las premisas cuasi-axiomáticas de la argumentación analítica estándard, la negación cientificista
De estas observaciones acerca del “racionalismo crítico” de Popper, volvemos a nuestro planteamiento general: ¿Puede ponerse en tela de juicio la negación cientificista-logicista de la posibilidad de una fundamentación última de las normas éticas (tal como se expresa en las premisas cuasi-axiomáticas de la argumentación analítica estándard que aquí han sido expuestas)? ¿Existe una posibilidad de demostrar que no es posible sostener una o varias de a tres premisas presentadas?
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Me parece que las tres siguientes premisas pueden ser identificadas como presupuestos cuasi-axiomáticos reciprócamente independientes desde el punto de vista lógico, de la meta-ética (lingüístico-) analítica y, con ello, de la elaboración de la situación de la argumentación en el campo de la ética que actualmente tiene más significación en Occidente:
Exclusivamente a partir de hechos (a partir de proposiciones descriptivas sobre lo que es) no es posible derivar ninguna norma (ninguna proposición prescriptiva sobre lo que debe ser). Todo intento de ignorar esta intelección que se remonta a D. Hume conduce a una “naturalistic fallacy” (una falacia naturalista).
Objetiva, es decir, intersubjetivamente válidas pueden sólo ser:a) Constataciones empíricas, valorativamente neutras de la ciencia, que pueden ser formuladas en juicios fácticos examinables y discutibles (de la forma “Es el caso que...”);b) inferencias lógicas (por ejemplo, aquellas a través de las cuales se posibilita una transferencia de verdad de juicios fácticos elementales a juicios normativos -”deónticos”- a juicios normativos más complejos).
La fundamentación fiosófica de la validez tiene que ser (ella misma) equiparada a la deducción lógica de proposiciones a partir de proposiciones (tal como puede ser reflejada y controlada en un lenguaje formalizado, es decir, en un cálculo proposicional semánticamente interpretado).~
Con respecto a la primera premisa -el principio de Hume y la crítica de G.E. Moore a la “naturalistic fallacy”- creo que esta posibilidad no es digna de ser tomada en cuenta.
(Al respecto mi polémica con J. R. Searle en “Sprechkttheorie und Begründung ethischer Normen”).
Más arriba he tratado de mostrar que una re-interpretación dialéctica del hiatus lógico entre ser y deber ser no eliminaría su importancia práctica: Quien tenga que actuar y pregunte “¿Qué debo hacer?” o “¿De acuerdo con cuáles criterios debo orientar mis decisiones?” no puede inferir una orientación suficiente para la determinación autónoma de su voluntad ni a partir del ser en el sentido humeano de los hechos existentes, ni a partir de una concepción especulativa de la automediación dialéctica total del ser para el ser en y por sí, ni tampoco a partir de una objetivación dialéctico-científica del progreso necesario de la historia. Además, hay que observar que la reinterpretación dialéctica del hiatus entre el ser y el deber ser no conduce a una negación de la tesis de la no derivabilidad lógico-formal de las normas a partir de los hechos, sino que más bien se apoya en una concepción básicamente distinta de la relación ontológica entre el ser y el deber ser, que incluye una reinterpretación del sentido conceptual que ambos relata.
Supongo que una concepción adecuada -es decir, no especulativa-anticipativa y tampoco cientificista-objetivista de la mediación dialéctica de teoría de la historia y continuación de la historia a través de la praxis subjetiva no es otra cosa que una concepción-marco heurísticamente valiosa para la detallada constatación y vinculación de las normas con condiciones situacionales empíricas de su aplicabilidad bajo el presupuesto de la norma básica, es decir, de la estrategia básica de una ética de la responsabilidad.
