miércoles, 4 de agosto de 2010

la banalidad del mal, las emociones negativas, y lo importante que es estimular las positivas

Esas personas son supervivientes de por vida obviamente, ya nacieron con esas ganas.
Hay teorías muy interesantes. Zimbardo y Milgram, son psicólogos sociales, y dicen que a la gente le resulta muy difícil actuar contra la manada, ellos han hecho estudios clásicos y se ve esto.
En particular Zimbardo ha trabajado con casos de tortura, como los de Abugrai, la cárcel, este tipo de cosas. El dice e insiste en que la gente no nace buena o mala, que es el entorno lo que realmente nos marca y que sería muy importante enseñar a los niños lo que él llama no la banalidad del mal, sino la banalidad del heroísmo, es decir como algo intrascendente y sin importancia, porque si tú realmente logras dar a este niño modelos de heroísmo y explicarle cómo en la vida diaria tienes que ir de alguna forma haciendo pequeños actos heroicos para que cuando llegue el momento lo importante es que estás entrenando para esta capacidad que él dice que todos tenemos. Es una cosa que le gustaría ver instaurada en las escuelas como un legado suyo.
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*Este artículo está basado en una entrevista de Elsa Punset con Silvia Tarragona.
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Podemos pensar que estamos un poco neuróticos o traumatizados, pero la vida no es fácil, y es mejor con la experiencia que tenemos de la vida seguir adelante siendo nosotros mismos.
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Nos enseñan a desconfiar, recelar, sospechar,

despreciar, odiar... ¡Que nos enseñen a

amar! Nos enseñan que el mundo es peligroso,

pudiendo enseñarnos que es fabuloso.


¿Por qué hacemos eso?

La educación aún premia las emociones defensivas

ante el mundo, en lugar de premiar

las emociones amorosas hacia el mundo.


Será por algo, ¿no?

Porque seguimos anclados en lo que hace

100.000 años resultó útil para sobrevivir en

entornos cuajados de peligros: herramientas

miedo, angustia, tristeza, ira...– que

hoy quedan anticuadas y son ya un lastre.


¿Recibió usted de sus padres la educacióncorrecta?

Me dieron las dos cosas que hoy se sabe que

son los dos puntales de la felicidad.


¡Dígamelas, por favor!

Una: afecto. Dos: sentido de control sobre

tu vida.

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¿Hay emociones positivas y negativas?

No. Hay emociones útiles e inútiles. Si un

día están tristes, las entreno a no temer a la

tristeza y a saber qué está mostrándoles.

¿Y qué muestra la tristeza?

El temor por una pérdida: por una ausencia,

una carencia, porque algo termina... Si comprendes

eso, ¡lo llevas mejor! Si no, esa tristeza

puede agobiarte, angustiarte... y hasta

llevarte a medicarte sin necesidad.






La repercusión de las emociones negativas



Los países occidentales no amordazan las emociones, sino que utilizan el potencial incontrolado de algunas emociones negativas -sobre todo el deseo de codicia y el miedo a la inseguridad- para hipotecar y lastrar a las personas con necesidades que les atan de pies y manos durante toda la vida. El comportamiento de la mayoría queda así encauzado por la búsqueda material del bienestar y de la felicidad a través de la acumulación de propiedades y bienes de consumo. El modelo consumista en el que estamos sumergidos se cimenta en los mecanismos que determinan las sensaciones de placer del cerebro: sentimos la necesidad de repetir hasta la saciedad cualquierr actividad que nos causa placer,, como , por ejemplo, comprar compulsivamente para satisfacer los deseos fugaces. Esta repetición causa adicción y la adicción -un verdadero callejón sin salida- entraña que cada vez necesitamos una repetición más frecuente y más intensa de la actividad placentera para disfrutarla con la misma intensidad.


En este esquema de cosas no se ha contado, sin embargo, con el poder destructivo de las emociones. Nos enfrentamos a las cifras crecientes de enfermedades mentales, a las olas de violencia y de inseguridad ciudadana y a un descontento generalizado por los problemas sociales y psicológicos que acarrean determinadas formas de vida en las sociedades de consumo. Podemos intentar reprimir las emociones negativas que generamos, pero las emociones reprimidas son una auténtica bomba de relojería. Un día, sin previo aviso, pueden estallar a través de la ansiedad y de la enfermedad. Resulta más eficaz modificar los entornos que generan el exceso de emociones negativas, aprender a gestionarlas con inteligencia y fomentar las formas de vida que producen emociones positivas.


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Las emociones juegan un papel importante en la regulación de los sistemas que afectan a la salud. Empezamos a vislumbrar el mecanismo que relaciona una disposición emocional positiva con una mejor salud.


