sábado, 6 de noviembre de 2010

miedo a la intimidad

aprender a conocer y superar nuestras
BARRERAS AFECTIVAS
Y EMOCIONALES

MANUAL PRÁCTICO
Basado en las Investigaciones de
William P. Ryan y Mary E. Donovan


"ME SIENTO AMENAZADO CUANDO OTRA PERSONA SE ACERCA DEMASIADO"

A primera vista podría parecer paradójico que en una era en la que tanta gente proclama abiertamente su deseo de intimidad (como lo demuestra el auge de los llamados 'anuncios personales', tanto en los diarios como en Internet), muchos estén al mismo tiempo tan profundamente asustados. Es obvio que la intimidad es un valor caracterizado por la ambivalencia. Todos la anhelan, pero cuando tienen una oportunidad de acercamiento son muchos los que también escapan.

Algunas personas temen a la intimidad porque sus experiencias tempranas los llevaron a equiparar ser amados con ser sobreprotegidos o dominados. A modo de ejemplo, veamos el caso clásico del padre que con el pretexto de "ayudar" a su hijo a hacer los deberes lo suplanta y los hace él. Así el padre se impone de este modo a su hijo en forma habitual, el niño no desarrollará su yo en plenitud, se sentirá minúsculo e incapaz, eclipsado por la sombra gigantesca y siempre presente de su padre. O tomemos la clásica situación de la madre amante que permanece de guardia junto a la ventana mientras su hijo juega afuera, y corre en su ayuda al menor signo de peligro. El niño constantemente sobreprotegido crecerá sintiéndose incapaz de desenvolverse en el mundo. En ambos casos se trata de padres cariñosos y bienintencionados, pero su comportamiento impide que los hijos desarrollen una fuerte conciencia de sí mismos como seres autónomos. En la edad adulta, esos hijos seguirán demasiado apegados psicológicamente a sus padres, con un sentido de identidad subdesarrollado y débil. Cuando otras personas comiencen a intimar con ellos, reaccionarán como si fueran nuevamente niños pequeños avasallados por padres todopoderosos.

Hay también quienes temen a la intimidad porque se trata de un territorio desconocido. Muchas personas crecieron sin experimentar nunca un sentimiento de verdadera conexión con otro ser humano. Tampoco aprendieron con el ejemplo, dado que sus padres no tenían comunicación entre ellos. Ya adultos, tal vez hagan algún intento de llegar a la intimidad en ciertas relaciones, pero como no saben manejarse en esa situación, lo más probable es que todo termine en desilusión, sufrimiento o incluso desastre. Eso alimenta su temor de entrar en territorio desconocido y refuerza su convicción de que lo más seguro es mantener altas las defensas e impedir que nadie se acerque.

Una razón más de que el miedo a la intimidad sea tan corriente, es que las relaciones íntimas obligan al individuo a descubrir y enfrentarse con su yo más profundo, incluso sus costados más oscuros y menos atractivos. Algo que mucha gente no puede o no quiere hacer. Muchos crecieron desconectados de part4es enteras de su propio ser- sus sentimientos más profundos, sus verdaderos deseos, su confusión, su ira, su ambivalencia, sus anhelos espirituales- y fueron criados por personas que también estaban desconectadas de su propio ser. La intimidad implica para ellos avanzar por una zona desconocida, el territorio sin mapas del auténtico conocimiento de una mismo. Es así como, algunos parecen dispuestos a aprender quiénes son en realidad, suelen dar marcha atrás cuando una relación los fuerza enfrentarse con partes de su propia personalidad que prefieren negar o desconocer.

Como ocurre con los demás bloqueos afectivos, el bloqueo "Me siento amenazado cuando otra persona se acerca demasiado" puede manifestarse en grado variables y de diferentes maneras. Algunas de las personas que lo padecen tienen tanto miedo a la intimidad que sólo entablan relaciones muy superficiales, o pasan por la vida casi sin establecer vínculos con los demás, salvo por los del trabajo. Otros tienen numerosos amigos con los que se sienten cómodos y a los que confían sus sentimientos, pero se sienten amenazados ante la perspectiva de abrirse del mismo modo ante la persona con la que mantienen una relación sentimental o que les interesa en ese aspecto.