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(Hasta el propio Thomas Hobbes, quien quería referir la validez de las normas jurídicas en última instancia a la libre decisión y a la en ella expresada “recta ratio” estratégica de quienes por razones prudenciales celebraban el contrato social, se vio obligado a recurrir a las “leyes naturales” (“natural laws”) en el sentido de que hay que cumplir las promesas y los contratos (Leviathan, 15). Cuán poco estas condiciones normativas de la posibilidad de convenciones y acuerdos válidos pueden ellas mismas ser referidas a convenciones o decisiones en el sentido de a “recta ratio” estratégica puede verse claramente si se piensa que la pura consideración prudencial puede sugerir en cualquier momento la conveniencia de dispensarse, al menos transitoriamente, del cumpliiento de los tratados firmados o de las promesas dadas, no obstante su aceptación por razones de principio. Por lo tanto, el que esto no deba ser constituye una norma -al igual que la prohibición de firmar un contrato como un acuerdo de las partes a costa de los afectados- que remite a una dimensión de la necesaria fundamentación de las normas, que no ha sido reflexionada por el convencionalismo liberal.)
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¿Qué pasa con la sostenibilidad de la segunda de las premisas que hemos presentado, de la equiparación restrictiva de validez intersubjetiva con la objetividad valorativamente neutra de a constatación científica de hechos y de inferencias lógicas?
En contra de esta premisa estándard del positivismo-cientificista, se puede argumentar, dentro de determinados límites, en una alianza estratégica con el “racionalismo crítico” de Popper. Este sentido, habría por lo pronto que limitar el discurso de la validez intersubjetiva de la constatación científica de hechos, en el sentido del falibilismo, es decir, que se refiere a una posibilidad que nunca puede realizarse definitivamente y en la que uno tiene que creer como científico. En la medida en que la fe que aquí se exige incluya, según Popper -como ya también según C. S. Peirce-, un compormiso ético-normativo, puede sostenerse -siempre en concordancia objetiva con la posición de Popper- que la posibilidad de una objetividad científica valorativamente neutra no excluye la validez intersubjetiva de las normas éticas -como se supone en el positivismo cientificista- sino que más bien la prespupone.
Esta constatación tiene ya consecuencias que, por lo menos hasta ahora, no han sido explicitamente aceptadas por los popperianos: por ejemplo, que la suposición de la posibilidad de validez intersubjetiva de una ciencia valorativamente neutra (es decir, la ciencia natural y la ciencia social cuasi-nomológica practicada de acuerdo con el modelo de aquella) ya presupone que se considera posible una reconstrucción normativamente comprometida del porgreso interno de la ciencia; pero esto significa: “ciencia del espíritu” histórico-hermenéutica, no neutra al valor. En realidad, no tiene sentido propiciar la neutralidad valorativa de la ciencia empírica en nombre del ideal de objetividad sin presuponer que la objetividad debe alcanzarse a través del proceso del conocimiento científico, de donde resulta a su vez, por lo menos con respecto al proceso de progreso interno de la ciencia, la posibilidad y la tarea de una ciencia de la historia no empírica-explicativa (es decir, que explique hechos a partir de leyes o regularidades) sino empírica y normativamente reconstructiva (es decir, comprendiendo a posteriori buenas y malas razones y en esta medida “hermenéutica”).
(Este argumento en contra del concepto cientificista de una ciencia unitaria orientada nomológicamente y valorativamente neutra puede ser esgrimido ya ocntra Max Weber, en la actualidad -no obstante toda la resistencia sicológicamente comprensible en contra del abandono expreso del durante tanto tiempo defendido concepto de la unidad metodológica- ello debería ser reconocido por los popperianos en su propio interés por ejemplo en la polémica con la primariamente externalista-relativista teoría de la ciencia de Thomas Kuhn).
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Karl-Otto Apel, Estudios éticos, ibid, Págs. 127-137
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El bloqueo cientificista de la ética normativa puede en verdad ser quebrado
Naturalmente, los argumentos presentados hasta ahora en contra del positivismo-cientificista concuerdan con las consecuencias de la posición popperiana sólo en la medida en que el presupuesto de una ética normativa por parte de una ciencia valorativamente neutra (como condición de la posibilidad de su pretensión de validez intersubjetiva) que aquí hemos sostenido, fuera interpretado por Popper como primado de una decisión última ética pre-racional frente a todas las posibles pretensiones de fundamentación última de la validez intersubjetiva de pretensiones teóricas de la razón.
