viernes, 26 de noviembre de 2010

actos corporales subversivos, Judtih Butler

Judith Butler, el género en disputa.-


Simone de Beauvoir afirmó en El segundo sexo que “no se nace mujer: llega uno a serlo”. La frase es extraña, parece incluso no tener sentido, porque ¿cómo puede una llegar a ser mujer si no lo era desde antes? ¿Y quién es esta “una” que llega a serlo? ¿Hay algún ser humano que llegue a ser de su género en algún momento? ¿Es razonable afirmar que este ser humano no era de su género antes de llegar a ser su género? ¿Cómo llega uno a ser de un género? ¿Cuál es el momento o el mecanismo de la construcción del género? Y, tal vez lo más importante, ¿cuándo llega este mecanismo al escenario cultural para convertir al sujeto humano en un sujeto con género?
¿Hay personas que no hayan tenido un género ya desde siempre? La marca de género está para que los cuerpos puedan considerarse cuerpos humanos; el momento en que un bebé se humaniza es cuando se responde a la pregunta “¿Es niño o es niña?” Las figuras corporales que no caben en ninguno de los géneros están fuera de lo humano y en realidad conforman e campo de lo deshumanizado y lo abyecto contra lo cual se conforma lo humano. Si el género siempre está allí, estableciendo con antelación lo que constituye lo humano, ¿cómo podemos hablar de un humano que llega a ser de su género, como si el género fuera una posdata o algo que se le ocurre más tarde a la cultura?

Obviamente Beauvoir únicamente quería decir que la categoría de las mujeres es un logro cultural variable, una sucesión de significados que se adoptan o se usan dentro de un ámbito y que nadie nace con un género: el género siempre es adquirido. Por otra parte, Beauvoir estaba dispuesta a declarar que se nace con un sexo, como un sexo, sexuado, y que ser sexuado y ser humano son términos parelelos y simultáneos; el sexo es un atributo analítico de lo humano; no hay humano que no sea sexuado; el sexo no crea el género, y no se puede afirmar que el género refleje o exprese el sexo; en realidad, para Beauvoir, el sexo es inmutablemente fáctico, pero el género se adquiere y aunque el sexo no puede cambiarse -o eso opinaba ella-, el género es la construcción cultural variable del sexo: las múltiples vías abiertas de significado cultural originadas por un cuerpo sexuado.

La teoría de Beauvoir tenía consecuencias aparentemente radicales que ella misma no contempló Por ejemplo, si el sexo y el género son radicalmente diferentes, entonces no se desprende que ser de un sexo concreto equivalga a llegar a ser de un género concreto; dicho de otra forma, “mujer” no necesariamente es la construcción cultural del cuerpo femenino, y “hombre” tampoco representa obligatoriamente a un cuerpo masculino. Esta afirmación radical de la división entre sexo/género revela que los cuerpos sexuados pueden ser muchos géneros diferentes y además que el género en sí no se limita necesariamente a los dos géneros habituales. Si el sexo no limita al género entonces quizás haya géneros -formas de interpretar cuturalmente el cuerpo sexuado- que no estén en absoluto limitados por la dualidad aparente del sexo. Otra consecuencia es que si el género -formas de interpretar culturalmente el cuerpo sexuado- que no estén en absoluto limitados por la dualidad aparente del sexo. Otra consecuencia es que si el género es algo en que uno se convierte- pero que uno nunca puede ser-, entonces el género en sí es una especie de transformación o actividad, y ese género no debe entenderse como un sustantivo, una cosa sustancial o una marca cultural estática, sino más bien como algún tipo de acción constante y repetida. Si el género no está relacionado con el sexo, ni causal ni expresivamente, entonces es una acción que puede reproducirse más allá de los límites binarios que impone el aparente binarismo del sexo. En realidad, el género sería una suerte de acción cultural/corporal que exige un nuevo vocabulario que instaure y multiplique participios presentes de diversos tipos, categorías resignificables y expansivas que soporten las limitaciones gramaticales binarias, así como las limitaciones sustancializadoras sobre el género. Pero ¿cómo podría tal proyecto entenderse culturalmente y no convertirse en una utopía vana e imposible?

