sábado, 30 de octubre de 2010

la muerte


La muerte es siempre la muerte del otro. Porque la muerte propia, excepto en el suicida o en el condenado a muerte que son casos extravagantes, la muerte siempre es la muerte del otro. En realidad, el ver morir tendría que ser defectivo, no podríamos decir nunca “me muero”.
La muerte sólo se puede decir en tercera persona.
El descubrimiento majestuoso junto con Platón y Aristóteles en el mundo griego está también en Epicuro, que cita una fórmula eficaz:

“Así el más aterrador de los males, la muerte, no es nada para nosotros, porque cuando nosotros somos, la muerte no es, y cuando la muerte está nosotros no somos”.
La presencia de que está, de la muerte, es imposible.

A la muerte no se llega de modo directo, sino indirecto. L a muerte naturalmente es un problema religioso, pero no es importante, en una sociedad atea como la que vivimos hay que girar, dar un rodeo, como decía Hegel.

El camino del Espíritu es el rodeo. La muerte nunca la podemos representar decía Freud. Incluso si yo me represento mi muerte es teatro, es tragedia. Unamuno estuvo toda su vida diciendo “no me puedo representar y me niego mi muerte”. “Venimos de dos vacíos”, decía Ortega y Gasset. El decía “Venimos de un primer vacío que es el nacimiento”. No lo pueden contar, podemos hablar de nuestro nacimiento porque nos lo cuentan. Pero de lo que no podemos hablar es de nuestra propia muerte, además nadie va a venir a contárnosla.

En esto, hay múltiples formas de hablar de la muerte pero quizás quien ha llegado antes a la hora para hablar de la muerte, han sido los literatos, los grandes poetas, los humanistas. La Iliada, la Odisea de Homero. Lo que cantan es eso, que no es una marcha militar, pero siempre cantan a la muerte. Y dicen: “La muerte no es el final”. Pero no es el final en el sentido religioso, sino en un sentido literario.

La muerte no es el final. Cuando Ulises desciende al Hades y se entrevista allí con mucha gente, con Aquiles, con su madre, con muchos guerreros, que le hablan fundamentalmente de la vida. Hablar de la muerte, que es hablar de la vida, es hablar del sentido de la existencia. La filosofía es uno de los límites que tiene, es crear un concepto de esto. Por eso, siempre se ha entendido mucho mejor la muerte del otro.

Ulises, Homero, ha citado, pero toda la historia de la literatura, la Montaña mágica, de Thomas Mann, todo es un pensamiento, una narración de la muerte, de un individuo que está en un hospital, que va a morir y que además va a morir en la primera guerra mundial.

El discurso de Odiseo al Hades, esa referencia, hay algo hermosísimo, y es como los muertos griegos, la visión griega de la muerte, no tiene la dimensión salvífica que tiene en otros tipos de religión y por tanto la muerte ni siquiera es el consuelo del que está, la muerte es el final. Permanece una sombra, un resto que se va desdibujando en el paso del tiempo. Es el Odiseo quizás, en Aquiles, no. Cuando la sombra de Aquiles llega ante Odiseo, que Odiseo trata de consolarle, incluso aquí, entre los muertos, eres un Príncipe, como lo eras entre los vivos. Aquiles responde: “No pretendas Odiseo, preclaro, hincarme consuelos de la muerte, que yo más querría (es el mayor guerrero griego) ser siervo del campo de cualquier labrador sin caudal y de corta despensa, antes que reinar sobre todos los muertos que aquí fenecieron”.

La de los griegos, hay dos tradiciones literarias, la griega y la latina. La de los griegos, la muerte es un caballero, Thanathos, es un mensajero, un ángel casi podríamos decir de nuestra tradición hebrea, es un varón. O eso lo han recogido los alemanes y los nórdicos, por eso las películas de Bergman no las entendemos porque la muerte es un rubio caballero que va caminando. Pero para un latino la muerte es femenina, la muerte es una mujer vieja normalmente con una guadaña, lo asociamos a una mujer, mors y muerte, y en todos los idiomas latinos “la” muerte es femenino, en cambio, en alemán o en sueco es “el “ muerte, porque es masculino. Eso hace que los símbolos no se entiendan bien.
En la literatura occidental -de ahí esa fusión continúa entre la imagen de la dama amada y la imagen de la muerte-.

