para ello, se convertiría así en una meta alcanzable.

Por eso los mayores registros de felicidad para estos investigadores fueron alcanzados y detectados en monjes budistas siempre que practican la meditación a diario, se trata evidentemente de personas que han renunciado a todo aquello que casi todos perseguimos incansablemente en nombre de la felicidad: dinero, posesiones materiales o una pareja envidiable.

Lo que también importa en este caso es darse cuenta de que todas estas emociones, positivas y negativas, están muy mezcladas en nuestro cerebro. Si aplicamos un estímulo caliente a un dedo y dejamos que este estímulo sea cada vez más caliente, empieza siendo agradable, se torna desagradable y finalmente doloroso. El cerebro activa patrones que llegan a solaparse durante mucho tiempo en este proceso. Esto tiene implicaciones fascinantes: las emociones positivas y las emociones negativas son las dos caras de una misma moneda. Las emociones positivas, en principio, son las que nos permiten sentirnos felices. Pero las emociones generan fácilmente otras emociones y se transforman de positivas a negativas, y viceversa, con relativa facilidad. Las emociones se alimentan a sí mismas y siguen vivas, aunque sea transformadas en emociones del signo opuesto: el amor puede generar compasión, ternura y alegría: o también desconfianza, celos e incluso odio. Lo más opuesto al amor no es el odio, es la indiferencia. La indiferencia es ausencia de emoción.

La indiferencia al sufrimiento es lo que convierte al humano en inhumano, la indiferencia, después de todo, es más peligrosa que la ira o el odio.

El quid de la cuestión radica en reconocer que no existen los estados emocionales neutros. Desde el punto de vista fisiológico y neurológico ninguna emoción es neutra. Las emociones nos afectan positiva o negativamente y con ellas conformamos el ambiente que respiramos en nuestras casas y en nuestros centros de trabajo.

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Para lograr un vida rica en emociones positivas es necesario pues el fomento consciente de estas emociones.

Lo que se atrae a la conciencia puede curarse o desprogramarse. Lo que se queda en el inconsciente nos ata sin remedio.

“Serás libre, no cuando tus días no tengan preocupaciones ni tus noches penas o necesidades, sino cuando todo aquello aprisione tu vida y sin embargo tú logres sobrevolar, desnudo y sin ataduras”. Jalil Gibrán


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“La experiencia del amor es la herramienta más poderosa para el autoconocimiento y el desarrollo personal. Porque el amor nos conmueve tan profundamente, y porque cada miembro de la pareja está centrado sólo en la parte mejor y más auténtica del otro, ambos pueden actuar como espejos el uno para el otro” (Carol Anthony, Love an Inner Connetion)

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la inundación emocional


La inundación emocional es el miedo de los hombres a verse abrumados por sus emociones. Esta desventaja emocional evita a menudo que participen en una relación. Cuando los hombres interceptan sus sentimientos, especialmente aquellos más potentes como el miedo, la ira, la tristeza o la ansiedad, tienen más probabilidades que las mujeres de verse engullidos por estas emociones porque temen perder el control. Cuando los hombres se cierran en banda y se niegan a hablar con sus parejas, a menudo es por miedo a verse abrumados por sus emociones.

En general esta dificultad para comprender y expresar las emociones puede superarse con una buena educación emocional. En este sentido es importante, con vistas a la educación emocional de los chicos, enseñarles a reconocer que la emoción no es debilidad ya que ésta es otra de las razones que explican la inhibición emocional masculina.

Durante siglos las mujeres, apartadas de los ámbitos de poder donde competían los hombres, se refugiaron en un mundo privado centrado en las emociones. Pero a pesar de que pueda parecer que ellos se llevaron la parte del león en este reparto de funciones, el resultado no ha sido sólo positivo para muchos hombres. La carga de determinadas limitaciones emocionales, ancladas en siglos de condicionamiento cultural y genético, ha costado caro a generaciones de hombres que no han podido, o no han sabido, disfrutar plenamente de todas las facetas de la vida. Reconocer las limitaciones que supone cualquier condicionante significa que, de la misma forma en que la sociedad apoya a la mujer en el ejercicio de sus nuevas libertades, lo haga para fomentar en los hombres el disfrute de un mundo emocional tradicionalmente ajeno a sus vidas.

El papel de los hombres en la sociedad está cambiando a pasos agigantados y requiere nuevas tomas de consciencia. Así como las mujeres están aceptando las responsabilidades que van aparejadas con la independencia mental, emocional y económica, ellos necesitan desarrollar su mundo emocional en un entorno comprensivo y sólido para poder soltar determinadas dependencias y participar plenamente, no sólo en las relaciones de igualdad en el hogar y en el trabajo, sino también en la expresión libre y creativa de todo el potencial emocional humano que encierran.

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La doctora Fisher divide el amor en tres categorías relacionadas con distintos circuitos cerebrales: el deseo sexual, fomentado por andrógenos y estrógenos; la atracción (el amor romántico o apasionado), caracterizado por la euforia cuando todo va bien, cambios de humor acentuados cuando las cosas se tuercen, pensamientos obsesivos y un deseo intenso de estar con la persona amada, todo ello impulsado por altos niveles de dopamina y norepinefrina y bajos niveles de serotonina; y el apego sereno que se siente por un compañero estable, acompañado de las hormonas oxitocina y vasopresina. En general, el amor apasionado suele mutar químicamente hacia el sentimiento de tranquilidad y sosiego de las relaciones estables.
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¿Qué conforma el sustrato humano del que estamos todos construidos? La vida humana transcurre a lo largo de distintas etapas naturales que obedecen a señales biológicas, culturales y genéticas diversas. Cada etapa entraña determinados retos a los que cada persona debe enfrentarse para poder seguir adelante.
En el núcleo familiar conviven simultáneamente distintas personas, de distintos temperamentos, que atraviesan etapas diferentes. Así las crisis personales también afectan al entorno familiar y social. Como si estuviese atrapado entre dos espejos, la figura humana se desdobla al infinito: tras cada persona aparecen otras, que pueblan nuestra vida y se cruzan en nuestro camino.

A veces la vida parece estancarse. En estas épocas de espera resulta útil recordar que las etapas de la vida tienen un ciclo natural de crecimiento, plenitud y decadencia, tras el cual se inicia un nuevo ciclo. En esos momentos a debilidad y la impaciencia no logran nada. El tiempo de la psique no es el tiempo de la vida diaria. Hay que darse tiempo para madurar y encajar situaciones, tiempo de cara al desarrollo de las relaciones personales, tiempo para reconocer dónde nos hemos estancado y por qué. Hay que situarse en un ámbito más intemporal para poder examinar y superar las crisis propias de cada etapa con calma.

“¿Qué necesito? ¿De dónde vengo? ¿Cómo me pueden ayudar estas experiencias para conocerme mejor y evolucionar?”. A menudo desperdiciamos oportunidades de cambio porque queremos forzar los acontecimientos en unas circunstancias y un tiempo que no es el suyo. Nos aferramos a nuestros deseos y el miedo, de nuevo, nos condiciona demasiado.

Al contrario de lo que solemos creer el proceso de evolución y desarrollo humano, psíquico y físico, no se detiene al final de la adolescencia; prosigue durante toda la vida. A lo largo de la vida no cambian las emociones, sólo cambia nuestra capacidad de gestión y nuestros recursos frente a estas emociones. Tendemos a considerar la edad adulta como un camino lineal y estable, pero tiene sus propios ciclos o etapas, con sus puntos de inflexión y crisis características que es necesario reconocer y solucionar de la mejor manera posible. No se puede superar una etapa y adentrarse en la siguiente sin solucionar la etapa y crisis anteriores. El umbral de nuestra vida presente es el conjunto de nuestras experiencias pasadas.

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Algunas personas llegan a la edad de la madurez escarmentaas por el dolor. Deciden entonces que las emociones son dañinas, que existen sentimientos que hay que apartar de uno mismo para no sufrir. A veces a este proceso lo llaman “madurar”: se refugian en ser razonables, niegan la fuerza del amor y se resisten a considerar que el dolor pueda ser una fuente de transformación y de empatía. Prefieren vivir con las emociones adormiladas o reprimidas con tal de no enfrentarse a sus efectos transformadores e intensos.

La emoción no es debilidad. Sin emoción no hay vida plena. No se pueden ignorar las emociones porque nunca desaparecen: estamos obligados a hacer algo con ellas. Si las apartamos, reaparecen en sueños o bien a través de otras manifestaciones inconscientes, como las crisis de angustia, tan corrientes en las crisis de la edad adulta.

La psique se resiste a morir, a despojarse de las ganas de vivir y de sentir. El instinto de lucha por seguir vivo. Aquellas personas que creen que el paso de los años entraña la renuncia a las emociones y a los sueños aceptan tácitamente envejecer, aceleran incuso el proceso de envejecimiento, físico y psíquico, para acabar cuanto antes con el dolor de la lucha interna que padecen. Es una salida habitual a la crisis denominada “luto por la juventud”, cuando triunfan los miedos de la edad adulta: el miedo a la muerte, a quedarse sin trabajo, al dolor emocional, a la soledad... y sobre todo el miedo al cambio.

En realidad la vida después de los 40 años debería ser una vida rica psíquicamente: las emociones son tan rotundas como a los 20 años, pero se ha acumulado experiencia para hacer frente a la marea emocional, e intuición y templanza para recorrer el camino de forma más deliberada.

Conocemos el valor del tiempo y sabemos que somos capaces de sobrevivir al dolor. Reconocemos de forma instintiva nuestros patrones negativos y a veces podemos evitarlos, o incluso desactivarlos. Las inundaciones emocionales son menos frecuentes. Cuando surgen el sentido del humor, una magnífica herramienta de gestión emocional que suele florecer con la madurez adulta, nos permite incluso celebrar que nuestra psique esté viva. La debilidad y el desconcierto emocional son pasajeros cuando tenemos los recursos para analizar una situación y para gestionarla adecuadamente. Cuando entendemos las razones de nustro desasosiego emocional, podemos razonarlo e incluso controlarlo. Con cada esfuerzo por entender y situar en su contexto nuestras emociones y nuestra vida salimos reforzados.

Otro elemento importante en toda vida humana es la integridad, la fusión de la identidad pública y privada. Una identidad adulta sana encajará tanto con nuestra personalidad como con el mundo que nos rodea. Si éste no es el caso, probablemente suframos problemas psíquicos, como depresión o ansiedad. Una persona gregaria y activa se deprimirá en una prfesión solitaria. Una mujer solitaria y pacífica no será feliz trabajando en el servicio de urgencias de una ciudad peligrosa. Si nuestra identidad adulta no encaja con el mundo exterior, nos sentiremos alienados del mundo. Antaño las personas luchaban contra la tiranía de la sociedad cerrada. Pero en una sociedad donde ya no se nos imponen tantas estructuras mentales y sociales, las crisis identitarias no suelen ser fruto de los conflictos interpersonales, sino internos. Tenemos un ámbito de elección enorme y muy pocas referencias por las que guiarnos. La rebelión suele darse contra uno mismo

Otra oportunidad que ofrece la madurez emocional es no confundir nuestro ser con nuestras circunstancias, sobre todo cuando éstas se tornan difíciles. Los adultos emocionalmente maduros saben que el mundo es inseguro y cambiante y que nada externo puede darles una seguridad real. Buscan, por tanto, esa serenidad en su interior. Así, cuando los problemas acechan es posible que hallemos en nosotros mismos un lugar emocionalmente seguro al que acudir -el hogar invisible que toso llevamos dentro, aquel que los niños, en su infancia, necesitan ver proyectado en el hogar de sus padres-. Durante la juventud se lucha de forma casi física para conseguir una forma de vida determinada y reclamar un lugar en el mundo. La madurez supone una lucha basada en los valores conscientemente elegidos. Aunque es la época del reconocimiento de la realidad -es decir, de los límites-, lo es también del desarrollo de la fuerza necesaria para superar los obstáculos, y de la capacidad de apartarse de forma consciente de determinados modos de vida, influencias o personas. Todo ello implica riqueza y fortaleza interior, desde cualquier perspectiva vital o creencia que se tenga.

En este camino y en este paisaje cualquier apoyo es bienvenido: la mirada cómplice, la palabra de aliento, el destello de comprensión. Nacer y vivir en este gigantesco y apasionante laboratorio humano implica una soledad implacable, a veces difícil de superar. Sin embargo, no podemos renunciar a encontrar el sentido de nuestra vida ni a compartirlo con los demás, desde a compasión y el respeto que merecen tantas personas por el esfuerzo inmenso que supone aprender a vivir sin miedo.

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Intuición

“Cuando ante ti se abran muchos caminos y no sepas cuál recorrer, no te metas en uno cuaquiera al azar: siéntate y aguarda. Respira con la confiada profundidad con que respiraste el día en que viniste al mundo, sin permitir que nada te distraiga: aguarda, y aguarda más aún. Quédate quieta, en silencio, y escucha a tu corazón. Y cuando te hable, levántate y ve donde él te lleve” Susana Tamaro, Donde el corazón te lleve.

Nos convertimos en adultos analíticos, pero otros investigadores proponen que con la madurez y la experiencia el pensamiento intuitivo es cada vez más prominente.

Tomamos decisiones al margen de los detalles anecdóticos que podrían distraer y filtramos los datos a través de nuestra experiencia, nuestras emociones, nuestros valores y otros factores. Así la tendencia a tomar decisiones de forma intuitiva crecería con la edad.

Las personas que conocen y confían naturalmente en sus sentimientos saben que éstos son una guía infalible para elegir y desechar los distintos elementos que componen sus vidas. Para quienes no han perdido la confianza matural en sus sentimientos, la fidelidad al propio ser en momentos revueltos de cambio y dificultades ofrece una brújula y facilita la resolución de los problemas en una dirección coherente. La intuición, esa capacidad instintiva para elegir nuestro camino, es una guía muy segura cuando está anclada en patrones emocionales sanos y acordes con nuestra forma de ser y de sentir. Mantener los ojos fijos en una visión -una persona, una forma de vida, unas prioridades meridianas- significa poder avanzar hacia la vida que deseamos y que encaja mejor con nuestro potencial.

Si por el contrario nuestro ser emocional está cargado de normas inflexibles, ya no hablamos de intuición sino de habituación y etiquetaje. Éstos describen el mundo de acuerdo a una serie de prejuicios que nos llevan de forma automática por un camino inflexible. Transformamos así la herramienta de la intuición en una rígida estructura que reacciona en milésimas de segundos, cargando a la persona con decisiones y prejuicios automáticos y dañinos. La peor cárcel puede ser esta forma rígida de juzgar el mundo, que nos impide percibir nuestras propias necesidades.

Para desarrollar la intuición es necesario estar a la escucha, ralentizando el ritmo cuando sea necesario para reconectar con las necesidades y prioridades reales de cada uno.

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Porque no basta con amar: hay que amar de forma incondicional. No basta con llorar: hay que aprender a superar el dolor. No basta con intentar resolver los problemas de quienes amamos: hay que ayudarles a responsabilizarse y a sobreponerse a los obstáculos.




















La autenticidad en las relaciones humanas

La madre de un amigo de Arún Gandhi, nieto de líder indio y probablemente el mejor pedagogo del mundo hindú, Mahatma Gandhi, estaba desesperada porque su hijo se estaba muriendo debido a un fallo metabólico que le impedía asimilar el azúcar. A pesar de su vigilancia el niño, a escondidas, seguía comiendo azúcar y su vida peligraba. La madre fue a ver a Gandhi como último recurso, convencida de que unas palabras del Maestro podrían salvar al niño, que los admiraba y temía. Le suplicó que ordenase a su hijo dejar de comer azúcar. A pesar de la insistencia de la madre el Maestro se limitó a mirar fijamente al niño unos segundos y le pidió de manera pausada que regresara a los quince días. La madre protestó de forma vehemente: “Haga algo, Maestro, dígale que no coma azúcar o morirá! Sólo le hará caso a usted”. “Ahora no puedo ayudaros”, aseguró Gandhi mientras despedía a madre e hijo con firmeza.

Trancurridos quince días madre e hijo regresaron a ver a Gandhi. El Maestro miró entonces al niño a los ojos y le dijo sosegadamente: “Prométeme que no comerás azúcar”. El niño contestó: “Maestro, lo prometo”. La madre se despidió agradecida, pero antes de marcharse no resistió la tentación de preguntarle: “Maestro, ¿por qué me pidió que esperase quince días para hablar con el niño? Podría haber muerto entretanto”. El Maestro contestó: “Porque nosotros los adultos tenemos que encarnar el cambio que queremos transmitir. Por tanto, primero tenía que ser yo mismo el que dejase de comer azúcar”.

La autenticidad es clave en las relaciones humanas y aún más en las relaciones entre adultos y niños, por dos razones: primero, porque éste percibe a los demás de forma directa e intuitiva, ya que no ha aprendido aún a comunicarse desde la desconfianza y el disimulo. Si decimos una cosa y actuamos o sentimos de forma opuesta, el niño descubrirá la esencia de la hipocresía y aprenderá a desconfíar del mundo que lo rodea. El respeto a las emociones de adultos y niños debe estar implícito en nuestras relaciones. Segundo porque el niño aprende por imitación.

El proceso de aprendizaje de los más jóvenes se hace de forma continuada a través de la imitación consciente e inconsciente de las palabras y los actos de los adultos que los rodean. El médico y premio Nobel de la Paz Albert Schweitzer sugería que los adultos debían enseñar a sus hijos de tres maneras: con el ejemplo, con el ejemplo y con el ejemplo.

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Otro buen ejemplo es expresar nuestra aprobación por un acto cariñoso y detallista del niño. Así ayudamos al niño a sentirse bien cuando se comporta con deferencia hacia los demás y a comprender que sus actos -en este caso, sus actos positivos- tienen un impacto indudable en la vida de los demás. Crear lazos entre las familias y la comunidad a través de actos desinteresados de cariño hacia los demás es muy importante para nuestros hijos. Los niños necesitan saber que los adultos se preocupan por ellos y también por los demás. Los niños que sienten este respeto y esta aceptación por parte de los adultos tenderán naturalmente a mostrar interés por el bienestar ajeno y también a ser conscientes de que su comportamiento afecta a los demás de forma directa. Aprenderán a responsabilizarse de su entorno y de las personas que conviven con ellos y a sentirse capaces de cambiar o mejorar las condiciones y los sentimientos de su mundo. Este comportamiento responsable y positivo hacia los demás se convertirá en una forma estable de tejer su relación con el mundo a lo largo de su vida entera. Ayudar a los niños y jóvenes a integrar en sus vidas muestras de comportamiento empático y positivo es una de las responsabilidades más importantes de los adultos que les rodean.

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“Debes ser quien eres -dijo la duquesa a Alicia- o, si quieres que lo exprese de forma más sencilla, nunca trates de ser lo que tal vez hubieras debido ser, o lo que pudieras haber sido, sino aquello que deberías hacer sido”. Lewis Carrol, Alicia en el país de las maravillas.

Una autoestima saludable no implica que el niño se crea invencible o perfecto, sino que confía en sus capacidades para salir adelante. Si los demás lo hemos aceptado con naturalidad, sin condiciones pero sin pretensiones, él aprenderá a confiar en sí mismo y a respetar sus capacidades.

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Con el paso de los años detecté con irritación que a menudo tropezaba en lo que parecía ser, de forma obstinada, la misma piedra y aprendí a temer cada paso que daba en lo que veía como un largo y pedregoso camino. A pesar de las admoniciones de filósofos de todo tipo, desde Sócrates a Kant, pocos parecían dispuestos a indicar con claridad qué hacer antes de encontrar la paz y felicidad que de pequeños, si somo buenos, nos prometen una y otra vez. Tal vez lo más llamativo de las enseñanzas de muchas filosofías y religiones del mundo podría confundirse, para el lector distraído, con la renuncia absoluta y terminante a cualquier tipo de deseo y anhelo. Me confieso una lectora decididamente distraída. Por desgracia a todos se les olvidaba explicar cómo puede renunciar a los deseos quien está vivo y construido del material de los sueños y de las emociones. Quien se resiste a la resignación y la pasividad. Quien quiere plantar batalla a los demonios del miedo, de la frustración y del dolor.

Con el descubrimiento del inconsciente en el siglo XX la ciencia dio un paso crucial en este sentido, acompañado por reformas sociales y progresos tecnológicos. La educación y la ciencia se convirtieron en las grandes fuerzas niveladoras de siglo XX. La educación, a raíz de convertirse en universal y obligatoria, parecía posibilitar el acceso de todos a herramientas de conocimiento que pudiesen ayudar a cada cual a controlar, hasta un punto, sus vidas. Pero los cimientos de la educación creada para las sociedades de la revolución industrial estaban calcados sobre los modelos políticos y sociales imperantes: los criterios eran utilitarios -educar a la gente para que pudiese trabajar y contribuir a la economía de mercado- y el modelo era autoritario y jerárquico: un maestro todopoderoso dictaba sus verdades a los niños. El resultado positivo due la progresiva alfabetización de las personas; el negativo, que tras una infancia dedicada a perder la confianza natural del niño en sus sentimientos y en su intuición, el adulto entregaba de forma automática la gestión de su vida -emociones y pensamientos- a otras fuerzas jerárquicas, fuesen religiosas, laborales, sociales o políticas.

Entre las puertas abiertas por la ciencia está, desde finales del siglo XX, la emergencia de la neurociencia, que con sus técnicas de imágenes ha permitido empezar a esbozar el funcionamiento de esa caja negra que era hasta ahora el cerebro humano. Empezamos a tener un mapa más preciso de cómo funcionanlos ladrillos emocionales que conforman nuestra psique. Empezamos a desbrozar por qué se activan ciertas emociones, qué repercusiones químicas tienen y a qué circuitos cerebrales afectan. Empezamos a tomarnos en serio las emociones porque ya sabemos a ciencia cierta que no son fabulaciones de nuestra mente, imágenes y sensaciones sin sentido y sin control. Las emociones tienen una lógica, pueden catalogarse, reconocerse, comprenderse e incluso gestionarse, es decir, podemos aprender a convivir con ellas. Las emociones, como bandadas de pájaros sueltos en nuestros cerebros, anidan, crían, cruzan nuestra conciencia y pueden fácilmente, si no ponemos orden, ocupar todo nuestro espacio de forma arbitraria. Ignorar o reprimir estas emociones no es posible. Cada emoción reprimida dejará de manera sigilosa su impronta en nuestro comportamiento a través de patrones emocionales que deciden por nosotros, probablemente en contra de nuestros intereses, porque muchas emociones están basadas en el miedo y en la ira. Conocer nuestras emociones representa, por tanto, la única manera de dominar nuestro centro neurálgico, llámese cerebro, alma, conciencia o libre albedrío.

La vida actual puede ser larga, compleja y solitaria. A las dificultades reales añadimos nuestra prodigiosa capacidad de angustiarnos con los problemas que aún no tenemos, debilitando nuestra salud física y mental. Necesitamos herramientas para entendernos a nosotros mismos, comprender al resto del mundo y crear nuestros propios sistemas de valores. Para reconocer a los demás, más allá de los lazos biológicos. Para tomar decisiones y asumir responsabilidades. Para que quienes lo deseen sigan hablando con Dios, aunque sea fuera de las iglesias. Para amar libremente, pero sin instrumentalizar al otro.

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Como un pulmón que se ensancha con el ejercicio y la necesidad de respirar, la capacidad de dar a los demás se agranda ante las necesidades de quienes nos rodean. El ser humano se retrae cuando nadie o nada lo obliga a abrirse a los demás, a sobreponerse al cansancio y a las dificultades.

Lo natural en la vida son los conflictos y las crisis. Son inevitables. Lo importante es conocer y saber manejar las herramientas básicas para resolverlos, porque de lo contrario impedimos los procesos de transformación y evolución que deberían acompañar nuestras vidas. Somos seres vivos y como tales nuestro destino es la transformación. La rigidez nos impide seguir el cauce de nuestras vidas de forma espontánea y creativa. Y esta rigidez, fruto del miedo y de la ira, también impide que podamos amparar y guiar a otros cuando ellos necesiten apoyo de cara a sus propios procesos de desarrollo, transformación y crecimiento.

Porque las emociones son intensas, todos somos potenciales náufragos emocionales. El derrumbe de las estructuras morales y sociales nos otroga actualmente una enorme y positiva libertad de elección en nuestra vida social, emocional y profesional. Esta nueva libertad necesita urgentemente la adquisición de una brújula, es decir, de las habilidades y herramientas que nos permitan navegar con inteligencia emocional por los cauces imprevisibles, aunque a menudo apasionantes, de nuestras vidas.

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“A pocos menesteres dedican los humanos tanto tiempo como a la infelicidad. Si un creador maligno nos hubiese colocado en la tierra para el fin exclusivo de sufrir, podríamos felicitarnos por nuestra respuesta entusiasta a esta meta. Abundan las razones para sentirnos desconsolados: la fragilidad de nuestros cuerpos, la inconstancia del amor, la insinceridad de la vida social, las componendas de la amistad, los efectos deprimentes de la rutina. Enfrentados a estos males persistentes, lo lógico sería pensar que el evento más esperado y deseado de nuestra vida fuese el momento de nuestra extinción”.

Alain de Botton, Cómo cambiar tu vida con Proust.

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ser personas ricas en mundo interior, el desaprendizaje como proceso

El mundo interior de cada persona se mantiene ágil como se mantiene ágil el cuerpo, con una gimnasia regular. La gimnasia del mundo interior necesita concentración, capacidad de análisis y confianza en los propios sentimientos. No existe una sola manera de llegar a ese lugar de autoconocimiento y de comprensión. La visualización, la meditación o cualquier forma de quietud y de concentración, dentro o fuera de un contexto espiritual, ayudan a recobrar un centro emocional más estable y sereno.

La desconfianza y el cinismo, en cambio, arrojan al individuo a la inestabilidad del mundo exterior. Las personas que no han desarrollado un centro emocional definido y estable acaban confundiéndose con el mundo exterior, con sus idas y venidas, con sus reveses e incertidumbres. Recuperar el mundo interior genuino de cada persona implica recuperar la imagen y los recuerdos de la niñez perdida. Allí, hasta aproximadamente los 5 o los 6 años, vivíamos en armonía con nuestro mundo interior. La contaminación exterior surge de forma rápida a partir de esa edad. Los padres, o un buen terapeuta, puede dar pistas fiables para reconstruir la persona que éramos en esa primera infancia. Desde ese lugar genuino las salidas al mundo exterior cobran fuerza y un sentido más claro.

En el inicio del proceso de desaprendizaje hay dolor. Éste adopta distintas formas: el sentido de no pertenencia o al contrario la sensación de estar rodeado de una estructura opresiva; la confusión, la pérdida de las referencias habituales o incluso la falta de emoción y un cierto rechazo al entorno. Tras esa etapa de confusión se inicia el proceso de cuestionamiento: éste empieza con una sensación aguda de que algo es injusto, con la necesidad urgente de comprender, de retar y de confrontar. Por supuesto, y casi simultáneamente, surge la resistencia al cambio. Para seguir con el proceso de desaprendizaje la disposición al cambio debe mantenerse contra viento y marea: eso implica que la persona desarrolle y mantenga coraje y confianza en sí misma, pues el proceso puede ser solitario y largo y requiere la apertura a nuevas ideas y la sensibilidad necesaria para captarlas y asimilarlas. Sobrevivir implica, para nuestros instintos básicos, cautela y desconfianza. Pero sobrevivir es también sinónimo de riesgo. La vida necesita imperativamente renovarse para no estancarse. Desaprender -aseguran quienes recorren ese camino- es un proceso, no un destino.
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El monje Ricard reprocha al psicoanálisis que se recrea y exacerba los pensamientos, emociones.-



Existen formas diferentes de intentar resolver los problemas de origen psicológico y emocional. En el caso de un problema que afecte a la libido, por ejemplo, si se intenta reprimir la energía del deseo lo más probable es que esta energía reprimida se manifieste de la forma más inesperada y menos natural. La forma tradicional por la que abogaría el psicoanálisis consistiría en dirigir de nuevo esta energía hacia su cauce correcto o habitual.

El psicoanálisis hurgaría en las raíces familiares de este sujeto: tal vez un conflicto en la infancia con la madre haya creado un mecanismo inconsciente de autodestrucción en el ámbito que más pudiese molestar a ésta, bien para llamar su atención o bien para castigarla por el conflicto. La sensación de estar privado de algo -de la aprobación o del amor materno, en este caso- se perpetuaría así en la edad adulta: el individuo seguirá castigándose a sí mismo y a su entorno por un conflicto infantil no resuelto. En teoría, si consigue desterrar el conflicto inconsciente -deshacer el condicionamiento infantil- este individuo podría interrumpir el mecanismo que le impide vivir de forma adecuada.


Comenta Matthieu Ricard, el científico francés que se covirtió en monje budista y que en 2006 fue declarado por los especialistas en neurociencia “el hombre más feliz del mundo” -obtuvo una puntuación inalcanzable en un estudio sobre el cerebro realizado por la Universidad de Wisconsin, Estados Unidos-, que existe un camino distinto, por el que abogan determinadas filosofías como el budismo, que consiste en no reprimir los deseos, pero tampoco en darles expresión ilimitada sino en intentar liberarse de estos deseos y emociones negativas. Muchos filósofos de la tradición occidental han recomendado este camino, sin llegar a sugerir una técnica práctica para llevarla a cabo. ¿Renunciar a los deseos, sin reprimirlos? Pero ¿cómo? El budismo sugiere un camino muy concreto que encaja razonablemente bien en determinados avances científicos en materia de conocimiento de la mente y en la forma de funcionar de las emociones, lo que explica en parte su atractivo para muchos occidentales.

El monje Ricard reprocha al psicoanálisis que se recrea y exacerba los pensamientos, emociones y fantasías que nos habitan. “Los pacientes intentan reorganizar su mundo cerrado y subjetivo como pueden, expresando incluso aquellas energías destructivas y negativas que tal vez conviniese desaprender. Con este sistema clásico, no podemos librarnos de nuestros fantasmas emocionales sino que nos anclamos en ellos, porque nuestro esfuerzo se centra en encontrar la forma de expresarlos de la forma más segura posible, o en todo caso en eliminar o desactivar facetas o expresiones concretas -anecdóticas- de estas emociones negativas”.


El budismo, explica Ricard, considera en cambio que los conflictos con los padres, u otras experiencias traumáticas, no son causas básicas, sino efectos circunstanciales. La causa básica del problema radicaría en la confusión de la persona con su ego, que le hace sentir atracción y repulsión, deseos continuos y la necesidad de protegerse de los que el ego ve como peligros para su supervivencia y disfrute. Las técnicas de meditación que recomienda el budismo se centran en el convencimiento de que las emociones negativas -el odio, el deseo, la envidia, el orgullo, la insastifacción...- no tienen el poder innato que pensamos que tienen. Son sólo, según esta filosofía, espejismos que asaltan nuestra mente, crecen de forma desproporcionada y nos encierra en un teatro mental peligroso.

“Para desactivar estos pensamientos o emociones -sugiere Ricard- hay que saber reconocerlos antes de que desencadenen toda una ristra de emociones negativas de la que luego es muy difícil escapar. Esto se consigue aplicando un antídoto para cada emoción o pensamiento negativo. Con la práctica, nos acostumbramos de forma natural a liberar estos pensamientos cuando llegan a nuestra mente sin demasiado esfuerzo, y los sedimentos rocosos del inconsciente se convierten en hielo que se derrite a la luz de la consciencia”.

En pocas palabras: en lugar de intentar deshacer la madeja compleja del problema inicial -el conflicto familiar, por ejemplo-, vamos directamente a desarmar el poder de convencimiento que tienen las emociones negativas, y que consiste básicamente en asustarnos y ponernos en guardia de forma inconsciente.

El pasado nos bloquea a base de miedos condicionados inconscientes o conscientes. La resolución de estos conflictos no implica necesariamente la renuncia directa a los deseos, sino enfrentarse a los temores y miedos que subyacen estos deseos. En la base del temor está el miedo a sufrir, a necesitar cosas externas que en realidad podrían ser meros espejismos. El sufrimiento, cuando no sirve para indicar los espejismos emocionales y mentales, resulta doloroso pero vano: sufrimos de forma inútil.

Si en cambio utilizamos el dolor como una brújula que indica cuándo algo no está bien y aprendemos a desactivar los miedos que lo producen, resulta tan útil como las varillas que detectan las bolsas de agua bajo tierra.

Enfrentarse al miedo se convierte así en una herramienta decisiva para vivir mejor. Según Lucinda Bassett, fundadora del Midest Center for Stress and Anxiety, la ansiedad “anticipatoria” -el temor anticipado a que las cosas vayan mal- funciona como una pared que impide conseguir las metas deseadas. Es necesario encararse con los miedos, reconocerlos y seguir adelante a pesar de ellos. Atravesar este muro mentalmente, a pesar de la ansiedad y el miedo, y contemplar la vida que nos espera al otro lado, puede ser liberador.

Cuando uno se enfrenta a una batalla sin enfrentarse al miedo, a la infelicidad y a la obstrucción, podemos ganar una vez, pero estos elementos se presentarán de nuevo, inevitablemente. Si evitamos, reprimimos o ignoramos el miedo, siempre tendrá más poder sobre nuestra psique y nuestras emociones que nuestra voluntad.

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Como un pulmón que se ensancha con el ejercicio y la necesidad de respirar, la capacidad de dar a los demás se agranda ante las necesidades de quienes nos rodean. El ser humano se retrae cuando nadie o nada lo obliga a abrirse a los demás, a sobreponerse al cansancio y a las dificultades.

Lo natural en la vida son los conflictos y las crisis. Son inevitables. Lo importante es conocer y saber manejar las herramientas básicas para resolverlos, porque de lo contrario impedimos los procesos de transformación y evolución que deberían acompañar nuestras vidas. Somos seres vivos y como tales nuestro destino es la transformación. La rigidez nos impide seguir el cauce de nuestras vidas de forma espontánea y creativa. Y esta rigidez, fruto del miedo y de la ira, también impide que podamos amparar y guiar a otros cuando ellos necesiten apoyo de cara a sus propios procesos de desarrollo, transformación y crecimiento.

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Elsa Punset, op. cit., 2008





















En el primer “periodo de globalización” se abolió la esclavitud pura y simple, y en la Conferencia de Berlín de 1884 los Estados europeos se pudieron repartir África bajo un velo retórico sobre los derechos humanos. En aquellas época los misioneros pudieron remediar lo peor de la miseria material de la gente, pero su contribución más importante fue aplacar a la gente prometiéndole una vida ultraterrena mejor. Hoy día muchos africanos ven pararelismos con aquella situación. Mientras que África se ha desindustrializado a fondo -hasta los partidarios más ardientes de la globalización tienen que admitir que la mayor parte del África se ha empobrecido durante los últimos veinticinco años- muchas organizaciones trabajan, como hicieron los misioneros, para tratar de aliviar los peores síntomas de la pobreza, y los países industrializados contribuyen a aliviar el sufrimiento del mismo modo que su población solía contribuir a mentener las misiones. Después de tres “décadas de desarrollo” sin mucho éxito bajo la dirección de las Naciones Unidas, la comunidad mundial ha renunciado en gran medida a desarrollar los países más pobres. En los Objetivos del Milenio, que sustituyeron a las “décadas de desarrollo”, el propósito de desarrollar el Tercer Mundo se ha relajado considerablemente en favor de un intento de aliviar los peores síntomas de la pobreza suministrando medicinas, mosquiteros y agua potable. Del mismo modo que a los pacientes de cáncer se les da un tratamiento paliativo -que alivia el dolor sin pretender curar la enfermedad- estamos siendo testigos de un impulso ceciente a la economía paliativa como sustituto de la economía del desarrollo.

Resulta llamativo que incluso un país como Noruega, que durante tanto tiempo fue una especie de colonia y en la que actualmente se desarrollan varias iniciativas destinadas a hacer del mundo un lugar mejor, haya “olvidado” la estrategia por la que combatíamos: construir una industria propia y lograr el crecimiento económico. Hemos olvidado que un pilar central de nuestra construcción de la nación fue una política industrial opuesta a los principios que hoy día imponemos al Tercer Mundo. Después de la segunda guerra mundial el gobierno laborista, ayudado por el plan Marshall, reindustrializó Noruega con mucho éxito. El gobierno actual, encabezado por el mismo partido laborista, se dedica a prohibir a otros las medidas políticas que nos hicieron ricos a nosotros, y sin embargo pretendemos ser líderes en economía paliativa aliviando los síntomas de la pobreza.

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La teoría de las etapas



En los escritos de la Antigüedad, tanto en Grecia como en Roma, se puede detectar ideas incipientes de la teoría de las etapas. En la Germania de Tácito (c. 55-120), por ejemplo, se lee que “el grado relativo de civilización de las diferentes tribus germánicas dependía del mayor o menor predominio de la agricultura y el pastoreo con respecto a la caza en su modo de subsistencia”. La idea de las etapas provenía de la de los ciclos, muy antigua en la historia política. El economista e historiador árabe Ibn Jaldún (1332-1406), así como Maquiavelo (1469-1527), le concedieron gran importancia; con Jean Bodin, uno de los pioneros del Renacimiento, aparece la idea de que los ciclos históricos pueden tener una tendencia acuulativa y creciente (la idea de progreso), y también analiza el Estado-nación embrionario (la República), sus instituciones, leyes e impuestos.

Mientras que Bodin pone mucho énfasis en los condiciones geográficas y climáticas, Francis Bacon da en su Novum Organum (1620) otra explicación cuando considera las llamativas diferencias entre las condiciones de vida en diversas partes del mundo. Bacon postula que “esa diferencia proviene, no del suelo, el clima ni la raza, sino de las artes”. Como ya se ha mencionado, la aportación científica de Bacon a la teoría económica se basaba en la experiencia, pero también en la producción. Su idea de que las condiciones materiales de un pueblo están determinadas por sus “artes” -esto es, si vive de la caza y la recolección, del pastoreo, de la agricultura o de la industria- ocupó un lugar muy destacado durante el siglo XIX en la controlversia de Alemania y Estados Unidos con Inglaterra sobre teoría económica y política industrial. Durante la Ilustración el historiador William Robertson siguió la tradición baconiana: “En cada investigación sobre las actividades de los hombres reunidos en sociedad, el primer objeto de atención debería ser su modo de subsistencia. Según cómo varía éste lo hacen igualmente sus leyes y medidas políticas”. Las instituciones humanas estaban pues determinadas por su modo de producción y no al revés. La “nueva economía institucional” de los textos estándar de economía tiende a invertir la flecha de la causalidad, atribuyendo la pobreza a la falta de instituciones y no a un modo de producción atrasado.

Durante la Ilustración, y en particular entre 1750 y 1800, la teoría de las etapas ocupó el centro de la escena, sobre todo en Inglaterra y Francia. Desde 1848 en adelante, durante la expansión y ampliación geográfica de la sociedad industrial y la retirada de la economía ricardiana, la teoría de las etapas volvió a formar parte de la caja de herramientas de los economistas, ahora especialmente en Estados Unidos y Alemania. En aquella época los cambios fundamentales que se podían observar evidenciaban que el mundo estaba entrando en un periodo histórico cualitativamente distinto a los anteriores.

Las teorías de las etapas nacidas durante la primera Revolución Industrial -las de Turgot y el primer Adam Smith- nos presentan a los humanos primero como cazadores y recolectores, leugo com pastores de animales domesticados y después como agricultores, para alcanzar finalmente la etapa del comercio. Es muy significativo que desde finales del siglo XVIII los economistas clásicos ingleses concentran sus análisis en la última etapa de la evolución, el comercio -la oferta y la demanda y los precios-, más que en la producción. Durante el siglo XIX los economistas alemanes y estadounidenses insistían en una interpretación muy diferente de las etapas de desarrollo. Para ellos todas las etapas anteriores se asociaban al modo de producir bienes, y juzgaban un grave error clasificar la siguiente etapa de desarrollo de otra forma. Esta diferencia de opinión sentó los cimientos para la divergencia abierta durante el siglo XIX entre la política económica alemana y estadounidense y la que prescribía la teoría inglesa. Para los economistas ingleses la última etapa era del “comercio”, mientras que para los alemanes y estadounidenses era la de la “industria”.

Éste es el punto clave en el que se desvía la actual economía estándar, descendiente de la “era del comercio” de Adam Smith, de la economía basada en la producción a la que me referí anteriormente como el Otro Canon, descendiente de la economía continental europea (en particular alemana) y estadounidense. La teoría moderna del comercio internacional, tras ignorar la importancia de la tecnología y la producción, como he dicho antes, insiste en que el libre comercio entre una tribu del Neolítico y Silicon Valley tenderá a enriquecer a ambas partes. La teoría del comercio del Otro Canon, por el contrario, insiste en que el libre comercio no beneficiará a ambas partes hasta que hayan alcanzado la misma etapa de desarrollo.

Las teorías de las etapas también permiten entender importantes cuestiones relativas a la población y el desarrollo sostenible: La población precolombina de Norteamérica, que consistía esencialmente en cazadores y recolectores, se ha estimado entre dos y tres millones de personas, mientras que la población precolombina de los Andes, que había alcanzado la etapa agrícola, se ha calculado en doce millones. Esto da una densidad de población entre treinta y cincuenta veces más alta en los Andes, aparentemente inhóspitos, que en las fértiles praderas del norte. Así, el concepto de sostenibilidad sólo cobra sentido cuando se combina con una variable tecnológica, con un modo de producción.

Al concentrar su análisis en el comercio y no en la producción, la teoría económica inglesa, y más tarde neoclásica, fue equiparando poco a poco todas las actividades económicas entendiéndolas como cualitativamente iguales. Las teorías de la producción que se añadieron más tarde a esta tradición anglosajona de la economía -la teoría estándar actual- la veían esencialmente como un proceso consistente en añadir capital al trabajo, de una forma bastante mecánica comparable al riesgo de plantas genéticamente idénticas que crecen en condiciones idénticas. La economía desarrolló, por utilizar la frase de Schumpeter, “la opinión pedestre de que es el capital per se el que impulsa el motor capitalista”.

Al suponer que es el capital, más que la tecnología y los nuevos conocimientos, la fuente del crecimiento, enviamos dinero a unos países de África todavía preindustriales, sin atender a que ese capital no puede ser invertido rentablemente. Hace cien años los economistas alemanes y estadounidenses habrían entendido que la causa de la pobreza en África en su modo de producción, esto es, su ausencia de un sector industrial más que la falta de capital per se. Como juzgaban tanto el conservador Schumpeter como el radical Marx: el capital es estéril son oportunidades de inversión, que provienen esencialmente de las innovaciones y nuevas tecnologías. Los economistas estadounidenses y alemanes de hace cien años también entendían las sinergias, y que sólo la presencia de la industria hacía posible la modernización de la agricultura.

Los textos estándar de economía no tienen en cuenta que las diferencias tecnológicas dan lugar a enormes variaciones en la actividad económica y por consiguiente también crean oportunidades muy diferentes para añadir capital al trabajo de una forma potencialmente rentable. La primera revolución industrial se produjo esencialmente en la producción de tejidos de algodón Los países sin ese sector industrial -las colonias- no tuvieron revolución industrial. Todos entienden la importancia de la revolución industrial, per la teoría del comercio internacional de Ricardo pretende convencernos de que las tribus de la Edad de Piedra se harían tan ricas como los países industriales con tal que adoptaron el libre comercio. No estoy presentando un espantajo fácil de combatir; como muestra la cita del primer secretario general de la OMC Renato Ruggiiero en la Introducción, ésta fue de hecho la concepción que configuró el orden económico mundial después del final de la Guerra Fría.


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La revista Foreign Policy, en uno de sus alegatos más ardientes en favor del libre comercio, un artículo titulado “Trade or Die” ('Comercia o muere') argumentaba que la razón por la que se extinguieron los neardenthales fue la ausencia de libre comercio, cuando en realidad su coexistencia con los sapiens tuvo lugar antes de que los humanos comenzaran a comerciar, cuando el comercio era como mucho un insignificante ritual de intercambio de regalos entre tribus. Aun así, los economistas se aferran al extravagante invento smithiano del salvaje dedicado al trueque, nuestro supuesto antepasado. Cabe señalar que en otra página del mismo número de Foreign Policy, al tratar el asunto de los precios relativos de las entradas de cine, reaparece el sentido común al señalar la importancia de la industria para la riqueza nacional: “Una noche en el cine es realtivamente barata en los países con una gran industria nacional”.

