El capital social es un bien público
Coleman señala tres formas esenciales de capital social. La primera se refiere a las obligaciones, expectativas y fiabilidad de las estructuras sociales, que funcionan como créditos para la acción de otros (personas o actores corporativos), por analogía con el capital financiero. En algunas estructuras sociales las personas están siempre haciendo cosas por otras personas, con lo cual hay muchas “papeletas de crédito”. En otras estructuras sociales hay menos, porque los individuos son más autosuficientes.
Esta forma de capital social depende de la fiabilidad del entorno social (las obligaciones han de devolverse) y de la extensión actual de obligaciones que se mantiene. Todos estos asuntos tienen sus luces y sus sombras, porque a primera vista parece que una más amplia red de relaciones de crédito es superior a una más exigua, pero conviene recordar sin embargo que en una sociedad los individuos difieren entre sí en el número de créditos y que el que más tiene no es el más altruista sino el padrino.
Otra forma importante de capital social es el potencial de información inherente en las relaciones sociales. La información es una base importante para la acción, que consigue quien se halla inserto en las redes sociales.
Una tercera forma de capital social serían las normas y sancones efectivas. Las sociedades presididas por la anomia difícilmente pueden proponorse metas conjuntas, porque sus miembros no pueden esperar que los demás actúen según la norma común, con lo cual resulta irracional someterse a la norma. Por el contrario, en aquellas sociedades en las que habitualmente se cumplen las normas es razonable someterse a ellas.
Y en este punto quisiera recordar que las normas componen el esqueleto de una sociedad. Que a pesar de que la expresión “norma” tenga resonancias desagradables para amplios sectores de la población, lo bien cierto es que las normas son únicamente las expectativas recíprocas de acción generalizadas. Sin tales expectativas, no existe sociedad.
Una norma importante en este orden de cosas es la de que se debe renunciar al autointerés y actuar en interés de la colectividad. Una norma así, reforazada por el apoyo social, el status, el honor y otras recompensas, es el capital social que construye las naciones jóvenes, fortalece las familias, facilita el desarrollo de movimientos sociales, pero todo ello cuando están naciendo; después se disipa.
En algunos casos las normas están internalizadas; en otros, apoyadas en recompensas externas para las acciones desinteresadas y en actos de desaprobación para las egoístas. En ambos casos son importantes para superar los problemas respecto de los bienes públicos. Precisamente porque los bienes públicos son aquellos de los que puede disfrutar un amplio número de personas, aunque no todas contribuyan a producirlos.
En efecto, las inversiones en capital financiero y humano benefician a quienes la realizan, sin embargo, el tipo de estructuras sociales que hacen posibles las normas sociales y las sanciones que las refuerzan benefician a todos los que forman parte de la estructura. Como los beneficios afectan a personas distintas del agente (no como en el capital privado), a menudo a estas personas no le interesa crearlo, si es que nuestro método explicativo de la acción humana es el individualismo metodóligo. Así las cosas, tres respuestas se han ofertado ante la pregunta por la formación del capital social: 1) La mayor parte de formas de capital social se crea y destruye como productos secundarios de otras actividades. Esta es la respuesta, entre otros, de Coleman. 2) Las instituciones crean estructuras que ahorran costes de transacción, porque un agente externo (puede ser el Estado) coacciona mediante sanciones. 3) La teoría de juegos en sus distintas versiones muestra las ventajas de cooperar y los inconvenientes de no hacerlo.
Sin embargo, cabe una cuarta respuesta y es la de que en ocasiones en la producción de bienes públicos puede haber un momento de altruismo intencionado, una inversión dirigida a crear una riqueza de la que se beneficiarán otros, incluidos los polizones.
En este punto quisiera recordar cómo Amartya Sen llega a afirmar que quienes llevan adelante una empresa que funciona éticamente están produciendo también un bien público, aunque la empresa sea privada, porque entablar relaciones justas, generar confianza, fomentar la credibilidad en las relaciones mutuas es invertir en un capital social que beneficia al conjunto de la sociedad, y no sólo a la empresa que lo crea.
A mi juicio, recordar a las empresas que deben asumir las responsabilidad corporativa por sus actuaciones incluye la responsabilidad por la generación de capital social.
Sin embargo, como hemos comentado el capital social tiene sus luces y sus sombras. Las normas efectivas, que pueden constituir una forma de capital social que facilita ciertas acciones, pueden evitar otras acciones, crear una inercia social, renuente a cualquier forma de innovación, aunque ésta a fin de cuentas acabaría beneficiando al conjunto de la población y pueden llevar también a consagrar unos tipos de conducta como “normales” y los restantes como “desviados”.
De ahí que convenga analizar con despacio aquellas estructuras sociales que por una parte facilitan el capital social y por otra pueden acabar asfixiando la autonomía de las personas y la creatividad.
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Adela Cortina
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