Leopardi por ejemplo también es el resplandor, el momento en que la virgen de la mujer bellísima se transforma en la imagen corrompida de la muerte. Antes se morían los niños de infecciones y se morían en verano. La gente cree por la tradición de Halloween que cuando más gente muere es en invierno, pero ahora realmente es que ha dado la vuelta y casualmente por primera vez en la historia hay más muertes en noviembre y diciembre.

La festividad de los muertos es una celebración celta de miles de años que la iglesia católica en buen acuerdo la cristianiza -como tantas otras fiestas- entonces los celtas en Francia, en Gran Bretaña, en Irlanda, en la Europa céltica celebraban el uno de noviembre el día de los muertos. Y entonces la iglesia ya en la época de Carlo Magno dice que hay que hace como Francia, en Francia ya es fiesta cristiana, y ya en el siglo XV es fiesta cristiana para todo el Occidente cristiano dejando aparte lo del oriente. Es decir, llevamos años. Halloween es revitalizar la vieja fiesta de los celtas, lo pagano, lo religioso, y luego otra vez lo pagano, el paganismo.

Pensar en la muerte es vivir, pensar en la vida es morir. Pensar en el límite que tiene la filosofía para conceptualizar la muerte, lo más que podemos llegar es a dar una idea.

La filosofía llega tarde a la muerte, primero a la literatura. Llega tarde porque no es capaz de hacerse cargo de algo elemental, que es el sufrimiento, nosotros no tenemos palabras suficientes -la filosofía- de hacerse cargo del sufrimiento.

A veces alguna filosofía, y por eso hay que volver a la literatura. De ahí el relato de la muerte colectiva por genocidio de Auschwitz en el que se habla de la escritura culpable, porque hay algo en el discurso interno de la propia locura.
La terapia de la escritura nos hace ver que nunca va a haber un discurso al nivel del sufrimiento humano, como Primo Levi reconoce, del dolor humano. La literatura lo sabe de siempre.
Es el antecedente de un mundo excepcional que se puede convertir en normalidad el crimen colectivo, como crimen planificado. Son modos apocalípticos de pensar pero la literatura lo tiene superado, ha sido capaz de narrar, explicar, pero no de comprender, no se puede justificar.
Que la excepcionalidad se convierta en normalidad es una forma de muerte, cuidado con Auschwitz y el gulag.
La literatura lo ha hecho ver antes, y el significado que puede tener un tipo de muerte, como en la película El noveno día, donde se ve un cura resignarse. Son imágenes impresionantes. Esto es una narración, nos imaginamos que el nazi, ese que mata, que pisotea una religión, que dice que para nada sirve la religión tuya, ¿pensamos que esa muerte no puede tener sentido? La tiene, si no no tendría sentido ni el bien ni el mal. Y sobre todo estaríamos haciendo un modo de pensamiento apocalíptico, si le diéramos carta de naturaleza mínima a este nazi.

El hecho que nos tortura a todos, es la ausencia de sentido, qué es lo que nos queda en la ausencia de sentido, probablemente lo que nos queda es abrir los ojos como platos, tratar de entender pero ¿eso ayuda a suprimir el sufrimiento? Probablemente no.

La literatura se dice ha dado más de reflexión teórica que la filosofía, testimonio de la muerte.
Una pequeña muestra o testimonio en otro terreno, de nuestro mundo cultural, por ejemplo en los enfermos de cáncer y los amigos que se llevó.

En el fondo late la idea de religión, en el momento de la muerte. Si no hubiera muerte no habría religión. Por eso, ¿los ángeles pueden ser religiosos? Si no se mueren, es terrible, tendrían que ser ateos, y en el fondo es el mito de Luzbel, claro, porque si no somos mortales, pues quién es dios, somos como dios, y esa es la rebelión de los ángeles.
Una anécdota muy humana y simple es la de Luis Miguel Dominguín que es ateo y le dice a Vallejo Nájera que se va a morir, pídele a tu dios que yo me muera en vez de ti, porque tú eres un científico porque tiene un sentido, es en realidad una conversación entre un ateo muy profundo, que no parece ateo.

