sábado, 6 de noviembre de 2010

los rendimientos crecientes y el cambio tecnológico

Los rendimientos crecientes y su ausencia.-

No todos los bienes y servicios dan lugar a rendimientos crecientes al expandirse la producción. La producción de la primera copia de un producto de Microsoft puede costar cien millones de dólares, y la de las copias desde la segunda hasta la número doscientos millones tan sólo unos pocos centavos, resultando además prácticamente gratis su distribución si se realiza electrónicamente. Cuando los coste fijos son muy altos se dan importantes economías de escala o rendimientos crecientes, lo que a su vez crea barreras muy altas a la entrada de competidores, y se crea una estructura de mercado oligopolista muy alejada de las hipótesis estándar de la teoría económica predominante. Resulta muy difícil competir contra empresas con esa estructura de costes.

Una persona que se gana la vida como pintor de brocha gorda afronta una realidad muy distinta. Una vez que ha aprendido su profesión no podrá pintar la segunda casa más rápidamente de lo que pintó la primera. Sus costes fijos -una escalera y brochas- no serán muy elevados, lo que lo convierte en fácil objeto de la competencia, incluso de mano de obra muy barata como puede ser la de inmigrantes no regularizados. Microsoft y Bill Gates no tienen que afrontar este tipo de problemas. Independientemente de la tecnología, los rendimientos crecientes de unos y su ausencia en el caso de otros explica en gran medida por qué ningún pintor de brocha gorda puede aproximarse al nivel de ingresos de Bill Gates.

Los países especializados en el suministro de materias primas al resto del mundo alcanzarán más pronto o más tarde el momento en que su rendimiento comience a decrecer. La ley de los rendimientos decrecientes dice esencialmente que cuando un factor de la producción procede de la naturaleza -como en la agricultura, la ganadería, la pesca o la minería-, a partir de cierto punto la adición de más capital y/o más trabajo proporcionará un rendimiento más pequeño por cada unidad de capital o trabajo añadido. Los rendimientos decrecientes son de dos tipos: extensivos (cuando la producción se extiende a inferiores bases de recursos) e intensivos (cuando se añade más trabajo a la misma parcela de tierra u otro recurso fijo). En ambos casos la productividad disminuirá en lugar de aumentar si crece la producción. Los recursos naturales suelen ser de calidad variable: tierra fértil y menos fértil, buen o mal clima, pastos abundantes o pobres, minas con vetas más o menos ricas, bancos depeces más o menos copiosos En la medida en que se conocen esos factores, un país utilizará primero su mejor tierra, sus mejores pastos y sus minas más ricas. Al aumentar la producción con la especialización internacional, se incorporan a la producción tierras o minas cada vez más pobres. Los recursos naturales pueden ser también difíciles o imposibles de renovar: las minas se pueden agotar, la población de determinadas especies de peces se puede extinguir y los pastos se pueden extenuar por un consumo excesivo.

Si no existe un empleo alternativo fuera del sector que depende de los recursos naturales, la población se verá obligada a vivir únicamente de éstos. A partir de determinado momento se necesitará más trabajo para producir la misma cantidad y esto creará una presión a la baja sobre el nivel salarial nacional. Supongamos que un país, digamos Noruega, fuera el más dotado del mundo para producir zanahorias. Después de dedicar la mejor tierra cultivable a la producción de zanahorias, el país tendría que utilizar tierra cada vez más marginal para cultivarlas. La producción de cada tonelada adicional de zanahorias sería cada vez más cara, sin que su precio en el mercado mundial compensara ese aumento de costes. Cuanto más se especializara ese país en la producción de zanahorias para el mercado mundial, más pobre sería. Para Australia, rica en recursos, ése fue el argumento clave que impulsó al país a crear un sector industrial, aunque fuera menos eficiente que los de los principales países industriales, el Reino Unido y Estados Unidos. La existencia de un sector industrial establece un nivel salarial nacional que evita que el país se deslice por la pendiente de los rendimientos decrecientes, dando lugar a una producción excesiva que lo lleve a la pobreza o vaciando el océano de peces y las minas de su mineral. En mi artículo “Diminishing Returns and Economic Sustainability: The Dilemma of Resource-based Economies under a Free Trade Regime” (Rendimientos decrecientes y sostenibilidad económica: El dilema de las economías basadas en los recursos naturales bajo un régimen de libre comercio) paso revista a los problemas ambientales que resultan de hacer que los países pobres se especialicen en actividades con rendimientos decrecientes.