La tradición económica estándar tambén llegó a desechar completamente el “suelo” en el que tenía lugar el proceso de añadir agua a la planta (capital al trabajo), con otras palabras el contexto histórico, político e institucional del proceso de desarrollo. La teoría económica estándar no atiende ni a la obvia concentración del cambio tecnológico en deterinados lugares y momentos, ni a la extrema diferencia de “oportunidades” en distintas actividades económicas como consecuencia de ese efecto de concentración, ni al contexto en que tiene lugar ese proceso.

Cuando la tradición histórica alemana y la escuela institucional estadounidense se desvanecieron, también declinó la comprensión que tenían los economistas de la producción -de lo que se solía llamar “industrialismo”- como auténtica fuente de la riqueza. El economista sueco Johan Akerman explicaba brillantemente cómo se esfumó la producción en la derecha, la izquierda y el centro:

“El capitalismo, los derechos de propiedad y la distribución de la renta se convirtieron en las características esenciales, mientras que el contenido cardinal del industrialismo -el cambio tecnológico, la mecanización, la producción en masa y sus consecuencias económicas y sociales- fue dejado de lado, al menos en parte. Las razones para esta evolución se encuentran probablemente en los tres elementos siguientes: En primer lugar, la teoría económica ricardiana se convirtió en la teoría de las relaciones “naturales”, establecida de una vez para siempre, entre los diversos conceptos económicos (precio, interés, capital, etcétera). En segundo lugar, las crisis económicas periódicas son importantes a este respecto porque sus causas inmediatas se podían encontrar en la esfera monetaria. El cambio tecnológico, fuente primordial del crecimiento y la transformación de la sociedad, desapareció tras las relaciones teóricas que se establecieron entre política monetaria y fluctuaciones económicas. En tercer lugar, y esto es lo más importante, Marx y sus seguidores pudieron capitalizar el descontento del proletariado industrial. Su doctrina ofreció la esperanza de una ley natural que llevaba hacia la “lucha final”, en la que las clases inferiores se harían con el poder y la pirámide de la distribución de la renta se invertiría. En ese proceso en marcha el cambio tecnológico llegó a ser considerado únicamente como una de las condiciones previas para la lucha de clases.”

En resumen, en todo el espectro político se perdió la producción como núcleo de la actividad económica humana. El informe del UNCTAD de 2006 sobre los países menos desarrollados, “Desarrollo de Capacidades Productivas”, es un intento de devolver la producción al núcleo de la economía del desarrollo, que menciona varias de las ideas que presento.

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Del juego de suma cero a la innovación y el crecimiento.



En aquel mundo descrito de la historia antigua de las migraciones, tenían que separarse porque la tierra no era suficiente para que habitasen juntos.

En aquel mundo la riqueza y la pobreza formaban parte de un juego de suma cero; el principal mecanismo de adquisición de riqueza era el cambio de propietario. Esta visión del mundo, mantenida sin duda desde tiempo inmemorial, fue codificada por Aristóteles (Política 1328b, VII, IX, 3) y configuró la filosofía del escolasticismo a finales del medievo en Europa.

La historia tendía a funcionar de manera cíclica, como explicaba el historiador y economista árabe del siglo XIV Ibn Jaldún. Para él las sociedades se constituían mediante la cohesión social, y había sociedades del desierto y sociedades urbanas. A veces una tribu del desierto conquistaba una ciudad, pero declinaba a medida que se iba haciendo más refinada y más débil, y tras cierto número de generaciones la ciudad volvía a ser conquistada por otra tribu del desierto.

Los cambios en determinadas ciudades italianas descritos por Sebastiano Franci en la cita del epígrafe tenían sus orígenes en un cambio fundamental en la visión del mundo tradicional. Ese cambio de mentalidad, que se manifestaba de muchas maneras, se produjo a finales del Renacimiento. Se combinaron muchos factores para hacer que el juego de suma cero desapareciera gradualmente como visión del mundo predominante y al mismo tiempo se introdujera un elemento de progreso por encima de la naturaleza cíclica de la historia. Algunos de eso nuevos elementos estaban presentes desde antes, pero hasta el Renacimiento no reunieron suficiente masa crítica como para inducir un cambio en la visión del mundo tradicional y forjar una nueva cosmología.

Esos nuevos elementos clave del Renacimiento -que por primera vez en la historia generaron una riqueza generalizada en determinadas áreas geográficas- han desaparecido del pensamiento económico actual. Una de las razones de la incapacidad actual para remediar la pobreza mundial es que esos descubrimientos del Renacimiento -y los posteriores de la Ilustración- no se formalizan fácilmente en el lenguaje en el que los economistas han decidido expresarse.

Hace ya tiempo estaba muy claro que la mayor parte de la riqueza se hallaba en las ciudades, y particularmente en algunas de ellas. En ellas vivían ciudadanos libres, mientras que en el campo la mayoría eran siervos, encadenados al territorio y pertenecientes al señor local. A partir de esas observaciones se realizaron investigaciones para tratar de entender los factores que hacían a las ciudades mucho más ricas que el campo circundante. Paulatinamente se fue entendiendo la riqueza de las ciudades como resultado de determinadas sinergias entre gente de muchas actividades y profesiones diferentes que compartían una comunidad.

El erudito y estadista florentino Brunetto Latini (c. 1220-12994) describía esas sinergias como “il ben comune”. La mayoría de los primeros economistas, los mercantilistas y sus homólogos alemanes -los cameralistas-, entendieron tales sinergias como elemento fundamental de su estudio de la riqueza y la pobreza. Casi tres siglos después de Brunetto Latini, Niccolò Machiavelli (1649-1527) repetía: “Es el bien común lo que hace grandes a las ciudades”.

Junto a esa percepción social de la riqueza como fenómeno con una cualidad colectiva esencial, el Renacimiento redescubrió y proclamó la importancia y creatividad de individuo. Sin tener presentes ambas dimensiones -el bien común y el papel del individuo- no se pueden entender la visión renacentista de la sociedad ni el fenómeno del crecimiento económico. Esta ambivalencia teórica, manteniendo simultáneamente presentes como unidades del análisis los intereses de la sociedad y del individuo, caracterizó la teoría económica de la Europa continental, en particular la alemana, hasta la segunda guerra mundial, pero desde entonces ha desaparecido prácticamente. Durante el siglo XX los análisis de este asunto llevaron a importantes debates sobre las relaciones entre distintas formas de libertad (por ejemplo, el equilibrio entre el derecho del individuo a portar armas frente al derecho del resto la sociedad a no ser agredida). La pérdida de esa perspectiva teórica dual, puesta de manifiesto por la frase de Margaret Thatcher “no existe la sociedad, sólo los individuos”, inhibe seriamente nuestra comprensión de la pobreza y de los Estados fracasados. La metodología de la economía estándar la ciega demaisado a menudo frente a las auténticas sinergias.

La visión del mundo de Aristóteles como un juego de suma cero fue dando paso lentamente a una comprensión creciente de que se podían crear -y no sólo conquistar- nuevas riquezas mediante la innovación y la creatividad.

La modificación paulatina del significado de la palabra “innovación” ilumina esa evolución.

La historia de Inglaterra es el modelo prototípico del paso de la pobreza a la riqueza. Antes de convertirse en teoría escrita fue una política práctica y ya en 1581 el autor John Hales entendía la importancia del multiplicador industrial para la riqueza nacional: “¡Qué poca agudeza mostraríamos dejando salir del país nuestros géneros para que otros los trabajen y tener luego que comprarles los productos acabados!”. Ésta es la percepción básica que se halla en todos los países que se fueron industrializando sucesivamente; los mismos principios se aplicaron en Japón y Corea durante la segunda mitad del siglo XX.

En condiciones de costes decrecientes con producción creciente -lo que hemos llamado rendimientos crecientes o economías de escala- los economistas del siglo XVII ya no veían como un problema el aumento de la población. Por el contrario, las economías de escala en la producción y la división del trabajo entre las nuevas profesiones convertían una gran población en una condición para el crecimiento económico; pero para alcanzar la riqueza no bastaba una población grande y creciente, sino que también era enormemente importante la concentración de esa población. El economista inglés William Petty (1623-1687) sugirió en consecuencia desplazar la población de Escocia y otras áreas entonces periféricas a Londres, donde la gente podría contribuir mucho más eficazmente el crecimiento económico que en los semidesérticos márgenes de la isla. Hasta después de 1798, cuando Thomas Malthus (1766-1834) expuso una teoría económica basada en los rendimientos decrecientes en la agricultura (no en la innovación y las economías de escala en la industria) no volvió a considerarse un problema el aumento de la población, como en el Génesis bíblico. La reintroducción por Malthus y su amigo Ricardo de los retornos decrecientes como característica esencial de la economía, y el simultáneo menosprecio de los rendimientos crecientes y de las innovaciones, tuvieron consecuencias dramáticas porque con ellos se perdió la anterior percepción de la riqueza como producto conjunto de las sinergias, rendimientos crecientes e innovaciones. Su insistencia en los rendimientos decrecientes le valió a la economía de Ricardo el calificativo de “ciencia lúgubre”, y su teoría de comercio internacional constituye hasta hoy día la principal excusa para el colonialismo y el neocolonialismo y el núcleo de los mecanismos que mantienen pobres a los países pobres. También se perdió un importante rasgo de la ciencia de la Ilustración: la comprensión de las diferencias mediante la creación de sistemas de clasificación o taxonomías.

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Giordano Bruno (1548-1600), científico y mago hermético quemado en el cadalso en Roma el 1 de julio de 1600 por mantener, entre otras cosas, que el universo en infinito, contribuyó también de forma importante a la apertura de la cosmología económica de Europa.
En el mismísimo núcleo del progreso económico está la combinación dinámica de sinergias e innovaciones en condiciones de una división del trabajo y especialización sustanciales.

La religión iba perdiendo paulatinamente su control universa sobre la sociedad y abriéndose al mismo tiempo a las innovaciones, Roger Bacon el el siglo XIII y Francis Bacon a principios del XVI.

Cuando Constantinopla, capital del Imperio Romano de Oriente (Bizancio), cayó en manos de los turcos en 1453, muchos filósofos bizantinos se trasladaron a Italia; y como consecuencia la filosofía y la iglesia occidentales se vieron profundamente influidas por la Iglesia oriental.

La humanidad se había puesto en movimiento en busca de nuevos conocimientos, y por mcuha sabiduría que absorbiéramos seguiríamos desplazando las fronteras sin fin del conocimiento.

Ésta es, resumidamente, la historia de la evolución de la concepción del crecimiento económico como producto cnjunto de sinergias, una meticulosa división del trabajo, rendimientos crecientes y nuevos conocimientos. Como veremos, también se entendía que el potencial para lograr el crecimiento se limitaba en cada momento a ciertas actividades económicas. Con otras palabras, el crecimiento económico dependía de la actividad. Esta comprensión holística, que también tiene en cuenta diferencias cualitativas, se halla como mucho troceada en la teoría económica actualmente dominante. De vez en cuando se recurre a determinados elementos como los rendimientos crecientes, pero se hace ocasional e individualmente, sin unirlos en una totalidad autorreforazada l bastante convincente como para influir sobre la política económica que permitimos seguir a los países pobres. Los países pobres de hoy día son precisamente aquellos en los que no se encuentran todavía esos elementos a un nivel suficiente. Las colonias eran regiones en las que no se pretendía que tuviera lugar ese tipo de interacción o sinergia, y la teoría del comercio ricardiana fue la primera que consideró moralmente defendible el colonialismo. Aunque la prohibición de industrias manufactureras -ya fuera explícita o de facto- es un elemento clave de cualquier política colonial o neocolonial, la teoría ricardiana estándar del comercio pretende quitarle importancia. Pero el orden económico mundial se basa en esa teoría, una teoría que predice que la integración económica entre una tribu indígena del Amazonas y Silicon Valley tenderá a hacer igualmente ricas a ambas comunidades.

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Lo que España hizo mal

La afirmación de que la industria era la auténtica mina de oro se encuentra en distintas formas en toda Europa desde finales del siglo XVI hasta el XVIII. Después de Botero la encontramos en los escritos de Tommaso Campanella (1602) y Antonio Genovesi (en la década de 1750) en Italia, de Geronimo de Uztáriz en España (1724-1751) y de Anders Berch (1747), el primer profesor de economía fuera de Alemania, en Suecia: “Las auténticas minas de oro son las industrias manufactureras”.

En la economía anterior a Adam Smith la puesta en marcha de la industria se incluyó en la misión más amplia de civilizar la sociedad. El capitalismo se presentaba como un argumento para reprimir y contener las pasiones de la humanidad, para canalizar las energías de los seres humanos hacía algo creativo. El economista italiano Ferdinando Galiani (1728-1787) afirmó que “de la industria se puede esperar que cure los dos principales males de la humanidad, la superstición y la esclavitud”. Sobre este principio se basó la política económica europea, que fue industrializando uno tras otro los países de Europa durante un largo periodo. Construir la “civilización”, construir un sector industrial, y más tarde construir la democracia, se consideraban partes inseparables del mismo proceso. Esta “ortodoxia” fue mencionada también por el estadista y político francés Alexis de Tocqueville (1805-1859) en 1855: “No creo que se pueda mencionar a una sola nación industrial y comercial, desde los tirios hasta los florentinos e ingleses, que no haya sido también libre. De lo que se deduce que existe una estrecha y necesaria relación entre libertad e industria.”
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A finales del siglo XVI España que había contado con una considerable producción industrial, se había desindustrializado notoriamente.

Para los observadores de la época estaba claro que la enorme riqueza constituida por todo el oro y la plata que afluían a España volvía a salir de ella para acabar en lugares como Venecia y Holanda. Existen numerosos estudios de la gigantesca ola de inflación que se extendió a toda Europa desde el sur de España como un lento tsunami. Pero ¿por qué se dirigió todo ese flujo de oro y plata a áreas geográficas tan limitadas? ¿Qué era lo que distinguía a Venecia y Holanda, adonde fue a parar gran parte del oro y la plata españoles, del resto de Europa? La respuesta es que contaban con una industria extensa y diversificada, mientras que su agricultura era escasa. Por toda Europa se difundió la percepción de que las auténticas minas de oro no eran los filones americanos, sino la industria manufacturera. En la obra de Giovanni Botero hallamos la siguiente observación sobre la causa de la riqueza de las ciudades: “Tal es el poder de la industria que ninguna mina de oro o plata en Nueva España o Perú puede comparársele, y los impuestos obtenidos de las mercancías de Milán son más valiosos para el Rey Católico que las minas de Potosí y Jalisco. En Italia no hay minas importantes de oro o plata, y menos aún en el caso de Francia, pero ambos países son ricos en dinero y tesoros gracias a la industria”.

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Alrededor de 1550 muchos economistas españoles comenzaron a percibir lo que estaba sucediendo en su país y elaboraron buenos análisis y sabios consejos. Como señala el historiador estadounidense Earl Hamilton, experto en la economía española durante aquel periodo: “La historia registra pocos ejemplos de un diagnóstico tan preciso de las dolencias de una sociedad por un grupo de filósofos morales ni de un menosprecio tan absoluto por parte de unos estadistas supuestamente sensatos”. En 1558 el ministro español de Hacienda, Luis Ortiz, describía la situación en un memorando al rey Felipe II:

“Con las materias primas de España y las Indias Occidentales -en particular seda, hierro y cochinilla-, que les cuestan sólo un florín, los extranjeros producen artículos acabados que vuelven a vender a España por entre diez y cien florines. España se ve de esa forma sometida a mayores humillaciones por parte del resto de Europa que las que ella misma impone a los indios. A cambio del oro y la plata los españoles ofrecen baratijas de mayor o menor valor; pero al volver a comprar sus propias materias primas a un precio exorbitante, se han convertido en el hazmerreír de toda Europa.”

La idea fundamental aquí -que un producto acabado puede costar entre diez y cien veces el precio de las materias primas que se precisan para producirlo- volvió a aparecer recurrentemente durante siglos en la literatura europea sobre política económica. Entre la materia prima y el producto acabado hay un multiplicador: un proceso industrial que exige y crea conocimiento, mecanización, tecnología, división del trabajo, rendimientos crecientes y -sobre todo- empleo para las masas de subempleados y desempleados que siempre caracteriza a los países pobres. Hoy día, los modelos económicos del Banco Mundial suponen que en los países subdesarrollados existe pleno empleo aunque en algunos lugares menos del veinte o treinta por 100 de la fuerza de trabajo tenga lo que llamamos un “empleo”. En otros tiempos la gente dedicada a la política económica reconocía la magnitud del desempleo, del subempleo y del vagabundeo mendicante, y entendía que el trabajo necesario para transformar la materia prima en productos acabados aumentaría la riqueza de las ciudades y las naciones. La cuestión principal, no obstante, era que las actividades económicas que surgen cuando se trata la materia prima para convertirla en productos acabados obedecen a leyes económicas distintas que la producción de materias primas. El “multiplicador de la industria” era la clave tanto para el progreso como para la libertad política.

Desde finales del siglo XV hasta después de la segunda guerra mundial el tema principal de la política económica -si no de la teoría económica- era por tanto lo que podemos llamar “el culto de la industria”, que llevaba a hablar de “plantar” industrias de la misma manera que uno “plantaría” especies útiles procedentes de otras tierras. A finales del siglo XV se crearon dos instituciones distintas pero con propósitos similares: la protección de los nuevos conocimientos mediante las patentes y la transferencia de esos conocimientos a nuevas áreas geográficas mediante la protección arancelaria.Ambas se basaban en el mismo tipo de pensamiento económico: la creación y difusión geográfica de nuevos conocimientos mediante la instigación de una competencia imperfecta. Una parte indispensable de ese proceso de desarrollo eran las instituciones que “alteran los precios” con respecto a lo que el mercado habría hecho abandonando a sus propias fuerzas: las patentes que creaban un monopolio temporal para nuevos inventos y los aranceles que distorsionaban los precios para los productos manufacturados y permitían que se establecieran nuevas tecnologías y nuevas industrias lejos del lugar donde fueron inventadas.

Esos inventos e innovaciones se crearon de una forma que los mercados, por sí solos, nunca habría podido reproducir. La política económica actual y las instituciones de Washington defienden vigorosamente sólo una de esas instituciones -las patentes que crean flujos de renta cada vez mayores hacia los países más ricos- mientras que prohíben enérgicamente los instrumentos que permitirían la propagación geográfica de la competencia imperfecta en forma de nuevas industrias a otros países. Se acepta la protección de la competencia imperfecta en los países ricos, pero no en los pobres, y esto es lo que hemos denominado “duplicidad de hipótesis” de la teoría económica: en casa se utilizan teorías diferentes a las que se permiten en el Tercer Mundo, siguiendo la vieja pauta colonial. El juego del poder económico siempre da lugar a la misma regla de oro: el que tiene el dinero es el que hace las reglas.

A principios del siglo XVIII se concibió una regla empírica para la política económica en el comercio bilateral, que se difundió rápidamente por toda Europa. Cuando un país exportaba materias primas e importaba productos industriales, se consideraba que hacía un mal comercio. Cuando ese mismo país importaba materias primas y exportaba productos industriales hacía un buen comercio. Resulta particularmente interesante que cuando un país exportaba productos industriales a cambio de otros productos industriales, esto se consideraba un buen comercio para ambas partes. Utilizando una expresión empleada antiguamente por la UNCTAD, el comercio simétrico es bueno para ambas partes, y el comercio asimétrico no beneficia a los países pobres.

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Por eso los partidarios más entusiastas de la industrialización -y de la protección arancelaria- como Friedrich List también lo eran del libre comercio y la globalización, después de que todos los países se hubieran industrializado. Ya en la década de 1840 Friedrich List tenía una receta para una “buena globalización”: si el libre comercio se establecía después de que todos los países del mundo se hubieran industrializado, sería bueno para todos. Lo único en lo que estamos en desacuerdo es en el momento para adoptar el libre comercio y en la secuencia geográfica y estructural en la que tiene lugar el avance hacia el libre comercio.

Durante la reconstrucción de Europa tras la segunda guerra mundial todavía se dejaba sentir ese tipo de razonamiento económico. Después de la guerra la industria estadounidense era muy superior a la europea, pero nadie sugirió que Europa debía plegarse a su propia ventaja comparativa en la agricultura, sino que por el contrario se hizo cuanto se pudo para reindustrializarla con el plan Marshall, que consistía sustancialmente en hacerlo mediante la caja de herramientas tradicional, incluida la protección arancelaria de la industria. Una diferencia con siglos anteriores era que en la Europa posterior a la segunda guerra mundial también había que proteger la agricultura y la ganadería. Sin ebargo, es de vital importancia entender que la protección de la agricultura en el siglo XX se debía a razones totalmente diferentes a las de la protección de la industria. Para el desarrollo de una base industrial se establecía una protección ofesniva destinada a la industrialización y a elevar los salarios reales, mientras que la protección de la agricultura era defensiva y estaba destinada a evitar que la renta del sector agrícola cayera demasiado cuando el proteccionismo ofensivo hacía subir los salarios en los sectores no agrícolas de la economía. Con otras palabras, la protección de la industria que permite la creación de nuevos empleos y hace subir los salarios se basa en una lógica muy diferente a la de la protección del empleo agrícola frente a sus competidores más pobres. El primer tipo de proteccionismo eleva el nivel salarial en todo el país mediante las sinergias creadas, mientras que el segundo tipo ayuda únicamente a los agricultores y a las regiones donde domina la agricultura. La necesidad de esos dos tipos diferentes de proteccionismo sólo se entenderá plenamente cuando comprendamos las diferencias cualitativas entre la industria y la agricultura.

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Alemania sigue los pasos de la estrategia de emulación de Inglaterra, Holanda un ejemplo de paz, tolerancia y emulación

Como en el caso de muchos visitantes de la época, la riqueza, paz, libertad y tolerancia que observaron en Holanda dejaron en ellos una profunda y duradera impresión.

¿Qué vieron Seckendorff y otros economistas de la época en los Países Bajos que les hizo tanta impresión? Conocemos bastante sobre industra y comercio en la ciudad holandesa de Delft en la época en que Seckendroff visitó el país, y aunque no sabemos si visitó esa ciudad, podemos tomarla como ejemplo. Las teorías del economista alemán Werner Sombart sobre la guerra y el lujo pueden verse representadas en Delft por la construcción naval y el arte de la pintura como incentivos en el desarrollo del capitalismo; pero con sus fabricantes de microscopios convertidos en científicos la ciudad confirma la tesis del economista noruego.estadounidense Thorstein Veblen de que la “curiosidad veleidosa” -no guiada por la codicia- también es una fuerza impulsora del capitalismo. En el siglo XVII Delft mostraba que la guerra marítima, el arte como producto de lujo y la curiosidad científica pueden entrelazarse para dar lugar a innovaciones y riqueza en núcleos productivos muy diversificados. La importancia de la diversidad por se -otro factor olvidado por la economía estándar de hoy día- es algo en lo que insisten prácticamente todos los visitantes extranjeros de los Países Bajos en aquella época. En el núcleo de Delft destacan los fabricantes de lentes de vidrio -lupas- utilizadas para el control de calidad en la industria textil.

En el siglo XV los pintores flamencos y holandeses fueron pioneros en el uso de la pintura al óleo sobre lienzo, mientras que los pintores italianos solían pintar al fresco sobre paredes recientemente enyesadas. Los pintores holandeses obtenían su aceite de linaza y sus lienzos de lino o cáñamo de la Armada y la Marina mercante, donde esos materiales se utilizaban para el tratamiento de la madera y la producción de velas. En el siglo XVII Delft le tomó la delantera a Florencia como principal fabricante europeo de vidrio para usos científicos. Como he mencionado, las lupas se utilizaban en la industria textil, pero sus fabricantes encontraron otros campos donde emplearlas. La Armada necesitaba binoculares y telescopios, y algunos de los fabricantes de elntes de vidrio comenzaron a producir microscopios. A veces esos mismos fabricantes de microscopios se convirtieron en científicos, describiendo el nuevo mundo revelado por sus lentes. En Delft el gran fabricante de microscopios y científico Antoni van Leeuwenhoek (1632-1723) creó una sinergia entre la industria textil, la producción de microscopios y las ciencias naturales, centradas en las lentes de vidrio. Para registrar sus descubrimientos empleaba a artistas como ilustradores. Jan Vermeer (1632-1675), que vivía muy cerca de Van Leeuwenhoek, comenzó a utilizar en su pintura una especie de cámara oscura primitiva con lentes de vidrio, como muestra una reciente película, La joven de la Perla. Los lazos entre arte y ciencia se reforzaron cuando Vermeer, antes de su muerte, nombró albacea testamentario a Van Leeuwenhoek.

Otra consecuencia de las operaciones de la Armada era la necesidad de mapas, que ocupaban un lugar destacado en muchas de las pinturas de Vermeer; de hecho, uno de sus biógrafos comenta su “obsesión por los mapas”. En Italia éstos se solían confeccionar como grabados sobre madera; ahora los holandeses comenzaron a producir grabados sobre cobre. El cobre y el latón eran materiales utilizados normalmente para fabricar los binoculares de la Armada y los microscopios científicos, creando así otro nuevo vínculo entre ciencia, arte y armamento naval. Otro holandés, nacido también en 1622 y que también inició su carrera como fabricante de lentes de vidrio, fue el filósofo Baruch Spinoza.

Los Países Bajos eran en aquella época un laboratorio en el que se podían observar los mecanismos del desarrollo económico. A los investigadroes de la época les parecía evidente que las innovaciones y la riqueza eran el resultado de las muchas oportunidades existentes para la invención fuera de la agricultura, la caída de los costes unitarios de producción y los rendimientos crecientes en las actividades urbanas, y la amplitud de la división del trabajo en muchas profesiones diferentes entrelazadas en diversas sinergias. Antonio Serra, basándose en la observación de los mismos fenómenos en Venecia, describía claramente esos tres rpincipios en su obra de 1613, añadiendo que “un factor da fuerza al otro”; con otras palabras, describe un sistema autocatalizado de crecimiento económico. Serra también incluía un capítulo sobre el tipo de política económica que un Estado debe poner en práctica para crear riqueza basándose en ese tipo de sistema. Es como si aquellos teóricos dijeran: si se desea estimar la riqueza de una ciudad, cuéntese el número de profesiones, más rica será la ciudad. La diversidad de actividades económicas era un objetivo en sí mismo que hacía posible que los nuevos conocimientos “saltaran” de un sector a otro como hemos observado. Esos descubrimientos teóricos seguían la tradición del ben comune formulado por Brunetto Latini en el siglo XIII.

El objetivo de la política económica era pues la emulación de la estructura económica vigente en Venecia y Holanda, fomentando tantas profesiones diversas como fuera posible y procurando obtener rendimientos crecientes y facilitar e cambio tecnológico, aunque nunca se trató de copiar exactamente la política económica de Venecia o la República holandesa. Los economistas de la época entendían que su estructura económica era el resultado de una situación geográfica muy particular que las incitaba a la navegación y de la escasez de tierra cultivable. Con otras palabras, la estrategia de desarrollo europea consistió en fijar determinadas referencias y tratar de emularlas.
Otro economista, Phiplipp Wilhelm von Hörnigk (1638-1712) señalan los principios que debían seguir los Estados alemanes atrasados a fin de emular la estructura económica de los países europeros más ricos. Vale la pena señalar que esta estrategia estaba dirigida primordialmente a Austria y fue publicada por primera vez en 1684, tan sólo un año después del último asedio de Viena por los turcos.

Desde muy pronto encontramos la observación de que la proximidad de una ciudad suele mejorar las prácticas agrícolas. Según Botero, “las ovejas holandesas paren tres o cuatro corderos cada vez, y las vacas suelen parir dos terneros; además producen tanta leche que quien no lo haya visto no podría creerlo”. Sin embargo, la importancia clave de la sinergia entre ciudad y campo -el argumento de que sólo los agricultores que comparten un mercado laboral con una ciudad industrial pueden alcanzar la riqueza- no obtuvo un reconocimiento generalizado hasta la Ilustración.

Los alemanes también eran conscientes de que, al menos a corto plazo, no podían emular el sistema político, más democrático, de los Países Bajos o Venecia. Existía una clara relación entre la estructura económica de un Estado y su estructura política y a corto plazo Alemania tenía que vivir con los gobernantes que tenía. La forma de desarrollar el país era convencer a los gobernantes de que modificaran su política económica, lo que a su vez cambiaría -a largo plazo- la forma de gobierno en una dirección más democrática. La autocracia de los gobernantes se iba a convertir en lo que Wilhelm Roscher llamó más tarde (1868) despotismo ilustrado, y los filósofos y economistas de alrededor de 1648 intentaron cambiar paulatinamente la percepción de los gobernantes sobre lo que constituía un reino con éxito.

Seckendorff fue uno de los pioneros de esa escuela de economistas y políticos que iba a dominar Europa durante el siglo siguiente, convenciendo a los reyes y gobernantes de que su derecho a gobernar un país también conllevaba el deber de desarrollar el Estado. Aquéllos fueron los primeros Estados desarrollistas, antecesores de Corea y Taiwán a finales del siglo XX. El gobernante ilustrado -el “rey filósofo” en términos de Christian Wolff- estaba a cargo de una “dictadura desarrollista”, y el papel de los economistas que siguieron a Seckendorff era asesorar, aconsejar, orientar, corregir, halagar y persuadir a los gobernantes para que hicieran adecuadamente su trabajo. Muchos economistas actuaban también como consejos de investigación unipersonales y empresarios de último recurso para los reyes, actividades que frecuentemente les causaron porblemas financieros. La lógica esgrimida era “cuanto mejor sea el gobernante, más rico será el pueblo”. En lugar de juzgar su éxito por su propia pulencia, el gobernante debía atender a la riqueza y felicidad de su pueblo.

El primer profesor de economía del mundo fue Simon Peter Gasser, quien recibió su cátedra de Economía, Política y Ciencia de Cámara en la Universidad de Halle (Alemania) en 1727. Tendrían que pasar casi cien años antes de que Inglaterra creara su primera cátedra de Economía (Adam Smith era profesor de filosofía moral). El primer texto de economía escrito por el primer profesor de economía del mundo, Introducción a la ciencia económica, política y de cámara, comienza con un poema escrito por Seckendorff, que describe los viejos ideales de que el rey se un destro cazador, jinete y espadachín, y de ahí pasa a describir al rey moderno, cuy éxito se mide por el bienestar y justicia que se observa en su territorio.

Erik Reinert, La globalización de la pobreza, op. cit., pp 92-97.

Erik Reinert es profesor de Tecnología, gobernación y desarrollo de estrategias en a Universidad Tecnológica de Tallin, en Estonia, y presidente de The Other Canon Foundation, en Noruega. Es uno de los economistas de desarrollo heteredoxos líderes mundiales, y autor de Globalization, Economic Development and Inequality: An Alternative Perspective (2004).

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La emulación, estrategia económica que nace con Enrique VII de Inglaterra (1485)


Los economistas no dejaron de observar que las “islas de riqueza” europeas solían ser también islas en un sentido geográfico. La riqueza de una ciudad o nación parecía ser, paradójicamente, inversamente porporcional a sus riquezas naturales. Las áreas más importantes, como Holanda y Venecia, tenían pocas tierras cultivables, por lo que se habían visto obligadas a especializarse en la industria manufacturera y el comercio a distancia.

En Florencia, la ciudad-Estado más importante de Europa alejada del mar, los grandes terratenientes estuvieron privados de poder político durante siglos y al igua que en la ciudades-Estados costeras eran los intereses de los artesanos, fabricantes y comerciantes os que dominaban la vida de la ciudad y entendieron muy pronto los mecanismos básicos de la generación de riqueza o pobreza. Los terratenientes constituyeron durante siglos una amenaza constante para los florentinos como potenciales aliados de los enemigos del Estado. La decisión de mantenarlos al margen del poder tenía un propósito doble: asegurar la riqueza y el poder económico mediante el poder industrial y político. Para evitar la especulación y la eventual escasez de alimentos, se prohibió acapararlos fuera de los silos de almacenamiento de la ciudad. El poder económico y el patrocinio sirvieron para fomentar un florecimiento de las artes que distinguía a la sociedad florentina de su entorno feudal. Ese vínculo históricamente crucial entre la estructura política y la estructura económica -entre la democracia y una economía diversificada que ya no dependía exclusivamente de la agricultura y las materias primas- es otra lección olvidada hoy día cuando intentamos, con gran violencia y grandes gastos, establecer la democracia en países con estructuras económicas esencialmente feudales y precapitalistas.

A los países pobres de Europa les quedó pronto claro que había una importante relación entre la estructura productiva de las pocas ciudades-Estado pudientes y su riqueza. Las ciudades-Estado más ricas -Venecia y Amsterdam- tenían un poder de mercado dominante en tre áreas distintas: en términos económicos disfrutaban del tipo de renta al que nos hemos referido anteriormente, que permitía un aumento de los beneficios, de los salarios reales y de los ingresos sometidos a impuestos; en ambas existían sectores artesanales e industriales muy abundantes y diversificados: a principios del siglo XVI la manufactura representaba alrededor del 30 por 100 de todos los empleos en Holanda, mientras que en Venecia había 40.000 hombres empleados tan sólo en los astilleros (el arsenale); además, una y otra controlaban un importante mercado de determinada materia prima, la sal en Venecia y el pescado en Holanda (desde las primeras fases de desarrollo, cuando todavía era realtivamente pobre, Venecia se había esforzado duramente por mantener su posición dominante en el mercado de la sal; en cuanto a Holanda, la invención del arenque salado y encurtido a principios del siglo XIV le había permitido crear un enorme mercado bajo su control); en tercer lugar, ambas habían establecido un comercio a larga distancia muy rentable. La primera prosperidad en Europa se basaba así pues en tre tipos de renta, con un triple poder de mercado en actividades económicas notoriamente ausentes en países europeos más pobres: la industria, un cuasimonoplio de una importante materia prima y un comercio a distancia muy rentable. La riqueza se había creado y mantenido tras altas barreras para obstaculizar la entrada, constituidas por sus mayores conocimientos, la posesión de una gran variedad de actividades industriales que creaban sinergias sistemáticas, el poder de mercado, los bajos costes derivados de las innoavaciones y los rendimientos crecientes -tanto en determinadas industrias como a escala sistemática-, la enorme envergadura de sus operaciones y las economías de escala en el uso de la fuerza militar. A partir de 1485 Inglaterra emuló esa triple estructura de rentas que se había creado en ciudades-Estado europeas sin grandes recursos naturales. Mediante una intervención económica del Estado decisiva, Inglaterra creó su porpio triple sistema de rentas: industria, comercio a larga distancia y el cuasimonopolio de una materia prima, en su caso la lana. El éxito de Inglaterra conduciría finalmente a la decadencia de las ciudades-Estado y el auge de los Estados-nación: las sinergias descubiertas en las ciudades-Estado se extendieron a áreas geográficas más amplias. Ésta iba a ser la esencia del proyecto mercantilista en Europa.

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Retrocediendo por un momento a la teoría económica: antes de Adam Smith se solía suponer que el desarrollo económico se basaba en la búsqueda colectiva de rentas derivada de las sinergias establecidas entre rendimientos crecientes, innovaciones y división del trabajo, que se daba únicamente en las ciudades. Esto es lo contrario de la competencia perfecta postulada actualmente por los textos estándar de economía. Desde los escritos de Ricardo y en particular sus Principios de Economía Política e Impuestos, publicados en el apogeo de la industrialización de Ingaterra en 1817, la pauta es la misma: los países ricos mantienen pobres a los países pobres basándose en teorías que postulan la inexistencia de los mismo factores que dieron lugar a su propia riqueza. Como veremos, todos los países que se hicieron ricos después de 1485 lo hicieron desafiando las teorías económicas de Ricardo.

La primera política industrial deliberada de la historia a gran escala se basó en la observación de lo que había enriquecido a las áreas más ricas de Europa: que el desarrollo tecnológico en determinado campo y en una zona geográfica restringida podía extender la riqueza a toda la nación. El rey Enrique VII de Inglaterra, que llegó al poder en 1485, había pasado su infancia y juventud con una tía en Borgoña, lo que le permitió observar la gran riqueza existente en un área con una gran producción de tejidos de lana. Tanto la lana como el material utilizado para limpiarla (el silicato de aluminio) se importaban de Inglaterra. Cuando Enrique VII se hizo cargo de su pobre reino, que había vendido por adelantado la futura producción de lana durante varios años a banqueros italianos, recordó su adolescencia en el continente. En Borgoña no sólo los productores textiles, sino también otros artesanos y por supuesto los banqueros, vivían en la opulencia. Enrique concluyó que Inglaterra estaba siguiendo un camino equivocado, y decidió un plan paa convertir a Inglaterra en un país productor de tejidos acabados, en lugar de exportar su principal materia prima.

Enrique VII creó abundantes instrumentos de política económica. El primero y más importante eran las tasas a la exportación, que aseguraban que los productores extranjeros de tejidos tuvieran que procesar primas más caras que sus homólogos ingleses. A las fábricas de paño recién establecidas se les garantizó también una exención de impuestos temporal y se concedieron monopolios en ciertas áreas geográficas y durante ciertos periodos. También se incentivó la incorporación de artesanos y empresarios del extranjero, especialmente holandeses e italianos. A medida que crecía la capacidad de producción de paño también se elevaban las tasas a la exportación de lana cruda, hasta que Inglaterra tuvo suficiente capacidad como para procesar toda la lana que producía. Más tarde, unos cien años después, Isabel I decretó un embargo sobre todas las exportaciones de lana cruda desde Inglaterra. En el siglo XVIII Daniel Defoe y otros historiadores constataron la sabiduría de aquella decisión estratégica, a la que denominaron “plan Tudor” por los reyes y reinas de aquella familia. Como Venecia y Holanda, y por los mismos métodos, Inglaterra había adquirido la misma renta triple: un fuerte sector industrial, el monopolio de determinada materia prima (la lana), y el comercio a la rga distancia.

Varios historiadores ingleses señalan que el plan industrial de los Tudor fue el fundamento real de la posterior grandeza de Inglaterra. En el continente ese plan iba a tener importantes consecuencias. Florencia fue una de las ciudades-Estado más duramente golpeadas por la competencia inglesa. Los florentinos trataron de contrarrestarla comprando lana española y reconvirtiendo en parte la producción de paño en la de tejidos de seda, pero la política inglesa tuvo tanto éxito que la edad dorada de Florencia quedó atrás definitivamente.

Los productores de lana de Castilla eran los principales competidores de los ingleses como productores de la materia prima y en 1695 el economista inglés John Cary sugirió que Inglaterra debía comprar toda la lana española existente en el mercado para quemarla. Inglaterra no tenía capacidad suficiente para procesar aquella lana, pero su retirada del mercado reforzaría el poder de mercado inglés:

“Podríamos promover un contrato con los españoles por toda (la lana) que tienen; y si se objeta que entonces tendríamos demasiada, mejor sería quemar el exceso a expensas del público (como hacen los holandeses con sus especias) que tenerla estorbando en el extranjero, algo que no podemos evitar de otra forma, ya que toda la lana europea se manufactura en algún lugar.”

La guerra comercial era en realidad una contienda por la capacidad de llevar a cabo las actividades que proporcionaban los beneficios y los salarios más altos y de las que se podían extraer más impuestos. Para todos los participantes estaba claro que la política comercial era, de hecho, “la guerra por otros medios”.

Durante varios siglos la política comercial europea se basó en el principio de maximizar los sectores industriales de cada país y al mismo tiempo tratar de perjudicar los de los vecinos. Como dijo el economista alemán Friedrich List en 1841: durante varios siglos la política económica de Inglaterra se basó en una regla muy siple: importación de materias primas y exportación de productos industriales. Para ser ricos, países, como Inglaterra y Francia tuvieron que emular las estructuras económicas de Venecia y Holanda, pero no necesariamente su política económica. Los países ya ricos podían permitirse una política muy diferente a la de los países todavía pobres. De hecho, una vez que un país se había industrializado sólidamente, los mismos factores que requerían una protección inicial -conseguir rendimientos crecientes y adquirir nuevas tecnologías- ahora requerían más mercados internacionales y más grandes para desarrollarse y prosperar. La protección industrial lleva consigo la semilla de su propia destrucción: cuando tiene éxito, la protección que se requirió inicialmente se hace contraproducente. Como decía un anónimo viajero italiano acerca de Holanda en 1786: “Los aranceles son tan útiles para introducir las artes (esto es, la industria) en un país, como dañinos son una vez que éstas se han establecido”. Ahí está la clave para entender como un proceso el establecimiento del libre comercio. Una vez más, esa enseñanza se ha olvidado en la teoría económica que actualmente se aplica en muchos países del mundo.

Los principios fundamentales de los instrumentos de política económica de Enrique VII han sido desde entonces ingredientes obligatorios de la política económica de todos los países que se han abierto una vía para salir de la pobreza y hacerse ricos. Las excepciones a esta egla son escasas. Una pequeña ciudad-Estado desprovista de recursos pero con un gran entorno, como Hong Kong, puede hacerse rica de la misma forma “natural” que lo hicieron Venecia y Holanda. Al estudiar los mecanismos internos de tales Estados queda claro en cualquier caso que el principio de creación de riqueza -desde el coste de una licencia de taxi hasta las enorme corporaciones de una ciudad como Hong Kong- no es una competencia perfecta, sino manipulación del mercado, esto es, el aprovechamiento de una competencia más imperfecta que perfecta.

El primer Secretario del Tesoro estadounidense, Alexander Hamilton, recreó con su Informe sobre las Manufacturas en Estados Unidos, de 1791, una caja de herramientas muy similar a la de Enrique VII. Los objetivos declarados de Hamilton eran los mismos: una mayor división del trabajo y un mayor sector industrial. La misma caja de herramientas se empleó en prácticamente todos los países de la Europa continental durante el siglo XIX, incluido mi propio país, Noruega, en la periferia europea. Las teorías del economista alemán Friedrich List -que vivió lo suficiente en Estados Unidos como para convertirse en ciudadano americano- fueron la principal inspiración para los países de Europa que siguieron la vía de la industrialización inglesa. Las obras de List fueron traducidas a muchas lenguas y a misma caja de herramientas “listiana” se utilizó en Japón desde la restauración Meiji en la década de 1870 y en Corea -un país más pobre que Tanzania en 1950- a partir de la década de 1960. Los países pobres son los que no han empleado esa caja de herramientas, o los que la han empleado durante un periodo demasiado corto y/o de una forma estática que ha impedido que la dinámica competitiva echara raíces. La comparación entre el proteccionismo “bueno” y el “malo” en en Apéndice VI pone de relieve las diferencias cualitativas entre distintas prácticas proteccionistas.

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op.cit., pp.77-82










La caja de herramientas de la emulación y el desarrollo económico

...the fundamental thing apply, as time goes by.
Sam, el pianista, en Casablanca.


