lunes, 18 de octubre de 2010

El duelo y la melancolía, Freud, por Judith Butler



El duelo y la melancolía.-


Comienzos psíquicos, melancolía, ambivalencia, cólera.
En “Duelo y melancolía” la melancolía parece en principio una forma aberrante de duelo, en la que se niega la pérdida de un objeto (un otro o un ideal) y se rechaza la labor del duelo, entendida como la ruptura del vínculo con aquél a quien se ha perdido. El objeto perdido se conserva mágicamente como parte de la propia vida psíquica. En la melancolía, el mundo social parece eclipsarse y como resultado emerge un mundo interno estructurado en torno a la ambivalencia.
De entrada no está claro cómo podemos interpretar la melancolía en relación con la vida social, concretamente, con la regulación social de la vida psíquica. Sin embargo, la descripción de la melancolía es una descripción de cómo se producen los ámbitos psíquico y social en relación uno con el otro.
En este sentido la melancolía nos puede proporcionar algún conocimiento sobre cómo se instituyen y mantienen los límite de lo social, no sólo a expensas de la vida psíquica sino también encerrando a ésta en distintas formas de ambivalencia melancólica.
Por consiguiente la melancolía nos lleva de nuevo a la vuelta como tropo fundacional en el discurso sobre la psique. En Hegel la vuelta sobre uno mismo acaba designando las modalidades de reflexividad ascética y escéptica que marcan la conciencia desventurada; en Nietzsche la vuelta sobre uno mismo sugiere una retractación de lo que se ha dicho o hecho o un repliegue avergonzado ante lo que uno ha hecho. En Althusser, la media vuelta del transeúnte en dirección a la voz de la ley es al mismo tiempo reflexiva (el momento en que deviene sujeto con la autoconciencia mediatizada por la ley) y autosubyugadora.


Según a narración que ofrece Freud de la melancolía, el yo se “vuelve sobre sí mismo” cuando el amor no consigue encontrar a su objeto y entonces se toma a sí mismo no sólo por objeto de amor, sino también de agresión y odio. Pero ¿quién es este “yo” que se toma a sí mismo por objeto?
¿El que se toma y el que es tomado son el mismo? Esta aparente reflexividad parece fallar, sin embargo, desde una perspectiva lógica, puesto que no está claro que el yo pueda existir con anterioridad a su melancolía. La “vuelta” que marca la respuesta melancólica a la pérdida parece iniciar la duplicación del yo como objeto, pues sólo volviéndose sobre sí mismo puede adquirir el estatuto de objeto perceptual.
Además el vínculo con el objeto que en la melancolía parece reorientarse al yo, experimenta una transformación fundamental en el curso de esta reorientación. No sólo ocurre que en su reorientación del objeto al yo el vínculo se transforma de amor en odio, sino que el yo es producido como objeto psíquico, de hecho la misma articulación de este espacio psíquico, a veces representado como interno depende de esa vuelta melancólica.


Freud señala que en el duelo al objeto se le comunica su pérdida o muerte, pero se deduce que en la melancolía no es posible tal comunicación.
La melancolía es precisamente el efecto de una pérdida que no puede ser reconocida. Al tratarse de una pérdida anterior al habla y la comunicación es también la condición que limita su posibilidad: un retraimiento o retracción del habla que hace posible el habla. En este sentido, la melancolía hace posible el duelo, como llegó a reconocer Freud en El Yo y el Ello.


