cómo se crean países de rentas medias
May. 28th, 2009 at 11:46 PM
El padre de la economía neoclásica, Alfred Marshall, apunta correctamente al hecho de que los rendimientos decrecientes son “la causa de la mayoría de las migraciones de las que nos habla la historia”. Actualmente podemos precisar ligeramente esa afirmación y decir que las migraciones se dirigen desde las regiones en las que predominan las actividades con rendimientos decrecientes hacia aquellas en las que predominan actividades con rendimientos crecientes. En el primer libro de texto de la economía neoclásica (Principles of Economics, 1890), Marshall también esboza una prescripción política para esa situación: el Estado debería gravar con mayores impuestos las actividades económicas con rendimientos decrecientes (materias primas) y desgravar o pagar bonificaciones (subsidios) a las actividades económicas con rendimientos crecientes. Ésta ha sido la estrategia con la que se han creado países de renta media desde que Enrique VII subió al trono del empobrecido reino de Inglaterra y estableció tasas a la exportación de lana cruda a fin de subvencionar la fabricación de paño, y es también la consecuencia lógica de la Nueva Teoría del Comercio de Paul Krugman aparecida en la década de 1980, aunque él y sus colegas se abstuvieran de deducir recomendaciones políticas.
Los países de renta media se crean mediante ese tipo de política, que permite a los países pobres emular las estructuras económicas de los países ricos, fomentando actividades con explosiones de productividad como la del hilado del algodón. La clave consiste en lograr la diversidad y los rendimientos crecientes que dan lugar al “resto” sinérgico -aunque se alcance únicamente la estatura de un “campeón regional” y no “mundial”- que permite disponer de moneda extranjera. Durante mucho tiempo, la estrategia de desarrollo australiana se basó en un sector con rendimientos decrecientes (lana) como suministrador de divisas, pero la presencia de un sector industrial, aunque no fuera de nivel “mundial”, creó las explosiones de productividad necesarias y un equilibrio de poder entre empresarios y sindicatos que elevó el nivel medio de los salarios reales. Ésta fue también la estrategia de desarrollo que siguió durante el siglo XIX Estados Unidos, y parece seguir funcionando hoy día tan bien como entonces.
Como demostró en Europa el plan Marshall, los salarios, empleos, escuelas, puertos y hospitales creados en torno a un sector industrial con frecuencia relativamente ineficiente (comparado con el “campeón mundial”, en aquella época Estado Unidos) son muy reales, mientras el proceso mantenga su dinámica. En Europa, los aranceles y otras barreras fueron reduciéndose lentamente y se logró la integración. La Unión Europea siguió esa práctica gradual hasta el momento de la integración de España en 1986, asegurando así la salvación de las principales industrias españolas.
La escala es importante, y la expresión de Schumpeter “rendimientos crecientes históricos” describe útilmente la combinación del cambio tecnológico con los rendimientos crecientes que está en el núcleo del desarrollo económico; separable en teoría pero inseparable en la práctica. Ni la fábrica de automóviles de Ford ni el imperio Microsoft podrían existir en versiones reducidas susceptibles de estudio, por lo que es imposible saber qué parte de aumento de productividad se debe al cambio tecnológico y qué parte a la escala. La escala significa que el tamaño del mercado sí importa, y el núcleo de la pobreza reside en el círculo vicioso de la carencia de capacidad de compra y por consiguiente de demanda que impide escalar la producción. Como he mencionado anteriormente, el comercio entre países que se hallan aproximadamente al mismo nivel de desarrollo siempre es beneficioso. Debido a la enorme diversidad de producción que llega con el aumento de riqueza, los pequeños países ricos -como Suecia y Noruega- tienen mucho que venderse entre sí. A pesar de su mercado de sólo cuatro millones y medio de habitantes, Noruega es el tercer mercado de exportaciones para Suecia, no muy por detrás de Alemania y Estados Unidos. Éste es el tipo de relaciones comerciales que deberían crearse también entre los países actualmente pobres, pero con frecuencia tienen poco que venderse mutuamente. Del mismo modo que las negociaciones de la OMC, la integración ha sido como un tren que va en la dirección equivocada. Lo mejor que puede suceder a corto plazo es que se detenga.
