Laa doncella amazónica está vencida
Encontraremos este significado en la pareja de hermanos de los Moliónidas conductores de caballos, y cuando lleguemos al matriarcado élide, lo demostraremos todavía más convincentemente. Los significados distintos de la carrera veloz son, en su bse, solamente uno. Nos muestran a la potencia masculina de la Naturaleza por un lado, según sus fundamentos, las potencias telúricas y celestes, y por otro en sus producciones y su vida visible. Estos tres aspectos se unen en Dioniso, el dios de la potencia natural masculina engendradora, que lleva en sí el poder de la luz y del agua, y se manifiesta en las aguas terrestres. Puede también ser descrito como Thóas. El padre de Hipsípila tiene en Aquiles su análogo. También éste es un auténtico Toante. Su veloz carrera es puesta de relieve como una cualidad sobresaliente, y se repite en Achilleos dromoi. Ante todo, él lleva esta cualidad como potencia del agua, como la cual ya se da a conocer en su nombre; luego, también la porta como Deus Lunues, como el que, unido con Helena, vivió en la isla lunar de Leuke, a la que rodeaba corriendo, como Talos hacía con Creta, confiada a su cuidado; finalmente, también esta cualidad lo señala como héroe solar apolíneo, en calidad del cual está representado cuando persigue a Hemítea en Tenedos. Este paralelo es especialmente instructivo porque el Aquiles corredor se asocia la victoria sobre el amazonismo no menos que a Dioniso y a los demás héroes luminosos. El, en cuyo origen predomina la madre sobre el padre, consigue el reconocimiento del Derecho paterno de la potencia masculina de la Naturaleza, y en la isla lunar de Leuke culmina victoriosamente la lucha comenzada en vida contra el principio amazónico. Como héroe solar apolíneo sobrepasa a todos en velocidad en la carrera, y así esta cualidad se convierte en una expresión de la hegemonía que logra el principio masculino sobre el femenino. En esto radica la ficción mitológica, muchas veces repetida, de una doncella anteriormente entregada a la vida amazónica, vencida en una carrera.
Así, Hipodamia es el premio que obtiene Pélope. La doncella amazónica está vencida; ella sigue gustosamente al héroe masculino, cuya elevada naturaleza reconoce. El matrimonio ocupa el lugar de la hostilidad, y en el nuevo linaje fundado predomina el padre. Los pelópidas llevan el signo neptuneo paterno en el brazo derecho, y el símbolo materno en el izquierdo. El significado de Toante, el padre de Hipsípila, obtiene a través de esto su total ratificación en el mito lemnio. Su nombre y su relación genealógica con Dioniso y Ariadna son otros tantos testimonios para determinar su posición entre el Derecho femenino amazónico, que sucumbe a él y a su procedencia del elevado principio dionisíaco.
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las Danaides
Celebridad semejante a la de las lemnias alcanzaron las Danaides, y también las sangrientas nupcias de las hijas de Dánao están en una íntima relación con la ginecocracia de la época antigua. Walker fue el primero en poner de manifiesto en la trilogía de Esquilo Prometeo, no obstante sin señalar de una manera satisfactoria en qué forma se imaginaba esta relación. Me impongo ante todo la tarea de poner de manifiesto aquel aspecto de la ginecocracia al que se asocia el crimen de las Danaides, y solamente desde el cual puede ser interpretado correctamente. La ginecocracia comprende el derecho de la mujer de escoger a su marido. Este es un aspecto del que no hemos sabido nada hasta el momento, y sin embargo justamente este rasgo es esencial para la descripción de aquellas condiciones primitivas de la sociedad humana. La mujer elige al hombre, al cual ella está destinada a dominar en el matrimonio. Ambos derechos están en una relación necesaria. La hegemonía de la mujer comienza con su propia elección. Corteja la mujer, no el hombre. La mujer se da en matrimonio, ella cierra el contrato, no es entregada ni por el padre ni por los agnados del hombre. Como es notorio, esto es una consecuencia inmediata de todo lo anterior. Pero también el Derecho patrimonial de la ginecocracia exige lo mismo. Ya hemos visto más arriba que según el Derecho materno, solamente la hija heredará los bienes, mientras que los descendientes varones permanecían excluidos de ellos. La mujer tenía asimismo una dote sin intervención del padre o del hermano, y por esto está colocada en una posición independiente de ellos para concluir un matrimonio. Que esta consecuencia es correcta lo demuestra la noticia de Herodoto, sobre las mujeres de Lidia. Herodoto los llama Energazomenai paidiskai, y son como lo explican correctamente Valkenaer y Baer, ai en heaytaîs ergazomenai paidískai. Asimismo porque las lidias poseían bienes propios escogían marido, y se daban ella mismas en matrimonio. Elocant se ipsae. Lo mismo declara Plauto (Cistelaria) de las mujeres túsculas: ex tusco modo tute tibi dotem quaeris corpore, y también aquí debe haber tenido la misma consecuencia, el se ipsas elocare de las mujeres. En efecto, encontramos también entre los estruscos las huellas más indudables y los ecos del matriarcado, particularmente el realzamiento del linaje materno en su genealogía, sobre lo que volveremos en una ocasión posterior. El mismo hetairismo como fuente para la dote fue señalado también para las mujeres egipcias.