Las emociones negativas, en cambio, repercuten en los accidentes cardiovasculares. Un estudio publicado en la revista Neurology e 2004 dice que un 30 por ciento de los pacientes involucrados en este estudio confirmaron que habían sufrido fuerte ira, miedo, irritabilidad o nerviosismo a raíz de un estímulo desagradable dos horas antes de un ataque cardiovascular.


Es posible que los aspectos negativos de las relacione síntimas sean importantes para la salud porque activan emociones fuertes, como la preocupación o la ansiedad, con sus efectos fisiológicos consecuentes.


El estrés emocional continuado daña el cerebro.


El estrés severo afecta el tamaño de las estructuras del cerebro, causa muerte celular y afecta distintas conexiones cerebrales, explica el catedrático de psiquiatría de la Universidad de Wisconsin, Ned Kalin. “Cuanto más joven es el cerebro, más vulnerable es ante estas agresiones. Los eventos emocionalmente estresantes inundan el cerebro de cortisol, la hormona del estrés por excelencia. En dosis bajas esta hormona nos pone en alerta y organiza nuestro comportamiento para que seamos capaces de defendernos. Pero en grandes dosis nos deja agotados por el estrés, desorganizados, con poca capacidad de atención y deprimidos. La exposición frecuente al cortisol en la infancia también daña el hipocampo, una parte del cerebro que regula el humor y la memoria. Si se pregunta al doctor Kalin qué tipo de estrés hace más daño, contesta: “Un accidente de coche es malo, pero no tan malo como sentirse aislado y rechazado por el entorno. La falta de amor, de seguridad y de bienestar puede tener repercusiones importantes.



Los investigadores de la Universidad de Minnesota han comprobado que niños de hasta 2 años que no han desarrollado vínculos de apego seguros con sus madres sufren subidas de cortisol más elevadas que los demás niños, incluso durante eventos medianamente estresantes, como el momento de vacunarse.


La presencia de cortisol en el cuerpo no sólo causa un debilitamiento del sistema inmunológico y un deterioro en los reflejos cognitivos sino que además tiene otras implicaciones muy serias. En los adultos se ha descubierto que el cerebro, gracias a su extraordinaria plasticidad, continúa generando nuevas neuronas a lo largo de toda la vida. Los niveles elevados de cortisol, sin embargo, dificultan o impiden este proceso regenerativo, que los científicos llaman la neurogénesis. Estos niveles se dan ante el estrés crónico, que se definen por la pcurrencia de entre ocho y doce episodios de estrés diario.


No podrá sorprender a nadie que se estime que en torno a una de cada tres personas sufre estrés crónico. Admitir y tolerar su presencia en nuestras vidas no es razonable porque sus efectos son claramente devastadores. El estrés envenena nuestras vidas: debilita nuestra salud, entorpece nuestra mente y nos obliga a vivir encerrados en los confines fisiológicos y mentales de las emociones negativas. Resulta insidioso, porque a menudo nos acostumbramos a convivir sometidos a sus efectos desgastadores y deprimentes. La desilusión y la apatía se convierten así en algo tristemente familiar.


A medio plazo la comprensión de aquello que constituye buena o mala higiene cerebral será una herramienta potente para ayudar a las personas a evitar determinados desórdenes emocionales antes de que éstos sean dañinos.


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el desamor


Pasada la adolescencia y enfrentado de repente a lo que un día considerará su primer amor, el adulto joven tiene, por tanto, pocas posibilidades estadísticas de que ese amor pueda pervivir. Casi como si se tratase de una ley de vida inmutable, el primer amor marca un antes y un después en la vida emocional del joven. Tarde o temprano aprenderá la difícil experiencia del desamor. Nadie lo ha preparado para ello. Nadie le ha sugerido siquiera el dolor que supondrá la pérdida de este amor. De repente algo inesperado, un tornado emocional, pasará encima de su mente, sus emociones y su cuerpo. Atónito, descubrirá que una simple persona, entre los miles de millones que lo rodean en el mundo, acumula, de repente, todo aquello que importa, lo único que le importa, en el mundo. Querrá morir aunque su instinto de supervivencia, si no está enfermo, se lo impedirá.


Encerrados en la camisa de fuerza de nuestros sentidos, desde la caja negra de nuestro cerebro, la fusión con el otro parece la única salvación porque palía el sentimiento de soledad que arrastramos. Como los sentimientos de amor no son frecuentes, llegar a sentirlos y luego perder al ser amado -que nos parece aún más único por los fenómenos químicos y cerebrales que se activan durante el amor- se alza como una pérdida irremediable e insustituible.


