jueves, 5 de agosto de 2010

el seguirse la realidad a los sueños, por María Zambrano



María Zambrano



Los sueños y el tiempo.-



La caída:



El sueño, por ser ocultación total es caída en el hombre. Es caída abandonar la realidad y a sí mismo. Dejarse aquí como un cuerpo más entre los cuerpos, corporeizarse. Ceder y obedecer a la gravedad. Es entrega a la ley de la gravedad como si ella se extendiera igualmente a la vida y a lo más viviente de la vida: a ese estar presentándose, declarándose y declarando. Como si todo ello se sostuviera sobre algo, como si fuera una victoria sobre algo.



Desde la más intensa actividad de la conciencia, desde el pensar, se hunde en ese estado que es vivir solamente, como todos los vivientes. Y a través de la vida y en ella vuelve a la fysis, cae en ella. En el animal, sueño es cesación de funciones bajo el signo de orexis, del deseo y de la afección. Pero en cierto sentido el animal no duerme del todo, no se acalla. Y lo que en el hombre hay de animal es lo que más rápida y fácilmente despierta si un estímulo le interrumpe el sueño. Quien despierta ante él no es todavía un hombre, sino un organismo animal que en el hombre hay. El animal se recoge, cesa y pesa, se reduce a ser peso porque su conciencia y la realidad que le corresponde se sumergen. Se ha ocultado a sí mismo, ha perdido su identidad. Y aunque pudiera moverse, hacer uso de sus sentidos, no sería él.

Es él mismo este que no solo siente, sino el se siente y se sabe: el sujeto en su soledad. No le ha privado el sueño del uso de los sentidos. Despierto puede quedar privado de ellos en un exceso de concentración o en el límite de la dispersión.



La vida: sueño-vigilia



...el fondo de las horas vividas que aparecen como “la realidad misma de la vida” mientras se viven, caen, y aun se abisman como los sueños, el sujeto las deja irse y aun se desprende de ellas, de ese fondo permanente, ese que podríamos llamar un continuo de su vida, lo deja irse, abismarse, salvando de él sólo aquello que le parece necesario para un mañana, aquello también que le parece digno de sí mismo, a su altura.



No ha sido tenido en cuenta por Freud al estudiar el mecanismo de la inhibición, como si ella dependiera tan sólo de una moral social ante todo y no de la contextura de la vida misma o del modo de estar el sujeto viviente, el hombre en este caso, en esa su vida: no habitándola por completo, no enseñoreándola por entero, enseñoreándola sí, para disponer de ella, para extraer de ella un asunto, un argumento, una continuidad en suma bien diferenciada de la continuidad vivida: tratando a su vida como un continuo del que se extrae una continuidad establecida, lograda a través de la discontinuidad y aun de la alteración temporal.







Sueño-vigilia

La ocultación:



El estar presente -vigilia completo- es vuelo y desprendimiento de la conciencia. Que así el hombre actualiza su conciencia en una forma tan activa que amenaza escindirla y dejar de caer, recaer, en la parte de la sombra. Y en la sombra anida el sentir; el sentirse. No es la conciencia pues la que se siente extraña; no es desde la conciencia desde donde se siente extraño a sí mismo, sino bajo ella, bajo su mirada. El que se ve no está consigo, fuera de sí se ve; dentro de sí se siente extraño, al sentirse arrastrado por esa corriente que le invita a hacerse presente, a desentrañarse.

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El seguirse de la realidad de los sueños:



Toda realidad es percibida como fragmento, dice Ortega, lo que hace, añadimos, que todo lo real esté en otra cosa; que el fragmento de realidad no vaga ni está desprendido, sino solamente cuando se destaca por su carácter absoluto. Mas aun en este caso, ese absoluto aparece en conexión. La conexión es simplemente de planear sobre el resto de realidad percibida, de ser como una actualización del fondo, de ese fondo en el que parece descansar la realidad sosteniéndola.

En esquema pues la realidad aparece percibida y más todavía sentida como fragmento. Mas fragmento uno, que descansa y es sostenido en un doble fondo, en uno inmediato apenas percibido: el pasado pues se nos aparece en ese seguirse de la vigilia, ese último fondo nunca revelado y que por ello tendemos a situarlo como fundamento, como ser.



