"Y el colombiano me ha llamado hoy dos veces, yo la sensación que me da es que está cada vez más desesperado. Primero me llamó el viernes, y luego hoy lunes otra vez primero con un numero retenido y ahora con su nombre para no engañar mas, por qué tiene que ocultarse así, para qué veas que él no es claro nunca.
El se cree que yo soy una tontita, que nadie me va a querer nunca a mí, y por eso me trata y me ha tratado como le ha dado la gana a él.
Incluso las ultimas veces que me llamó, seguía hablándome con distanciamiento, como si yo fuese la que estuviese necesitada de alguien y no él. Ironías y cinismo consumado, porque ya nos conocemos bien.
Ahora va a saber él cómo yo me sentí en su momento, la nada que es, el que nadie lo quiera, y que solo lo quieran por lo que vale, ahora lo va a saber: Sólo le queda ya volverse a su país, o irse adonde hay trabajo.
Pero a él no le importa, eso es lo que él quiere, sentirse un cero a la izquierda, siempre ha estado acostumbrado a la lucha, si no tiene emocion por la supervivencia no es él, es un cafre o un salvaje".
Sylphide~
La ira constructiva es el germen de la justicia social
Hace cinco años un niño inocente murió en un tiroteo entre traficantes de drogas a las puertas de su colegio de Nueva York. La directora, Ada Mitchum, se reunió con sus compañeros y amigos. “¿Cómo os sentís?”, les preguntó.
“Yo estoy tan enfadado -contestó uno de los chicos- que tengo ganas de quemar todos los coches de la pandilla que mató a Jeff”. “Bien, bien -contestó la directora- pero yo creo que podéis estar aún más enfadados”. “Pues yo estoy tan enfadado que iría a sus casas y los echaría de la ciudad”, dijo otro chico. “Bien, bien -contestó la directora-, pero yo creo que podéis estar aún más enfadados. Podéis estar tan enfadados que decidáis terminar el colegio, ir a la universidad, estudiar derecho y ser los abogados y los jueces que metan en la cárcel a las personas que han matado a Jeff”.
La ira o el enfado son reacciones emocionales humanas necesarias y normales. El problema no son estas emociones en sí, sino la forma en la que las gestionamos. Bien gestionadas, el enfado o la ira pueden darnos fuerzas y motivación para enfrentarnos a situaciones injustas o peligrosas ante las cuales, sin ira, nos inhibiríamos. La ira constructiva es el germen de la justicia social. Pero pocos adultos han comprendido a expresar su enfado o su ira de forma constructiva. Como el enfado y la ira son reacciones emocionales muy corrientes, el manejo inadecuado de estas emociones tiene repercusiones constantes sobre nuestra vida diaria, profesional y familiar.
Una de las razones por las que es difícil expresar la ira de forma constructiva es que la ira suele existir en el inconsciente, por debajo de nuestro nivel de conciencia, por lo que no controlamos su impacto en nuestra psique.
Otra razón es que pocos adultos han aprendido a pasar de una forma inmadura a una forma madura de enfrentarse a su ira. En general sólo nos enseñan a reprimir la ira y a asociarla con algo incontrolable y peligroso. Cuando estalla, lo hace porque “no aguantamos más” y entramos en una escalada emocional que pone al otro a la defensiva. Esto suele impedir la resolución del conflicto, porque convierte la discusión en una batalla entre pretendidos agresor y agredido (a veces el pretendido “agresor”, que tal vez haya soportado en silencio, estoicamente, una situación desagradable, no quería en absoluto convertirse en agresor. Es una situación que resiente como injusta y desagradable y que contribuye aún más a la escalada de emociones negativas).
Ignorar los pequeños problemas no los hará desaparecer: es preferible enfrentarse a ellos con agilidad, cuando aún tienen una proporción manejable. La familia es el lugar idóneo, emocionalmente seguro, donde padres e hijos pueden practicar la resolución de los conflictos, el manejo de la ira, y la escucha empática. De nuevo el hogar representa un microcosmos donde ensayar y asimilar las herramientas que nos facilitarán una convivencia pacífica con los demás en el futuro. Cualquier aprendizaje que no se haya concluido satisfactoriamente en la etapa infantil y juvenil representará un lastre personal y social que el adulto tal vez ya no tenga oportunidad de corregir. En este sentido padres e hijos pueden aprender a ver las crisis emocionales como oportunidades para el aprendizaje emocional y la resolución de problemas.
Estas oportunidades sirven además para crear lazos de lealtad y confianza entre los miembros de la familia. Desde esta perspectiva constructiva podemos enfrentarnos a las crisis emocionales de nuestros hijos como algo mucho más profundo e importante que la expresión incómoda de las emociones negativas o el reto a la autoridad parental.
