jueves, 25 de noviembre de 2010

de la Retórica a la dialéctica

Retórica y dialéctica.-
Dentro de la concepción pragmática de la argumentación es posible trazar una subdistinción entre la perspectiva dialéctica y la retórica. El ejemplo a propósito de la investigación con células madres creo que es bastante ilustrativo de esa diferencia.
Ante todo, el debate dialéctico tiene lugar entre dos o más argumentadores que asumen la posición del defensor (proponente) o contradictor (oponente) de una determinada tesis. Ambos juegan un rol activo (aunque distinto según se ocupe una u otra posición): así el oponente puede señalarle al proponente una razón, un argumento que en principio contradice la tesis inicial de éste y le obliga a producir un nuevo argumento (un contraargumento) para defender su posición; el proponente puede reaccionar señalando, por ejemplo, que esa razón es irrelevante o que no se compadece con alguna otra posición asumida por el oponente, etc. Sin embargo, en la argumentación retórica es sólo una parte, el orador, la que configura el discurso; para ello contará con ciertas características del auditorio (al que trata de persuadir), pero el orador sabe que, por ejemplo, él puede elegir ciertos argumentos que piensa pueden resultar persuasivos, y evitar otros que quizás no lo sean tanto o que resulten contraproducentes; o puede refutar un determinado argumento en la confianza de que nadie le va a interrumpir con “ésa no es la interpretación correcta de mi tesis” o “contra esa posible objeción opongo este nuevo argumento”, etc. O sea, entre el proponente y el oponente de una argumentación dialéctica existe una interacción constante, mientras que el auditorio (el destinatario) de un discurso retórico juega un papel relativamente pasivo en el proceso mismo de la argumentación.
Como consecuencia, en cierto modo, de lo anterior, pueden añadirse otras diferencias entre la argumentación dialéctica y la retórica:
1.En la retórica (como ya señalaba Sócrates en el Gorgias platónico) priman los discursos largos, a diferencia de lo que ocurre la dialéctica. No es, como pudiera parecer a simple vista, una distinción superficial, pues a ella va ligado el hecho de que en el discurso retórico es posible traer a colación elementos que en realidad son irrelevantes desde el punto de vista “lógico”, aunque puedan tener fuerza persuasiva; mientras que en la dialéctica es más difícil irse del punto de la discusión. O también la idea de que el destinatario del discurso retórico es un público de ignorantes o, en todo caso, menos cualificado que en la dialéctica. También en el Gorgias, Sócrates reprocha a Calicles que, como éste no quiere responder a sus preguntas (infringe una regla dialéctica), le obliga a hablar como un verdadero orador popular.
2.En la argumentación dialéctica (lo que está también ligado con lo anterior) existe la oportunidad de examinar los pros y contra de una situación, de una tesis, mientras que la argumentación retórica tiene un carácter más unitario: el discurso dialéctico avanza, cabría decir, en forma de espiral (o como una línea quebrada), mientras que el retórico es más unidireccional. Quizás fuese esta distinción, conjuntamente con la anterior, la que tenía en mente Zenon de Citio cuando, al preguntársele por la diferencia entre la retórica y la dialéctica, contestó mostrando, primero, una mano abierta, y luego el puño cerrado.
3.La dialéctica está más vinculada a la filosofía, al descubrimiento de la verdad (un enunciado verdadero puede concebirse como aquel que pudiendo ser refutado en el curso de un proceso de intercambio de argumentos, sin embargo no lo ha sido), mientras que la retórica se inclina más bien hacia la literatura, la psicología y la política; el estudio de las figuras de dicción y de pensamiento o de las emociones (y por supuesto de la persuasión) han estado siempre en el centro de la tradición retórica.
4.Las reglas que rigen la dialéctica son esencialmente normas de comportamiento: gobiernan la conducta de los participantes en el juego dialéctico: qué tipos de actos de lenguaje pueden efectuarse, en qué ocasión, qué cargas de la argumentación se asumen, etc. Las reglas de la retórica, por el contrario, obedecen más bien (aunque no sean sólo eso) al tipo de las reglas técnicas: son esas reglas que muestran de qué manera hay que producir, presentar, etc., un discurso para que resulte persuasivo.
5.El control del cumplimiento de las reglas de comportamiento puede confiarse a un juez o a un árbitro con competencias para decidir cuándo se ha infringido una de esas reglas. Las reglas técnicas no necesitan de ese tipo de control externo, pues propiamente no cabe cumplirlas o incumplirlas, sino usarlas o no con éxito (producir o no la persuasión).
