martes, 7 de septiembre de 2010

sobre la mujer y la vida sexuada





el género sexuado

Las estrategias de la no-mezcla son indispensables para estas cuestiones aunque un mundo no puede dividirse entre hombres y mujeres sin lugares de encuentro.

Las mujeres deben aplicarse a cambiar el contenido del discurso en funcií³n de las formas y las leyes de la lengua.

El discurso de las mujeres designa a los hombres como sujetos.
Las mujeres establecen relaciones con el entorno real, pero no lo subjetivizan como suyo.

En efecto, las connotaciones de su discurso se expresan sobre todo en los adjetivos, por ejemplo, y no en el predicado actualmente producido.

En este sentido cabe interpretar también otros indicios: las elisiones de yo y de ella, todas las estrategias de anulacií³n del femenino como sujeto del discurso, el problema de la transformacií³n negativa, etc.

Estoy de acuerdo con tu matizacií³n, el sexo no es lo mismo que el género. El género es más amplio, obedece a la diferencia en la vida sexuada y no exclusivamente reducida al sexo como reproduccií³n, tal como nos dice Antí­gona.

Pero es conveniente que las mujeres sean más capaces de situarse a sí­ mismas como un yo, yo-ella(s), de representarse como sujetos y de hablar con otras mujeres.

Esto requiere una evolucií³n subjetiva y un cambio en las reglas de la lengua.

El sexo es una importante dimensií³n cultural, el hombre ha querido dar su género al universo, como dio su nombre a sus hijos, a su mujer o a sus bienes. El peso de esta condicií³n en las relaciones entre los sexos en el mundo, en las cosas, en los objetos, es inmenso.

No estoy por tanto de acuerdo contigo cuando quitas importancia a la subjetivizacií³n del género femenino, serí a un retroceso o una regresií³n cultural no entender por qué ha sido necesario llegar hasta aquí .

Aparte de los bienes en sentido estricto que el hombre se atribuye, ha dado su género a Dios y al sol, pero también enmascarado en el género neutro, a las leyes del cosmos y al orden social o individual.

Y no estoy de acuerdo en decir que el género neutro no tiene importancia en el lenguaje, sobre todo el lenguaje designado por el género masculino.

El discurso y la lengua pueden utilizarse deliberadamente para obtener una mayor madurez cultural, una mayor justicia social.

En no considerar la importancia de esta faceta de la cultura reside precisamente lo que da tanto poder al imperio de la técnica como algo neutro, a las regresiones sectarias, a la desintegracií³n social y cultural que experimentamos, a los diversos imperialismos monocráticos, etc.



en el discurso de los hombres



En el discurso de los hombres el mundo suele designarse como un conjunto de inanimados abstractos integrados en el universo del sujeto. La realidad aparece como un hecho ya cultural vinculado a la historia colectiva e individual del sujeto masculino.

Nunca deja de ser una naturaleza secundaria, arrancada de sus raíces corporales, de su entorno cósmico, de su relación con la vida. Esta relación sólo expresa denegación, y permanece en un perpetuo paso al acto inculto.

Sus modalidades cambian, la inmediatez ciega del acto permanece. Las relaciones del sujeto masculino con su cuerpo, con quien se lo ha dado, con la naturaleza, con el cuerpo de los otros, incluidas sus parejas sexuales, permanecen sin cultivar. Mientras tanto, las realidades que expresa su discurso son artificiales, hasta tal punto mediatizadas por un sujeto y una cultura que no pueden ser compartidas, lo que, sin embargo, constituye la finalidad de la lengua.

Más aún estas realidades están lejos de la vida que se convierten en algo mortífero, como ya diagnosticó Freud al hablar del privilegio cultural de la pulsión de muerte.

El mundo evoluciona. En nuestros días, su evolución parece entrañar un riesgo para la vida y la creación de valores. De estos últimos subsisten a menudo los sometidos al reino del dinero.