Las siguientes pautas para el manejo de la ira están basadas en las sugerencias de dos especialistas en manejo de la ira infantil y adulta, Gary Chapman y el psiquiatra Ross Campbell, que aseguran que el aprendizaje del manejo de la ira es uno de los mayores retos y logros en la educación de un niño porque gran parte de los problemas que pueda tener en el presente y en el futuro estará condicionada por esta habilidad.
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La ira pasivo-agresiva
La ira pasivo-agresiva es una expresión específica de la ira que se vuelca hacia un grupo o hacia una persona de forma indirecta o pasiva. Se genera ante la acumulación de la ira y el resentimiento que una persona ha sido capaz de procesar o de expresar conscientemente. La persona que siente ira pasivo-agresiva muestra una resistencia inconsciente hacia determinadas figuras de autoridad. Reconocemos el perfil de la ira pasivo-agresiva cuando detectamos que el comportamiento de una persona no tiene lógica; por ejemplo, cuando un niño inteligente saca malas notas continuamente. La finalidad de este tipo de ira no es la resolución de un problema, sino la resistencia sorda a la figura de autoridad contra la que vuelva su ira; por tanto, nada de lo que ésta haga o diga podrá enmendar el comportamiento de la persona que padece ira pasivo-agresiva, aun cuando dicho comportamiento comprometa las posibilidades de felicidad o de éxito de la persona. Su ira soterrada e inconsciente es más poderosa que su sentido común y le obliga a ir por caminos posiblemente nefastos.
Hasta los 6 o los 7 años hay que evitar que se asienten patrones de ira pasivo-agresiva en los niños; para ello, deben sentirse seguros del afecto de sus padres, ser tratados con justicia y poder expresar sus emociones con naturalidad. Durante la adolescencia, entre los 13 y los 15 años, la expresión de la ira pasivo-agresiva es normal siempre y cuando no cause daños a los demás. Es en esta etapa, sin embargo, cuando los padres han de entrenar a sus hijos para que aprendan a expresar y a manejar su ira de forma madura. Si no lo hacen, es previsible que estos adolescentes trasladen su manejo inmaduro de la ira a los ámbitos de su futura vida adulta y que ello implique problemas posteriores con su pareja, sus hijos, sus jefes y su círculo social. Es el caso de muchos adultos que jamás aprendieron a manejar su ira de forma madura.
La expresión negativa de esta ira podría haberse evitado si hubiese aflorado de forma consciente. Para ello, los padres deben admitir que los hijos necesitan expresar su ira a través de dos cauces: la palabra o el comportamiento.
Aunque muchos padres lo preferirían, no podemos pedir a los hijos que repriman su ira. Podemos entrenarlos, sin embargo, para que la expresen de una forma constructiva y aceptable. La palabra es probablemente el cauce de expresión de la ira más sencillo de utilizar. Los padres también deben aceptar que, si vuelcan su ira sobre sus hijos de forma indiscriminada, éstos no podrán defenderse y acumularán el resentimiento y el rencor que da lugar posteriormente a los patrones de ira pasivo-agresiva. El primer paso, si queremos entrenar a nuestros hijos en el manejo maduro de la ira, es aprender a comprender y a expresar de forma sana nuestra propia ira.
Existen pautas que ayudan a crear un contexto seguro para la resolución de la ira y de los conflcitos. Los padres deben evitar el sarcasmo, el desprecio o los comentarios despectivos ante la ira de sus hijos. Cuando entrene a su hijo en el manejo de la ira, escúchelo atentamente para que él se sienta respetado. Alabe al niño con sinceridad si cree que ha desarrollado alguna respuesta positiva hacia la ira, es decir, si ha podido ejercer algún autocontrol. Tampoco se debe entrar en ninguna contienda desde un punto de vista de ganadores y perdedores: los conflictos emocionales no son batallas que desembocan en victorias o derrotas. Cuando un miembro de la familia, niño o adulto, se equivoca, es importante aprender a pedir disculpas. Es un ejemplo positivo para que los hijos aprendan a reconocer los sentimientos de arrepentimiento y culpa (desde los 4 años un niño puede comprender el concepto de “lo siento”).
El doctor Campbell aconseja que los padres visualicen una escalera que arranca en el estadio en el que el niño da rienda suelta a su ira de la peor forma posible: a través del abuso verbal o físico indiscriminado, sin lograr distinguir la causa principal de la ira, sin capacidad de razonamiento lógico y sin deseo de resolución del problema. La meta es ir subiendo los escalones de este entrenamiento lentamente hasta conseguir el manejo maduro de la ira. Los adolescentes deberían haber alcanzado este estadio de madurez en torno a los 17 años. La expresión positiva de la ira implica que el adolescente pueda expresarse con la mayor educación posible, enfocar la ira hacia su causa original, evitar dispersar la ira hacia otros asuntos no relacionados con la causa inicial, mostrar el deseo consciente de resolver el conflicto y aplicar sentido común y lógica al razonamiento empleado para ello.
Elsa Punset
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