lunes, 13 de diciembre de 2010

el taller de las mariposas, III

La Anciana estaba un poco sorprendida porque no se había enterado de nada. Preguntó una y otra vez si se trataba de un insecto y no de una mezcla prohibida por las leyes de la creación.

-Es un insecto -repetía Odaer una y otra vez.

-¿Estás seguro que tu diseño merece que yo reúna a todos los Diseñadores? ¿Que no nos defraudarás?

-Estoy seguro -dijo Odaer.

Convencida por la determinación del muchacho y pensando con ternura en sus esfuerzos y sufrimientos, la Anciana aceptó la petición fijando la audiencia para el día siguiente.

El Salón de las Audiencias era un lugar magnífico que sólo se utilizaba para grandes ocasiones. Tenía techo de cristal, y sus paredes estaban hechas de mismo material que las nubes. Se encontraba en una zona donde era siempre primavera, y por esto a gran sala tenía la luminosidad de un soleado día de principios de mayo.

Odaer y sus compañeros habían trabajado sin parar toda la noche y llegaron a la audiencia un poco desvelados, cargando unas enormes cajas de cristal tapadas con velos que impedían ver su contenido.

Convocados por la Anciana Encargada de la Sabiduría, los Diseñadores de Todas las Cosas empezaron a llegar.

Aparecieron los gigantes encargados del diseño de los grandes animales. Ellos y Ellas eran pelirrojos y robustos. Habían diseñados los Leones, los Elefantes, las Jirafas, los Rinocerontes.

Luego llegaron los Diseñadores de los Gatos. Tenían los ojos rasgados y se movían con un andar sinuoso y callado.

Los Diseñadores de los Perros eran jóvenes y bulliciosos. De tanto diseñar Perros, les había salido la cola y la movían ahora denotando su excitación.

Los Diseñadores de la Vida Marina eran delgados y brillantes y usaban gorros de escamas que refulgían como cristales de sol.

Llegaron también los plácidos Diseñadores de los Árboles, vestidos con suntuosas ropas verdes. Los acompañaban los Diseñadores de Arbustos, que eran pequeños y gordos y las Diseñadoras de las Flores que eran hermosísimas, de caras muy blancas maquilladas con muchos colores y vestidas con trajes de pétalos de gran belleza.

Las que diseñaban los pájaros llegaron volando, envueltas en capas de plumas multicolores. Evitaban acercarse a los Diseñadores de los Reptiles que eran muy serios y de cuerpos tan flexibles que podían pasar a través de las ranuras de las puertas.

Por último aparecieron atronando con sus pasos de roca, los Diseñadores de los Metales y las luminosas y casi invisibles Diseñadoras de Mundos y Astros. Cuando todos hubieron entrado, casi antes de que se cerraran as puertas, hicieron su aparición, tímidos y cegatos, los Diseñadores de Insectos.

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Odaer y sus compañeros estaban muy nerviosos. A Etra le sudaban las manos, y Oleb no sabía que hacer con las suyas y las metía y sacaba de las bolsas de su traje.

En la Sala de Audiencias se oía el murmullo de muchas conversaciones. Todos se preguntaban qué podrían haber diseñado aquellos muchachos que ameritara una reunión tan singular. Los que se habían reído de Odaer estaban molestos de tener que interrumpir su trabajo para asistir a la convocatoria del joven testarudo. No creían que él hubiese diseñado algo digno de contar con un Taller propio.

Por fin, la Anciana Encargada de la Sabiduría ocupó su lugar en la parte más alta de la sala y se hizo un silencio profundo.

Odaer pidió que se cerraran las ventanas. Los muchachos se colocaron con las cajas de cristal al frente de la sala y a una señal de Odaer levantaron los velos que tapaban las cajas y las abrieron de par en par.

Miríadas de mariposas multicolores inundaron el aire de rojos, azules, amarillos, violetas, naranjas, verdes y blancos. Salieron volando en formación de arcoiris, trazando un arco perfecto sobre las cabezas de la concurrencia que miraba muda sin poder comprender lo que veía.

Odaer dio una palmada y las mariposas rompieron la formación y se mezclaron unas con otras en una ola de tonos impredecibles, arrancando esta vez, expresiones de asombro y maravilla de todos los presentes.

A otra palmada de Odaer, las mariposas se posaron sobre la estructura de cristal del techo de la sala, dejando ver los diseños y coores del anverso de sus alas que se parecían a la vegetación del trópico, del bosque templado, de la estepa y de las altas montañas nevadas.

La Anciana Encargada de la Sabiduría se emocionó hasta las lágrimas, como le sucedía siempre que veía algo de inefable belleza. El muchacho lo había logrado! La mariposa era la mezcla perfecta de un pájaro y una flor! No en balde era Odaer nieto del Diseñador del Arcoiris. Siguiendo la tradición familiar, el joven había diseñado una criatura efímera, una criatura de corta vida, pero cuya hermosura dejaría una eterna impresión en el corazón de las plantas, de los animales, de los seres humanos.

Los Diseñadores de Todas las Cosas tampoco podían contener su asombro. Miraban y no se cansaban de mirar la hermosura de las mariposas que revoloteaban a su alrededor como flores aladas, mostrando la delicada arquitectura de sus alas y la audacia de su diseño.

Los que se habían burlado del muchacho, examinaban las mariposas que se les paraban en las manos y temían levantar sus ojos porque se sentían avergonzados de haber sido tan incrédulos.

Por fin, desde sus trajes hechos de pétalos, los Diseñadores de las Flores empezaron a aplaudir con sus manos delicadas y pronto la sala entera se llenó de aplausos y de hurras a la nueva creación.

Odaer pudo sentir cómo los pensamientos de todos empezaban a imaginarse el mundo lleno de mariposas y se llenaban de felicidad.

Pensó que sus momentos de tristeza, de angustia y soledad, sus noches de desvelo, no habían sido en vano. También de sus lágrimas había nacido la Mariposa.

Pensó que como recuerdo de sus esfuerzos y para que nadie se engañara creyendo que la belleza no costaba trabajo, haría que las mariposas fueran primeras orugas que luego se transformarían en el insecto más bello de la Creación.

Por último pensó que era cierto lo que dijera su amigo Perro: los sueños se hacían realidad. El secreto estaba en no cansarse nunca de soñar, en no darse por vencido.

Odaer instaló su taller con paredes hechas de trozos de arcoiris a la orilla de la Poza del Colibrí, y desde entonces él sus amigos han diseñado cientos de miles de Mariposas.

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