Las experiencias emocionales, tantos las positivas como las negativas, han de servir para evolucionar. Si no aprendemos de ellas sólo nos llevan a sufrir y a estancarnos en un problema dado. Es muy importante desarrollar, durante la educación del niño y del adolescente, el reflejo de analizar cada experiencia importante: ante cualquier dolor emocional, el análisis debe aplicarse hasta lograr mitigar o disolver el dolor. La voluntad de comprender y destripar el dolor emocional es clave para superarlo, aunque ello exija en un primer momento el esfuerzo de encararse con el dolor. La alternativa es la inundación emocional o la negación de las emociones, y ambas son tremendamente dañinas. En el caso del desamor resulta útil intentar comprender que la ecuación, aparentemente causal, que solemos hacer entre amor romántico y autoestima personal es errónea aunque nos resulte casi automática.


Por las carácterísticas mismas del amor, amar al otro o ser amado por alguien tiene muy poco que ver con nuestra valía personal y mucho en cambio con la conexión, imaginaria o real, entre dos personas. El amor se parece más a una respuesta química instintiva que a una evaluación objetiva de las personas. Nuestra autoestima no debería depender de los vaivenes del amor romántico, que siguen su propia lógica.


En una sociedad obsesionada con la gratificación inmediata esperamos resultados palpables de nuestras relaciones de amor. Sin embargo, no todas las relaciones amorosas culminan con la unión de las personas implicadas. A veces, aunque hayamos amado al otro de forma sincera, las circunstancias personales impiden esta unión y la única salida parece ser la separación. Para la persona que ama con pureza, sin expectativas rígidas, esto no tiene por qué considerarse un fracaso, a pesar de la opinión decidida del resto del mundo. El amor puede haber aportado una miríada de emociones positivas al que ha amado y que es capaz de seguir su camino abierto al amor, sin resentimiento. Para quien puede aceptar la finalización del amor sin amargura la experiencia puede suponer autoconocimiento, mayor lucidez, la vivencia de emociones intensas, la conexión con otra persona y lo que el poeta libanés Jalil Gibran, en El profeta, describe como una transformación personal.


A menudo es el miedo a sufrir el que dispara todas las alarmas y nos impide sacar partido de la parte más rica y positiva de nuestras emociones, encerrándonos en lo que el ego percibe como una derrota y una humillación. Cuando las personas aprenden a no confundirse con sus emociones o experiencias negativas, sino a verlas como acontecimientos potencialmente enriquecedores, como si de un juego de prestidigitación se tratase aprenden a sacar partido a la vivencia intensa y comprometida de las emociones negativas.

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La ira constructiva es el germen de la justicia social



Hace cinco años un niño inocente murió en un tiroteo entre traficantes de drogas a las puertas de su colegio de Nueva York. La directora, Ada Mitchum, se reunió con sus compañeros y amigos. “¿Cómo os sentís?”, les preguntó.

Yo estoy tan enfadado -contestó uno de los chicos- que tengo ganas de quemar todos los coches de la pandilla que mató a Jeff”. “Bien, bien -contestó la directora- pero yo creo que podéis estar aún más enfadados”. “Pues yo estoy tan enfadado que iría a sus casas y los echaría de la ciudad”, dijo otro chico. “Bien, bien -contestó la directora-, pero yo creo que podéis estar aún más enfadados. Podéis estar tan enfadados que decidáis terminar el colegio, ir a la universidad, estudiar derecho y ser los abogados y los jueces que metan en la cárcel a las personas que han matado a Jeff”.



La ira o el enfado son reacciones emocionales humanas necesarias y normales. El problema no son estas emociones en sí, sino la forma en la que las gestionamos. Bien gestionadas, el enfado o la ira pueden darnos fuerzas y motivación para enfrentarnos a situaciones injustas o peligrosas ante las cuales, sin ira, nos inhibiríamos. La ira constructiva es el germen de la justicia social. Pero pocos adultos han comprendido a expresar su enfado o su ira de forma constructiva. Como el enfado y la ira son reacciones emocionales muy corrientes, el manejo inadecuado de estas emociones tiene repercusiones constantes sobre nuestra vida diaria, profesional y familiar.



Una de las razones por las que es difícil expresar la ira de forma constructiva es que la ira suele existir en el inconsciente, por debajo de nuestro nivel de conciencia, por lo que no controlamos su impacto en nuestra psique.



Otra razón es que pocos adultos han aprendido a pasar de una forma inmadura a una forma madura de enfrentarse a su ira. En general sólo nos enseñan a reprimir la ira y a asociarla con algo incontrolable y peligroso. Cuando estalla, lo hace porque “no aguantamos más” y entramos en una escalada emocional que pone al otro a la defensiva. Esto suele impedir la resolución del conflicto, porque convierte la discusión en una batalla entre pretendidos agresor y agredido (a veces el pretendido “agresor”, que tal vez haya soportado en silencio, estoicamente, una situación desagradable, no quería en absoluto convertirse en agresor. Es una situación que resiente como injusta y desagradable y que contribuye aún más a la escalada de emociones negativas).