En lo que sigue espero poder clarificar el modo como la melancolía conlleva la producción de un mundo interno y un conjunto topográfico de ficciones estructuradoras de la psique. Si la vuelta melancólica es el mecanismo por el cual se instituye la distinción entre los mundos interno y externo, entonces la melancolía inicia un límite vairable entre lo psíquico y lo social, un límite que como espero poder demostrar, distribuye y regula el ámbito psíquico en relación con las normas imperantes de regulación social.
Decir que el amor o el deseo o el vínculo libidinal se toman a sí mismos por objeto, y utilizar para ello la figura de la vuelta, apunta nuevamente a los comienzos tropológicos de la formación del sujeto. El ensayo de Freud asume que primero existe el amor al objeto y que la melancolía emerge sólo después de su pérdida. Sin embargo, si analizamos el ensayo con atención, queda claro que no puede haber un yo sin melancolía, que la pérdida del yo es constitutiva. La gramática narrativa que habría de dar cuenta de esta relación está confundida desde el principio.
La melancolía no designa un proceso psíquico que pueda relatarse con un esquema explicativo adecuado, sino que tiende a confundir cualquier explicación de proceso psíquico que se nos pueda ocurrir. Y ello se debe claramente a que los tropos de internalidad con los cuales podemos referirnos a la psique son ellos mismos efectos de una condición melancólica. La melancolía produce una serie de tropos especializadores de la vida psíquica, domicilios de preservación y refugio, campos de lucha y persecución. Estos tropos no explican la melancolía sino que constituyen algunos de sus efectos discursivos fabulosos. De un modo que recuerda la descripción nietzscheana de la fabricación de la conciencia, Freud define ésta como una instancia o institución producida y mantenida por la melancolía.
Si uno hace un duelo por la pérdida de un ideal y ese ideal puede sustituir a una persona a quien se ha perdido o cuyo amor se cree haber perdido entonces no tiene sentido afirmar que la melancolía se distingue por ser una pérdida de “naturaleza más ideal”. Y sin embargo encontramos otra distinción entre ambos cuando, en relación con el duelo, Freud afirma que el ideal puede haber sustituido a la persona y en referencia a la melancolía que el melancólico “sabe a quién ha perdido pero no lo que con él ha perdido”. En la melancolía el ideal que representa la persona parece impenetrable; en el duelo la persona o el ideal que la sustituye y que presumiblemente hace que esté perdida es impenetrable.


Freud dice que la melancolía se asocia con “una pérdida de objeto sustraída a la conciencia”, pero en la medida en que se asocia con ideales y abstracciones sustitutivos tales como “patria y libertad”, está claro que también el duelo está constituido por la pérdida del objeto una doble pérdida que incluye el ideal sustitutivo y a la persona. Mientras que en la melancolía el ideal se halla oculto y uno no sabe qué es lo que ha perdido con la persona perdida, en el duelo se corre el riesgo de no saber a quién se ha perdido con la pérdida del ideal.
Más adelante en el ensayo, Freud especifica los sistemas psíquicos en los que se desarrolla la melancolía y lo que significa que ésta se asocie con “una pérdida de objeto sustraída a la conciencia”. Señala que “la presentación (de cosa) (Dingvorstellung) inconsciente del objeto es abandonada por la libido”. La “presentación de cosa” del objeto no es el objeto mismo, sino una huella cargada que es ya un sustituto y un derivado del objeto. En el duelo, las huellas del objeto, sus numerosos “puntos de enlace” se van venciendo paulatinamente a través del tiempo. En la melancolía la ambivalencia hacia el objeto hace imposible este desligamiento progresivo del vínculo libidinal. Por el contrario, “trábanse infinitos combates aislados en derredor del objeto, combates en los que el odio y el amor luchan entre sí; el primero para desligar a la libido del objeto y el segundo para evitarlo”. Este extraño campo de batalla se encuentra según Freud en “el reino de las huellas mnémicas de cosas”.