En lugar de la integración regional, lo que vemos en Latinoamérica y África es justamente lo contrario. Como consecuencia de los acuerdos comerciales bilaterales con Estados Unidos, los países latinoamericanos más pequeños se están anquilosando en el extremo inferior de la jerarquía salarial mundial como economías de monocultivo, ya sea en materias primas o en callejones tecnológicos sin salida. La economía africana, escindida en una docena de distintos acuerdos comerciales y como consecuencia de la competencia entre la Unión Europea y Estados Unidos, se está desintegrando. En lugar de llegar a la necesaria integración regional, África está siendo socavada económicamente hoy día como lo fue políticamente por las potencias europeas en la Conferencia de Berlín de 1884-1885. El resultado es lo que los africanos llaman descriptivamente “el cuenco del espagueti”; si se dibuja en un papel la pauta de las relaciones comerciales entre distintos países africanos presenta tantas líneas que parecen espaguetis entrelazados. En lugar de incrementar la integración regional, el comercio intercontinental está sustituyendo prematuramente al comercio regional: la Unión Europea presiona para que Egipto compre sus manzanas, sustituyendo al Líbano que ha sido el proveedor de Egipto desde hace siglos. La globalización orquestada por el Consenso de Washington golpea prematura y asimétricamente a un grupo de países especializados en ser pobres en la división mundial del trabajo. La “destrucción creativa” de Schumpeter se reparte ahora geográficamente, de forma que la creación y la destrucción tienen lugar en distintas partes del mundo: éste es el núcleo de la economía del desarrollo schumpeteriana.
Este libro señala varios factores y mecanismos que determinan la riqueza o la pobreza, más allá de aquellos factores que Abramovitz llamaba “inmediatos”, esto es, capital, trabajo o productividad total de los factores. He argumentado también que elementos obvios y esenciales del proceso -como la educación o las instituciones- no resuelven por sí mismos el problema. Los avances extremadamente concentrados y desiguales del progreso tecnológico a los que me he referido como “explosiones de productividad” generan “rendimientos crecientes históricos”, competencia dinámica imperfecta y enormes barreras a la entrada para los países atrasados. Los rendimientos crecientes y decrecientes crean los círculos virtuosos y viciosos descritos por los economistas clásicos del desarrollo, y la observación de Antonio Serra de que cuanto mayor es el número de profesiones diferentes más rica es la ciudad, sigue siendo válida todavía.
Ésos son los mecanismos que pueden sacar a un país de la pobreza o hundirlo aún más en ella, y hay que afrontarlos con políticas económicas adecuadas. Abramovitz se reería a todo ese conjunto de problemas como las “capacidades organizativas” de un país. El hecho de que los países pobres, en particular aquellos en los que la ausencia de rendimientos crecientes da lugar a un juego económico de suma cero, tengan también la menor capacidad organizativa es una parte importante del sistema de círculos viciosos entrelazados. En general, cuanto peor es la situación menos porbable es que los vientos del mercado soplen en una dirección favorable.
Lo que he argumentado en este libro es que, atendiendo a la historia, la única forma de romper esos círculos viciosos es atacando el problema mediante un cambio en la propia estructura productiva. Esto requiere a veces medidas políticas muy serias, y el Tercer Mundo necesita recuperar el tipo de debate económico que dominó la Europa del siglo XIX desde Italia hasta Noruega. La cuestión no era si el continente debía seguir o no la vía inglesa a la industrialización -la respuesta era obviamente afirmativa- sino la división de responsabilidades entre el Estado y el sector privado en ese proceso. ~
También es importante tener presente que las innovaciones en los productos y en los procesos tienden a difundirse en una economía de forma diferente. Las primeras suelen generar altas barreras a la entrada y elevados beneficios, como en el caso de Henry Ford a principios del siglo XX o en el de Bill Gates hoy día. Sin embargo, cuando esos mismos inventos se transmiten a otros sectores industriales como innovaciones en el proceso -como cuando el automóvil de Ford llegó a la agricultura convertido en tractor o cuando la tecnología de Gates se utiliza para reservar habitaciones en un hotel-, su efecto principal es bajar los precios más que elevar los salarios. El uso de la tecnología de la información ha reducido los beneficios en la hostelería, tanto en Venecia como la Costa del Sol española, algo de lo que se queja la industria hotelera.
Erik Reinert.
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