Un país que se especializa en la producción de materias primas en el marco de la división internacional del trabajo experimentará -en ausencia de un mercado laboral alternativo- el efecto opuesto al que experimenta Microsoft: cuanto más aumente la producción, más altos serán los costes de producción de cada nueva unidad. A este respecto la profesión de pintor de brocha gorda es relativamente neutral, ya que trabaja con rendimientos constantes. La forma y velocidad de la globalización durante los últimos veinte años ha dado lugar a la desindustrialización de muchos países, llevándolos a una situación caraterizada por el predominio de rendimientos decrecientes.

Los economistas para los que los rendimientos crecientes son un rasgo clave del mundo en el que viven llegarán a conclusiones opuestas en lo que atañe a la población a las de aquellos en cuyo mundo predominan los rendimientos decrecientes. Alrededor de 1750 prácticamente todos los economistas coincidían en que el crecimiento dimanaba de los rendimientos crecientes y las sinergias halladas en la industria, y por eso mismo entendían como conveniente el aumento de la población para sostener el mercado nacional. Como hemos visto, cuando Malthus y su amigo Ricardo recompusieron más tarde la economía con los rendimientos decrecientes como rasgo central, su ciencia recibió merecidamente el calificativo de “ciencia lúgubre”. El reciente pasado, cuando la superpoblación era la “pista falsa” favorita para explicar la pobreza, la confusión en torno a esta cuestión daba lugar a conclusiones que los países pobres podían considerar con cierta justificación como racistas, ya que los países ricos e industrializados con una elevada densidad de población -digamos por ejemplo Holanda, con 477 personas por kilómetro cuadrado- suelen afirmar que la pobreza de Bolivia, por ejemplo, se debe a la superpoblación, aunque la densidad de población de ese país sólo sea de siete personas por kilómetro cuadrado. Se pasa por alto la relación entre modo de producción y densidad de población con la misma inconsciencia con que se pasa por alto la relación entre modo de producción y estructura política. En ambos casos la renuencia a relacionar esos fenómenos incrementa nuestra ignorancia sobre las causas de la pobreza. Esto lleva a la sociedad mundial contemporánea a deslizarse por una pendiente de falsas pistas teóricas y a una situación en la que se trata de enmendar los síntomas más que las causas de la pobreza.

En Mongolia o Ruanda se pueden constatar recientes ejemplos, particularmente dramáticos, del efecto de los rendimientos decrecientes. En Mongolia desapareció prácticamente toda la industria tras la conmoción del libre comercio a principios de la década de 1990. Bajo una globalización tan asimétrica -en la que algunos países se especializan en actividades con rendimientos crecientes mientras que otros lo hacen en actividades con rendimientos decrecientes-, que un país se especialice en actividades con rendimientos decrecientes es como si se “especializara” en ser pobre.
Se muestra este fenómeno en un ejemplo ofrecido por Frank Granham, el que fuera presidente de la Asociación Económica Americana. Los países ricos se especializan en ventajas comparativas producidas por el hombre, mientras que los pobres se especializan en ventajas comparativas proporcionadas por la naturaleza. Las ventajas comparativas en las exportaciones de productos naturales ocasionarán más pronto o más tarde rendimientos decrecientes, porque los recursos que ofrece la Madre Naturaleza suelen ser de calidad variable, y normalmente se utilizarán antes los de mejor calidad. Los países pobres carecen en general de políticas sociales o pensiones para los ancianos, por lo que tener muchos hijos es la forma habitual de procurarse cierta forma de “seguro de vejez”. Sin embargo, el aumento de población resultante suele chocar pronto con el “muro flexible” de los rendimientos crecientes, como ha sucedido recientemente en Mongolia y Ruanda. El desarrollo sostenible global depende por tanto de que en los países pobres se cree empleo fuera de los sectores con rendimientos decrecientes, en particular fuera de los sectores basados en la producción de materias primas, que, en ausencia de un sector con rendimientos crecientes, suelen dar lugar a círculos viciosos maltusianos de la pobreza y violación de la naturaleza.