En las relaciones amorosas, el miedo a la intimidad se expresa de diversas maneras. Algunas personas se sienten cómodas en la gimnasia sexual con su pareja pero les resulta muy incómodo confiarle sus sentimientos más profundos. Otros son más reprimidos respecto de sus cuerpos pero no les cuesta revelar sus sentimientos.

Si bien este bloqueo está muy difundido, hay que ser muy cauteloso antes de concluir que alguien lo padece. A veces, escapar de la intimidad puede ser muy saludable, ya que abunda en el mundo la gente de personalidad invasora. Apenas conocen a alguien desean convertirse instantáneamente en su mejor amigo o su amante, o exigen algún otro modo de fuerte compromiso desde el primer momento. La persona asediada responderá a menudo cerrándose en forma instintiva y apartándose, lo cual en una situación de ese tipo constituye una reacción sana de autoprotección, y no la evidencia de un bloqueo afectivo. La reacción es apropiada porque la amenaza que representa la persona invasora es una amenaza real. Sólo podemos afirmar que se está ante el bloqueo descripto cuando alguien reacciona HABITUALMENTE a la intimidad cerrándose y apartándose, y haciéndolo incluso cuando quien desea intimar no es una personalidad invasora.

LÍMITES E INVASIÓN
A fin de poder relacionarse íntimamente de un modo saludable, es preciso tener una idea clara de los límites, saber dónde termina uno y dónde empieza el otro. Los límites claros y apropiados actúan a modo de antenas que indican cuándo el comportamiento del otro representa una intrusión o una amenaza. También permiten establecer el tono justo en la relación, decir: 'No, no puedes tratarme de ese modo' o 'No, no puedo hacer lo que quieres que haga: es demasiado pedir'. Sólo cuando las personas establecen límites saludables son capaces de alcanzar el delicado equilibrio entre cercanía y distancia que la intimidad requiere, sin sentirse amenazadas ni por la cercanía ni por la distancia. Lo cierto, sin embargo, es que muchas personas crecieron en hogares donde los límites eran constantemente violados, y la única forma en que podían proteger de la invasión su frágil individualidad era erigir un muro de defensas impenetrables.

Hay dos clases de invasión corrientes en el seno de la familia. La primera es una invasión física, que se produce cuando existe poco o ningún respeto por la privacidad. Algunas personas crecieron en hogares donde no se les permitía a los niños cerrar la puerta de su dormitorio para leer o estudiar, o simplemente para estar solos. Todo intento de hacerlo era interpretado por los padres como una acto hostil, y el niño era acusado de 'guardar secretos', 'estar malhumorado' o 'portarte como si fueras demasiado bueno para nosotros'. Algunos padres interpretaban como un rechazo todo deseo de soledad manifestado por sus hijos y se mostraban ofendidos cada vez que un niño expresaba el deseo de hacer algo por su cuenta.

La segunda clase de invasión habitual es la psicológica. Ocurre en familias en las que no se les permite a cada uno de los miembros tener sentimientos, ideas y opiniones diferentes. Muchas personas crecieron en hogares donde se consideraba impertinente o herético que un niño expresara un sentimiento, una idea o una opinión que no estuvieran de acuerdo, o estuvieran en contradicción, con lo que pensaban o sentían sus padres. Los padres eran tan narcisistas que no podían distinguir entre sus propios sentimientos y los de sus hijos. Si sentían de determinada manera, daban por sentado que sus hijos debían sentir lo mismo; si los niños intentaban expresar su disenso, ellos reaccionaban con la negación. 'No digas eso, no es lo que realmente piensas', afirmaban, o tal vez: '¿Cómo que odias las habas? No puedes odiarlas. ¡Si a mí siempre me encantaron!' O quizá preguntaban incrédulos: '¿Cómo puedes tenerle miedo al agua?' ¡En esta familia a todo el mundo le encanta nadar!' Y una invasión aun más sutil ocurre cuando uno le dice al otro: 'Lee este libro, te encantará', o 'No vayas a ver esa película, la detestarás', o 'Me compré una campera nueva pero no quiero mostrártela porque sé que no te gustará'.