La afirmación de Freud según la cual la melancolía surge de “una pérdida de objeto sustraída a la conciencia” queda, por tanto, especificada en relación con la ambivalencia: “la totalidad de estos combates provocados por la ambivalencia queda sustraída a la conciencia hasta que acaece el desenlace característico de la melancolía”. La ambivalencia permanece entzogen -sustraída-, sólo para adoptar una forma concreta en la melancolía donde a diferentes aspectos de la psique se les otorgan posiciones opuestas dentro de la relación de ambivalencia. Freud define la articulación psíquica de la ambivalencia como un “conflicto entre una parte del yo y la instancia crítica”, lo cual explica la formación del super-yo en su relación crítica con el yo. La ambivalencia precede,por tanto, a la topografía psíquica de super-yo, su articulación psíquica se presenta como la condición de posibilidad de esa misma topografía.
Una traducción más precisa aclararía que la melancolía es un intento de sustituir esa carga por el yo, lo que implica el retorno de la primera a su punto de origen: la carga amenazada es abandonada pero sólo para retrotraerse al lugar del yo (“aber nur, um sich auf fie Stelle des Ichs ...zurückzuziehen”), el lugar del que ha partido el vínculo amenazado (“von der sie ausgegangen war”).
En la melancolía la carga compromete a la reflexividad consigo misma (“um sich auf die Stelle des Ichs... zurückzuziehen”) y más concretamente, retrocede y se retrotrae al lugar de su propia partida o salida. Este lugar del yo no es exactamente lo mismo que el yo, sino que parece representar un punto de partida, un Ausgangpunkt, para la libido, así como el punto melancólico de su retorno. En el retorno de la libido al punto de partida, que es un lugar del yo, se produce una circunscripción melancólica de la libido.
Este retorno es descrito como retraimiento, retroceso o retrotracción (zurückziehing) pero también como huida: “Die Liebe hat sich so durch ihre Flucht ins Ich der Aufhebung entzogen”. Aunque esta frase se suele traducir de modo infame como “El amor elude de este modo la extinción, huyendo hacia el yo”, no es del todo correcto el sentido de eludir la extinción. La palabra entzogen se tradujo como Sustraído o retraído, y Aufhebung tiene unos significados sumamente ambiguos como cancelación, suspensión, preservación y superación. Mediante su huida hacia el yo, o en el yo, el amor se ha sustraído o arrebatado su propia superación ha sustraído una transformación, la ha convertido en psíquica.
Aquí no se trata de que el amor “eluda una extinción” exigida desde fuera, más bien el amor mismo sustrae o arrebata la destrucción del objeto, la adopta como parte de su propia destructividad.
En lugar de romper con el objeto o transformarlo mediante el duelo, esta Aufhebung este movimiento activo, negador y transformador es acogida en el yo. La huida de amor hacia el yo es un intento de almacenar la Aufhebung dentro, de retraerla de la realidad externa e instituir una topografía interna donde la ambivalencia pueda recibir una articulación modificada. El retraimiento de la ambivalencia produce, pues, la posibilidad de una transformación psíquica de hecho una invención de topografía psíquica.


Esta huida y retraimiento se describe como regresión, una regresión que hace posible la representación consciente de la melancolía: “Después de esta regresión de la libido puede hacerse consciente el proceso, y se representa a la conciencia como un conflicto entre una parte del yo y la instancia crítica (“und repräsentiert sich dem Bewusstsein als ein Konflikt zwischen einem Teil des Ichs und der kritischen Instanz”).
Mas concretamente, la melancolía proporciona la condición de posibilidad para la articulación de topografías psíquicas, del yo en su relación constitutiva con el super-yo y por tanto del yo mismo. Aunque se dice que el yo es el punto de partida para una libido que posteriormente se retrae al yo, ahora parece que sólo a condición de ese retraimiento puede el yo emerger como objeto para la conciencia, como algo susceptible de ser representado, ya sea como punto de partida o lugar de regreso.
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El objeto se pierde y el yo lo retrae a sí mismo. El objeto así retraído es ya mágico, una huella de algún tipo, un representante del objeto, pero no el objeto mismo, el cual a fin de cuentas ya no está.
El yo al que se trae este residuo no es propiamente un refugio para partes de objeto perdidas, aunque a veces sea descrito de ese modo. El yo resulta modificado por la identificación es decir modificado en virtud de la absorción del objeto o la retrotracción de su carga a sí mismo.
Sin embargo el precio de esta identificación es que el yo se disocia en la instancia crítica y juicio.
El yo ocupa ahora el lugar del objeto y la instancia crítica acaba representando la cólera no reconocida por el yo y reificada como instancia psíquica independiente de él. La cólera y el vínculo implícito en ella se “vuelven contra” el yo, pero ¿desde donde?
Sin embargo, ciertos rasgos identificables del melancólico incluida la comunicabilidad sugieren que la melancolía no es un estado psíquico asocial. De hecho, la melancolía se desarrolla conforme el mundo social va siendo eclipsado por el psíquico, conforme tiene lugar cierta transferencia de la vinculación desde los objetos al yo, no sin que se produzca una contaminación del ámbito psíquico por el ámbito social que se abandona.
Freud sugiere otro tanto cuando explica que el otro perdido no es simplemente traído al yo, como podría acogerse a un perro extraviado. El acto de internalización (que debe verse como fantasía más que como proceso) transforma al objeto (incluso podríamos usar el término Aufhebung para esta transformación); el otro es acogido y transformado en un yo, pero un yo que debe ser vilipendiado con lo cual se forma y también se fortalece la “instancia crítica a la que damos corrientemente el nombre de conciencia.”
Antes de considerar con más detenimiento lo que significa que algo “se vuelva contra sí mismo” de esta manera sería conveniente señalar que la forma psíquica de reflexividad que desarrolla la melancolía lleva dentro la huella del otro como socialidad disimulada y que la interpretación (performance) de la melancolía como expresión impúdica de autocensura delante de otras personas supone un desvío que la religa con su socialidad perdida o retraída. En la melancolía no sólo se pierde para la conciencia la pérdida de un otro o un ideal sino que se pierde también el mundo social que la hizo posible. El melancólico no solamente sustrae el objeto perdido a la conciencia, sino que también retrae a la psique una configuración del mundo social.
El yo se convierte en “estado político” y la conciencia es una de su “grandes instituciones” precisamente porque la vida psíquica retrae a sí misma un mundo social en una tentativa de anular las pérdidas exigidas por el mundo.
¿Cómo podemos reconectar este problema de la pérdida inconsciente, de la pérdida rechazada que caracteriza a la melancolía, con el problema de la relación entre lo psíquico y lo social? Freud nos dice que en el duelo no hay nada en la pérdida que sea inconsciente. En la melancolía en cambio según sostiene la “pérdida de objeto es sustraída a la conciencia”: no sólo se ha perdido el objeto sino que se ha perdido la pérdida misma sustraída y preservada en el tiempo suspendido de la vida psíquica. En otras palabras según el melancólico, “no he perdido nada”.


