Con otras armas invisibles, tales como el silencio, la oscuridad, la sublimación por medio de desplazar el objeto del deseo en otro. Los mecanismos de sublimación tambien juegan con una economía del poder y de la creencia por tanto, mejor es descartarlo.
¿Es tal vez mejor una sabiduría oriental? Tal vez, no lo sé. Lo cierto es que el deseo no se sostiene mas que con la carencia. Cuando se opera sin restricción se queda sin realidad y sin imaginario.
El espectro del deseo estaría en todos lados salvo en el mismo deseo físico.
Y aunque pudiésemos incluso cambiar las leyes del universo o prever sus caprichos, el alma nos subyugaría por sus miserias, por el principio de su ruina.
Pues, con armas invisibles quizás también. El “logos” o la palabra, es un arma invisible que por “sublimación” nos permite desplazar el objeto del dolor y ver con la mente o proyectar el deseo inicial hacia otro sitio.
Esto significa jugar con la “creencia”, que es un juego con una economía del poder, por lo que incluye también una forma de terror en él.
Pero además del poder de sublimación tal vez podemos contar con el poder invisible no solo de la magia y del misterio de las palabras sino del misterio de todo lo que nos impresiona.
Como dice Baudrillard en “La seducción” se trataría de la economía de una seducción, de un juego y no de un consumo o una consumación.
El deseo no se sostiene más que con la carencia. Cuando se agota en la demanda, cuando opera sin restricción, se queda sin realidad al quedarse sin imaginario, está en todos lados, pero en una simulación generalizada.
El espectro del deseo estaría en todos lados salvo en el mismo deseo físico. Y aunque pudiésemos incluso cambiar las leyes del universo o prever sus caprichos, el alma nos subyugaría por sus miserias, por el principio de su ruina.
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Existen dos enemigos invisibles, uno es el dolor y el otro el hastío.
Ante el dolor todo lo demás nos parece insignificante. Se infiltra en nosotros y se apodera con su hegemonía secreta.
Pero el dolor se encuentra localizado. El hastío sin embargo evoca un mal sin sede, sin soporte, sin nada excepto esa misma nada que nos corroe. Corrosión imperceptible que se metamorfosea lentamente y nos convierte en una ruina invisible.
¿Con qué armas derrotar a tales enemigos? Y aunque pudiéramos cambiar las leyes del universo o prever sus caprichos, el alma nos subyugaría por sus miserias y por el principio de su ruina.
Sólo con armas invisibles, como la oscuridad y el silencio, y aun así el espectro del deseo sólo seguiría vivo por el principio de la carencia. Pues cuando se opera sin restricción se queda sin realidad y sin imaginario.
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