lunes, 13 de diciembre de 2010

el taller de las mariposas, II

Odaer se quedó pensando largo rato sobre lo que había dicho el Perro y regresó al Taller de los Insectos, a trabajar en nuevos y nuevos diseños.

Esa noche, cuando ya era tarde, luego de trabajar muchas horas, Odaer creyó haber por fin conseguido su sueño. Había creado un insecto alado de cuerpo tornasol, con unas finas alas transparentes que despedían un brillo metálico. Sopló el papel para que el insecto volara y un par de Libélulas hicieron su aparición en la sala. Tomó una de ellas y sigilosamente fue a llamar a Etra, su amiga.

Etra y Odaer contemplaron el insecto volando a la luz de la luna.

-Es muy hermoso ciertamente -dijo Odaer, pensativo-. Pero lo que yo sueño debe ser más hermoso aún.

-¿Por qué te empeñas tanto, Odaer? El mundo está lleno de belleza.

Debes aprender a ser humilde y darte cuenta que, a menudo, las cosas no pueden ser como uno quisiera que fueran.

-Pero Etra -dijo Odaer- nosotros somos los Diseñadores de Todas las Cosas, si renunciamos a nuestros sueños, ¿qué sentido tendrá nuestra existencia?

-Quizás lo que te has propuesto es muy difícil -dijo ella.

-Por eso mismo, debo de seguir intentándolo -respondió Odaer, empecinado.

y Odaer continuó sus experimentos en el taller, a pesar de las risas de los demás, a pesar de que sus amigos lo miraban con tristeza, a pesar de que hubo muchos que lo consideraban soberbio y lo criticaban duramente.

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La vida de Odaer se volvió muy solitaria. Se paseaba por los bosques y las montañas.

-Las cosas bellas son frágiles -le decía el Viento-. Mira como yo dejo sin flores los arbustos con sólo inflar mis mejillas y soplar.

-Y mírame a mí -dijo el Volcán-. Con sólo que me dé un resfrío y se me ocurra estornudar, mis cenizas destruyen todo lo que tocan.

-Pero las flores vuelven a crecer -decía Odaer-. Y la hierba vuelve a nacer. Lo que a mí me gusta de la belleza es que nunca se da por vencida.

-¿Pero? ¿Cuál es el sentido de una flor? -preguntó una Roca negra y áspera.

-Se marchita muy pronto y muere.

-Se hace fruto -respondió Odaer-. Pero además es bella. Lo bello no se puede explicar, se siente.

-La belleza es como cuando yo aparezco en el cielo e ilumino todo lo que todo -dijo el Rayo.

-Pero tú das miedo - dijo la Serpiente.

-Mira quién habla -respondió el Rayo.

-Yo quiero algo que dé felicidad -dijo Odaer y se fue caminando al lado de un arroyuelo.

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Un día Odaer tuvo un sueño. Soñó que su abuelo soplaba sobre un arcoiris y el arcoiris se quebraba en pedacitos menudos que salían volando. Se despertó sobresaltado y quiso dibujar los pequeños trozos del arcoiris, pero lo único que pudo hacer fue una cigarra que salió cantando del papel.

Pensando en su abuelo, llorando lágrimas saladas de frustración, esa tarde poco antes del crepúsculo, Odaer se quedó dormido a la orilla del estanque.

Lo despertó el sonido de unas veloces alas que le pasaron casi rozando la oreja. Se sentó, se frotó los ojos y justo entonces vio a un pequeño Colibrí que hundía su largo pico en la corola de una flor azul. El Colibrí siguió volando, saltando de flor en flor, hasta que bebió toda la miel de las flores que estaban en la orilla del estanque donde se encontraba Odaer. Luego salió volando sobre el agua dirigiéndose hacia un mazcizo de rosas que estaba al otro lado.

Odaer lo miró fascinado. Bajó los ojos, triste, pensando que quizás el nunca podría hacer algo tan bello, y en eso su mirada se posó sobre la sombra del Colibrí que flotaba liviana en el reflejo del estanque colorándose con el rosa y el azul del atardecer. La sombra parecía tener vida propia. Aleteaba, se movía, se transformaba; en un momento parecía un pájaro, un instante después era una flor. Entonces en el corazón de Odaer hubo una gran luz. ¡Allí estaba por fin la forma que él había andado buscando! ¡La mezcla perfecta de flor y pájaro! ¡La estaba viendo allí sobre el agua del estanque! Había, por fin, encontrado su diseño. El diseño al que llamaría Mariposa.