El ekddidoaassi de aytai heoytas de Herodoto debe estar en vigor en todas partes donde las mujeres poseen bienes propios; y puesto que éste es el caso también de aquellas ginecocracias sin hetairismo, entonces resulta que en aquella ginecocracia la mujer elige al hombre y se entrega ella misma en matrimonio. El derecho de elección de las muchachas se encuentra también reconocido en otras tradiciones. Para las galas -cuya elevada posición ya destacada en el tratado de Aníbal, en el que quizás la decisión de los litigios era asignada a las matronas galas-, se atestigua en el relato de Petta, la hija del rey Segóbriga, Nanus. Ella es la que entra en la asamblea de los pretendientes y aquí, conforme a la costumbre, ofrece al elegido un recipiente dorado lleno de agua. Euseno, el huésped de Focea, lo recibe de su mano. De aquí, en adelante, ella es llamada por esto Aristoxena. De su hija Protis descienden los Protiadas.
Este sistema está todavía más completamente formado entre los cántabros, de los que Estrabón refiere lo siguiente: “Entre los cántabros, los hombres dan dote a las mujeres. También entre ellos sólo las hijas heredan. Las hermanas otorgan esposa a los hermanos. En todas estas costumbres subyace la ginecocracia”. En esta configuración del Derecho femenino se manifiesta la realización más perfecta del sistema ginecocrático, de modo tan extremado como no aparece en ningún otro pueblo. Pero tanto más firmemente la autoelección por parte de la hija es conservada en el Derecho. El dato conservado por Paunasias del mito de las Danaides supone una confirmación mas digna de atención de esta interpretación. Para casar a sus hijas manchadas por el crimen, Dánao anunció que no pediría dote ni esponsales (hédnon aneyh dosein) sino que elegiría a aquel qu el esgustaes más. Entonces solamente se presentaron unos pocos. Por esto el padre se vio obligado a modificar su sistema. Dispuso un concurso de carrera, y cedió a cada vencedor la elección de su novia. Allí tenemos el antiguo sistema, y aquí el nuevo. Según el Derecho paterno, las cosas están así: aquí el progenitor, en virtud de su autoridad, da a su hija en matrimonio, y la dota. Esponsales y dote pertenecen exclusivamente al patriarcado, caen fuera del sistema del matriarcado; aquí la hija tiene Derecho y bienes propios. Según el antiguo Derecho romano, la locura del padre impediría todo contrato, y también la elocación de la hija.
Esta oposición muestra al Derecho de la ginecocracia en toda su singularidad, y justamente a esto se asocia el mito de las Danaides. En todas las versiones de la leyenda, y también en las Danaides de Esquilo, el horror ante la forzada unión es el eje de todo el suceso. Los hijos de Egipto violan con sacrílega insolencia el Derecho de las doncellas de disponer libremente de sí mismas. Lo es la forzada unión matrimonial, que las jóvenes consideran como una violación de su Derecho superior, ante la que ellas preferirían la muerte, y que ellas, puesto que les es impuesta, vengan mediante las bodas sangrientas. Las mismas ideas exponen Las Suplicantes cuando ellas, presintiendo a lo inevitable, fatal, unión, gritan en Esquilo:
“Sucede entonces lo que nos es impuesto por el destino. Inabarcable es Zeus eterno, nunca vacilan sus decisiones. Así en este matrimonio general se muestra este destino: Que de la mujer se la hegemonía”.
Una sentencia que es tanto más importante, puesto que se opone a todas las costumbres y principios de la época más tardía. Los escritos de los antiguos contienen numerosas sentencias mediante las que la hegemonía de la mujer en el hogar es representada como el mayor mal, y por esto previenen contra la unión con mujeres ricas. Para poner de manifiesto la oposición contra el Derecho de la época antigua y la pretensión de las Danaides, deben ser mencionadas aquí las manifestaciones de dos escritores, Aristóteles y el poeta cómico Menandro. “El sexo masculino, se dcie (Política) es más adecuado para gobernar que el femenino. Hay una diferencia entre las virtudes del hombre y las de la mujer, entre la valentía masculina y femenina, templanza y justicia. La valentía masculina es apropiada para dirigir, la femenina para seguir y así pasa también con los demás”. Menandro (Reliq.) dice:
“Representar un papel secundario siempre conviene a la mujer;
Pero la dirección corresponde al hombre.