Ignorar los pequeños problemas no los hará desaparecer: es preferible enfrentarse a ellos con agilidad, cuando aún tienen una proporción manejable. La familia es el lugar idóneo, emocionalmente seguro, donde padres e hijos pueden practicar la resolución de los conflictos, el manejo de la ira, y la escucha empática. De nuevo el hogar representa un microcosmos donde ensayar y asimilar las herramientas que nos facilitarán una convivencia pacífica con los demás en el futuro. Cualquier aprendizaje que no se haya concluido satisfactoriamente en la etapa infantil y juvenil representará un lastre personal y social que el adulto tal vez ya no tenga oportunidad de corregir. En este sentido padres e hijos pueden aprender a ver las crisis emocionales como oportunidades para el aprendizaje emocional y la resolución de problemas.

Estas oportunidades sirven además para crear lazos de lealtad y confianza entre los miembros de la familia. Desde esta perspectiva constructiva podemos enfrentarnos a las crisis emocionales de nuestros hijos como algo mucho más profundo e importante que la expresión incómoda de las emociones negativas o el reto a la autoridad parental.



Las siguientes pautas para el manejo de la ira están basadas en las sugerencias de dos especialistas en manejo de la ira infantil y adulta, Gary Chapman y el psiquiatra Ross Campbell, que aseguran que el aprendizaje del manejo de la ira es uno de los mayores retos y logros en la educación de un niño porque gran parte de los problemas que pueda tener en el presente y en el futuro estará condicionada por esta habilidad.

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La ira pasivo-agresiva



La ira pasivo-agresiva es una expresión específica de la ira que se vuelca hacia un grupo o hacia una persona de forma indirecta o pasiva. Se genera ante la acumulación de la ira y el resentimiento que una persona ha sido capaz de procesar o de expresar conscientemente. La persona que siente ira pasivo-agresiva muestra una resistencia inconsciente hacia determinadas figuras de autoridad. Reconocemos el perfil de la ira pasivo-agresiva cuando detectamos que el comportamiento de una persona no tiene lógica; por ejemplo, cuando un niño inteligente saca malas notas continuamente. La finalidad de este tipo de ira no es la resolución de un problema, sino la resistencia sorda a la figura de autoridad contra la que vuelva su ira; por tanto, nada de lo que ésta haga o diga podrá enmendar el comportamiento de la persona que padece ira pasivo-agresiva, aun cuando dicho comportamiento comprometa las posibilidades de felicidad o de éxito de la persona. Su ira soterrada e inconsciente es más poderosa que su sentido común y le obliga a ir por caminos posiblemente nefastos.



Hasta los 6 o los 7 años hay que evitar que se asienten patrones de ira pasivo-agresiva en los niños; para ello, deben sentirse seguros del afecto de sus padres, ser tratados con justicia y poder expresar sus emociones con naturalidad. Durante la adolescencia, entre los 13 y los 15 años, la expresión de la ira pasivo-agresiva es normal siempre y cuando no cause daños a los demás. Es en esta etapa, sin embargo, cuando los padres han de entrenar a sus hijos para que aprendan a expresar y a manejar su ira de forma madura. Si no lo hacen, es previsible que estos adolescentes trasladen su manejo inmaduro de la ira a los ámbitos de su futura vida adulta y que ello implique problemas posteriores con su pareja, sus hijos, sus jefes y su círculo social. Es el caso de muchos adultos que jamás aprendieron a manejar su ira de forma madura.



La expresión negativa de esta ira podría haberse evitado si hubiese aflorado de forma consciente. Para ello, los padres deben admitir que los hijos necesitan expresar su ira a través de dos cauces: la palabra o el comportamiento.



Aunque muchos padres lo preferirían, no podemos pedir a los hijos que repriman su ira. Podemos entrenarlos, sin embargo, para que la expresen de una forma constructiva y aceptable. La palabra es probablemente el cauce de expresión de la ira más sencillo de utilizar. Los padres también deben aceptar que, si vuelcan su ira sobre sus hijos de forma indiscriminada, éstos no podrán defenderse y acumularán el resentimiento y el rencor que da lugar posteriormente a los patrones de ira pasivo-agresiva. El primer paso, si queremos entrenar a nuestros hijos en el manejo maduro de la ira, es aprender a comprender y a expresar de forma sana nuestra propia ira.