El absoluto de los sueños:



Tal vez los astros se han originado de un átomo de vida que se han fragmentado. En realidad no son los astros a quienes esto ha ocurrido sino al espacio y a la materia totales. Al espacio-tiempo que se especificó desenvolviéndose, fragmentándose. Mas si esto hubiera sido posible solamente en el espacio sin el tiempo, la vida no hubiera jamás existido.



En el principio era ya la vida y no la materia. De la vida puede salir, por fragmentación, la materia. Al decir materia estoy diciendo espacio, extensión. La vida fragmentada dio el espacio y el tiempo en su conjunto, en su integridad espacio-tiempo. El espacio-tiempo total es vida, es una vida única, íntegra, donde todo vive, es ...Dios.



El lugar por el que pasa el Yo en esa masa sorda y vacío:



De todo ello parece deducirse que el Yo tenga un lugar que le sea propio, un lugar adecuado. Ha de ser tal que permita el correr del tiempo sucesivo, que empuje a la conciencia a generarlo por un movimiento intermitente. Ha de ser tal de no estar sumergido en él, ni tampoco cubierto por la temporalidad, sea del éxtasis de las esperanzas cumplidas o del lleno de la temporalidad. Ha de ser por tanto, un vacío, un cierto vacío que le mantenga aislado y a flote sobre ese océano de las vivencias declaradas o a medio declarar, esa masa de vivencias sordas, ese rumor que llamamos psiqué. Ha de estar sobre ella sin perder el contacto con ella, ha de flotar marcando así una especie de estela que es lo propiamente vivido. Sólo son vividas propiamente, de entre todas las vivencias posibles y a medio hacer, aquellas sobre las cuales pasa el Yo; sólo allí las vivencias a medio nacer nacen enteramente.

Sólo allí nace la vida, como si la vida humana naciera solamente del contacto del Yo con la psique; sólo allí se humaniza la vida, el resto es vida, sí, mas no humana, vida cósmica, vegetal o animal. Por eso, en el sueño recaemos en ese modo de vida y en los sueños despertamos de la vida cósmica, a la vegetal raramente, a la animal con más frecuencia y a la humana en los sueños donde aparece la imagen de la realidad.

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Los sueños son intentos pues de humanización, etapas de humanización. Recaídas si son miradas desde la normalidad de la conciencia despierta, escalones de una escala ascensional, si se les mira desde aquel lugar donde la vida gime y se agita produciendo ese rumor que en todo momento se deja oír en nuestra alma, ese lugar donde tantas vidas posibles gimen, yacen.

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La génesis del sueño:



Tres elementos por tanto han de tenerse en cuenta para la génesis de los sueños: los mivimientos corporales y la posición del cuerpo; las asociaciones de la memoria profunda que es también fantasía; la situación de la persona, el punto del proceso en que se encuentre.

Decir persona es decir libertad y disponibilidad de tiempo. Por tanto, la mayor intervención de la persona en los sueños crea una especie de sueños con una característica muy especial: el haber un átomo de tiempo que en los otros falta Lo cual establece zonas de sueño según la preponderancia de cada uno de los tres elementos mencionados.



La génesis de los sueños está determinada, en primer lugar, por el intento de salida de un estado de inhibición, mas esta inhibición es por el pronto el sueño mismo, el sueño absoluto, el absmo donde la consistencia va a dar y del cual el sujeto hace por salir, repitiendo así desde el origen, desde la raíz, el nacer de la vida propiamente humana, el incorporarse. La imposibilidad de permanecer en ese estado de simple estar flotando como en el mar, de seguir el curso del planeta, de la vida como cuerpo físico viviente. Como si en el hombre se concentrara y acabara el impulso total de la vida, de todo lo viviente, a liberarse, a crear su medio propio, a desprenderse de las condiciones naturales, a sobrepasar el medio donde vivir le sería más fácil, le supondría una gran economía.



Si la posición correcta en el sueño es la derecha, no es en cambio la más espontánea, que como es sabido tiende a ser la misma que el embrión tiene en el vientre materno... todo ello parece indicar que lo espontáneo, al disponerse a entrar en el sueño, es volver al estado prenatal.



Al cesar toda percepción, la conciencia se abisma, falta asidero, mas después queda como flotando, viene a flote y entonces es cuando se producen los ensueños que son así como un estado intermedio entre el sueño profundo y el estado de vigilia; un querer despertar, una tensión de la conciencia por ponerse a flote.