El peligro de los medios de comunicación desarrollados por las sociedades de responsabilidad exclusivamente masculina es que pueden impedir que emerjan otros medios de comunicación más vinculados a la vida, a sus propiedades concretas, o destruirlos si ya existen.

La dimensión sexuada es una de las más indispensables y no sólo para la reproducción, sino para la cultura y la conservación de la vida. Se trata, entonces, de saber si nuestras civilizaciones están aún dispuestas a considerar el sexo como una patología, una tara, un residuo de animalidad, o si por fin han llegado a ser lo suficientemente adultas como para concederle su estatuto cultural humano.

Semejante cambio pasa por la evolución de los aspectos sexuados de la lengua y de todos los medios de intercambio.


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Eres una cobarde. Hablas y escribes de esto o de lo otro; pero no de lo que tendrías que hablar y que escribir...

?No digas que fue un sueño...? Porque en serio y por última vez: ¿cuál es el sentido de la vida? Ninguno, ninguno, ninguno, tía cargante. Y aunque tuviese alguno no lo dominaríamos.

Cuánta importancia queremos dar a la verdad y qué fácil es engañar o ser engañados: hay estrellas que se apagaron hace millones de años y aún las vemos.



El sexo



Hoy día nuestras cosas son cosas de mujeres, lo que le interesa al hombre son las mujeres más que nuestras cosas.

El sexo del hombre está claro, visible, agente y ostentoso. Y su función también: su deseo y su oficio es penetrar. El sexo nuestro es pequeño, oculto y sobre todo doble: clítoris y vagina, actividad y pasividad, placer localizado y una especie de sexualidad total.

En ese caso yo habría elegido ser lo que soy, mujer y autosexual.

Lo peor es que ellos nos llevan ventaja en casi todo lo que es el sexo, es de eso de lo que yo estoy hasta el coño. El hombre crea y folla cuando se inspira, cuando está poseído. ¿Se necesita estar inspirada para eso?

Yo soy mucho menos complicada, y más dócil, prefiero ser utilizada si es que me gusta la persona que me utiliza. Egoísta por pasiva y por activa.

Pero hay algo mejor utilizar el hombre a nuestro modo, como un consolador, cuando creamos que es mas conveniente.

No deja de ser un reto aceptable, aunque no sé si da resultado, como consolador el hombre es un poco rebelde suele tener mas fuerza que nosotras. El secreto está en saber utilizar esa fuerza en nuestro beneficio. Haciéndole creer que es en el suyo por descontado.

Se necesita haber sido poseída, bien o mal . Tendríamos que llegar a la autoposesión, recuperar para nosotras ese pequeño y escondido espacio que el hombre avasalla, ese espacio interior. Tendríamos que conseguir encontrar en nuestro propio cuerpo la inspiración y el placer, al mismo tiempo. A mí no me ha resultado tan difícil, por eso os dije que yo era autosexual.
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Las mujeres eran más maduras, quizá más dominantes... Lo que hoy llamamos femenino era para ellas un defecto, ha habido tiempos en que los dos sexos eran a la vez pacíficos y femeninos pero también destructivos y masculinos. No creo que nosotras hayamos nacido en el mejor momento, ni en el más natural.

Quizá porque hoy nuestros problemas son individuales, porque cada uno o cada una es un caso singular que cada uno o cada una tiene que resolver.

Hasta hubo una época en que los hombres eran sensibles y delicados como mujeres, primorosos y desconfiados entre ellos; engalanados y presumidos, con largas melenas rizadas muy dados a conversar junto al fuego en invierno y a reír de cualquier cosa.

Herodoto visitó Egipto y cuenta de los habitantes del Nilo que eran las mujeres las que compraban y vendían en el mercado mientras que los hombres tejían en casas. Las mujeres transportaban las cargas sobre los hombros; los hombres en la cabeza. Ellas orinaban de pie; ellos sentados o en cuclillas.

Quiero decir entonces que hoy hemos inventado el psicoanálisis. O quizá algo peor. Nos hemos enfrentado unos y otras. -Qué redicha eres, hija mía-.