1.Observación de las sinergias de riqueza en torno a actividades con rendimientos crecientes y mecanización continua en general. Reconocimiento de que “vamos por un camino equivocado”. Designación, apoyo y protección consciente a esas actividades con rendimientos crecientes.
2.Protección/patentes/monopolios temporales en determinadas actividades y áreas geográficas.
3.Reconocimiento del desarrollo como un fenómeno de sinergia y en consecuencia de la necesidad de un sector industrial diversificado (“maximización de la división del trabajo”, Serra, 1613).
4.Un sector industrial resuelve simultáneamente tres problemas endémicos del Tercer Mundo: aumento del producto interior bruto (PIB), aumento del empleo y resolución de los problemas en la balanza de pagos.
5.Atraer extranjeros para trabajar en determinadas actividades (históricamente, las persecuciones religiosas han contribuido notablemente a este trasvase).
6.Supresión relativa de la aristocracia terrateniente y otros grupos con intereses creados en la producción de materias primas (desde el rey Enrique VII en la década de 1480 hasta Corea e la de 1960). La fisiocracia, origen de la economía neoclásica actual, representó la rebelión de la clase terrateniente contra las medidas enumeradas en esta lista en la Francia prerrevolucionaria. La guerra civil americana fue un conflicto típico entre librecambistas y exportadores de materias primas (el Sur) por un lado y la clase industrializadora (el Norte) por otro. Los países pobres de hoy día son aquellos en cuyos conflictos políticos y guerras civiles ha vencido “el Sur”. Abrirse demasiado pronto al libre comercio convierte al “Sur” en vencedor político. La economía estándar y las condiciones impuestas por las instituciones de Washintong representan de hecho un apoyo incondicional al “Sur” en todos los países pobres.
7.Reducción de impuestos para determinadas actividades.
8.Créditos baratos para determinadas actividades.
9.Subvenciones a la exportación para determinadas actividades.
10.Fuerte apoyo al sector agrícola, a pesar de juzgarlo claramente incapaz de sacar por su cuenta al país de la pobreza.
11.Atención al aprendizaje/educación (sistema de aprendizaje en el Reino Unido con Isabel I, La nueva Atlántida de Francis Bacon, academias científicas, tanto en Inglaterra como en el continente).
12.Protección mediante patentes de conocimientos valiosos (Venecia desde la década de 1490).
13.Elevados impuestos o prohibición de la exportación de materias primas a fin de encarecerlas para los países competidores (esto comenzó a finales del siglo XV con el rey Enrique VII, cuya política fue muy eficiente en cuanto al perjuicio ocasionado a la industria lanera de la Florencia de los Medici).

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op. cit., pp. 82-83
























Irlanda aprende del pasado

En juio de 1980 me vino a la mente el “despotismo ilustrado” de Wilhelm Roscher. Tras concluir mi tesis doctoral conseguí mi primer empleo en una firma estadounidense de consultoría, Telesis. Al principio de mi primer encargo me encontré, en compañía del director de Telesis, en la oficina del primer ministro irlandés Charles Haughey. Estábamos solos los tres. La tarea consistía en evaluar la política industrial irlandesa tras la segunda guerra mundial y hacer recomendaciones para el futuro, y debíamos informar directamente a la oficina de primer ministro.

Haughey, que era contable de profesión, había realizado la siguiente declaración a la nación irlandesa e 9 de enero de aquel mismo año:
“Quiero hablarles esta noche sobre el estado de la nación y el panorama que debo presentarles no es, desgraciadamente, demasiado optimista. Las cifras que nos llegan nos muestran muy claramente algo, y es que en conjunto estamos viviendo muy por encima de nuestros medios. Hemos estado viviendo a un nivel que simplemente no es acorde con la cantidad de bienes y servicios que producimos. Para compensar la diferencia hemos venido contrayendo deudas enormes, a una velocidad que no puede continuar. Unas pocas cifras les dejarán esto muy claro, tenemos que reorganizar el gasto público y sólo podremos emprender aquellas cosas que nos podeamos permitir”.

Irlanda se había incorporado en 1973 a la Comunidad Europea, que le había concedido abundantes fondos para su sector agrícola; pero eso había creado un exceso de capacidad y había endeudado a los granjeros en un mercado muy difícil. Mi recuerdo de aquel encuentro es que Haughey tenía un proyecto: “Hay ahí fuera una nueva tecnología que se aproxima, y quiero su ayuda para que Irlanda se ponga a la vanguardia de esa tecnología”. Se refería a la tecnología de la información y pretendía emular a los países ricos, ponerse a su altura y seguir adelante con la nueva tecnología. Yo era el único economista del equipo, y le asesoramos siguiendo la línea del “análisis de negocios”.

Hoy día se le atribuye a Haughey el enorme éxito de la transformación de la economía irlandesa desde la década de 1980, basada en una pronta decisión de insertarse en la tecnología de la información. Al cabo de poco tiempo los salarios reales en Irlanda superaban a los de Inglaterra, la antigua metrópoli colonial. Con su visión y liderazgo, Haughey había desempeñado un papel análogo al de los déspotas ilustrados de la Europa del siglo XVIII.

Pasé en Dublín la mayor parte del año que siguió a mi encuentro inicial con Haughey, y además de mis lecturas en la biblioteca del Trinity College mis colegas irlandeses me informaron sobre el pasado industrial de la isla. A finales del siglo XVII Irlanda -entonces colonia británica- estaba a punto de ponerse a la vanguardia de la industria más importante de la época, la producción de paños de lana, gracias a la ayuda de un puñado de hábiles inmigrantes católicos del continente. Los productores ingleses de paño -que a su vez le estaban ganando la batalla a la industria lanera de Florencia- no podían permitirse perder su ventaja competitiva a manos de los irlandeses, y pidieron con éxito el rey inglés que prohibiera todas las exportaciones de paño desde Irlanda a partir de 1699.

Todavía no existía la teoría del comercio de Ricardo, así que todos sabían que matar el sector industrial y obligar a los irlandeses a enviar su lana cruda a Inglaterra equivalía a empobrecer el país. Tales prácticas eran normalmente defendidas aduciendo el hecho de que todas las potencias europeas hacían lo mismo en sus colonias. Ya me he referido al economista inglés John Cary, que al tiempo que defendía el libre comercio proponía “la pena de muerte para los que exportaron materias primas”, y ese mismo John Cary estaba empeñado en poner fin a la exportación irlandesa de tejidos de lana. Su argumentación se basaba en la metáfora económica habitual en su época, la del cuerpo humano. Afirmaba que Inglaterra era la cabeza del cuerpo de la Commonwealth, mientras que Irlanda era un miembro periférico, y naturalmente tenían que prevalecer los intereses de la cabeza. Esto provocó naturalmente un amargo resentimiento en Irlanda, donde el decano del Trinity College, John Hely-Hutchinson (1724-1794), escribió un libro explicando que las restricciones comerciales impuestas a Irlanda desde 1699 la habían reducido a la pobreza (The Commercial Restraints of Ireland Considered in a Series of Letters to a Noble Lord). El libro, publicado anónimamente, fue condenado a ser quemado por el verdugo por sus sediciosas doctrinas. Fue el último libro que sufrió ese destino en Inglaterra.

En Estados Unidos, durante el siglo XIX, los obreros inmigrantes irlandeses defendían encarnizadamente el “sistema industrial americano”, basado en una rigurosa protección que permitiera al país industrializarse. Recordaban que a Irlanda le habían robado su industria, y no querían que su nuevo país se viera sometido al mismo trato por Inglaterra (que protestó con vehemencia contra la industrialización estadounidense durante más de un siglo). Habría sido como prohibir a Silicon Valley exportar electrónica durante la década de 1990. En 1699 se le había impedido a Irlanda emular a Inglaterra; ahora, en 1989, el país se cobró su venganza mediante la adopción de una estrategia para conquistar la que se iba a convertir en la tecnología mundial dominante durante las décadas siguientes, esto es, la tecnología de información, y efectivamente se produjo una explosión productiva que catapultó los niveles salariales nacionales por encima de los de la antigua potencia colonial. Quizá esté atribuyendo demasiada importancia a este episodio, pero hay algo de épico en el contraste entre la prohibición a la Irlanda colonial en 1699 del uso de la tecnología más importante de la época -la producción de paños de lana- para la exportación, y su éxito tres siglos después en la tecnología más avanzada de nuestra época, la tecnología de la información.

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pp.99






















La psicóloga Diana Baumrind detectó, en estudios llevados a cabo ya en la década de 1970, que los hijos de padres autoritarios tendían a ser conflictivos e irritables, mientras que los hijos de padres permisivos solían mostrar comportamientos compulsivos, con pocos recursos personales y baja capacidad para lograr sus metas. Las investigaciones posteriores han confirmado estos patrones heredados. Si decimos a nuestros hijos qué deben sentir, les enseñamos a desconfíar de sus propios sentimientos. Todos los comportamientos no son aceptables, pero todas las emociones y los deseos lo son. Los padres deberían, por tanto, imponer ciertos límites sobre los comportamientos, pero no sobre las emociones y los deseos.

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Hemos vivido una época de transición que descoloca a muchas personas, porque desde el rechazo al autoritarismo muchos padres se han convertido en educadores permisivos. Esta posición permisiva suele responder al miedo de dañar al niño, fruto de la gran cantidad de información, a veces indiscriminada, que brota de todas partes: medios de comunicación, vecinos, amigos, familiares... Los estudios demuestran, sin embargo, que muchas creencias populares respecto a la educación de los hijos y de las relaciones humanas están sesgadas cuando no equivocadas. La educación permisiva otorga una plataforma segura al niño, pero descoloca a los padres, que, temerosos y débiles, pierden su columna vertebral, aquella que sostiene su sentido de autoridad y que no debiera confundirse con el autoritarismo. En lugar de ayudar o de guíar al niño, los padres permisivos lo cargan con decisiones impropias de su edad. Entregan el poder de decisión a un niño inmaduro, que sufre las consecuencias del desconcierto de sus padres.

¿Cuándo es aceptable la permisividad? El psicçologo Haim Ginott, autor de libros tan influyentes como Between Parent and Child, sugería que la permisividad es aceptable cuando implica respetar la naturaleza infantil de los niños: los niños prefieren correr a andar, se ensucian con facilidad y ponen caras divertidas frente al espejo. Si permitimos que los niños se comporten de la forma espontánea que les es inherente, les animamos a que expresen con mayor soltura y confianza sus emociones y sus pensamientos. La permisividad mal entendida significa, en cambio, que aceptamos actos indeseables, como por ejemplo comportamientos agresivos o destructivos. Este tipo de permisividad genera ansiedad y demandas cada vez menos razonables, que los padres, y más adelante la sociedad, no podrán conceder.

Existe una educación consciente, a medio camino entre el autoritarismo y la permisividad. La educación es cuestión de equilibrio, un equilibrio que se ha de buscar de forma constante porque todos los días no son iguales y las circunstancias cambian y oscilan, a veces sutilmente. En este equilibrio el niño tiene su propia vida emocional, sus preferencias, su lugar; y el adulto también. Es un camino de doble sentido entre todos los miembros de la familia: “Yo te respeto y tú me respetas”. Lo que debe guiarnos no son reglas rígidas sino unos pocos criterios básicos que conocemos desde que somos capaces de estudiar las emociones: entre ellos destacan el amor incondicional, el desarrollo de la autoestima, enseñar al niño a responsabilizarse de sus actos y el respeto hacia las necesidades de los demás (basado en el desarrollo de la empatía).

Los hijos de padres que aplican estos criterios de inteligencia emocional muestran más disposición a ser cooperativos, enérgicos, sociables y capaces de alcanzar metas. El aprendizaje de criterios educativos equilibrados y emocionalmente inteligentes por parte de los padres tiene una repercusión enorme sobre los hijos. Sabemos, por ejemplo, que los hijos de padres emocionalmente inteligentes suelen elegir amigos cuyos padres también son emocionalmente inteligentes. De esta forma nuestro estilo educativo tiene repercusiones incluso sobre los amigos que elijen nuestros hijos.

Explica John Gottman, catedrático de Psicología de la Universidad de Washington, que el primer paso que han de dar los padres para educar a sus hijos con inteligencia emocional es comprender su forma particular de enfrentarse a las emociones y el impacto que esto tiene sobre sus hijos. Básicamente los padres tienden a uno de cuatro estilos educativos: despreciativo, condenatorio, no intervencionista o emocionalmente competente. Con lospadres condenatorios o despreciativos los niños aprenden que sus sentimientos son inapropiados o no son válidos. Pueden llegar a creer que hay algo innato que está mal en ellos por cómo se sienten Los padres no intervencionistas, en cambio, están llenos de empatía por sus hijos y les aseguran continuamente, de acto y de palabra, que pase lo que pase, ellos lo aceptan. Pero no parecen capaces o dispuestos a enfrentarse a las emociones negativas. Esto puede infundir miedo a un niño pequeño porque no tiene la experiencia o el conocimiento para escapar del “agujero” de las emociones. Estos niños no aprenden, por tanto, a regular sus emociones; les cuesta concentrarse y mantener o formar amistades con los demás niños.

Los padres emocionalmente competentes, aseura, Gottman, también aceptan de manera incondicional los sentimientos y las emociones de sus hijos. Sin embargo, a diferencia de los padres no intervencionistas, saben que las emociones pueden cumplir un papel útil en sus vidas. Valoran las emociones negativas de sus hijos como oportunidades para la intimidad emocional: escuchan, empatizan, ayudan al niño a definir sus emociones, ponen límites y enseñan tácticas de resolución de conflictos. Son sensibles a los estados emocionales del niño, aun cuando éstos sean sutiles. No se burlan de las emociones del niño ni le dicen cómo debería sentirse. Los hijos aprenden a confiar en sus sentimientos, a regular sus emociones y a resolver problemas.

La labor de los padres es alentar al niño para que desarrolle sus habilidades. Existen diversos obstáculos en esta tarea, pensamientos que albergamos porque nos dijeron alguna vez que eran ciertos y no los cuestionamos; o porque creemos desear lo mejor para nuestros hijos y en función de nuestros temores intentamos convertirles en personas que no son. Las expectativas a veces nos impiden percibir quién es, realmente, la persona que tenemos a nuestro lado, niño o adulto. Si mantenemos nuestras expectativas abiertas, aceptaremos que los demás son seres independientes, que no nos pertenecen y que tienen su propio camino. Otro peligro en este sentido radica en la humillación. Humillamos a los demás cuando nos burlamos de ellos o cuando les decimos frecuentemente frases o coletillas en apariencia inofensivas: “Eres un bobo”, “Menudo despistado...”. Las etiquetas son otro de los obstáculos que deben evitarse: “Eres torpe”, o incluso etiquetas supuestamente positivas, como “¡Clarita es tan buena!”, ayudan al niño a fijar de forma rígida su incipiente idea de quién es. Es fácil, por cierto, fijar los defectos del niño a través de etiquetas. Lo evitaremos si mantenemos una mirada generosa sobre el otro y si eliminamos las palabras “jamás”, o “nunca”, porque éstas cierran todas las puertas a un posible cambio. Comparar a nuestros seres queridos con algo o con alguien también es negativo, porque implica que su valor varía según las circunstancias. En cuanto a la crítica constante, debilita el esfuerzo de las personas. Un esfuerzo grande puede arrojar un resultado pequeño, pero la persona que lo ha llevado a cabo merece respeto y apoyo. Todas estas trampas sutiles de la convivencia y la educación tienen consecuencias dañinas y duraderas para el desarrollo emocional de aquellos que nos rodean, tantos niños como adultos, y conviene que seamos conscientes de ellas para desterrarlas de nuestra forma de relacionarnos con los demás.


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La escuela no podrá asumir toda la carga educativa en contra de los valores que las demas estructuras sociales no pueden asumir.

Un gran obstáculo para ello lo supone la falta de tiempo de las familias, que afecta tanto a los niños como a las comunidades sociales. Los padres trabajan más para mantener a sus familias -padre y madre pasan largas horas en las oficinas y los niños se encuentran más solos, frente a la televisión-. Las familias nucleares de padres y uno o dos hijos han reemplazado los grupos familiares más amplios donde el niño podía encontrar amparo. Las calles se han vuelto peligrosas y los niños han perdido la libertad de jugar con sus amigos sin riesgo. El mundo donde los niños solían aprender las destrezas sociales y emocionales básicas ha cambiado tanto que no hemos sabido reaccionar para poder transmitir adecuadamente las habilidades básicas para vivir. Los estudios más recientes indican que están cayendo las curvas de destrezas sociales y emocionales de los niños. La media de los niños occidentales están más nerviosos, más irritables, más deprimidos y se sienten más solos. Su comportamiento es más impulsivo y más desobediente. Hemos empeorado en las últimas décadas en más de cuarenta indicadores de bienestar infantil.

La madurez emocional del niño será clave en el manejo de estas circunstancias adversas. Sin embargo, los consejos que escuchan los padres de forma habitual no suelen referirse a las emociones. A los padres se les dan, generalmente, normas para corregir el comportamiento del niño, pero se ignoran los sentimientos y las emociones que causan y subyacen tras este comportamiento. Para los padres la educación emocional significa llegar a comprender los sentimientos de los hijos y ser capaces de calmarlos y guiarlos. Cuando los padres ofrecen empatía a sus hijos y les ayudan a enfrentarse a las emociones negativas -a la ira, a la tristeza o al miedo- se crean lazos de lealtad y de afecto entre padres e hijos. La obediencia y la responsabiidad fluyen entonces con mayor naturalidad desde el sentido de conexión que se crea entre los miembros de la familia. Para los hijos la inteligencia emocional se traduce por la habilidad de controlar los impulsos y la ansiedad, tolerar la frustración, motivarse a sí mismos, comprender las señales emocionales de los demás y mantener el equilibrio durante las épocas de cambios.

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Los paradigmas de la dominación y de la cooperación

Si damos un paso atrás y reflexionamos brevemente acerca de los enfoques sociales en los que puede enmarcarse la disciplina parental, resulta interesante considerar los dos modelos básicos que la escritora Riane Eisler (The Chalice and the Blade, 1987) describe y que a veces compiten dentro de una misma cultura: los paradigmas de la dominación y de la cooperación.

El paradigma de la dominación ha sido el modelo tradicional presente en gran parte de la historia europea. Tomemos, a modo de ejemplo, cuatro necesidades universales para el desarrollo de los niños: el sentido de pertenencia, el desarrollo de determinadas competencias o habiidades, la independencia y la generosidad. Si comparamos la forma en que los dos paradigmas -el de la dominación y el de la cooperación- valoran las necesidades de los niños de cara a estas necesidades, veremos reflejados muchos de los criterios educativos y disciplinarios actuales que imponemos a nuestros hijos:


El sentido de pertenencia es el principio que subyace en las culturas cooperativas. La importancia de cada miembro de las sociedades cooperativas se mide en función de su pertenencia al grupo, mientras que en los paradigmas de dominación otorgan mayor importancia al individuo que sobresale de los demás.

El desarrollo de determinadas competencias puede valorarse en función de cuánto ha mejorado el individuo -es decir, la superación de dificultades- o bien comparando su nivel de competencia con e de otros. En las culturas dominantes los ganadores muestran su competencia derrotando a los perdedores. En los paradigmas cooperativos todos los logros pueden celebrarse.

La independencia permite que cada persona ejerza cierto control sobre su vida. La sensación de controlar nuestro destino, al menos parcialmente, es uno de los indicadores de felicidad más determinantes. En el paradigma de la dominación, sin embargo, unos pocos pueden ocupar puestos de poder, pero la mayoría tiene que someterse.

La generosidad tiene mucha importancia en entornos donde la cooperación, es decir las relaciones interpersonales, son básicas. En cambio, en los paradigmas o culturas donde prevalece la dominación se mide la calidad de vida en términos de acumulación de bienes materiales.

En otras palabras: en general, en nuestras sociedades occidentales pretendemos que nuestros hijos aprendan que cuanto más sobresalen sobre los demás, más valen; que su habilidad se comprueba derrotando a los perdedores; que deben intentar copar un puesto que les permita someter a los demás; y que la calidad de vida se mide en términos de acumulación de bienes materiales.

Éstos son los valores que de forma frecuente subyacen en el mundo en el que desearíamos ver triunfar a nuestros hijos. La otra cara de la moneda es que los valores que consideramos deseables para nuestros hijos también rigen la forma que tenemos de disciplinarnos. Les disciplinamos porque deseamos que consigan determinados fines, que sean triunfadores en una sociedad dominada por el paradigma de la dominación. Para ello utilizamos una disciplina tan áspera como los fines a los que va dirigida: la disciplina del más fuerte sobre el más débil, aquella que a la fuerza impondrá sus valores a unos seres que consideramos inmaduros y, por tanto, ignorantes.

Los dos términos, sin embargo, no tendrían por qué ir aparejados. La inmadurez no implica ignorancia, sino simplemente falta de experiencia. Los niños tienen, a pesar de su falta de experiencia, preferencias y una visión de la vida que los adultos no tienen derecho a arrebatarles. Sus emociones son tan intensas como las nuestras. Damos por sentado que tenemos derecho a “programar” a nuestros hijos y a menudo confundimos el derecho a educarles con el derecho a adoctrinarles. Y apenas nadie lo discute, aunque alguna voz, como la del genetista y escritor Richard Dawkins, denuncia de forma contundente estas prácticas habituales como un inaceptable lavado de cerebro de la infancia.

En la mayor parte de los países del mundo las sociedades patriarcales, basadas sobre el paradigma de la dominación, también han negado a las mujeres el derecho a una visión del mundo diferente a la de los hombres. Y de la misma forma la violencia se utiliza para amordazarlas y someterlas. En aquellos pocos lugares del planeta donde los derechos humanos entre los sexos se admiten, como es el caso de nuestras sociedades occidentales, parece probable que los derechos de los niños emprenderán un camino similar, porque poco a poco se abre paso la convicción de que la visión y la aportación de cada ser humao, pequeño o grande, joven o viejo, hombre o mujer, merecen respeto y enriquecen la comunidad a la que pertenenecen.











Disciplinar como la naturaleza: si camino distraído, me caigo.

La palabra “disciplina” viene de una palabra griega que significa “entrenar”. Asegura Gary Chapman que los padres dedican más de una década a entrenar a sus hijos hasta un nivel aceptable de autodisciplina, sin contar con el estadio infantil, que requiere un control total de los hijos. “Éste es el camino hacia la madurez que todos los niños deben recorrer. Es una labor ingente para los padres, que requiere sabiduría, imaginación, paciencia y mucho amor”.

Para que el niño no recorra este camino con resentimiento y hostilidad, o incluso de forma obstructiva, deberá sentirse aceptado por sus padres. Por ejemplo, un niño que piensa que es una carga para su padre tendrá baja autoestima, pero también considerará que su padre lo castiga simplemente porque no quiere molestarse en atenderlo. Crecerá con una mezcla de baja autoestima y de resentimiento hacia su padre.

Si nos educaron con criterios de restricción y dureza, o si nuestros propios padres nos demostraban poco afecto, tal vez seamos reacios a reconocer la importancia de alimentar emocionalmente a nuestros hijos. En estos casos muchas personas piensan que el papel principal de los padres es castigar al hijo, enderezarlo para que encaje en una determinada forma de vida. Tal vez desde esta visión restringida de la disciplina, en la que el castigo ocupa un lugar preponderante, olvidan que existen muchas otras formas de comunicarnos con nuestros hijos: podemos hablar, discutir, aclarar y resolver verbalmente una situación.

Los hijos tienden a admitir mucho mejor las normas si éstas se han consensuado con ellos y esto puede hacerse de forma cada vez más frecuente a partir de la preadolescencia. El ejemplo personal es otra forma de entrenar a un hijo hacia cuotas aceptables de disciplina, así como fijarse en los ejemplos prácticos que nos rodean. Incluso los refuerzos positivos o negativos, como las recompensas, ayudan a veces a modificar el comportamiento aunque son controvertidos porque llevan fácilmente a la manipulación de unos y otros. En resumen, existen muchas formas de disciplina que pueden ayudar a controlar el comportamiento de un niño. El castigo, que para muchos padres es sinónimo de disciplina, es en realidad sólo una de sus expresiones y también es la más negativa. Resulta paradójico, y es poco conocido por los educadores en general, el hecho comprobado a través de la “teoría del castigo insuficiente” de que cuanto más duro es el castigo que se aplica a un niño menos probabilidades existen de que este niño cambie de actitud o de comportamiento.
El castigo es algo arbitrario, injusto, impuesto por el adulto. El niño se siente humillado y dolido y se rebela, interior o exteriormente, ante el castigo. La palabra castigo es una palabra cargada de connotaciones negativas.

Las consecuencias, sin embargo, no son arbitrarias porque están directamente relacionadas con el mal comportamiento. Si rayo un banco, por ejemplo, lo tengo que pintar, pero no me impiden salir con mis amigos. En este sentido resulta muy positivo, cuando disciplinamos a un hijo, aplicar consecuencias como lo hace la naturaleza: si camino distraído, ¡me caigo! Aplicar consecuencias no requiere humillar ni sermonear al niño, porque no pretendemos que las consecuencias duelan, sino que ayuden al niño a responsabilizarse de su comportamiento.

Cuando pretendemos modificar el comportamiento o el rendimiento de una persona, resulta crucial no centrarse en las debilidades sino en las capacidades reales o potenciales que posee. Esto exige, por parte del adulto, una mirada compasiva y generosa. La tendencia natural de las personas, tanto con sus hijos como son sus subordinados o compañeros de trabajo, es intentar arreglar de forma expeditiva a través de la confrontación los problemasa o los defectos que percibimos en el otro. Esto no suele dar buenos resultados, porque el otro se sentirá agredido y reaccionará, inevitablemente, a la defensiva. El estrés no facilita la transformación: tiende a bloquear, psíquica y emocionalmente, a las personas.

El estrés debe ocupar un lugar modesto en nuestras relaciones interpersonales: cuando sea imprescindible, los expertos recomiendan que la crítica constructiva sea específica, sugiera soluciones y no roce la crítica personal; pero en general ayudaremos más eficazmente a quienes nos rodean mediante el ejemplo, la inspiración y la confianza.
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Tras el comportamiento del niño se esconde su necesidad de recibir amor.

En principio, y como criterio básico, el comportamiento de un hijo está casi siempre ligado a la necesidad de recibir amor. Pero aunque el niño comprende de forma instintiva que necesita recibir amor -es su alimento emocional básico- no es capaz de tener en cuenta, al menos en sus primeros años de vida, las necesidades de sus padres, porque ama con un amor que está centrado sobre sus propias necesidades. Si no se siente incondicionalmente amado, el niño sentirá la necesidad apremiante de reafirmar que sus padres lo quieren. La respuesta de los padres a esta pregunta sigilosa determina en buena parte el comportamiento del niño.

El niño reclama amor en forma de atención. La atención que reclama el niño es, por tanto, el alimento de su vida emocional. Sin embargo, no es aconsejable dar al niño cualquier tipo de atención, merecida o inmerecida. El arte de ser padres consiste en regular esta atención a la medida del niño, es decir, en saber dar a los hijos una atención merecida, en vez de la atención inmerecida que nos exigiría un niño demandante o exigente, como define la pedagoga mexicana Rosa Barocio aquellos niños que exigen atención de forma indiscriminada.

El niño exigente reclama amor en forma de atención de forma desmedida, agotando la paciencia y las energías de sus padres. Evidentemente hay que lograr encontrar un equilibrio que respete a cada parte, padres e hijos, de forma mutua. El egoísmo y el egocentrismo son naturales en la infancia y precisamente por ello una buena labor educativa ayudará al niño a tomar a los demás en cuenta, a ser sociable y a dar los pasos paulatinos necesarios para dejar de ser una persona egocéntrica. La educación emocionalmente inteligente enseña al niño a tolerar la frustración y a comprender y aceptar que los demás también tienen necesidades y derechos.

A medida que el niño crece sus necesidades cambian, tanto en la cantidad como en el tipo de atención requerida.

La atención que reclama el niño exigente adopta distintas formas aunque es importante tener en cuenta que estos rasgos se dan ocasionalmente en muchos niños y sólo son preocupantes cuando se convierten en habituales. Algunos niños exigentes piden cosas materiales de forma constante, otros parlotean incesantemente o bien reclaman la atención visual del aduto. Éstos suelen ser de temperamento sanguíneo y extrovertido y su demanda exgerada de atención puede adotar al adulto. Otros niños, de temperamento más melancólico o flamático, piden atención a través del lloro y de la queja. Parecen tímidos y desvalidos y reclaman con frecuencia ayuda, aunque en muchos casos serían capaces de solucionar sus propios problemas. Más adelante se convertirán fácilmente en personas dependientes y victimistas. Los niños vanidosos, en cambio, necesitan halagos constantes; sus padres les pasean como si fuesen un trofeo. Otros niños dedican sus esfuerzos a contentar las expectativas de sus padres; los niños muy complacientes llegan incluso a perder el contacto con sus propias necesidades. En esta línea el niño modelo carga con una etiqueta “positiva” que lo obliga a intentar ser responsable y perfecto: será un niño estresado, porque la perfección resulta una carga tremenda. El niño modelo cree, porque recibe amor condicional, que los demás sólo lo podrán querer por sus cualidades e intentará reprimir lo que considera la parte menos aceptable de su carácter.

Algunos niños, especialmente los de temperamento colérico, se sienten fuertes y exigen que no se les controle. Retan la autoridad del adulto y exhiben conductas poco decorosas o molestas. Si el niño rompe, daña o hiere a los demás, dice claramente que está herido. El niño de comportamiento agresivo necesitaría cariño y aceptación, pero su actitud provoca rechazo y dificulta la labor del adulto, que deberá romper el círculo vicioso del niño hallando la causa emocional de su demanda exagerada de atención.

En el polo opuesto del niño exigente está el niño fantasma, que quiere ser ignorado y teme ser expuesto porque tiene muy poca confianza en sí mismo. Este niño necesita que sus padres nutran su autoestima con ternura, enseñándole poco a poco a recuperar su justo lugar en el mundo.

En todos los casos el exceso de atención a estas pautas de conducta infantil fijará el problema, porque el niño habrá conseguido el resultado que busca, es decir, la atención de sus padres. Para mejorar el comportamiento del niño debemos pues fijarnos ante todo en la causa del comportamiento -¿por qué está estresado o necesitado de atención este niño?-, atender esta causa y quitar importancia, con cariño, a las demandas de atención constante.













La meta de la disciplina: motivar y responsabilizar al niño

¿Cuál es la finalidad de la disciplina parental? Un objetivo fundamental es conseguir que el control que ejercen los padres sobre los hijos ceda paulatinamente a medida que éstos aprenden a disciplinarse a sí mismos. La disciplina parental, a medio y largo plazo, enseña a los hijos el autocontrol y la tolerancia a la frustración; poco a poco ellos necesitarán menos regulación y disciplina externa para convivir en sociedad. Para ello el niño deberá aprender a responsabilizarse de sus propias acciones. Responsabilizarse aportará muchos beneficios a nuestros hijos; entre ellos, aprender a no culpabilizar a los demás de todos sus problemas.

Para poder responsabilizarse el niños ha de poder elegir. La falta de tiempo o de sensibilidad nos impide a veces escuchar y respetar las preferencias de nuestros hijos. Otras veces desde una preocupación genuina por los niños tendemos a involucrarnos en exceso, a tomar invariablemente las decisiones por ellos y a asumir toda la responsabilidad de sus aprendizajes. Sin embargo, si no permitimos que un niño tome la iniciativa tampoco se responsabilizará de sus decisiones ni se sentirá motivado. A menor responsabilidad, menor motivación.

Siempre que sea posible, conviene ofrecer elecciones razonables al niño para que ejerza el hábito de elección. Observe qué atrae a su hijo, déjelo tomar iniciativas y anímelo a responsabilizarse de sus decisiones. Los expertos recomiendan, por ejemplo, que los padres no asuman toda la responsabilidad en el caso de los deberes. Ésta pertenece, claramente, al hijo. Esto no significa que no pueda necesitar y reclamar nuestra ayuda en algún momento, pero por regla general el hijo debe sentirse responsable de sus deberes.

La disciplina -las normas que nos imponen de pequeños para entrenarnos a vivir en sociedad- debería ejercerse desde el sentimiento generoso de que nuestros hijos forman parte de una comunidad global y que necesitan, por tanto, sentirse apoyados por todos nosotros, no sólo por sus padres. Son nuestros hijos, no sólo mi hijo. Esta visión más amplia ayuda a poner el papel de la disciplina en perspectiva: es un instrumento útil para la resolución más o menos armónica de los inevitables conflictos entre individuo y sociedad. Si la sociedad es generosa con el individuo, éste estará más dispuesto a contribuir al bienestar general; si por el contrario educamos en valores excesivamente individualistas, confrontando al individuo con su entorno, la disciplina será parecida como una imposición desagradable, una serie de normas que cumplimos a regañadientes porque nos vemos obligados a ello. Es en este sentido en el que María Sandoz describe la visión social de los indios sioux de Dakota: “...La primera lección que recibe el niño es que en materia de bienestar público el individuo debe subordinarse al grupo. Pero en cambio él siente desde el primer momento que toda la comunidad asume igual responsabilidad hacia él. Dondequiera que se encienda una hoguera él será bienvenido, cada olla tendrá algún sobrante para el muchacho hambriento, cada oído estará atento a recibir sus quejas, sus alegrías, sus ambiciones. Y a medida que su mundo crece encontrará una sociedad que no necesita de candados para defenderse de él ni de papel para guardar su palabra.
Es un hombre libre porque ha aprendido a ejercer su propia disciplina. Feliz, porque puede cumplir las responsabilidades que tiene con los demás y consigo mismo, como parte intrínseca y bien adaptada de su comunidad, como miembro de la fraternidad que lo circunda”.

Cuando tenga que disciplinar, recuerde no utilizar para la medida disciplinaria el lenguaje básico de amor del niño, para que éste no confunda la disciplina con el rechazo. La disciplina no debe disminuir la sensación el hijo de ser querido. Para ello no intente disciplinar si siente que es presa de la ira. Corrija al niño en privado, sin exponerlo a las burlas o a la mirada de los demás, por respeto hacia él. Si el niño está arrepentido, hay que interrumpir la medida disciplinaria: ya no es necesaria y, además, cuando el hijo experimenta que sus padres lo perdonan, aprende a perdonarse a sí mismo y más adelante a los demás.

A veces hay que saber ponerse en el lugar del niño y disculparlo cuado las circunstancias son estresantes o difíciles para él. A menudo obligamos a nuestros hijos a vivir sometidos a nuestras prisas: tienen que despertar a una hora muy temprana, a veces poco natural y posiblemente contraria a sus propios relojes biológicos; deben vestirse y desayunar a toda prisa, obedecer las sirenas del patio del colegio y soportar todo el día la cantinela del “venga, venga”..., “tengo prisa”..., “no hay tiempo”... Lógicamente a menudo deben de frustrarse con nuestra vida apresurada. También hay que distinguir entre los casos de mal comportamiento que requieren disciplina y aquellos otros que se dan de forma puntual en determinadas edades y que pasan por sí solos sin que haga falta intervenir. Está, por ejemplo, el caso del niños de 12 años que discute constantemente con el adulto. Su comportamiento es lógico, porque el preadolescente necesita utilizar y practicar su nueva capacidad verbal y medirse con el adulto. Se trata, dentro del respeto al contrincante, de una actitud sana. Otro caso típico es el del niño de 7 años que miente de vez en cuando. Si no se convierte en un hábito, no es grave: dígale claramente que no le cree en ese momento. Pudo mentir porque no le gusta una situación, por miedo o para medir sus fuerzas para comprobar si es capaz de engañar al adulto. Todas ellas son motivaciones normales si se dan de manera ocasional.










La ira: reconocerla y controlarla

La ira o el enfado son reacciones emocionales humanas necesarias y normales. El problema no son estas emociones en sí, sino la forma en la que las gestionamos. Bien gestionadas el enfado o la ira pueden darnos fuerzas y motivación para enfrentarnos a situaciones injustas o peligrosas ante las cuales, sin ira, nos inhibiríamos. La ira constructiva es el germen de la justicia social. Pero pocos adultos han aprendido a expresar su enfado o su ira de forma constructiva. Como el enfado y la ira son reacciones emocionales muy corrientes, el manejo inadecuado de estas emociones tiene repercusiones constantes sobre nuestra vida diaria, profesional y familiar.

Una de las razones por las que es difícil expresar la ira de forma constructiva es que la ira suele existir en el inconsciente, por debajo de nuestro nivel de conciencia, por lo que no controlamos su impacto en nuestra psique.

Otra razón es que pocos adultos han aprendido a pasar de una forma inmadura a una forma madura de enfrentarse a su ira. En general sólo nos enseñan a reprimir la ira y a asociarla con algo incontrolable y peligroso. Cuando estalla, lo hace porque “no aguantamos más” y entramos en una escalada emocional que pone al otro a la defensiva. Esto suele impedir la resolución del conflicto, porque convierte la discusión en una batalla entre pretendidos agresor y agredido (a veces el pretendido “agresor”, que tal vez haya soportado en silencio, estoicamente, una situación desagradable, no quería en absoluto convertirse en agresor. Es una situación que resiente como injusta y desagradable y que contribuye aún más a la escalada de emociones negativas).

Ignorar los pequeños problemas no los hará desaparecer: es preferible enfrentarse a ellos con agilidad, cuando aún tienen una proporción manejable. La familia es el lugar idóneo, emocionalmente seguro, donde padres e hijos pueden practicar la resolución de los conflictos, el manejo de la ira y la escucha empática. De nuevo el hogar representa un microcosmos donde ensayar y asimilar las herramientas que nos facilitarán una convivencia pacífica con los demás en el futuro. Cualquier aprendizaje que no se haya concluido satisfactoriamente en la etapa infantil y juvenil representará un lastre personal y social que el adulto tal vez ya no tenga oportunidad de corregir. En este sentido padres e hijos pueden aprender a ver las crisis emocionales como oportunidades para el aprendizaje emocional y la resolución de los problemas. Estas oportunidades sirven además para crear lazos de lealtad y confianza entre los miembros de la familia. Desde esta perspectiva constructiva podemos enfrentarnos a las crisis emocionales de nuestros hijos como algo mucho más profundo e importante que la expresión incómoda de las emociones negativas o el reto a la autoridad parental.

Las siguientes pautas para el manejo de la ira están basadas en las sugerencias de dos especialistas en manejo de la ira infantil y adulta, Gary Chapman y el psiquiatra Ross Campbell, que aseguran que el aprendizaje del manejo de la ira es uno de los mayores retos y logros en la educación de un niño porque gran parte de los problemas que pueda tener en el presente y en el futuro estará condicionada por esta habilidad.

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La ira pasivo-agresiva

La ira pasivo-agresiva es una expresión específica de la ira que se vuelca hacia un grupo o hacia una persona de forma indirecta o pasiva. Se genera ante la acumulación de la ira y el resentimiento que una persona no ha sido capaz de procesar o de expresar conscientemente. La persona que siente ira pasivo-agresiva muestra una resistencia inconsciente hacia determinadas figuras de autoridad. Reconocemos el perfil de la ira pasivo-agresiva cuando detectamos que el comportamiento de una persona no tiene lógica; por ejemplo, cuando un niño inteligente saca malas notas continuamente. La finalidad de este tipo de ira no es la resolución de un problema, sino la resistencia sorda a la figura de autoridad contra la que vuelca su ira; por tanto, nada de lo que ésta haga o diga podrá enmendar el comportamiento de la persona que padece ira pasivo-agresiva, aun cuando dicho comportamiento comprometa las posibilidades de felicidad o de éxito de la persona. Su ira soterrada e inconsciente es más poderosa que su sentido común y le obliga a ir por caminos posiblemente nefastos.

Hasta los 6 o 7 años hay que evitar que se asienten patrones de ira pasivo-agresiva en los niños; para ello, deben sentirse seguros del afecto de sus padres, ser tratados con justicia y poder expresar sus emociones con naturalidad. Durante a adolescencia, entre los 13 y los 15 años, la expresión de la ira pasivo-agresiva es normal siempre y cuando no cause daños a los demás. Es en esta etapa, sin embargo, cuando los padres han de entrenar a sus hijos para que aprendan a expresar y a manejar su ira de forma madura. Si no lo hacen, es previsible que estos adolescentes trasladen su manejo inmaduro de la ira a los ámbitos de su futura vida adulta y que ello implique problemas posteriores con su pareja, sus hijos, sus jefes y su círculos social. Es el caso de muchos adultos que jamás aprendieron a manejar su ira de forma madura.

La expresión negativa de esta ira podría haberse evitado si hubiese aflorado de forma consciente. Para ello, los padres deben admitir que los hijos necesitan expresar su ira a través de dos cauces: la palabra o el comportamiento. Aunque muchos padres lo preferirán, no podemos pedir a los hijos que repriman su ira. Podemos entrenarlos, sin embargo, para que la expresen de una forma constructiva y aceptable. La palabra es probablemente el cauce de expresión de la ira más sencillo de utilizar. Los padres también deben aceptar que, si vuelcan su ira sobre sus hijos de forma indiscriminada, éstos no podrán defenderse y acumularán el resentimiento y el rencor que da lugar posteriormente a los patrones de ira pasivo-agresiva. El primer paso, si queremos entrenar a nuestros hijos en el manejo maduro de la ira, es aprender a comprender y a expresar de forma sana nuestra propia ira.

Existen pautas que ayudan a crear un contexto seguro para la resolución de la ira y de los conflictos. Los padres deben evitar el sarcasmo, el desprecio o los comentarios despectivos ante la ira de sus hijos. Cuando entrene a su hijo en el manejo de la ira, escúchelo atentamente para que él se sienta respetado. Alabe al niño con sinceridad si cree que ha desarrollado alguna respuesta positiva hacia la ira, es decir, si ha podido ejercer algún autocontrol. Tampoco se debe entrar en ninguna contienda desde un punto de vista de ganadores y perdedores: los conflictos emocionales no son batallas que desembocan en victorias o derrotas. Cuando un miembro de la familia, niño o adulto, se equivoca, es importante aprender a pedir disculpas. Es un ejemplo positivo para que los hijos aprendan a reconocer los sentimientos de arrepentimiento y culpa (desde los 4 años un niño puede comprender el concepto de “lo seinto”).

El doctor Campbell aconseja que los padres visualicen una escalera que arranca en el estadio en el que el niño da rienda suelta a su ira de la peor forma posible: a través del abuso verbal o físico indiscriminado, sin lograr distinguir la causa principal de la ira, sin capacidad de razonamiento lógico y sin deseo de resolución del problema. La meta es ir subiendo los escalones de este entrenamiento lentamente hasta conseguir el manejo maduro de la ira. Los adolescentes deberían haber alcanzado este estadio de madurez en torno a los 17 años. La expresión positiva de la ira implica que el adolescente pueda expresarse con la mayor educación posible, enfocar la ira hacia su causa original, evitar dispersar la ira hacia otros asuntos no relacionados con la causa inicial, mostrar el deseo consciente de resolver el conflicto y aplicar sentido común y lógica al razonamiento empleado para ello.
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Cuando somos adultos, nos amoldamos a una sociedad jerarquizada en la que dependemos de la opinión de los demás para poder sentirnos cómodos con nuestras decisiones y nuestros sentimientos. Necesitamos la aprobación de los demás para sentirnos adecuados. Si seguimos las normas, recibiremos esta aprobación. Cualquiera que se salga del engranaje emocional y social se sentirá abandonado a su suerte, sin necesitar siquiera la desaprobación explícita de los demás. Simplemente, sentirá que ya no pertenece al grupo y asociará este sentimiento con la desaprobación, es decir, con la exclusión del grupo. Y esto es muy difícil de sobrellevar, porque el desprecio de los demás, por razones evolutivas, suscita el miedo inconsciente a la muerte.

 

Así, los demás se convierten poco a poco en fuente de seguridad para nosotros, porque dependemos de su aprobación para todo. No nos relacionamos como iguales, sino como dependientes. No hemos aprendido a relacionarnos de forma sutil, a través de los sentimientos, las afinidades, las necesidades afectivas espontáneas. Reconocemos al otro según los símbolos materiales que exhibe, las ideas que expresa, los periódicos que lee o el tipo de coche que conduce. Según el grupo al que queremos pertenecer, debemos asimilar determinados símbolos de pertenencia. Poco a poco, reemplazamos los vínculos genuinos entre seres humanos, la simpatía o el amor que brotan de forma espontánea, por esos intercambios estructurados que nos ofrecen la seguridad de pertenencia a un grupo humano, a cambio de la aceptación de determinadas normas.

 






Cuando el teatro de las relaciones humanas se nos queda demasiado estrecho, nos ahogamos en nuestra soledad. Entonces quisiéramos romper las barreras que nos separan de los demás, pero nuestro entrenamiento de años nos lo pone muy difícil: el miedo al ridículo, al rechazo o a la incomprensión nos acota en nuestra soledad.”




Por lo que nuestro mundo puede convertirse en un infierno de soledad, cuando empezamos a ver que los demás nos juzgan o que nosotros no somos capaces de iniciar una comunicación sincera. He ahí la causa del verdadero problema humano que nos asola en estos tiempos.