A los niños cuyo temperamento no coincide con las expectativas de sus padres, esta clase de invasión psicológica puede llevarlos a una autoestima muy baja. Tomemos el caso de un niño a quien por temperamento le cuesta relacionarse con los demás. En algunas familias se respeta el reloj interno de ese hijo y se le permite entablar relaciones siguiendo su propio ritmo, acercándose a los demás y permitiéndoles acercarse a él paso a paso, según le resulte cómodo. En otras familias, en cambio, ese reloj interno no es respetado porque lo que rige las relaciones es la impaciencia de los padres. En lugar de ver al niño como alguien que necesita tiempo para abrirse a los demás, se lo etiqueta como 'tímido', 'solitario', 'presumido', o incluso se lo castiga por ser descortés y 'raro'. Probablemente también se lo obliga a un acercamiento antes de que esté preparado para ello, con lo cual se convierte en efecto en un solitario y casi con seguridad desarrolla el bloqueo 'Me siento amenazado cuando otra persona se acerca demasiado'. Si se le permitiera ser él mismo, el niño seguiría siendo lento para establecer relaciones, pero no las consideraría amenazantes.




El miedo a la intimidad es más que una fobiaal compromiso, a las citas, o a las mujeres o a los hombres. Es el temor de perderse a sí mismo que sofoca su capacidad de amar.

La definición de miedo a la intimidad puede ser diferente en cada persona, este miedo implica el cuidar de otra persona, al mismo tiempo que la otra persona nos cuida, y esto lo hace vulnerable y debe estar abierto alrechazo, al dolor y a la traición.

El miedo a la intimidad es la auto-protección 

Cuando usted teme a la intimidad, puede tener miedo de ser consumido por otra persona, o de ser sumergidos en su personalidad o en su mundo. El miedo a la intimidad implica a menudo una lucha para mantenerse separado de la otra persona. Este miedo puede ser físico, emocionalmental o espiritual. De hecho, se pueden involucrar los cuatro niveles del ser, aunque puede ser más prominente en una zona u otra.

Usted puede luchar con el miedo a la intimidad, incluso si está casado o en unarelación de pareja. Puede temer a la intimidad y ser emocionalmente distante o mentalmente aislado.


Cómo dejar atrás miedos de la intimidad 

Sea realista, siempre existen las probabilidades de que usted sea dejado o engañado por su pareja, pero esto no es motivo para escaparle a la intimidad.

Si usted logra averiguar la causa de su miedo a la intimidad y siente sus sentimientos, puede ser más abierto a dejarse amar. Por ejemplo, sabiendo que tienemiedo de la intimidad debido a que su madre murió cuando era pequeño, le da opciones: trabajar por medio de sus sentimientos a través de la escritura o la pintura, en busca de asesoramiento, o unirse a un grupo de apoyo para el duelo (que nunca es demasiado tarde). Confesar sus sentimientos a familiares y amigos puede provocarle menos miedo y ser más manejable, y alguien va a ser capaz de relacionarse, lo que le ayudará a sentirse menos solo.

Tan importante como es la intimidad, es la protección contra la sobrecarga de la intimidad al mantener un sentido de sí mismo a través de sus propios amigos, pasatiempos e intereses.