“No se nace mujer”. Monique Witig repite esa frase en un artículo repite esa frase en un artículo que lleva el mismo título, aparecido en Feminist Issues. Pero ¿qué clase de alusión y representación de Beauvoir propone Monique Wittig? Dos de sus afirmaciones la acercan a Beauvoir y a la vez la alejan de ella: la primera, que la categoría de sexo no es ni invariable ni natural, más bien es una utilización específicamente política de la categoría de naturaleza que obedece a los propósitos de la sexualidad reproductiva. En definitiva, no hay ningún motivo para clasificar a los cuerpos humanos en los sexos masculino y femenino a excepción de que dicha clasificación sea útil para las necesidades económicas de la heterosexualidad y le proporcione un brillo naturalista a esta intuición.

Por consiguiente, para Wittig no hay ninguna división entre sexo y género; la categoría de “sexo” no es ni invariable ni natural, más bien es una utilización específicamente política de la categoría de naturaleza que obedece a los propósitos de la sexualidad productiva. En definitiva, no hay ningún motivo para clasificar a los cuerpos humanos en los sexos masculino y femenino a excepción de que dicha clasificación sea útil para las necesidades económicas de la heterosexualidad y le proporcione un brillo naturalista a esta institución. Por consiguiente, para Wittig no hay ninguna división entre sexo y género; la categoría de “sexo” es en sí una categoría con género, conferida políticamente, naturalizada pero no natural. La segunda afirmación, más o menos antiintuitiva, que hace Wittig es la siguiente: una lesbiana no es una mujer. Una mujer afirma sólo existe como un término que fija y afianza una relación binaria y de oposición con un hombre; para Wittig, esa relación es la heterosexualidad. Una lesbiana dice al repudirar la heterosexualidad ya no se define en términos de esa relación de oposición. En realidad, una lesbiana va más allá, según ella, de la oposición binaria entre mujer y hombre; no es ni mujer ni hombre; pero asimismo no tiene sexo; trasciende las categorías del sexo. Al rechazar esas categorías, la lesbiana (los pronombres son aquí un problema) revela la constitución cultural contingente de esas categorías y la hipótesis tácita pero permanente de la matriz heterosexual. Así pues podríamos afirmar que para Wittig, no se nace mujer sino que se llega a serlo; pero además no se nace de género femenino, se lega a serlo y todavía va más allá: si una quisiera podría no llegar a ser ni de género femenino ni masculino, ni mujer ni hombre. En realidad, la lesbiana parece ser un tercer género o como detallaré más tarde una categoría que problematiza radicalmente el sexo y el género en tanto categorías políticas estables de descripción.

Wittig afirma que la discriminación lingüística de “sexo” afianza el procedimiento político y cultural de la heterosexualidad obligatoria. Esta relación de heterosexualidad sostiene Wittig no es ni recíproca ni binaria en el sentido habitual; “sexo” es desde siempre femenino, y únicamente hay un sexo, el femenino. Ser masculino es no estar “sexuado”; estar “sexuado” siempre es una forma de hacerse particular y relativo y los hombres incluidos dentro de este sistema intervienen con la forma de persona universal. Así pues según Wittig el sexo femenino no denota ningún otro sexo, como en “sexo masculino”; el sexo femenino sólo se denota a sí mismo, imbricado, por así decirlo, en el sexo, encerrado en lo que Beauvoir denominaba el círculo de inmanencia. Puesto que el sexo es una interpretación política y cultural del cuerpo, no hay una diferenciación entre sexo y género en los sentidos habituales; el género está incluido en el sexo, y el sexo ha sido género desde el comienzo. Wittig alega que dentro de este conjunto de relaciones sociales obligatorias, las mujeres quedan impregnadas ontológicamente de sexo; son su sexo y a la inversa el sexo es obligatoriamente femenino.

Wittig cree que un sistema de significación opresivo para mujeres, gays y lesbianas genera discursivamente el “sexo” y lo pone en movimiento.