Un hogar en el que la mujer tiene el papel principal
Debe hundirse inevitablemente, tarde o temprano”.
En algunos lugares de su obra, Esquilo ha mencionado de paso ideas como el horror ante el grado matrimonial prohibido, ante el incesto, que empuja a las doncellas a la resistencia, luego a la huida y finalmente a aquella acción desesperada. Pero esta alusión es completamente extraña a la idea del tiempo primitivo al que pertenece el suceso. El Derecho matrimonial de la época tardía no valía entonces. También Grecia proporciona ejemplos de matrimonio entre hermanos, taambién Juno se llama esposa y hermana de Zeus; sobre todo, es conocido en Egipto y en efecto la unión de Isis y Osiris, que ya comienza en la oscuridad del seno materno de Rea, muestra que descansa profundamente en la esencia de la religión del Nilo, por la que no sólo no fue rechazada, sino incluso objeto de las más altas bendiciones.
Asimismo, el horror ante el incesto no condujo a las Danaides a su sangriento crimen. No defienden una prescripción del Derecho matrimonial; lo que ellas reivindican como el más elevado derecho es la hegemonía de la mujer sobre el hombre, particularmente en tanto que se manifiesta la libre elección de éste. Los sacrílegos hijos de Egipto deben sucumbir en sacrificio sangriento a este Derecho, a esta ley fundamental del mundo antiguo, de la ginecocracia fundada en la religión. En todas las versiones de la leyenda, la fuerza, la insolente fuerza, está del lado de los hijos de Egipto, y el Derecho del lado de las Danaides. En efecto, esto es así hasta el extremo de que los dioses cuidan de las jóvenes; Atenea, a la que le elevan un templo en Rodas, a la que también Dánao construyó uno (Pausanias). Luego su obligación sagrada, que fue escarnecida por los hijos de Egipto, era vengar el Derecho de la mujer insolentemente violado, su libertad y su hegemonía en el hogar y en el Estado, a través de la muerte de su esposo impuesto, y afianzarlo de nuevo. En esto está el primer motivo de las sangrientas nupcias argivas en su rigor y veracidad originarios. Pertenecen a aquella ginecocracia de los tiempos primitivos que castiga con la sangre del sacrílego en Lemnos la infidelidad de los esposos, y en el linaje de Io el matrimonio forzado, y la sumisión, ligada con esto, de la mujer a la hegemonía del hombre. Según este contexto, debe aparecer como una idea osada de Esquilo presentar estas sangrientas nupcias a sus contemporáneos enun trilogía particular. Desde hacía mucho tiempo, estaba vencida aquella ginecocracia de los tiempos antiguos, desaparecida del modo de ver las cosas del pueblo, desaparecida también del recuerdo. ¿Debían ahora las Danaides y no antes aparecer a la luz como monstruos empapados en sangre? ¿Qué acogida podían encontrar, si en el tercer acto, desgraciadamente no conservado, de la trilogía, aparecían en escena vanagloriándose conscientemente del crimen horrible, pero justo, del tálamo, el aposento mortal de los hijos de Egipto, y si unidas al coro, triunfantes, ejecutaban su tarea?
¿Con qué sentimientos escucharíamos hoy en día la idea del pasado de un sexo extraño a tal tarea, si también al arte más elevado la emprende para adornarla con toda la magia de la poesía? Y sin embargo, incluso después de la desaparición de la ginecocracia de la vida y del modo de pensar, el crimen de las Danaides ofreció un tema útil, conmovedor, rico en contrastes, moitvo que ha conservado su fuerza y su vivacidad en todas las épocas; es la defensa del derecho del corazón contra la unión sin cariño, contra aquella sacrílega codicia de los hijos de Egipto, que solamente intentaban conseguir el poder. Este es también el aspecto por el que Esquilo muestra especial interés en Las Suplicantes. Así, consigue una audiencia actual para las angustiadas doncellas, cuyo temor siempre acrecentado, su temblor de palomas, conforma una oposición tan conmovedora al heroísmo posterior de la desesperación. Si esto no puede dejar de hacer efecto en una época tan extraña, tan posterior al mundo primitivo, cuánto más conmovedor debería aparecer si nosotros llevásemos a nuestro punto de vista la época de la ginecocracia todavía no debilitada, rodeada del beneplácito de la religión. Las Danaides estaban justificadas en aquella concepción debilitada, puesto que ¡cuánto más grandioso, más justo aparece su crimen según la forma de pensar de aquel tiempo primitivo! Nosotros retenemos este aspecto, y así desaparece todo lo chocante, y lo que era incomprensible se hace inteligible. Desde el punto de vista de la ginecocracia, las mujeres no debían autoinmolarse, como Lucrecia, aunque Esquilo les atribuya esta idea para asustar con ella al pacífico Pelasgo; ellas no deben soportar, deben obrar, castigar el sacrilegio, mantener erguido el Derecho de la ginecocracia, el Derecho superior de la mujer, mediante el asesinato. Con el suicidio, hubieran vencido a los hombres, pero a cambio de sucumbir ellas. Por esto era digno de atención que las nupcias llegaran a celebrarse, con lo que el triunfo final del poder femenino resultaba más esplendoroso a partir del engañoso triunfo del Derecho masculino. Así las Danaides aparecen con la grandeza heroica de las Amazonas, que allí donde es válido defienden el derecho a su poder, y no prestan oído a ninguna consideración de ternura; nunca deben ser tiernas, y prefieren ser llamadas sanguinarias y terribles a amables y cariñosas. También en esto yace un aspecto de la naturaleza femenina que es razonable en aquella época, pero que sólo puede estar claro en el período de la ginecocracia más acabada.
