martes, 21 de diciembre de 2010

tristeza normal o patológica

Tristeza normal y patológica

“La depresión abre una enorme grieta en el amor”.
Andrew Solomon, El demonio de la depresión, 2001.

Son muchas las personas que conocen de primera mano el poder de la melancolía para corromper sus relaciones y sus vidas. Algunas veces cuesta identificar el motivo del abatimiento. Otras, es fácil asociar el desánimo con sucesos concretos como , por ejemplo, el despido inesperado de un trabajo que valoramos. En ocasiones la causa se encuentra en un trastorno físico. Cualquier persona que haya sufrido anemia, hepatitis o cáncer sabe muy bien el decaimiento de ánimo que producen estas enfermedades.

La distinción entre el sentimiento normal de tristeza y los efectos de un trastorno de depresión que requiere tratamiento especializado, nos plantea con frecuencia un desafío. La capacidad de ponernos tristes es una cualidad natural, como Charles Darwin detectó ya hace siglo y medio, al describir esta reacción común incluso en los primates cuando son separados de sus madres o de compañeros de grupo. Pese a ser una emoción dolorosa, la tristeza y el llanto que causan las desgracias son considerados en todas las culturas una especie de grito de socorro que merece una respuesta de apoyo, de compasión y de solidaridad por parte de los demás. Sin embargo, la amargura y la desesperación que, sin causa aparente, manifiestan las personas patológicamente deprimidas suelen provocar en los demás incomprensión e incluso rechazo y alejamiento de los afligidos.

La tristeza normal tiene tres características: es un estado emocional coherente con una circunstancia dolorosa específica; su intensidad es proporcional al suceso que la provoca, y remite cuando cesa el motivo o la persona se adapta o supera gradualmente la situación. Me explico. La tristeza es una respuesta a una situación concreta de pérdida tanto transitoria como prolongada. Ejemplos comunes de pérdidas incluyen la muerte de seres queridos y la ruptura de vínculos afectivos de intimidad, amor o amistad; el menoscabo de aspectos valorados de nuestra identidad social, como el poder, los recursos económicos, el prestigio, el honor, el respeto; nuestra caída en alguna escala jerárquica importante para nosotros como resultado de fracasos, errores o decepciones en situaciones competitivas; la incapacidad para alcanzar metas que valoramos o conseguir ideales que consideramos esenciales para darle propósito o coherencia a la vida; o sucesos inesperados que ponen en peligro nuestra seguridad o bienestar. Debo aclarar que hay personas vulnerables, ya predispuestas a la depresión, que enferman como consecuencia de estas pérdidas comunes; por otra parte, hay también adversidades y desgracias tan intensas y dañinas que causan trastornos depresivos en personas altamente resistentes.

La segunda propiedad de la tristeza normal es que su intensidad y manifestación son proporcionales a las magnitud y duración de la pérdida. Esto también implica que la persona afectada percibe la circunstancia negativa correctamente y no la distorsiona o exagera. Por ejemplo, creer que nuestra pareja nos ha sido infiel nos produce profunda tristeza, pero si nuestra creencia forma parte de un delirio paranoico sin base alguna en la realidad, la tristea que sentimos no es normal. Para evaluar la proporcionalidad de la reacción es necesario ponerla en el contexto de los valores del individuo y del significado que dé a los sucesos en cuestión.

El tercer aspecto de la reacción normal de tristeza es que remite o se aplaca cuando la situación que la causó cambia para mejor, o la persona se adapta y la supera emocionalmente. Por ejemplo, la muerte de un ser querido es una pérdida irreversible y la duración de la tristeza que provoca varía de persona a persona, pero con el tiempo se suaviza la pena. Lo mismo ocurre con las rupturas de las relaciones o el despido de un trabajo. No obstante, situaciones graves y persistentes de adversidad, como matrimonios conflictivos, ambientes laborales opresores, enfermedades crónicas y estados de pobreza extrema pueden prolongar la duración de la tristeza normal. Vuelvo a resaltar que las personas con tendencia hereditaria o adquirida a padecer depresión pueden contraer esta enfermedad en respuesta a situaciones estresantes como las que menciono. Por esta razón es conveniente evaluar cada caso detenidamente.

Distinguir la tristeza normal del trastorno depresivo es importante. Aunque puede ser nefasto considerar normal una depresión patológica, diagnosticar como patológica una condición normal también puede ser muy perjudicial. En efecto, lo habitual es que una vez que los afligidos son catalogados de enfermos, la atención se concentre en la enfermedad como una agresión externa y en el tratamiento médico, por lo que tanto ellos como las personas a su alrededor dejan de tomar medidas apropiadas y beneficiosas para entender, cambiar o resolver sus circunstancias. Además corren el riesgo de recibir remedios médicos o psiquiátricos innecesarios o incluso nocivos.

La enfermedad de la depresión da lugar a síntomas graves y evidentes que persisten, como mínimo, durante dos semanas. Las personas deprimidas pierden completamente el interés en actividades y relaciones que hasta entonces les resultaban placenteras. Además de profundamente tristes, se sienten ansiosas, irritables e impacientes con los demás, en particular con los seres cercanos más queridos. A medida que el aml progresa se hunden en la angustia, la amargura y la desesperación.