Es que la vida no tiene sentido, porque la vida sigue, tiene que haber algo. El que no cree en la resurrección es que no ha querido a nadie, se dice. Yo nunca podré ser pagano al ver morir a mi madre. Pero está el límite de la filosofía sobre un concepto. En esta zozobra existencial de la vida, vida y muerte caminan juntas, no soy pagano.
En un libro de María Zambrano que es como un devocionario para gente atea, o un libro de paganismo para quien quiera creer, ella dice: “La paganización hace imposible la aparición de la angustia, pues no deja al hombre sólo frente a la incertidumbre. Le ofrece una certidumbre natural y la respuesta es la existencia atea para dejarse llevar por lo divino en su manifestación”.
La filosofía se había hecho vida. La muerte es el olvido. Como en Manrique por su padre.
La muerte de la madre es una cosa impresionante, más que la del padre, porque la madre es al que da la vida, a luz, después de todo, el padre colabora un poquito, pero hay todavía una muerte más trágica si se puede decir que hay grados de tragicidades, es que a una madre se le muera un hijo, yo creo que ese es el mayor dolor posible, imagnable. Por eso en la representación de la pasión de Jesucristo, la clave es la Piedad, es decir, el sufrimiento de la madre al pie de la cruz. Pietas en la iconografía cristiana no es Jesucristo quien se muere, sino que a la madre se muere el hijo, es la verdadera tragedia.

Ell humor negro es el contrapunto, se comen huesos de santos, de la tradición celta, se comían parte de los muertos, es un canibalismo estilizado, y en México también existe esta tradición.

Gabriel Albiac escribe un libro que se llama “La muerte”, en él habla de la muerte, pero habla de metáforas, de los símbolos, de un modo de escapar, darnos un rodeo, nos investimos de símbolos.

Expresiones literarias en occidente son formas desplazadas de la muerte, el viaje de Eneas que da Virgilio en la Eneida, en parte la travesía a los ínferos, pero todo el viaje. El viaje de Dante, el de El corazón de las tinieblas de Conrad. La idea de que de algún modo en todo aquello que para nosotros implica desazón, oscuridad, tinieblas, imposibilidad de entender, lo que estamos haciendo es trasponer, metaforizar el verdadero fondo incomprensible para nosotros de la muerte.
Oscuro, terrible, tinieblas, es la concepción griega de la muerte pero no es la concepción cristiana. La concepcion cristiana es lo contrario, es la luz. Sin embargo, conservamos la asociación del color negro con la muerte, el luto por la muerte, excepto en los niños antiguamente la caja era blanca y no se ponía el luto porque la mortalidad infantil era tanta que era una forma de mitigar el dolor de la madre.

La especie humana es una especie muy longeva frente a otros mamíferos, normalmente vive, ha vivido siempre el doble que cualquier otro mamífero, un caballo vive 20 años, un perro, doce.
Los mamíferos viven muy poco porque esa es la estructura del cerebro y de los huesos y esa es la evolución. Una tortuga vive mucho pero es una tortuga.

Las tortugas que residen en un habitat natural llegan a vivir muchos años. Las tortugas marinas 80 ó 90 años, mientras que las terrestres 150 años. De hecho se considera que la tortuga gigante de las islas Galápagos es uno de los animales que más años vive. Las tortugas de los hogares suele vivir unos 10 años y puede alcanzar hasta los 20.

El hombre ya se dio cuenta desde hace 2 millones de años, que era el mamífero que más vivía, que duraba más. Pero la resolución está en que hace sólo 100 años o 200 años nada más -que no es nada en la evolución- el hombre ha duplicado esa esperanza de vida. Que ha sido durante siglos o milenios, 30 ó 40 años, que es lo que vivía el ser humano, y ahora vive 80 años de media.

Eso lo hemos visto de nuestros abuelos para acá. Para mí es la mejor definición de progreso. La idea de que hayamos logrado alcanzar esto, es casi como si llegáramos a la inmortalidad.

Claro está no somos inmortales. Pero simbólicamente la idea de duplicar la esperanza de vida, los cabellos o los perros no lo han conseguido, y nosotros sí, y aunque podemos contar las miserias del genocidio nazi y todo eso, pero la especie humana en el siglo XX a pesar de los genocidios la esperanza de vida ha duplicado la del siglo anterior. Eso es una hazaña.