El carácter amazónico de las Danaides es también indicado en la leyenda; el escoliasta a Apolonio llama a Mirtilo, el auriga de Enomao, hijo de Hermes y de la Danaide Faetusa, mientras que otros le dan como madre a la Amazona Mirto. De la epopeya que cantaba su lucha contra la codicia de sus primos, Clemente de Alejandría (Stromata) ha conservado dos versos, en los que las cincuenta doncellas se arman a orillas del Nilo, y en Esquilo el rey pelasgo, que se asombra de su extraño carácter dice:
“Si llevaseis arcos, os hubiera tomado
por Amazonas sin marido, comedoras de carne cruda”.
Las guerreras femeninas aparecen de preferencia como arqueras, especialmente en los vasos, para lo cual solamente recuerdo aquí los ya mencionados de los Museos Británico y de Karlsruhe. Este carácter aparece en su máximo nivel en las sangrientas nupcias de las Danaides, justamente del mismo modo que el amazonismo de las lemnias se muestra en el asesinato de los hombres. Tanto un crimen como el otro están tan dentro del espíritu de la antigua ginecocracia que yo no tengo reparos en reivindicar para el crimen de las Danaides la misma historicidad. Esta historicidad es completamente distinta a la que proporciona Tucídides. Historicidad y exactitud son dos cosas distintas. Los relatos de los tiempos pasados pueden no tener esto último. Se deben medir con su propia escala. Ningún detalle de la gran lucha con la que Hera buscaba castigar el crimen sacrílego de Io en sus descendientes tiene más pretensiones de crédito que otro. Pero la clave del suceso, la lucha por el poder entre familias emparentadas a causa de la preferencia del linaje femenino o masculino, no es ningún mito, sino un acontecimiento del género humano real, verosímil, sucedido más de una vez en condiciones semejantes. Quiero mencionar aquí solamente la lucha de los telebeos contra Electrión. Los telebeos arcanienses fueron a Tebas contra Electrión y reclamaron la propiedad que les pertenecía por su madre Hipotoe. Se inició una lucha en la cal sucumbieron los electriónidas. Pero el Derecho materno, que aquí se impone, es derribado por Heracles. Alcmena promete su mano y su poder al héroe que vengue a su padre y hermanos. Heracles se muestra aquí también como campeón del Derecho masculino (escolio a Apolonio). Crímenes como el de las Danaides son inventados en épocas cultas, arreglados según el gusto de los contemporáneos, suavizados en la mayoría de los casos, y debilitados en sus rasgos demasiado crueles. Las nupcias sangrientas de las Danaides sin darle ninguna poesía, pero tampoco sin quitársela.
Consideradas desde el punto de vista correcto, entonces todo se ordena en un conjunto comprensible. Lo extraño desaparece, lo incomprensible se hace inteligible. En efecto, se relaciona tan exactamente con el espíritu de la época antigua, con aquel de la antigua comedia, también llamada farsa, de los tiempos pasados, que el suceso parece estar ausente de la historia de la humanidad y de aquel periodo de ginecocracia sólo porque no queremos conocerlo. Durante tales épocas, nuestra raza ha pasado el control más sangriento. En efecto, muchas tradiciones son tratadas por nuestros contemporáneos solamente como farsas estúpidas de los tiempos pasados, porque con mucha frecuencia faltaba la clave para su comprensión, la familiaridad con sus ideas, y lo que es peor, el amor a la Antigüedad incluso en grandes eruditos.
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