 

Los seres humanos nos encerramos en una soledad hermética que tanto dificulta el contacto con los demás. En una soledad compacta, trenzada con mimbres que se entrelazan hasta formar una coraza resistente que nos aísla del mundo exterior.
Nuevamente me preocupa lo que es la desaprobación del grupo, no de forma explícita sino casi siempre tácita, la forma cómo hemos aprendido a relacionarnos con el otro, de cómo liberamos las tensiones, de cómo establecemos relaciones afectivas de confianza y, sin embargo, volvemos a establecer en ellas no un carácter genuino, no a través de sentimientos, necesidades afectivas espontáneas, afinidades, sino que juzgamos a los demás por aspectos exteriores, por las cosas que exhiben, etc.


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Desde que nacemos nos convencen de que somos diferentes de quienes nos rodean, nos enseñan a desconfiar de nuestros sentimientos porque son supuestamente irracionales y por tanto potencialmente peligrosos; empieza la represión del sentir y la imposición del ego individual que nos otorga una determinada imagen- una protección- frente a los demás.

 






Desde allí aprendemos a relacionarnos con el mundo con una mezcla de pudor- no mostramos nuestros verdaderos sentimientos por si molestan a los demás- y de desconfianza- cuanto menos mostremos de nosotros mismos, menos vulnerables seremos.

Si la imagen tras la cual nos escondemos se parece poco a nuestro verdadero ser, la distancia que sentiremos de cara a los demás será muy grande. Entre ellos y nosotros mediará un abismo, aún cuando estemos a pocos metros de distancia.

 
















Poco a poco desaparece el niño verdadero y emerge el adulto con coraza. Algún día llegamos a olvidar- casi- quienes éramos de verdad. Los demás tampoco podrán saberlo.










Convencidos de que no pueden confiar en sus sentimientos y de que su mente es todavía débil, los niños entregan su autoridad a los adultos que les rodean: padres, maestros, familiares, vecinos... Probablemente no dejarán ya de hacerlo jamás -siempre temerán que sus decisiones conscientes, y por supuesto su forma de sentir la vida, sus emociones, no sean las adecuadas.



lo dijo Elora 20 abril 2009 | 6:53 PM
A colación de tu post podría yo contarte mi experiencia al respecto de los sentimientos. No sé qué trauma infantil me llevó a hacerme muy pronto una niña arisca, y con sus sentimientos bien ocultos para no parecer vulnerable, ni ante otros niños, ni mucho menos ante los adultos, que también eran vistos por mí como enemigos. Me pasé una adolescencia y primera juventud desconfiando de mis sentimientos y de los sentimientos de los demás, y fue con el tiempo, la experiencia, y el conocimiento de otro tipo de personas, maravillosas, que me fui soltando, y mostrando un poco más mi forma de sentir y de pensar, y me fui volviendo cariñosa con quien creo que lo merece. Aun así, creo que me queda mucha desconfianza dentro, en todos los ámbitos, y dudo que la pierda, me siento cómoda con ella.
Mis experiencias de cariño más espontáneas y sinceras siempre han sido, desde muy niña, las que he tenido con animales. Nada me enternece tanto como un perrito, un gatito, un pájaro, o incluso una foca, o un oso polar, o un gorila en apuros...
Pienso que la sociedad sólo quiere individuos réplicas unos de otros, y a los que nos atrevemos a ser un pelín diferentes nos margina ya desde niños, lo cual nos obliga, inconscientemente, a esconder esas sensaciones, que otros pueden utilizar como arma arrojadiza para golpearnos donde más nos duele.
Ni siquiera el amor romántico es verdaderamente espontáneo y desinteresado. Yo creo que buscamos más nuestra propia complacencia, y lo que el otro nos puede aportar.
Mi modo de trabajar con mi campo de los sentimientos siempre ha sido tratando de conocerme a mí misma, de explorar en mi mente y en mis recuerdos, de extraer conclusiones, y de tratar de desterrar miedos y clichés.
Ojalá fuésemos todos un poco menos hipócritas, y más honestos a la hora de relacionarnos. El mundo sería un lugar más agradable.
Buen post.
Besotes.
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lo dijo ishtar 20 abril 2009 | 8:16 PM
A veces el mecanismo por el que tomamos decisiones es un mecanismo oscuro, y esto desvela que no estamos preparados en nuestros condicionantes emocionales, y eso es así por un lado.

Por ejemplo, el papel de la intuición en nuestra vida diaria, en cómo funciona la memoria, en la fuerza de los patrones emocionales latentes tras nuestros actos, en el poderoso mecanismo de la auto-justificación...

Y por el otro lado, está el papel del que tú hablas, Elora, sobre el de nuestra educación infantil, el de qué trauma infantil dices tú, que no recuerdas.

La verdad es que cuando somos niños, los adultos no parecen respetarnos demasiado: se nos dice implícitamente que tenemos que formarnos de acuerdo a sus indicaciones, porque somos imperfectos e ignorantes. A veces tenemos la sensación de que todo lo hacemos mal. Y desde aquí se nos está formando y condicionando emocionalmente en ese sentido negativo y represivo, por eso Elora tienes razón en lo que dices.

Eres una persona que quieres entregar de ti lo mejor de tus emociones o hablar de ellas o exponerlas pero en este mundo actual nos toman por locos si lo decimos o si nos descubren que lo que nos gusta es escondernos a leer un libro o a escribir de algo raro como la filosofía.

En fin, todos creo que alguna vez hemos sentido los condicionantes de esta sociedad y no es para menos, salir de ella y de esa espiral; y más cuando nuestra familia no nos apoya o son nuestros amigos también los que no nos permiten crecer como queremos.

Por eso al final hablo del triste recurso de la soledad y de cómo nos aislamos, tendríamos que saber y aprender a tejer una gran red de comunicación, y afrontar bien los mecanismos por lo que tomamos decisiones, para poder aprender a conocer nuestras emociones genuinas, y poder sentirnos más libres.

No se trata de reprimir el sentir por peligroso, sino de todo lo contrario, de abrirlo, de liberarlo para ser más verdaderos y mas equilibrados emocionalmente.

Gracias, Elora por venir, siempre aportas mucho en tus comentarios.

Un gran beso!!




La otra cuestión interesante que planteas es la de la necesidad de comunicar con aquellos con quienes mostramos empatía, esta sería la cuestión donde yo hablo del amor romántico o se podría hablar de otro tipo de relaciones afectivas, las amistades amorosas, las relaciones de amistad, y en ello tienes razón, necesita de una empatía, que a veces no se encuentra en las palabras sino en algo como es la mirada o el roce de la piel, en algo más primario e íntimo, es una forma de comunicación donde el lenguaje no es lo fundamental sino los afectos, los gestos, y además sucede que en la mayoría de las comunicaciones que establecemos el lenguaje no es lo principal, sino la forma como nos presentamos, nuestro aspecto, todo ello dice más de nosotros que las palabras, esto es así, en la comunicación en más de un cincuenta por ciento. Por eso hoy día las palabras también nos terminan confundiendo más que hacen por comunicarnos. Y la comunicación es por eso lo importante, venga de la forma que venga; si hay comunicación entonces sí hay empatía. Sin embargo, si el lenguaje es oscuro, si decimos cosas enrevesadas y difíciles al no ser inteligibles, no hay comunicación y no hay empatía.


Hemos aprendido a hablar para confundirnos, pero no para comunicarnos. De nuestros afectos disimulamos más de lo que mostramos, a veces por pudor, otras para no sentirnos vulnerables. A los demás les pasa lo mismo.



es mucho lo que la neurociencia está avanzando, y tal vez aunque sea con ayuda profesional, podamos cambiar bastante de todo eso que ahora vemos son comportamientos latentes en el individuo, que nacen de nuestra parte oscura, irracional, por medio de la memoria oculta, del poderoso mecanismo de autojustificación, y si nos vamos analizando veremos que no se sostiene en nosotros. También Ortega dirá aquella frase de Píndaro: ?Llega a ser el que eres?, casi como un imperativo categórico y al mismo tiempo, como un suceder histórico de lo personal.

Hay en nuestro insconsciente una parte "espontánea" también de la que hablan los pensadores orientales, tal vez si sabemos verla, con la mayor de nuestras inocencias, si aprendemos a sacarla, seríamos algo mejores entre todos, y no seríamos tan estirados, ni tan cerrados o herméticos.

Ni tendríamos en esta comedia que dejar a los otros que interpreten los papeles que nosotros por nuestra ?seriedad? confirmada no estamos dispuestos a mostrar, esa sería la cuestión; y tal vez intuyo que éste es el punto que a ti te lleva a reflexionar.




El problema es, vuelvo a señalar, que no hemos aprendido a relacionarnos de forma sutil, a través de los sentimientos, las afinidades, las necesidades afectivas espontáneas.

Esto es lo que se trata de aprender, y no es difícil tanto, y todos tenemos capacidad. Se trata de persistir y en no reemplazar los vínculos genuinos entre seres humanos, la simpatía o el amor que brotan de forma espontánea.

Y si tenemos que pagar un alto precio en soledad porque la seguridad que nos ofrece la pertenencia a un grupo humano es tan importante, entonces es cuestionable toda esa forma de estructura y de seguridad y de los intercambios estructurados en torno a ella.

Vuelvo a redundar en la comunicación, y en la forma como esta necesita de una buena base espontánea también para llegar al otro y para comunicar, que es de lo que se trata también con el lenguaje y no de confundir.



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Creo que cuando hemos luchado y en cierta forma luchamos también por otros nos hacemos un poco invulnerables, pero este sentimiento nos puede afectar si nos aísla de los demás o más si ese amor por el que luchamos se frustra.
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Hay que elogiar mucho la forma sutil, como un niño en que habla Borges, es ese sentimiento o afinidad de la compasión, del amor, y de la ternura con que habla lo que nos acerca a él, además de su vasta cultura e inteligencia. Pero como él dice ademas de toda la obra que ha creado, ser ciego lo que le ha dado es que la gente le mira con ternura, siente por él algo de amor.

Por eso vuelvo a decirte, que la soledad o el abandono no es el fin de uno mismo, ni de la obra de uno mismo, debiéramos tener una obligación moral con los demás, de saber hacer un esfuerzo inteligible por alcanzar una meta solidaria con los demás; hoy sabemos que las relaciones humanas son importantes para alcanzar la inteligencia emocional, para ser más felices. Por eso aunque estemos estudiando ahora o haciendo un sacrificio debemos enfocarlo para el bien de los otros, y darle un sentido o una meta más general y humana.

Recuperemos esa forma de candor juvenil de inocencia con la que habla Borges, pero al mismo tiempo no nos apartemos del grupo, sigamos siendo de él, sigamos intentándolo hasta que nos convenzamos de que estamos en el camino correcto.

Normalmente las convenciones sociales se crean por normas de conducta establecidas pero que han nacido de patrones inconscientes también e irracionales del pasado, o de la memoria, de una forma de seguridad o de pertenencia que se fue formando en un momento histórico determinado, por tanto hay que tener el valor de denunciar esas formas que ahora son encorsetadas o ya no nos sirven por otras que sí serían más inteligibles y más sensibles a nuestros tiempos.

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lo dijo Luz Marina 22 abril 2009 | 5:06 AM

Desde el vientre materno nos condicionan, nos obligan a seguir un camino que quizas no queramos seguir. Por ello se dice que el ser humano no es completamente libre, pues atan nuestro espìritu con sutiles cadenas que a la larga destruyen la pureza del alma.

Los hombres no lloran como van a llorar si son hombres. Cuando mi niño llora, le abrazo profundamente y te digo con la fuerza de mi alma, llora, llora todas las veces que lo necesites. pues el llanto te hace humano, limpia el alma y descanza tu corazón.
..
Gracias linda por tus escritos/ saludes/
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lo dijo ishtar 22 abril 2009 | 1:21 PM
No sabes cuánto me gustan las cosas que me dices, Luz Marina, son todas tan bonitas, y yo me acuerdo mucho de Danny.

Un gran abrazo!





El problema es que no hemos aprendido a relacionarnos de forma sutil, a través de los sentimientos, las afinidades, las necesidades afectivas espontáneas. Se trata de persistir y en no reemplazar los vínculos genuinos entre seres humanos, la simpatía o el amor que brotan de forma espontánea.
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Y si tenemos que pagar un alto precio en soledad porque la seguridad que nos ofrece la pertenencia a un grupo humano es tan importante, entonces es cuestionable toda esa forma de estructura y de seguridad y de los intercambios estructurados en torno a ella. - sylphide * (modificar | eliminar)
La comunicación es una base, y la forma como esta necesita de una buena base espontánea también para llegar al otro y para comunicar, que es de lo que se trata también con el lenguaje y no de confundir. - sylphide * (modificar | eliminar)
El problema es físico: no nos olemos, no nos tocamos, no observamos al otro con los ojos. Los principios básicos de la empatía son proximidad y semejanza. - Lord Daven
Los animales sienten empatía y no hablan de ello. - Lord Daven
a veces es que no nos miramos a los ojos y estamos hasta cerca, es decir, las distancias se ponen nuevamente porque existe desconfianza;) no sé qué es peor;) - sylphide * (modificar | eliminar)
a veces es más importante buscar una comunicación sincera; esa es mi evolución, yo venía de un mundo en que todas esas reglas las habíamos tirado a la basura, el mundo del metal, donde las relaciones son espontáneas y directas; pero a pesar de eso terminamos cayendo en lo mismo, juzgamos a los demás por aspectos exteriores, por las cosas que exhiben; y si hablo de otro estilo de música como el "fun" o la musica que tu escuchas en la gente de hoy, para mi esa gente era peor, solo se guiaba por el físico y la atracción fisica,





Todo ello nos obliga a poner límites a la emoción, por el miedo al rechazo, al ridículo, a la incomprensión, y cuando queremos darnos cuenta nos hemos aislado;) otras veces lo que hacemos es limitar su expresión mientras buscamos una manera de explorarla o las estrategias que sean necesarias para resolver el problema;)























Guíar a un hijo a través de la ira

Muchos padres piensan con la mejor intención que será beneficioso para sus hijos que ellos hagan caso omiso, o minimicen, las dudas, miedos y disgustos que éstos puedan tener. El problema es que el niño se acostumbra a pensar que el adulto tiene razón y aprende a dudar de su propio juicio. Si los adultos invalidan constantemente sus sentimientos, el niño pierde confianza en sí mismo y en sus sentimientos.

Las emociones mixtas, por ejemplo, suelen descolocar a los niños: no terminan de comprender por qué un evento les puede generar emociones contradictorias. Por ejemplo, un niño que va al campamento por primera vez puede sentirse orgulloso de su independencia, y a la vez temer echar de menos su casa. Los padres pueden ayudar al niño a comprender que es normal sentir dos emociones contradictorias a la vez.

Aconseja el psicólogo John Gottman que el padre o madre admita abiertamente la tristeza de su hijo, le ayude a dar nombre a la emoción, le permita experimentar esta emoción sin censura y acompañe al niño mientras llora. Sin embargo, el adulto debe saber poner límites (es o que los padres no intervencionistas no saben hacer). Para ello el adulto empleará el tiempo necesario para comprender los sentimientos del niño. Una vez que el niño ha identificado, experimentado y aceptado la emoción, el adulto puede enseñarle a superar su tristeza y a pensar en el día siguiente. Para ello el adulto y el niño explorarán juntos estrategias para resolver el problema (el adulto no impone sus propias soluciones, sino que guía al niño para que pueda aprender a encontrar sus propias soluciones).

En resumen, los cinco pasos que recomienda el doctor Gottman para guiar a un hijopara resolver una crisis emocional son:
1.Ser consciente de las emociones del niño.
2.Ver la emoción como una oportunidad para la intimidad y el aprendizaje.
3.Escuchar con empatía, validando los sentimientos del niño.
4.Ayudarlo a encontrar las palabras que definen su emoción o sentimiento.
5.Poner límites a la emoción, mientras se exploran conjuntamente las estrategias para resolver el problema.



La escucha reflectiva

Para la convivencia pacífica entre personas, una de las herramientas más eficaces y más sencillas de aplicar es aprender a escuchar a los demás. Cometemos errores básicos cuando escuchamos mal a los demás y esto nos impide con casi toda seguridad resolver el conflicto, o peor aún, crea una escalada del conflicto que podía haberse evitado aplicando algunas normas básicas, contenidas en la llamada escucha reflectiva.

La escucha reflectiva está basada sobre la empatía y el respeto. No hace falta que exista un conflicto para utilizar este tipo de escucha. Sólo pretendemos transmitir a otro empatía y respeto y darle la oportunidad de expresar su postura o sus sentimientos cómodamente.

Para escuchar de manera atenta a otra persona nuestro lenguaje corporal será elocuente: mantenemos una distancia prudente, nuestra mirada está relajada y nuestro silencio es atento. Al final de la escucha es importante reflejar objetivamente lo que hemos escuchado, tanto los sentimientos de la persona como su motivo objetivo de queja: “Entiendo que me estás diciendo que estás dolido porque en los últimos tiempos ya no voy al parque contigo y viajo mucho”. Reflejamos, pues, de forma condensada tanto el contenido objetivo como las emociones que expresa nuestro interlocutor (en este caso está dolido porque no le dedicamos el tiempo al que lo teníamos acostumbrado). Si tenemos dudas, o si al otro le está costando expresarse, podemos hacer preguntas abiertas (es decir, aquellas que no implican una respuesta “si o no”: “¿Cómo te sientes cuando me voy de viaje?”.

Lo más importante en la resolución de cualquier conflicto es articular de forma clara aquello que realmente ha causado el conflicto para delimitarlo y centrarse en ello. Si nuestro interlocutor se siente escuchado, también se sentirá confortado y respetado. Su integridad emocional no se verá directamente amenazada. Si hay un conflicto, éste no escalará de forma tan fácil.

Si reflejamos objetiva y exclusivamente el tema tratado, los sentimientos implicados y los valores que son importantes para nuestro interlocutor, éste se sentirá escuchado de forma constructiva. Estaremos marcando una lista de prioridades en la que podemos empezar a trabajar de forma conjunta.

Si nos fijamos en cambio, como puede ocurrir fácilmente durante una discusión, en las “amenazas” del interlocutor -aquello que dice fruto de la frustración, pero que en realidad no pertenece a la causa primera de su ira- nos perderemos en cuestiones que no son las principales y que no ayudan a resolver el problema, sino que lo escalan y nos alejan de su resolución pacífica.
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Las emociones están ligadas al comportamiento. Sin embargo, pocos jóvenes hoy en día reconocen esta dependencia explícita entre sus emociones y su comportamiento. Existe una diferencia abismal entre el joven cuyo comportamiento es fruto de una reacción emocional ciega, o aquel que es capaz de reconocer y gestionar, aún tentativamente, sus reacciones emocionales para modular su comportamiento de acuerdo a un equilibrio de intereses personales y sociales. Las investigaciones desvelan que los niños que han desarrollado su inteligencia emocional a lo largo de la infancia tienen más probabiidades de sentir que el mundo que les rodea es amable. Esto se contrapone a la tendencia actual de los jóvenes, que suelen reaccionar ante el mundo exterior de forma cada vez más agresiva y desconfiada porque lo perciben como violento. Algunos adolescentes se sienten tan aislados que abandonan la búsqueda de las relaciones humanas. Se encierran en sí mismos, solitarios y desconfiados, con sentimientos de desesperanza o de agresividad incontenible. Son huérfanos osicológicos. Aunque este extremo pueda darse sólo de forma minoritaria en determinados países y capas sociales, su multiplicador en continentes como África, donde millones de niños son huérfanos a causa del sida, las hambrunas y las guerras, tienen implicaciones emocionales tremendas por el sufrimiento y el abandono que generan y el gravísimo factor de desestabilización social.


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Ante las situaciones de conflicto, es importante escuchar de forma detenida a la persona, reflejar sus opiniones de forma objetiva y ayudarles a encontrar sus propias soluciones. Cuando opinamos o intentamos llegar a un acuerdo con otra persona, hay que evitar sentar cátedra y abrumar al otro con nuestra “razón”. Podemos hablar desde una perspectiva claramente personal y subjetiva: “A mí me parece que...”, “me da la sensación de que tal vez...”, “yo lo veo más bien desde otro punto de vista...”. Así expondremos un punto de vista personal, sin agredir al otro.

Evitar imponer su solución a su hijo o a su pareja: es una dinámica negativa típica en las relaciones personales, tanto entre padres e hijos como en la pareja, como se muestra en la siguiente escena: “La mujer llega a casa de la oficina, muy disgustada por una discusión con un compañero de trabajo. Su marido anaiza el problema y en unos minutos ya tiene una propuesta para resolverlo. Pero su mujer, en vez de sentirse mejor o agradecida por el consejo, se siente peor. La razón es sencilla: él acaba de demostrarle que el problema puede resolverse fácilmente, pero no le ha dado ninguna indicación de que comprende lo triste, enfadada y frustrada que ella se siente. Lo que ella percibe es que su pareja piensa que ella no es demasiado hábil, o que hubiese sido capaz de resolver el problema por sí sola.

En la mesa de negocaciones tu primer enemigo es tu ego, esa soberbia que te impide aceptar parte de la razón de los otros. Para ponerte en la piel del otro trata de pensar como él, y eso sólo lo lograrás escuchando.

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En un hogar donde la meta principal de la familia sea la comprensión, la empatía y el buen humor -asegura Gottman- los padres preguntan “¿cómo estás?” porque realmente les interesa saber la verdad. No sacan conclusiones apresuradas ni dan por sentado que cada problema es una catástrofe que ellos tienen que remediar. Sólo escuchan lo que el niño tiene que decir, confían en que dice la verdad y hacen lo posible por comprenderlo y ayudarlo.

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El psicólogo belga Erik Eriksson se sorprendió, casi hasta la indignación, cuando descubrió, a la hora de rellenar formularios de admisión a las escuelas, que algunos niños sioux no sabían quiénes eran sus verdaderos padres “biológicos”. Las abuelas indias, en cambio, se llevaban las manos a la cabeza porque los blancos confiaban el cuidado de un niño únicamente a una madre y un padre, que tal vez careciesen de experiencia, de empatía, de madurez, de medios o de salud para llevar a cabo solos una labor que, desde la perspectiva de los indios, era responsabilidad de toda una comunidad.

Para los indios americanos no son los genees los que determinan los vínculos de unión entre las personas, sino el comportamiento. Una persona pertenece a una tribu, o a una familia, si se comporta hacia ese grupo humano como un pariente. La costumbre de tratar a los demás como miembros de una familia forma vínculos fuertes que unen a la comunidad en una red de apoyos basada sobre el respeto mutuo.

En nuestras sociedades occidentales el único modelo familiar admitido hasta hace muy poco era el de la familia tradicional: un núcleo humano cerrado y jerarquizado que depende del reparto de papeles entre los distintos miembros de la familia. Este tipo de familias tienen la ventaja de que dan mucha estabilidad y seguridad emocional a sus miembros: todos comparten unos códigos de conducta estables que garantizan la supervivencia del que los adopta.

La parte negativa de estas familas, sobre todo en su versión urbana y reducida que surgió en la revolución idustrial -la familia nuclear-, es que pueden resultar asfixiantes y empobrecedoras para los individuos. Los miembros de estas familias viven al son de “todos a la una” y consideran “ovejas negras” a aquellos individuos que no acatan las reglas familiares. Los miembros dependen los unos de los otros emocional y económicamente. Cuando lo hijos abandonan el hogar los roles de la madre y del padre cambian en concordancia: se convierten en “los abuelos”. La mujer que se queda sola es “la viuda”. La definición de cada persona dentro del clan se hace siempre en función de su relación con los demás. La hija que no se casa pasa a ser “la soltera” y su función es la de cuidar a los padres ancianos. En definitiva, este tipo de modelo familiar dificuta o impide la individuación de sus miembros, porque pensar y actuar al margen del clan familiar pondría en peligro de disolución al resto de la familia.

Paralelo a este modelo familiar tradicional siempre han existido las familias más heterodoxas, grupos unidos por lazos emocionales y económicos más dispersos, bien por el carácter de los progenitores, bien por la separación física de los padres. Crecer fuera de un modelo familiar tradicional suele otorgar la libertad necesaria para la experimentación y el crecimiento individual. La contrapartida es la falta de estabilidad y de seguridad emocional, sobre todo en aquellos casos en los que los padres viven situaciones de conflicto sin resolver.

A medio camino entre la asfixia familiar y el desarraigo emocional podrían situarse aquellas nuevas familias que pretenden ofrecer a sus miembros un continente más o menos seguro donde desarrollar vínculos emocionales de afecto y de apego. No se trata de un grupo rígidamente jerarquizado ni conformado por roles, sino de una especie de plataforma desde la cual los individuos pueden salir al mundo exterior para experimentar y adoptar formas de vida e ideas propias, pudiendo regresar al núcleo cuando les es necesario, dotándose en su infancia de la estabilidad emocional necesaria para su crecimiento y desarrollo. Se trata de un modelo poco frecuente, que requiere imaginación y flexibilidad por parte de sus miembros y buenas dosis de inteligencia emocional. Ofrece un continente seguro para sus miembros, sin paralizarlos o limitarlos excesivamente.

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En la edad adulta resulta muy difícil escapar de la expresión convencional y limitada de los sentimientos de amor y afecto. Nos censuramos de forma automática, a diario, casi sin darnos cuenta, y pagamos un alto precio a lo largo de una vida en soledad.

Queda el refugio del amor romántico. Allí aún sigue siendo aceptable regirse por motivos irracionales que escapan a la camisa de fuerza de lo aceptable. En la maraña de relaciones sociales estructuradas que nos rodean, el amor apasionado, supuestamente irracional, nos permite escapar de la prisión de nuestras mentes y tender un puente entre dos personas, sin palabras. Es un milagro frágil y efímero. Cuando ocurre, la mirada y el roce de la piel resultan mucho más elocuentes que las formas admitidas de relacionarnos socialmente. Dicen los científicos que la forma más expiditiva de sellar el amor es mirándose a los ojos.

Pero el bálsamo del amor romántico tampoco es fácil de reconciliar con vidas hipotecadas con los contratos y las obligaciones de las parejas estables. A partir de una etapa el amor deja de ser el refugio gozoso de las emociones libres para convertirse en una huida culpable y peligrosa frente a la pareja y a los hijos. Nos resistimos al amor porque nos complica mucho la vida. Y nos enfrentamos entonces al temor de que nuestros sueños sean más grandes que la realidad, de que sean inviables. El amor romántico cabe difícilmente en nuestras vidas. Quienes lo persiguen a pesar de todo pagan un precio y quienes lo esquivan también. Es una decisión difícil.

El amor romántico es una necesidad básica de fusión con el otro, de encuentro sin trabas ni convenciones. Pero el contacto humano profundo y significativo es una necesidad emocional ue no sólo se expresa y se satisface desde el amor pasional, aunque ése sea su cauce más evidente. Decía Bertrand Russell: “...en las relaciones humanas en general, uno debería penetrar hasta el lugar que alberga la soledad de cada uno y comunicarse con ese lugar”. Podemos aprender a conectar con los demás no sólo desde la pasión, sino también desde sentimientos de afecto genuinos y plenos, dirigidos a la parte más vulnerable y real de cada persona. Para ello sobran las convenciones aprendidas desde la cuna. Hay que aprender a relacionarse no desde la mente y las convenciones sociales, sino desde las emociones verdaderas. Hay que perder el miedo inculcado a ser vulnerable o rechazado.

Los sentimientos tienen un ámbito muy extenso, desde el amor más profundo al odio más acendrado. El ámbito de expresión del amor, cuando es genuino -es decir, directo y sincero, no limitado por convenciones y reticencias- es inmenso, aunque en general sólo hayamos aprendido a tocar unas pocas teclas. Aunque nos enseñan a considerarnos tan diferentes a los demás coincidimos en el lenguaje de las emociones. Las emociones pueden compartirse con mucha más facilidad que las ideas; éstas dependen de nuestro temperamento, cultura o educación.

Sólo las emociones pueden unirnos más allá de las creencias y los prejuicios. Romper el cerco mental y emocional que mantenemos en torno a nuestras emociones de cara a los demás requiere un ejercicio valiente, que resulta más asequible si recuperamos algunas herramientas básicas de comunicación que facilitan y liberan la expresión genuina de nuestros sentimientos y disminuyen e abismo de la incomunicación interpersonal y de la soledad individual.

La búsqueda de los demás a través del amor y de las relaciones interpersonales tiene una componente emotiva fortísima: necesitamos la protección y amparo de los demás para sobrevivir, pero necesitamos también compartir nuestras vidas con ellos para no vivir encerrados en un individualismo solitario y yermo. Como sugería Bertrand Russell, el contacto fructífero del ser humano con los demás tiene tres grandes campos para abonar: el amor, los hijos y el trabajo. En todos ellos resulta imprescindible desarrollar y aplicar la empatía.

La empatía es la base de la convivencia. En su sentido más básico la empatía es la habilidad de reconocer y de sentir lo que otra persona siente. Muchos psicópatas analizan fácilmente lo que otros sienten, pero no son capaces de ponerse en la piel de los demás. En este caso la habilidad de reconocer los sentimientos de los demás sin sentir empatía les convierte en sujetos muy peligrosos, porque pueden manipular para conseguir sus fines con más facilidad.

Considerada una emoción social, el desarrollo de la empatía es clave para asentar las relaciones con los demás. Según el catedrático de Psicología de Salamanca Félix López, el elemento determinante en las relaciones personales es la capacidad de la pareja para la intimidad -emociona, sexual e intelectual- y ésta se construye a partir de la empatía con el otro. Esta habilidad se desarrolla de forma paulatina, y, según muchos investigadores, entre ellos el psicólogo especializado en el estudio de la empatía, Ervin Staub, es necesaria para desarrollar pautas de comportamiento solícitas con las demás personas. Si no sentimos al otro, si no conectamos con sus preocupaciones y sus emociones, difícilmente podremos desarrollar una relación personal satisfactoria. Compartiríamos entonces una forma de convivir mecánica, pero no podríamos satisfacer las necesidades emocionales de la pareja que, según los estudios sobre los elementos que más ccontribuyen a la felicidad, son la piedra de toque de nuestra felicidad personal. En una vertiente extrema pero ilustrativa están las personas autistas, que no son capaces de interpretar señales sociales y emocionales básicas y, por tanto, difícilmente consiguen compartir sus propios sentimientos y mucho menos empatizar con los de los demás.

La empatía es básica no sólo para nuestras relaciones afectivas y sociales en el sentido más amplio, sino que también es la base para ser buenos padres. Para ser un adulto empático hay que ser consciente de las emociones propias y ajenas: reconocer cuando se está sintiendo una detrminada emoción, identificar la emoción en cuestión y ser sensible a las emociones de los demás. Este ejercicio, que puede hacerse de forma consciente al principio, se convierte en una percepción automática en los adultos emocionalmente maduros. Este entrenamiento emocional es el que ayudaremos a llevar a cabo a nuestros hijos a lo largo de su educación, de forma consciente y positiva en el mejor de los casos.

Si el aprendizaje emocional se hace de forma inconsciente y trasladamos a nuestros hijos hábitos emocionales negativos, un manejo de la ira inmaduro, una incapacidad general de reconocer las propias emociones y de sentir las emociones ajenas, y no les dotamos de herramientas para solucionar los conflictos de forma pacífica, cimentaremos las bases de personalidades inadaptadas, con problemas en la convivencia y emocionalmente inmaduras.


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Durante la adolescencia nuestras emociones empiezan a convivir en un contexto más amplio. Irrumpimos con ellas al mundo exterior, un mundo emocionante para el adolescente pero que al mismo tiempo lo hace sentirse tremendamente vulnerable porque aquí ya no existen las redes de seguridad del hogar. Surgen las primeras inundaciones emocionales y las herramientas para enfrentarse a ellas son todavía muy débiles: faltan conocimientos prácticos y la experiencia vital es escasa.

Las emociones están ligadas al comportamiento.

Los adolescentes invierten muchísima energía cognitiva, emocional y física en el desarrollo de esta subcultura adolescente. El pedagogo Chip Wood resume la esencia de esta corriente adolescente como la necesidad de “tomar distancia de los adultos”. Todo en la vida adolescente tiende a mostrar este espejo de sí mismo en el que se quieren reflejar.

Casi todo el proceso de descubrimiento del adolescente deberá hacerse sin sus padres. Hay que aceptar que la adolescencia es un tiempo para separarse de los padres, mostrar respeto por el adolescente, rodearlo de una comunidad social estable y fiable y animarlo a tomar sus propias decisiones, escuhándolo sin prejuzgar y confiando en que podrá aprender de sus errores y de sus aciertos.

Las emociones que los adolescentes expresan contienen tanto la necesidad de alejarse de los modelos adultos como el deseo profundo de seguir conectado: todo ello forma parte de la lucha por la fidelidad. Afortunadamente, si el proceso se lleva a cabo de forma positiva, esta fidelidad a los referentes adultos aparecerá de nuevo en la futura relación entre el adulto y el adolescente ya maduro.



























El miedo a comunicarnos emocionalmente con los demás

A menudo me he preguntado por qué los seres humanos solemos encerrarnos en una soledad hermética que tanto dificulta el contacto con los demás. Es una soledad compacta, trenzada con mimbres diversos que se entrelazan hasta formar una coraza resistente que nos aísla del mundo exterior. Los mimbres engordan con el paso de los años pero desde muy pronto ya están allí, supuestamente para protegernos de los demás. Desde que nacemos nos convencen de que somos muy diferentes de quienes nos rodean, como desde la infancia nos enseñan a desconfiar de nuestros sentimientos porque son supuestamente irracionales y, por tanto, potencialmente peligrosos; empieza la represión del sentir y la imposición de ego individual que nos otorga una determinada imagen -una protección- frente a los demás. Desde allí aprendemos a relacionarnos con el mundo con una mezcla de pudor -no mostramos nuestros verdaderos sentimientos por si molestan a los demás- y de desconfianza -cuanto menos mostremos de nosotros mismos menos vulnerables seremos-. Si la imagen tras la cual nos escondemos se parece poco a nuestro verdadero ser, la distancia que sentiremos de cara a los demás será muy grande. Entre ellos y nosotros mediará un abismo, aun cuando estemos a pocos metros de distancia.

Cuando somos niños, los adultos no parecen respetarnos demasiado: se nos dice implícitamente que tenemos que formarnos de acuerdo a sus indicaciones, porque somos imperfectos e ignorantes. Nuestro ego -la imagen de nosotros mismos que ofrecemos a los demás- se afianza así de forma paulatina a imagen y semejanza de ellos, de aquellos adultos que nos rodean en casa, en la escuela y en la sociedad. Cada vez nos parecemos menos a nosotros mismos y nos confundimos más con la ropa con la que nos están vistiendo. Poco a poco desaparece el niño verdadero y emerge el adulto con coraza. Algún día llegamos a olvidar -casi- quiénes éramos de verdad. Los demás tampoco podrán saberlo.

Convencidos de que no pueden confíar en sus sentimientos y de que su mente es todavía débil, los niños entregan su autoridad a los adultos que les rodean: padres, maestros, familiares, vecinos... Probablemente no dejarán ya de hacerlo jamás -siempre temerán que sus decisiones conscientes y por supuesto su forma de sentir la vida, sus emociones, no sean las adecuadas-. Les habremos convencido de ello desde la cuna.

Cuando somos adultos nos amoldamos a una sociedad jerarquizada en la que dependemos de la opinión de los demás para poder sentirnos cómodos con nuestras decisiones y nuestros sentimientos. Necesitamos la aprobación de los demás para sentirnos adecuados. Si seguimos las normas, recibimos esta aprobación. Cualquiera que se salga del engranaje emocional y social se sentirá abandonado a su suerte, sin necesitar siquiera la desaprobación explícita de los demás. Simplemente sentirá que ya no pertenece al grupo y asociará este sentimiento con la desaprobación, es decir, con la exclusión del grupo. Y esto es muy difícil de sobrellevar, porque el desprecio de los demás, por razones evolutivas, suscita el miedo inconsciente a la muerte.

Así los demás se convierten poco a poco en fuente de seguridad para nosotros, porque dependemos de su aprobación para todo. No nos relacionamos como iguales, sino como dependientes. No hemos aprendido a relacionarnos de forma sutil, a través de los sentimientos, las afinidades, las necesidades afectivas espontáneas. Reconocemos al otro según los símbolos materiales que exhibe, las ideas que expresa, los periódicos que lee o el tipo de coche que conduce. Según el grupo al que queremos pertenecer debemos asimilar determinados símbolos de pertenencia. Poco a poco reemplazamos los vínculos genuinos entre seres humanos, la simpatía o el amor que brotan de forma espontánea, por esos intercambios estructurados que nos ofrecen la seguridad de pertenencia a un grupo humano, a cambio de la aceptación de determinadas normas.

Cuando el teatro de las relaciones humanas se nos queda demasiado estrecho nos ahogamos en nuestra soledad. Entonces quisiéramos romper las barreras que nos separan de los demás, pero nuestro entrenamiento de años nos lo pone muy difícil: el miedo al ridículo, al rechazo o a la incomprensión nos acota en nuestra soledad. Hemos aprendido a hablar para confundirnos, pero no para comunicarnos. De nuestros afectos disimulamos más de lo que mostramos, a veces por pudor, otras para no sentirnos vulnerables. A los demás les pasa lo mismo. Nos pasamos la vida esperando que el otro dé el primer paso, pero es probable que tampoco sea capaz de darlo, porque pocas personas mantienen la capacidad de expresarse genuinamente. En la edad adulta resulta muy difícil escapar de la expresión convencional y limitada de los sentimientos de amor y afecto. Nos censuramos de forma automática, a diario, casi sin darnos cuenta, y pagamos un alto precio a lo largo de una vida en soledad.

Queda el refugio del amor romántico...

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“La individualidad no es un fin en sí mismo; es algo que da fruto a través del contacto con el mundo, y en ese proceso sale de su aislamiento. Si mantenemos nuestra individualidad en una urna de cristal, se marchita. Se enriquece en cambio cuando fluye libremente a través del contacto humano. Los tres grandes ejes que fertilizan el contacto entre el individuo y el resto del mundo son el amor, los hijos y el trabajo”.

Bertrand Russell, On Marriage and Morals.

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La retórica económica magnánima se reserva para exportar a los demás, mientras que en el funcionamiento doméstico se aplican principios pragmáticos totalmente diferentes. George W. Bush predica el libre comercio como algo beneficioso para todos, pero en realidad Estados Unidos subvenciona y protege todo un conjunto de productos, desde la agricultura hasta la industria de alta tecnología. Paul Krugman, que ha influido mucho en la política comercial e industrial fuera de Estados Unidos, se queja de que en su país nadie atiende a la teoría comercial ricardiana estándar: “La visión del comercio como una competencia casi militar predomina entre los políticos, grandes hombres de negocios e intelectuales influyentes. No es sólo que la economía haya perdido el control del discurso; el tipo de ideas que se ofrecen en un texto estándar de economía no entran en absoluto en ese discurso”.

Ahí se constata un importante patrón de conducta: desde los padres fundadores, Estados Unidos ha estado siempre dividido entre dos tradiciones, la política activista de Alexander Hamilton (1755-1804) y la máxima de Thomas Jefferson (1743-1826) de que “el mejor gobierno es el que menos gobierna”. Alexander Hamilton fue una figura clave en la creación de primer Banco Central estadounidense en 1791, mientras que Thomas Jefferson lo combatió y contribuyó a su clausura en 1811. Con el tiempo y el acostumbrado pragmatismo estadounidense esa rivalidad se ha resuelto poniendo a los jeffersionanos a cargo de la retórica y a los hamiltonianos a cargo de la política. Los economistas teóricos actuales tienen una importante misión en la producción de una retórica jeffersionana/ricardiana, que como señala Paul Krugman no influye mucho en el mercado interno.

Estados Unidos siguió a este respecto el ejemplo de Inglaterra. En la década de 1820 un miembro de la Cámara de Representantes comentaba que, como muchos otros productos ingleses, las teorías de David Ricardo parecían producidas únicamente para la exportación. La máxima estadounidense de aquella década, “No hagas lo que te dicen los ingleses que hagas, haz lo que ellos hicieron”, puede ponerse al día actualmente diciendo: “No hagas lo que los estadounidenses te dicen que hagas, haz lo que ellos hicieron”.

Los países ricos tienden a instigar a los pobres a aplicar teorías que ellos mismos nunca han seguido y probablemente nunca seguirán. Mirar bajo la “teoría de altos vuelos” para observar lo que realmente ocurre resulta por tanto un ejercicio obligado. A diferencia de la historia del pensamiento económico (lo que los teóricos decían que debía ocurrir), la historia de la política económica (las medidas que efectivamente se aplicaron) no existe como disciplina académica. Thorstein Veblen distinguía entre teorías esotéricas -reservadas para los sacerdotes iniciados-, y teorías exotéricas, las accesibles a todos. El problema es que las teorías esotéricas han tenido una influencia práctica mucho menor de lo que nos han hecho creer los historiadores del pensamiento económico. Aún así, desde Adam Smith esas teorías esotéricas se han empleado con éxito como baluarte ideológico con propósitos de propaganda. Un buen ejemplo de esto es la actual teoría predominante del comercio internacional, que “demuestra” que todos serían igualmente ricos en una economía de mercado pura.

El economista italiano Antonio Genovesi (1712-1769) realizó una observación similar en el siglo XVIII, señalando que las naciones más ricas imponen en general más restricciones al comercio de lo que profesa su ideología:

“Hay quienes por libertad de comercio entienden dos cosas: una libertad absoluta para que los fabricantes trabajen sin regulaciones en cuanto a medidas, pesos, formas, colores, etc., y una libertad igualmente absoluta para que los comerciantes transporten, exporten e importen cuanto deseen, sin ninguna restricción, sin tasas, sin aranceles, sin aduanas... Pero esta libertad, excepto entre los visitantes aventureros de la Luna, no existe ningún país de la Tierra, y donde menos se hallará es en las naciones que mejor entienden el comercio.”

Así pues, históricamente, el libre comercio global ha sido siempre una quimera, y los países que menos se adhirieron a él durante los momentos cruciales de su desarrollo se han convertido en las economías con más éxito del planeta. Actualmente se suele argumentar que la riqueza está estrechamente relacionada con el grado de “apertura” de las distintas economías, pero eso es como comparar los ingresos de la gente que todavía acude a la universidad con los de quienes ya se han graduado y están en el mercado de trabajo, para concluir que la educación no es nada rentable puesto que los estudiantes universitarios tienen ingresos más bajos. Todos los países actualmente ricos pasaron obligatoriamente por un periodo de protección del sector industrial, cuya función educativa pone de relieve el término “aranceles educativos” (Erziehungszoll, oppfostringstoll) utilizado en las lenguas germánicas. El término inglés solía ser “infant industry protection” (protección de la industria infantil), que era algo que prácticamente todos entendían como necesario. Comparar los países que han pasado por esa fase con los que no lo han hecho es simplemente estúpido.

La abismal distancia entre retórica y realidad se hace aún más embarazosa cuando los mismo teóricos hacen uso de teorías diferentes según cuál sea el objetivo. Los problemas de lugares muy lejanos se afrontan con principios esotéricos y abstractos; pero cuando los problemas a resolver son más cercanos se permite que entren en juego el sentido común, el pragmatismo y la experiencia. Adam Smith -cuya Riqueza de las Naciones apareció durante la revolución americana- aseguraba que Estados Unidos cometería un grave error si intentaba proteger su industria. Una razón relevante para la lucha por la independencia de las colonias americanas en 1776 fue que, como han hecho siempre los amos coloniales, Inglaterra había prohibido en ellas la industria (excepto la fabricación del alquitrán y los mástiles que necesitaban los ingleses). Llama la atención que en el mismo libro (aunque en una sección diferente) Adam Smith declarara que sólo las naciones con una industria propia podrían ganar una guerra. Alexander Hamilton, el primer Secretario del Tesoro estadounidense, había leído a Adam Smith y fundamentó acertadamente la política industrial y comercial de Estados Unidos en la afirmación de éste, basada en la experiencia, de que sólo los países industriales ganan las guerras, y no en su proclamación teórica sobre el libre comercio.