Los estados depresivos patológicos también alteran el pensamiento. Por ejemplo, fomentan en los afectados las opiniones más desfavorables de sí mismos y la autocrítica mordaz de los fallos y defectos más insignificantes. Estas personas profundamente melancólicas se consideran indignas de afecto, se juzgan culpables de cualquier desgracia, real o imaginaria, y llegan hasta considerarse merecedores de su propia desdicha. Sin tratamiento, las perspectivas de sí mismos, del mundo que les rodea y del futuro se ensombrecen hasta el punto de no verle ningún sentido a la vida e incluso desear estar muertos.

La depresión suele ir acompañada de carencia de energía, pérdida del apetito, insomnio, cansancio, dolores generalizados y falta de interés en las relaciones sexuales. En cuanto al comportamiento, el síntoma principal de la depresión es la falta de motivación para llevar a cabo las tareas cotidianas, incluidas las más básicas como comer o asearse. Se pierde interés en todo, excepto en rumiar desprecio hacia uno mismo y autocríticas mordaces. La depresión también mina la sensación de controlar razonablemente el día a día y consume el vigor y la confianza que se necesita para superar los retos cotidianos. Al perder la esperanza, los afligidos rechazan por imposibles las oportunidades que se les presentan, por favorables que sean.

La depresión obstaculiza seriamente la comunicación y las relaciones con otras personas. Como ya he mencionado, los deprimidos son incapaces de compartir y extraer placer de la compañía de los seres queridos, por lo que se apartan. Paralelamente, al irradiar continuamente amargura y agotamiento, los demás se distancian de ellos. En definitiva, la melancolía apaga el escenario de las relaciones de cariño, la parcela de la vida de la que la mayoría de las personas extraen los momentos más satisfactorios.

Un hecho que ha influido en la proliferación de la depresión es que su diagnóstico es cada día más preciso, no sólo por parte de los especialistas sino por los propios afligidos, sus familiares y amigos. Otro factor es que en los últimos veinte años la depresión ha empezado a ser aceptada como una enfermedad más y los afectados buscan ayuda profesional más abiertamente que antes. Hasta hace poco la visita a un psiquiatra se interpretaba como prueba de locura o cuando menos un signo de debilidad de carácter o de fracaso personal. Hoy la ayuda psicológica no marca como antes. Además la aparición en los últimos años de medicamentos antidepresivos muy eficaces y con pocos efectos secundarios también ha servido de incentivo para que las personas deprimidas busquen ayuda.

Hoy sabemos que la depresión es independiente de la edad de la persona. Los niños de 6 y 7 años pueden ya ser atormentados por este mal. Y entre los adolescentes la depresión se diagnostica con progresiva frecuencia. Hace menos de un siglo no había adolescencia, se pasaba de la infancia a la edad adulta a los 7 u 8 años. Hoy los jóvenes crecen con más derechos, más libertad y más conocimientos, pero también con más conciencia de la incongruencia entre sus aspiraciones y las oportunidades a su alcance para conseguirlas, lo que a menudo provoca en ellos hastío.

El suicidio es la secuela más amarga del pesimismo maligno. Según la Organización Mundial de la Salud, en el año 2005 se suicidaron en el mundo alrededor de 2.250 personas al día. Por cada persona que se inmoló, veinte lo intentaron sin éxito. No obstante, el suicidio está rodeado de una espesa nube de tabú y a menudo se esconde o se disimula, por lo que los datos oficiales no reflejan la verdadera magnitud del problema. Pero incluso cuando la autodestrucción no forma parte del curso de la depresión, las personas deprimidas suelen morir tempranamente. Este hecho se debe, en parte, a que se preocupan menos por su salud y sufren más accidentes.

Desafortunadamente aún no se ha descubierto el remedio perfecto de la depresión. La mejor forma de defendernos es descubrir lo antes posible sus signos premonitorios y tomar inmediatamente medidas curativas. La detección temprana y el tratamiento precoz de las depresiones puedena ahorrar a los pacientes meses de pesimismo maligno y salvar muchas vidas.

Se calcula que por lo menos una cuarta parte de los afectados de depresión no recibe tratamiento. Por definición, la persona deprimida carece de motivación para buscar ayuda. Y los familiares no son a menudo conscientes de que el decaimiento de ánimo es un tratorno que debe ser diagnosticado y tratado por profesionales. En el caso de las personas mayores, es común pensar que el apagamiento emocional es “normal” en la vejez. Cuando se trata de niños y jóvenes, la tendencia es achacar su decaimiento a las vicisitudes normales del desarrollo.

En los últimos años los tratamientos farmacológicos de la depresión han avanzado mucho. En general, dos de cada tres enfermos responden favorablemente a la medicación antidepresiva y sólo uno de cada diez necesitará tratamiento durante toda la vida. Otra buena noticia es que la mayoría se beneficia de la psicoterapia, sobre todo en combinación con fármacos antidepresivos. Una intervención eficaz es la que se conoce como psicoterapia interpersonal. Esta terapia, que no suele exceder de dieciséis sesiones, se concentra en el presente, concretamente en la autoestima del paciente y en sus relaciones con otras personas.
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Luis Rojas Marcos

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