martes, 16 de noviembre de 2010

primitivización y globalización

El desarrollo sostenible global depende por tanto de que en los países pobres se cree empleo fuera de los sectores con rendimientos decrecientes, en particular fuera de los sectores basados en la producción de materias primas, que, en ausencia de un sector con rendimientos crecientes, suelen dar lugar a círculos viciosos malthusianos de la pobreza y violación de la naturaleza.
Los países ricos se especializan en ventajas comparativas producidas por el hombre, mientras que los pobres se especializan en ventajas comparativas proporcionadas por la naturaleza. Las ventajas comparativas en las exportaciones de productos naturales ocasionarán más pronto o más tarde rendimientos decrecientes, porque los recursos que ofrece la Madre Naturaleza suelen ser de calidad variable, y normalmente se utilizarán antes los de mejor calidad. Los países pobres carecen en general de políticas sociales o pensiones para los ancianos, por lo que tener muchos hijos es la forma habitual de procurarse cierta forma de “seguro de vejez”. Sin embargo, el aumento de población resultante suele chocar pronto con el “muro flexible” de los rendimientos crecientes, como ha sucedido recientemente en Mongolia y Ruanda.
En Mongolia o Ruanda se pueden constatar recientes ejemplos, particularmente dramáticos, del efecto de los rendimientos decrecientes. En Mongolia desapareció prácticamente toda la industria tras la conmoción del libre comercio a principios de la década de 1990. Bajo una globalización tan asimétrica -en la que algunos países se especializan en actividades con rendimientos crecientes mientras que otros lo hacen en actividades con rendimientos decrecientes-, que un país se especialice en actividades con rendimientos decrecientes es como si se “especializara” en ser pobre.

Globalización y primitivización: cómo los pobres se hicieron aún más pobres.-

Que a todos los negros se les prohiba tejer lino o lana, o hilar o peinar la lana o trabajar en cualquier fabricación de hierro, más allá del arrabio o el hierro forjado. Que también se les prohiba la fabricación de sombreros, calcetines o cuero de cualquier tipo... Ya que si llegaren a establecer manufacturas y el gobierno se viere más adelante en la necesidad de impedir su progreso, no podríamos esperar que se hiciere con la misma facilidad que se puede hacer ahora.

Joshua Gee, Trade and Navigation of Great Britain Considered, 1729.

Colonias y pobreza.-

Por aborrecible que parezca, la cita precedente es tristemente representativa de una política económica practicada durante siglos, en concreto de la política económica emprendida por Europa cuando despegó económicamente a principios de la Era Moderna. Y si desde la perspectiva actual nos parece chocante es sobre todo debido a su sinceridad, por admitir tan abiertamente que su objetivo consiste en confinar a las colonias al puro abastecimiento de materias primas. Pero lo habitual ha sido que a las colonias les impidiera establecer industrias para que se concentraran en el suministro de materias primas, y aunque su admisión resulte ahora políticamente incorrecta, lo cierto es que esa política nunca ha dejado de practicarse.

He comentado la afirmación de Werner Sombart de que la industrialización es el núcleo mismo del capitalismo, por lo que impedirla en las colonias equivalía a condenarlas a la pobreza. En este capítulo mostraré que la desindustrialización puede llevar en sentido contrario al desarrollo, a la regresión y la primitivización económica. Uno de los mecanismos que contribuyen a esto es el efecto Vanek-Reinert, que convierte a los sectores económicamente más avanzados de los países menos avanzados en las primeras víctimas de una imposición demasiado rápida del libre comercio. Cuando se invierten los círculos virtuosos basados en los rendimientos crecientes, las regiones periféricas del mundo experimentan sucesivamente la desindustrialización, desagriculturación, y despoblación, mecanismos que se pueden observar hoy día desde el sur de México hasta Moldavia. La huida (emigración) a las zonas del mundo donde predominan las actividades con rendimientos crecientes aparece entonces como la única posibilidad de supervivencia.
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La primitivización ocurre cuando un mercado laboral ya no cuenta con las actividades principales de la ciudad y los seres humanos se ven obligados a regresar a las actividades con rendimientos decrecientes que hemos examinado anteriormente, en las que acaban chocando con “el muro flexible de los rendimientos decrecientes”, como lo llama John Stuart Mill. Los rendimientos decrecientes constituyen “una franja muy elástica y extensible, que difícilmente se estira de forma tan violenta que no sea posible estirarla aún más, pero cuya presión se deja sentir mucho antes de que se alcance ese límite, y se siente más severamente cuanto más se aproxima uno a él”.