Los sueños son pues un estado pre-natal que participa en algo del estado prenatal biológico, mas que no lo define, sino que lo sostiene, que se funde dentro de una totalidad que no puede caracterizarse en un modo estático, pues son por el contrario el estado donde en germen subsisten todos los componentes de la persona humana replegados sobre sí mismos, como el cuerpo tiende espontáneamente a estarlo, al modo de una espiral distendida por la tensión suprema que es la vigilia, especie de despliegue en el cual son perceptibles los diferentes planos que componen el “ser” humano. En sueños aparecen encajados el uno en el otro. Pues es la temporalidad, el tiempo de la conciencia -antes, ahora, después-, la que permite este despliegue, la que lo mantiene, la que permite también la inhibición.



Cuando la temporalidad cesa el ser humano se cierra sobre sí mismo y así se abre, se pueden abrir dentro de él fisuras que no corresponden a los planos distintos en que se despliega la vigilia, diríamos, en orden de combate. La espiral se enrolla sobre sí misma y la conciencia aparece entonces en algún punto especial cortando lo que en la vigilia está junto, separando lo que está reunido, mezclando lo que está separado en orden a las imágenes y lo que es aun más decisivo en orden al tiempo mismo.



El yo en los sueños:



Todo sueño es un viaje. Y así paramos en ellos como en una ciudad o paraje extraño donde nada podemos hacer. Todo sueño nos deja como solemos estar, en un lugar desconocido donde hemos llegado por error. En ese sentido diría que todo sueño, por agradable y venturoso que sea, aparece como un error, más bien como un azar; se presenta como un azar, algo a lo que hemos llegado por ventura o por desgracia, sin saber, sin hacer camino.



Pues toda situación de la vigilia llega porque vamos hacia ella y más o menos la hemos previsto o buscado; estamos yendo en la vigilia hacia algo, se llegue o no se llegue en realidad, mas nuestro movimiento es ir, estar yendo hacia.



En los sueños es a la inversa; ellos son los que se presentan ante nosotros. O bien vamos hacia ellos inevitablemente y en este ir encontramos el carácter del encontrarse. Los sueños nos sobrevienen. Falta el ir, el camino, el proceso que hace inteligibles las más difíciles situaciones en la vigilia, la base de lo que llamamos lucidez; hacer las cosas en uso de razón aunque no se razone. Y así el sueño es un viaje y un hechizo. Un estar hechizado. Lo es en lo que respecta al encontrarse ya en un lugar. Mas también todo sueño es un viaje, un viaje encantado. Viaje porque en ellos hay un movimiento que no quita sin embargo el carácter de que no haya camino Un moverse sin camino es un errar, un andar errante. Y así el que va errante se encuentra de repente ante algo extraño. Extraño aunque sea conocido y aun familiar.



La ambigüedad de los sueños se manifiesta también en que la familiaridad de las imágenes contenidas en un sueño se da envuelta y contenida en la extrañeza que proviene de que son sueño. Lo que el sueño nos presenta deja el Yo en suspenso. Suspendido, sin lugar propio, exento, errante; lo arroja fuera de su sede, cualquiera que sea. Y aun la conciencia, la doble conciencia, en el caso de que exista también la de la vigilia, parece no pertenecerle.



La conciencia de la vigilia pertenece al Yo, le es propia. Habita en ella, es su casa. En el sueño la conciencia está separada del Yo, enajenada en el sueño mismo. Es inherente al sueño, no al sujeto.



El Yo en los sueños, como en las situaciones extremas de la vida real, bordea el infierno, los infiernos, a causa de ser anulado, en peligro de anularse. Y ello por haber perdido su propio lugar. ¿Hay pues un lugar del Yo en relación con el tiempo?



El sueño es un viaje mágico en el cual el viajero anda a la vez preso y errante, cautivo; un viaje en cautividad; encadenado si va en compañía, pues va no en buscada compañía, o en apretada compañía que no le deja el vacío necesario para mantenerse a flote. Que va perdido si va solo, que logra su soledad a cambio de andar errante.



Enajenación o asfixia, y a veces las dos cosas, en la suprema ambigüedad de los sueños, pues el Yo errante puede desplazar esto que es como su envoltura, como el prisionero que arrastra consigo su caverna.



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La situación que engendra historias.-



Mas la psiqué engendra historias según se acentúa su inmovilidad bajo la pasividad impotente del Yo.