El miedo a la intimidad, continua Laurie, no es lo mismo que miedo al compromiso.
Uno puede estar casado y no conocer emocionalmente, intelectualmente o
espiritualmente a su pareja. Es más, la soledad estando casado es más difícil que estando
soltero. Y esta soledad matrimonial nace del miedo a la intimidad de uno o los dos.
La fuente más fuerte e importante de una relación íntima es una muy buena amistad. Sea
que sean amigos o amantes, o las dos cosas, hay 3 elementos en una relación fuerte y
saludable: autenticidad, comunicación y honestidad. Estos 3 elementos pueden reducir
el miedo a la intimidad.
1) Autenticidad: se trata de que tus sentimientos concuerden con tus palabras y tus
actos. Si te sientes molesto o traicionado, lo expresas con palabras y conducta (recuerda
que el 90% de la comunicación es no-verbal, lo que significa que aun si no expresas
verbalmente tus sentimientos, tus actos los revelarán). Puedes intentar frases como:
Estoy triste porque esperaba verte o, estoy con iras y frustrada porque confié en lo que
me dijiste y no lo cumpliste. En vez de esconderse detrás del miedo a la intimidad, hay
que dar un paso y revelar lo que sientes. Te sentirás vulnerable y temeroso, eso es
inevitable, pero es más saludable poder expresar lo que realmente te está sucediendo.
2) Comunicación: apertura mutual ocurre cuando los dos comparten sus experiencias
personales diarias. Se abren al mismo nivel; por ejemplo, pueden dialogar sobre las
experiencias de haber sido traicionado en el pasado. Lo importante en encontrarse en el
mismo nivel en cuanto a la cantidad y el tipo de experiencias y pensamientos que
revelan. Si esto no sucede, la relación sale fuera de balance. Uno de los dos ha abierto
su corazón mientras el otro se esconde. Esto es miedo a la intimidad y puede reducirse
si se puede hablar al respecto.
3) Honestidad: se trata de hablar de lo que realmente está pasando en tu vida, como te
sientes y lo que realmente piensas. Revelas lo que realmente es importante para ti. Esto
construye la confianza en las relaciones. No utilizas juegos o esperas que tu compañero
te lea la mente o das pistas en vez de decir lo que realmente deseas. La honestidad es
fundamental para una relación sana y si empieza a tambalear la honestidad, la confianza
se perderá y eso es difícil de retomar. Así que es mejor, desde un principio, ser claro con
uno mismo y con la pareja sobre los términos de la relación y estar abiertos a manejarla
con apertura y a favor de la pareja. Mientras más tiempo se permanezca en el miedo a la
intimidad, peor se pone la situación y es más difícil de superar. Superar el miedo a la
intimidad puede conducir a una vida más rica internamente.
Según Laurie Pawlik-Kienlen, sobrellevar el miedo a la intimidad significa que
necesitamos aprender a ser uno mismo en la relación. Simple en teoría y difícil en la
práctica. La intimidad en las relaciones envuelve compartir lo que realmente piensas,
crees y sientes. Se trata de abrirse en corazón y mente y permitir que la otra persona
haga lo mismo. Es riesgoso y, por eso, se desarrolla este miedo a la intimidad. La
intimidad es similar a la autenticidad en cuanto a que en las dos se trata de revelar el
verdadero yo. El miedo a la intimidad es común, y puede estar relacionado al miedo al
compromiso pero no son la misma cosa. Puedes estar casado y comprometido con tu
pareja, pero puedes no estar involucrado emocionalmente de forma íntima. Puedes estar
enamorado, pero no conectado. Sobrellevar el miedo a la intimidad permite que se de
una conexión emocional y física real.








