sábado, 23 de octubre de 2010

la expulsión del paraíso o conflicto de Edipo

La separación de la madre y el “otro” del hijo existe mucho antes de que adquiera sentido por el “lenguaje”, que es la instancia de separación que le atribuye el psicoanalisis, que en realidad es la instancia paterna.

Mientras que el único modo de constituirse el sujeto en el imaginario cultural, es decir, a través de la pérdida del paraíso, expulsión o exclusión traumatizante, conflicto de Edipo, etc, no es que sean del todo falsos pero son los únicos modos que sobrevienen al concebir el advenimiento del lenguaje y ante la instancia de un tercero.

Todo ello nos lleva a preguntar ¿por qué tan singular ceguera en todo cuanto se refiere a la relación de la madre con el hijo y a la relación y el conflicto con la paternidad que queda anulado en una instancia abstracta? Hay un conflicto cultural y genealógico, que como en el caso de Kierkegaard le lleva a huir hacia una sexualidad indefinida, tal vez femenina, una genealogía sin vínculos, a-cultural.


En la relación con el complejo de Edipo vemos muy claramente cómo se relaciona el elemento del lenguaje como símbolo y cultura en el inconsciente individual y su desarrollo.
El psicoanálisis justifica la fusión imaginaria entre madre e hijo por el proceso de maduración del niño y la necesidad absoluta que tiene, dentro del útero hasta su nacimiento, con el otro, su madre.
Es esta fusión, implícitamente presentada como un prolongar la fusión orgánica de la preñez, la que resultaría absolutamente imprescindible romper para que el niño se constituya en sujeto.
La quiebra de la fusión por un tercero -que llamamos padre, ley, Nombre-del-Padre, etc- permitiría la entrada en lo simbólico y el acceso al lenguaje.
El tercero evitaría que la fusión acabara en el caos de la psicosis y contribuiría a que todo adoptara un orden.

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La quiebra de la fusión imaginaria entre el paraiso y el hombre ( a veces es la fusion entre madre e hijo) por un tercero -que llamamos padre, ley, Nombre-del-Padre, etc- permitiría la entrada en lo simbólico y el acceso al lenguaje.
El tercero evitaría que aquella fusión acabara en el caos de la psicosis y contribuiría a que todo adoptara un orden.

Por eso se dice que se añora volver siempre al Paraíso perdido.
Sería a traves del Paraíso perdido, de la expulsión, exclusión traumatizante o conflicto de Edipo como concebimos la quiebra de la fusión imaginaria con la madre y la individuación del sujeto a través de la cultura y la instancia de un tercero -que llamamos padre, ley, Nombre-del-Padre, etc- permitiría la entrada en lo simbólico y el acceso al lenguaje.


Rechazar hoy en día toda explicación de tipo biológico -porque la biología, paradójicamente, haya servido para explotar a las mujeres- es negar la clave interpretativa de la explotación misma. Ello significa también mantenerse en la ingenuidad cultural que se remonta al establecimiento del reino de los dioses-hombres: sólo lo que se manifiesta con formas de hombre es hijo divino del padre, sólo lo que presenta un parecido inmediato con el padre es legitimable como hijo portador de valor. Los deformes y los atípicos se ocultan con vergüenza. Las propias mujeres deben habitar la noche y la casa, entre velos y despojadas de su identidad por no ser una manifestación de las formas correspondientes a los cromosomas sexuados masculinos.
Así pues para obtener un estatuto subjetivo equivalente al de los hombres, las mujeres deben hacer que se reconozca su diferencia. Deben afirmarse como sujetos portadores de valor, hijas de madre y de padre, respetuosas del otro en ellas y exigiendo de la sociedad idéntico respeto.

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María Zambrano dice:


El “freudismo” al deshacer la idea del padre y, más que la idea, la trascendencia de la paternidad, no hace sino completar la obra de todas las demás teorías que han ido cortando los hilos que mantenían al hombre enlazado con sus principios, supeditado a sus orígenes. No ha hecho sino perfilar la destrucción del hombre como hijo. Y vivir como hijo es algo específicamente humano, únicamente el hombre se siente vivir desde sus orígenes y se vuelve hacia ellos, reverenciándolos. Y al ser así, ¿no será de temer que al dejar de ser hijos dejemos también de ser hombres?

Freud difundió, con la seducción literaria que le prestaban los mitos trágicos a que acudía, y aún acrecentó, el mal terrible; pero no pudo curarlo.

Porque la enfermedad era y sigue siendo el desamparo, el tremendo desamparo padecido por este hombre de la cultura occidental que había vivido sintiéndose sostenido por unos principios invulnerables (El Padre de la Religión y la Razón griega), entrelazados armoniosamente. El hombre occidental no se había creído ser natural, sino ser creado, engendrado por un padre, por unos principios. Abandonado a sí mismo, se llenó de terror, del antiguo terror pánico. Se sintió preso de las antiguas furias que encadenaban su alma arrastrándole a la fatalidad de una muerte sin esperanza.

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