Judtih Butler

Aunque Irigaray afirma que “el sujeto siempre es ya masculino”, Wittig refuta la idea de que “el sujeto” sea exclusivamente territorio masculino. Para ella, la plasticidad misma del lenguaje se opone a establecer la posición del sujeto como masculina. En realidad, la hipótesis de un sujeto hablante absoluto es, según Wittig, el objetivo político de las “mujeres” que si se consigue suprimirá completamente la categoría de “mujeres”. Una mujer no puede utilizar la primera persona “yo” porque, como mujer, la hablante es “particular” (relativa, interesada, de perspectiva), e invocar el “yo” implica la capacidad de hablar por y como el ser humano universal: “Un sujeto relativo es inconcebible, un sujeto relativo no hablaría para nada”. Basándose en la hipótesis de que hablar da por sentado e invoca de manera implícita la totalidad del lenguaje, Wittig define al sujeto hablante afirmando que al decir “yo” “se vuelve a adueñar del lenguaje como totalidad, procediendo sólo desde uno mismo, con el poder de utilizar todo el lenguaje”. Esta fundamentación absoluta del “yo” hablante adquiere dimensiones divinizadas dentro del razonamiento de Wittig. El privilegio de decir “yo” crea un yo soberano, un centro de plenitud y poder absolutos; hablar establece “el supremo acto de subjetividad”. Esta llegada a la subjetividad es la destrucción del sexo y por consiguiente de lo femenino: “Ninguna mujer puede decir yo sin caer para sí misma un sujeto total, es decir, sin género, universal, entero”.
Wittig continúa especulando sobre la naturaleza de lenguaje y el “ser”, que coloca su propio proyecto político dentro del discurso tradicional de la ontoteología. Para ella la ontología primaria del lenguaje otroga a cada persona la misma oportunidad para establecer la subjetividad. La labor práctica a la que tienen que hacer frente las mujeres al intentar establecer la subjetividad a través del habla, depende de su capacidad colectiva para librarse de las reificaciones del sexo que se les han impuesto y que las tergiversan para convertirlas en seres parciales o relativos. Puesto que esta liberación es el resultado del ejercicio de invocar plenamente el “yo”, las mujeres salen de su género por medio del habla. Puede creerse que las reificaciones sociales del sexo ocultan o deforman una realidad ontológica anterior, realidad que estriba en la oportunidad igual de todas las personas previa a las marcas de sexo, para usar el lenguaje en la afirmación de la subjetividad. Al hablar el “yo” acepta la totalidad del lenguaje y por consiguiente puede hablar desde todas las posiciones, o sea, en un modo universal. “El género funciona sobre este hecho ontológico para cancelarlo” afirma Wittig, suponiendo el principio primario de igual acceso a lo universal para cumplir las exigencias de ese “hecho ontológico”. No obstante, ese principio de igual acceso se basa en sí en una hipóteis ontológica de la unidad de los seres hablantes en un Ser que es anterior al ser sexuado. El género, afirma, “intenta dividir al Ser”, pero “el Ser como ser no se divide”. Entonces, la afirmación coherente del “yo” admite no sólo la totalidad del lenguaje sino la unidad del ser.
Aquí más rotundamente que en ningún otro lugar, Wittig se sitúa dentro del discurso tradicional de la investigación filosófica de la presencia, el Ser, la plenitud esencial e ininterrumpida. Wittig que no coincide con la posición derrideana que plantea que toda la significación depende de cierta différance operativa, alega que hablar exige e invoca una identidad inconsútil de todas las cosas. Esta ficción fundacional le proprociona un punto de partida mediante el cual puede criticar las instituciones sociales existentes. No obstante, queda la pregunta más importante: ¿a qué relaciones sociales contingentes se subordina esa hipótesis del ser, la autoridad y el carácter universal del sujeto? ¿Por qué darle valor a la usurpación de esa noción autoritaria del sujeto? ¿Por qué no intentar descentrar al sujeto y sus tácticas epistémicas universalizadoras? Si bien Wittig critica el “pensamiento recto” porque universaliza su punto de vista, al parecer ella no sólo universaliza el pensamiento recto, sino que no tiene en cuenta las consecuencias totalitarias de una teoría de actos de habla soberanos como la suya.