Todos tenemos miedo a la intimidad. Es otra cosa si te das cuenta o no. Para la intimidad hay que exponerse ante un extraño. Todos somos extraños, nadie conoce a nadie. Somos extraños hasta a nosotros mismos porque no nos conocemos realmente.
La intimidad te acerca a un extraño. Tienes que bajar todas tus defensas, sólo así  es posible la intimidad. Y el miedo es que si bajas todas tus defensas y te quitas todas tus máscaras; quién sabe qué va a hacer el extraño contigo.
Todos estamos escondiendo un millón de cosas, no nada más de los demás, sino también de nosotros mismos, porque hemos sido creados por una humanidad enferma llena de todo tipo de represiones, inhibiciones y tabús. Y el miedo es que con alguien que es un extraño (y no importa si has vivido con esa persona por 30 ó 40 años) lo extraño nunca desaparece y se siente más seguro mantener un poco la defensa, un poco de distancia, porque alguien podrá aprovecharse de tus debilidades y de tu vulnerabilidad.
Todos tenemos miedo a la intimidad.
El problema se vuelve aún más complicado porque todos queremos intimidad. Todos queremos intimidad porque si no estamos solos en este universo, sin un amigo, sin un amante, sin nadie en quien confiar, sin nadie con quien mostrar tus heridas. Y las heridas no pueden sanar al menos que sean descubiertas. Mientras más las escondes, más peligrosas se vuelven. Se pueden volver cancerosas.
La intimidad es una necesidad, así que todos la desean. Pero todos prefieren que sea el otro el que se acerque í ntimamente para que sea el otro el que baje sus defensas, se vuelva vulnerable, abra todas sus heridas, suelte todas sus máscaras y falsa personalidad, y se pare desnudo tal como es.
Este es uno de los mayores conflictos entre amigos y amantes. Nadie quiere bajar sus defensas y nadie quiere mostrarse desnudo y con total sinceridad, abierto. Sin embargo, ambos desean la intimidad.
OSHO
Ultima actualización ( Lunes 27 de Julio de 2009 20:10 )







Crisis de la identidad masculina

El hombre actual debe replantearse su identidad frente a la vida moderna. Adaptarse a los cambios de su entorno.
La revolución industrial ha movido al hombre fuera de su hogar, hay que ir a buscar el trabajo en donde se encuentre, el abandono de la familia es un hecho, nosotros no somos culpables de esta situación, nuestra familia tampoco.
El movimiento feminista ha generado una ola que nos ha desequilibrado. Oponer resistencia nos agota, dejarnos llevar nos aleja. Debemos aprender a movernos en esta nueva dinámica aprovechando nuestras fuerzas y las de nuestra pareja en beneficio de ambos. Tenemos la opción de ver hacia adelante con optimismo o dejarnos morir junto con los que no se atreven a navegar hacia el cambio.


La falta del padre. Aún para los que tenemos un padre y para nuestro propio padre, existe un hueco en la identidad masculina. Los padres se desligan de los hijos para trabajar. La comunicación entre ellos y nosotros está trabada de alguna forma. Sus sentimientos son tabús, los nuestros se estropean. Los sustitutos para llenar ese hueco son los héroes, todos queremos un padre superhéroe. Nuestra identidad se forja sobre el superhombre, un mito, un engaño.