El cambio tecnológico y su ausencia

Las “oportunidades” para la innovación y el cambio tecnológico están muy desigualmente distribuidas en cada momento entre las diversas actividades económicas. En determinado momento había pocos cambios tecnológicos en las lámparas de queroseno (quinqués) y muchos en la luz eléctrica. Como veremos, un país siempre puede especializarse en actividades económicas en las que ni con todo el capital del mundo se podrían generar innovaciones y aumento de productividad. Este mecanismo también posibilita que un país se especialice en ser pobre.

Un elemento importante del enorme “problema social” (como se decía entonces) que dominó el discurso europeo durante el siglo XIX fue la existencia de los llamados “trabajadores en casa” (heimarbeiter), que producían artículos que la industria todavía no había conseguido mecanizar, como parte de un proceso de producción carente de rendimientos crecientes y sin ningún potencial de innovación. Se trataba de productos caseros que eran distribuidos como si fueran industriales. Hoy día, la subcontratación de producciones no mecanizables desde Estados Unidos a México y otros países cercanos está reproduciendo las condiciones de los trabajadores caseros europeos del siglo XIX. En México ese tipo de industria -las mauiladoras cerca de la frontera con Estados Unidos- crece a expensas de la industria tradicional, y como pagan salarios más bajos que ésta el fenómeno está afectando al nivel salario medio, presionando sobre él a la baja. Un similar efecto maquila se detecta también en la agricultura: la producción mecanizable (como la cosecha de trigo y maíz) queda a cargo de Estados Unidos, mientras que México se especializa en la producción no mecanizable (cosecha de fresas, cítricos, pepinos y tomates), lo que reduce las oportunidades de innovación en México, introduce al país en callejones tecnológicos sin salida y/o privilegia las actividades intensivas en mano de obra.

Los productores más eficientes del mundo en la producción de pelotas para el juego de béisbol, el deporte nacional estadounidense, se encuentra en Haití, Honduras y Costa Rica. Esas pelotas se cosen todavía a mano como cuando se inventaron. Ni con todos los ingenieros y todo el capital de Estados Unidos se ha conseguido mecanizar su producción. Los salarios de esos productores de pelotas de béisbol, los más eficientes del mundo, son miserables. En Haití ronda los 30 centavos de dólar por hora a mediados de la década de 1990. Cada pelota de béisbol se cose a mano con 108 puntadas, y cada obrero es capaz de coser cuatro pelotas por hora, a mano pero con los requerimientos de precisión de un producto fabricado con máquinas. Las pelotas se venden en Estados Unidos por unos 15 dólares cada una. Como consecuencia de los problemas políticos suscitados en Haití -donde el intento del presidente Jean-Bertrand Aristide de elevar el salario mínimo de 33 a 50 centavos de dólar por hora fue una de las razones para su derrocamiento-, gran parte de la producción se desplazó a Honduras y Costa Rica, donde el nivel salarial es más alto, situándose en Costa Rica ligeramente por encima de 1 dólar por hora.

Las pelotas de golf, en cambio, son un producto de alta tecnología, y una de las fábricas más importantes- que por sí sola representa el cuarenta por 100 de la producción estadounidense- se encuentra en la vieja ciudad ballenera de New Bedford, Massachussetts. La investigación y el desarrollo desempeñan papeles importantes en la producción, y a pesar de los elevados salarios en la zona, los costes de trabajo directos representan sólo el quince por 100 de los costes de producción totales. Como en una refinería de petróleo, su escasa repercusión en los costes de producción totales, unida a la necesidad de trabajadores, ingenieros y proveedores especializados, contribuye a evitar que la producción de pelotas de golf se desplace a países con bajos salarios coo Haití. Los salarios en la zona de New Bedford se sitúan a un nivel de entre 14 y 16 dólares por hora. La diferencia entre los niveles salariales en esos dos sectores industriales -producción de pelotas de béisbol y de golf- es consecuencia directa de un desarrollo tecnológico desigual. La pobreza de Haití y la riqueza de Estados Unidos son, para ambos países, a la vez causa y consecuencia de las decisiones tomadas sobre qué producir.

