De la peripecia romántica, el europeo salió apesadumbrado por la saciedad y el hastío. Verlaine era un hombre aburrido: "Todo está dicho. He leído todos los libros. Tengo más recuerdos que si tuviera mil años. ¡Ay, de todo he comido, de todo he bebido! ¡Ya no hay más que decir!" Baudailaire era un hombre aburrido: "Ah, muerte, viejo capitán! ¡Ya es hora! ¡Levemos anclas! ¡Este país se aburre, oh muerte! ¡Despleguemos las velas!"
Falubert es un hombre aburrido: "He sacrificado en todos los altares!" La maladie du siècle es el spleen, el aburrimiento. Alfred de Musset filosofa sobre su aburrimiento en sus Confesiones de un hijo del siglo. Nuestro Meléndez Valdés se muere de tedio:
Do quiera vuelvo los nublados ojos
nada miro, nada hallo que me cause
sino agudo dolor o tedio amargo.
Mallarmé lo resume todo en un verso terrible: "La carne es triste, ¡ay! Y he leído todos los libros." Así entramos en el siglo XX. ¿Y qué vamos a encontrar en él? La explosión de posibilidades vitales. Muchos de los comportamientos transgresores que protagonizaban personajes distinguidos se democratizan. Hay una gigantesca posibilidad de elegir, más aún, es precioso ser autor de la propia vida. El individualismo que se impone, el dulce hedonismo que se extiende tras cada una de las dos guerras mundiales, provoca, como dice un libro famoso: "un nuevo desorden amoroso". Tras medio siglo de represiones, parecía que la liberación sexual iba a aclarar las cosas. ¿Lo consiguió en lo referente a la historia que cuenta este libro? ¿Hemos ya dado con la manera de integrar "amor pasión", "libertad", "amor constante", "familia"?
Las estadísticas nos dicen que para más del 90% de los europeos la familia continúa siendo el camino más despejado hacia la felicidad, lo que, paradójicamente, ha hecho más frágil la unión de las parejas porque se piensa que el matrimonio legítimo es el que proporciona felicidad y que, en caso de no conseguirlo con cierta rapidez, es mejor intentarlo de nuevo.
Ulrich Beck, el sociólogo que mejor ha estudiado este asunto, dice una frase certera y desoladora: "El amor se hace más necesario que nunca y, al mismo tiempo, imposible". Y añade:
"La relación entre hombres y mujeres padece ahora un dilema central: por un lado, existe el deseo y la obligación de ser un individuo independiente; por otro lado, se da la necesidad de una convivencia duradera con otras personas que, sin embargo, están sujetas a las prefiguraciones y expectativas de su propia vida. La pregunta decisiva es si estos problemas continuarán y se agudizarán hasta que al final sólo queden los terapeutas como acompañantes de nuestra soledad. A ello se opone la esperanza de que también podrían ser de otro modo: de que se podrán encontrar formas de comportamiento y regulaciones para conseguir reunir dos biografías autoplanificadas".
El siglo XX, liberado de muchas de las antiguas coacciones, ha buscado insistentemente una solución al problema amoroso. Lo ha hecho, además, con una sinceridad que roza a veces el exhibicionismo, lo que nos va a permitir contar historias variadas, commplejas, que añaden a las que ya hemos narrado un punto de reflexividad crítica y en ocasiones transgresora.
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Por ejemplo las cartas de Freud.-
Las cartas de Freud mencionan el concepto de "proyecto", este concepto ha tenido extraordinaria importancia durante el siglo XX. La libertad consiste en dirigir la propia vida de acuerdo con un proyecto elegido. Nietzsche había definido al hombre como "el animal capaz de prometer". En las historias de amor apasionado hemos visto con demasiada frecuencia vidas a merced del azar amoroso, más inclinadas a los juramentos emocionados que a los compromisos reales. Además ¿no son contradictorios el amor y el compromiso? Aparece un nuevo enfrentamiento entre los dos extremos en conflicto -el amor pasión y el amor constante-, que ahora se manifiesta como la tensión entre el "amor espontáneo" y el "compromiso amoroso".