El carácter indecible e irrepresentable de la pérdida se traduce directamente en una intensificación de la conciencia. Aunque podríamos esperar que ésta oscilase de acuerdo con la fuerza de las prohibiciones impuestas desde fuera, parece que su fuerza depende en mayor medida del reclutamiento de la agresión al servicio de la negativa a reconocer la pérdida que ya se ha producido, la negativa a perder un tiempo que ya se ha ido.
Curiosamente el moralismo de la psique parece ser un índice de su propio duelo coartado y su cólera ilegible. Por consiguiente si hemos de restablecer la relación entre melancolía y vida social, no debemos medirla considerando las autoacusaciones de la conciencia como internalizaciones miméticas de las censuras lanzadas por las instancias sociales del juicio y la prohibición. Por el contrario existen formas de poder social que regulan las pérdidas que pueden ser o no ser lloradas; el repudio social del duelo podría ser lo que alimenta la violencia interna de la conciencia.
Aunque el poder social regula las pérdidas que pueden ser lloradas no siempre resulta tan eficaz como pretende. La pérdida no puede ser negada del todo, pero tampoco aparece de tal manera que pueda ser afirmada directamente. El dolor de la pérdida se atribuye a quien la sufre y en ese momento la pérdida se percibe como una falta o injuria que merece reparación, se busca reparación por los daños infligidos a uno mismo pero sólo en uno mismo.
La violencia de la regulación social no se manifiesta en su acción unilateral sino en el tortuoso camino por el cual la psique se acusa de su propia inutilidad. Se trata sin duda de un extraño y opaco síntoma de duelo no resuelto.
¿Por qué la retracción del otro perdido al yo, la negativa a reconocer la pérdida culmina en una pérdida del yo? ¿La pérdida se resitúa de un modo que invalida al yo con el fin de salvar psíquicamente al objeto? La disminución de autoestimación que distingue a la melancolía del deulo parece ser el resultado de los prodigiosos esfuerzoz de la instancia crítica por privar al yo de su estimación.
¿De dónde surge este ideal? ¿es fabricado arbitrariamente por el yo o este tipo de ideales conservan huellas de la regulación y la normativa sociales? Freud señala que la melancolía es una respuesta, no solo a la muerte sino a otros tipos de pérdidas, incluyendo “situaciones de ofensa y desengaño.”
Y cuando plantea la idea de que tanto el duelo como la melancolía pueden ser respuestas a la pérdida de un ideal tal como patri y libertad sus ejemplos dejan claro que dichos ideales tienen un carácter social.