La psiqué se hunde en la atemporalidad cuanto más herida está por algo, por una herida permanente -abierta un cierto tiempo- o sufrida durante el día anterior. En el sueño, la psiqué herida se hunde y refugia en un primer habitáculo, retorna cuanto le es posible a su modo natural, y se hace, se convierte en puro sentir, se entrega a su llanto, a su resentimiento, a su padecer, recogida bajo el tiempo, el que trancurre donde está aún más sometida, pues no puede entregarse a su padecer por estar sujeta al Yo que dirige la conciencia, que atiende las cosas de la vida. Cambia de sueño o lo deja para sumergirse en su propia esclavitud y en ella entregarse a su padecer, sufrir sin ser vista.



¿De dónde pues la historia, las historias? ¿Quién las engendra? Emanación del sentir de la psiqué, por el pronto, como de un lago en el que el agua está quieta por encharcada, sin transparencia. El fondo de la psiqué ¿se revela en historias?



Sin duda en ello interviene la conciencia. Los sueños son la primera forma del despertar de la conciencia y el primer paso en el camino de la representación. Con elementos sin duda traídos de la realidad, se urden historias. La psique novelera, novela a ciegas discerniendo con intención, más ambiguamente, confusamente por hambre y prisa de engendrar historias que demuestren lo que le pasa y aun por que´; es su resentimiento que acusa, señala y aún encubre. Sustrae un elemento, el esencial. Y mientras en sordina prosigue como una sola nota sostenida, ese su sentir que sostiene las historias.



Y así ocurre en la vigilia. Es un signo de vida humana, de humanización inicial, en sus primeros pasos. Mas ¿hace la psique algo? A veces, sí y entonces actúa como alma que obedece a su función transformadora, mediadora, pasiva-activa, centro del ser viviente. Y es entonces verdaderamente cuando la psiqué descansa porque sólo entonces de verdad vive. Entregada a su esclavitud, sometida a ella roza los confines, el fondo de su receptáculo; no se conoce, urde historias para aferrarse a sí misma, a su situación actual, a su herida. Urde historias, las muestra, enseña su herida, la vive así, y aun goza en ella como una mendiga. Es pobre, sedienta, ávida.



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El Tao tiene que ser como lo incomunicabe, que sirve de fondo y enreda la verdad o las historias, que pasa por todo, nacidas del padecer a priori.

Un suceso hiere, provoca un conflicto, no ha de ser sino actualizar la herida primaria. Cuando ella sólo quería vivir agazapada, quieta, ávida.

Un sufrimiento originario al que responde desde su pasividad, en su pasividad, urdiendo historias en mínima colaboración con la conciencia.

La historia que pasa por todo: si esta misma no tuviera empañada su nitidez por la multiplicidad de historias inmanentes nacidas de las heridas. Pretendemos demostrar aquí que hay una actividad historizante primaria. Una necesidad irreprimible a encontrar la representación del sufrimiento. Y un sufrimiento primario.

Un padecer a priori por el hecho de estar vivo como hombre -llevando la realidad a sí indiferenciadamente, una unidad invisible, que exige y actúa.

Y toda acción en que se envuelve a la historia será como una irrupción en la realidad objetiva, será violencia, sólo violencia. Destrucción. Resentimiento en la historia inmanente.

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Si así sucede es porque en la vigilia ante la realidad la historia se produce: hay historia porque siempre nos está sucediendo algo y la psiqué reproduce en sueños, mima, lo que ha de hacer o más bien sufrir en la vigilia. Razonamiento válido si la historia, las historias, estuviesen reducidas desde siempre al mínimum: si sólo pasara lo que tiene que pasar y lo que efectivamente nos pasa; si mucho de lo que nos pasa no viniera de una emanación, si no fuera parte de nuestra historia inmanente, por ello incomunicable y que sirve de fondo y enreda por momentos la verdad de lo que está pasando, de la historia que pasa por todo; y si ésta misma no tuviera empañada su nitidez por la multiplicidad de historias inmanentes nacidas del padecer, de la herida, de las heridas.