Siguiendo la práctica inglesa más que su teoría, Estados Unidos protegió su sector industrial durante cerca de ciento cincuenta años. La teoría sobre la que descansa el orden económico actual asegura que el libre comercio llevará a una “nivelación del factor precio”, esto es, que los precios del trabajo y del capital tenderán a ser los mismos en todo el mundo. Pocos economistas les dirían a sus hijos que podrían comenzar su carrera fregando platos si en esa actividad gozaban de una “ventaja comparativa”, en lugar de estudiar una carrera de abogado o de médico, porque la nivelación del factor precio está a la vuelta de la esquina. Como ciudadano privados, los economistas perciben que la elección de una u otra actividad determinará en gran medida el nivel de vida de sus hijos, pero a nivel internacional esos mismos economistas son incapaces de mantener la misma opinión porque su caja de herramientas está sintonizada a un nivel de abstracción tan alto que no disponen prácticamente de instrumentos con los que distinguir cualitativamente entre distintas actividades económicas. A ese nivel, la teoría económica estándar “demuestra” que un país imaginario de chicos limpiabotas y friega platos conseguirá e mismo nivel de riqueza que un país cuya población está compuesta por abogados y agentes de bolsa, y el consejo de los economistas a los niños africanos se basa en un tipo de razonamiento totalmente diferente al que emplean cuando aconsejan a sus propios hijos. Como decía Thorstein Veblen sobre este tipo de problemas: el instinto de los economistas se ha visto contaminado por su educación.

La especialización de un país según su “ventaja comparativa” significa que se especializa en lo ques relativamente más eficiente comparado con otros países. El Apéndice muestra que esa teoría del comercio internacional posibilita que una nación goce de una “ventaja comparativa” en ser o seguir siendo pobre e ignorante. Esto sucede porque la teoría del comercio internacional que constituye la base del actual orden económico mundial se basa en el intercambio de determinadas horas de trabajo, en un sistema en el que la producción está ausente. La teoría ricardiana de comercio internacional que constituye la base del actual orden económico mundial se basa en el intercambio de determinadas horas de trabajo -desprovisto de características cualitativas- por otras tantas horas de trabajo -desprovisto de características cualitativas- por otras tantas horas de trabajo, en un sistema en e que la producción está ausente. La teoría ricardiana del comercio internacional equipara una hora de trabajo de la Edad de Piedra a una hora de trabajo en Silicon Valley, y a partir de ahí predice que la integración económica entre esos dos tipos de economía promoverá la armonía económica entre ellos y la igualación de los salarios.

En términos muy generales se pueden distinguir dos tipos principales de teorías económicas. Uno se basa en metáforas extraídas de la naturaleza, normalmente de la física. Ejemplos de esas metáforas son “la mano invisible” que mantiene a la Tierra en órbita alrededor del Sol (de finales del siglo XVIII) o la metáfora del equilibrio, basada en la Física tal como era en la década de 1880. Lo que en este libro suelo denominar “textos estándar” se basan en la metáfora del equilibrio, que los propios físicos abandonaron en la década de 1930. La correspondiente teoría se construye a partir de esa metáfora abstracta, y un “economista” es esencialmente alguien que analiza el mundo a través de las lentes e instrumentos proporcionados por esa metáfora. Ése es el tipo de teoría que la profesión aplica a la situación de los niños africanos.

El otro tipo de teoría económica se basa en la experiencia y se construye a partir de la práctica, apareciendo a menudo como medidas o programas de actuación concretos de los que acaba infiriéndose como teoría. La ciudad-Estado de Venecia practicó cierto tipo de política económica durante siglos, mucho antes de que el economista Antonio Serra codificara esa práctica en una teoría y explicara cómo funcionaba. De forma muy parecida, desde la Edad de Piedra la gente mascaba corteza de sauce para curar los dolores de cabeza, miles de años antes de que Bayer aislara el principio activo que aquélla contenía y lo denominara ácido salicílico (salix=sauce) inventando la aspirina. De igual modo, los marinos medievales en el Mediterráneo evitaban el escorbuto llevando consigo naranjas y limones siglos antes de que en 1929 se aislara la vitamina C o ácido ascórbico (a-scórbico=contra el escorbuto). Es perfectamente posible curar enfermedades, sean económicas o de otro tipo, simplemente extrayendo lecciones de la experiencia aun sin tener una comprensión total de los mecanismos en presencia.

Este tipo de teoría económica, menos abstracto, se suele basar en metáforas biológicas más que físicas. Desde la codificación del derecho romano hacia el año 400 de la era cristiana, si no desde antes, el cuerpo humano ha sido fuente de metáforas para las ciencias sociales, siendo quizá la más celebrada la del Leviatán de Thomas Hobbes (1651), tanto por sus análisis políticos como por su impresionante portada que muestra una encarnación del Estado formada literalmente por el conjunto de sus ciudadanos. Ese tipo de teoría se basa en una concepción cualitativa y totalizadora (holística) del “cuerpo” que se quiere estudiar y ofrece un tipo de comprensión en el que importantes elementos, como las sinergias entre partes distintas pero interdependientes, no se pueden reducir a números o símbolos. Charles Darwin (1809-1882) introdujo un nuevo tipo de metáfora biológica, en la que cambios sociales como las innovaciones se asocian a las mutaciones en la naturaleza. Aunque su némesis teórica, el naturalista francés Jean Baptiste Lamarck (1744-1829), era de la opinión de que los rasgos adquiridos pueden heredarse, sus dos enfoques se complementan notablemente al trasladarse del ámbito bioógico al económico. De hecho, la metáfora de Lamarck resulta muy adecuada a la economía, en la que el conocimiento y la experiencia se puedan acumular durante generaciones. Esa teoría basada en la experiencia, abierta a las sinergias y a los cambios, es la que emplean los economistas cuando, como individuos privados, pueden distinguir cualitativamente entre distintas actividades económicas y aconsejar en consecuencia a sus propios hijos que no se especialicen en la economía mundial basándose únicamente en su ventaja comparativa en fregar platos.

Todas esas metáforas tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Las metáforas muy abstractas de la física son poderosas en cuanto a la precisión de sus recomendaciones, asegurando que el libre comercio conducirá a la nivelación de los salarios entre los países ricos y los países pobres (nivelación del factor precio). Un problema clave es que la economía basada en la física es incapaz de captar diferencias cualitativas entre distintas actividades económicas, que acaban convirtiéndose en diferencias de ingresos muy notables. Los modelos abstractos basados en la física pierden tanto los elementos creativos aportados por el Renacimiento como las taxonomías que establecen un orden en la diversidad, que fue una contribución clave de la Ilustración. Sea cual seal el nivel de educación de un fregaplatos en un restaurante, su nivel salarial nunca llegará a alcanzar el de un ingeniero de alta tecnología. De no cambiar de profesión, los friega platos se han especializado en ser relativamente pobres en cualquier mercado laboral. Que las naciones también se puedan especializar en ser pobres es algo incomprensible para los economistas que trabajan con metáforas extraídas de la física, porque su teoría carece de instrumentos con los que distinguir cualitativamente entre distintas actividades económicas, y por eso mismo no acpetan que las naciones pobres deberían fomentar actividades económicas capaces de incrementar el nivel salarial general, como han hecho todos los países actualmente ricos. Los modelos basados en la física son también incapaces de atribuir la debida importancia a las novedades e innovaciones, ya que excluyen la posibilidad de que en el mundo pueda ocurrir algo cualitativamente nuevo. También pierden de vista las sinergias, vínculos y afectos sistemáticos que aglutinan economías y sociedades. La afirmación de Margaret Thatcher de que “no existe la sociedad, sólo los individuos” es una conclusión lógica y directa de los textos actuales de economía.

Francis Bacon (1561-1626) es una importante figura en la historia del pensamiento económico basado en la experiencia. Lo que lo impulsaba era lo que Veblen llamaba “curiosidad veleidosa”, un espíritu inquisitivo sin ambición de beneficio. Su muerte, en consonancia con su carácter, se debió a una neumonía contraída mientras verificaba el efecto de la congelación sobre la preservación de la carne saliendo en medio de una ventisca para rellenar de nieve unos pollos. Las reacciones frente a las teorías abstractas de David Ricardo -tanto la del reverendo Richard Jones en Inglaterra (1831) como la de John Rae en Estados Unidos (1834)- fueron esencialmente intentos de rebaconizar la economía. Sin embargo, esa economía basada en la experiencia se vale en general de metáforas biológicas, que son mucho menos precisas y no proporcionan el mismo tipo de respuestas claras. Las teorías basadas en la experiencia ponen de relieve compensaciones que raramente se aprecian en las teorías basadas en la física, que suelen proponer el mismo tipo de política económica (“de talla única”) sea cual sea el contexto. El libre comercio, por ejemplo, es absolutamente necesario en muchos contextos para crear riqueza, pero en otros ese mismo principio del libre comercio reducirá la riqueza de la nación. En consecuencia, como en la cita de Schumpeter que encabeza este capítulo, la economía nos permite elegir entre explicaciones
simples que no suelen ser verdaderamente pertinentes y explicaciones más complejas pero también más pertinentes.

El empleo del cuerpo humano como metáfora de la sociedad tiene la ventaja de poner de relieve las sinergias, interdependencias y complementariedades existentes en un sistema económico. A diferencia de las metáforas basadas en la física, capta también la idea de los seres humanos como entes dotados de un cerebro creativo como factor económico. Al fin y al cabo, la fuerza impulsora básica de la sociedad económica humana es lo que Friedrich Nietzsche llamaba “el capital del ingenio y la voluntad”: nuevos conocimientos, iniciativa empresarial y capacidad organizativa, privada y pública. La economía evolucionista moderna ha intentado recientemente recuperar esos elementos y aplicarlos a la política industrial en el Tercer Mundo, algo que con el tiempo puede dar lugar a un sustituto de los filósofos mundanos de Heilbroner.

Pero tampoco hay que exagerar las diferencias, ya que esos dos tipos de pensamiento económico son en muchos sentidos complementarios. Los necesitamos ambos, del mismo modo que necesitamos ambos pies para caminar, tal como expresó el economista británico Alfred Marshall (1842-1924) hace más de un siglo. La economía basada en la física nos ofrece una ilusión de orden en el caos que nos rodea, pero conviene ser consciente de que ese refugio se crea a expensas de renunciar a la comprensión de muchos aspectos cualitativos del mundo económico. Olvidar que los modelos basados en la física no son la misma realidad, puede llevar a graves errores. Un ejemplo es la manera en que se ha introducido la globalización en forma de terapia de choque. En lugar de la nivelación predicha del factor precio, muchos países experimentan ahora una polarización de ese factor en comparación con el resto del mundo. Los países ricos se hacen más ricos, mientras que muchos países pobres se hacen más pobres. Dado que en los modelos basados en la física esto no puede suceder, la comunidad mundial está tardando demasiado en emprender alguna acción capaz de corregir esa evolución indeseada. El problema es que los modelos basados en la física que han monopolizado prácticamente el discurso tienden a excluir precisamente los factores que crean riqueza, presentes en los países ricos pero no en los pobres: competencia imperfecta, innovaciones, sinergias entre distintos sectores económicos, economías de escala y alcance y las actividades económicas que potencian esos factores.


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limitar y deslimitar el disentimiento, covicciones por sanciones, lo ligado a la institución y al deseo



Los miembros de la comunidad tienen que poder suponer que en una libre formación de la opinión y la voluntad políticas ellos mismos darían su aprobación a las reglas a las que están sujetos como destinatarios de ellas.

Por lo demás, este proceso de legitimación queda convertido en ingrediente del sistema jurídico, ya que frente a las contingencias que comporta el amorfo afluir de la comunicación cotidiana, necesita él mismo de institucionalización jurídica.

Sin embargo, el permanente riesgo que representa la contradicción, que representa el decir que no, queda institucionalizado en forma de discursos y convertido en la fuerza productiva de una formación de la opinión y la voluntad políticas presuntivamente racionales.

Esta restricción y limitación de la comunicación que en otro tiempo se vinculada a la institucionalización, dependía de una legitimización sacra; por tanto el ordenamiento no se podía contradecir, si se hacía se podía caer en una contrarrevolución o se ponía en peligro todo el sistema; es lo que hablábamos cuando tocamos el tema de Nietzsche y de la transvaloración de todos los valores morales; a través de la institucionalización racional de la misma veremos ahora que se pueden transvalorar estos valores pero que la institución permanece fija y no se cuestiona; es la forma moderna y racional del Derecho

Esta doble codificación remite a la circunstancia de que la positividad y la pretensión de legitimidad del derecho tienen también en cuenta esa deslimitación de la comunicación, que hace que por principio todas las normas y valores queden expuestos a un examen crítico.

La desestabilización generada por un disenso fundado se evita haciendo que los destinatarios no puedan poner en cuestión la “validez de las normas” a que se ajustan en su comportamiento.


Este “no poder” cobra un sentido articulado en términos de racionalidad con arreglo a fines, pues el modo de “validez” de la norma también ha cambiado. Mientras que el sentido de la validez de las convicciones asociadas con la autoridad de lo sacro “facticidad” y “validez” se fundían, en la validez jurídica ambos momentos se separan: la aceptancia impuesta del orden jurídico todos la distinguen de la aceptabiidad de las razones en que se apoya la pretensión de legitimidad de ese orden jurídico.

Esto se comprenderá mejor diciendo que el derecho moderno permite sustituir convicciones por sanciones dejando a discreción de los sujetos los motivos de su observancia de las reglas, pero imponiendo coercitivamente esa observancia.

Mientras que las instituciones apoyadas en una imagen sacra del mundo fijan mediante delimitación y restricciones de la comunicación las convicciones rectoras del comportamiento, la garantía que el Estado moderno asume de imponer el derecho ofrece un equivalente funcional de la estabilización de expectativas mediante una autoridad sacra.

Hasta entonces ese Derecho había venido entrelazado con una eticidad convencional apoyada en la dimensión de lo sacro. Y había que inventar un sistema de reglas que asociara, a la vez que diferenciara en términos de división del trabajo, ambas estrategias, a saber: la estrategia de “limitar” y la estrategia de “deslimitar” el riesgo de disentimiento que la acción comunicativa lleva en su seno.

Una comunicación, ahora deslimitada así, sin desmentirse a sí misma, quedar descargada, o sustancialmente eximida, de operaciones relativas a integración social.

En condiciones modernas de sociedades complejas que en vastos ámbitos de interacción exigen una acción regida por intereses y, por tanto, normativamente neutralizada, surge esa situación paradójica en la que la acción comunicativa, suelta, deslimitada, liberada de sus viejos límites, suprime en ella toda barrera.

El encargo que ahora recibe de asegurar y operar de la integración social, no puede pretender desempeñarlo en serio, pero tampoco puede pretender quitárselo.

Es decir, si decide echar mano de sus propios recursos, la acción comunicativa sólo puede domesticar el riesgo de disentimiento que lleva en su seno aumentando ese riesgo, a saber, estableciéndolo duraderamente.

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Sin embargo, la institución medieval nos muestra a todos su "reserva", y semejante ostentación para manifestar el silencio nos advierte que la inocencia pertenece al poder de la institución y solamente a ella. Tú debes ser "evitado" (excomulgado vitandus), nos dice o nos decía.

Sin embargo, ahora la moderna institución nos dice: “Pero tú no, tú no estás loco. Tú eres de los amables súbditos de la sonrisa”.
La locura, en tanto que empuja a actos ilícitos, a menudo es percibida a través de las penas enviadas desde arriba para castigar al género humano por su pecado original (a igual que las enfermedades, el dolor, etc.). Volvemos a los fundamentos de la auotridad sacra, que ahora se han perdido. Pero ahora el derecho penitenciario es una de sus ramas para el establecimiento asilar y su rebaño de reclusos. Pero tú no, tú no estás loco.

Esta es la experta tesis de Michel Foucault: ¿Puede el loco cometer una falta y ser penado por ello? Todos estos temas que fueron perfeccionados en la Edad Media hasta una finura premeditada, hoy día están censurados en el reparto de la comedia del mundo moderno. Hoy día se puede decir cualquier cosa, pues lo importante es que ello nos permite seguir observando la ley. Y hasta cierto punto las convicciones han sido sustituidas por las sanciones. Pero esto no se puede sostener fácilmente. Aquí nos haría falta otro Faucault y otro Nietzsche, que vendría a interrogar a las instituciones democráticas del discurso y la acción comunicativa. En principio, es un logro, habernos separado de las instituciones medievales, pero ello no quiere decir que no se pueda o se deba hoy día poner un límite para la locura; debe existir una forma de límite de la salud mental también.

Lo que nos dice Faucault es que la institución funciona a "teatro cerrado" por una doctrina del encierro, y esta idea que realmente hay que perseguir, pues la institución ella misma se ha convertido en una forma de locura, y en el ojo de investigación de la insania mental. No obstante, aplaudimos las nuevas tesis de la acción moderna comunicativa de Jürgen Habermas y su experta tesis también.

¿Qué papel cumple aquí la antropología o la sociología? ¿Una antropología que esté libre de movimientos también? Desengañémonos, la institución sigue cumpliendo su papel de reserva.
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La realidad es que todo lo ligado con la institución está relacionado con el deseo y con una verdad que va más allá de la verdad, y que además es así porque nos procura la tranquilidad y la seguridad, y lo es a través de su prestancia, de la transparencia de su discurso y de la palabra portada a través de la Ley.
Así la institución tiene todavía un poder sobre el silencio, que no ha sido interrogado del todo. No sólo la verdad del discurso o la negación del discurso está en cuestión, sino su verdadero poder de censura. Adonde queda el loco y el excomulgado nuevamente y que no pueden decir su verdad y que si la dicen en medio de la locura, nadie la va a escuchar.

Faucault nos habla del lazo del deseo y de la locura humana, por medio del papel de la razón y del desenmascaramiento de las instituciones llamadas humanas, o ciencias humanas y sociales.


El problema de la legitimación surge inevitablemente cuando las objetivaciones de orden institucional, hasta ahora histórico, deben transmitirse a una nueva generación, al llegar a ese punto el carácter auto-evidente de las instituciones ya no puede mantenerse por medio de los propios recuerdos o habituaciones del individuo, la unidad de historia y biografía se quiebra, para restaurarla y volver inteligibles así ambos aspectos de ella deben ofrecerse "explicaciones" y justificaciones de los elementos salientes de la tradición institucional, este proceso de "explicar" y justificar constituye la legitimación.

La legitimación consiste en lograr que las objetivaciones de nivel preteórico, autoevidente e histórico, ya institucionalizadas, lleguen a ser objetivamente disponibles y subjetivamente plausibles, y la función de "integración" está entre su propósito típico y que motiva a los legitimadores.

Finalmente los universos simbólicos constituyen un último nivel de legitimación y abarcan el orden institucional en una totalidad simbólica.

Las instituciones están ahí, el lenguaje construye el edificio de la legitimación, los procesos de habituación y de institucionalización sirven para crear integración funcional o lógica, pero el hecho empírico queda en pie y a priori no puede suponerse. No obstante, el universo simbólico es una pieza fundamental que lo resguarda. Así muchas áreas de comportamiento sólo son relevantes para ciertos tipos de colectivos, ciertas diferencias pre-sociales, como el sexo, o diferencias producidas en el curso de la interacción social como las que engendra la división del trabajo no tienen por qué integrarse en un sólo sistema coherente; sin embargo se integran en esa totalidad simbólica que le da cohesión social.

Los momentos dialécticos, pues, de la realidad social son tres: la sociedad es un producto humano, el hombre y el mundo social interactúan, la sociedad es una realidad objetiva (externalización y objetivación de la realidad), y por último el hombre es un producto social (internalización). Si uno de estos tres momentos se omite el análisis de la realidad social será distorsionado.

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Tecnología y ciencia



Me interesa también conectar con una nueva idea que descubro a partir de Peter Drucker porque está en consonancia final con la idea, Gustavo, de la transformación de la información en Conocimiento, que da lugar a la parte central de tu artículo.
En un libro de Adela Cortina, “Ciudadanos del mundo, hacia una teoría de la ciudadanía”, se habla de este autor y de su obra “La sociedad postcapitalista; la gestión en un tiempo de grandes cambios”.
Drucker viene defendiendo desde hace algún tiempo que la sociedad de futuro es la sociedad del saber, en ella la verdadera riqueza será el saber y concretamente lo que denomina “conocimientos”, en virtud de los cuales una persona es capaz de aplicar el saber al saber.
Por eso entiende Drucker que al obrero industrial que era el grupo de trabajadores más numeroso de los años cincuenta sucederá el “trabajador del saber”, que a fines de este siglo representará en Estados Unidos un tercio, o más, de la fuerza laboral.
Se trata de lo que Cortina define como una nueva clase dirigente: los “trabajadores del saber”.
Ahora bien, esta “sucesión” no significa que los obreros industriales podrán convertirse en trabajadores del saber adquiriendo esos conocimientos por medio de la experiencia, porque no se adquieren a través de la experiencia, sino mediante un aprendizaje convencional permanente, que no está al alcance de todas las fortunas mentales.
Se producira entonces -vaticina Drucker- una nueva “división de clases”, que ya no tendrá como elemento distintivo la posesión de los medios de producción, sino la posesión del saber.
La clase poseedora lo será de un saber práctico, aplicable, sin el cual una empresa no puede valerse de las nuevas tecnologías, y las clases desposeídas lo estarán a su vez de ese tipo de saber.
Por eso en los países en vías de desarrollo quedará anulada la “ventaja” de los bajos salarios, y tendrán que adquirir el saber para lograr desarrollarse.
La cuestión no es entonces que los grupos sociales estén dispuestos a distribuir las horas de trabajo, sino que existirá un tipo de trabajo no susceptible de ser distribuido.
Y sobre todo que los nuevos trabajadores no constituirán el grupo más numeroso de la población, ni se convertirán en gobernantes, pero sí compondrán -afirma Drucker- la clase dirigente.
Un nuevo conflicto de clases parece, pues, abrirse camino entre trabajadores del saber y quienes se ganan la vida por medios tradicionales y un nuevo reto se presenta al ideal de la ciudadanía ética y democrática.
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Este tema es tan interesante y comprometido y se adentra tanto en ese sentido que tú elogias de las ideas de este pensador y de hacerle justicia, que no me he resistido a transmitíroslo.
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1.Dilecta Ishtar, como siempre poniendo tu inteligente dedo en la llaga de mi ignorancia, como un bálsamo.
Siempre he rechazado, tal vez incoscientemente o mejor subconscientemente, la idea de pertenecer a la élite de los que poseen las cosas, pero no me produce rechazo la idea de intentar petenecer a la élite de los que saben y de ahí mi interés por las ideas y la permanente lucha que tengo planteada contra mi ignorancia. Pese a que cada día soy más consciente de lo que ignoro, mi curiosidad no para de acrecentarse. Me temo que me van a faltar varias vidas para poder saciarla.
No sé a dónde va el mundo, pero la idea de que la información esté al alcance de todos y que la ventaja de unos sobre otros consista en quién sea más capaz de convertir ésta en conocimiento me encanta. Ya sé que eso sería algo así como un nuevo despotismo ilustrado pero si todos pudieran acceder a la educación y tuvieran a su alcance la información, cualquiera, según su capacidad, podría convertirse en parte de la élite de los más sabios o los menos ignorantes. Es una utopía.
De todas formas encuentro que cada vez hay más información pero menos conocimiento. Faltan estructuras formales para integrarlo y falta, como decía en mi artículo, criterio. El criterio es eso que te queda después de haber sabido mucho, cuando ya se te ha olvidado una gran parte. Tú si lo tienes amiga.
Un saludo muy afectuoso y muy navideño con un haiku inspirado en las creencias de los mexicas.
Rueda el tiempo
La vida se repite
¿A dónde vamos?



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Por el contrario, los cambios producidos en el marco institucional, en la medida en que derivan de forma inmdiata o de forma mediata de nuevas tecnologías o de perfeccionamientos de estrategias (en los ámbitos de la producción, del intercambio, de la defensa, etc.) no han asumido la misma forma de adaptación activa. Por lo general esas mutaciones siguen el modelo de una adaptación pasiva.

No son el resultado de una acción planificada, racional con respecto a fines y controlada por el éxito, sino producto de una evolución espontánea. Sin embargo, esta desproporción entre adaptación activa por un lado y acomodación pasiva por el otro, no pudo venir a la conciencia mientras la dinámica de la evolución capitalista quedó encubierta por las ideologías burguesas. Sólo con la crítica de las ideologías burguesas aparece esa desproporción abiertamente ante la conciencia.

El modelo de la evolución sociocultural de la especie ha estado determinado desde el principio por un creciente poder de disposición técnica sobre las condiciones externas de la existencia, por un lado, y, por otro, por una adaptación más o menos pasiva del marco institucional a la extensión de los subsistemas de la acción racional con respecto a fines. La acción racional con respecto a fines representa la forma de adaptación activa que distingue la autoconversación colectiva de los sujetos socializados de la conservación característica de las especies animales. Nosotros sabemos cómo someter a control las condiciones fundamentales de la vida, lo que significa: cómo acomodar culturalmente el entorno a nuestras necesidades, en lugar de limitarnos a adaptarnos nosotros a la naturaleza externa.

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Para aducir una de sus razones, pensemos en que la incitación a la desobjetualización de los sujetos -acaso no tan apremiante como en tiempos de Marx desde la perspectiva de una ciencia social que ha dejado de ser concebida en términos deterministas y en la que, por lo tanto, nuestra sumisión a leyes puramente estadísticas se diría que ya no compromete nuestra libertad individual (lo que, por descontado, no garantiza que no continúe habiendo alienación, como tampoco garantiza que no continúe habiendo causalidad social)- sigue siendo apremiante, y lo es incluso más que nunca, en la tecnología social de nuestros días, so pena de que ésta se reduzca lisa y llanamente a “ingeniería social”.
Una reducción ésa que prolonga, en las concretas realizaciones del marxismo, la alienación con que el marxismo pretendía acabar, y a la que presumiblemente no es ajeno el reduccionismo instrumentalista de la concepción de la racionalidad cuya unilateralidad estamos deplorando.

Por ejemplo, Marx no previó que la creciente interdependencia entre investigación científica y tecnología acabaría convirtiendo a la ciencia en fuerza productiva predominante, como tampoco le fue dado prever que la intervención creciente del Estado para paliar las disfunciones de la sociedad de mercado acabaría modificando de manera no menos importante el cuadro de las relaciones sociales vigentes de producción.

En el capitalismo tardío, lo primero fomenta la creencia de que el funcionamiento del sistema social constituye un problema de orden técnico más bien que de orden práctico, en tanto lo segundo contribuye a reforzar la lealtad de unas masas despolitizadas al Estado benefactor a cambio del mantenimiento de un nivel relativamente estable del bienestar social.

Tecnocracia y despolitización se complementan mutuamente y conducen a la pérdida de función de la participación democrática en las tareas de decisión, confiada cada día más a los “expertos” o limitada a la periódica elección plebiscitaria de líderes alternativos cuya representatividad parece tener bastante más que ver con su capacidad para “representar” su propio liderazgo, como si de actores se tratase, que con la “representación” de sus electores.

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Naturalmente esta afirmación sólo es válida en la medida en que nosotros estemos, en el discurso filosófico, efectivamente en condiciones de hacer, en un lenguaje formal, enunciados universalmente válidos acerca del discurso, relativizando de ese modo las perspectivas comprensivas de los discursos particulares en el sentido de su “pertenencia histórica” (Gadamer). Con ello se abre a la vez también la posibilidad de una comparación empírica entre las diferentes perspectivas comprensivas (tanto sincrónica como diacrónicamente). Muchas ciencias históricas, antropológico-culturales y etnológicas hacen uso de ella hoy día. Hay que añadir que es asimismo la radicalización del comprender reflexivo la que hace posibles tanto a la “hermenéutica de la sospecha” (Ricoeur), esa que suspende la “anticipación de perfección”, como a los métodos -que recurren a explicaciones externas de motivos- de las ciencias sociales críticas anejos a la “hermenéutica de la sospecha” (no así de las ciencias cuasi-nomológicas del comportamiento, que están al servicio de la tecnología social.)
¿Acaso no es posible, incluso indispensable, concebir el rebasamiento formal de la sujeción del comprender a la perspectiva, alcanzado ya por la forma reflexiva del discurso filosófico, como la condición de posibilidad del acceso a nuevas y superiores perspectivas comprensivas, es decir: de nuevas formas de la precomprensión del mundo que posibilitan un comprender más profundo y que no son meras “prosecuciones” de tradiciones, sino más bien logros de la reflexión crítica?

¿En qué medida puede suponerse que uno puede solucionar más fácilmente las dificultades que están vinculadas con los posibles conflictos entre la racionalidad de la acción y la “racionalidad sistemática”, bajo las condiciones que hemos indicado de la ética discursiva y su complementación estratégica? Me parece que una respuesta también a esta pregunta resulta de la reflexión sobre el fracaso de la filosofía especulativa de la historia (la “superación” historicista de la utopía social) y de todas las formas de la tecnología social cientificista en las cuales la sociedad tiene que ser dividida en sujetos y objetos del “social engineering”. Si uno ve claramente las aporías -en no poca medida éticas- de estas concepciones de la planificación social, se infiere, según mi opinión, que sólo una forma de la teleología referida a la historia es hoy plausible: la fundamentación -ya insinuada por Kant en sus escritos sobre filosofía de la historia- de objetivos a largo plazo (como, por ejemplo, una sociedad jurídica de ciudadanos del mundo) a partir de principios éticos universales que en tanto tales, independientemente del éxito o del fracaso de intentos particulares de realización histórica, son susceptibles de obtener consenso.

Justamente porque la marcha de la historia no puede ser predicha ni en pronósticos “incondicionados” ni “condicionados”, las personas necesitan objetivos a largo plazo que puedan apoyar en todo momento. Me parece que estos objetivos no deben ser inferidos de “imperativos sistemáticos” funcionales -por ejemplo, de política del poder o económicos- porque a través de ellos tendencialmente los sujetos humanos de la acción son degradados a meros medios. Naturalmente, en una “ética de la responsabilidad”, las personas transitoriamente tienen que transformarse también en abogados de la racionalidad funcional de los “sistemas”: pues manifiestamente la supervivencia de la comunidad real de comunicación humana depende de la autoafirmación de sistemas sociales funcionales. Pero el desarrollo a largo plazo de aquella racionalidad consensual-comunicativa que -desde el surgimiento del lenguaje y del pensamiento- está dada en el mundo de la vital de todos los hombres y que caracteriza el objetivo por lo menos del entendimiento no violento sobre fines y objetivos, tiene que conservar prioridad teleológica frente a una “colonización del mundo vital” a través de estructuras y mecanismos y de conducción tendencialmente anónimos de la llamada racionalidad sistemática.
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El problema es cuando el dualismo trabajo e interacción pasa a segundo plano, por la creciente disposición técnica, al no existir ya dialéctica se produce una cosificación de la conciencia.

Y cuando esta apariencia se ha impuesto con eficacia, entonces el recurso propagandístico al papel de la ciencia y de la técnica puede explicar y legitimar por qué en las sociedades modernas ha perdido sus funciones una formación democrática de voluntad política en relación con las cuestiones prácticas y puede ser sustituida por decisiones plebiscitarias relativas a los equipos alternativos de administradores.

Las sociedades industriales avanzadas parecen aproximarse a un tipo de control del comportamiento dirigido más bien por estímulos externos que por normas.



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la conciencia tecnocrática


Desde fines del siglo XIX se impone cada vez con más fuerza la otra tendencia evolutiva que caracteriza al capitalismo tardío: la de la cientifización de la técnica. Siempre se ha registrado en el capitalismo una presión institucional a elevar la productividad del trabajo por medio de la introducción de nuevas técnicas. Pero las innovaciones dependían de inventos esporádicos, que, por su parte, podían ciertamente estar inducidos económicamente, pero que no tenían un carácter organizado. Pero esto ha variado en la medida en que el progreso científico y el progreso técnico han quedado asociados y se alimentan mutuamente.

Con la investigación industrial a gran escala, la ciencia, la técnica y la revalorización del capital confluyen en un único sistema. Mientras tanto esa investigación industrisl ha quedado asociada además con la investigación nacida de los encargos del Estado, que fomentan ante todo el progreso técnico y científico en el ámbito de la producción de armamentos; y de ahí fluyen informaciones a los ámbitos de la producción civil de bienes. De este modo, la ciencia y la técnica se convierten en la primera fuerza productiva, y con ello, caen las condiciones de aplicación de la teoría del valor trabajo de Marx. Pues ya no tiene sentido computar las aportaciones al capital debidas a la inversiones en investigacion y desarrollo, sobre la base del valor de la fuerza de trabajo no cualificada (simple) si, como es el caso, el progreso técnico y científico se ha convertido en una fuente independiente de plusvalía frente a la fuente de plusvalía que es la única que Marx toma en consideración: la fuerza de trabajo de los productores inmediatos tiene cada vez menos importancia.

Mientras las fuerzas productivas dependían de manera intuitiva y evidente de las decisiones racionales y de la acción instrumental de los hombres que producían en sociedad, podían ser entendidas como un potencial de creciente disposición técnica, pero no podían ser confundidas con el marco institucional en el que estaban insertas. Sin embargo, con el progreso técnico y científico el potencial de las fuerzas productivas ha adoptado una forma que hace que en la misma conciencia de los hombres el dualismo trabajo y de interacción pase a un segundo plano.

Ciertamente que lo mismo antes que ahora son los intereses sociales los que determinan la dirección, las funciones y la velocidad del progreso técnico. Pero estos intereses definen al sistema social tan como un todo, que vienen a coincidir con el interés por el mantenimiento del sistema. La forma privada de la revalorización del capital y la clave de distribución de las compensaciones sociales que aseguran el asentimiento de la población, permanecen como tales sustraídas a la discusión. Como variable independiente aparece entonces un progreso cuasi-autónomo de la ciencia y de la técnica, del que de hecho depende la otra variable más importante del sistema, es decir, el progreso económico. El resultado es una perspectiva en la que la evolución del sistema social parece estar determinada por la lógica del progreso científico y técnico. La legalidad inmanente de este progreso es la que parece producir las coacciones materiales concretas a las que ha de ajustarse una política orientada a satisfacer necesidades funcionales.

Y cuando esta apariencia se ha impuesto con eficacia, entonces el recurso propagandístico al papel de la ciencia y de la técnica puede explicar y legitimar por qué en las sociedades modernas ha perdido sus funciones una formación democrática de voluntad política en relación con las cuestiones prácticas y puede ser sustituida por decisiones plebiscitarias relativas a los equipos alternativos de administradores.

A nivel científico, esta tesis de la tecnocracia ha recibido distintas versiones. Pero a mi entender, es mucho más importante el que esa tesis haya podido penetrar como ideologíia de fondo en la conciencia de la masa despolitizada de la población y desarrollar su fuerza legitimatoria. El rendimiento peculiar de esta ideología consiste en que disocia la autocomprensión de la sociedad del sistema de referencia de la acción comunicativa y de los conceptos de la interacción simbólicamente mediada y los sustituye por un modelo científico.

En la misma medida, la autocomprensión culturalmente determinada de un mundo social de la vida queda sustituida por la aautocosificación de los hombres bajo las categorías de la acción racional con respecto a fines y del comportamiento adaptativo.

El modelo conforme al cual habría de llevarse a cabo una reconstrucción planificada de la sociedad está tomado de la investigación de sistemas. En principio es posible entender a empresas y a organizaciones particulares y también a subsistemas políticos y económicos y a sistemas sociales en su conjunto según el modelo de sistemas autorregulados. Ciertamente que es muy distinto que el marco de referencia cibernético se emplee con fines analíticos o que, ajustándonos a este modelo, tratemos de organizar un sistema social dado como sistema hombre-máquina.

Pero esta transferencia del modelo analítico al nivel de la organización social está ya contenida en el planteamiento mismo de la investigación de sistemas. Y de atenernos a esta intención de una estabilización de los sistemas sociales análoga a la estabilización que representa la prgramamción instintual, resulta la peculiar perspectiva de que la estructura de uno de los dos tipos de acción, es decir, la estructura del círculo funcional de la acción racional con respecto a fines, no solamente mantiene un predominio frente al marco institucional, sino que va absorbiendo poco a poco a la acción comunicativa en tanto que tal.

Y si con Arnold Gehlen consideramos que la lógica inmanente de la evolución técnica estriba en que el círculo funcional de la acción racional con respecto a fines queda disociado progresivamente del sustrato del organismo humano y queda proyectado al nivel de las máquinas, entonces esa intención que alimenta la tecnocracia puede ser considerada como la última etapa de esa evolución.

Si se consigue simular a nivel de los sistemas sociales a la estructura de la acción racional con respecto a fines, el hombre no sólo podría ya, en tanto que homo faber, objetivarse íntegramente a sí mismo por primera vez y enfrentarse a sus propios productos autonomizados, sino que también podría quedar integrado a su porpio aparato técnico como homo fabricatus. El marco institucional, que hasta ahora se había sustentado en otro tipo de acción, quedaría a su vez, según esta idea, absorbido en los subsistemas de acción racional con respecto a fines que están insertos en él.

Ciertamente que esta intención tecnocrática no está realizada en ninguna parte ni tan siquiera en sus pasos iniciales, pero por un lado sirve como ideología para una política dirigida a la resolución de tareas técnicas que pone entre paréntesis las cuestiones prácticas y, por otra, responde en cualquier caso a ciertas tendencias evolutivas que pueden llevar a una lenta erosión de lo que hemos llamado marco institucional. El dominio manifiesto de un Estado autoritario se ve reemplazado por las coacciones manipulativas de una administración técnico operativa. La implantación moral de un orden sancionado, y con ello de la acción comunicativa, que se orienta de conformidad con un sentido articulado lingüísticamente y que presupone la interiorización de normas, se ve disuelta, cada vez con más amplitud, por formas de comportamiento condicionado, mientras que las grandes organizaciones como tales se presentan cada vez más con la estructura de la acción racional con respecto a fines.

Las sociedades industriales avanzadas parecen aproximarse a un tipo de control del comportamiento dirigido más bien por estímulos externos que por normas.

La reacción indirecta por estímulos condicionados ha aumentado sobre todo en los ámbitos de aparente libertad subjetiva (comportamiento electoral de aparente libertad, consumo y tiempo libre). La signatura psicosocial de la época se caracteriza menos por la personalidad autoritaria que por la desestructuración del superego. Pero este incremento del comportamiento adaptativo es sólo el reverso de la continua erosión de la esfera dela interaccion mediada lingüísticamente, bajo la presión de la estructura de la acción racional con respecto a fines. A esto responde, subjetivamente, que la diferencia entre acción racional con respecto a fines e interacción no solamente desaparezca de la conciencia de las ciencias del hombre, sino también de la conciencia de los hombres mismos. La fuerza ideológica de la conciencia tecnocrática queda demostrada precisamente en el encubrimiento que produce de esa diferencia.