Existen pautas que ayudan a crear un contexto seguro para la resolución de la ira y de los conflcitos. Los padres deben evitar el sarcasmo, el desprecio o los comentarios despectivos ante la ira de sus hijos. Cuando entrene a su hijo en el manejo de la ira, escúchelo atentamente para que él se sienta respetado. Alabe al niño con sinceridad si cree que ha desarrollado alguna respuesta positiva hacia la ira, es decir, si ha podido ejercer algún autocontrol. Tampoco se debe entrar en ninguna contienda desde un punto de vista de ganadores y perdedores: los conflictos emocionales no son batallas que desembocan en victorias o derrotas. Cuando un miembro de la familia, niño o adulto, se equivoca, es importante aprender a pedir disculpas. Es un ejemplo positivo para que los hijos aprendan a reconocer los sentimientos de arrepentimiento y culpa (desde los 4 años un niño puede comprender el concepto de “lo siento”).



El doctor Campbell aconseja que los padres visualicen una escalera que arranca en el estadio en el que el niño da rienda suelta a su ira de la peor forma posible: a través del abuso verbal o físico indiscriminado, sin lograr distinguir la causa principal de la ira, sin capacidad de razonamiento lógico y sin deseo de resolución del problema. La meta es ir subiendo los escalones de este entrenamiento lentamente hasta conseguir el manejo maduro de la ira. Los adolescentes deberían haber alcanzado este estadio de madurez en torno a los 17 años. La expresión positiva de la ira implica que el adolescente pueda expresarse con la mayor educación posible, enfocar la ira hacia su causa original, evitar dispersar la ira hacia otros asuntos no relacionados con la causa inicial, mostrar el deseo consciente de resolver el conflicto y aplicar sentido común y lógica al razonamiento empleado para ello.

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Tendríamos así no ya la reivindicación de una diferenciación radical sino la de una no menos radical igualación -igualación que, extremadas de nuevo las posiciones, llegaría en Amelia Válcarcel a reivindicar para las mujeres “el derecho al mal”, es decir, la aceptación por parte de éstas, sin paliativos ni tapujos, del código moral de los varones, con su bien conocida carga de competitividad, rapacidad y brutalidad, igualándose “por abajo” más bien que “por arriba” en “un discurso moral feminista verdaderamente universal en el que nose pretende mostrar la excelencia, sino reclamar el derecho a no ser excelente”-, reducción al absurdo de la polémica entre los discursos diferencialista e igualitarista ante la que Celia Amorós no puede por menos de conceder:


“Ciertamente el varón es el portador y el definidor de la universalidad y un movimiento feminista con garra reivindicativa no puede dejar de tener presente como Amelia Válcarcel señala que por ese lado no hay más cera que la que arde y sacar las consecuencias prácticas oportunas”.






Las espirales de emociones negativas:



Cultivar las emociones positivas, eso es lo importante aquí, porque tiene una repercusión en nuestro estado físico, sí, es enorme, sube todo el sistema inmunológico, sí se han hecho pruebas con niños, las emociones negativas tienen un impacto muy negativo sobre la salud física y las positivas tienen un impacto positivo. Y a veces son espirales de emociones negativas, sí porque cuando hay una persona muy negativa o muy positiva, de alguna forma los demás se contagian de ese ambiente emocional. El miedo nos obliga, nos hace juzgar a las personas con etiquetas, y cuando te das cuenta ya te has paralizado. Aquí el optimismo está mal visto, y eso tampoco es.

Hay que bajar las defensas, hay que buscar lo bueno porque las emociones positivas, placenteras, evolutivamente no estamos preparados para darnos cuenta de ellas como hacemos con las negativas, es decir, hay que hacer un esfuerzo consciente para disfrutar de las emociones positivas, para sentirse bien.

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Lo bonito que tiene el lenguaje emocional es que es básico y universal; así como el lenguaje de las palabras, más nos confunde que otra cosa; el lenguaje cara a cara es más honesto;

Cultivar las emociones positivas, eso es lo importante aquí, porque tiene una repercusión en nuestro estado físico, sí, es enorme, sube todo el sistema inmunológico, sí se han hecho pruebas con niños, las emociones negativas tienen un impacto muy negativo sobre la salud física y las positivas tienen un impacto positivo. Y a veces son espirales de emociones negativas, sí porque cuando hay una persona muy negativa o muy positiva, de alguna forma los demás se contagian de ese ambiente emocional. El miedo nos obliga, nos hace juzgar a las personas con etiquetas, y cuando te das cuenta ya te has paralizado. Aquí el optimismo está mal visto, y eso tampoco es.


Hay que bajar las defensas, hay que buscar lo bueno porque las emociones positivas, placenteras, evolutivamente no estamos preparados para darnos cuenta de ellas como hacemos con las negativas, es decir, hay que hacer un esfuerzo consciente para disfrutar de las emociones positivas, para sentirse bien.