Salió al Taller y dibujó y dibujó sin descanso las alas y el cuerpo de la Mariposa. Para que las alas fueran gráciles y livianas, las hizo de escamas menudas acomodadas las unas sobre las otras, como un techo de tejas o pizarra. Luego diseñó un pequeño cuerpo de insecto y le dio una lengua muy larga para que pudiera alimentarse de la miel de las flores y llevar el polen de una flor a otra en sus patitas.

Cuando terminó su dibujo, llamó a sus amigos Etra, Asum, Oleb y Rotnip y los llevó a la cueva en medio de a floresta, ara enseñarles su diseño.

Iluminó la cueva con muchas velas y frente a sus ojos asombrados, sopló su dibujo y una Mariposa naranja intenso con listones amarillos en la parte superior de las alas, salió volando del papel.

-¡Es una flor que vuela!- exclamó Asum.

-Es un pájaro pequeño -dijo Rotnip.

-¡Lo lograste! -gritó Etra.

-Y nosotros que creíamos que nunca lo lograrías -dijo Oleb, un poco avergonzado-. Nunca volveremos a burlarnos de tus sueños.

Y todos se abrazaron y abrazaron a Odaer, llorando de felicidad.

-No hemos faltado a la regla de la creación -dijo Odaer muy contento, cuando todos se calmaron y se secaron las lágrimas de alegría-. Será un Insecto, pero será tan bello como las flores y tan veloz como los pájaros. Los seres humanos admirarán su belleza y la pondrán en sus cuentos y mitos. Cada par de alas será magnífico. Si están de acuerdo, solicitaremos tener nuestro propio Taller, un Taller sólo para diseñar Mariposas.

Los demás miraron a Odaer sin poder contener su excitación y su asombro.

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Que un diseñador pidiera un Taller propio era un acontecimiento que no sucedía a menudo. Se pedía una audiencia especial presidida por la Anciana Encargada de la Sabiduría al que asistían los Diseñadores Mayores y sus artesanos. El nuevo diseño se presentaba ante la comunidad y si todos aplaudían y expresaban su aprobación, se consideraba que el Diseñador se merecía su Taller propio.

-Tendremos que diseñar muchas mariposas y presentarlas -dijo Asum.

-Ya lo tengo todo pensado -dijo Odaer-. Trabajaremos en secreto para que sea una verdadera sorpresa.

Al día siguiente, los muchachos se presentaron muy temprano al Taller de los insectos y se reunieron en la sala donde trabajaba Odaer.

-Primero -dijo éste- tendremos que distraer a los otros.

Mientras así hablaba, hacía diseños y diseños en un papel, dibujando un insecto pequeño, feo y negro con alas muy rápidas.

-Crearemos este insecto impertinente que nunca sabrá cuando debe de dejar de molestar. Le llamaremos Mosca.

Dicho esto, Odaer entreabrió la puerta de su sala y antes de cerrarla, sopló sobre el papel donde había copiado muchas moscas iguales. Las moscas salieron volando hacia el interior del taller y empezaron a pararse en los tinteros, en los espejuelos, en las pinturas, en el pelo, en la ropa, en las orejas, en fin, en todo lugar donde pudieron molestar a los pobres Diseñadores de Insectos.

La pelea para que las moscas los dejaran trabajar ocupó toda la energía de los viejos Diseñadores quienes no tuvieron tiempo ni ganas de preocuparse por lo que estaban haciendo los jóvenes que se habían encerrado con Odaer.

Los muchachos trabajaron muchos días a puerta cerrada oyendo música de una criatura que, cuando naciera, se llamaría Beethoven, e imaginándose los distintos y bellos parajes de la Tierra donde habitarían las mariposas. Diseñaron así mariposas para vivir en las selvas húmedas de los trópicos, en los bosques de las regiones templadas, en las estepas, en las anchas praderas...

Al final del quinto día, Odaer salió a visitar a la Anciana Encargada de la Sabiduría y le pidió la audiencia especial para presentar su nuevo diseño.

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