lunes, 13 de septiembre de 2010

nuestros miedos y el dolor, las emociones negativas

Nuestros miedos no sólo suelen girar en torno a una necesidad exacerbada de seguridad, sino también al rechazo al dolor. Éste, sin embargo, puede cumplir una función muy útil, pues incita, cuando no lo reprimimos, a la introspección. El dolor, cuando dispara el mecanismo de la introspección, nos indica que estamos en un lugar equivocado y nos ayuda a profundizar, a rectificar o a aprender.
No podemos evitar los reveses y las contrariedades de la vida, sólo podemos reaccionar ante ellos: aferrándonos al pasado y evitando lo desconocido, o desde el autocontrol y la fortaleza. Lo segundo no es cómodo: exige soltar los lastres del apego a la seguridad, al placer y a la ilusión junto de permanencia. En etapas sin sobresaltos el ego -el conjunto de imágenes que tenemos acerca de nosotros mismos y de lo que creemos que deberíamos ser -actúa como una estructura rígida que garantia ciertos resultados si la vida transcurre de determinada forma. Esto resulta muy tranquilizador para casi todo el mundo
Cuando las circunstancias cambian, la incertidumbre, el miedo al ridículo o al dolor exacerban las defensas del ego, que se resiste a rectificar o a dejarse llevar por los acontecimientos. Frente a la pérdida de control del mundo externo el ego puede llegar a avasallarnos con sus miedos. El ego quiere controlar porque así es como se siente seguro. El cambio, a pesar de su potencial liberador, se convierte en uno de los miedos más frecuentes de la vida adulta. El cambio genera incertidumbre y nos resulta difícil enfrentarnos a la vida sin la red de certezas en las que vivimos inmersos. En general no propiciamos los cambios sino que nos resistimos a ellos y cuando suceden lo hacen en contra de nuestra voluntad, por lo que se desencadena una espiral de resistencia, incertidumbre y miedo.
Las emociones negativas
Las emociones negativas nos aprisionan. Si sentimos emociones negativas acerca de alguien, estamos atados a esta persona. El contrario del amor y del miedo no es el odio, sino el olvido. Atarnos a las emociones negativas que sentimos por determinadas personas o eventos nos impide evolucionar y crecer emocionalmente.
Las emociones negativas nos impiden pensar y comportarnos de forma racional, porque perdemos la perspectiva objetiva de la vida. Cuando la ira, la tristeza o el miedo nos atenazan vemos lo que tememos ver o recordar lo que nos hiere. Prolongamos así la ira o el dolor, lo que dificulta recuperar la alegría de vivir. Cuanto más tiempo vivimos presa de nuestras emociones negativas más se instalan en nuestra psique. Hunden sus raíces profundas en nuestro ser emocional y perpetúan situaciones y sentimientos que una buena inteligencia emocional nos ayudaría a dejar atrás conscientemente.
La seguridad y la estabilidad de cada persona están relacionadas con el sentimiento de conexión que siente esta persona a uno mismo, a los demás, a la comunidad, a la naturaleza... Aunque podemos desarrollar un sentido de conexión con el mundo a cualquier edad, la adolescencia es una etapa clave para desarrollar el sentido de la conexión con el mundo exterior que mantendremos a lo largo de nuestra vida adulta.
Muchas personas adultas sólo consiguen crear crear este sentimiento de conexión a través de su rutina diaria. Cuando su rutina se tambalea lo resienten como una amenaza potencial a su seguridad y bienestar. Esta es una de las raíces de la ansiedad.
Crear conexiones significativas que van más allá de la estructura de la rutina diaria, ayuda a generar una sensación de seguridad estable que no depende del vaivén diario. Estas conexiones nos ayudan a integrar a los demás en nuestras vidas, en vez de sentirlos como diferentes o incluso incompatibles con nuestras necesidades materiales y emocionales.
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Elsa Punset

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