Claro son espirales de emociones negativas que realmente impiden disfrutar de la vida, afectan a la salud y además como la emoción es contagiosa, pues en los lugares de trabajo lo vemos por ejemplo cuando hay una persona muy negativa o muy positiva, de alguna forma los demás se contagian de un ambiente emocional.



Esa actitud ante la vida positiva, responsable, pero intenta ver el lado positivo, agradable, bueno, tiene una repercusión en nuestro estado físico, sí, es enorme, sube todo el sistema inmunológico, han hecho pruebas con niños y esto ya está muy estudiado y aceptado, las emociones negativas tienen un impacto muy negativo sobre nuestra salud física y las positivas tienen un impacto positivo.

Aunque sólo fuera por esa razón ya sería importante cultivar las emociones positivas pero es que además, los expertos nos están alertando de algo que realmente es muy preocupante y es que de aquí a 10 ó 20 años, en el 2020 dice que un 20 % de la población sufrirá algún tipo de trastorno psicológico, y casi todos basados sobre la depresión, es decir, sobre los dolores emocionales y eso es tremendo, no ya por lo que significa económicamente para una sociedad sino que cómo vamos a poder convivir en una sociedad que alberga tanto dolor, cómo no estamos haciendo algo para ayudar a las personas a comprender sus mecanismos emocionales.



Y con el tema de las emociones, como hasta ahora durante siglos, eran un agujero negro en que había unas estructuras sociales, estructuras religiosas, muy férreas digamos, que nos decían qué lugar debíamos ocupar en el mundo y cómo controlar, que no gestionar, estas emociones, nos hemos acostumbrado a que aquello era un agujero negro, pero no es así, un niño tiene que aprender a expresar la ira, por ejemplo, la ira es una emoción considerada negativa, sin embargo, es el germen de la justicia social, sin ira no defendemos aquello que nos importa, pero claro hay que expresar la ira de una forma constructiva, y luego está la tristeza, la tristeza es algo que nos acompaña a lo largo de la vida, no podemos estar siempre arriba en el sitio de la luz, de vez en cuando hay que bajar a la oscuridad, transformar lo que haga falta transformar y seguir la vida, y sin embargo ¿qué hacen los padres generalmente o qué hacemos las personas cuando nos sentimos tristes? Distraernos, decir: “eso no importa, no te preocupes”, “vamos a hacer juntos algo y nos olvidamos de esto”. Bueno, eso no es una buena idea, la tristeza hay que enfrentarse a ella, comprenderla, encontrar soluciones, desarrollar un vocabulario emocional. Todo eso es lo que podemos hacer y deberíamos hacer todos con nuestros hijos cuando son pequeños.


De las cinco emociones básicas -la felicidad, la tristeza, la ira, el asco y el miedo- cuatro son emociones llamadas “negativas”.


Las emociones negativas requieren más atención, porque señalan que algo va mal y producen un relantizamiento de su procesamiento. Las personas en cualquier cultura prácticamente conocen más palabras para describir emociones negativas que positivas o neutras. Tendemos a fijarnos de forma detenida en las emociones negativas, más amenazantes, aunque llamamos a determinadas emociones “negativas” por este potencial destructivo, en realidad, son emociones básicas para sobrevivir y también nos dan la energía para enfrentarnos a obstáculos importantes.


Uno de sus cometidos puede ser el de inducirnos a evitar ciertas situaciones y ésta puede ser, a veces, una de las trampas que nos tienden las emociones nagativas. Las emociones negativas tienen tendencia a crear este mecanismo inconsciente de rechazo ante una situación que ha provocado dolor.


Y lo que puede pasar también, por otro lado, es que nos agarramos a una verdad que no tiene objeto, y aunque la propia verdad venga después a llamarnos a nuestra puerta no la reconocemos, no le abriremos porque nos hemos cerrado por el miedo.

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ishtar:


creo que a veces menospreciamos las fuerzas que vienen de abajo, porque estamos siempre mirando cómo viven los ricos, pero en realidad, si pensáramos toda la fuerza que procede de las fuerzas de abajo, confiaríamos más. Lo que ha pasado es que a los ricos se les ha roto su juguete, que es el mercado, y pasa como con los juguetes rotos del marxismo, que empezaron a endosárselo ahora al feminismo, ahora al ecologismo o a otras causas sociales y humanitarias, como si ahora estuviéramos para heredar bancarrotas, nosotras, por lo menos, lo cierto es que ahora intentan endosarnos también no a nosotras sino a todos, los juguetes rotos del capitalismo y hay que tener mucho cuidado.