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Jürgen Habermas, “Ciencia y técnica como 'idelogía'”, ibid, pág. 86-91













In general, the science brutalize the spirits reducing its metaphysical conscience. Why are you irritated this Time? ~
el 7 de marzo - Comentar - Me gusta - Share - Edit
A Lord Daven le gustó esto
esto se lo solía decir a mi amigo el ingeniero, pero él decía que su trabajo era creativo y que le gustaba. - sylphide * (modificar | eliminar)
Y quien era ese? - Lord Daven
Has de ser justa en los términos: siempre el poder embrutece a los oprimidos reduciendo artificialmente su capacidad de rebelarse. Por eso siempre estaré irritado! - Lord Daven
La ciencia misma fue perseguida y el pensamiento científico, a día de hoy, es menospreciado. Son los que juegan a ser soberanos quienes utilizan ciencia, religión y sobre todo el miedo para realizar su única misión: mantener su posición. - Lord Daven
Y añado que no es el discurso científico inválido en absoluto ni posee ninguna perversión sistemática, sino la manipulación de este por motivos políticos. - Lord Daven
es como hacer virtud de la necesidad:) ¿Acaso no hay que tomar en serio, por ejemplo, la alusión a la “realidad del escepticismo o de un relativismo capaz de disolver cualquier verdad”? -Antes incluso que la aceptación de la autocontradicción o de la falsabilidad de la ciencia- ;) de este modo cortamos el nudo gordiano en vez de desatarlo.;) de todas formas hoy todo quiere parecer científico, la ciencia es lo único que avanza, pues la política no parece querer hacerlo. - sylphide * (modificar | eliminar)




Se trataría ahora de mostrar que la reflexión sobre las presuposiciones de la forma reflexiva filosófica de los discursos encaminados al entendimiento (la conciencia metafísica), lejos de ser "improductiva", pone en libertad justamente aquellas normas intersubjetivamente válidas de la razón práctica y de la reconstrucción hermenéutico-crítica de la historia:) y la reflexión -”hermenéutica” sobre el acontecer del sentido y de la verdad de comprender históricamente situado tampoco está en condiciones de descubrir. ;) ni tampoco se puede comparar al ideal de objetividad de la ciencia natural basado en la suposición de un objeto de conocimiento homogéneo ya acabado y que sólo hay que investigar progresivamente:) - sylphide
modificar | eliminar)
por tanto vuelvo a lo mismo, a la conciencia autorreflexiva y metafísica:) la ciencia occidental no puede pensarse con independencia de la metafísica en Occidente, ni en sus hipótesis sustanciales globales de explicación del mundo, ni en sus presuposiciones lógico-trascendentales (no empíricas) ;) - sylphide * (modificar | eliminar)
De esta idea puede deducirse el motivo de una crítica radical de la ciencia y de la filosofía, a saber: la sospecha de que ha sido precisamente la forma de pensamiento de la metafísica occidental -la forma de pensamiento del ocultamiento del ser en la forma de ideas (Heidegger) o conceptos referidos al logos- la que ha hecho posible el problemático saber de dominio de la ciencia moderna o, dicho de otro modo, la técnica. - sylphide * (modificar | eliminar)
No veo la conexión desde el momento en que la conciencia metafísica es una expresión oscura de la cual todo puede inferirse. - Lord Daven
Y es confuso pensar en el dominio de la ciencia sin tener claro que es lo dominado y con qué fin. El esquema crítico siempre comienza con una sospecha y termina dilucidando quienes y con qué objetivo. - Lord Daven
En cuanto a por qué todo quisiera ser ciencia incluyendo la economía ya expuse que tales saberes tienen referentes chamánicos e imitativos, quisieran imitar la ciencia por la aplicación de sus resultados en el plano del poder. Por eso hay hijos bastardos de la antropología y la voluntad de poder como "la ciencia del marketing". - Lord Daven
El fin de la metafísica y sus coletazos agónicos como Heidegger acarrean estas convulsiones buscando al Ulises que ha herido su ojo único. La ciencia me mata! La ciencia me ha herido! Ulises ha sido muy ingenioso otra vez, su verdadero nombre es la filosofía del lenguage. - Lord Daven
Y en estas convulsiones agónicas golpea sin visión y precipita su muerte con un aluvión de palabras afectadas. El lenguage es su propio veneno. La pregunta clave es ¿qué cuestión hay detrás de cada neologismo? Y ¿por qué no utilizar el principio de occahm para terminar con la hemorragia de conceptos inaprensibles? - Lord Daven
Hay que volver a leer el TLP como lo que realmente es: una lavadora de los excesos de la metafísica. - Lord Daven
Hablar de postulados trascendentales en ciencia tiene sentido pero aun estos han sido revisados por evidencias empíricas como el principio de determinación de Newton o el de localidad de Einstein. Cualquier teoría científica tiene su prueba de ácido perenne en la naturaleza. ¿qué decir de los postulados trascendentales de la metafísica? ¿cuál pudiera ser su prueba de ácido? - Lord Daven
la prueba de ácido está aquí: en las precondiciones de la preestructura del discurso dirigido hacia el entendimiento sobre algo: las precondiciones reflexivo-trascendentales del discurso racional del argumentar.- Post ultimo de mi livejournal: http://ishtar-sylphide.livejou... ;) - sylphide * (modificar | eliminar)
Sí, tendremos que cortar con la navaja de Occam pues no se trata de las precondiciones de todo intento humao de comprender, sino tan solo de las condiciones trascendentales de posibilidad del comprender válido o no válido:) que son condiciones de posibilidad de la validez intersubjetiva de la comprensión o en general del conocimiento:) - sylphide * (modificar | eliminar)
una crítica coherente de la metafísica en la modernidad deberá evitar la crítica "total" de la razón, sólo le estará permitido criticar lo que la metafísica tradicional tenía de dogmática y de acrítica porque se enunciaba sin reflexionar suficientemente sobre las condiciones de posibilidad de la propia validez.:) - sylphide * (modificar | eliminar)
Aquí topamos con un déficit de reflexión en Wittgenstein, ligado a su predilección útil en muchos aspectos por la mera descripción de ejemplos. Ciertamente mediante el análisis de ejemplos se puede oponer un eficaz correctivo a los prejuicios apriorísticos y las generalizaciones precipitadas de la filosofía sistemática:) - sylphide * (modificar | eliminar)
pero de este modo no es posible hacer inteligible la pretensión específica de validez de toda proposición filosófica también de las proposiciones en que se sustenta la crítica del lenguaje o del sentido :) - sylphide * (modificar | eliminar)
siento que decirte, que no has leido a wittgenstein - Lord Daven
no he leído sus investigaciones ni el tractatus como libro pero sí he leído un libro que tengo de recopilación de párrafos acerca de sus libros y de su cuaderno azul, y sé como escribe y lo que es el segundo Wittgenstein respecto al primero:) pero voy a escribir otro post que hace la crítica definitva a Wittgenstein:) y tambien de paso a Heidegger :) voy escribiendo filosofía como puedo:) - sylphide * (modificar | eliminar)




La relevancia del principio de autoalcance de la reconstrucción de la historia se pone sobre todo de manifiesto cuando lo confrontamos con los intentos característicos de toda la modernidad (e irónicamente característicos también de la crítica total a la razón en el postmodernismo) de ofrecer una explicación reduccionista naturalista de la historia del espíritu a partir de motivos causales externos. Al confrontarla, por ejemplo, con el intento de Nietzsche de cuestionar genealógicamente todas las pretensiones de validez de la razón humana (verdad, rectitud moral y finalmente también la veracidad que durante tanto tiempo reivindicó para sí -la “sinceridad” de Nietzsche-)., Frente a estos intentos (condenados a la contradicción performativa) de sustituir comprensión por explicación, el principio de autoalcance de la reconstrucción no exige renunciar a explicaciones externas pero sí subordinarlas y postergarlas a la comprensión en el sentido de una reconstrucción racional valorativa. - sylphide * (modificar | eliminar)











¡ES LA ECONOMÍA, ESTÚPIDO! - http://gustavomata.org/articul...
el 6 de febrero from El blog de Gustavo Mata - Comentar - Me gusta - Share
mira voy a borrar este feed, esto me da asco - Lord Daven
que le jodan, nunca contesta cuando hay argumentos técnicos: es un demagogo - Lord Daven
ya está, no me vuelvo a encontrar con este sectario en la vida - Lord Daven
maldito imbécil - Lord Daven
No se puede descartar la teoría de la influencia de los medios en los conflictos de intereses económicos; y más, en una sociedad actual informatizada en la cual la información es un bien que cobra un nuevo sentido fundamental, de poder e influencia y que rige las actividades económicas, sociales y políticas. :) Tal vez en las cuestiones técnicas tú eres más fuerte, si él no te contesta, tal vez es porque no rechaza la base técnica que tú planteas, y podéis en ese aspecto complementaros uno al otro :) Intentad también comprender la visión de cada uno. - sylphide * (modificar | eliminar)
que no puedo aguantar tonterias ya, estuve repasando el modelo de solow ayer y si se descuenta el factor tecnológico (que es un modelo teórico) queda el modelo decreciente de Marx = sobre explotación - Lord Daven




acerca del concepto de utopía de la actual crítica al utopismo, hay que registrar el hecho de que el neomarxismo que ya no es cientificista-tecnocrático -en primer lugar Bloch y Marcuse, pero también Habermas- se encuentra aún más que el marxismo ortodoxo en el centro de la crítica al utopismo.:) esto quiere decir que el factor tecnologico es el centro de la crítica del marxismo y del neomarxismo de otros (por el dilema de la dialéctica sujeto-objeto cientificista-tecnocrática), luego no se puede descartar;) ni tampoco se puede descartar toda la industrialización, todo lo que el proceso había sido capaz de construir hasta ahora y que había sido aceptado por la mayoría de los trabajadores:) - sylphide *
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También la Escuela de Francfort se separa del marxismo-leninismo ortodoxo (“objetivista”) y además del diagnóstico -en Horkheimer y Adorno muy pronto pesimista- de la “dialéctica del Iluminismo” en la moderna sociedad industrial en su totalidad.:) la Escuela de Francfort, de lo que se trataba era más bien de desconectar la fundamentación teórico-científica de una “teoría crítica” de las ciencias sociales histórico-reconstructivas, del programa cientificista de la unidad metodológica -determinada por intereses tecnológicos- de la explicación y predicción nomológicas de los procesos naturales y sociales.;) esto quiere decir: a considerar la posibilidad de una fundamentación normativa dialógica y teórico-comunicativa de las ciencias sociales reconstructivas y -lo que es mucho más difícil- de la organización democrática de la praxis social. Y en este contexto se desarrolló por parte de Habermas y también por el autor de este estudio, la concepción de una ética de la “situación ideal del discurso” es decir, de la - sylphide *
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es decir, de la “comunidad ideal de comunicación”.:) por tanto no se puede separar como tú haces el empirismo del racionalismo.) el antiguo positivismo y, según parece, fue también sostenido por Popper y Albert en el sentido de la “unidad metodológica de las ciencias reales” (a pesar de que irónicamente Popper y Lakatos en aquellos años, bajo la impresión del debate histórico-científico, dieron pasos decisivos en dirección de la eliminación del programa de la unidad metodológica). - sylphide * (modificar | eliminar)
he derivado hacia la cuestion metodologica:) pero es cierto que es muy grave y lamentable las cosas que he leído esta tarde en el blog y cómo se va interpretando el fracaso de las empresas, como una ineficacia de ellas, sin que tenga ninguna responsabilidad ningún otro sector de la política ni de la economía :) por esta lógica que dejen caer tambien a los bancos y menos paternalismo para ellos. - sylphide * (modificar | eliminar)
Yo abandono ese blog para siempre, es un fraude de tipo. No soy marxista, he leído a Marx y sé criticarlo. Pero la labor crítica de Marx es encomiable. - Lord Daven
Si la economía no es falsable no es ciencia sino un "mantra" detrás de otro. - Lord Daven





Tendrás que hacernos un favor y poner paz entre Gustavo y yo. No es capaz de contestar a ninguna ciestión técnica al respecto de la financiación, su posición es puro hayek y le molesta que se diga. Que se espabile porque fui yo mismo quien le presto el apestoso "camino a la servidumbre". - Lord Daven vía BuddyFeed
creo que has tomado muy serenamente en cuanto a ti la parte que has argumentado y has defendido, y lo vas haciendo de modo riguroso y técnico y yo creo que Gustavo está defendiendo también lo que el dice su opinión, no creo que sea un híbrido o un tibio, esto no es un descalificativo, más bien la argumentacion dialectica nos esta llevando por diversos planteamientos, pero no creo que se haya cerrado en ninguna posición frente a ti.







Poder “social” y noción de control - http://ishtar-sylphide.livejou...
el 25 de enero from LiveJournal - Comentar - Me gusta - Share - Edit
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Hay que entender no sólo las relaciones primitivas de poder, es muy importante también las relaciones que fueron perfeccionadas durante la edad media, siglo XII, a través de la “creencia”, por medio del deseo o del imaginario y del artilugio de la Palabra y su mito pontifical, el sujeto se autorrepresenta y es capturado en esa red imaginaria del deseo, por lo que no tiene que matar ya al otro, de este modo, y hoy día, esto empieza a resurgir en la moderna idea de control, de la que habla este artículo, a través de la ciencia y la técnica y tambien de la publicidad. - sylphide * (modificar | eliminar)
esto que he escrito aqui y en mi anterior comentario es mi propia voz







la nueva ideología frente a la vieja, la ilusión técnica y la relación de dominio - http://ishtar-sylphide.livejou...
el 13 de enero from LiveJournal - Comentar - Me gusta - Share - Edit
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Las relaciones de produccion y fuerza productiva son sustituidas por la mas abstracta de trabajo e interacción - sylphide * (modificar | eliminar)
Las legitimaciones tradicionales se hacen criticables al ser cotejadas con criterios de la racionalidad propia de las relaciones fin-medio - sylphide * (modificar | eliminar)
Una nueva zona de conflictos, en lugar del virtualizado antagonismo de clases y prescindiendo de los conflictos que las disparidades provocan en los márgenes del sistema, sólo puede surgir allí donde la sociedad del capitalismo tardío tiene que inmunizarse por medio de la despolitización de la masa de la población contra la puesta en cuestión de la ideología tecnocrática de fondo: precisamente en el sistema de la opinión pública administrada por los medios de comunicación de masas. - sylphide * (modificar | eliminar)
Pues sólo ahí puede quedar afianzado el "encubrimiento" que el sistema exige de la diferencia entre el progreso de los subsistemas de acción racional con respecto a fines y las mutaciones emancipatorias en el marco institucional -entre cuestiones prácticas y cuestiones técnicas-. Las definiciones permitidas públicamente se refieren a qué es lo que queremos para vivir, pero no a cómo querríamos vivir si en relación con los potenciales disponibles averiguáramos cómo podríamos vivir. - sylphide






La dialéctica del trabajo y la dialéctica de la representación - http://ishtar-sylphide.livejou...
el 12 de enero from LiveJournal - Comentar - Me gusta - Share - Edit
el problema es cuando el dualismo trabajo e interacción pasa a segundo plano, por la creciente disposición técnica, al no existir ya dialéctica se produce una cosificación. - sylphide * (modificar | eliminar)
Y cuando esta apariencia se ha impuesto con eficacia, entonces el recurso propagandístico al papel de la ciencia y de la técnica puede explicar y legitimar por qué en las sociedades modernas ha perdido sus funciones una formación democrática de voluntad política en relación con las cuestiones prácticas y puede ser sustituida por decisiones plebiscitarias relativas a los equipos alternativos de administradores. - sylphide * (modificar | eliminar)
Las sociedades industriales avanzadas parecen aproximarse a un tipo de control del comportamiento dirigido más bien por estímulos externos que por normas. - sylphide







con respecto a las ciencias hermenéuticas del espíritu o ciencias sociales crítico-reconstructivas - http://ishtar-sylphide.livejou...
el 4 de enero from LiveJournal - Comentar - Me gusta - Share - Edit
Me es prácticamente imposible entender tres palabras seguidas. ¿No es posible deshacer ese argot filosófico en algo inteligible? Yo lo intento cuando escribo. - Lord Daven
Un argot tiene algo de "elitismo", al final son conceptos significativos que, con un poco de lñexico, pueden trasladarse al lenguaje natural. ¿Los filósofos precisan crear palabras porque están por encima de ellas? No, al revés, es una tiranía la del lenguaje, los límites de mi mundo son los límites del lenguaje. - Lord Daven
Cualquier obra de Wittgenstein o de Pierce esta cargada de notaciones formales pero las explicaciones son escuetas y muy bien escritas. ¿de donde sacas esa jerga infernal? - Lord Daven
no sé cómo responderte; yo experimento la misma ofuscacion ante un texto de fisica pura, pero aun así no me parece una tiranía este lenguaje, sino un lenguaje bastante bien construido y que intenta superar los propios límites; hay conceptos como "mundo de la vida", "representacion", "expresion" y otros que son superadores. - sylphide * (modificar | eliminar)




por ejemplo, esto podemos leerlo en un manual de electrónica: "Para realizar las operaciones aritméticas de suma y resta de dos números de 4 bits por medio de un circuito electrónico, se utiliza un dipswitch para fijar los valores correspondientes de los operandos 1 y 2 (operando 1 = minuendo bits A1-A4, operando 2 = sustraendo B1-B4). Los 4 bits correspondientes al operando 1 se hacen llegar de manera directa a un sumador completo (74LS83) cuya identificación es IC3, mientras que los 4 bits que conforman al operando 2 primero se hacen pasar por una compuerta OR-exclusiva (IC1, 74LS86) cada uno de ellos, la función que tiene el circuito IC1 es la de cambiar los 0 por los 1 y los 1 por los 0 en caso de que se tenga que hacer una resta..." sylphide
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ESos términos son funcionales y el problema que tienes es de definiciones, pero estas son triviales, toda esa jerga técnica está al alcance de cualquiera con ganas de aprenderla, de hecho solo significa una notación económica para realizar descripciones con menos signos y más rapidamente. - Lord Daven
Sin embargo en la filosofía moderna noto una "inflacción" de términos que no añaden significado funcional. Son supra-conceptos que no están ni siquiera bien definidos por los autores. "Spielsprache" es una nueva palabra en filosofía pero su traducción "juego del lenguaje" es perfectamente comprensible y más aún mediante los ejemplos aportados por Wittgenstein. - Lord Daven
El problema creo que es más de apariencia. Se inflan los signos pero no los conceptos, todo queda a medio hacer y se confia en que el todo de significado a las partes y esto no es muy generoso y no aoprta mucho a la dilucidación de cualquier texto. Lo siento pero me sigue pareciendo una jerga endiablada y estoy más que acostumbrado a leer filosofía. Debe ser la escuela de "hago-lo-que-me-sale-del-potorro", te invito a leer textos directos de Pierce para ver la diferencia y por qué no veo a Pierce en esos - Lord Daven
textos en absoluto, está de hecho desaparecido en una jerga elitista y trasnochada que confunde la lectura en un ánimo de crear "opera abiertas" - Lord Daven
Apel es un pensador actual que tiene muy en cuenta la obra de Peirce, lo que el llama su teoría del consenso, pero aqui no lo menciona porque se refiere a la relación con la ciencia llamada hermenéutica y Peirce está mas relacionado con la ciencia empírica; además esta separación creo que no infla innecesariamente los conceptos, sino que obedece a la misma division que hace la filosofía analítica. De todas formas, aun queda por distinguir lo que este autor llamará "los enunciados universales y autorreflexivos de la filosofía", al que dedicaré un ultimo espacio. - sylphide * (modificar | eliminar)
En ese caso hazle honor a Charles Pierce e intenta ubicarle un su propio pensar. Al igual que critico la interpretación musical, el discurso sonoro, desdela hermeneútica se debería evitar inflaccionar los textos que se pretenden interpretar para no caer en una ciencia hermeneútica que ha de interpretarse a si misma. Ese vicio circular forma parte de una forma de pensar que no comparto en absoluto y tiene que ver con el "misterio" y la "astrologia" - Lord Daven
Ritos iniciaticos que sostienen el status quo por haber llegado al anllo de los hermeneutas, en tal caso hay que preguntarse: ¿Para qué sirve toda esta tontería? ¿Sois los nuevos masones de la filosofía? ¿Resolveis el misterio de la intrepretación mediante el mesmerismo de una jerga para iniciados?: Finamente es un problema antropológico. - Lord Daven
La estructura del saber se divide en circulos donde uno accede o no dependiendo de la asimilación de ciertos misterios (que no son tales, son tapaderas de otros misterios que tampoco son tales). Esta armazón espiral es la descrita por Dante en el Inferno y también la que constiituye sociedades secretas en Oriente y Occidente. Antropología básica. - Lord Daven




a ambas, la ciencia de la naturaleza y la ciencia hermenéutica caracteriza la misma pretensión empírica del conocimiento, lo que las diferencia estriba en las pretensiones de validez, se diferencia de la pretensión empírico-general de validez de los enunciados de leyes en las ciencias de la naturaleza y de la pretension universal a priori de los enunciados matematicos; =) estamos ante la pretension universal de validez de enunciados morales, normativos y también un ultimo término de la distincion se refiere a los enunciados de la filosofía, conocidos como autorreflexivos. Este metalenguaje tiene su razon de ser, aun cuando plantea toda esa problematica que tú dices, pero no puede reducirse a mera antropología sin más. - sylphide
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Por supuesto que si. Toda prescripción moral y su lenguaje tiene su único origen en la antropología porque de facto no existen hechos morales sino sociedades que califican los hechos como morales o reprobables. Una llamada ciencia que no es consciente de su origen o quiere ocultarlo busca el misterio y la obfuscación. - Lord Daven
He publicado una entrada sobre mi opnión, la próxima vez haré una parodia que será mucho más divertido. Tengo bastante guasa imitando discursos como ya sabes. - Lord Daven














tecnología y economía


En Europa se mantuvo durante siglos una gran diversidad de planteamientos con respecto a la tecnología y las instituciones; la combinación de diversidad y emulación dio lugar a multitud de escuelas teóricas y soluciones tecnológicas, continuamente comparadas, moldeadas y desarrolladas en los mercados. La competencia entre ciudades-Estado -más tarde entre naciones-Estado- financió el flujo de inventos que también surgieron como subproductos no pretendidos de la emulación entre naciones y gobernantes en la guerra y el lujo. Una vez que se observó que dedicar parte de los recursos a la resolución de problemas en periodo de guerra producía inventos e innovaciones, ese mismo mecanismo se pudo aplicar en tiempos de paz.


En la teoría basada en el trueque y en el intercambio -representada hoy día por la teoría neoclásica estándar- la economía es una máquina que genera armonía si se la deja funcionar por su cuenta, sin interferir en ella. De ahí la atención tan especial que se presta actualmente a las variables financieras y monetarias. En esa teoría, los factores que potencian el crecimiento económico -nuevos conocimientos, nuevas tecnologías, sinergias e infraestructura-, o bien quedan fuera de la teoría, o desaparecen en una búsqueda abstracta de promedios tales como la “empresa representativa”. En la teoría basada en la producción, en cambio, donde las variables financieras y monetarias no son más que el andamiaje necesario para poner en marcha el motor central, esto es, la capacidad productiva del país, sucede lo contrario. Pero precisamente porque los factores antes mencionados son ignorados es por lo que la teoría estándar llega a conclusión de que la globalización beneficiará por igual a todos, incluso a los países que desde el punto de vista de los conocimientos necesarios se hallan todavía en la Edad de Piedra. El desarrollo, así pues, tiende a entenderse como acumulación de capital más que como emulación y asimilación de conocimientos.






Esas dos visiones diferentes de las características económicas fundamentales de los seres humanos llevan a teorías y políticas económicas notablemente divergentes. Si bien Adam Smith tienen en cuenta los inventos, éstos provienen de algún lugar fuera del sistema económico (son exógenos), no están condicionados (información perfecta) y en principio llegan simultáneamente a todas las comunidades e individuos. Del mismo modo, las innovaciones y nuevas tecnologías son creadas automáticamente y libres de cargas por una mano invisible que, en la ideología económica actual, se llama “el mercado”. Resulta notable que Abraham Lincoln y Karl Marx, generalmente considerados polos opuestos en el eje derecha-izquierda de la política moderna, estuvieran totalmente de acuerdo en su oposición a la visión de la humanidad expuesta por Adam Smith.

Después de los escritos de Francis Bacon a principios del siglo XVII los autores de tratados de economía creyeron durante mucho tiempo que las instituciones reflejaban el modo de producción de cualquier sociedad. Actualmente el Banco Mundial tiende a darle la vuelta a esa concepción, y pretende explicar que la pobreza que existe en determinados países es consecuencia de la carencia de instituciones, obviando las importantes relaciones entre modo de producción, tecnología e instituciones.


Durante los dos periodos mencionados, las décadas de 1840 y de 1990, se propagó la fe más fuerte que nunca se ha tenido en el mercado como única forma de asegurar la armonía y el desarrollo. En la dácada de 1840 ese fenómeno recibía el nombre de “libre comercio”, y hoy se le llama “globalización”. Durante un largo periodo de tiempo el mercado de valores no apreció las diferencias entre el enorme aumento de productividad y la posición dominante en el mercado de las empresas que encabezaban el nuevo paradigmática tecnoeconómico, como US Steel and Microsoft, y las características de las industrias en sectores maduros como la producción de cuero y otros artículos de baja tecnología. Incluso ahora, los políticos de todo el mundo parecen convencidos de que ha sido la apertura de la economía y su libre comercio, más que sus avances tecnológicos, los que han enriquecido a las empresas de Silicon Valley.

Del mismo modo que en tales periodos la conciencia popular espera que las cotizaciones en Bolsa atraviesen el techo, sea cual sea el sector industrial en cuestión, también se crea la ilusión paralela de que todos se pueden hacer más ricos con tal de que se conceda al mercado una libertad total. John Kenneth Galbraith llamaba a esto “totemismo del mercado”.


La paradoja histórica que cabe detectar en todo esto es que es precisamente durante los periodos en que las nuevas tecnologías están cambiando sustancialmente la economía y la sociedad -como el vapor en la década de 1840 y la tecnología de la información en la de 1990- cuando los economistas dan nuevo pábulo a las teorías basadas en el comercio y el trueque en las que la tecnología y los nuevos conocimientos no tienen lugar. Cabría decir, haciéndose eco de Friedrich List que confunden al portador del progreso, el comercio, con su causa, la tecnología. Paradójicamente, lo mismo se podría decir de la teoría del desarrollo económico de Adam Smith, quien no parecía percibir que a su alrededor se estaba produciendo una Revolución Industrial cuando la formuló.


Éste es el punto clave en el que se desvía la actual economía estándar, descendiente de la “era del comercio” de Adam Smith, de la economía basada en la producción a la que me referí anteriormente como el Otro Canon, descendiente de la economía continental europea (en particular alemana) y estadounidense. La teoría moderna del comercio internacional, tras ignorar la importancia de la tecnología y la producción, como he dicho antes, insiste en que el libre comercio entre una tribu del Neolítico y Silicon Valley tenderá a enriquecer a ambas partes. La teoría del comercio del Otro Canon, por el contrario, insiste en que el libre comercio no beneficiará a ambas partes hasta que hayan alcanzado la misma etapa de desarrollo.

Al suponer que es el capital, más que la tecnología y los nuevos conocimientos, la fuente del crecimiento, enviamos dinero a unos países de África todavía preindustriales, sin atender a que ese capital no puede ser invertido rentablemente. Hace cien años los economistas alemanes y estadounidenses habrían entendido que la causa de la pobreza en África en su modo de producción, esto es, su ausencia de un sector industrial más que la falta de capital per se. Como juzgaban tanto el conservador Schumpeter como el radical Marx: el capital es estéril son oportunidades de inversión, que provienen esencialmente de las innovaciones y nuevas tecnologías. Los economistas estadounidenses y alemanes de hace cien años también entendían las sinergias, y que sólo la presencia de la industria hacía posible la modernización de la agricultura.

Los textos estándar de economía no tienen en cuenta que las diferencias tecnológicas dan lugar a enormes variaciones en la actividad económica y por consiguiente también crean oportunidades muy diferentes para añadir capital al trabajo de una forma potencialmente rentable. La primera revolución industrial se produjo esencialmente en la producción de tejidos de algodón Los países sin ese sector industrial -las colonias- no tuvieron revolución industrial. Todos entienden la importancia de la revolución industrial, per la teoría del comercio internacional de Ricardo pretende convencernos de que las tribus de la Edad de Piedra se harían tan ricas como los países industriales con tal que adoptaron el libre comercio. No estoy presentando un espantajo fácil de combatir; como muestra la cita del primer secretario general de la OMC Renato Ruggiiero en la Introducción, ésta fue de hecho la concepción que configuró el orden económico mundial después del final de la Guerra Fría.


La idea fundamental aquí -que un producto acabado puede costar entre diez y cien veces el precio de las materias primas que se precisan para producirlo- volvió a aparecer recurrentemente durante siglos en la literatura europea sobre política económica. Entre la materia prima y el producto acabado hay un multiplicador: un proceso industrial que exige y crea conocimiento, mecanización, tecnología, división del trabajo, rendimientos crecientes y -sobre todo- empleo para las masas de subempleados y desempleados que siempre caracteriza a los países pobres. Hoy día, los modelos económicos del Banco Mundial suponen que en los países subdesarrollados existe pleno empleo aunque en algunos lugares menos del veinte o treinta por 100 de la fuerza de trabajo tenga lo que llamamos un “empleo”. En otros tiempos la gente dedicada a la política económica reconocía la magnitud del desempleo, del subempleo y del vagabundeo mendicante, y entendía que el trabajo necesario para transformar la materia prima en productos acabados aumentaría la riqueza de las ciudades y las naciones. La cuestión principal, no obstante, era que las actividades económicas que surgen cuando se trata la materia prima para convertirla en productos acabados obedecen a leyes económicas distintas que la producción de materias primas. El “multiplicador de la industria” era la clave tanto para el progreso como para la libertad política.




A finales del siglo XV se crearon dos instituciones distintas pero con propósitos similares: la protección de los nuevos conocimientos mediante las patentes y la transferencia de esos conocimientos a nuevas áreas geográficas mediante la protección arancelaria.Ambas se basaban en el mismo tipo de pensamiento económico: la creación y difusión geográfica de nuevos conocimientos mediante la instigación de una competencia imperfecta. Una parte indispensable de ese proceso de desarrollo eran las instituciones que “alteran los precios” con respecto a lo que el mercado habría hecho abandonando a sus propias fuerzas: las patentes que creaban un monopolio temporal para nuevos inventos y los aranceles que distorsionaban los precios para los productos manufacturados y permitían que se establecieran nuevas tecnologías y nuevas industrias lejos del lugar donde fueron inventadas.


Esos inventos e innovaciones se crearon de una forma que los mercados, por sí solos, nunca habría podido reproducir. La política económica actual y las instituciones de Washington defienden vigorosamente sólo una de esas instituciones -las patentes que crean flujos de renta cada vez mayores hacia los países más ricos- mientras que prohíben enérgicamente los instrumentos que permitirían la propagación geográfica de la competencia imperfecta en forma de nuevas industrias a otros países. Se acepta la protección de la competencia imperfecta en los países ricos, pero no en los pobres, y esto es lo que hemos denominado “duplicidad de hipótesis” de la teoría económica: en casa se utilizan teorías diferentes a las que se permiten en el Tercer Mundo, siguiendo la vieja pauta colonial. El juego del poder económico siempre da lugar a la misma regla de oro: el que tiene el dinero es el que hace las reglas.


Los países ya ricos podían permitirse una política muy diferente a la de los países todavía pobres. De hecho, una vez que un país se había industrializado sólidamente, los mismos factores que requerían una protección inicial -conseguir rendimientos crecientes y adquirir nuevas tecnologías- ahora requerían más mercados internacionales y más grandes para desarrollarse y prosperar. La protección industrial lleva consigo la semilla de su propia destrucción: cuando tiene éxito, la protección que se requirió inicialmente se hace contraproducente. Como decía un anónimo viajero italiano acerca de Holanda en 1786: “Los aranceles son tan útiles para introducir las artes (esto es, la industria) en un país, como dañinos son una vez que éstas se han establecido”. Ahí está la clave para entender como un proceso el establecimiento del libre comercio. Una vez más, esa enseñanza se ha olvidado en la teoría económica que actualmente se aplica en muchos países del mundo.

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la teoría estándar, los rendimientos crecientes y costes decrecientes y los rendimientos decrecientes y la competencia imperfecta



En un primer momento estudié los países pobres para entender las razones de su pobreza. Más adelante entendí que esa pobreza es su estado normal y que cuadra perfectamente con la percepción del mundo que tienen los economistas. Tradicionalmente se solía explicar la riqueza y la pobreza reconociendo que las diferentes actividades económicas eran cualitativamente distintas como portadoras de riqueza, perspectiva que se ha perdido en la teoría actualmente dominante, aunque la economía de los países pobres se ajusta mucho más a las condiciones supuestas en los textos estándar de economía que la de los países ricos. A este respecto se hace necesario introducir y explicar dos conjuntos de términos clave que describen las diferencias entre las actividades económicas que suelen predominar en los países pobres y las que predominan en los ricos: competencia “perfecta” e “imperfecta” y rendimientos “crecientes” y “decrecientes”.

La “competencia perfecta” o “competencia entre las mercancías” significa que el productor no puede influir sobre el precio de lo que produce, que se halla frente a un mercado “perfecto” y literalmente lee en los periódicos lo que el mercado está dispuesto a pagarle. Esta situación se encuentra típicamente en los mercados de productos agrícolas o mineros. Junto con la competencia perfecta se suele dar una situación caracterizada por “rendimientos decrecientes”: cuando la producción se expande, a partir de cierto punto, más unidades del mismo insumo -capital y/o trabajo- darán lugar a cantidades cada vez más pequeñas del producto en cuestión. Con otras palabras, empleando cada vez más tractores o más mano de obra en el mismo patatal, a partir de cierto punto cada nuevo labrador o cada nuevo tractor producirá menos que el anterior. En los textos estándar de economía se supone que la competencia perfecta y los retornos decrecientes constituyen el estado normal.

Cuando la producción industrial aumenta, los costes van en dirección opuesta, disminuyendo en lugar de crecer. Una vez que se ha establecido la producción mecanizada, cuanto mayor es el volumen de producción menor es el coste por unidad producida. La primera copia de un producto de software tiene un coste muy alto, pero las copias posteriores son muy baratas. La industria y los servicios no dependen de forma inmediata de insumos proporcionados por la naturaleza, ya sean campos, minas o caladeros limitados en cantidad o calidad. Sus costes decrecen -o gozan de rendimientos crecientes a escala- a medida que aumenta el volumen de la producción. Para las empresas industriales y proveedoras de servicios avanzados es muy importante contar con una gran cuota de mercado, porque ese mayor volumen también les supone costes de producción más bajos (debido a los rendimientos crecientes). Los rendimientos crecientes generan poder de mercado: permiten influir en buena medida sobre el precio del producto que se ofrece, lo que se denomina “competencia imperfecta”.

Es importante entender que esos cuatro conceptos están íntimamente relacionados. En general, los rendimientos crecientes van de la mano con la competencia imperfecta; de hecho, la caída de coste unitario favorece el poder de mercado en condiciones de competencia imperfecta. Los rendimientos decrecientes -la imposibilidad de ampliar la producción (más allá de cierto límite) con menor coste unitario-, y la dificultad para diferenciar el producto (el trigo es trigo, mientras que las marcas de coche son muy diversas) son elementos clave para generar una competencia perfecta en la producción de materias primas. Las exportaciones de los países ricos contienen los “buenos” efectos -rendimientos crecientes y competencia imperfecta-, mientras que las exportaciones tradicionales de los países pobres contienen o contrario, los efectos “malos”.

Durante siglos el término “industria” se ha identificado con la combinación del cambio tecnológico, los rendimientos crecientes y la competencia imperfecta; al promover la industria, las naciones retenían los “buenos” efectos de las correspondientes actividades económicas. En mi opinión, ésa ha sido la pauta del éxito iniciado en Inglaterra durante el reinado de Enrique VII, pasando por la industrialización de la Europa continental y de Estados Unidos, hasta los éxitos más recientes de Corea del Sur y Taiwán. Durante las últimas décadas, no obstante, se han multiplicado los servicios que operan con un rápido cambio tecnológico y rendimientos crecientes, con lo que la distinción entre la industria y los servicios se ha difuminado. Al mismo tiempo ciertos productos industriales fabricados a gran escala han adquirido muchos de los atributos que solían caracterizar a los productos agrícolas (aunque no los rendimientos decrecientes).

Los países ricos muestran una competencia imperfecta generalizada, actividades con rendimientos crecientes, y como fui entendiendo paulatinamente, todos ellos se han hecho ricos exactamente del mismo modo, mediante medidas políticas que los apartaban de la producción de materias primas y las actividades con rendimientos decrecientes, hacia la industria, donde suelen operar leyes opuestas. También descubrí que los términos clave parecían haber cambiado de significado con el tiempo. Hace unos trecientos años el economista inglés John Cary (1649-1720) recomendaba el “libre comercio”, pero al mismo tiempo estaba tan indignado por la exportación de la lana cruda al extranjero que él y sus contemporáneos debatieron la posible “condena de muerte” de los comerciantes dedicados a ese negocio. El “libre comercio” significaba entonces la ausencia de monopolios, no la ausencia de aranceles, y fue el “culto a la industria” de Cary el que asentó los fundamentos de la riqueza europea.

Me fue quedando cada vez más claro que los mecanismos de la riqueza y de la pobreza se habían entendido mucho mejor en otros periodos históricos que hoy día. En mi tesis doctoral de 1980 intenté contrastar la validez de la teoría del desarrollo y el subdesarrollo de Antonio Serra en el siglo XVI. Serra es un personaje muy importante en este estudio porque fue el primer economista que publicó una teoría del desarrollo desigual en su Breve trattato delle cause che possono far abbondare li regni d'oro e d'argento dove non sono miniere (Breve tratado de las causas que pueden hacer abundar el oro y la plata en los reinos que no poseen minas). Se sabe muy poco de su vida, aparte del hecho de que era jurista y escribió ese libro mientras sufría una pena de cárcel en Nápoles, su ciudad natal. En él trató de explicar por qué Nápoles seguía siendo tan pobre a pesar de sus abundantes recursos naturales, mientras Venecia, construida precariamente en un pantano, era el mismísimo centro de la economía mundial de la época. La clave, argumentaba, era que los venecianos, que no podrían cultivar la tierra como los napolitanos, se habían visto obligados a establecer industrias para ganarse la vida, aprovechando los rendimientos crecientes a escala de las actividades industriales. En opinión de Serra la clave para el desarrollo económico era contar con un gran número de actividades económicas diferentes, todas ellas con rendimientos crecientes a escala de las actividades industriales. En opinión de Serra la clave para el desarrollo económico era contar con un gran número de actividades económicas diferentes, todas ellas con rendimientos crecientes y costes decrecientes con la escala. Paradójicamente, ser pobre en recursos naturales podía ser una clave para hacerse rico.

Tomando como casos de estudio los países andinos de Sudamérica, descubrí que el desarrollo de Bolivia, Ecuador y Perú correspondía a las afirmaciones de Serra sobre los mecanismos en cuestión. A finales de la década de 1970 comencé a recopilar el material genético de la teoría y la práctica del crecimiento económico desigual durante los últimos siglos en forma de libros, folletos y revistas. A pesar de que muchos de los mecanismos que han dado lugar a la riqueza y la pobreza desde aquella época.

Reinicié mi investigación en 1991, inmediatamente después de la caída del Muro de Berlín, el acontecimiento que Francis Fukuyama veía como “el Fin de la Historia”. Las economías centralmente planificadas habían fracasado y se daba por sentado que el libre comercio y la economía de mercado harían igualmente ricos a todos los países del mundo. Se puede entender mejor cómo se desarrollaría esta lógica del “Fin de la Historia” a la luz de la Percepción de la Guerra Fría que ganó preeminencia entre los economistas occidentales. La Guerra Fría soterró no sólo las cuestiones teóricas que hasta entonces se consideraban importantes, sino también ejes y fronteras de acuerdo y desacuerdo del pasado. Cuestiones que en otro tiempo se consideraban claves para la comprensión del desarrollo desigual se habían desvanecido sin dejar huella en nuestro discurso contemporáneo.

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La economía estándar acostumbra muy a menudo a la gente a ver el mundo a través de ciertas lentes metodológicas y matemáticas que dejan importantes puntos ciegos; el planteamiento histórico, en cambio, se basa en la acumulación de datos cuya relevancia sirve como único criterio válido para su inclusión. Este libro analiza la globalización siguiendo la metodología del “estudio de casos” de la Escuela Empresarial de Harvard, pero con el objetivo de maximizar los salarios reales en lugar de los beneficios. Un documento de la Escuela empresarial de Harvard define así la curiosidad que impulsa una buena investigación: “Tras una continua observación, estudio y reflexión, tropiezas con algo y piensas “No lo entiendo. Ente la teoría existente y mi observación de la realidad hay algún desacuerdo. No cuadran. Ceo que es importante y una de dos, o me equivoco o son ellos los que se han equivocado. Quiero descubrirlo”.

Esta forma de proceder es muy distinta a la de los textos estándar de economía, cuya investigación se ve limitada por los instrumentos disponibles y las hipótesis de partida, y que sigue la vía de la menor resistencia matemática y no la de la mayor relevancia práctica.

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Me referiré conjuntamente como “el Otro Canon” a la economía alternativa basada en la experiencia, metodología todavía empleada en la Escuela Empresarial de Harvard. Se trata de un concepto con el que se pretende unir enfoques y teorías económicas que emplean hechos observables, experiencias y lecciones extraídas de ellas como punto de partida para la teorización sobre la economía.

Desde finales del siglo XV sólo el tipo de economía del Otro Canon -con sus insistencia en que existen actividades económicas cualitativamente diferentes com portadoras del crecimiento económico- ha podido sacar de la pobreza a un país tras otro. Una vez alcanzado el crecimiento económico, los países hegemónicos han ido pasando sucesivamente de la economía basada en la metáfora de la biología a la economía basada en la física, tal como hicieron Inglaterra a finales del siglo XVIII y Estados Unidos a mediados de siglo XX. Para entender cómo funcionaba su política y por qué tuvieron éxito esas naciones habrá que explorar con cierto detalle el Otro Canon.

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Rectificar las actividades económicas


Cuando la Gran Depresión se hallaba en su peor momento, durante el verano de 1934, dos jóvenes estudiantes de economía de la Universidad de Columbia pasaron seis semanas juntos en la soledad del norte de Ontario en Canadá. Estaban solos y su único medio de transporte era una canoa. Para Moses Abramovitz (1912-2000) y Milton Friedman (1912-2006), aquél fue el comienzo de una amistad que duraría toda la vida.

Ambos se convirtieron en distinguidos economistas, uno en Stanford y el otro en Chicago. Ambos tuvieron el honor de ocupar la presidencia anual de la Asociación Económica Americana. Aparte de eso, sus planteamientos económicos eran notablemente diferentes. Milton Friedman se convirtió en portavoz de lo que he denominado “Economía de la Guerra Fría”, de “la magia del mercado”, y de la idea de que el distanciamiento de la realidad fortalece la teoría económica. En su libro de 1953 Essays in Positive Economics, dice: “Se verá que las hipótesis verdaderamente importantes y significativas se basan en “supuestos” que son representaciones descriptivas muy imprecisas de la realidad, y en general, cuanto más significativa sea la teoría, más irreales serán esos supuestos”.

Friedman estableció así una relación inversamente proporcional entre ciencia y realidad, en una profesión en la que las suposiciones irreales incrementaban el prestigio científico. Para él, “el mercado” ofrecía la respuesta a la mayoría de las preguntas; a ese respecto no se puede decir que le atormentaran las dudas. En cuanto a Abramovitz, en cambio, como se ve en el segundo epígrafe, le estremecía nuestro nivel de ignorancia sobre las fuentes del crecimiento económico. De los dos, Friedman era el orador más convincente. Abramovitz me dijo una vez: “He ganado muchos debates contra Milton, pero nunca cuando estaba presente”.

Sólo asistí una vez, a finales de la década de 1970, a una conferencia de Milton Friedman, en la que defendió el “libre mercado” frente a la acusación de que genera monopolios. El único monopolio duradero, dijo, era el de los diamantes, pero eso no nos ayuda nada para entender la pobreza del Tercer Mundo. Otro presidente de la Asociación Económica Americana, John Kenneth Galbraith (1908-2006), describió en varios libros lo que distancia a las estructuras económicas de los países ricos de las de los países pobres: las primeras se caracterizan por competencias oligopolistas en la industria, donde el poder y las rentas se dividen entre los “poderes compensados” de los grandes negocios, las centrales sindicales y un gobierno económicamente activo, mientras que en los segundos es la economía la que sigue determinando su realidad, así como la de cada agricultor individual del Tercer Mundo, impotente frente al mercado mundial.

Durante toda mi vida profesional he podido apreciar la discordancia entre la retórica del libre mercado de gente como Milton Friedman y la política económica real que se llevaba a cabo. He observado una realidad en la que la política económica activa ha intentado de forma coherente construir el tipo de estructuras descritas por Galbraith. Mi primer puesto académico fue como ayudante de investigación en el Instituto Latinoamericano de St. Gall, en Suiza. Eso me llevó a principios de la década de 1970, cuando todavía era muy joven, a muchos países sudamericanos al servicio de la Cooperación Técnica Suiza y de la UNCTAD, y también trabajé en Chile durante las presidencias de Salvador Allende y de Augusto Pinochet. Por cierto, Chile era un centro neurálgico regional desde el punto de vista económico e industrial -“una oficina local del imperio”- desde su victoria sobre sus vecinos del norte en la guerra del Pacífico (1879-1883). En segundo lugar, no es que después de 1973 Chile no tuviera una política industrial, sino que el gobierno de Pinochet realizó un viraje emprendiendo una política más agresiva, volcada hacia el exterior y sofisticada. El giro deliberado de las bodegas chilenas, pasando de las exportaciones de vino a granel al vino embotellado -lo que contravenía probablemente las reglas de la OMC-, es un ejemplo. Otro caso en el que la realidad no se corresponde con la retórica del libre mercado es el de la Corporación Nacional del Cobre (CODELCO), la mayor empresa exportadora de Chile, que Pinochet no privatizó sino que decidió mantener en manos del Estado. Las restricciones chilenas a los flujos de capital internacional constituyen otro ejemplo.

En el capítulo 3 resumí mi experiencia en relación con la política industrial irlandesa en 180. En 1983 me trasladé junto con mi familia de Italia a Finlandia -otro país que como Irlanda siguió una política de sustitución de importaciones muy similar a la de Latinoamérica-, con el fin de crear allí una empresa industrial. Una de las razones por las que quería establecerme en Finlandia era la protección arancelaria ofrecida allí a los productores del país; sin embargo, como supuesto inversor extranjero en la industria finlandesa necesitaba un permiso del Ministerio de Industria, que no me lo concedió hasta que hubo consultado con mis potenciales clientes en Finlandia, los tres grandes fabricantes de pinturas, prohibiendo además específicamente a mi empresa actividades en las que pudiera competir con las compañías finesas existentes. Como mi fábrica quedaba fuera de las áreas de mayor presión económica, me concedieron el mismo tipo de incentivos que se ofrecían a las empresas industriales que se establecían en Irlanda por aquella época. Típicamente, el paquete de subvenciones ofrecía al propietario de la fábrica su construcción prácticamente gratis, además de un subsidio que rondaba el treinta por 100 de los costes salariales el primer año, el veinte por 100 el segundod y el diez por 100 el tercero. Ahora todo un ejército de economistas bien pagados pretenden hacer creer al mundo que el éxito de Irlanda y Finlandia se debió únicamente a “la magia del mercado”.

Ese tipo de política no se limitaba a la periferia de Europa. Cuando en la década de 1990 trabajé como asesor del Secretario General de la Unión Europea encargado de los asuntos regionales y la innovación, observé en muchos despachos un enorme mapa de la UE codificado en colores que no coincidían con las fronteras nacionales. Lo más curioso de aquel mapa era que algunas áreas muy pequeñas, en torno a las mayores ciudades europeas como Londres, París y Francfort, no estaban coloreados. Aquellas diminutas manchas en el mapa eran las únicas áreas que no gozaban de ningún tipo de incentivo económico; en cambio, el noventa y cinco por 100 del territorio de la Unión Europea disfrutaba de algún tipo de “subsidio”. Las medidas aplicadas en Finlandia a mediados de la década de 1980 eran las mismas que había empleado Enrique VII de Inglaterra exactamente quinientos años antes: aranceles y bonificaciones a fin de atraer la industria de otros lugares.

El trabajo de Moses Abramovitz nos ayudará a entender por qué ese culto a la industria durante quinientos años ha supuesto un paso obligado para el desarrollo económico. A mediados de la década de 1950, pertrechado con las estadísticas de la economía estadounidense desde 1870 hasta 1950, decidió estimar qué proporción del crecimiento económico se podía atribuir a las variables con las que éste se ha explicado tradicionalmente: capital y trabajo. Para su sorpresa encontró que esos dos factores combinados sólo podían explicar el quince por 100 del crecimiento durante el periodo de ochenta años mecionado. Los factores tradicionales del crecimiento económico dejaban sin explicar un “resto” del ochenta y cinco por 100, una “medida de nuestro nivel de ignorancia”, como decía muy acertadamente Abramovitz.