La sobreprotección de la madre. Todo contacto físico viene de nuestra madre, conocemos nuestro cuerpo a través de ellas, de sus manos, de sus caricias. Aprendemos a vivir fuera de nuestro cuerpo, el contacto de nuestra piel por un hombre, incluyendonos nosotros mismos está prohibido en nuestro inconciente; en caso contrario lo juzgamos homosexual.
Estas debilidades son parte de nosotros, la única manera de cambiar es aceptarlas y entenderlas. No se trata de culpar a nuestros padres, que en la mayoría de los casos nos aman. En un problema genealógico, nuestros abuelos transmitieron estas características a nuestros padres, ellos a nosotros y nosotros a nuestros hijos.
El miedo a la intimidad es otro factor de nuestra identidad que nos presenta desarmados ante las relaciones de pareja. Cuando un hombre no ha tenido la oportunidad de separase de su madre, quien llena el hueco del padre, forma una ambivalencia que se traduce en el miedo a la intimidad, con uno mismo y con las mujeres. Al no tener la oportunidad de desarrollar una intimidad con uno mismo no es posible la intimidad con otra persona. Somos dependientes del miedo a la intimidad pero lo exteriorizamos como miedo al abandono de la pareja.
La agresividad es una característica masculina que ha sido reprimida. La falta del padre evita el contacto con esta sensación, el contacto con la madre reprime esta violencia porque ella la juzga mala, para comportarnos según las espectativas de nuestra madre debemos ser buenos (pasivos). Esta violencia reprimida se transforma en hostilidad hacia la mujer, lo que evitará la intimidad.
La religión limita también tanto la violencia como la sexualidad, dejando al hombre falto de dos cosas escenciales de su identidad. Por otro lado, la religión en lugar de reunir el espiritu con el cuerpo, los separa; asi como separa al padre del hijo.
Entiendase violencia como el sentimiento de hombre que nos mueve a conseguir lo que queremos rompiendo las barreras que nos limitan. La libertad que tanto deseamos en nuestros sueños de aventuras, de superhéroes. La violencia es una forma de poder que nos hace encontrar nuestra identidad masculina. No podemos negar ese elemento tan nuestro que ha sido reprimido.
La aceptación de nuestras características masculinas nos permite aceptarnos tal como somos e iniciar así una metamorfósis hacia nuestra identidad, dejando de pretender ser algo que no somos y que nos lleva a ser actores en un teatro en donde no tenemos un papel que jugar.
Imagen: La balsa de Medusa, Théodore Gericalult, 1956, Museo de Louvre





La desmitificación de la mujer

He empezado a analizar mi sensación de enamoramiento platónico hacia mujeres que demuestran cierta simpatía hacia mí.
Esta sensación, en principio es agradable, con el tiempo se va convirtiendo en una situación de estrés. La razón de esta ambigüedad es, por un lado, mi tendencia a situar a estas mujeres muy alto, como símbolos femeninos idealizados en mi inconciente, y por otro, el machismo histórico me impide desarrollar esta sensibilidad de forma creativa y que me lleva a sentimientos de angustia, de culpa.
Los símbolos femeninos de los que hablo son tres :
Símbolo de Diosa creadora.
No soy una persona creyente de ninguna religión; sin embargo, la conciencia de mi ser en el universo me hacen admirar la única prueba tangible de mi creación. Esta prueba es la mujer, mi madre, vientre cálido formador, dador de vida. Este deslumbramiento mágico generan en mí un comportamiento de humildad, de miedo ante algo superior. Situo a la mujer en un pedestal de diosa creadora.

Símbolo de Madre alimentadora.
Es en el seno de mi madre en donde he aprendido los estados emocionales de mi persona. Con ella he formado mi caracter. El alimento emocional ha provenido siempre de ese contacto formador de mi identidad, valor, amor. Mi concepto de ser se refleja en la mujer. Frente al espejo no veo nada, a través de la sonrisa de mujer soy ente viviente con valor. La mirada cruel de la mujer me desvaloriza, me pulveriza. Soy totalmente dependiente de ese alimento, droga emocional.
Símbolo erótico espiritual.
Mi creatividad se basa en la mujer, musa que inspira mis logros. Por la mujer soy capaz de las más grandes proezas. Mi espada de héroe se levanta al proteger a la musa representada por la mujer. Mi fuerza de trabajo nace de la necesidad de protegerla. Sensaciones cálidas de alegría, de felicidad surgen de la compañía de la mujer. A través de estas sensaciones emerge la fuerza espiritual existente en mí. Tanto el artista como el violador son atraidos por este poder mágico que crea o destruye con la misma fuerza. Puedo ser la persona más buena o la peor bajo la misma sensación de erotismo espiritual.