Porque el amor engaña siempre. Engaña, sobre todo, cuando dice la verdad. Quizá nace tan sólo con el fin de engañar... El sexo en cambio es elemental sencillo y evidente: él no sabe mentir... Salvo cuando las mujeres por dinero y también quizá por amor fingimos los orgasmos.

O quizá es que el amor nace sólo para engañar si se pronuncia. El sexo, por el contrario, aparte de hablar poco, es natural, evidente, básico y obvio, él no sabe mentir, se nota cuando miente, se acepte o no la trápala.

Ellos los infelices que confunden la erección con la pasión y la eyaculación con la salvación del alma...


Sin embargo, esto no me agrada, preferiría que me pretendieran ellos pero no cualquiera, sólo el que yo quisiera.

La guerra de los sexos es más una paz armada.



Muy bonito y profundo lo de la guerra de sexos.



Después de pensarlo bien, he llegado a la conclusión de que no hay guerra de los sexos. Y si la hay no es el amor el campo de batalla.

un besito”.

El gran motor del mundo es, sin necesidad de hacerlo productivo ademas de gozoso, el sexo por sí mismo. Sólo su olor atrae a algunas mariposas hembras a kilómetros y kilómetros de distancia. Intuyen a los machos y los excitan contagiándoles las mismas feromonas que nosotros.
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Suena a competición, a revancha, incluso.



En un increíble gesto de desconfianza hacia ellas se han hecho sospechosas de negarse a preservar la vida el día que adquieran el derecho a ser ellas mismas. Las mujeres no suelen ser mas que los rehenes de la reproducción de la especie. Su derecho a la vida exige que puedan disponer legalmente de sus cuerpos y de su subjetividad.





Se trataría de encontrar una fórmula jurídica para definir la vida de las mujeres como ciudadanas.





Porque, de otra forma, ¿quiénes somos nosotras? ¿Qué valen las palabras ante tales distorsiones de la realidad? Se afirma que las mujeres han alcanzado a los hombres en el disfrute de los derechos civiles. ¿Quién piensa en el hecho de que no posean identidad en la vida pública? Su identidad está definida únicamente en relación con la familia. Es imprescindible volver a pensar en ella como en la identidad de una mitad del género femenino. El género humano, en efecto, no es sólo reproductor de la especie.





Está compuesto por dos géneros creadores, de los cuales, uno es, además, procreador en sí mismo, dentro de su propio cuerpo.



Y esto no le quita el derecho a la libertad, a la identidad y al espíritu.





Antes de (re)producir, de nuevo y como siempre, sin saber hacia dónde se dirige, el género humano debería pensar en sus dos polos de identidad e integrar en la cultura la riqueza de sus bienes relacionados con la vida.





La vida vale mucho más que todos los objetos, propiedades y riquezas.





Y le queda aún hacer oír que la vida es sexuada, que la neutralización de los géneros es un riesgo de muerte individual y colectiva. Y para que se afirme como progreso histórico es necesario elaborar una cultura de lo sexual que aún no existe respecto a los dos géneros.





Es de pura y simple justicia social reequilibrar el poder de un sexo o género sobre el otro concediendo, o volviendo a conceder derechos objetivos y subjetivos a las mujeres; derechos adaptados a sus cuerpos sexuados.





La justicia en el derecho a la vida no se puede ejercer sin una cultura capaz de considerar que el género humano está compuesto de hombres y mujeres, y sin que se recojan por escrito los derechos y deberes civiles correspondientes a sus respectivas identidades. Desde este punto de vista nos encontramos aún en la infancia de la Historia. ¡Afortunadamente!





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Es un signo de imperialismo de la razón el que va unido al poder incondicional del dinero.





Parece que la cordura consiste en pronunciarse a favor de un desarrollo casi ciego de los instrumentos de provecho. Y poco importa que no quede nadie para disfrutar de ello; lo esencial es probar que la intención fue sacar ese provecho.