Porque la agricultura se ha tecnologizado, es parte del desarrollo industrial económicamente y está subvencionada mayormente, todo ha cambiado, y ha sido una lucha colectiva y sindical, que tuvo su momento hay que reconocer. Lo cierto es que si no se crean sinergias con la agricultura esta se estanca también, por eso han avanzado mejor cuando la ciudad ha trazado vías de comunicación cercanas con el medio rural, para que adelantaran todos. Y lo cierto es que es muy importante el comercio regional y el interegional, y aquí deberíamos ponernos serios. Dependemos mayormente del turismo, y esto es lo que tenemos que cuidar, y un sector que necesita tal vez que se mime, porque ahí están los marroquíes pisándonos y con las tecnologías y creando una estructura de sol y playa más barata.


El anarquista normalmente es un vocero que piensa que lo que le pasa tiene una causa exterior a él, y eso pasa con los juguetes rotos del capitalismo también, que intentan endosárselo a una causa exterior a el mismo.

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Nietzsche dice de Sócrates que es el bufón que habla y que hace que le tomen en serio, sí porque hace que el gusto aristocrático griego se decante por el gusto por la dialéctica. Nietzsche lo atribuye este giro a la fealdad de Sócrates y a las fuerzas “reactivas” que luchan frenta a las fuerzas activas que son las que sirven al arte y la estética, pero la dialéctica busca otro tipo de verdad, esa es la verdad que busca Sócrates, la verdad que se elabora mediante el diálogo; de otro sitio no puede surgir la verdad; además siempre por eso llega tarde a los discursos, porque lo que quiere es hacerse el despistado, decir que no se ha enterado, y pedirle a los sofistas que vuelvan a repetir su discurso, sí porque sabe que cuando lo repitan ya no va a causar el mismo efecto del inicio en el auditorio, porque él tambien juega con el efecto de las palabras, con la sensación. Y hasta este punto juega Sócrates con las fuerzas reactivas, que son más elaboradas, que no buscan la verdad inmediata, sino la que se crean por medio de las dificultades y de un rodeo.

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Hemos tocado el problema de un Prometeísmo en el hombre. A veces un humanismo radical nacido para sustituir a la religión de la sumisión del hombre a la tiranía de dios ha acabado por amenazar al género humano con una esclavitud mayor que la que nunca otra religión había alentado.


Al hacer a la gente agudamente consciente de la contingencia y la finitud de la vida, de la corruptibilidad del cuerpo, de los límites de la razón y del lenguaje, del poder del mal en nosotros, y al concentrar esa consciencia en la doctrina del mal o de la culpa se enfrentó el hombre religioso al prometeísmo de la ilustración y hubo de ser inevitablemente reprendido por su inclinación antihumanista. Aún así también todo sentimiento humanista radical puede hacer que nos olvidemos de los lazos reales y el sustrato subconsciente que liga a la cultura.
Por tanto debo decir que no podemos escapar a la influencia del inconsciente humano, de forma que actuamos y reaccionamos automáticamente y sin darnos cuenta de las cosas que pasan o suceden, como un mecanismo de conservación humano, y mucho de esto tiene un reflejo en un sentido de tabú o en un mecanismo de cultura, a la vez que en un instinto de supervivencia, y no podemos saber por qué actuamos así, tal vez mejor no saberlo porque ello está en función de otras leyes que tienen que ver con la vida y la reproducción de la misma.
No hemos por tanto tampoco ser especialmente aflictivos a todo lo sensible, sino tomarlo como una parte más de nuestro conocimiento e intuición.

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virginiawoolf

Siento mucho la pérdida de tu abuela, porque debía ser una gran mujer con una gran sabiduría, y tendría un hondo sentimiento en su voz al transmitir su vida.

La madre siempre está en el lado más receptivo de la vida y sufre cuando ve que se disuelven los lazos de la familia; en este caso las genealogías que se establecen entre abuelas y entre madres e hijas y que no se rompen tienen una especial fuerza más hoy día, en un mundo tan fragmentado y casi sin valores testimoniales de un pasado que se quiere censurar muchas veces, pero la madre sigue teniendo la mejor capacidad comunicadora para buscar e intentar buscar los nuevos lazos de afectos que puedan sobrevivir también en las nuevas familias, incluso donde haya más desarraigo familiar, también hoy día, en el caso de las separaciones de familias, que todos vivimos actualmente. Pues siempre puede haber un camino intermedio para el crecimiento personal, entre el arraigo excesivo y el desarraigo, en esa madre o en esa genealogía común que evoca un pasado común.

Y a veces vemos como familias se separan porque se alimentan los odios ideológicos o los odios porque se ha combatido desde distintos frentes; desde luego es un valor poder decir que estas mujeres especiales, con una especial sensibilidad para la vida, han sabido sobreponerse a la guerra y a todo lo que de monstruoso pudieron vivir y sostener en sus corazones a través de su propio sacrificio, para después transmitir esa vida y para poder sostener la propia coexistencia humana.