Desde una perspectiva política, la división del ser -un acto de violencia contra el campo de la plenitud ontológica, según ella- en la distinción entre lo universal y lo particular crea una relación de sometimiento. La dominación debe verse como la negación de una unidad anterior y primaria de todas las personas en un ser prelingüístico y se crea a través de un lenguaje que en su accion social plástica genera una ontología artificial, de segundo orden, una ilusión de diferencia, disparidad, y por tanto jerarquía que se convierte en la realidad social.
Paradógicamente, Wittig no utiliza en ningún momento el mito aristofánico acerca de la unidad original de los géneros, porque el género es un principio divisor, un instrumento de sometimiento, que se opone a la noción misma de unidad. Resulta revelador que sus novelas usen una estrategia narrativa de desintegración, lo cual indica que la formulación binaria en sí se muestre como contingente. El libre juego de atributos o “rasgos físicos” nunca es una destrucción absoluta, pues el campo ontológico deformado por el género es un campo de plenitud permanente. Wittig critica el “pensamiento recto” porque éste no puede desprenderse de la idea de “diferencia”. Junto con Deleuze y Guattari, Wittig rechaza el psicoanálisis porque es una ciencia fundada en una economía de “carencia” y “negación”. En “Paradigma”, uno de sus primeros ensayos, Wittig afirma que el derribo del sistema de sexo binario puede dar comienzo a un campo cultural de muchos sexos. En ese ensayo alude a El Anti-edipo: “Para nosotros no hay uno ni dos sexos, sino muchos (véase Guattari/Deleuze): hay tantos sexos como individuos”. No obstante, la multiplicación sin límites de sexos lógicamente implica la negación del sexo como tal. Si la cantidad de sexos se refiere a la cantidad de individuos existentes, el sexo ya no tendría un uso general como término: el sexo sería una propiedad radicalmente singular y ya no podría funcionar como una generalización útil o descriptiva.
Las metáforas de destrucción, derribo y violencia que se usan en la teoría y en las novelas de Wittig tienen una posición ontológica difícil. Aun cuando las categorías lingüísticas dan forma a la realidad de una manera “violenta” generando ficciones sociales en nombre de lo real, parece haber una realidad más verdadera, un campo ontológico de unidad en relación con el cual se comparan estas ficciones sociales. Wittig rechaza la diferenciación entre un concepto “abstracto” y una realidad “material” alegando que los conceptos se crean y se mueven dentro de la materialidad del lenguaje y que éste funciona de un modo material para construir el mundo social. Por otro lado, estas “construcciones” se consideran distorsiones y reificaciones que deben afirmarse en relación con un campo ontológico anterior de unidad y plenitud radicales. Así pues los constructos son “reales” en la medida en que son fenómenos ficticios que adquieren poder dentro del discurso. No obstante, estos constructos pierden poder mediante actos locutorios que de manera implícita apelan a la universalidad del lenguaje y la unidad del Ser. Wittig sostiene que “es bastante posible que una obra literaria funcione como una máquina de guerra” e incluso “una máquina de guerra perfecta”. La estrategia principal de esta guerra es que mujeres, lesbianas y gays -que han sido particularizados por medio de su identificación con el “sexo”- se adueñan de la posición de sujeto hablante y de la invocación al punto de vista universal.
El tema de cómo un sujeto particular y relativo puede salir de la categoría de sexo mediante el habla es el punto central de los diferentes comentarios de Wittig sobre Djuna Barnes, Marcel Proust y Natalie Sarraute. El texto literario como máquina de guerra se dirgie, en cada caso, contra la fragmentación jerárquica del género, la superación de lo universal y lo particular en nombre de la recuperación de una unidad anterior y esencial de esos términos. Universalizar el punto de vista de las mujeres implica al mismo tiempo destruir la categoría de mujeres y permitir un nuevo humanismo. Así, la destrucción siempre es una restauración, es decir, la supresión de un conjunto de categorías que introducen fragmentaciones artificiales en una ontología que de otra manera estaría unificada.