Así se puede llegar a concebir que la preservación de vidas humanas no es gran cosa ante una guerra económica cuando se imagina que de la victoria puede depender la expansión de diversas tecnologías.





El culto a los avances médicos o biológicos no quieren reconocer los peligros cotidianos de nuestra cultura.



Lo que demuestra la carencia de derechos civiles capaces de proteger el derecho a la vida en nuestra época.





La urgencia particularmente es evidente en lo referente al derecho a la vida.



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Sólo muy recientemente se ha producido el divorcio entre la filosofía y las ciencias en la historia de la cultura como consecuencia de la mayor complejidad de los métodos, que los hacen inaccesibles al pensamiento de los individuos.



Las tendencias hipertécnicas de las ciencias actuales llevan a crear fórmulas cada vez más complejas que corresponden según se cree a una verdad cada vez más verdadera. Por esa razón esta verdad escapa a la reflexión de la sabiduría incluída la de los propios científicos.



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Ya sé que algunos afirman que hemos llegado al momento de lo universal-válido-para-todo-el-mundo. Pero ¿qué universal? Qué nuevo imperialismo esconde? ¿Quién va a pagar el precio correspondiente? No existe ningún universal válido para todos y todas fuera de la economía natural. Cualquier otro universal no es más que una construcción parcial, y por eso mismo, autoritaria e injusta. El primer universal que se debería hacer realidad es una legislación válida para los dos sexos como elemento básico de la cultura humana. Pero nosotros estamos vivos(as), es decir, sexuados(as), y nuestra identidad no puede constituirse sin un marco, horizontal y vertical, respetuoso de tal diferencia.





A falta de un orden de este tipo, abundan en nuestros días quienes buscan el espacio de su identidad más allá de lo humano. El hombre se define con relación a su casa o a la de su vecino, a su automóvil o a cualquier otro medio de locomoción, a la cantidad de kilómetros que es capaz de recorrer, al número de partidos jugados, a sus animales preferidos, a sus dioses únicos, en cuyo nombre mata a otros y desprecia a las mujeres, etc. El hombre no se cuida de hacer evolucionar la calidad del hombre: “No es el momento”, “Está pasado de moda”, “¡Qué arcaísmo!”.



Todas esas reacciones descuidadas y pasivamente emitidas por ciudadanos irresponsables me parecen el resultado de una falta de derechos y deberes adaptados a las personas civiles reales. Los autoritarismos, violencias y penurias que resultan de ello son incontables.





Y las leyes que necesitaríamos aquí, en este momento, las que nos conciernen, se aplazan siempre, como si el mundo hubiera tomado partido por el desorden, como si, en este casi total naufragio de nuestras civilizaciones, se tratara únicamente de encontrar una solución para salvar la identidad del hombre sin prestar atención a la civilización que las mujeres llevan en sí mismas.





Todo vale para afrontar su verdad. Los hombres están volviendo incluso a los estadios más arcaicos de su cultura, imponiendo públicamente sus animales más o menos domésticos como su último totem. En lugar de buscar su evolución cultural, el mundo retrocede sobre unas bases de definición humana mínimas: no más religión adaptada a la época, no más lengua perfectamente controlada como medio de intercambios sociales o como instrumento de adquisición o de creación de conocimientos, una legislación insuficiente, sobre todo en lo que respecta a la protección de la vida, para regular los conflictos privados, religiosos, nacionales e internacionales.





Así pues no más dios(es), no más lengua, no más paisaje cultural familiar...





Entonces ¿sobre qué se va a fundar un grupo social?





A falta de tales estructuras sociales, de una jurisdicción equitativa de derechos económicos y sociales para los dos sexos, hombres y mujeres se pierden en una inflación de reivindicaciones, dentro o fuera de la legalidad, de forma que los derechos individuales de cada uno(a) siguen desprotegidos y el desorden mundial es cada vez mayor.