Los ideales con relación a los cuales el yo se juzga a sí mismo son claramente aquellos en los que será considerado deficiente. El melancólico siente envidia al compararse con dichos ideales sociales. Y aunque estos constituyen la santificación psíquica de objetos o ideales antes externos, son también al parecer un blanco de agresión. De hecho podríamos preguntarnos si las circunstancias bajo las cuales el yo es por así decir censurado por el ideal no son en realidad la inversión de circunstancias previas en las cuales, de haber podido el yo hubiese censurado el idea. ¿Podríamos ver la violencia refractada de las formas sociales que han convertido ciertos tipos de pérdidas en no llorables?
La pérdida dentro del mundo que no puede ser comunicada genera cólera y ambivalencia y se convierte en una pérdida en el yo que no tiene nombre, es difusa y provoca rituales públicos de autocensura.
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La inutilidad del yo es insistentemente comunicada. El habla melancólica que no es ni veridictiva n declarativa, es incapaz de decir su pérdida. Lo que el melancólico sí declara a saber su propia inutilidad identifica la pérdida a los ojos del yo y por tanto sigue siendo incapaz de identificar la pérdida. La autocensura ocupa el lugar del abandono y se convierte en el emblema de su rechazo.


La intensificación de la conciencia que se produce en estas circunstancias da fe del carácter no reconocido de la pérdida. El yo resulta moralizado como consecuencia de la pérdida no llorada. Pero ¿cuáles son las condiciones que hacen posible que se llore o no se llore la pérdida? El yo no sólo acoge al objeto dentro de sí, sino que acoge también su agresión hacia él. Mientras más se acoge por así decir al objeto mayor es la autodegradación, más se empobrece el yo: el delirio de empequeñecimiento provoca un “sojuzgamiento del instinto que fuerza a todo lo animado a mantenerse en vida”.
La agresión que se vuelve contra el yo tiene el poder para combatir y vencer el deseo de vivir. En este punto de la teoría de Freud la agresión hacia uno mismo se deriva de una agresión hacia otro dirigida hacia fuera. Pero en esta formulación se vislumbra el principio de la reflexión sobre un instinto que en cierto modo se opone al principio del placer y que luego será denominado instinto de muerte.


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Si el yo no puede aceptar la pérdida del otro, entonces la pérdida que el otro llega a representar se convierte en la pérdida que ahora caracteriz ael yo: el yo se vuelve desierto y empobrecido. La pérdida sufrida en el mundo se convierte ahora en la carencia característica del yo (una disociación que es por así decir importada mediante la necesaria labor de internalización.)


Por consiguiente la melancolía opera en una dirección exactamente opuesta al narcisismo. Imitando la cadencia bíblica de “la sombra de la muerte”, un modo como la muerte impone su presencia sobre la vida, Freud señala que en la melancolía “la sombra del objeto cayó sobre el yo”.
Significativamente en los ensayos de Lacan sobre el narcisismo la formulación se invierte: la sombra del yo cae sobre el objeto. El narcisismo sigue controlando el amor, incluso cuando parece ceder al amor de objeto: lo que encuentro en el lugar del objeto sigue siendo yo mismo, mi ausencia. En la melancolía, la formulación se invierte: en el lugar de la pérdida que el otro llega a representar, encuentro que yo soy esa pérdida, que estoy empobrecido, deficiente. En el amor narcisista, el otro contrae mi abundancia. En la melancolía, yo contraigo la ausencia del otro.
Esta oposición entre melancolía y narcisismo apunta hacia la teoría de las dos clases de instinto. Freud tiene claro que la melancolía debe verse en parte como perturbación narcisista. Algunos de sus rasgos provienen del narcisismo y otros del duelo. Con esta afirmación, Freud parece definir el duelo como el límite del narcisismo o quizás como dirección contraria a él. Lo que en la melancolía erosiona al yo es una pérdida que ooriginalmente fue externa, pero al llegar a El yo y el Ello, Freud reconoce que la labor de la melancolía bien podría estar al servicio del instinto de la muerte. Se pregunta: “¿Cómo sucede pues que en la melancolía se convierta el super-yo en una especie de punto de reunión de los instintos de muerte?” ¿Cómo puede ser que los efectos erosionadores del yo que ocasiona la melancolía, esos que vencen “el instinto que fuerza a todo lo animado a mentenerse en vida”, acaben operando al servicio de un instinto que busca vencer a la vida? Freud va más allá señalando que el hecho de que la conciencia “se encarnice implacablemente” muestra que “en el super-yo reina entonces el instinto de muerte (Todestrieb). Por consiguiente, de acuerdo con esta teoría revisada de El yo y el ello en la melancolía sería imposible separar el instintno de muerte de la conciencia intensificada por ella.
En ambos casos, ante la incapacidad para estar a la altura de los patrones codificados en el ideal del yo, el yo arriesga la vida. Y la agresión que asume contra sí mismo es parcialmente proporcional a la agresión hacia el otro que ha conseguido mantener bajo control.