Por lo tanto, el resumen del cuestionamiento de la segunda premisa se presenta ante todo de la siguiente manera: El bloqueo cientificista de la ética normativa puede en verdad ser quebrado (hasta en alianza con el “racionalismo crítico” de Popper); pues puede demostrarse que, conjuntamente con el cuestionamiento de la validez de las normas éticas, se derrumba también el cientificismo qua absolutización de la objetividad valorativamente neutra; pero este resultado no permite todavía salir del sistema de complementariedad ideológico sino que, según parece, conduce nuevamente sólo al cambio del cintificismo en el decisionismo existencialista: La validez de la ciencia y de la ética depende -así parece ahora- en última instancia de nuestra decisión de voluntad pre-racional.
Efectivamente, la argumentación precedente sólo consigue conferir obligatoriedad a la siguiente conclusión: Si queremos ciencia -más exactamente: si queremos ciencia -más exactamente: si queremos considerar como posible la validez intersubjetiva de los resultados científicos, que ha de obtenerse in the long run- entonces consecuentemente tenemos que considerar posible, al mismo tiempo, la validez intersubjetiva de una ética que ya está presupuesta en la comunidad de los científicos.
Pero entonces queda por responder la pregunta de si y, en caso afirmativo, en virtud de qué razones debemos querer la ciencia, es decir, considerar posible su posible validez intersubjetiva y la de la ética presupuesta. Si no se da respuesta a esta pregunta, entonces automáticamente todas las normas dela ética ya presupuestas por la ciencia se transforman en “imperativos hipotéticos” en el sentido de Kant; de esta manera se concede que todavía no se ha logrado ninguna fundamentación última de las normas éticas. Se puede intentar ahora fundamentar racionalmente el comprometimiento ético por la ciencia como exigencia de la razón práctica en el sentido de una ética de la responsabilidad. Pero, aun cuando esto se lograra, se plantearía por último la pregunta radical de saber por qué se debe ser racional y responsable. Y, según Popper, esta última pregunta puede ser respondida sólo a través de un “act of faith”, es decir, de una decisión pre-racional y justamente en esta medida, moral.
Si planteamos ahora la cuestión de por qué desde el comienzo ha de estar condenada al fracaso también la fundamentación racional de la opción por la razón crítica, entonces la respuesta -no sólo de los popperianos sino de todos los filósofos que se orientan por el paradigma de la semántica lógica- reza de la siguiente manera: Una fundamentación racional de la opción por la “ratio” no es posible porque manifiestamente una tal fundamentación tendría ya que presuponer lo que hay que fudamentar, es decir, la “ratio”, o sea, sería un razonamiento circular, una petitio principii.
En este lugar se ve claramente que el intento de una fundamentación última de la ética depende para su éxito del cuestionamiento de la tercera premisa de la actual argumentación estándard: la equiparación restrictiva de fundamentación filosófica con la deducción lógica de proposiciones, tal como puede ser reflejada y controlada en el cálculo de enunciados semánticamente interpretado. Pues, en mi opinión, no es difícil comprender que si a través de esta tercera preisa está adecuadamente explicitado el concepto de fundamentación última filosófica, no existe entonces ninguna posibilidad de fundamentación última sino sólo el “trilema de Münchhausen” de a fundamentación última, tal como lo formulara Albert.
Pero, ¿cómo ha de ser concebible un concepto de fundamentación última filosófica que no sea idéntico con el de la deducción lógica? ¿No conduce esta concepción desde el primer momento a la exigencia exagerada de no respetar los criterios de la lógica y con ello también la “ratio” y, de esa manera, a poner en lugar del decisionismo abiertamente confesado un oculto irracionalismo, es decir, un “oscurantismo”? Me parece que estas objeciones serían sostenibles si desde el primer momento fuera claro que una argumentación de fundamentación última que no sea idéntica con la deducción lógica en el sentido indicado, tiene que no respetar los criterios de la lógica formal y entrar en conflicto con ella. Sin embargo, creo que éste no tiene por qué ser el caso.
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Karl-Otto Apel, Estudios éticos, ibid, Pág. 138-140
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