miércoles, 22 de diciembre de 2010

Wagner, y el wagnerismo

Si Richard Wagner se hubiera dedicado sólo a escribir música, todos le reconoceríamos como el genio que fue. El problema es que, además, quiso ser un gran escritor y poeta, por eso redactó él mismo sus propios libretos, basados en su ideología y en su pasión por las leyendas y mitologías alemanas. Como no era el gran escritor que él creía ser, sus óperas desgraciadamente en bastantes ocasiones se resienten de un texto no demasiado brillante, aunque siempre lo arropa y dignifica su gran altural musical.

Ahora bien, Wagner se creía asimismo un gran pensador y escritor político, capaz de liderar corrientes de opinión revolucionarias y, en cierto sentido, redentoras del pueblo germano, casi un ser mesiánico. Con la perspectiva del tiempo se podría decir que ahí ya es directamente penoso. Sin embargo, a pesar de lo débil que nos pueda parecer hoy en día su calidad como ideólogo, lo cierto es que sus teorías influyeron en sectores patrioteros y racistas tanto de la Alemania de su época como de la de años más tarde.

En sus racistas escritos, Wagner se nos muestra como lo que era a nivel personal. Pero sigamos por partes su evolución política:

La primera vez que Wagner tuvo ocasión de intervenir en política fue en 1830, año en que París se agitó con un movimiento revolucionario al que él se sumó ideológicamente: "Tomé partido por la revolución que se me aparecía como la lucha esforzada y victoriosa de un pueblo que combatía por su ideal".

Pero si en un principio participó de los ideales de la Revolución Francesa, pronto se quedó exclusivamente con la parte más burguesa de ésta, hasta tal punto que llegó a incorporarse entusiasmado al movimiento estudiantil de Leipzig de ese mismo año, movimiento que al final contradecía de forma radical su planteamiento político inicial. El propio Wagner nos lo cuenta:

"El peligroso ejemplo dado por los estudiantes indujo a las clases bajas del proletariado a entregarse al día siguiente a desórdenes de la misma índole en perjuicio de fabricantes e industriales antipopulares. Las cosas iban cobrando gravedad, la propiedad estaba amenazada y el odio del pobre contra el rico se manifestaba de una manera cada vez más hostil. Como a la sazón en Leipzig no había tropas y la policía estaba completamente desorganizada, se pidió a los estudiantes ayuda y protección contra el populacho. y comenzó entonces para la juventud universitaria un periodo de gloria como jamás me hubiera atrevido a soñarlo en mis más temerarias quimeras de colegial."

Es decir, había que participar en aquel desorden caótico de cualquier manera, a favor o en contra de un mismo ideal.

Aunque, por lo visto, a Wagner no le satisfacían las pautas de comportamiento de la sociedad burguesa en que le tocó vivir. Su mente era un recipiente donde confluían un aluvión de ideas, a veces dispares, que él asimilaba de manera confusa en una mezcla política y estética de exaltación liberal y romántica que pedía la rebeldía de los jóvenes hacia lo viejo. La base sobre la que se asentaba sus ideas no era demasiado sólida intelectualmente; más que otra cosa le movían las ansias de sentirse innovador, revolucionario y carismático.

Poco a poco, con los años, fue poniendo en su sitio ese desordenado rompecabezas de ideas de juventud. Al final nos encontraremos a un hombre con un pensamiento coherente pero que, eso sí, puede repeler a más de uno.
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¿Revolucionario, progresiste, conservador, incomprendido, o simplemente un oportunista?

Entre los acontecimientos revolucionarios parisienses de 1830 y 1848 no se puede decir que Wagner madurara políticamente hasta conseguir unos cimientos sobre los que sustentar una conciencia determinada y las acciones que posteriormente desarrolló. En el fondo estaba condicionado por su propia vida cotidiana, por la estrechez de su trabajo en Dresde como Maestro de Capilla Real, donde cualquiera de sus iniciativas y proposiciones para abrir nuevos campos en el mundo de la ópera invariablemente chocaban con la negativa de sus superiores, alentados además contra él por la envidias y suspicacias de otros músicos.

Así, con esta frustración a cuestas, no es de extrañar que para él, la revolución de 1848 en París, y su posterior exportación a ciudades como Viena, Berlín y la misma Dresde, significara una puerta a la esperanza de terminar con la rutina y de crear las condiciones propicias para que sus nuevas obras y proyectos tomaran forma definitiva.


El fin de la revolución.-


¿Qué pasó al final con todas sus ideas revolucionarias? ¿Cómo alguien que llegó a pensar de esa manera pudo coquetear con el rey Ludwig II de Baviera? La razón es que no le importaba el cómo con tal de que tanto su obra como él mismo salieran adelante. Seguramente se habría sentido feliz siendo emperador del gran imperio alemán, ese que luego otros quisieron levantar a costa de lo que fuese.

Por otro lado, Wagner fue autor de diversos escritos que relacionaban sus ideas políticas y filosóficas con las artísiticas, como Arte y revolución o La obra de arte del porvenir, donde se funden conceptos de fraternidad universal y de bondad, y de ciertos aspectos del comunismo que crearían el clima propicio para el advenimiento de su obra de arte total, cuyo concepto expuso de forma clara en Ópera y drama. Entre estos escritos hay uno que, por desgracia, tuvo una gran repercusión a favor y en contra de propio Wagner: El judaísmo en la música.