Al desaparecer las industrias manufactureras también disminuyen los efectos sistémicos. En su estudio del sistema nacional de innovaciones mexicano, Mario Cimoli muestra cómo le afectó la integración del ALCAN entre la economía mexicana y la estadounidense. El sistema mexicano evolucionó desde una posición de relativa independencia a una relación núcleo-periferia entre los propietarios estadounidenses y los subsidiarios mexicanos. Esto recuerda la teoría de la dependencia centroperiferia de la economía clásica del desarrollo. Destruir el núcleo del sistema de Von Thünen -las actividades urbanas- primitiviza todo el sistema. Von Thünen y sus contemporáneos en la Europa continental y en Estados Unidos entendieron esto, pero su contemporáneo David Ricardo y sus descendientes no lo entendieron. Habían prescindido de los instrumentos necesarios para ese tipo de razonamiento, excluyéndolos de su caja de herramientas; por eso es por lo que las instituciones de Washington pudieron hacer lo que hicieron en Mongolia.
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Cuando se posó el polvo en torno a los restos del Muro de Berlín, Mongolia se convirtió rápidamente en el “alumno estrella” del Banco Mundial en el ex Segundo Mundo. Abrió de par en par su economía casi de la noche a la mañana, y siguió fielmente el consejo que le dieron las instituciones de Washington, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, de minimizar el Estado y dejar que el mercado se hiciera con el control de la economía. Se suponía que Mongolia encontraría su lugar en la economía global especializándose en la actividad en la que gozaba de una ventaja comparativa. El resultado fue que la economía mongola retrocedió desde la era industrial a la del pastoreo. Pero como la economía nómada era incapaz de mantener la misma densidad de población que el sistema industrial, el resultado fue una catástrofe ecológica, económica y humana.

Las advertencias contra tal retroceso podían hallarse no sólo en la Biblia y en las obras olvidadas de los economistas no canónicos; algunas de las más sonoras fueron pronunciadas por los mismos economistas ingleses orgullosamente proclamados como antepasados por los economistas que asesoraban al gobierno mongol a través de las instituciones de Washington. Como hemos visto, hombres como John Stuart Mill y Alfred Marshall eran muy conscientes de la importancia crucial de los rendimientos crecientes y decrecientes con la escala para entender los mecanismos económicos de la civilización.

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Hay cuatro elementos o factores inextricablemente interrelacionados: 1) La teoría del comercio internacional; 2) La renuencia a discutir las hipótesis de la teorías económica sobre la base del sentido común; 3) La fe en la capacidad del mercado para generar un “orden espontáneo”, y 4) La falta de prestigio del estudio de la realidad.

¿Cómo es posible que los economistas actuales se desentienden tan desconsideradamente de esos mecanismos de regresión y primitivización económica? La retórica de la globalización actual se basa en la trinidad “libre mercado, democracia y libertad”. Hay pocos intentos de analizar la interdependencia entre esos tres factores, y lo que es más importante, de establecer los prerrequisitos que se han demostrado necesarios para que se desarrollen rarezas históricas como la democracia y los derechos individuales. Me parece que la actual comprensión colectiva de la realidad se ha quedado atascada en las quimeras económicas suscitadas por la Guerra Fría.