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Para lograr que hoy se respeten estos derechos que me parecen característicos de la subjetividad femenina, necesitamos que los recoja la ley escrita.





De otra manera, ésta continuaría ejerciéndose en detrimento de las jóvenes, alienadas por la genealogía de su nacimiento. Más aún es conveniente que las mujeres creen un orden social en el que puedan desplegar su subjetividad a través de sus símbolos, sus imágenes, sus realidades y sus sueños, esto es, a través de medios objetivos de intercambios subjetivos.





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Así definir los derechos elementales que afectan a la vida de todos(as), asegurar la salvaguarda de la Naturaleza, porque es el espacio que permite a todos(as) vivir y alimentarse de su trabajo sin mediaciones especulativas y alienantes.





Sería importante reducir los derechos de los grupos y de las sociedades gobernadas por una o varias personas; la propia democracia no existe todavía en el sentido en que se la invoca, y sus principios necesitan una revisión, especialmente a la luz de la época y de la forma en que fue definida y realizada exclusivamente por hombres.





Volver a definir y a valorar un derecho fiable en lo que respecta a la vivienda, a la propiedad privada misma.





Reducir el poder del dinero, en particular de la plusvalía relacionada con los caprichos de los ricos o de los menos ricos (así los agentes inmobiliarios han llegado a especular con el desamparo humano, haciéndonos creer que una superfice pequeña puede costar más cara por la demanda de los compradores que desean reidificarse cuando en realidad no es así , y volver a los intercambios válidos desde el punto de vista del precio de los productos y de la elección de los medios de producción (lo que significa producir sirviéndose de medios más naturales, sin aceleramiento ni sobreproducción en todo lo concerniente a la tierra, el sol, el aire, los océanos y también los cuerpos humanos).





Sería necesario plantearse los orígenes del derecho vigente en la actualidad relacionándolo muy especialmente con aquellos tiempos en que las mujeres fueron realmente personas civiles; tiempos abusivamente calificados de prehistóricos.





Esto nos llevará a preguntarnos qué es lo que debemos modificar en la legislación actual y a cuestionarnos conceptos como civil o religioso, en tanto, que asimilables o diferenciados y garantes de la libertad de elección.





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Algunas mujeres han teorizado su sentimiento de extrañeza ante el derecho, su falta de interés por este tipo de asuntos. Pero esta postura me parece el resultado de un mal análisis de la situación por la que está pasando el reconocimiento de la identidad femenina.





Aunque puedo comprender que las mujeres -mantenidas por los ciudadanos-hombres (que, en general, utilizan el derecho de forma ajena a los intereses femeninos) y no ciudadanos de pleno derecho-olviden esta dimensión esencial de la organización social. Lo comprendo tanto mejor cuanto que en los tiempos en que existía el derecho femenino éste no se registraba por escrito y se ejercía libre del peso de las instituciones que han proliferado en los regímenes patriarcales. Sin embargo, tal derecho femenino existió.





La época en que las mujeres administraban el orden social no era caótica como se ha querido afirmar. El derecho femenino existió.





No hablo por ello de un derecho sexuado o un derecho en el que se recoja el género femenino, se trata de una idea muy distinta al concepto tradicional de “igualdad”, sino de una idea de la ley que tiene en cuenta el hecho de que las mujeres no son iguales a los hombres, no es ya la cuestión de “leyes iguales para todos”.



Luchar por la igualdad de derechos lo sería con el fin de demostrar diferencias.





Porque hombres y mujeres no son iguales y la estrategia de la igualdad cuando existe debería suponer siempre el reconocimiento de diferencias.





¿Por qué es insuficiente la estrategia de la igualdad? Para empezar porque el actual orden social, comprendido el que define las profesiones, no es neutro desde el punto de vista de la diferencia entre los sexos.





Las condiciones de trabajo, las técnicas de producción no han sido inventadas ni adaptadas para la igualdad desde la perspectiva de la diferencia sexual.





Los objetivos del trabajo, sus modalidades no están definidas igualmente por ni para hombres y mujeres.