En esta descripción de la melancolía, la reflexividad emerge, al igual que ocurría en Nietzsche como agresividad desplazada. Como hemos visto en “Duelo y melancolía” la agresión es para Freud fundamentalmente una relación con los otros, y sólo en segudno lugar una relación con uno mismo. Señala que la persona suicida tiene que haber esperimentado antes impulsos homicidas y sugiere que el autotormento satisface el sadismo y el odio. Estos dos impulsos han sido experimentados como “retrotraídos al yo del propio sujeto” (“Eine Wendung gegen die eigene Person erfahren haben”. La ambivalencia que contiene a la agresión disocia a la carga, que se distribuye entonces en “partes”: parte de la carga erótica retrocede hasta la identificación; la otra parte hasta el sadismo.


Una vez establecidas como partes internas del yo, la parte sádica apunta contra la parte que identifica y a partir de ahí se desarrolla el violento drama psíquico del super-yo. Freud parece asumir que existe ambivalencia en la escena de la pérdida: un deseo de que el otro muera o se vaya (deseo que es a veces instigado por el deseo del yo de vivir y, por tanto, de romper su vínculo con lo que se ha ido o ha muerto). Freud parece asumir que existe ambivalencia en la escena de la pérdida: un deseo de que el otro muera o se vaya (deseo que es a veces instigado por el deseo del yo de vivir y por tanto de romper su vínculo con lo que se ha ido o ha muerto). Freud interpreta esta ambivalencia como una manifestación de sadismo y a la vez un deseo de preservar al otro como parte de uno mismo. El autotormento es el sadismo vuelto contra el yo, que codifica y disimula el doble deseo de vencer y salvar al objeto. Señala que el autocastigo es “el camino indirecto” del sadismo; podríamos añadir que es también el camino indirecto de la identificación.
Aquí Freud parece tener claro que el sadismo precede al masoquismo.
De hecho el yo se toma por primera vez por objeto sólo si se ha tomado ya al otro por objeto y el otro se ha convertido en el modelo a partir del cual asume su límite como objeto para sí mismo -una especie de mímesis no muy distinta de la que describe Mikkel Borch-


Evidentemente ninguna teoría freudiana que tome al yo como algo primario o preexistente podrá dar cuenta de la manera como el yo se convierte por primera vez en objeto a raíz de la internalización de la agresión y el rechazo de la pérdida. La melancolía establrce los precarios cimientos del yo y da algunos indicios sobre su condición de instrumento de contención.
La importancia del yo para la contención de la agresión queda clara al considerar las metáforas explícitamente sociales que Freud utiliza en estas descripciones. Uno de los pasajes, señalado por Homi Bhabha apunta a la analogía política que me ocupa. “Las reacciones parten aún de la constelación anímica de la rebelión (seelischen Konstellation der Auflehnung), convertida por cierto proceso en el opresivo estado de la melancolía (die melancholische Zerknirschung)”.
Bhabha argumenta que la melancolía no es una forma de pasividad, sino una forma de rebelión que se desarrolla mediante la repetición y la metonimia.


La melandolía es una rebelión que ha sido sofocada, aplastada. Sin embargo, no es algo estático sino que prosigue como un tipo de labor que se desarrolla mediante el desvío.


Para que el desenlace de la melancolía sea más profundo que el que puede proporcionar cualquier manía, Freud sugiere que debe aceptarse “un veredicto de realidad”; de ese modo la melancolía se puede convertir en duelo y el vínculo con el obejto perdido se puede cortar. De hecho lo que debe reapropiarse al servicio del deseo de vivir es precisamente la agresión hacia el yo instrumentalizada por la conciencia: “La realidad impone a los puntos de enlace de la libido con el objeto, su veredicto de que dicho objeto no existe ya, y el yo situado ante la interrogación de si quiere compartir tal destino, se decide, bajo la influencia de las satisfacciones narcisistas de la vida, a cortar su ligamen con el objeto abolido”.
Para el melancólico la ruptura del vínculo constituye una segunda pérdida del objeto.


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