Otros economistas, entre ellos el premio Nobel de 1987 Robert M. Solow, asumieron este reto, atacando el problema desde diferentes ángulos y con distintas metodologías. Sorprendentemente, todos ellos llegaron al mismo enigmático resto de alrededor del ochenta y cinco por 100. En Estados Unidos esto llevó a un prolongado proyecto de investigación de la “contabilidad del crecimiento” y a tratar de descomponer ese resto y atribuirlo a distintos factores como educación, investigación y desarrollo (I+D), cambio tecnológico, etc.

Por aquella época Richard Nelson destacó la sinergia entre diferentes insumos. La educación y la I+D juntos hacen posible la innovación y el cambio tecnológico, pero si un país no dispone de innovaciones, ni el capital ni la educación resolverán por sí solos ningún problema. Todo el proceso que explica el “resto” del ochenta y cinco por 100 es sistémico, lo que el economista inglés Christopher Freeman llamaría más tarde un “sistema nacional de innovación”. En cierto sentido regresamos así a la explicación de la riqueza que daba en el siglo XIII el canciller florentino Brunetto Latini como ben commune sinérgico, examinada en el Capítulo 3. El propio Abramovitz resaltó la diferencia entre lo que llamaba fuentes “inmediatas” del crecimiento y las causas a un nive más profundo. En su opinión, la inversión de capital físico y humano, la productividad total de los factores y las variables utilizadas en la contabilidad del crecimiento eran las fuentes “inmediatas” del crecimiento económico, pero había que preguntarse qué hay por debajo de esas variables.

El resumen de mi tesis doctoral, escrita en 1978-1979, comienza con una referencia al artículo de Abramovitz de 1956 en el que descubrió el “resto”. La tesis se inicia con una cita de Antonio Serra, quien en 1613 explicaba la riqueza de Venecia como consecuencia de la sinergia entre un gran número de diferentes actividades económicas (una concienzuda división del trabajo), todas ellas con rendimientos crecientes, mientras que en su opinión la pobreza de su ciudad natal, Nápoles, tan rica en recursos naturales, se debía esencialmente a la insuficiente diversidad económica y la falta de rendimientos crecientes.

A medida que pasaba el tiempo yo estaba cada vez más convencido de que las percepciones de Antonio Serra y de Moses Abramovitz -aunque separadas por un lapso de 340 años- estaban íntimamente relacionadas en algún modo. El “resto” y el propio crecimiento económico “dependen de las actividades”; el “resto” sería enorme con el tipo de actividades y las condiciones que Serra describía en Venecia, y sería mínimo en las que atribuía a Nápoles. El crecimiento sostenido y un gran “resto” requieren diversidad y rendimientos crecientes que alimenten los mecanismos autorreforzados del crecimiento económico: un sistema en el que las innovaciones pueden “saltar” de un sector de la economía a otro como observaban los visitantes de Delft en 1650 o los de Silicon Valley y Londres en 2000. Sólo en esas circunstancias aumentaría sustancialmente el salario de gente corriente como los barberos.

Mi primer encuentro con Moses Abramovitz y su mujer Carrie se produjo en una pequeña conferencia internacional que ayudé a organizar en los alrededores de Oslo en mayo de 1993, el mismo año en que él había revisado el argumento del “resto” de la cita de más atrás. Como queda claro en su artículo, en su opinión la investigación no había avanzado apenas desde 1956. El tema de a conferecnia era, con la terminología de Abramovitz, cómo los países “se ponen al día, avanzan rápidamente o se quedan atrás”. Esto sucedía dos años después de que hubiera vendido mi negocio y hubiera decidido regresar a mi vida académica. Estaba convencido de que de todos los puntos ciegos de la economía estándar el más importante era la “hipótesis de la igualdad”: que todas las actividades económicas son cualitativamente equivalentes como soportes del desarrollo económico.





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En mi conferencia traté de exponer los problemas del Tercer Mundo utilizando la terminología Abramovitz. Había elaborado lo que llamaba un “índice de calidad de las actividades económicas”, según el cual la gente o los países dedicados a actividades económicas con un índice más alto eran ricos, mientras que los que se dedican a actividades con un índice bajo serían pobres. Eran un intento de unir varios factores que suelen estar correlacionados. El índice explicaría por qué -a pesar de que ambos sectores cuenten con las mejoras prácticas a escala mundial- los productores más eficientes del mundo de pelotas de golf tienen un salario nominal alrededor de cuarenta veces mayor que el de los productores más eficientes de pelotas de béisbol. Con otras palabras, sólo se puede llegar a ser un país -o un idividuo- de elevada renta dedicándose a actividades de cierto tipo. “Ponerse a la altura” significaba subir en esa jerarquía de habilidades; “quedarse atrás” era caer más abajo.

Yo era muy consciente de que aquella propuesta era totalmente incompatible con la teoría económica estándar. Había debatido la idea con mi antiguo profesor de teoría del comercio internacional, Jaroslav Vanel, quien consideraba mi índice de calidad como una tercera dimensión en la representación gráfica tradicional de la teoría del comercio. La teoría del comercio de Ricardo, fundamento del orden económico mundial, se basa en el intercambio de horas de trabajo desprovisto de cualquier tipo de cualidad o habilidad, en actividades cualitativamente equivalentes en un mundo sin capital. La pretensión de introducir un índice de calidad de actividades económicas significaría algo así como llegar a un campeonato internacional de ajedrez con la intención de cambiar las reglas básicas del juego.

Como cabía esperar, los más jóvenes de la veintena de economistas presentes lanzaron una risotada ante la idea de clasificar las actividades económicas por su “calidad”. Pero por casualidad estaba sentado al lado de Abramovitz en torno a la mesa con forma de herradura, y cuando volví de la presentación y me senté me dijo: “Una idea muy buena”. Mi sorpresa fue tal que pensé que mi oído me había fallado, pero me lo repitió.

Conocer a Moses Abramovitz fue como entrar en contacto con una cultura académica algo anticuada y extremadamente generosa; siempre estaba dispuesto a compartir sus conocimientos, pródigo con su tiempo y sus consejos. A mi juicio, todas las experiencias pasadas de creación de riqueza -desde la Inglaterra de Enrique VII en 1845 hasta el lanzamiento del plan Marshall en 1947- habían demostrado que un país sólo se podía hacer rico si albergaba dentro de sus fronteras actividades económicas de cierto tipo. Tal como yo lo veía, el crecimiento económico, particularmente en sus primeras y frágiles etapas, “dependía de a actividad”, o por decirlo de otro modo, estaba íntimamente ligado a determinados tipos de actividades y estructuras económicas. En una carta fechada el 16 de agosto de 1996, Abramovitz me escribió, comentando uno de mis artículos: “Estoy de acuerdo con gran parte de lo que usted dice, en particular, en que el “resto” y el crecimiento en general dependen del sector industrial que se potencie”. A esto añadía que eso es algo que en la década de 1930 todos sabían. La dependencia del crecimiento económico con respecto a las actividades promovidas -que es a idea central de este libro- convierte a la teoría del comercio de Ricardo en una orientación política extremadamente peligrosa para los países pobres.

A lo largo de este libro he asociado el crecimiento económico y el desarrollo en general con los mecanismos del plan Marshall (potenciar actividades con rendimientos crecientes) y el subdesarrollo y la primitivización con los mecanismos opuestos del plan Morgenthau (eliminar las actividades con rendimientos crecientes). En 1945, cuando iba a ponerse en marcha el plan de desindustrializar la economía alemana del Secretario del Tesoro Henry Morgenthau, el propio Moses Abramovitz fungía como asesor económico del representante de Estados Unidos en la Comisión de Reparaciones de los Aliados. Un equipo encabezado por Abramovitz elaboró un informe argumentando que aquel plan destruiría la capacidad exportadora de Alemania, haciéndola incapaz de pagar importaciones esenciales como eran en aquel momento los alimentos, y generaría un desempleo masivo. Aquel memorándum predecía que el plan Morgenthau, de llevarse adelante, reduciría la renta media de la Alemania de posguerra hasta un nivel muy por debajo del miserable nivel de la Polonia de preguerra. Morgenthau se sintió ofendido y convocó una reunión del grupo. Después de que Abramovitz, como jefe del equipo, hubiera admitido su responsabilidad por las conclusiones, Morgenthau se retiró con un insoportable dolor de cabeza. En nuestros días, el Consenso de Washington ha dado lugar a un nuevo plan Morgenthau en la periferia del mundo, y es de nuevo hora de sustituirlo por un plan Marshall promoviendo actividades con rendimientos crecientes, como se hizo en 1947.

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El padre de la economía neoclásica, Alfred Marshall, apunta correctamente al hecho de que los rendimientos decrecientes son “la causa de la mayoría de las migraciones de las que nos habla la historia”. Actualmente podemos precisar ligeramente esa afirmación y decir que las migraciones se dirigen desde las regiones en las que predominan las actividades con rendimientos decrecientes hacia aquellas en las que predominan actividades con rendimientos crecientes. En el primer libro de texto de la economía neoclásica (Principles of Economics, 1890), Marshall también esboza una prescripción política para esa situación: el Estado debería gravar con mayores impuestos las actividades económicas con rendimientos decrecientes (materias primas) y desgravar o pagar bonificaciones (subsidios) a las actividades económicas con rendimientos crecientes. Ésta ha sido la estrategia con la que se han creado países de renta media desde que Enrique VII subió al trono del empobrecido reino de Inglaterra y estableció tasas a la exportación de lana cruda a fin de subvencionar la fabricación de paño, y es también la consecuencia lógica de la Nueva Teoría del Comercio de Paul Krugman aparecida en la década de 1980, aunque él y sus colegas se abstuvieran de deducir recomendaciones políticas.

Los países de renta media se crean mediante ese tipo de política, que permite a los países pobres emular las estructuras económicas de los países ricos, fomentando actividades con explosiones de productividad como la del hilado del algodón. La clave consiste en lograr la diversidad y los rendimientos crecientes que dan lugar al “resto” sinérgico -aunque se alcance únicamente la estatura de un “campeón regional” y no “mundial”- que permite disponer de moneda extranjera. Durante mucho tiempo, la estrategia de desarrollo australiana se basó en un sector con rendimientos decrecientes (lana) como suministrador de divisas, pero la presencia de un sector industrial, aunque no fuera de nivel “mundial”, creó las explosiones de productividad necesarias y un equilibrio de poder entre empresarios y sindicatos que elevó el nivel medio de los salarios reales. Ésta fue también la estrategia de desarrollo que siguió durante el siglo XIX Estados Unidos, y parece seguir funcionando hoy día tan bien como entonces.

Como demostró en Europa el plan Marshall, los salarios, empleos, escuelas, puertos y hospitales creados en torno a un sector industrial con frecuencia relativamente ineficiente (comparado con el “campeón mundial”, en aquella época Estado Unidos) son muy reales, mientras el proceso mantenga su dinámica. En Europa, los aranceles y otras barreras fueron reduciéndose lentamente y se logró la integración. La Unión Europea siguió esa práctica gradual hasta el momento de la integración de España en 1986, asegurando así la salvación de las principales industrias españolas.

La escala es importante, y la expresión de Schumpeter “rendimientos crecientes históricos” describe útilmente la combinación del cambio tecnológico con los rendimientos crecientes que está en el núcleo del desarrollo económico; separable en teoría pero inseparable en la práctica. Ni la fábrica de automóviles de Ford ni el imperio Microsoft podrían existir en versiones reducidas susceptibles de estudio, por lo que es imposible saber qué parte de aumento de productividad se debe al cambio tecnológico y qué parte a la escala. La escala significa que el tamaño del mercado sí importa, y el núcleo de la pobreza reside en el círculo vicioso de la carencia de capacidad de compra y por consiguiente de demanda que impide escalar la producción. Como he mencionado anteriormente, el comercio entre países que se hallan aproximadamente al mismo nivel de desarrollo siempre es beneficioso. Debido a la enorme diversidad de producción que llega con el aumento de riqueza, los pequeños países ricos -como Suecia y Noruega- tienen mucho que venderse entre sí. A pesar de su mercado de sólo cuatro millones y medio de habitantes, Noruega es el tercer mercado de exportaciones para Suecia, no muy por detrás de Alemania y Estados Unidos. Éste es el tipo de relaciones comerciales que deberían crearse también entre los países actualmente pobres, pero con frecuencia tienen poco que venderse mutuamente. Del mismo modo que las negociaciones de la OMC, la integración ha sido como un tren que va en la dirección equivocada. Lo mejor que puede suceder a corto plazo es que se detenga.

En lugar de la integración regional, lo que vemos en Latinoamérica y África es justamente lo contrario. Como consecuencia de los acuerdos comerciales bilaterales con Estados Unidos, los países latinoamericanos más pequeños se están anquilosando en el extremo inferior de la jerarquía salarial mundial como economías de monocultivo, ya sea en materias primas o en callejones tecnológicos sin salida. La economía africana, escindida en una docena de distintos acuerdos comerciales y como consecuencia de la competencia entre la Unión Europea y Estados Unidos, se está desintegrando. En lugar de llegar a la necesaria integración regional, África está siendo socavada económicamente hoy día como lo fue políticamente por las potencias europeas en la Conferencia de Berlín de 1884-1885. El resultado es lo que los africanos llaman descriptivamente “el cuenco del espagueti”; si se dibuja en un papel la pauta de las relaciones comerciales entre distintos países africanos presenta tantas líneas que parecen espaguetis entrelazados. En lugar de incrementar la integración regional, el comercio intercontinental está sustituyendo prematuramente al comercio regional: la Unión Europea presiona para que Egipto compre sus manzanas, sustituyendo al Líbano que ha sido el proveedor de Egipto desde hace siglos. La globalización orquestada por el Consenso de Washington golpea prematura y asimétricamente a un grupo de países especializados en ser pobres en la división mundial del trabajo. La “destrucción creativa” de Schumpeter se reparte ahora geográficamente, de forma que la creación y la destrucción tienen lugar en distintas partes del mundo: éste es el núcleo de la economía del desarrollo schumpeteriana.

Este libro señala varios factores y mecanismos que determinan la riqueza o la pobreza, más allá de aquellos factores que Abramovitz llamaba “inmediatos”, esto es, capital, trabajo o productividad total de los factores. He argumentado también que elementos obvios y esenciales del proceso -como la educación o las instituciones- no resuelven por sí mismos el problema. Los avances extremadamente concentrados y desiguales del progreso tecnológico a los que me he referido como “explosiones de productividad” generan “rendimientos crecientes históricos”, competencia dinámica imperfecta y enormes barreras a la entrada para los países atrasados. Los rendimientos crecientes y decrecientes crean los círculos virtuosos y viciosos descritos por los economistas clásicos del desarrollo, y la observación de Antonio Serra de que cuanto mayor es el número de profesiones diferentes más rica es la ciudad, sigue siendo válida todavía.

Ésos son los mecanismos que pueden sacar a un país de la pobreza o hundirlo aún más en ella, y hay que afrontarlos con políticas económicas adecuadas. Abramovitz se reería a todo ese conjunto de problemas como las “capacidades organizativas” de un país. El hecho de que los países pobres, en particular aquellos en los que la ausencia de rendimientos crecientes da lugar a un juego económico de suma cero, tengan también la menor capacidad organizativa es una parte importante del sistema de círculos viciosos entrelazados. En general, cuanto peor es la situación menos porbable es que los vientos del mercado soplen en una dirección favorable.

Lo que he argumentado en este libro es que, atendiendo a la historia, la única forma de romper esos círculos viciosos es atacando el problema mediante un cambio en la propia estructura productiva. Esto requiere a veces medidas políticas muy serias, y el Tercer Mundo necesita recuperar el tipo de debate económico que dominó la Europa del siglo XIX desde Italia hasta Noruega. La cuestión no era si el continente debía seguir o no la vía inglesa a la industrialización -la respuesta era obviamente afirmativa- sino la división de responsabilidades entre el Estado y el sector privado en ese proceso.

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En su obra de 1613 a la que me he referido repetidamente, Antonio Serra dedicó todo un capítulo a la política económica, describiendo de forma poética las dificultades para formular esa política dado que ésta afectará a distintos sectores de forma diferente: “Así como el sol endurece el barro pero ablanda la cera, de la misma forma el silbato puede calmar al caballo pero excitar al perro”. No hay por tanto políticas “neutrales”. Si se acepta una política tecnológica que apoye la investigación y el desarrollo (I+D), esa política ayudará considerablemente a la industria farmacéutica nacional que innova mediante I+D, pero castigará relativamente al sector de la imprenta que no posee I+D propia, sino que innova comprando maquinaria que incorpora la I+D de los fabricantes de máquinas impresoras. Hay también otras trampas. Como sucede cada vez más en los nuevos países recién incorporados a la UE, la I+D nacional puede tener lazos muy endebles o remotos con la estructura productiva nacional; al invertir en I+D un país puede estar simplemente subvencionando los sectores productivos de otros países. Esta situación se parece a la descrita por Hans Singer que ya mencioné anteriormente: si los incrementos de productividad nacionales sólo benefician a los clientes extranjeros, las innovaciones no enriquecen al país.

Desde el enfoque de la escuela histórica alemana y del otro Canon, los mecanismos descritos vuelven con nuevas combinaciones y en distintos contextos. La clave consiste en emplear mecanismos bien conocidos del pasado en esos nuevos contextos. Éste es también el principio empleado en el “estudio de casos” de la Escuela Empresarial de Harvard: los casos proporcionan una “experiencia artificial” que se transmite a nuevos contextos. Aunque los decanos de otras escuelas empresariales no sitúen la Escuela Empresarial de Harvard en lo más alto de la jerarquía académica, el mercado laboral sí lo hace generalmente al ofrecer a sus graduados los salarios iniciales más altos.

La experiencia se recompensa más en los negocios que en la vida académica. La argumentación de este libro pretende alejarse del caso paradigmático representado por la teoría económica de la Guerra Fría, que durante todo un periodo ha reinado en solitario, mientras que el estudio de la realidad económica carecía de prestigio.

La experiencia también significa aprovechar inteligentemente las modas de la economía internacional relacionándolas con el contexto nacional propio. En la década de 1990 el libro The Competitive Advantage of Nations de Michael E. Porter puso en el candelero las “aglomeraciones (clusters) nacionales”. Teniendo presente que el marco de referencia principal de Porter era Estados Unidos, si uno tiene la responsabilidad del sector industrial en un país pequeño como San Marino deseará atenuar el elemento “nacional”. Si no se percibe que el objetivo subyacente de las “aglomeraciones nacionales” son las innovaciones, se puede acabar apoyando la exitosa aglomeración Noruega para exportar bloques de hielo: lagos helados, serrín para el aislamiento y navieras internacionales. Aquella efímera aglomeración murió con el invento del frigorífico.

Finlandia ha ofrecido recientemente un ejemplo de una adaptación extremadamente inteligente del libro de Porter. A principios de la década de 1990 Nokia era una pequeña empresa que decidió pasar de la fabricación de botas de caucho, neumáticos y morteros adhesivos para azulejos a la electrónica. Era “nacional”, pero evidentemente no era una “aglomeración”. Siguiendo a Porter, nadie la apoyaría. Pero a principios de la década de 1990, cuando el ETLA (Instituto de Investigación de la Economía Finesa), bajo la dirección de Pekka Ylä-Anttila, formulaba la estrategia de la política industrial finesa, resolvió el problema añadiendo una nueva categoría teórica: la “estrella solitaria”, que podía ser también aceptable aunque no fuera una aglomeración. Aquella ocurrencia salvó la política de apoyo a Nokia.
El nacionalismo, pese a todos sus horribles excesos, ha sido un punto de paso obligado -al igual que la industrialización- para el desarrollo económico: el deseo de que al propio país y a los descendientes de uno mismo les vaya bien fue la principal fuerza motivadora del esfuerzo emulador europeo a lo largo de los siglos. También los economistas eran nacionalistas. Como las de cualquier otro, las opiniones de los economistas se ven influidas por su entorno, y a un habitante de Silicon Valley que en la década de 1990 se opusiera al libre comercio internacional habría que haberlo llevado al psiquiatra. Pero visto desde Kampala, en Uganda, la perspectiva podía ser diferente. Existe entonces un problema insuperable en el hecho de que la teoría económica y sus recomendaciones son independientes del contexto, y los que la practican se enorgullecen de que no se vea afectada por los hechos, como señaló el teórico noruego del comercio Victor D. Norman.

Yo nunca me habría atrevido a acusar de nacionalismo a Adam Smith y David Ricardo tan enérgicamente como lo hizo el economista inglés Lionel Robbins (1898-1984), nombrado miembro vitalicio de la Cámara de los Lores por su trabajo en la London School of Economics: “Nos equivocaríamos en nuestra caracterización si suponemos que los economistas clásicos ingleses habrían recomendado, porque era bueno para el mundo en general, una medida que pensaran que podría ser perjudicial para su propio país”. Por esta razón, siempre ha sido importante la presencia de economistas que hayan crecido en la periferia pobre. De hecho, en la Europa del siglo XIX encontramos que los que querían que su país se limitara a la producción de materias primas solían ser relativamente pocos, proclives a aliarse con sectores agrícolas “feudales” y potencias extranjeras. Siguiendo típicamente esa pauta, Inglaterra apoyó al Sur “librecambista” y esclavista en la guerra civil americana contra el Norte industrializador y antiesclavista. La primera contienda política de la que se tiene noticia entre un sector industrial y artesano urbano contra el viejo régimen fue la Rebelión de los Comuneros en España en 1521-1522, en la que vencieron los sectores tradicionales (el “Sur”), lo que provocó un caso precoz de desindustrialización en Segovia.

Si seguimos esa pauta nacionalista, encontramos que los primeros librecambistas ingleses (en el sentido actual del término) solían ser holandeses como Gerard de Malynes, cuyo verdadero nombre era Geraart van Mechelen (1568-1641), o habían estudiado en los Países Bajos como Nicolas Barbon (c. 1640-1698). En la misma línea, dos siglos después el líder del movimiento librecambista alemán se llamaba John Prince-Smith (1809-74), y era hijo de un ex gobernador arruinado de la Guyana británica; llegó a Alemania como profesor de inglés y acabó como miembro del Reichtag. Hoy día, en el mundo globalizado, muchas élites nacionales se identifican más con una elite global que con su propio país, y tratan de jugar con éxito el papel que John Prince-Smith trató sin mucho éxito de desempeñar en Alemania.

Los grandes nacionalistas -como Friedrich List (1789-1846) en Alemania y Giuseppe Mazzini (1805-1872) en Italia- fueron también los primeros proponentes de unos “Estados Unidos de Europa”. En su época Alemania e Italia eran países atrasados, constituido cada uno de ellos por una colección pasada de moda de pequeñas ciudades-Estado. Tanto List como Mazzini entendieron la unidad de Alemania e Italia y su conversión en Estados-nación como una etapa necesaria hacia una Europa unida, y -en el caso de List- también hacia un libre comercio global. Una Europa unida que hubiera incluido en aquel momento a las potencias industriales de Europa por un lado y las colecciones débilmente industrializadas de pequeñas ciudades-Estado por otro, habría desindustrializado y la unificación política, pero para List y Mazzini era sólo una etapa hacia la unificación europea, aunque eso sí, una etapa necesaria.









List argumentó en favor de la formación de un área de libre comercio continental intermedia antes de la globalización. Ésa es la etapa que nunca se dio en Latinoamérica: la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) fue un fracaso. La estrategia de sustitución de importaciones tuvo mucho éxito en Latinoamérica al principio -hasta los pequeños países de Centroamérica alcanzaron tasas de crecimiento de alrededor del diez por 100 durante bastante tiempo-, pero degeneró en una industrialización superficial acompañada de competencia monopolista (el “mal” proteccionismo) que Friedrich List llamaba despectivamente Kleinstaaterei, insistiendo en que un Estado debía tener un tamaño mínimo para ser eficiente. Cuando los sistemas industriales de los pequeños países latinoamericanos pasaron directa e instantáneamente de esa Kleinstaaterei a la economía global, la desindustrialización provocó el mismo tipo de problemas que Hoover encontró en Alemania en 1947.

Aquí volvemos a encontrarnos con la relación entre las teorías de la historia y el ritmo de la globalización. Hacia finales del siglo XIX los economistas solían ver la historia en términos de periodos o “etapas” cualitativamente diferentes, en las que estaban estructuralmente relacionadas la evolución de la sociedad en términos de actividades económicas, los asentamientos geográficos y las estructuras políticas. Desde la perspectiva de la larga duración, la base económica para la existencia humana pasó de la caza y la recolección a la domesticación y pastoreo de animales, luegog a la agricultura, y más tarde a una creciente división del trabajo en actividades artesanales e industriales. Los asentamientos humanos, en un proceso paralelo, pasaron de las sociedades tribales nómadas a los pueblos, las ciudades-Estado y luego a los Estados-nación. Ya en 1826 Johann Heinrich von Thünen (1783-1850) había presentado todos esos tipos de actividades económicas como círculos concéntricos en torno a la ciudad, en los que la actividad económica más “primitiva” -la caza- estaba en la periferia más alejada, luego el pastoreo un poco más cerca de la ciudad, la agricultura aún más cerca, etc.

En el centro del “Estado aislado” de von Thünen estaba la ciudad, y en su opinión, si las actividades de ésta eran demasiado débiles para sobrevivir necesitaban deslindamiento, sustento y protección. Retrocediendo a Abramovitz y Serra, las diferencias cualitativas entre las actividades urbanas y las que se dan en los círculos concéntricos en torno a la ciudad eran el pegamento que creaba el bien común de la nación. Para reiterar las palabras de George Marshall cuando anunció su plan en 1947: el intercambio entre el campo y la ciudad es “la base de la civilización moderna”.

Algunas etapas históricas se pueden saltar: Corea no tuvo que pasar por la era del vapor. Es muy posible que algunos países vayan directamente a la telefonía móvil sin pasar por los cables; pero no parece factible llevar a un país directamente de la caza y la recolección a una economía de servicios moderna. Las sinergias entre los diversos sectores son cruciales. El crecimiento de la actividades urbanas dependía de los mercados rurales así como éstos dependían de la capacidad de compra, del mercado laboral y de las tecnologías de la ciudad para elevar su nivel de ingresos. Del mismo modo, un sector servicios moderno depende hoy día de la demanda del sector industrial. Sería teóricamente posible que los pastores mongoles utilizaran métodos de “pastoreo electrónico” de alta tecnología mediante sistemas de posicionamiento global (GPS), si dispusieran de electricidad y si el coste del equipo no superara probablemente los ingresos de un pastor durante toda su vida. En los países industrializados, en cambio, el precio de la carne es tan alto que vale la pena utilizar “patores electrónicos”. Históricamente, la única fórmula comprobada para escapar de esos círculos viciosos de baja productividad y bajo poder de compra -para levantar un país pobre hasta convertirlo en un país de renta media- es insertar en el mercado laboral nacional un sector con rendimientos crecientes de un mínimo tamaño y diversidad.

Más importantes aún son los vínculos estructurales entre las estructuras económicas y las políticas; por ejemplo, una economía planificada de tipo soviético no es compatible con la democracia. La democracia apareció en las ciudades-Estado, en las que, como vimos particularmente en el caso de Florencia, hubo que obligar por la fuerza a la clase terrateniente a mantenerse fuera de la política. Las naciones-Estado se formaron a partir de alianzas entre ciudades-Estado, y Friedrich List y Giuseppe Mazzini las veían como una etapa necesaria en el recorrido hacia sistemas políticos supranacionales.

La fórmula globalizadora del Consenso de Washington desmanteló, mediante “terapias de choque” que arruinaron las actividades urbanas que producían sinergias y “resto” en la periferia del mundo, el Estado idealizado de Von Thünen. Muchos países quedaron privados de la actividades urbanas con rendimientos crecientes que crean “resto”. Verter dinero a espuertas en esos países no les ayudará a menos que se cree un sector con rendimientos crecientes con una masa crítica mínima. Ya en el siglo que precedió al libro de Von Thünen, los economistas distinguían entre lo que podríamos llamar “ciudades administrativas parásitas” y “ciudades industriales productivas”; también apreciaron su distinto impacto sobre la agricultura en el área circundante. Hace doscientos cincuenta años Ferdinando Galiani contrastaba las prácticas agrícolas atrasadas en los alrededores de Madrid, una ciudad administrativa, con la floreciente agricultura que rodeaba la ciudad industrial de Milán.

Los planteamientos económicos y políticos de hoy día -los planes del Consenso de Washington y la “guerra contra el terror”- están condenados a fracasar por la misma razón: ambos olvidan las experiencias históricas- que dieron lugar a la riqueza y la democracia. La estructura económica de países como Somalia y Afganistán se caracteriza por actividades con rendimientos decrecientes en las que está ausente el ben comune sinérgico y todavía reina la dinámica de suma cero que describí al principio. Las estructuras políticas naturales son tribales, con líderes que solemos llamar “señores de la guerra”. Controlar la capital significa controlar las rentas que llegan del campo, pero la capital no le devuelve nada en forma de producción con rendimientos crecientes; es una capital “parásita”. Cuanto más “natural” es la riqueza del país, por ejemplo en forma de petróleo, mayor es el botín que se deriva de controlar la capital. El hecho de que los poderes coloniales dibujaran sus fronteras sin tener en cuenta las viejas fronteras tribales empeora aún más la situación.

El historiador y filósofo musulmán Ibn Jaldún (1332-1406) ofrecía una descripción del desarrollo de la civilización que iba desde las tribus nómadas del desierto, organizadas en clanes determinados por relaciones de parentesco, hasta el florecimiento de la ciudades, pasando por la mejora progresiva de la agricultura. Los habitantes de la ciudad incurrían en el lujo, y a medida que aumentaban sus deseos la ciudad tenía que recurrir a impuestos cada vez mayores. Las reclamaciones de igualdad de sus parientes de clan le llevaba a recurrir a la ayuda de ejércitos extranjeros, debido a la decadencia combativa de sus propios guerreros. El Estado caía así en la decrepitud y con el tiempo era pues de un nuevo grupo de nómadas, que pasaban luego por la misma experiencia. En el marco preindustrial de Ibn Jaldún la historia sigue lógicamente una sucesión cíclica de guerras tribales -con ayuda extranjera- por la posesión y administración de las rentas estáticas y no productivas que se acumulan en la capital. Así fue también la historia de Noruega durante siglos.

Los rendimientos que no llegan a ser crecientes y un sistema productivo volcado hacia las materias primas que no se organiza en torno al ben comune dan lugar a una estructura política de tipo feudal. Pero incluso allí donde no existe un auténtico feudalismo, como en cierta agricultura africana, el Estado parece prolongar la extracción de excedente económico característica del colonialismo y devuelve muy poco a los ciudadanos. En tales condiciones las estructuras productivas precapitalistas y las consiguientes estructuras políticas son muy duraderas, y probablemente por buenas razones. Un asesor del presidente tanzano Julius Nyerere, el sueco Göran Hydén, habla del “campesinado libre de atadura” de África. Parecidamente, la OTAN y Occidente se enfrentan hoy día a un “campesinado” libre de ataduras” en Afganistán. A mi jucio, el socialismo africano de Nyerere fracasó por la misma razón que la OTAN y Occidente están fracasando en Afganistán y en Oriente Medio en general: “¡Es la estructura económica, estúpidos!”

En el capítulo 3 describimos el desarrollo económico que rompió el círculo jalduniano de violencia tribal manipuladora del mercado como un desarrollo simultáneo de una minuciosa división del trabajo y de industrias con rendimientos crecientes. Con esas actividades, el capital se convirtió en un activo para el campo y viceversa: la nación-Estado ya no era un juego de suma cero. La fórmula para la construcción de naciones-Estado -desde la época de Jean-Baptiste Colbert (1619-1683) en Francia- consistía en industrializar, invertir grandes recursos en infraestructuras y fomentar el libre comercio dentro de las fronteras nacionales. Una vez logrado esto se podían emprender etapas geográficamente más ambiciosas.

Hace unos meses el Instituto Noruego de Estudios Estratégicos invitó a Edward Luttwak, conocido halcón republicano del ala más conservadora, a un pequeño seminario en Lillehammer, la ciudad olímpica de 1992. Para sorpresa de todos Luttwak se había manifestado contra la guerra en Iraq incluso antes de que comenzara. Me dijo: “¿Sabe usted que en 2003, justo antes de empezar la guerra, un funcionario de Departamento de Defensa me llamó racista porque dije que no creía que derrocar a Saddam sirviera para llevar la democracia a Iraq.”

Luttwak, buen conocedor de la historia, se alinearía esencialmente a este respecto con gente tan diversa como Francis Bacon y Karl Marx: la cuestión no es la raza, sino la estructura económica. Pero el hecho de que los europeos prohibieran las industrias manufactureras en sus colonias con pocos blancos -mientras que las colonias con muchos blancos se industrializaron y alcanzaron pronto la independencia- hace aparecer el desarrollo como una cuestión racial.

Cuando en 1967 visitamos el palacio presidencial del Perú durante mi segundo día de estancia en el país, el presidente Belaúnde acababa de regresar de un viaje a una zona aislada de la selva peruana, accesible únicamente en helicóptero, poblada por colonos alemanes llegados después de la primera guerra mundial. Ahora, aunque de tez más pálida y con ojos azules, vivían como otros peruanos en la selva. Muchos años después visité el estado brasileño meridional de Rio Grande do Sul, donde un gran número de colonos alemanes había creado industrias y bienestar. Por citar de nuevo a Francis Bacon: “Existe una diferencia muy notable entre la vida de los hombres en la parte más civilizada de Europa y en las regiones más salvajes y bárbaras de la Nueva India y esa diferencia no proviene del suelo, ni del clima, ni de la raza, sino de las artes (es decir, de las profesiones que se ejercen)”.

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Hay razones para ser optimistas. Las mentalidades y las instituciones cambian de forma relativamente rápida cuando se modifica la estructura de las actividades económicas. Los viajeros ingleses a Noruega a principios del siglo XIX veían pocas posibilidades de desarrollo en aquel país atrasado de granjeros borrachos; pero cincuenta años después era mucho lo que había cambiado. El profesor de Harvard David Landes utiliza una cita del Japan Herald de 1881 para subrayar la misma cuestión: “No creemos que todos (los japoneses) se enriquezcan algún día: las ventajas conferidas por la naturaleza, con excepción del clima, y el gusto por la indolencia y el placer de la propia gente lo prohíbe. Los japoneses son una raza feliz, y al contentarse con poco no es probable que se esfuercen por conseguir mucho más”. La dirección básica de la flecha causal del desarrollo es la descrita por Johann Jacob Meyen en 1769: “Se sabe que las naciones primitivas no mejoran sus costumbres y hábitos para hallar más tarde industrias útiles, sino justamente al revés”. El cambio de mentalidad acompaña al cambio en el modo de producción.

Pero también hay razones para ser pesimistas, y ese pesimismo está relacionado con lo que Moses Abramovitz señalaba como el tornadizo sesgo del cambio tecnológico. Las diversas tecnologías tienen distintas características. Por ejemplo, la tecnología de la información hizo posible que empresas relativamente pequeñas desarrollaran programas conocidos como “aplicaciones asesinas” -esto es, de éxito avasallador- con los que pudieron hacer rápidamente mucho dinero. Los negocios dela biotecnología, en cambio, se desarrollan muy lentamente, y en conjunto el sector ha perdido dinero. Hay muchas razones para creer que esto es consecuencia de algo más que hallarse en una etapa más o menos avanzada de madurez tecnológica. Hace unos años formé parte del tribunal que debía juzgar una tesis doctoral en Cambridge, en la que una joven estadounidense señalaba que mientras que la tecnología de la información había devueto el poder económico mundial a los Estados Unidos, la naturaleza muy diferente de la biotecnología podría adaptarse mejor a la estructura económica japonesa con sus grandes conglomerados industriales (keiretsu), que podrían emplear la misma biotecnología en muchas áreas, desde la fermentación de cerveza a la fabricación de medicinas. En la terminología de Abramovitz nos hallamos ante sistemas tecnológicos con diferentes “sesgos” en relación con la escala: una idea plausible con importantes consecuencias para explicar el desarrollo desigual.

Una de la razones para ser pesimistas acerca de esos cambios cualitativos entre distintos periodos tecnológicos es concretamente que el paradigma fordista basado en la nación puede haber incorporado elementos únicos difíciles de reproducir en las actuales condiciones. Los mecanismos que hicieron posible captar tanto “resto” en los mercados laborales nacionales pueden haber debiitado o haber dejado de existir. Una señal a este respecto es el máximo alcanzado por los salarios reales durante la década de 1970 no sólo en la mayoría de los países latinoamericanos, sino también en Estados Unidos (en 1973). En Estados Unidos ese problema se puede resolver políticamente aumentando el salario mínimo, pero en un país pobre la solución es mucho más compleja y supone cambios radicales en la estructura productiva del país.

La combinación de la producción en masa fordista con un sector industrial primordialmente basado en la nación creó condiciones únicas para subir los salarios reales. Esto tiene que ver con un factor que los economistas manejan muy mal: el poder económico y político.

En el análisis que sigue a continuación debemos tener presente que para el mundo desarrollado la primera oleada de globalización se produjo ante todo en las materias primas. Por utilizar el término de Keynes, los productos industriales solían ser “caseros”.

Los economistas de la escuela institucional americana, durante toda su existencia -desde John Commons (1862-1945) hasta John Kenneth Galbraith (1908-2006)- eran muy conscientes del papel del poder político. Para ellos el desarrollo económico exigía un equilibrio de poder compensado entre el capital y el trabajo. Un elemento clave en la creación de riqueza desde 1848 fue el poder sindical, que aseguraba lo que hemos llamado expansión difusiva del crecimiento económico: la situación de la gente en los países ricos mejoró gracias a los salarios más altos posibilitados por los aumentos de productividad, no en forma de precios más bajos como habría sucedido en el caso de una “competencia perfecta”. Lso barberos mejoraran su situación elevando el precio del corte de pelo, de modo que el aumento de productividad de los trabajadores industriales les permitió a ellos también aumentar sus ingresos. Los “términos de intercambio” -el número de horas trabajadas cuando los obreros pagaban un corte de pelo- eran estables. De esta forma los ingresos de los barberos del Primer Mundo aumentaron enormemente en relación con los de sus colegas igualmente productivos del Tercer Mundo, gracias a su participación en una renta nacional basada en la industria.

Hay varias razones por las que esa vía para el enriquecimiento de un país es mucho menos factible ahora que antes. Los cambios se deben en parte a innovaciones en el producto (nuevos productos) tienden a crear una competencia imperfecta y salarios más altos, las innovaciones en el proceso (nuevas formas de producir viejos productos) tienden a fomentar la competencia de precios y presiones sobre los salarios. La tecnología de la información como innovación en el producto propicia en Microsoft salarios altos y elevados beneficios, pero cuando se utiliza esa misma tecnología en los hoteles y líneas aéreas, el resultado son márgenes más estrechos para los hoteles de Venecia y la Costa del Sol y salarios reales más bajos para las azafatas de la líneas aéreas.

En el sistema mundial basado en la nación vigente durante el siglo XX, la principal industria portadora del paradigma fue la automovilística, que se extendió muy rápidamente: en la década de 1920 habría más de veinte fabricantes de automóviles en Japón, e incluso un país relativamente pequeño como Suecia contaba con dos. El siglo XX también vio el ascenso de la emulación mediante la ingeniería inversa: los japoneses podía comprar un automóvil estadounidense, descomponerlo en piezas y hacer otro mejor. Esos dos elementos juntos, el hecho de que cualquier país, grande o pequeño, contaba con a) una fuente nacional de innovaciones en el producto en la industria portadora del paradigma, y b) la posibilidad de emular mediante la ingeniería inversa, son rasgos clave del crecimiento económico a principiso del siglo XX muy difíciles de reproducir ahora.

Microsoft es un proveedor global y está protegido internacionalmente por patentes y copyrights, lo que hace casi imposible la ingeniería inversa. La reproducción de pequeños Microsofts en cada país -como se hizo con las fábricas de automóviles- no sólo daría lugar a grandes ineficiencias, sino que es ilegal. Los productos protegidos por patentes, copyrights y royalties suponen una proporción rápidamente creciente del mercado mundial. Esa protección de la propiedad intelectual y la creciente proporción de artículos patentados en el comercio mundial profundizará inevitablemente la brecha económica entre países ricos y países pobres, ya que sólo los primeros, y no todos, tienen una balanza comercial positiva en tales productos.

Otras cuatro modificaciones paralelas en el “sesgo” del cambio tecnológico han contribuido al hundimiento de las formas tradicionales de enriquecimiento de los países ricos.

1.Existe una tendencia a abandonar las economías de escala en una sola fábrica -enormes fábricas que reunían en el mismo lugar a muchos trabajadores- en favor de “economías de ámbito” multilocalizadas.
2.Al mismo tiempo el empleo está decreciendo en la industria y creciendo en los servicios, en parte porque la industria aumenta el grado de automatización de una forma inalcanzable para el sector servicios.
3.Los trabajadores de los servicios tradicionales carecen de la capacidad de negociación derivada del nivel de cualificación de los trabajadores industriales especializados, y pueden ser fácilmente sustituidos por gente “venida de la calle”.
4.La franquicia descentralizada en lugar de la propiedad centralizada también disminuye el poder de los trabajadores porque hay muchos patronos distintos con los que negociar.

Todos esos factores combinados hacen más difícil para los actuales empleados. Cualquier capitalista medianamente avispado entiende que conceder un aumento salarial a sus empleados no le supondrá un gran problema mientras esté seguro de que sus competidores tendrán también que hacerlo. Los capitalistas realmente ilustrados entienden que un nivel salarial elevado aumentará también la demanda de su propios productos, y con ello sus beneficios. En 1914 Henry Ford duplicó los salarios de sus obreros hasta los 5 dólares diarios, argumentando que su capacidad de producción eran tan grande que necesitaba que la gente como sus propios trabajadores pudiera comprar los automóviles que fabricaba.

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Esa relación -”mis obreros son también mis clientes” o “el tipo de gente que empleo es el mismo que el tipo de gente que compra mis productos”- se ha desvanecido también, alejando el modo de producción del siglo XXI del siglo XX fordista. Países como China y Vietnam se han incorporado al mercado mundial de productos manufacturadoss pagando salarios extremadamente bajos. Nunca antes había mejorado tecnológicamente un país tan rápidamente como China, con incrementos tan pequeños de los salarios reales. Esto crea presiones a la baja sobre los salarios en todas las partes, desde México hasta Italia. Para los consumidores de los países ricos es una gran noticia porque les aporta precios más bajos, al menos mientras sus propios salarios no se deslicen también a la baja. Hace ocho años recibí una carta de un destacado historiador estadounidense de la economía, citado en este libro, con una posdata: “Si se llega a conseguir algún día la nivelación del factor precio, ¿quién puede decir que será al alza?”.

Las estrategias que han dado lugar a elevados salarios en el Primer Mundo pueden no hacerlo en el Tercer Mundo. Para los productores de materias primas en el mundo desarrollado, en particular para los agricultores, una buena estrategia es concentrarse en nichos de alta calidad; el queso y el jamón de Parma en Italia son ejemplos muy conocidos. También es posible obtener buenos resultados en productos agrícolas. Sin embargo, esos productos primarios están profundamente insertos en economías industriales avanzadas. El queso y el jamón recién mencionados son productos de la misma región italiana -la Emila Romagna- en la que también se fabrican automóviles como los Ferrari, Lamborghini, Bugatti y Maserati. Es muy improbable que países pobres -aunque produzcan los mejores productos primarios del mundo, y aunque dispongan de nichos de mercado muy protegidos- puedan elevar los salarios de esa forma. Históricamente, los rápidos aumentos salariales han estado ligados al poder sindical, a un poder oligopolista contrapuesto que sólo se podía crear en presencia de un poder aún más oligopolista en la propia industria. La estrategia del nicho no dará resultado al estar ausente el poder sindical capaz de ejercer presión en favor de salarios más altos. El productor quizá más eficiente del mundo de mejor brécol para la exportación, una firma ecuatoriana, no puede pagar a sus trabajadores un salario decente. Lo que llamamos “economía del desarrollo” es sustancialmente una “renta” creada por poderes oligopolistas compensados de empresarios y sindicatos.