6.La contradicción (y la negación) juegan un papel central en la dialéctica: la argumentación dialéctica (o al menos cierto tipo de debate dialéctico puede verse como un juego en el que una de las partes se esfuerza por mantener su tesis realizando actos de lenguaje (de acuerdo con ciertas reglas) que no le llevan a incurrir en contradicción; mientras que el papel del oponente es precisamente el de buscar la contradicción del adversario (si lo logra, él será el vencedor del debate). Por el contrario, la contradicción no es tan importante en la argumentación retórica; el centro de la retórica se encuentra más bien en encontrar argumentos y en exponerlos en la forma adecuada (persuasiva).
Ahora bien, todas esas características diferenciales no pueden hacernos olvidar tampoco los rasgos que la concepción dialéctica y la concepción retórica de la argumentación tienen en común: ambas ponen el acento en la argumentación considerada como una actividad; ven esa actividad como una interacción de tipo social, y no orientada hacia la producción de argumentos formalmente correctos o a la verdad entendida en términos de correspondencia con la realidad o coherencia, sino orientada al logro de ciertos efectos en los participantes (la aceptación de una tesis como verdadera o plausible, la persuasión). Pero además se trata de características básicamente graduables, de manera que cabría hablar de discursos, de argumentaciones, más o menos dialécticas o más o menos retóricas.
Así, en un extremo estaría lo que cabría llamar dialéctica sin retórica, cuyo paradigma podría ser el diálogo platónico. Como se sabe, en el Gorgias y en Protágoras (pero no en otros de sus diálogos) Platón fustigó a la retórica porque la consideró una técnica (no en el sentido de un arte, sino en el de una mera práctica) engañosa, que no se ocupa del bien y de la verdad, sino sólo de lo aparentemente bueno o verdadero. Y de ahí que Platón compare a la retórica con la cocina (que a diferencia de la medicina, no busca la salud, sino el placer) o con la cosmética (que a diferencia de la gimnasia, no busca el vigor corporal, sino su apariencia). Pero las razones de fondo de Platón para estar en contra de la retórica parecen ciertamente poco realistas: si fuera cierto que podemos alcanzar un conocimiento cierto, indubitable, de todas las cosas y que basta con conocer lo justo para ser justo (como parece sostenerse en el Gorgias entonces, efectivamente, no habría necesidad de persuasión ni por tanto de retórica.
El otro extremo en el que sólo habría retórica sin ninguna presencia de la dialéctica sería quizás el llamado género epidíctico o demostrativo, en el que el auditorio no tiene que pronunciarse, de manera que se trata de un discurso sin adversario, sin contradicción. Aristóteles, por ejemplo, consideraba que lo que se hace en el género epidíctico (aquél que tiene por finalidad el elogio y la censura, lo bello y lo vergonzoso) es tomar en consideración “acciones sobre las que hay acuerdo unánime, de suerte que sólo falta rodearlas de grandeza y belleza” o de sus contrarios (Retórica). Por eso, lo más apropiado para este tipo de discurso es la amplificación, esto es, un recurso típicamente literario; mientras que lo apropiado para el género deliberativo sería el ejemplo (la inducción) y para el género judicial el entimema (el silogismo).
Pero en esos dos extremos hay muchos puntos intermedios que combinan elementos retóricos y dialécticos, en proporciones variadas. Por ejemplo, el esquema perelmaniano de argumentación (el de la “nueva retórica”) es esencialmente retórico. Parte del esquema orador-discurso-auditorio y fija el centro en el auditorio, en la persuasión. Pero Perelman no deja de considerar en su modelo el diálogo (para él sería un tipo especial de discurso retórico caracteriado porque el auditorio está constituido por una única persona). Y la noción de auditorio universal (por otro lado, uno de los puntos más controvertidos de su obra) es una forma de vincular la retórica a la filosofía (a la dialéctica) y al discurso que no busca sólo ser eficaz, sino también ser válido (no sólo persuadir sino convencer). Por el contrario, en mi opinión, el modelo de Toulmin (caracterizado por la interacción entre un proponente y un oponente) es esencialmente dialéctico y de hecho no es difícil darse cuenta de que el formalismo ideado por Rescher (al igual que otros muchos modelos de argumentación dialéctica que se han construido, últimamente proliferan en el campo de la inteligencia artificial) es algo así como un desarrollo de ese esquema. Pero también hay algo de cierto (y como antes decía de exageración) en lo que sostienen autores como van Eemeren y Grootendorst; según ellos, el modelo de Toulmin es una expansión retórica del silogismo, similar al clásico epiquerema; se dirige primariamente a representar la argumentación del orador o del escritor que mantiene una tesis (el proponente), mientras que la otra parte permanece pasiva: “la aceptabilidad de la pretensión no se hace depender del balance sistemático entre argumentos en favor y en contra de la pretensión” (van Eemeren y Grootendorst).



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Manuel Atienza

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