El machismo histórico transforma estas sensaciones complejas en utensilios de poder y en vendas que esconden los miedos profundos. Los símbolos femeninos encuentran refugio en la zona más profunda de mi inconciente, surge una barrera al razonamiento, se forma un puente entre las sensaciones cálidas con las reacciones violentas: la violencia masculina.
La violencia masculina puede ser la mejor cualidad porque es un sistema de defensa, la fuerza para sobrevivir, proteger. Pero también puede ser el peor defecto cuando es utilizada como una herramienta de ataque irracional, de conquista egocéntrica.
El puente funciona de la siguiente forma. Cuando las sensaciones emergen del inconciente, se deja de ver a la mujer como un ser humano común. Su imagen se confunde en una mezcla compleja de los símbolos femeninos antes descritos. La sensación agradable se transforma porque la barrera irracional impide equilibrar estas sensaciones situandolas en la reralidad. La sensación cruza el puente por encima de la razón, llega al lado oscuro de la violencia animal. La reacción lógica a estas sensaciones es tan exagerada como la imagen de los símbolos femeninos. No se trata de atacar al ser humano que es la mujer sino al demonio que representa la contraparte de la diosa. No se trata de negociar nuestro amor racionalmente sino de evitar a toda costa la pérdida del alimento emocional que representa. No es la pérdida de la mujer o del amor sino del fantasma erótico espiritual que representa.
Como se forma esta idea compleja?
La respuesta está aún en proceso de busqueda para mí, he aquí algunas pistas.
En mi experiencia con mi madre he adoptado el rol del hijo pródigo, incondicional por el amor de mi madre. No me atrevería a hacer nada que la mortificara. Mi madre es para mí lo que para un creyente es la imagen de la Virgen María o de Coatlicue, diosa de la tierra. Creo que las razones por las que he abandonado a mi madre están siempre ligadas con una nueva imagen de ídolo femenino, es decir, una mujer a la que le soy simpático por la cual dejo a mi madre en segundo lugar.
En la experiencia con mi esposa, siento que he adoptado el rol de adaptado perfecto. En general ella decide, yo me adapto. No me atrevo a contradecir un sólo deseo de ella porque lo considero como un acto de rebeldía hacia ese símbolo de diosa que podría enojarse, descargar su furia en mí. Ante todo debo guardar esa imagen de diosa buena, no puedo permitirme que se convierta en demonio maléfico. Siento el deber de permanecer siempre bueno con ella. Las razones del alejamiento con mi esposa son parecidas a las de mi madre. La sensación placentera de simpatía por parte de otra mujer, ya sea una amiga, compañera de trabajo. Puedo intentar explicar esa sensación por la misma mezcla de símbolos femeninos. Idealizo la sensación de simpatía como una nueva forma de idolatría. Esa sensación placentera se convierte en caos cuando mi yo interno entra en conflicto por jerarquizar esas imágenes. La sensación placentera de ser querido se confunde con la atración erótico espiritual, con el miedo al poder de la diosa, con el miedo a la soledad, el miedo a perder el alimento emocional.
Todos esos miedos se entrelazan con la sensación de placer y juntos cruzan el puente sobre lo racional directamente a las reacciones. Me convierto en un guerrero listo a dar todo por evitar ver de frente los miedos que he dejado en mi inconciente. En lugar de razonar, mi actitud es reaccionaria. En lo personal mi violencia es verbal, libro batallas feroces con mi esposa diosa evitando a toda costa retroceder a la zona racional porque es una zona de inseguridad para mí.
Por otro lado, la imagen de mi madre esta encapsulada en paredes de acero, veo una mujer sin defectos, sin errores, la mujer perfecta.
Este escenario crea en mi una dependencia malsana hacia las mujeres con las que me relaciono, ya sea en forma de amistad, de relación de pareja o relación con mi madre. Es una dependencia que va más allá del cariño que siento por ellas. Muchas veces no puedo ser yo mismo, debo comportarme como un actor por miedo al abandono de alguna de ellas o más bien a la imagen que representan.
Creo que la forma de librarse de esta dependencia es la desmitificación de la mujer como símbolo femenino de nuestro inconciente. La mujer debe ser vista como una persona. No se trata de luchar contra nuestras sensaciones, se trata de comprenderlas y aceptarnos como somos. Romper ese puente entre las sensaciones y reacciones. Caminar el trecho racional, analizar, entender, vencer el miedo de vernos débiles ante nuestras imágenes, dejar de ser el macho dominante, aceptar nuestras debilidades.
El camino parece difícil, surgen muchas preguntas:
Como lograr un equilibrio entre nuestras sensaciones y reacciones?
Aceptar las sensaciones de placer sin idealizarlas?
Buscar las sensaciones de placer en nostros mismos?, homofobia?
Como es la visión de nuestra madre al bajarla del pedestal?
Como es la visión de nuestra pareja al verla tal como es?
Como soportar la falta de alimento emocional?, donde buscarlo?, en nosotros mismos?
El concepto del amor?, el concepto de amistad?, el concepto de respeto?, el concepto de fidelidad?, el concepto de hombre?, el concepto de mujer?
Imagen: Virgen con niño y el pequeño San Juan Bautisita (La bella Jardinera), Rafael, 1507, Museo de Louvre