Pretendemos demostrar aquí que hay una actividad historizante primaria. Una necesidad irreprimible a encontrar la representación del sufrimiento. Y un sufrimiento primario anterior a todo suceso que haga sufrir, un padecer a priori. Un padecer a priori por el hecho de estar vivo como hombre -y aun de estar vivo-. Luego un suceso hiere, provoca un conflicto, no hace sino actualizar la herida primaria, el padecer de la psiqué pasiva que ha de ser ir, ir más allá, distenderse cuando ella sólo quería vivir agazapada, quieta, ávida, llevando la realidad a sí, sin carácter de realidad, indiferenciadamente, tendenciosamente. La vida de la psiqué es tendenciosa.

Es imposible que no salte a la vista la noción de libido de Freud. Mas ella coincide en sus caracteres con ese fondo de la psique delata, hace evidente, que el ser hombre no puede ser identificado ni reducido a ello. Sino que la herida de la psique consiste ante todo en estar, en un ser que ha de afrontar la realidad en el tiempo, la libertad, y por tanto necesitado de conocimiento. Y esto es un simple hecho porque en el ser humano, a quien tal psique pertenece, hay constitutivamente una actividad, y aun una acción entre todas, porque hay una unidad invisible, desconocida, que actúa y exige a la psique salir de su sueño originario y despertar. Y la obliga a acompañarlo en su camino, en su nacimiento.

Hay un proceso de ascensión de la psiqué a una llamada nacida de la trascendencia. Y esto es su sufrimiento originario a priori, al que responde desde su pasividad, en su pasividad, urdiendo historias en mínima colaboración con la conciencia, en el fondo oscuro de la memoria. Por esto todas las historias está siempre teñidas de resentimiento, como lo están las historias de la vigilia, cuando no se ciñen a la verdad, lo mismo que cuando han sido engendradas por la sola finalidad, siguen siendo historia inmanente.



Esta historia, estas historias, tanto las sucedidas en sueños, como las que se desarrollan en la vigilia, no alcanzan el nivel de la realidad: tocan a la realidad en un punto, aquel de donde parten, el único suceso real, efectivo: el de la herida, el sufrimiento, el llanto. Si ha sido ocasionado por un acontecimiento, si se trata de un hecho. El resto, el ámbito o lugar donde la historia se desarrolla está bajo la tendencia que al modo de una sustancia elástica se distiende y dura -tanto en sueño como en vigilia- y hace como de nota fundamental que sostiene toda la frustrada, inconexa melodía. La tendencia que como tentáculo se sale, emerge de la psiqué, especie de queja donde se da, se apoya, el desfile de las imágenes.

Y así en tanto que dura la historia inmanente, la vigilia tiene la contextura del sueño, de uno de estos sueños en que el tiempo falta en el sentido en que se ha dicho y con él la libertad realidad. Se está e el interior de un sueño emanado de la pasividad que padece, y ese padecer no elevado, no ascendido a dolor, es el que engendra, urden las historias irreales.



Irreales no sólo porque el sujeto no esté, no haya entrado en la realidad, irreales también por su carencia de sentido, porque sólo revelan, sólo arrojan la queja mantenida en la tendencia, la herida inicial, que se distiende y puede absorberlo todo, borrarlo todo, arrastrar consigo todo, siendo entonces el sujeto impotente para detener la nota prolongada, facinado por ella. Y toda acción en que se envuelve a la historia será como una irrupción en la realidad objetiva, será violencia, sólo violencia. Destrucción.



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El seguirse de la realidad de los sueños.-



¿Cuáles son en la vida de la vigilia las vivencias más dadas a reaparecer? Por el pronto, aquellas más cargadas de emotividad, lo que no tuvimos tiempo de sentir.

Vuelven a pasar para acabar de pasar, para poder hacerse pasado. Y para ello han de consumir su emotividad superficial, la emotividad que se desata en movimiento, lo que es principio de acción y reacción, el aspecto primario de la vida psíquica; tienen que dejar de ser punto de partida de un acto reflejo.

Y aun cuando no sucede así la vivencia es actual, posee la psique, forma una isla enquistada de atemporalidad; es sueño ella misma. Son las islas de sueño que subsisten en la vigilia y que pueden dominarla, tranformarla en un soñar despierto sostenido, mantenido por el Yo. El sujeto pasivo, sosteniendo en el tiempo la atemporalidad de una vivencia que crece, conquista, atrae y deja entrar en su círculo mágico cada vez mayor número de ellas. Se produce así un estado obsesivo, principio de una acción violenta y natural.



