martes, 16 de noviembre de 2010

la teoría de las etapas en economía

La teoría de las etapas



En los escritos de la Antigüedad, tanto en Grecia como en Roma, se puede detectar ideas incipientes de la teoría de las etapas. En la Germania de Tácito (c. 55-120), por ejemplo, se lee que “el grado relativo de civilización de las diferentes tribus germánicas dependía del mayor o menor predominio de la agricultura y el pastoreo con respecto a la caza en su modo de subsistencia”. La idea de las etapas provenía de la de los ciclos, muy antigua en la historia política. El economista e historiador árabe Ibn Jaldún (1332-1406), así como Maquiavelo (1469-1527), le concedieron gran importancia; con Jean Bodin, uno de los pioneros del Renacimiento, aparece la idea de que los ciclos históricos pueden tener una tendencia acumulativa y creciente (la idea de progreso), y también analiza el Estado-nación embrionario (la República), sus instituciones, leyes e impuestos.

Mientras que Bodin pone mucho énfasis en los condiciones geográficas y climáticas, Francis Bacon da en su Novum Organum (1620) otra explicación cuando considera las llamativas diferencias entre las condiciones de vida en diversas partes del mundo. Bacon postula que “esa diferencia proviene, no del suelo, el clima ni la raza, sino de las artes”. Como ya se ha mencionado, la aportación científica de Bacon a la teoría económica se basaba en la experiencia, pero también en la producción. Su idea de que las condiciones materiales de un pueblo están determinadas por sus “artes” -esto es, si vive de la caza y la recolección, del pastoreo, de la agricultura o de la industria- ocupó un lugar muy destacado durante el siglo XIX en la controversia de Alemania y Estados Unidos con Inglaterra sobre teoría económica y política industrial. Durante la Ilustración el historiador William Robertson siguió la tradición baconiana: “En cada investigación sobre las actividades de los hombres reunidos en sociedad, el primer objeto de atención debería ser su modo de subsistencia. Según cómo varía éste lo hacen igualmente sus leyes y medidas políticas”. Las instituciones humanas estaban pues determinadas por su modo de producción y no al revés. La “nueva economía institucional” de los textos estándar de economía tiende a invertir la flecha de la causalidad, atribuyendo la pobreza a la falta de instituciones y no a un modo de producción atrasado.

Durante la Ilustración, y en particular entre 1750 y 1800, la teoría de las etapas ocupó el centro de la escena, sobre todo en Inglaterra y Francia. Desde 1848 en adelante, durante la expansión y ampliación geográfica de la sociedad industrial y la retirada de la economía ricardiana, la teoría de las etapas volvió a formar parte de la caja de herramientas de los economistas, ahora especialmente en Estados Unidos y Alemania. En aquella época los cambios fundamentales que se podían observar evidenciaban que el mundo estaba entrando en un periodo histórico cualitativamente distinto a los anteriores.

Las teorías de las etapas nacidas durante la primera Revolución Industrial -las de Turgot y el primer Adam Smith- nos presentan a los humanos primero como cazadores y recolectores, leugo com pastores de animales domesticados y después como agricultores, para alcanzar finalmente la etapa del comercio. Es muy significativo que desde finales del siglo XVIII los economistas clásicos ingleses concentran sus análisis en la última etapa de la evolución, el comercio -la oferta y la demanda y los precios-, más que en la producción. Durante el siglo XIX los economistas alemanes y estadounidenses insistían en una interpretación muy diferente de las etapas de desarrollo. Para ellos todas las etapas anteriores se asociaban al modo de producir bienes, y juzgaban un grave error clasificar la siguiente etapa de desarrollo de otra forma. Esta diferencia de opinión sentó los cimientos para la divergencia abierta durante el siglo XIX entre la política económica alemana y estadounidense y la que prescribía la teoría inglesa. Para los economistas ingleses la última etapa era del “comercio”, mientras que para los alemanes y estadounidenses era la de la “industria”.

Éste es el punto clave en el que se desvía la actual economía estándar, descendiente de la “era del comercio” de Adam Smith, de la economía basada en la producción a la que me referí anteriormente como el Otro Canon, descendiente de la economía continental europea (en particular alemana) y estadounidense. La teoría moderna del comercio internacional, tras ignorar la importancia de la tecnología y la producción, como he dicho antes, insiste en que el libre comercio entre una tribu del Neolítico y Silicon Valley tenderá a enriquecer a ambas partes. La teoría del comercio del Otro Canon, por el contrario, insiste en que el libre comercio no beneficiará a ambas partes hasta que hayan alcanzado la misma etapa de desarrollo.

Las teorías de las etapas también permiten entender importantes cuestiones relativas a la población y el desarrollo sostenible: La población precolombina de Norteamérica, que consistía esencialmente en cazadores y recolectores, se ha estimado entre dos y tres millones de personas, mientras que la población precolombina de los Andes, que había alcanzado la etapa agrícola, se ha calculado en doce millones. Esto da una densidad de población entre treinta y cincuenta veces más alta en los Andes, aparentemente inhóspitos, que en las fértiles praderas del norte. Así, el concepto de sostenibilidad sólo cobra sentido cuando se combina con una variable tecnológica, con un modo de producción.