La institución que llamamos “mercado” recompensa al productor más eficiente del mundo de pelotas de golf con unos ingresos entre 12 y 36 veces mayores -entre 14 y 16 dólares frente a un abanico que va de 30 centavos a 1 dólar por hora- que los del productor más eficiente del mundo de pelotas de béisbol. Las diferencias en poder de compra reducen ciertamente ese abismo, pero la diferencia en salarios reales es todavía exorbitante. Además de ser pobres, los productores de pelotas de béisbol se ven afectados por enfermedades ocupacionales como el síndrome del túnel carpiano. En Costa Rica, donde la situación es claramente mejor que en Haití, un ejecutivo de la empresa estimaba que el noventa por 100 de los obreros de la fábrica de pelotas de béisbol sufrían algún tipo de enfermedad ocupacional. Me gusta visitar fábricas y siempre había deseado observar desde dentro una fábrica de pelotas de béisbol. Una vez, cuando trabajaba en la concesión de microcréditos en San Pedro Sua, en Honduras, la hermana de nuestro anfitrión dirigía una fábrica de pelotas de béisbol y me dijo que podía ir a visitarla. Sin embargo, en el último minuto la visita fue cancelada, al parecer por orden expresa de los propietarios estadounidenses.

Se muestra la gran diversidad de oportunidades para aumentar los salarios reales que ofrecen los cambios tecnológicos, y señala los muchos factores que se combinan para producir ese efecto. Muestra un sistema de clasificación (una taxonomía) de la calidad de las actividades económicas según su capacidad para generar un alto nivel de vida.

Las nuevas tecnologías y las innovaciones requieren y fomentan nuevos conocimientos, favoreciendo actividades económicas caraterizadas por altos niveles de conocimiento y de renta, en las que predominan una competencia imperfecta schumpeteriana y dinámica, altas barreras a la entrada, elevados riesgos y grandes recompensas, a diferencia de la competencia perfecta o “competencia entre las mercancías” en la que operan los mecados de materias primas. A medida que las innovaciones, productos y procesos maduran y envejecen, las mercancías van cayendo, bajo una especie de ley de la gravedad, en el índice mostrado y se pueden señalar las características que convierten la fabricación de pelotas de béisbol en una actividad de baja (alta) calidad en términos de su petencial para generar riqueza.

Una vez que se ha creado una gran diferencia en los salarios reales, el mercado mundial asigna automáticamente las actividades económicas que suponen callejones tecnológicos sin salida -y que por lo tanto sólo requieren mano de obra no especializada, por ejemplo, la fabricación de pelotas de béisbol- a los países con bajos salarios. Aunque en algún momento se produjera un avance tecnológico en la fabricación de pelotas de béisbol, esto no ayudaría a los productores pobres; el siguiente ejemplo mostrará por qué: durante la década de 1980 se podía encontrar la siguiente información en un pijama típico vendido en Estados Unidos: “Tejido fabricado en Estados Unidos, cortado y cosido en Guatemala”. La producción textil está altamente mecanizada, de forma que el tejido se produce en Estados Unidos. En aquella época el corte del tejido se hacía mecánicamente, pero había que hacerlo en pequeñas cantidades para asegurar un tamaño y calidad uniforme, con la misma mano de obra barata que consía a máquina los pijamas. Durante la década de 1990 comenzó a aparecer un texto nuevo en las etiquetas de los pijamas: “Tejido producido y cortado en Estados Unidos, cosido en Guatemala”. La nueva tecnología láser permitía ahora que se cortaran automáticamente con alta precisión grandes pilas de tejido, eliminando así la necesidad de la mano de obra barata, por lo que el corte se repatrió a Estados Unidos.

En este apartado he descrito uno de los mecanismos, importante pero minusvalorado, por los que el mercado, abandonado a sus propias fuerzas, tenderá a ampliar más que a reducir las diferencias salariales existentes entre los distintos países. La magia del mercado tenderá a ampliar las asimetrías existentes entre países ricos y países pobres.

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