Cuando los comunistas prometieron “de cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades”, la economía neoclásica respondió con la teorías del comercio de Samuelson -publicada en la época del bloqueo de Berlín- demostrando que, desde las hipótesis teóricas estándar, el libre comercio global produciría una nivelación del factor precio. Con otras palabras, el precio del trabajo y del capital serían el mismo en todo el mundo. El mercado daría mejores resultados que el comunismo, y todos serían igualmente ricos si se le concedía libertad absoluta a la mano invisible del mercado. Esta teoría se consideró durante mucho tiempo tan contraria a la intuición que no se utilizaba en la práctica política real. Aunque en la tradición neoclásica existen planteamientos mucho más sofisticados de la teoría del comercio, aquella parodia de teoría sirvió sin embargo como cimiento para el trabajo de las instituciones de Washington en el Segundo y el Tercer Mundo. El resultado fue catastrófico para muchas economías subdesarrolladas, pero los mismos gurúes y las mismas teorías siguen todavía al timón. El hecho de que la economía no ricardiana del Otro Canon esté practicamente muerta debe ponerse de relieve como importante factor de esta realidad.

Un problema clave de la teoría del comercio internacional, como he mencionado anteriormente, deriva de su insistencia en extraer sus metáforas, y en particular la muy decisiva del “equilibrio”, de la ciencia física. Esa opción se ejerció por primera vez en la década de 1880 y desplazó a la metáfora reinante del cuerpo político -con sus funciones diferenciadas basadas en la dependencia mutua- empleada por los juristas y sociólogos desde tiempos de Aristóteles, si no desde antes. La elección de la metáfora del “equilibrio” llevaba consigo la necesidad de introducir ciertas hipótesis en la ciencia económica, y las conclusiones de la teoría del comercio -que éste beneficiaría a todos haciéndolos a todos igualmente ricos- están insertas en sus propias hipótesis: información perfecta, competencia perfecta, inexistencia de rendimientos crecientes con la escala, etc. Parafraseando al premio Nobel de Economía James Buchanan, con esas hipótesis no hay razón para que se desarrolle el comercio. Si todos supieran exactamente lo mismo y no hubiera costes fijos (que permiten economías de escala), cada ser humano habría funcionado como un microcosmos de producción autosuficiente, y no habría habido ningún comercio excepto en materias primas. Las hipótesis que se asumen para que la teoría del comercio tenga algo que prometer a los pobres habrían hecho prescindir, desde el punto de vista lógico, de todo comercio excepto a lo más en productos primarios. En 1953, durante la caza de brujas de inquierdistas en Estados Unidos, Milton Friedman (1912-2006) enterró en la práctica cualquier debate sobre las hipótesis de la teoría económica: no había que reflexionar sobre lo que la teoría del comercio da por supuesto, sino sobre lo que supone en realidad para Estados Unidos.

Durante la Guerra Fría el “orden espontáneo” del mercado se convirtió en la respuesta de los economistas a la economía planificada. Somalia, Afganistán e Iraq nos dan el contraejemplo del “caos espontánero” cuando el sistema productivo de un país carece de las actividades con rendimientos crecientes y de las sinergias que se precisan para el funcionamiento de un Estado-nación integrado más allá de las sociedades tribales. Esas actividades no aparecen espontáneamente; la historia muestra abundamente que los mercados, y de hecho la propia civilización se han creado mediante una concentración deliberada de la producción nacional y fuertes medidas políticas que a veces “retuercen los precios” a fin de aumentar el bienestar público. El economista alemán Johann Gottfried Hoffman lo explicaba así en 1840:

Del mismo modo que el hombre adulto olvida los dolores que le costó aprender a hablar, los pueblos, en los días de madurez del Estado, olvidan lo que se necesitó para liberarlos de su brutal salvajismo primitivo.

Europa se reconstruyó a partir de la ruinas de la segunda guerra mundial mediante enérgicas medidas políticas justo antes de que se formulara la ilusión del “orden espontáneo”. El abismo que separa la política estadounidense en Europa y Japón en la posguerra de la ctual política estadounidense en Iraq es casi incomprensible. La devastadora hipótesis de que la eliminación de los “chicos malos” en Iraq y la introducción del libre comercio daría ligar “espontáneamente” al orden y el crecimiento puede de hecho representar el epílogo de la Guerra Fría y de las ilusiones que generó.+

El economista vivo quizá más influyente, Paul Samuelson, señaló hace muchos años en The New York Times que los economistas son unos oportunistas. Los lunes, miércoles y viernes pueden trabajar sobre modelos construidos a partir de hipótesis totalmente distintas. Dada esta actitud, que he denominado anteriormente “duplicidad de las hipótesis”, los proyectos de investigación pueden resultar muy peligrosos. Las hipótesis utilizadas y las conclusiones extraídas pueden derivarse demasiado rápidamente de las exigencias del proyecto. Esto lleva consigo, por supuesto, la ventaja de que uno puede construir modelos económicos que demuestran prácticamente cualquier cosa. El problema es que la elección de la teoría económica a poner en práctica en los países subdesarrollados se convierte en último término en una simple cuestión de poder, de que la fuerza hace el derecho. Dado que los economistas de las mejores universidades de África pueden ganar alrededor de 100 dólares al mes, mientras que el Banco Mundial les puede ofrecer 300 dólares al día como predicadores de la verdadera fe, no es una sorpresa que tan pocos economistas del mundo subdesarrollado unan sus voces a la oposición. Una petición de fondos para investigar con otras que no sean las herramientas teóricas consagradas obtiene resultados igualmente previsibles; es como si Martín Lutero hubiera solicitado fondos al Vaticano.

Una ciencia que aparentemente representa un bloque sólido de sabiduría se demuestra al fin y a la postre con una combinación de fragmentos de distintas teorías que se pueden utilizar para “demostrar” casi cualquier cosa. Con un exámen más detallado, la economía ortodoxa no difiere mucho de la curiosa taxonomía o sistema de clasificación de animales que el autor argentino Jorge Luis Borges situó en un imaginario diccionario chino: “Los animales se dividen en (a) pertenecientes al emperador, (b) embalsamados, © amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas”. El sistema de clasificación de Borges fue utilizado por Michel Foucault por la misma razón que lo utilizo yo aquí: para sembrar semillas de duda con respecto al dogmatismo científico. A ojos profanos, sin embargo, la arbitrariedad del diccionario de Borges es mucho más fácil de apreciar que la de la economía, protegia por murallas de matemática incomprensible para el hombre de la calle.
Como decía Keynes, “hombres prácticos, que creen estar exentos de cualquier influencia intelectual, suelen ser sin embargo esclavos de algún economista difunto. Locos con autoridad, que oyen voces, extraen su frenesí de apuntes académicos garabateados hace años. Estoy seguro de que el poder de los intereses creados se exagera comparado con la infiltración pausada de las ideas pero más pronto o más tarde son las ideas, y no los intereses creados, lo más peligroso para bien o para mal.”
Este libro presenta un nuevo conjunto de economistas muertos hace tiempo, algunos de los cuales llevan más tiempo muertos que los que han esclavizado a los actuales profesionales de la ciencia. Comparados con los héroes actuales, como Adam Smith, los que yo invoco tienen al menos la ventaja de saber claramente por qué algunos países son ricos y otros son pobres. Si uno se toma el trabajo de consultar las pruebas reunidas en el laboratorio de la economía internacional durante los últimos cinco siglos, acabará descubriendo que la historia les ha dado la razón. Pero no se trata de sustituir un conjunto de dogmas por otro, sino de aceptar la increíble riqueza y diversidad de la teoría y la práctica económica, y sentir a continuación la necesidad de disponer de un repertorio de medidas económicas mucho más variado y abundante. Las medidas capaces de beneficiar a Gran Bretaña no serán probablemente las mismas que las que podrían beneficiar a Suiza, y aún es menos probable que coincidan con las que beneficiarían a Guinea Ecuatorial, a Myanmar o a Vanuatu. La historia, al fin y al cabo, es lo único que nos puede guiar al navegar en esas tumultuosas aguas y en nuevos contextos.
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Créame, no tema a los bribones ni a la gente malvada, que más pronto o más tarde quedan al descubierto; tema más bien a los hombres honrados confundidos. Son personas de buena fe, desean lo mejor para todos y todos confían en ellos, pero desgraciadamente sus métodos sólo acarrean calamidades.
Ferdinando Galiani, economista napolitano, 1770.

Y por mucho daño que puedan hacer los malvados, el que causan los buenos es el más perjudicial.
Friedrich Nietzsche, 1885






hola,
Cuando se invierten los círculos virtuosos basados en los rendimientos crecientes, las regiones periféricas del mundo experimentan sucesivamente la desindustrialización, desagriculturación, y despoblación, mecanismos que se pueden observar hoy día desde el sur de México hasta Moldavia. La huida (emigración) a las zonas del mundo donde predominan las actividades con rendimientos crecientes aparece entonces como la única posibilidad de supervivencia.
Nuestra necesidad de alimentarnos se satisface mediante la codicia de otros, lo que constituye claramente una paradoja. La perspicaz respuesta de Adam Smith se insertaba en un importante debate durante el siglo XVIII, iniciado en 1705 por Bernard Mandeville cuando proclamó que los vicios privados podían dar lugar a beneficios públicos.






La primitivización como fenómeno económico, y cómo funciona.-

La idea de progreso que emergió durante el Renacimiento contiene también en su seno la posibilidad de su opuesto, una regresión. De hecho, la idea del Renacimiento nació viendo pastar a las ovejas entre las fabulosas ruinas de la antigua Roma y al redistribuir algunos antiguos textos. Auge y declive y estaban inextricablemente entrelazados. Progreso y modernización -como solía denominarse al desarrollo en la década de 1960- se convierten al invertirse en regresión y primitivización. Las actividades económicas, las tecnologías y los sistemas económicos en su totalidad pueden retroceder durante algún tiempo a modos de producción y tecnologías que parecían historia pasada. Los sistemas basados en rendimientos crecientes, sinergias y efectos sistémicos requieren una masa crítica; la necesidad de escala y volumen da lugar a un “tamaño mínimo eficiente”.
Cuando el proceso de expansión se invierte y la masa y escala necesaria desaparecen, el sistema colapsa. Después de 1980 los sistemas económicos nacionales sometidos a la terapia de choque colapsaron como le sucede a la red de líneas aéreas que pierde el cincuenta por 100 de sus pasajeros de la noche a la mañana. La pérdida repentina de volumen provocada por la terapia de choque destruyó las actividades basadas en la escala, protegiendo únicamente las actividades con rendimientos constantes o decrecientes (el sector de los servicios tradicionales y la agricultura). Esta interrelación de factores explica por qué los teóricos de la economía basada en la experiencia desde James Steuart (1713-1780) hasta Friedrich List, insistían en la importancia del gradualismo en la implantación del libre comercio.


Hace unos años participé en el tribunal que juzgaba una tesis doctoral muy interesante que planteaba el problema de la primitivización. La tesis mostraba que la desaparición de recursos pesqueros en el sureste de Asia hacía cada vez menos rentable el empleo de tecnología moderna como los motores duera borda. Los pescadores volvían a métodos menos intensivos en capital y más “primitivos”. En su núcleo, la forma normal de la primitivización como fenómeno económico está ligada a rendimientos decrecientes: cuando un factor de la producción procede de la voluntad divina, al irse agotando sólo se dispone de calidades cada vez menores. En tales condiciones, las tecnologías ofrecidas por la economía moderna no resultan rentables y -si no tiene otro lugar adonde ir- la gente cada vez más pobre se esfuerza por producir, con instrumentos cada vez más primitivos, con tasas decrecientes de productividad. Hoy día los mineros de la ciudad boliviana de Potosí -que en otro tiempo fue la segunda ciudad mayor del mundo después de Londres- se esfuerzan con azuelas para extraer un material que ya se ha fundido por lo menos una vez.

Von Thünen representó la teoría de las etapas que ya hemos comentado en que el sector más “moderno”, la industria, constituía el núcleo de la ciudad, y el sector más “atrasado”, la caza y la recolección, constituía la periferia más alejada de la ciudad; al alejarse de ésta aumenta el uso de la naturaleza y disminuye el del capital. Sólo en la ciudad hay auténticos rendimientos crecientes, libres del vulnerable suministro de recursos, de variable calidad, de la naturaleza. A medida que uno se aleja de la ciudad, la ventaja comparativa aportada por el hombre va disminuyendo y aumenta la ventaja comparativa de lo que proporciona la naturaleza.
El economista alemán Johann Heinrich von Thünen (1783-1850) confeccionó un gráfico de la sociedad civilizada con cuatro círculos concéntricos en torno a un núcleo de actividades con rendimiento creciente: la ciudad. Alejándose del centro de la ciudad decrecía gradualmente el uso del capital y aumentaba gradualmente el de la naturaleza. Cerca de la ciudad se producen los bienes más perecederos; derivados de la leche, vegetales y fruta, mientras que el grano para el pan se produce más lejos, y en la periferia queda la caza en la selva virgen. Los economistas actuales han redescubierto el planteamiento que exponía Von Thünen de la geografía económica, pero algunos pasan totalmente por alto el punto crucial en el que él insistía: que las actividades urbanas con rendimientos crecientes necesitan protección arancelaria para poner en funcionamiento todo el sistema.
(ver teoría de las etapas)






Hacia finales del siglo XIX los economistas estadounidenses y alemanes presentaban la historia de la humanidad como un proceso que también incluía la evolución hacia unidades económicas cada vez mayores. Éste era el corolario geográfico de la teoría de las etapas examinada anteriormente. Una versión corta de esa teoría sería poco más o menos la siguiente: al principio los seres humanos vivían en clanes familiares, organizados en torno a la ayuda mutua y no al mercado. La distribución de la renta tenía lugar en gran medida tal como sucede en el frigorífico de una familia nuclear normal de hoy día, según las necesidades. Cuando alguien se casaba y se necesitaba un nuevo hogar, todo el grupo trabajaba gratis; más adelante sería quizá usted mismo el que necesitara esos servicios, y los demas le ayudarían Para un grupo de personas que pasaban toda su vida juntos, tal reciprocidad permitía una distribución de la renta satisfactoria sin necesidad de ningún mercado. En ese marco, las transacciones de mercado parecerían tan extrañas como la idea de que una madre vendiera su leche a su propio hijo.
El comercio a larga distancia y el crecimiento de las poblaciones dio lugar al surgimiento paulatino de las ciudades-Estado y a cambios cualitativos en la sociedad humana. Las distancias más largas, la creciente especialización profesional (división del trabajo) y la mayor movilidad geográfica fueron resquebrajando gradualmente los viejos sistemas de reciprocidad: aparecieron los mercados, al principio probablemente como intercambio de regalos entre tribus, luego como lugares de trueque con proporciones de valor establecidas (“una oveja por un saco de patatas”), y más tarde como economía monetarizada. Los antropólogos insisten en que el comercio apareció primero entre clanes y tribus, no entre individuos: como ya he señalado, en la Europa del siglo XIII estaba claro que la riqueza de las ciudades frente a la pobreza del campo era consecuencia de determinadas sinergias. El “bienestar de la comunidad” -il ben communne- era el responsable de la riqueza.


El siguiente paso fue el surgimiento del Estado-nación. Sus constructores trataban de extender las mismas sinergias que se daban en las ciudades a un área geográfica más amplia. Las inversiones en infraestructuras -grandes recursos volcados en la construcción de canales, carreteras, puertos, y más tarde vías férreas y líneas telefónicas- fueron clave en el proyecto de construcción de la nación. El proyecto económico y político que dio lugar a los Estados-nación se llamó mercantilismo.

A medida que se desarrollaban las naciones dotadas de Estado, las ciudades-Estado más opulentas -como Venecia y las ciudades holandesas- quedaron notoriamente atrás, en declive y en una pobreza creciente, relativa y absoluta. Los economistas de la época vieron claramente que la unidades políticas que no se incorporaban a la carrera por mercados internos más grandes quedarían inevitablemente postergadas en el aspecto económico. Mucho después -hace aproximadamente cien años- los economistas que estudiaban las relaciones históricas entre tecnología y geografía adivinaban que la siguiente etapa tecnoeconómica sería la economía mundial. Como en transiciones anteriores, apuntaban, el sector financiero sería el primero en adaptarse plenamente a esa escala geográfica más vasta.
Si ésta es la esencia de la historia de la humanidad en lo que concierne a la geografía y la tecnología, si hay tantos mecanismos económicos que posibilitan un mayor bienestar en unidades geográficas más vastas, si incluso parece haber una ley de hierro que hace inevitable el aumento de tamaño de las sociedades humanas, ¿cómo puede nadie en su sano juicio estar contra la intensificación de libre comercio y de la globalización?
Una cuestión clave a este respecto es que los partidarios de la globalización no basan sus argumentos en un razonamiento del tipo expuesto. Sus análisis y recomendaciones se basan en argumentos teóricos estáticos desprovistos de cualquier fundamento histórico, en lo sque el cambio tecnológico, los rendimientos crecientes y las sinergias está totalmente ausentes. Sus análisis se basan en la teoría ricardiana del comercio internacional que recomienda que cada país se especialice en loq ue es más eficaz comparado con los demás y argumenta que ese tipo de especialización lleva a un aumento del bienestar total. Adam Smith dio el primer paso en la elaboración de la teoría ricardiana al reducir todas las actividades humanas -ya sea producción o comercio- a horas de trabajo desprovistas de aspectos cualitativos. La teoría de Ricardo se basa en esa visión de una sociedad de trueque -la metáfora de Adam Smith sobre los perros capaces de intercambiar horas de trabajo- que ya hemos comentado. Los factores económicos clave examinados anteriormente son endógenos, no forman parte de la teoría de comercio predominante que es la base de nuestro orden económico mundial actual, las ideas sobre las que basan sus teorías el FMI y el Banco Mundial. Existen modelos más sofisticados, pero sin mucha influencia en la práctica.
En la construcción teórica de Ricardo no hay nada que distinga la hora de trabajo de la Edad de Piedra de la hora de trabajo de Silicon Valley. Dado que el pleno empleo también está asegurado, la teoría del comercio internacional (tal como se practica hoy día) puede proclamar orgullosamente que el libre comercio entre Silicon Valley y una tribu neolítica recientemente descubierta en el Amazonas producirá la armonía económica de la nivelación de salarios (nivelación del factor precio). El comercio internacional es extremadamente importante para la creación de riqueza, pero no por la razón que dio Ricardo. Sus ganancias estáticas quedan absolutamente empequeñecidas por las ganancias dinámicas efectivamente posibles. Sin embargo, el comercio internacional también posibilita importantes pérdidas dinámicas de riqueza. En los países desarrollados (ricos) el planteamiento de Ricardo es acertado, pero por una razón equivocada. En los países pobres, donde están ausentes los factores de creación de riqueza, el planteamiento de Ricardo no sólo es erróneo, sino que los mantiene en la pobreza.




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la necesaria integración regional

En lugar de la integración regional, lo que vemos en Latinoamérica y África es justamente lo contrario. Como consecuencia de los acuerdos comerciales bilaterales con Estados Unidos, los países latinoamericanos más pequeños se están anquilosando en el extremo inferior de la jerarquía salarial mundial como economías de monocultivo, ya sea en materias primas o en callejones tecnológicos sin salida. La economía africana, escindida en una docena de distintos acuerdos comerciales y como consecuencia de la competencia entre la Unión Europea y Estados Unidos, se está desintegrando. En lugar de llegar a la necesaria integración regional, África está siendo socavada económicamente hoy día como lo fue políticamente por las potencias europeas en la Conferencia de Berlín de 1884-1885. El resultado es lo que los africanos llaman descriptivamente “el cuenco del espagueti”; si se dibuja en un papel la pauta de las relaciones comerciales entre distintos países africanos presenta tantas líneas que parecen espaguetis entrelazados. En lugar de incrementar la integración regional, el comercio intercontinental está sustituyendo prematuramente al comercio regional: la Unión Europea presiona para que Egipto compre sus manzanas, sustituyendo al Líbano que ha sido el proveedor de Egipto desde hace siglos. La globalización orquestada por el Consenso de Washington golpea prematura y asimétricamente a un grupo de países especializados en ser pobres en la división mundial del trabajo. La “destrucción creativa” de Schumpeter se reparte ahora geográficamente, de forma que la creación y la destrucción tienen lugar en distintas partes del mundo: éste es el núcleo de la economía del desarrollo schumpeteriana.En lugar de la integración regional, lo que vemos en Latinoamérica y África es justamente lo contrario. Como consecuencia de los acuerdos comerciales bilaterales con Estados Unidos, los países latinoamericanos más pequeños se están anquilosando en el extremo inferior de la jerarquía salarial mundial como economías de monocultivo, ya sea en materias primas o en callejones tecnológicos sin salida. La economía africana, escindida en una docena de distintos acuerdos comerciales y como consecuencia de la competencia entre la Unión Europea y Estados Unidos, se está desintegrando. En lugar de llegar a la necesaria integración regional, África está siendo socavada económicamente hoy día como lo fue políticamente por las potencias europeas en la Conferencia de Berlín de 1884-1885. El resultado es lo que los africanos llaman descriptivamente “el cuenco del espagueti”; si se dibuja en un papel la pauta de las relaciones comerciales entre distintos países africanos presenta tantas líneas que parecen espaguetis entrelazados. En lugar de incrementar la integración regional, el comercio intercontinental está sustituyendo prematuramente al comercio regional: la Unión Europea presiona para que Egipto compre sus manzanas, sustituyendo al Líbano que ha sido el proveedor de Egipto desde hace siglos. La globalización orquestada por el Consenso de Washington golpea prematura y asimétricamente a un grupo de países especializados en ser pobres en la división mundial del trabajo. La “destrucción creativa” de Schumpeter se reparte ahora geográficamente, de forma que la creación y la destrucción tienen lugar en distintas partes del mundo: éste es el núcleo de la economía del desarrollo schumpeteriana.En lugar de la integración regional, lo que vemos en Latinoamérica y África es justamente lo contrario. Como consecuencia de los acuerdos comerciales bilaterales con Estados Unidos, los países latinoamericanos más pequeños se están anquilosando en el extremo inferior de la jerarquía salarial mundial como economías de monocultivo, ya sea en materias primas o en callejones tecnológicos sin salida. La economía africana, escindida en una docena de distintos acuerdos comerciales y como consecuencia de la competencia entre la Unión Europea y Estados Unidos, se está desintegrando. En lugar de llegar a la necesaria integración regional, África está siendo socavada económicamente hoy día como lo fue políticamente por las potencias europeas en la Conferencia de Berlín de 1884-1885. El resultado es lo que los africanos llaman descriptivamente “el cuenco del espagueti”; si se dibuja en un papel la pauta de las relaciones comerciales entre distintos países africanos presenta tantas líneas que parecen espaguetis entrelazados. En lugar de incrementar la integración regional, el comercio intercontinental está sustituyendo prematuramente al comercio regional: la Unión Europea presiona para que Egipto compre sus manzanas, sustituyendo al Líbano que ha sido el proveedor de Egipto desde hace siglos. La globalización orquestada por el Consenso de Washington golpea prematura y asimétricamente a un grupo de países especializados en ser pobres en la división mundial del trabajo. La “destrucción creativa” de Schumpeter se reparte ahora geográficamente, de forma que la creación y la destrucción tienen lugar en distintas partes del mundo: éste es el núcleo de la economía del desarrollo schumpeteriana.


Este libro señala varios factores y mecanismos que determinan la riqueza o la pobreza, más allá de aquellos factores que Abramovitz llamaba “inmediatos”, esto es, capital, trabajo o productividad total de los factores. He argumentado también que elementos obvios y esenciales del proceso -como la educación o las instituciones- no resuelven por sí mismos el problema. Los avances extremadamente concentrados y desiguales del progreso tecnológico a los que me he referido como “explosiones de productividad” generan “rendimientos crecientes históricos”, competencia dinámica imperfecta y enormes barreras a la entrada para los países atrasados. Los rendimientos crecientes y decrecientes crean los círculos virtuosos y viciosos descritos por los economistas clásicos del desarrollo, y la observación de Antonio Serra de que cuanto mayor es el número de profesiones diferentes más rica es la ciudad, sigue siendo válida todavía.

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