Este dato sociológico que se nos sirve, está recordando una anécdota, qué van a decir cuando mueran, esa es la clave de la inmortalidad. Y el progreso humano está ahí. Porque es la preocupación de lo que dirán de nosotros cuando nos muramos, lo que llamamos “fama”, la idea de fama, la idea de que estamos en esta vida para hacer cosas, para que nos recuerden, por eso los mausoleos, los obituarios, las esquelas, porque lo que nos interesa es que nos recuerden.

En contraposición a eso, la absoluta belleza de uno de los grandes maestros estoicos, previos a esa tradición de inmortalidad, Marco Aurelio, cuando en las Meditaciones: “Si un día te hubiesen dicho mañana morirás o en cualquier caso pasado mañana. No habrías puesto mayor empeño en morir pasado mañana que mañana, a menos que fueras extremadamente vil, porque ¿cuánta es la diferencia? De igual modo no considerará de gran importancia, morir al cabo de muchos años, en vez de mañana”.

Los estoicos, Marco Aurelio, Séneca, tienen una cosa fundamental ante el tema de la muerte y el tema de su vida. No es un problema de “gradación”, es un problema de sí o no, o usted está a favor de la vida o de la muerte, no se puede medir esto, mortalidad o inmortalidad. Y de la muerte hablamos por rodeo, para hablar de la vida.

Un verso de Novalis dice: “Siento la oleada rejuvenecedora de la muerte” La muerte es también un personaje femenino, se puede ver como una compañera, como la mejor amiga. Esto es el lado cultural de la muerte de la tradición latina, que no la de los griegos, que hay un cambio pero ¿por qué femenino? A veces se entiende si se ve en las madres.
Prepara la muerte como un plan más sin miedo y con calma, esto sería una posición típicamente estoica.

Pero hay que entender la muerte desde dos posiciones: Hay para quien la muerte es un paso a otra cosa y para quienes la muerte es el cierre de una vida, y que uno debe de afrontar en la perspectiva que Marco Aurelio indicaa, si te vas a morir dentro de 10 minutos eso no cambia nada la realidad ontológica que eres, que es la de “ser estrictamente algo que se está muriendo en cada instante de su vida”. Pascal lo formula maravillosamente: “Ser mortal es ser muriente y por lo tanto ya de algún modo muerto”.
Séneca dice que es “ser sagrado”.
Sin embargo, en la vida cotidiana todo el mundo cree que no se va a morir, por eso la muerte es la de los otros, porque dice Cicerón: “Por muy viejo que sea uno no considera que ese sea su último año”, sino que va a haber otro año más, eso es parte de esa idea de progreso que decíamos.

Se puede citar otra película Cartas a Iwo Jima, donde hay dos formas de muerte, la del vencido que va a morir, pero que tiene que matar, hacer el harakiri, con honor. Y luego está la muerte de Aquiles en el Hades, la del panadero que se tiene que salvar, donde él se ve el último esclavo del hombre más pobre con tal de tener la vida.

Es lo natural que nos muramos y no sepamos cuándo vamos a morir, otra cosa es el suicida, eso forma parte de la libertad humana.

A diferencia de los animales que no entierran a los muertos, nosotros, no desde siempre, sino hace 150.000 años empezó esta idea. Se conservan las primeras tumbas en donde el hombre entendió que había que contraponer la decadencia de la muerte con lo perenne.
Esas son unas tumbas que hay en el norte de Israel y en Siria, los altos del Golán, ahí empezó la civilización humana, porque hasta entonces seguramente los hombres al morirse era como el resto de los animales, desperdigaban sus restos y se han encontrado junto a huesos humanos, pólenes de flores en grandes cantidades, y se sabe qué flores son además, porque el polen no desaparece en millones de años, es algo fantástico y por eso que ponemos flores, aunque se ajen las flores, el polen de las flores es perenne.

Y por eso también ponemos mármol o piedra, o hierro u oro, es decir, algo que se corrompe pero para contrarrestarlo la cultura humana pone flores, los judios ponen piedras, en lugar de flores, pero es lo mismo, la piedra no deja de ser algo duradero como el polen. Descendemos de esos que pusieron flores, algunos ahora piensan que lo que quieren es que se les incinere y que se les avente y que no quede ni humo. Pero queda la fama.
~
Agapito Maestre, Gabriel Albiac, Amando de Miguel.
~

No hay comentarios: