la mentira en sentido moralmente significativo y el modelo paradigma de un principio ético
Jan. 12th, 2009 at 4:43 AM
Pero -se podría objetar todavía- con ello no se ha suministrado aún principio ético alguno para la fundamentación racional de las normas materiales. Eso ocurriría solamente si las normas de interacción reconocidas en la comunidad ideal de argumentación suministrasen a la vez el modelo obligatorio (paradigma) para el principio ético de la fundamentación de normas referidas a situaciones, por ejemplo, de las normas por las que debe regirse el arreglo de los conflictos de intereses. Pero en contra de ello -dice la objeción- habla la diferencia de principio entre la situación de la comunidad de argumentación “eximida de acción” y la situación que se da en la vida, situación de interacción entre sistemas de autoafirmación: ¿Por qué no se habría de llegar, sobre la base de discursos ideales consensual-comunicativos, al resultado de que los conflictos de intereses en el mundo de la vida -y, por consiguiente, también los de los argumentantes, como individuos con intereses en conflicto- precisamente no pueden arreglarse según el modelo de la cooperación en la comunidad de argumentación, sino en el sentido de la racionalidad estratégica? ¿Por qué no se habría de poder fundamentar, por ejemplo, basándose en una racionalidad de discurso consensual-comunicativa -¡y por tanto sin mentir!- la norma de que en el contexto de la interacción propia del mundo de la vida se debe mentir, siempre que esto sea estratégicamente provechoso? ¿Qué tiene que ver la obvia veracidad propia del argumentar eximido de acción con el no-engañar a un hombre en la situación de negociación, probidad que es signifciativa moralmente?
A mi modo de ver, esta argumentación pasa por alto una importante presuposición del discurso argumentativo, presuposición que hemos reconocido necesariamente en la reflexión sobre nuestro argumentar en serio: si bien nosotros, como argumentantes, tenemos la posibilidad y aun el deber de tomar cierta distancia reflexiva ante los intereses de autoafirmación propios del mundo de la vida, esto no quiere decir que dejemos de ser, en esa situación, hombres reales con intereses de autoafirmación, de modo tal que nuestra obediencia a las reglas normativas del discurso fuese compensible de suyo y, por tanto, moralmente indiferente.
Los argumentantes tienen una fuerte tendencia a engañar con astucia a otros, y en primer lugar a sí mismos, una tendencia, por consiguiente, a la mentira en sentido moralmente significativo. Esta tendencia a la mentira (de importancia ética) se presenta también en el discurso eximido de acción, precisamente porque en el argumentar serio se trata del cumplimiento (legitimación racional) o del no cumplimiento (crítica, refutación racional) de pretensiones de validez que entran en conficto, pretensiones sustentadas por hombres en la interacción real.
Expresado con mayor generalidad: los argumentantes que, como tales, han aceptado necesariamente las reglas del discurso y con ellas las normas de una comunidad ideal de argumentación, saben a la vez, sin embargo, que siguen siendo miembros reales de una comunidad real de comunicación, y que, por consiguiente, se han limitado a “anticipar por contraposición” la existencia de las presuposiciones ideales postuladas.
(Ciertamente pueden contar siempre, de manera empírico-psicológica, en la práctica, con un cumplimiento suficiente de las condiciones de discurso ideales).
Esto significa: los argumentantes, como sujetos de una posible fundamentación racional de las normas, siguen siendo hombres reales que posiblemente tengan que dominarse, en primer lugar, a sí mismos para poder cumplir, mal o bien, con aquellas condiciones del discurso normativas que ellos mismos anticipan por contraposición. Por eso mismo las normas ideales del discurso no son de ninguna manera moralmente indiferentes, sino que son apropiadas para suministrar el modelo (paradigma) de un procedimiento moralmente obligatorio para el arreglo interpersonal de cuestiones de importancia moral y jurídica.
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Ciertamente que no suministran ya el modelo de normas materiales, referidas a la situación, sino sólo el modelo de la fundamentación (por ejemplo, la legitimación) o de la crítica de normas materiales (fundamentación o críticas discursivas) que toman en cuenta los intereses de todos los afectados.
Sin embargo, con ello se ha fundamentado un principio ético y no meramente una norma operacional para un discurso racional que podría llegar también al resultado de que los conflictos de intereses entre los individuos -y también entre partes argumentales como individuos reales- deberían ser resueltos según puntos de vista puramente estratégicos. Una interpretación tal es imposible porque los hombres, como interlocutores en un discurso, sólo pueden alcanzar una solución de problemas que sea argumentativamente apta para lograr un consenso en la medida en que se reconocen a la vez mutuamente como personas que poseen los mismos derechos de representar argumentativamente intereses.
Una resolución argumentativa de problemas -y esto significa: pensar- no se puede lograr sin el reconocimiento del principio ético de la igualdad de derechos de todas las posibles partes argumentantes. Todo se puede comprender, ciertamente, apenas se abandona el venerable prejuicio del solipsismo metódico, en favor de la reflexión sobre el a priori gnoseológico y ético de la comunidad de comunicación, comunidad que no puede prescindir de compartir el significado y la verdad.
Precisamente allí reside la indicación para la concretización comunicativa del principio de universalización implícito en el “imperativo categórico” de Kant: aproximadamente en el sentido del siguiente principio de una Ética comunicativa de la responsabilidad: Obra sólo según aquella máxima que te ponga en condiciones, ya sea de tomar parte en la fundamentación discursiva de aquellas normas cuyas consecuencias para todos los afectados serían aptas para lograr un consenso, ya sea de decidir, solo o en colaboración con otros, según el espíritu de los posibles resultados del discurso práctico ideal.
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Karl-Otto Apel, “La globalización y una Ética de la responsabilidad”, ibid, págs. 75 y ss.
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distancia reflexiva, mentira, modelo paradigma ético
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