Estas vivencias sólo pasan realmente cuando han dejado de ser origen de reacción refleja, cuando han perdido la carga emocional necesaria para desencadenar un movimiento o conato de movimiento. Quedan entonces purificadas, palidecidas, reducidas a su purez psíquica, sin mezcla ya con reacciones corporales. Y si vuelven es porque en ellas se contiene un núcleo necesitado de esclarecimiento, de conocimiento. Mas esto puede, en ciertos sujetos, no pasar e irse acumulando así en un fondo oscuro de donde un día, un instante, nace el grito, el llanto, el clamor. Constituyen la oscura raíz del grito.



Y mientras el grito no se desata, queda una resonancia, un rumor casi constante y un adelantarse hacia la superficie de la conciencia y un recaer a su profunda atemporalidad, una especie de sepultura nada hermética. Y a medida que las vivencias cargadas de emotividad y generadoras de ella se van de ella liberando, purificando, se va haciendo un lugar; y aun el lugar mismo donde estuvo su isla atemporal, un espacio transparente, un espacio de visibilidad.



Así en los sueños los de la simple fundamental especie-sueños de la psique- cuando son portadores de una densa carga emotiva, penetran en la vida de la vigilia por esa emotividad que es justamente lo más fluido, por idéntico a la vigilia. Tiñe con ella lo que se llama el estado de ánimo. Desvanecida la historia en que consisten los sueños típicos de la psique, queda la resonancia de la emoción que al no tener historia donde sostenerse, tiende a adherirse a lo que en la vigilia acontece y a teñirlo con su tono. Son raramente recordados, es decir, raramente se presentan, a no ser que la emoción sea muy intensa, o cual no se da ciertamente sino en conexión con la historia soñada; son los sueños de deseo y de temor, en los cuales ninguna acción está propuesta. Mas si son recordados, aparecen simplificados y visibles. Vuelven al mismo lugar de la psique donde aparecieron, mas ahora visibles desde la conciencia, como a través de una capa de agua a medias transparente y que como el agua ofrece una resistencia difusa a dejar evadir lo que contiene, sin contar con la que es posible al sujeto imprimir en su esporádica aparición.



Es la forma más simple de reaparición de un sueño -en el recuerdo-, análogo al modo como reaparece cualquier acontecimiento de nuestra vida o cualquier imagen. Salvo su carácter de intromisión, propio de todo sueño que reaparece o se recuerda sin saber por qué. Aparece ahí; quieto se deja ver, un tanto esquematizado, como dispuesto a dejarse captar, especie de preparación para el concepto por muy alejado de él que se encuentre, a dejarse ver como historia, entero, en su línea intrincada, presentando o pidiendo orden.



Y con esto la interioridad específica de los sueños, el que sea el intra-acontecimiento paradigmático, cede. Conservando su interioridad, su inmanencia, se deja ver; aparece dentro del recinto de la conciencia no como actuante -en esas islas de la atemporalidad- sino como un visitante que se somete a las reglas del lugar que visita, que entra conservando sus caracteres propios, pero al entrar ha de someterse por fuerza a la estructura de este recinto, a su ley. Y la ley de la conciencia es la visibilidad.

Y como no es la conciencia -en el caso que examinamos- la que lo llama, sino el sueño que se presenta como visitante, podemos demandarle qué es lo que busca, ¿qué entra buscando? Ser visto como una laga que se exhibe. Mas, ser visto es entrar a formar parte de lo visible consciente, del lugar donde las vivencias: imágenes, emociones, conceptos, se dan en conexión que aspira a ser orden, en una sucesión, en un seguirse que tiende a ser un orden: orden, realidad. El sueño que se presenta así, por sí mismo, sin ser evocado, pide entrar en la realidad, formar parte de ella. Nos referimos a la especie de sueños que no contienen ninguna imagen de la realidad, que por su carácter -aunque no igual al de la realidad sin más -irían a situarse en una suprarealidad. En los sueños de deseo, de temor, en lo sque la psique está recogida en sí misma, agazapada bajo el Yo abatido, se desprenden como tentáculos de esta pasividad, que toman vida independiente como emanaciones que se desprenden de su lugar de origen; podemos ver un conato de sustantivación para entrar en otro mundo, en el de la vigilia y de él formar parte en alguna forma. Especie de larvas sedientes de ser y de entrar en el sistema que es la realidad.



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