Al concentrar su análisis en el comercio y no en la producción, la teoría económica inglesa, y más tarde neoclásica, fue equiparando poco a poco todas las actividades económicas entendiéndolas como cualitativamente iguales. Las teorías de la producción que se añadieron más tarde a esta tradición anglosajona de la economía -la teoría estándar actual- la veían esencialmente como un proceso consistente en añadir capital al trabajo, de una forma bastante mecánica comparable al riesgo de plantas genéticamente idénticas que crecen en condiciones idénticas. La economía desarrolló, por utilizar la frase de Schumpeter, “la opinión pedestre de que es el capital per se el que impulsa el motor capitalista”.

Al suponer que es el capital, más que la tecnología y los nuevos conocimientos, la fuente del crecimiento, enviamos dinero a unos países de África todavía preindustriales, sin atender a que ese capital no puede ser invertido rentablemente. Hace cien años los economistas alemanes y estadounidenses habrían entendido que la causa de la pobreza en África en su modo de producción, esto es, su ausencia de un sector industrial más que la falta de capital per se. Como juzgaban tanto el conservador Schumpeter como el radical Marx: el capital es estéril sin oportunidades de inversión, que provienen esencialmente de las innovaciones y nuevas tecnologías. Los economistas estadounidenses y alemanes de hace cien años también entendían las sinergias, y que sólo la presencia de la industria hacía posible la modernización de la agricultura.

Los textos estándar de economía no tienen en cuenta que las diferencias tecnológicas dan lugar a enormes variaciones en la actividad económica y por consiguiente también crean oportunidades muy diferentes para añadir capital al trabajo de una forma potencialmente rentable. La primera revolución industrial se produjo esencialmente en la producción de tejidos de algodón Los países sin ese sector industrial -las colonias- no tuvieron revolución industrial. Todos entienden la importancia de la revolución industrial, per la teoría del comercio internacional de Ricardo pretende convencernos de que las tribus de la Edad de Piedra se harían tan ricas como los países industriales con tal que adoptaron el libre comercio. No estoy presentando un espantajo fácil de combatir; como muestra la cita del primer secretario general de la OMC Renato Ruggiiero en la Introducción, ésta fue de hecho la concepción que configuró el orden económico mundial después del final de la Guerra Fría.


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La revista Foreign Policy, en uno de sus alegatos más ardientes en favor del libre comercio, un artículo titulado “Trade or Die” ('Comercia o muere') argumentaba que la razón por la que se extinguieron los neardenthales fue la ausencia de libre comercio, cuando en realidad su coexistencia con los sapiens tuvo lugar antes de que los humanos comenzaran a comerciar, cuando el comercio era como mucho un insignificante ritual de intercambio de regalos entre tribus. Aun así, los economistas se aferran al extravagante invento smithiano del salvaje dedicado al trueque, nuestro supuesto antepasado. Cabe señalar que en otra página del mismo número de Foreign Policy, al tratar el asunto de los precios relativos de las entradas de cine, reaparece el sentido común al señalar la importancia de la industria para la riqueza nacional: “Una noche en el cine es relativamente barata en los países con una gran industria nacional”.

La tradición económica estándar también llegó a desechar completamente el “suelo” en el que tenía lugar el proceso de añadir agua a la planta (capital al trabajo), con otras palabras el contexto histórico, político e institucional del proceso de desarrollo. La teoría económica estándar no atiende ni a la obvia concentración del cambio tecnológico en determinados lugares y momentos, ni a la extrema diferencia de “oportunidades” en distintas actividades económicas como consecuencia de ese efecto de concentración, ni al contexto en que tiene lugar ese proceso.
Cuando la tradición histórica alemana y la escuela institucional estadounidense se desvanecieron, también declinó la comprensión que tenían los economistas de la producción -de lo que se solía llamar “industrialismo”- como auténtica fuente de la riqueza. El economista sueco Johan Akerman explicaba brillantemente cómo se esfumó la producción en la derecha, la izquierda y el centro:

“El capitalismo, los derechos de propiedad y la distribución de la renta se convirtieron en las características esenciales, mientras que el contenido cardinal del industrialismo -el cambio tecnológico, la mecanización, la producción en masa y sus consecuencias económicas y sociales- fue dejado de lado, al menos en parte. Las razones para esta evolución se encuentran probablemente en los tres elementos siguientes: En primer lugar, la teoría económica ricardiana se convirtió en la teoría de las relaciones “naturales”, establecida de una vez para siempre, entre los diversos conceptos económicos (precio, interés, capital, etcétera). En segundo lugar, las crisis económicas periódicas son importantes a este respecto porque sus causas inmediatas se podían encontrar en la esfera monetaria. El cambio tecnológico, fuente primordial del crecimiento y la transformación de la sociedad, desapareció tras las relaciones teóricas que se establecieron entre política monetaria y fluctuaciones económicas. En tercer lugar, y esto es lo más importante, Marx y sus seguidores pudieron capitalizar el descontento del proletariado industrial. Su doctrina ofreció la esperanza de una ley natural que llevaba hacia la “lucha final”, en la que las clases inferiores se harían con el poder y la pirámide de la distribución de la renta se invertiría. En ese proceso en marcha el cambio tecnológico llegó a ser considerado únicamente como una de las condiciones previas para la lucha de clases.”

En resumen, en todo el espectro político se perdió la producción como núcleo de la actividad económica humana. El informe del UNCTAD de 2006 sobre los países menos desarrollados, “Desarrollo de Capacidades Productivas”, es un intento de devolver la producción al núcleo de la economía del desarrollo, que menciona varias de las ideas que presento.

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