Con una visión desdramatizada nosotros las generaciones posteriores debiéramos mirar hacia atrás, porque de otra manera no sabremos permanecer en unión y comprendernos de alguna manera.

Si buscamos realmente las causas de la culpa nunca podremos encontrar un mal que no esté en la naturaleza común de todo. Por mucho que creamos en un principio de individuación de la pena y de subjetividad del derecho penal.

Como si se trata de ajusticiar a un millón de muertos de la guerra civil. O a las familias de los desparecidos, tanto de un bando como de otro. O a las víctimas de Eta, que serían también las víctimas de la democracia, y así son tratadas.

Pero siempre es mucho mayor el dolor de los “vencidos”, y es esa la sensibilidad que creo nos transmite aquí tu abuela, y permíteme que la tutee a ella también. Cuando los vencidos fueron muchos más, cuando el despropósito de la guerra que fue fratricida arrastró al grito de “viva la muerte” a un sinfin de inválidos y víctimas y que se haga la cuenta, basta ver la película “Morir en Madrid”. Que esto jamás se vuelva a repetir.

Somos criaturas que estamos sometidas al flujo del tiempo, e intentamos confrontar situaciones que a veces no dominamos u otras veces imponer nuestro criterio moral, cuando no somos arrasados por el torrente del mal, ese mal que no podemos suprimir, mal que es el permanente combate en el que estamos todos y cada uno de nosotros.

Cada uno de nosotros arrastra la culpa de no haber podido, sabido o querido confrontar adecuadamente a ese mal.

Y añado también: es la “conciencia” de esa culpa la que nos permite corregir. Y esta conciencia es individual. Sólo los individuos pueden responder de su culpa, aunque el mal sea algo generico y que procede de algo mayor que nosotros.

Lo que quiero traer, es que estamos aquí otra vez ante el problema de la conciencia individual.

Pero cuando Isaiah Berlin habla del fuste torcido de la humanidad y de que el mal radical está en el hombre, no puedo dejarme de dar cuenta de la dimensión colectiva que tiene el mal. No sólo Dostoievski se dio cuenta al decir: si Dios ha muerto todo está permitido, sino que es el campo de estudio de la última obra de Freud y de otros psicólogos, como Kolakowski. La conciencia de culpa podría definirse como algo que no me afecta sólo a mí, en cuanto a infractor, sino al universo entero, al que amenaza con sumirlo en el caos y la incertidumbre.

Es por este motivo que se introyecta la culpa en el sujeto, porque existe una amenaza del caos total, es muy importante entender esto para entender la psicología humana.

Se trata de una amenaza total que tiene que ver no con el mundo de la moralidad o de la legalidad simplemente sino con el mundo de los tabúes y del reino de lo sagrado, tal como dice Freud. Esto es lo que sume al hombre, en el caos total, como está pasando ahora.

Esto es muy importante entenderlo, y no me importa alargarme, para entender si todavía puede exitir algún lazo que nos una dentro de la comunidad o de la humanidad.

Freud dice que sí, y que ese lazo pertenece al orden de los tabúes y al reino de lo sagrado. Es decir, no pertenece a un mero orden de coercion legal ni moral. Y ¿esto como se puede interpretar hoy día? Pues Freud lo interpreta como algo que está en el orden universal, se trata de la transgresión en un caos total y universal para que el hombre pueda sentir hoy día también culpa y que necesita una moral.

Y eso es lo que está pasando con esta crisis, ha tenido que venir una crisis “total” para que el hombre vuelva a sentir culpa por las penas que ha cometido, por la corrupción a la que ha llegado, de lo contrario, seguiríamos viviendo en el modo artificial que hasta hace poco vivíamos.

De alguna forma hemos recuperado la conciencia también de unos lazos con la humanidad, del orden de los tabúes, que es lo que habla Freud, para sentir esta unidad y estos vínculos, que son sagrados, porque se los debemos a la vida.

Y sin esta adhesión vivida a un orden de tabúes, los lazos humanos entre sus miembros se disolverían, nos viene a decir Freud, y no bastaría la pura “coerción legal”.

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Se está volviendo a un retroceso de los valores morales, pero lo peor no es la moralidad o la falta de ella, lo peor es la amenaza de un sentimiento que se apodera con la fuerza exclusiva, con el temor de un caos universal.

Freud puede así caracterizar la culpa como la “ansiedad que sigue a la transgresión no de una ley sino de un tabú”.

Yo creo que es importante desde la antropología moral entender esta idea. Porque la “culpa” se puede transformar en un instrumento de lucha ético también. Se puede erigir en nosotros como una lucha contra aquello de lo cual la culpa nos da testimonio; esto es lo más honroso que finalmente se puede decir, y que le hubiera gustado también decirnos a tu abuela, con su testimonio de lucha y de superación humana y familiar.

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perdimix

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