Así la igualdad se plantea en el mejor de los casos en la cuestión del salario. Claro que el derecho igual para un trabajo igual es legítimo, y legítimo es también que las mujeres puedan salir de casa y adquirir su autonomía económica. Algunos(as) piensan que esto es ya suficiente para su identidad humana. Personalmente digo que no lo es.





Las nuevas condiciones económicas nos llaman a replantearnos toda la organización social; de otro modo para adquirir una libertad mínima, las mujeres deberán someterse a los imperativos de una cultura que no es la suya.





Es decir, tendrían que colaborar en la construcción de armas de guerra o de instrumentos contaminantes, adaptarse a los ritmos de trabajo de los hombres; más aún, tendrían que plegarse y contribuir al desarrollo de lenguajes artificiales que nada tienen que ver con su lenguaje natural, despersonalizarse más y más cada vez, etc.





Esto no es igualdad de derechos.





En efecto para tener la oportunidad de vivir en libertad, las mujeres se ven constreñidas a someterse a los medios de producción de los hombres y acrecentar el capital o patrimonio socio-cultural de éstos. A duras penas acaban entrando en los circuitos de trabajo, a costa, eso sí, de alienar su identidad femenina.





Las voces que incitan a las mujeres a volver a casa tienen la posibilidad de encontrar un eco no forzosamente entre los más reaccionarios, como se afirma con demasiada facilidad, sino también entre las mujeres que tienen el proyecto de convertirse en mujeres.





Quiere decir esto que prácticamente no existe todavía un tipo de trabajo que permita a una mujer ganarse la vida como cualquier ciudadano sin alienar su identidad en unos objetivos y en unas condiciones de trabajo hechos a la medida del hombre.





La no consideración de este problema entraña muchas confusiones y disensiones entre las personas que colaboran en la liberación de las mujeres.





Se pierde mucho tiempo en errores, hay muchos malentendidos que se sostienen con cinismo o inconsciencia por parte de los micro o macro poderes establecidos.





Las propias mujeres se encuentran atenazadas entre el mínimo de derechos sociales que pueden obtener: salir de casa, adquirir autonomía económica, tener una cierta visibilidad social, etc., y el precio psicológico o físico que pagan y hacen pagar a otras mujeres, es decir, ese mínimo; lo sepan o no claramente.





Todas estas confusiones podrían resolverse reconociendo que existen derechos diferentes para cada sexo y que la equivalencia del estatuto social no puede establecerse más que mediante la codificación de estos derechos por los representantes de la sociedad civil. Por tanto, esta operación debe considerarse prioritaria. El derecho a la dignidad humana, a la identidad humana, la legalidad civil y penal, el derecho a la maternidad, los deberes mutuos entre madres e hijos, las mujeres tendrán una representación igual a la de los hombres en todos los lugares de decisión civil o religiosa, puesto que la religión es también un poder civil. Y los sistemas de intercambio por ejemplo lingüísticos deben reformarse para segurar el derecho a un intercambio equivalente entre hombres y mujeres.





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La Arcadia:


Se trataba de un pueblo rural y humilde, por lo cual a la hora de honrar la fertilidad no podían hacerlo con un toro, como el resto de las culturas herederas de los ritos micénicos, así que optaron por adorar al macho cabrío.





Con el tiempo, esta figura se asimiló a la del dios Pan, representado como un macho cabrío, cuyo nombre procede de Paon, que significa "el que da de comer" o "pastor".





Los ritos de fertilidad del dios Pan fueron adoptados por Atenas después de la guerra persa por las llamadas Bacantes.







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Hay cosas que no son judicializables, hay cosas que pertenecen a la esfera de la ética y sólo se pueden solucionar desde aquí y en este caso es donde tenemos que ser moralmente adultos y aceptar con toda su implicación que los dos somos culpables.



Y si nos hacemos daño lo mejor es que nos separemos.





Esto es lo que se llama: disentir en ética


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