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El siglo XX acaba siendo una búsqueda sin final.-
La necesidad de hacer compatible el poder excepcional del amor, su llamarada, con la vida amorosa, permanece como un horizonte utópico, ni alcanzado ni rechazado, acometido a veces por la astenia escéptica. Hay historias que han intentado encontrar la estabilidad de una vida amorosa transitando por caminos insospechados. Es un ejemplo de la tenacidad del ser humano por encontrar modos de hacer compatible la pasión y la vida, el volcán y la cocina, la existencia exaltada y la existencia cotidiana.
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Son episodios de nuestra búsqueda de modos bienaventurados de relacionarnos que nos permiten aprender a conseguir la esperanza necesaria que nos permita la perpetuación de la llama imposible.
El ser humano vale lo que valen sus relaciones. Por eso es tan importante conocer, ampliar y profundizar la experiencia amorosa. Los personajes de esta experiencia están peleando una batalla con sus aciertos y sus fracasos. Ponen de manifiesto uno de los desgarroa que tiranizan el alma humana. Aspiramos simultáneamente a la tranquilidad y a la excitación, a la seguridad y al riesgo, a la novedad y a la repetición, aspriamos a hacer que todo sea compatible. No es empresa fácil. Decimos que el amor es irracional pero necesitamos vivir de acuerdo con la razón. Decimos que el amor arriesga todo a un envite, y sin embargo necesitamos descansar en la seguridad de lo adquirido. Elogiamos la locura amorosa, pero necesitamos vivir cuerdamente.
Aceptamos que la pasióm rompa normas, pero precisamos normas para convivir. Repetimos que el amor mueve el sol y las estrellas, pero no parece capaz de dirigir una convivencia feliz. Según todos los indicios, es más fácil morir de amor que vivir de él.
Para comprender algo tan enigmático como el amor apasionado conviene buscar su origen y su destino, es decir, el dinamismo que lo habita. Es ahí donde podremos encontrar la causa de las contradicciones que acabo de señalar. Los humanos somos seres no definidos aún, estamos a la búsqueda de nuestra propia esencia y de nuestro propio destino, oscilando entre la grandeza y la miseria, obligados a inventar. La inteligencia funciona como una energía expansiva, creadora, buscadora de espacios nuevos. Rodeamos nuestras necesidades con múltiples significados. Comemos para nutrirnos, convertimos el sexo que es un función biológica en sexualidad, que es un ámbito simbólico, afectivo, moral, poético, creador o destructivo. El instinto sexual se sentimentaliza. Se individualiza. Lo que en su estado bruto es pulsión genérica -un macho y una hembra- se convierte en deseo concreto de una persona concreta. Ésta es una de las raíces del amor, que recibe en herencia el poder ciego y formidable de una energía biológica.
Pero esta ampliación del deseo sexual no lo explica todo. Es atracción, es ímpetu, es ansiedad, pero no debemos todavía llamarlo amor, porque puede ser compulsivo, egoísta y cruel. No creo que el amor nazca como una derivación enriquecida de la sexualidad, sino que aparece en el universo de la maternidad. El vínculo de la madre con su criatura tiene las características que nos sirven para definir el amor: es individual -ese a su cría a la que se siente vinculada y no a otra-; es generoso, porque necesita de la felicidad del niño para ser feliz; también es egocéntrico, porque es su propia felicidad la que busca a través de la felicidad de otro, no se trata de un sacrificio martirial; y por último es activo, porque su amor impulsa a la madre a cuidar del hijo.
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En las historias de amor hemos visto una dependencia total respecto de la persona amada, una total necesidad de ella. ¿Pero quién ha dicho que necesitar a alguien para sobrevivir es amarlo? El drogadicto necesita la droga, a la que al mismo tiempo odia. Hemos visto enamorados y enamoradas frenéticos obsesionados por el otro, pero demasiado ocupados con su sentimiento para poder cuidarle.
Tenemos pues dos raíces del amor humano, que pueden darse por separado pero que estamos intentando unificar, en una de las más colosales aventuras vividas por nuestra especie: el sexo y la ternura. Un deseo encaminado al placer se hibrida con un deseo dirigido a la felicidad de otra persona y a su cuidado. Sin duda, puede existir los dos por separado. Puede haber un amor que sea puro deseo, y un amor que sea pura ternura. Pero cuando estamos hablando de la figura perfecta del amor romántico, erótico, de pareja, conyugal o como quieran llamarlo, estamos hablando de la milagrosa unión de ambos aspectos. Es la "dulce pasión" de la que habla Diderot.
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