Imaagen: La muerte de Sardanapale, Eugène Delacroix,siglo XIX, Museo de Louvre


Problemas de pareja


Mi esposa y yo somos una pareja de profesionales, ambos venimos de familias tradicionales: padres proveedores, mujeres responsables de la casa.
Estos roles los repetimos en nuestra pareja inconscientemente. La discrepancia básica radica en el hecho que mi esposa siendo profesionales tiene las mismas posibilidades de crecimiento que yo. La responsabilidad de la casa no la satisface como sucedería conmigo mismo si no trabajara.
Por mi parte, en mi rol de proveedor me sentí muy comodo hasta antes de la crisis. Yo proveía, tenía a mi esposa segura (en la casa).
Mi esposa se sentía cada vez más adisgusto, la disyuntiva de cumplir con el rol tradicional (satisfacer las necesidades del marido) o el rol de la mujer moderna (satisfacer sus necesidades profesionales) la hacen sentirse atrapada e infeliz.
Ambos nos consumimos en el vicio de la codependencia (pusimos todas nuestras esperanzas en que el otro reaccionara), dejamos de crecer en el aspecto individual. 
Mis necesidades eran una esposa satisfecha con lo que yo le daba. Que ella pudiera salir adelante pero sin yo perder mi sitio dominante. Necesidad de reconocimiento de mi esposa ante el esfuerzo de mi trabajo. Ese reconocimiento no era satisfecho (porque ella no era felíz) por lo que empece a desviarme hacia amigos y amigas pasajeros que me retribuían el reconocimiento y admiración que yo necesitaba. Este hecho generó otro problema. Mi tiempo libre prefería pasarlo con mis amigos que con mi esposa.
Por su parte, ella necesitaba que yo entendiera sus miedos por ejemplo el de trabajar. Ese miedo se iba haciendo más grade con el paso del tiempo. Un miedo que yo no entendía porque para mi ese problema estaba resuelto. De ahí surgió una necesidad de dialogo. Un dialogo de sordos porque ni ella ni yo supimos escuchar ni expresar claramente nuestras ideas.
Esa necesidad de diálogo la llevo a buscar una persona que pudiera entenderla.
De esta forma cada uno encontró la via de satisfacer sus necesidades por su lado. Yo de reconocimiento y ella de ser escuchada.
Desafortunadamente las depresiones y el abandono fueron creando un rencor escondido que se manifestó un día.

Ese día quede fuera de equilibrio. La seguridad emocional que ella aportaba se desvaneció.
Mi única opción, adaptarme a la nueva dinámica del cambio: independizarme emocionalmente, enfrentar el abandono...

Imagen: Psique, reanimada por el beso del amor. Roma, 1793, Antonio Canova, Museo de Louvre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Deberías pensar de nuevo lo de poner letra azul sobre fondo negro, y si te vas a apropiar de contenidos de otros blogs sin siquiera revisarlos, al menos sería bueno aclararlo