Sin embargo, los países que consiguen prevalecer en las explosiones de productividad -como Irlanda en la tecnología de la información y Finlandia en los teléfonos móviels- experimentan un fuerte aumento de los salarios reales. Europa en su conjunto se ha creado un problema al desindustrializar los países del Este para integrarlos a continación en la UE, creando así en su propio patio trasero una versión local del ejército de desempleados y subemepleados del Tercer Mundo. Pero el mayor problema sigue siendo el de los países que todavía no han llegado al umbral crítico mínimo de actividades con rendimientos crecientes, esto es, gran parte de África, Latinoamérica y también Asia.

La gran reducción de los costes de transporte y la “muerte de la distancia” también suponen un problema para que los países atrasados mejoren su situación del modo que se ha venido siguiendo desde 1850 hasta la década de 1970. Tomar un atajo para incorporarse sin más a la “economía de servicios” de alto nivel no es una posibilidad real. Cuando la gente pobre sale de la pobreza lo primero que desea son productos manufacturados. A partir de una sociedad de cazadores y recolectores no se crea por la buenas una economía de servicios avanzada; se necesitan las sinergias de un sector industrial moderno. Esto es lo que convierte en un crimen contra una proporción sustancial de la humanidad la desindustrialización -la desaparición del sector con rendimientos crecientes- quizá irreversible de la periferia por mandato de las instituciones de Washington. Sus economistas elaboran ahora modelos que explican por qué estaban equivocados, pero mientras que sus estudios no vayan acompañados de cambios en las propuestas de política económica, no harán más que practicar lo que hemos llamado el “vicio krugmaniano” -descubrir medicinas que curan pero sin facilitar su utilización- a un nivel institucional y supranacional más alto.

Cuando Argentina trataba de recuperarse de su colosal desastre económico hace unos años, se decía: “Que quienes propiciaron esta calamidad nos hagan al menos el favor de estarse quietos”. A escala global habría que pedir lo mismo. Los economistas e instituciones cuya ideología -más que auténticas teorías económicas- ha dado lugar a una catástrofe en la periferia del mundo, deberían también abstenerse de intervenir, pero en realidad sucede lo cntrario: las instituciones e individuos que dejaron patente su incapacidad para crear riqueza siguen al mando del gigantesco proycto concebido para aportar parte de la riqueza creada en otros lugares a los países pobres, cada vez menos capaces de crearla por sí mismos. Los objetivos del Milenio son un callejón sin salida histórico. Me siento obligado a repetir: lo mejor que podrían hacer los individuos y las instituciones que casionaron el problema es quedarse quietecitos y no estorbar.

Pese a todos sus problemas, las instituciones alternativas -las del entramado de las Naciones Unidas- han realizado durante décadas contribuciones considerables a nuestra comprensión de la riqueza y la pobreza. El último informe de la UNCTAD sobre los países menos desarrollados apunta en la dirección correcta: hacia un nuevo énfasis en la producción y el conocimiento, en lugar del comercio y la inversión per se. Ese renovado énfasis en la producción recentrará automáticamente el problema de la pobreza del Tercer Mundo alejándolo del papel de los pobres como consumidores (“tenemos que transferir poder de compra a los pobres mediante ayudas benéficas”) para acercarlo a su papel como productores (“el desempleo y subempleo en el Tercer Mundo es un despilfarro gigantesco de recursos humanos; tenemos que crear empleo”).

Esto nos devuelve a la actitud que reinaba recién acabada la segunda guerra mundial, cuando las amenazadoras experiencias de la ´decada de 1930 impulsaron una estrategia de desarrollo que generó décadas de crecimiento saludable en el Tercer Mundo, desde Perú hasta Mongolia. Los problemas actuales del Tercer Mundo son muy similares a los de Estados Unidos y Europa en la década de 1930: enorme desempleo y subempleo y bloqueo de paradigma tecno-económico (en aquel entonces la producción en masa fordista) debido al subconsumo, mucho antes de desarrollar todo su potencial. Joseph Alois Schumpeter dio una explicación de los problemas de la década de 1930 basada en la acumulación temporal de innovaciones, y John Maynard Keynes ofreció una solución: el gasto deficitario. Hoy día los Objetivos del Milenio están convirtiendo las soluciones coyunturales de la década de 1930 -la ayuda mediante comedores populares y cobijos para los desamparados- en soluciones permanentes para los problemas del Tercer Mundo.

Las auténticas soluciones permanentes siguen estando todavía en el terreno teórico de Schumpeter y Keynes. El Tercer Mundo, desde las maquilas de Centroamérica hasta las mujeres ugandesas empleadas por empresas-AGOA (Ley de Crecimiento y Oportunidades en África), necesita evitar los callejones sin salida tecnológicos y establecer una competencia schumpeteriana en sus sistemas nacionales de producción. Para poder transmitir los efectos schumpeterianos a través de las fronteras habrá que resucitar políticas del pasado que la globalización ha descartado. Si los países pobres sólo participan en el desarrollo tecnológico como consumidores, su nivel salarial y su poder de compra no aumentarán. Para que aumenten habrá que resucitar -en un nuevo marco- los instrumentos de política económica que permiten a la producción atravesar las fronteras. La globalización ha embotado también los instrumentos keynesianos: mediante el gasto deficitario, los gobiernos nacionales tenían la posibilidad de propulsar su economía nacional creando demanda para sus propios bienes y servicios. En pequeñas economías abiertas y desindustrializadas, tales instrumentos keynesianos tradicionales, en lugar de vigorizar la producción local, favorecen las importaciones. Así pues, los instrumentos tradicionales, antes eficientes, han sido proscritos o han perdido fuerza.

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Estoy convencido de que es prácticamente posible crear en el futuro países de renta media, pero el nuevo contexto puede requerir instrumentos de política económica distintos y más enérgicos que en el pasado. Contemplando retrospectivamente la historia, vemos que en otro tiempo algunas terapias de choque -pero del tipo opuesto a las del Consenso de Washington- se han mostrado beneficiosas. Me refiero a los bicots económicos, que en determinadas circunstancias, al bloquear las importaciones de productos manufacturados, pueden favorecer un crecimiento del sector industrial del tipo plan Marshall. En 1971, con el “Informe sobre las Manufacturas” de Alexander Hamilton, Estados Unidos recibió una teoría y una caja de herramientas para la industrialización; pero la industria no comenzó a proliferar hasta que quedó prácticamente interrumpido el comercio con Europa como consecuencia del bloqueo continental de Napoleón y la guerra de 1812 contra Inglaterra. Hasta entonces no se creó una masa crítica suficiente como para establecer el Sistema Industrial Americano, modelo de una estrategia nacional de desarrollo con éxito. La segunda guerra mundial tuvo un efecto similar en Latinoamérica. El esfuerzo de guerra desvió la habitual exportación de bienes a la región, lo que conbinado con el elevado precio de las materias primas latinoamericanas dio un considerable impulso a la industrialización local. Un alumno mío que escribió su tesis doctoral sobre Rodesia/Zimbabue descubrió que el boicot internacional al régimen racista blanco dio lugar a la industrialización y a un rápido aumento de los salarios reales para todos.

Así pues, por decirlo con humor, una forma suavizada de apartheid -por ejemplo, situar a gente blanca con ojos azules en la parte trasera de todos los autobuses- puede constituir una estrategia nacional para obtener el “espacio político” necesario que permita crear el “resto” económico derivado de las sinergias de actividades con rendimientos crecientes. Una vez que se haya recuperado la venerable estrategia económica de generar una masa crítica mínima de actividades con rendimientos crecientes -siguiendo las pautas exitosas de la estrategia de desarrollo estadounidense y del plan Marshall-, cuando, parafraseando a Nietzsche, haya muerto hasta la memoria de la sombra de la economía de la Guerra Fría, podrán ponerse en marcha planes menos tortuosos. Siguiendo la idea de Friedrich List, se trataría entonces de promover una integración económica simétrica, crando gradualmente áreas cada vez mayores de libre comercio en las que el flujo sin trabas de bienes e ideas beneficie a todos. Sólo entendiendo las causas se puede comenzar a buscar el remedio: sólo conprendiendo los mecanismos que hacen injusto el comercio realmente existente podremos establecer un “comercio justo” sin crear un sistema de colonialismo del bienestar.

El periodo actual representa una coyuntura en la que pueden suceder muchas cosas. En primer lugar, una crisis financiera importante es cada vez más probable, y habrá que reinventar el keynesianismo en un contexto nuevo y global. Es probable que la primacía del “libre comercio” como pieza clave de actual ordene económico mundial retrase la solución a problemas futuros de la misma forma que la tozuda creencia en el “patrón oro” retrasó el keynesianismo en la década de 1930. En segundo lugar, como ha señalado Christopher Freeman, la creciente desigualdad económica experimentada desde la ´decada de 1980 -como pasó en repuntes similares de la seigualdad en las décadas de 1820, 1870, y 1920- venía asociada con los cambios tecno-económicos examinados que suscitaron importantes cambios estructurales, potenciaron la demanda de nuevas habilidades, permitieron beneficios extraordinariamente altos en sectores nuevos e inflaron la burbuja del mercado de valores.

Cabe pues asociar ciclos ideológicos a los ciclos tecnológicos. En un primer momento gobiernos marcadamente favorables al capital tienden a agravar la creciente desigualdad, pero en último término esto provoca una revulsión política contra las privaciones que genera ese tipo de política. Un economista estadounidense, Brian Berry, menciona la política de presidente Jackson en la década de 1830 en favor de los “agricultores y mecánicos del país” aunque perjudicara los intereses de los “ricos y bien nacidos” (más tarde formalizada en la Ley de Concesión de Tierras, Homestead Act, de 1862, la legislación antitrust y otras reformas durante la década de 1890 y el New Deal en las décadas de 1930 y 1940), como ejemplo de política redistributiva tras los periodos de creciente desigualdad mencionados más atrás. La enorme diferencia entre el debate estadounidense sobre el salario mínimo de 1996, cuando todos los economistas se mostraban en contra de cualquier aumento, y la aprobación casi unánime por el Senado, después de un breve debate, de un aumento general en 2007, muestra que los vientos ideológicos pueden estar cambiando de dirección; de nuevo las necesidades humanas parecen más importantes que el libre funcionamiento de las fuerzas del mercado. Pero, como suele suceder, el pragmatismo ganará primero en casa, mientras que en nuestra actitud hacia lugares lejanos como África durará mucho más la ortodoxia ideológica.

Pero aunque se mantenga la política actual, aunque sigamos prohibiendo a los países pobres emular la estructura económica de los ricos, auqnue convirtamos a los países pobres de África en reservas de desempleados pobres confiados a la beneficencia, este libro habrá cumplido, espero, su objetivo inicial, concebido en lo alto de un montón de basura en Lima en 1976. Al menos entenderemos mejor por qué los hombres y mujeres de la calle del Tercer Mundo, a pesar de ser tan productivos como sus colegas del Primer Mundo, son mucho más pobres.

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La globalización de la pobreza, Erik Reinert.




Textos sobre inteligencia emocional.-


Entrevistas a elsa punset:

Realmente nos damos cuenta de que necesitamos seguridad, estamos siempre buscando una vida donde haya certeza, los humanos, nuestro cerebro nos lleva a ello. Y, sin embargo, lo más curioso es que hay muy pocas certezas en esta vida pero donde más quisiéramos esas certezas es en lo emocional, es en el amor romántico. Y me temo ahí bueno pues por muchas razones que podemos ver ahora pues fallan ¿no? Inevitablemente.
Sobre la infidelidad.-
Leíamos en la Vanguardia que los matrimonios duran en España 15 años de media y que la edad media de las disoluciones matrimoniales se encuentra entre los 40 y los 49 años para ambos sexos aunque es mayor para los varones.
Decía George Herbert, un poeta religioso inglés, el adulterio es justificable, el alma necesita pocas cosas, el cuerpo muchas. ¿Verdaderamente genitalizamos tanto nuestras reacciones y nuestros sentimientos?
Yo pienso que lo que pasa es que damos una importancia exagerada al sexo. Hemos hecho del sexo la bandera del amor romántico, como el semáforo visible ¿no? Y realmente yo creo que hay que pensar un poco: ¿por qué hemos hecho esto?
Yo creo que un poco una de las razones es porque vivimos en una sociedad muy apresurada, muy rápida y el sexo es un placer fácil ¿no?
Y la segunda razón es que es una forma de comunicación con la pareja muy potente ¿no?
Es un momento en el que depones las armas, no hay palabras hirientes, no hay actos desconsiderados y hay una comunicación ahí que puede darse que realmente ayuda mucho a la pareja.
Yo creo que en ese sentido hemos dado muchísima importancia al sexo. Pero realmente lo que ocurre es que a menudo el sexo falla y falla mucho más de lo que las personas creen reconocer.
Como hemos hecho del sexo este símbolo de casi de triunfador parece que las personas que no tienen esa faceta de su vida cubierta pues tienen algo como una tara. Y bueno siempre hay este miedo a hablar de las emociones con sinceridad.
Pero en el tema sexual yo creo que muchísimo pesa, sería importante que la gente reconociese que es lo que de verdad busca cuando busca el sexo.
Yo no sé si podemos diferenciar entre fidelidad sexual y fidelidad emocional, es decir, que tú quieres y eres leal, como decía García Márquez, a tu pareja en lo sentimental, en el alma, pero a partir de una sexualidad desinhibida quizás bueno te puedes permitir el lujo de dar carta blanca a tus instintos.
Claro yo creo que aquí se mezclan muchos elementos ¿no?
Uno de ellos es que nos da mucho miedo empezar. Bueno hay este tema de que el sexo lo controlamos. Controlamos quién está siendo infiel sexualmente. No controlamos lo que pasa dentro de su cabeza, no sabeos qué fantasías tiene y realmente hay muchas parejas que conviven. En España dicen que hay un 20 % de lo que llaman matrimonios amigos, de personas que conviven sin sexo. En Japón es hasta el 40 % de la población.
¿Qué resultados da esto? Bastante pobres, en principio, en Japón hay una tolerancia de los hombres hacia la prostitución. Y las mujeres se quejan muchísimo de soledad afectiva ¿no?
Hay otra cosa y es que en nuestro cerebro tenemos 3 circuitos:
El circuito sexual, tenemos el circuito del amor apasionado y luego un circuito que es el amor estable -digamos-.
El amor apasionado normalmente de pareja muta en este amor estable.
Pero son, aunque son circuitos independientes no son completamente independientes.
Siempre yo creo que nos da miedo que si nuestra pareja nos es sexualmente infiel a lo mejor se va a enamorar de otra persona.
Y entonces realmente lo único que podemos controlar es el aspecto sexual. Pero yo me da realmente la sensación que es más la necesidad de sentirse deseable ¿sabes?, de experimentar este vértigo de la fusión con el otro, lo que realmente nos atrae del sexo.

Pues ¡qué lástima! Porque efectivamente le podemos decir a nuestra pareja que le tenemos suficiente confianza para manifestarle: oye necesito sentirme más deseada o más deseado, necesito que tú me quieras de otra manera y que me lo demuestres, quizás entonces no nos deberíamos o tendríamos que fijarnos en otras relaciones, embarcarnos en historias que quizás al final no son tan placenteras como parecen de entrada, porque sí porque claro según datos de Carlo Malo de Molina, director del Instituto de Sociología de Sigma 2, siete millones y medio de españoles y cuatro millones y medio de españolas han sido infieles en algún momento de su vida.
¿Por qué se producen estas infidelidades? No es sólo por una cuestión de deseo no compartido, tiene que ver también con una cuestión de algo relacionado con el esqueleto de una relación de pareja.
Es que es muy difícil ¿no?, hacer compatible una relación de larga duración con una relación digamos emocional de día a día.
Es muy difícil, porque hay muchos elementos que entran en juego.
Te conoces muy bien, estás cansado, estás estresado, dejas de ver en el otro a lo mejor esa cosa mágica que es lo que yo creo que ves en el otro cuando te enamoras ¿no?
Ves algo especial, ves lo más positivo de esta persona. Con el paso de los años es muy difícil mantener esto.
Yo creo que tenemos expectativas tremendamente altas de la vida de pareja. Y sin embargo luego la vida de pareja bueno tú sabes que se están rompiendo ahora 3 de cada 4 matrimonios en España. Encabezamos el ranking europeo con Bélgica en divorcios básicamente. Yo creo que esto claro el 80 % de las personas que se vuelven a casar, se vuelve a divorciar. Es decir, creo que tampoco es una solución el tirar la toalla y decir: vuelvo a empezar con otra persona ¿no?
Yo creo que lo tremendo es nuestras relaciones emocionales es que de repente no es simplemente que invitemos a alguien a entrar en nuestras vidas, a compartir la vida con nosotros que eso es muy bonito y lo necesitamos psicológicamente, es que realmente de repente muchas personas piensan que la vida del otro les pertenece, que tienen derecho a fiscalizarla. Yo reconozco que me parece que es un error de base.
Yo creo que es la ternura y la complicidad realmente las que son claves en el amor y las que tenemos que alimentar.
Y eso es lo que creo que buscamos, cuando buscamos relaciones sexuales fuera de nuestra pareja. Probablemente nos está faltando esta complicidad y esta intimidad emocional ¿no?
Decía Severo Catalina un periodista y escritor español: La mujer perdona las infidelidades pero no las olvida. El hombre olvida las infidelidades pero no las perdona.
¿Influye “el qué dirán” a la hora de pasar página en una circunstancia de estas características?
Pues supongo porque vivimos con esos arquetipos ¿no? Pero yo creo que cada día se están disolviendo a una velocidad muy rápida y me alegro mucho de ello porque yo creo que los antiguos arquetipos eran tremendos.
Forzaban a las mujeres y a los hombres en situaciones muy incómodas y yo me alegro de que desaparezcan.
Una cosa que si te puedo decir es que las estadísticas lo que sí revelan es que cuando podemos elegir entre amor y sexo, casi siempre elegimos el amor, claro cuando podemos elegir, porque el amor no es tan difícil, sin embargo, el sexo es muy fácil, el sexo sin amor.
Pero el amor esta fusión con otra persona, creo que es lo que de verdad buscamos, eso no es tan fácil.
Y además que para existir amor las dos partes tienen que estar de acuerdo ¿no? Es decir, enamorarse de alguien quiere decir que aquel otro también tiene que estar pendiente de ti. Así pues que a veces no es tan sencillo.
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La admiración.-

“Le admiré antes de quererle”, dijo Antonio Banderas de su esposa Melanie Griffith.

Hay dos posibles formas de enfrentarse a este tema. Una es la forma romántica, yo que soy una gran romántica.
Y luego la forma científica también tengo mi lado objetivo. Entonces si quieres os doy las dos explicaciones de papel de la admiración en la amistad y el amor.
Lo primero es que cuando hablamos de amor a los hijos, amor a los padres, amor a una pareja, activamos los mismos circuitos cerebrales. Eso es una cosa que cuando a la gente hablamos de ellos tiende a pensar que están en compartimentos distintos. Bueno pues en realidad los procesos que se ponen en marcha son iguales en todos los casos. Fíjate a mí siempre me ha parecido algo curioso.
El baile aquímico que pones en marcha cuando amamos es el mismo de entrada -el amor por el padre o por la esposa-. Y realmente qué es lo que hace que amamos o no amamos a una persona. Bueno pues digamos que desde el punto de vista romántico te voy a contar primero el romántico, el mío.
Yo creo que cuando queremos a alguien lo que hacemos realmente -y tengo una prueba científica para esto- es realmente ver lo mejor de esta persona. Es decir, ¿por qué no somos objetivos cuando miramos a la persona que amamos? Bueno pues porque necesitamos que cuando nos quieren haya gente que se fije en lo mejor que tenemos y que lo saque un poco de quicio porque eso nos ayuda a ponerlo en acción, a realmente dar lo mejor de nosotros mismos y generalmente cuando la gente espera lo mejor de nosotros mismos, lo damos; cuando sucede lo típico por ejemplo el padre con sus hijos, el hijo con la pareja que te dicen: siempre llegas tarde, siempre haces esto mal ¿no? Al final resulta pues que dices bueno yo soy el que siempre llega tarde, el que lo hace todo mal ¿no? Y tiendes a esponder de forma negativa cuando te dan esta imagen negativa de ti.
Entonces cuando te aman, es muy bonito que tú te conviertas en la persona que tú lo haces siempre todo bien. Por lo menos lo que haces gusta mucho a la persona que tienes frente a ti. Y nos pasa algo curioso en ese sentido. Y es que cuando queremos a alguien -da igual que sean hijos, se que sea pareja, ya te digo es lo mismo- hay una capacidad y una parte del cerebro que juzga socialmente a los demás y que decide si los demás son peligrosos. Bueno pues si te puedes fíar de ellos.
Esa capacidad de juzgar al otro, se desconecta literalmente cuando estamos enamorados o cuando queremos mucho a alguien. Es decir, no lo juzgamos muy objetivamente.
Pero ya te digo: creo que eso es una cosa buena hasta un punto.
Estos días se han pubicado unas cifras -ya lo dijimos- en que se ven la cantidad de parejas que se están separando.
¿La admiración en el amor es básica y fundamental? De hecho ahí va la parte, digamos, científica de qué es la admiración en el amor. Lo único que sabemos muy claramente en ese terreno y eso son los estudios que han hecho hace poco un grupo de psiquiatras y de psicólogos en la universidad de Washington y han descubierto que hay un elemento con el que puedes predecir prácticamente al 100 % -fíjate es impresionante- ellos reciben a parejas y con ese elemento que manejan pueden decir al 100 % quién se va a divorciar. Y ¿tú sabes cuál es este elemento? No. Pues es el desprecio. Lo contrario de la admiración.
Cuando no, cuando desprecias al otro es casi imposible que haya una buena convivencia. Es imposible que quieras seguir con esta persona.
¿El desprecio es sinónimo de no querer entender, de no querer valorar, de no querer compensar todo lo que hace esa persona?
Yo creo que es tirar la toalla el desprecio. Es decir, yo creo que hay etapas que te hacen llegar al desprecio -es decir, eso también está bastante estudiado-. Generalmente tú empiezas ¿cuándo? Cuando te empiezas a desesperar de la persona que tienes a tu lado, lo primero que empiezas a hacer es a intentar provocar una reacción en esta persona diciéndole cosas que a lo mejor son más bruscas o más desagradables de lo que realmente piensas ¿no? Para ver si el otro reacciona.
Y generalmente el otro en vez de reaccionar intentando superarse a sí mismo y agradarte hace todo lo contrario.
Dice: esta persona me está atacando y los humanos cuando se sienten atacados y cuando el cortisol sube y están estresados, pues lo que hacen es ponerse a la defensiva y cerrarse, cerrar las puertas de comunicación. Quieren marcharse ¿no?
Entonces esto es típico en las parejas, por ejemplo, es típico que uno empiece a atacar y el otro empiece a retroceder. Y al final el que ataca todo el rato, termina tirando la toalla. Y sintiendo desprecio por el que no da la cara. Y el que no intenta solucionar las cosas y a menudo es una cosa recíproca además ¿no?
Entonces el desprecio sería como la última etapa de una serie de etapas que bueno es bueno que las conozcamos, que sepamos que si caemos en ellas es un camino prácticamente de no retorno.
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En la pareja hay más o menos tres etapas muy difereciadas ¿no? Que una es la fusión: cuando conoces a alguien -bueno pues la parte digamos más sexual, más de querer perderte en esa persona-. Hay una segunda parte que sería hacer el nido, tener los hijos y ahí muchas mujeres se dejan la piel.
Muchos hombres empiezan a dejarse la piel también ahora, afortunadamente, ¿no? Pero hasta ahora ha sido realmente una cosa que las mujeres sobre todo cargaban con eso.
Y luego hay una trecera parte que yo creo que siempre les sorprende a las parejas -yo creo que tenemos que aceptar que es así- es la “renegociación de los límites individuales” de cada uno.
Es decir, de esta fusión y luego de esta entrega a los hijos, hay un momento en que tienes que volver a pensar un poco más en ti y en ti frente a tus hijos y frente a tu pareja ¿no? Es la renegociación de estos límites. Y bueno puedes decir lo has hecho muy bien con la familia, pero bueno y a partir de ahora qué, tambié se tendrán que enfrentar ahora a decir bueno pues “hasta aquí”, y mi vida también necesita ser mi vida en un momento dado.
La admiración no solamente es cuestión de visibilidad social o ante los demás sino también de sensibilidad, sí claro sobre todo.
Si solamente admirásemos por visibiidad mal iríamos. Hay un gran número de personas que no tiene esa visibilidad de cara al gran público y realmente esto no tiene importancia, yo veo esto como un gran teatro, y a cada uno le toca un papel y además estos papeles pueden cambiar, te puede tocar un momento de visibilidad y luego lo pierdes.
O no la tienes durante muchos años y de repente la tienes. Yo creo que es una cuestión de servicio a los demás y es bonito ver la vida como un servicio a los demás en el que tú no te puedes anular. En que tú tienes importancia, mucha importancia también, tienes que cuidar de tu vida.
Y bueno y es esta renegociación entre los demás y tú, entre tú, el individuo y la sociedad. Y es una batalla eterna, yo creo también. Que no tiene una respuesta cerrada.













Fidelidad versus leatad

Tanto Todorov como Koijin han hablado de la lealtad a uno mismo y no sólo a un proyecto o a una persona, la fidelidad para ser aquellos que debemos y podemos ser.
La fidelidad y la lealtad lo primero que he visto es que realmente tendemos a confundir los dos términos.
Que no es lo mismo una cosa que la otra. Pues mira, muchas personas piensan que sí. Yo he ido primero a la etimología de las palabras, a ver de dónde vienen porque a menudo esto nos da una pista.
Y fidelidad: viene de “fe” y de “confianza”. Y lealtad: viene de ley y de atar.
Y fíjate que por ahí ya he encontrado mi primera pista.
Yo no creo, yo les he dado la vuelta.
Creo que en realidad la lealtad sería más bien esa confianza y la fidelidad implicaría como un contrato que tienes que cumplir, que te ata, que te liga, de alguna manera a alguien. Casi, casi como una obligación.
Hablamos de la tolerancia en la convivencia como requisitos para ser feliz. Son realistas las parejas.
Pero también se habla de la fidelidad. Pero muchas veces no sabemos si estamos hablando de fidelidad o de lealtad.
Yo creo que es más fácil controlar la fidelidad física que controlar su lealtad real, lo que está pesando dentro de su cabeza. Eso es mucho más difícil saber lo que nos ocurre. Supongo que necesitamos hechos. Y supongo que es más fácil exigir ese tipo de fidelidad que a lo mejor constriñe muchísimo y no serían tan necesario.
Y ¿por qué siempre que se hable de fidelidad que a lo mejor constriñe muchísimo y no sería tan necesario.
Y ¿por qué siempre que se hable de fidelidad se habla de la necesidad que algunas mujeres tienen de exigir fidelidad a su pareja? Creo en la fidelidad -Meg Ryan- tal vez esté loca.
Pero ¿por qué siempre da la sensación de que la mujer le da mucha importancia a la fidelidad que no a la lealtad? ¿Te refieres a fidelidad como fidelidad física -fidelidad sexual?
Eso está bastante estudiado que la mujer cuando tiene una aventura tiende a enamorarse rápidamente, es decir, cuando tiene una aventura sexual con alguien no es capaz de separar tan fácilmente como hacen los hombres lo que es la aventura física de la aventura emocional.
Entonces a las mujeres no nos resulta tan fácil tener estas aventuras, este tipo de vida, que intentan digamos imponer los hombres porque ellos sí le es bastante fácil.
Evolutivamente ten en cuenta que ellos tienen interés para la reproducción, es decir, que es como una llamada de nuestros orígenes a tener relaciones con todas las mujeres posibles para poder reproducirse.
La mujer en cambio elige, eso está un poco en nuestra evolución ¿no? En la base de lo que somos.
Así que yo creo que ahí la mujer pues sí le da mucha importancia a la fidelidad física por este tipo de razones.
¿Es posible ser leal sin ser fiel? Ah, no lo sé, mira, me acordaba de una historia muy bonita de un perro pensando en fidelidad y en lealtad. Y me acordaba de este animal que se llamaba Yachiko y tenía un dueño que era profesor en la universidad de Tokio.
Y este perro acompañaba al profesor todos los días, a la estación de tren y le esperaba por las tardes a que volveré a la estación de tren. Y cuando el perro tenía 18 meses el profesor murió de un ataque al corazón.
Y entonces este perro durante 10 años siguió yendo todas las tardes a esperar a su dueño. Y bueno, la verdad es que tuvo: ¿aquellos se puede llamar fidelidad, se puede llamar lealtad? Le hicieron una estatua a este perro en 1934 cuando murió como tributo a la fidelidad.
Sin embargo, no lo sé. Es una pregunta que queda en el aire. Es decir, que un animal que de alguna forma o una persona que cumple determinados ritos ¿eso es una lealtad total? No lo sé.
Pues a mí me parece que sí es posible ser leal sin ser fiel -sin que uno se encuentre tocado al hacerse esta pregunta-, desde luego ser fiel en ese sentido tan cumplidor -digamos.
Tenemos que saber que nuestro cerebro que está programado para sobrevivir necesita seguridad, lo que más le asusta es la falta de seguridad.
Yo creo que la fideidad que lo que es cumplir un contrato con una persona, es esta sensación de que acotamos el mundo, de que todo es seguro porque nuestro cerebro le cuesta mucho vivir en la incertidumbre. Y yo creo que ahí es donde podemos llegar a confundir la lealtad con la fidelidad ¿no?
Que realmente muy a menudo incluso no deberíamos separarlas y me estoy acordando de otra anécdota muy bonita de Ronald Reagan y Simon Peres que era el primer ministro de Israel en 1985 y Reagan organizó una visita a un cementerio alemán donde estaban enterrados unos oficiales nazis para sellar la reconciliación entre Alemania y los EEUU. Y hubo gran indignación por parte de los supervivientes del holocausto ¿no? Y le preguntaron a Simon Peres: ¿por qué no le condenas a Reagan por ir allí? Y él dijo: “Cuando un amigo comete un error sigue siendo un amigo y el error sigue siendo un error”. Es decir, él lo que estaba diciedno es que era bueno separar los conceptos.
Que las personas pueden ser leales, apasionadamente leales a su nación, a su religión, a su partido político ¿no?, a su familia, y sin embargo comprender que no resulta desleal criticar ciertas acciones o ciertas políticas ¿no?, que pueden ser inapropiadas o equivocadas.
¿Por qué necesitamos sentir tanto que las cosas son sólidas en nuestras vidas, es decir, ¿por qué no nos educan o practicamos aquello de vamos a sentir una cierta zozobra o vamos a sentir una cierta inseguridad? A veces si somo capaces de ser autosuficiente y autónomos.
Claro bueno pues esta es una magnífica pregunta.
Realmente de nuevo es un tema evolutivo. El cerebro no quiere sentir este miedo. Queremos estar seguros de lo que ocurre, es una cuestión de supervivencia.
Y sencillamente tendemos a simplificarlo todo para sentirnos más seguros y eso es exactamente lo que hacemos, por ejemplo, con el caso de la fidelidad y de la lealtad.
Intentamos una cosa, un concepto muy amplio que es casi espiritual, el de la fidelidad. O desde luego intelectual. O desde luego intentamos contabilizarlo, ser un poco contables de la lealtad.
Bueno pues ahí yo creo que es donde, donde realmente, sí, si somos conscientes de ello, yo creo que es más fácil soltar un poco ese lastre, relajarnos un poco. Reconocen que la vida no es segura, nada es seguro en la vida ¿no? Nada, nada. Ni tan sólo la propia vida lo es.
Es decir, da la sensación de que estamos pensando de que vamos a estar aquí todos los años del universo hasta el infinito. Pues nos equivocamos. Porque ni tan sólo nuestra propia vida es segura.
Claro pero si tuviésemos que convivir constantemente con esta sensación de inseguridad probablemente acabaríamos tirando la toalla. Es decir, si necesitamos engañarnos hasta cierto punto o por lo menos contar con ciertas seguridades en nuestra vida.
Lo que yo creo es que no hay que exagerar estas seguridades, hay que saber que todo es relativo, hay que relativizar todo.
Ni demasiado fiel, ni demasiado leal.
Lo que busca es la persona adecuada para ella, para cada uno. Dicen que una de las claves en las buenas parejas es que las expectativas sean las adecuadas, ni muy altas, i muy bajas. Es decir, que veamos al otro como es. Y que reconozcamos que cumple una función en nuestra vida.
De ahí, ¿hay que pasar a exigirle una serie de justamente de fidelidades, de lealtades, de horarios? Bueno yo creo que ahí a veces nos pasamos. Que invadimos muy a menudo la vida del otro. Que no reconocemos que lo básico es que formemos un buen equipo justamente.

Aunque a veces hoy es tan difícil de cumplir porque hay tanto que elegir. Desde luego en la vida todo lo que podríamos dar y no podemos dar. Y se nos va la vida. Y no tenemos tiempo. La sensación de pérdida que tenemos los humanos de que no nos da tiempo. Miedo a perder, hacemos ceremonias, firmamos contratos, para no perder o para paliar ese miedo que sentimos en la vida. Lo difícil es dejar ir.
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Entrevista a Joan Garriga, “Vivir en el alma”.-

Hablando de la luz y la oscuridad del alma, realmente tienes el derecho a ser imperfecto. Dice una cita de Rilke: “Temo que si me gustan mis demonios se puedan morir mis ángeles”.
Se puede meter la mano dentro de él, es muy genuino lo que escribe.

Tal vez no se trate de expulsar a los demonios, sino de convocarlos al servicio de la vida.
Esta idea de que uno son buenos y otros son malos es la raíz, la semilla de la violencia, lo que perpetúa la violencia.

Quizás porque es más fácil manipular a alguien que cree sólo en dos colores el blanco y el negro pero que no tiene en cuenta que el gris es importante y básico para sobrevivir.

Dice que el “yo” es una pequeña identidad personal con una estrecha conciencia moral y que ese “yo” es muy dado a juzgar.

Bush una vez en la televisión diciendo: “Actuaremos contra el mal”. Y mientras decía esto me lo imaginaba como un niño pequeño mirando a su padre y diciéndole ¿me quieres ahora? Es decir, lo que está haciendo Bush es actuando en función de una conciencia infantil que le asegura el amor y la pertenencia pero no tiene nada que ver con la verdad intrínseca, ni con el bien intrínseco, ni con un mal intrínseco, lo único que hizo Bush es señalar el mal y generar después violencia y que esta conciencia que todos tenemos no es una conciencia que nos asegure la felicidad, sino que nos asegura permenecer niño y a veces no asegura permenecer en confrontación con otras personas.

Llegar a ser nadie.-

Como digo nos pasamos creando un mundo de filias y fobias, de temores y de fervores, de amores y de odios.
Lo hacemos mediante tres herramientas principales: la evaluación, la comparación y el juicio.
Y fabricamos su decorado necesario con toda la gama de emociones y de pasiones humanas, envidias, celos, miedos, tristezas, reclamos, exigencias, enfados, resentimiento, culpa, venganza, victoria, esperanza. ¿Quién lo hace?

Nuestro ego, nuestro carácter, aquel que creemos ser, es decir, en realidad nosotros no reaccionamos tal y como pensamos sino como creemos que somos.

Es que todos generamos identificaciones y sobre todo en la primera fase de la vida, en las primera mitad de la vida queremos llegar a lo alto de la montaña y plantar nuestra bandera y decir pues yo soy rico o yo soy un abogado importante. Yo soy padre de ocho hijos. Es decir, la vida nos va construyendo trajes, identificaciones, pero al mismo tiempo esto nos atrapa. Es decir, nos atrapa en nuestra idea de nosotros mismos. Nos volvemos víctimas de nosotros mismos.

Una vez le preguntaron a Sócrates: Tal persona se fue de viaje pero no creció ¿por qué? Y Sócrates dijo: Bueno, pues esto debe ser porque se llevó a sí mismo en su viaje.
Esto quiere decir que en cierto modo vivimos tan atrapados en nosotros mismos que ya no crecemos. Y crecer no quiere decir ser más “yo”, sino quiere decir reconocerse lo que no es yo en el tú, en lo diferente, en lo opuesto, llegar a ser Nadie quiere decir que hay un momento en la vida en que algunas identificaciones, algunos trámites ya no le sirven más. Y uno los puede soltar y descubrir que hay un cierta desnudez, hay una alegría aún mayor y más especial.

Una cierta desnudez puede ser una cierta capacidad para atar solo una cierta capacidad de independencia, una cierta autosuficiencia y sobre todo valentía ¿no? Porque hay personas que sirven toda su vida en compartimentos paralelos, copiando o emulando la vida del vecino pero no atreviéndose a poner en práctica la suya.

Necesitamos también un empuje personal, una valentía personal.

Yo digo que en la vida se pueden cometer tres errores:
uno de ellos es no dar lo que tenemos, el otro es dar lo que no tenemos, si hay personas que se inventan un personaje y tratan de dar aquello que no les corresponde.

Y el tercer error es: no tomarse el tiempo necesario o tener la pereza de mirarse uno mismo lo suficiente para distinguir lo que sí tenemos de lo que no tenemos. Pero esto lo decía Góngora: “Yo que me afano y me desvelo para parecer que tengo de poeta la gracia que no quiso darme el cielo”.

Unos se empeñan en querer su poetas cuando deberían ser pintores. Esto es un arte de encontrar también en la vida el propio camino.

¿Cómo se distingue entre estas dos cosas, es decir, entre dar lo que tienes, no tener miedo a la vida, y al mismo tiempo no querer dar lo que no puedes, es decir, no pretender lo que no eres?
¿Cómo podemos realmente saber qué es ego, que son estas vestimentas o qué es real?
Bueno, Rilke lo decía también.
Decía: Cuando en las horas calladas de la noches te encuentras solo ante ti mismo, entonces es cuando te alcanza la verdad acerca de lo que es correcto para ti, acerca de lo que no es correcto para ti.

Pero para eso necesitas un cierto silencio, imagino. Que en una sociedad de distracción como ésta, es más difícil escuchar esa voz tan callada.
Yo creo que a pesar de que es una sociedad ruidosa en la que vivimos todos necesitamos encontrar espacios interiores para estar con nosotros mismos, y reconocer que lo que nos mueve, lo que nos dirige, lo que nos conmueve, lo que nos orienta, lo que nos gusta, lo que no nos gusta, lo que sí estamos dotados, y lo que no.

Es cierto, hay personas que se inventan un yo ideal o un yo personal o un personaje ideal o tratan de copiar la vida de alguien pero tarde o temprano pagan un precio porque la vida devuelve a todas las personas a sí mismas.

A veces lo hace muy tarde cuando ellos ya son muy mayores y ya no quedan caminos ¿no?

Pero tarde o temprano la vida nos verifica, nos desnuda, nos confronta con nuestra verdad interior.



Las constelaciones familiares.-
Las constelaciones familiares son una clave de interpretación.

¿Cómo podríamos definir qué son estas constelaciones familiares?
Una constelación familiar es una oportunidad para resolver enredos familiares y sistemáticos de una forma muy rápida y al mismo tiempo muy profunda.

Y cómo funciona es que una persona plantea un problema familiar o personal -ha hecho intentos de suicidio, tengo un problema con la pareja, quiero abandonar a mi marido, tengo una depresión, he reconocido a alguien que quiero más que a mi pareja, entonces se hace en grupo, también hay un formato individual, y se hace una representación de las personas en el espacio, se pone al padre, a la madre, al hijo. Ahí la mayoría de las veces se puede clarificar las dinámicas que llevan a la infelicidad, tanto que mantienen los problemas para orientarles hacia las soluciones u orientarlas hacia el servicio de la vida.

Y muchas veces lo que ocurre en los sistemas es que hay hechos que no pudieron ser integrados.
Por ejemplo, un aborto, alguien que murió tempranamente y no se pudo hacer el duelo de una manera adecuada. O alguien que tuvo en la guerra y no logró integrar también sus acciones y aquí es donde actúa el alma de la familia. Y el alma familiar trasciende al individuo y se comporta como si tomara a muchas personas a su servicio.

Encontramos entonces que un hijo trata de expíar una culpa de un abuelo. O que un hijo trata de ponerse al lado de la madre como si fuera una pareja invisible ¿no?

Lo que vemos en el alma familiar y en las constelaciones familiares es que los hijos, los posteriores siempre quieren, siempre aman y se implicaron los asuntos familiares tratando de buscar soluciones pero justamente cuando no tienen posibilidad de tener éxito. Porque a un hijo por ejempo no le corresponde ser la pareja invisible de una madre o de un padre, le corresponde estar en su sitio.

Y en los sistemas familiares las personas están bien, profundamente bien, cuando uno claramente uno está en el lugar que le corresponde. Los hijos en el lugar de los hijos, los padres en el lugar de los padres. Y en la pareja cada uno en su lugar.

Y aún hay otra ley sistemática familiar muy importante que dice que todos los que forman parte tienen derecho a un lugar de desigualdad y al reconocimiento.

Y a veces esto el problema ya viene como hijos porque como hijos decimos: mi madre sí tiene derecho al amor en mi corazón y a formar parte porque ella se portó bien pero el padre no, por ejemplo.
Y entonces empezamos a excluir a algunas personas, es decir, con nuestra mente pequeña, con nuestro pequeño “yo” tratamos de gestionar los dolores y lo que nos molesta excluyendo a los demás. Pero esto no funciona, porque aquello excluido nos persigue con más fuerza. Y a veces por ejemplo encontramos personas que dijeron: No, yo excluyo a mi padre, porque abandonó a mi madre y luego cuando tienen 40 años abandonan a su mujer o tienen los mismos comportamientos de la persona excluida. Es decir, lo excluido no resuelve los problemas.

Es impresionante, muy interesante lo que nos cuentas.
Está hablando de la necesidad de desnudar el inconsciente ¿no? Y de sacar a la luz lo que de verdad te habita, porque si no eres rehén de toda tu historia y rehén de estas emociones reprimidas. Y bueno a mí esta herramienta en particular me parece que puede ser muy eficaz.

Hay otras formas de hacerlo también pero es verdad que use la persona la herramienta que use hay que hacer algo para sacar todo esto a la luz. Y para no excluir, no construir una vida basada sobre el ocio y la exclusión.
Sino simplemente sobre el amor a los demás y el reconocimiento que cada uno hace lo que puede. A lo mejor son cosas que a ti te han dolido pero hay que reconocer que es lo que ellos han podido hacer.

No puedes llevar una vida basada sobre el odio.
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Hay que amar lo que es, es decir, apoyarnos en la realidad tal como es, amar lo que somos, porque he visto a muchas personas sufrir porque luchan contra sí mismos.
Bueno, tú dices: quejarse baja la vitalidad de las personas. Sí.
Como quien se opone a los hechos sufre.

Y a veces hay algunos hechos que nos lleva un tiempo integrarlo pero ahí a veces uno tiene que luchar contra los hechos.
Sí, contra los hechos que pueden suceder mañana. No los que sucedieron hace veinte años. Ni los que sucedieron ayer, es decir, la realidad actúa y actúa a veces sin saber por qué. Y podemos cambiar lo que ocurrirá mañana pero hay gente que perdió un hijo ayer, hay gente que se enfermó la semana pasada. Ocurren cosas.
De lo que se trata es cómo lograr integrarlas aunque cueste, tras seguir caminando hacia la vida, porque algunas personas que se oponen a lo que ocurrió, aún sufre doblemente.

Hay una herramienta muy poderosa y es que nos planteamos, quién sería yo son este pensamiento. A menudo nos dejamos atrapar por cosas pues ya que no tienen remedio. Y realmente la vida es un proceso de transformación, yo creo que eso a veces lo olvidamos.
Nos aferramos a este pasado y nos volcamos en este futuro. Y nos cuesta vivir centrados en el presente, en lo que podemos hacer hoy, hoy por hoy.

Probablemente no tenemos suficiente percepción del bien que hacemos y de cómo nos quieren y como queremos nosotros porque nos paramos sólo en lo material. Sí, es la percepción de la fuerza del amor.

Lo que mueve y dirige a las personas es el amor y el dolor. Somos mamíferos, y lo principal es estar conectados y el principal sufrimiento también es los problemas de relación o de conexión. Esto es lo que nos mueve, todo lo demás viene a continuación por añadidura.
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