Sin embargo, las obras literarias tienen un acceso privilegiado a este campo primario de abundancia ontológica. La separación entre forma y contenido se refiere a la división filosófica artificial entre pensamiento abstracto universal y realidad material concreta. De la misma forma que Wittig recurre a Bajtín para determinar conceptos como realidades materiales, también apela al lenguaje literario en general para recuperar la unidad del lenguaje como forma y contenido indisolubles: “A través de la literatura las palabras vuelven a nosotros otra vez enteras”, “el lenguaje existe como un paraíso formado por palabras visibles, audibles, palpables y degustables”. Son principalmente las obras literarias las que permiten a Wittig experimentar con los pronombres que dentro de los sistemas de significado obligatorio unen lo masculino con lo universal y permanentemente particularizan lo femenino. En Les Guerilleres procura suprimir todas las combinaciones él-ellos (il-ils), todos los “él” (il) y ofrecer elles como la representación de lo general, de lo universal. “El objetivo de este planteamiento -escribe- no es feminizar el mundo, sino hacer que las categorías de sexo se queden anticuadas en el lenguaje”.
En una estrategia imperialista y conscientemente provocadora, Wittig alega que sólo al aceptar el punto de vista universal y absoluto, al lesbianizar realmente el mundo entero, se puede derrocar el orden obligatorio de la heterosexualidad. El j(e de El cuerpo lesbiano pretende establecer a la lesbiana no como un sujeto dividido sino como el sujeto soberano que puede librar lingüísticamente una batalla contra un “mundo” que ha efectuado un ataque semántico y sintáctico contra la lesbiana. Su propósito no es llamar la atención sobre los derechos de las “mujeres” o las “lesbianas” como individuos, sino oponerse a la episteme heterosexista totalizadora por medio de un discurso invertido con la misma extensión y poder. El objetivo no es aceptar la postura del sujeto hablante para ser un individuo aceptado dentro de una sucesión de relaciones lingüísticas recíprocas, sino que el sujeto hablante se convierta en más que el individuo: en una perspectiva absoluta que impone sus categorías en todo el campo lingüístico, denominado “el mundo”. Sólo una táctica bélica de las mismas proporciones que las de la heterosexualidad obligatoria, afirma Wittig, podrá enfrentarse a la hegemonía epistémica de esta última.
Para Wittig en su sentido ideal hablar es un acto potente una afirmación de soberanía que al mismo tiempo supone una relación de igualdad con otros sujetos hablantes.
Este “contrato” ideal o primario del lenguaje opera en un nivel implícito. El lenguaje tiene dos características: puede utilizarse para afirmar una universalidad verdadera e incluyente de individuos, o puede instaurar una jerarquía en la que sólo algunos individuos son aptos para hablar y otros, a consecuencia de su exclusión del punto de vista universal, no pueden “hablar” sin desprestigiar al mismo tiempo su discurso. No obstante, antes de esta relación asimétrica con el habla hay un contrato social ideal, según el cual todo acto de habla en primera persona acepta y confirma una reciprocidad absoluta entre los sujetos hablantes; ésta es la opinión de Wittig sobre una situación ideal es el contrato heterosexual, el tema de la obra teórica más reciente de Wittig, si bien siempre ha estado presente en sus ensayos teóricos.
Tácito pero siempre activo, el contrato heterosexual no puede circunscribir a ninguna de sus vertientes empíricas. Escribe Wittig:
“Contrapongo un objeto que no existe, un fetiche, una forma ideológica que no puede afianzarse en la realidad, salvo mediante sus efectos, cuya existencia está en la mente de la gente, pero de una forma que atañe a toda su vida, a su forma de actuar, de moverse, de pensar. De modo que nos enfrentamos a un objeto tanto imaginario como real.”
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