Wagner y los judíos

Fueron varios los judíos que demostraron ser sus amigos y que se portaron estupendamente con él, como Auerbach, o el compositor Meyerbeer, a quien posteriormente pagó definiéndole como "famoso tonadillero judío", "vil banquero judío que tuvo la ocurrencia de meterse a escribir óperas", "ratero". Llegó incluso a escribir sobre él: "Los años no le habían dado aún ese aspecto fofo característico que tarde o temprano desfigura la cara de la mayoría de los judíos, y la fina configuración de las cejas, que casi rodeaban sus ojos, daba a su rostro una expresión que inspiraba confianza".

Desde luego, el nacionalismo exarcebado, la idea de la superioridad de la raza aria y el antisemitismo visceral de Wagner no surgieron por generación espontánea. En cierto sentido fueron consecuencia de lo que ya flotaba en determinados ambientes de la Alemania de la época; ambientes que habían empujado al padre de Mendelssohn a abrazar la religión católica y a intentar que sus hijos disimularan su característico apellido judío; ambientes que recibieron con júbilo el increíble éxito wagneriano y que más tarde, en 1933, auparon al poder al nazismo teniendo en Wagner a uno de sus guías espirituales.

Las teorías nacionalsocialistas de Dresder, Ludendorff, Eckhart o Rosenberg, tienen mucho que ver con las de Wagner, y no es de extrañar que Hitler, en 1922, se pusiera en contacto con Siegfrid, el hijo de Wagner, y con su esposa Winnifred, y que a partir de entonces, fortalecido aún más si cabe por el wagnerismo, creciera en él su actitud racista.

En los últimos años como acabamos de ver también Cósima Wagner entró en contacto con Hitler, y está constatado que entre ambos fluyó una fuerte corriente de simpatía basada sobre todo en la comunión de ideas políticas y racistas.

Así pues Hitler fue un gran admirador de la figura de Wagner, y se puede decir que le utilizó en beneficio de sus ideales políticos, protegiendo el "santuario" del teatro y la vivienda de los Wagner en Bayreuth y queriendo salvaguardar a la familia Wagner, hasta tal punto que al principio de la guerra declaró exento del servicio militar a Wieland Wagner, nieto del compositor, con el fin de preservar la descendencia de su estirpe. Asimismo Winnifred, la viuda de Siegfrid Wagner, fue una entusiasta hitleriana.

Sin embargo, hay que decir que Siegfrid en ciertos momentos renegó del pensamiento radicalmente antisemita de su padre. Así en 1921, a causa de la postura contraria a la contratación de músicos judíos en el Festival de Bayreuth expresada por los patrocinadores de dicho festival, escribió en contra de ello.

Para terminar con la faceta antisemita de Richard Wagner, he aquí unos párrafos suficientemente elocuentes de su texto El judaísmo en la música:

"Nos sentimos particularmente repelidos por el aspecto puramente auditivo del acento de los judíos. El contacto con nuestra cultura, aun después de mil años, no ha alejado a los judíos de las particularidades de la pronunciación semítica. El chillón y sibilante zumbido de su voz suena extraño y desagradable a nuestros oídos. Su mal uso de términos cuyo significado exacto se les escapa y sus frases erróneamente construidas se combinan para convertir su pronunciación en un insoportable y confuso sinsentido. Consecuentemente, cuando escuchamos la pronunciación judía nos sentimos involuntariamente agredidos por su forma ofensiva, así como desviados de la comprensión del asunto de que se trata. Esto es de excepcional importancia para explicar los afectos en nosotros de la moderna música judía. Cuando escuchamos hablar a un judío quedamos inconscientemente trastornados por la completa falta de expresión humana pura que hay en su acento. La fría indiferencia de su peculiar "parloteo" no puede elevarse jamás hasta las alturas de una pasión real. Y si nosotros al conversar con un judío encontramos que nuestras propias palabras se vuelven más cálidas, él se mostrará siempre evasivo porque es incapaz de un sentimiento realmente profundo."




Wagner y el wagnerismo.-

Desde luego Wagner ha sido el músico que más ha influido en la evolución musical posterior, en la llamada "música de vanguardia" de sigflo XX. Pero esto no quiere decir que no hayan existido detractores de su obra y que no existan todavía, aunque cada vez sean menos. Los wagnerianos y antiwagneriano se han enfrentado con virulencia cuasi fanática desde antes de la muerte de Wagner hasta nuestros días. Si la idolatría hacia su figura y su obra ha legado a cotas casi religiosas entre sus fans, el desprecio, la manía que le tienen otros es, por lo general, ciega y visceral.

Sus fósforos, que anatematizan a los que no comulgan con la música y la personalidad de Wagner, no solamente adoran y ensalzan su obra de una manera absoluta sino que, como persona, también la defienden de los que lo tachan de ególatra, obeso, aprovechado y conquistador de las mujeres de sus amigos y benefactores. Hay quien aboga por una mayor comprensión hacia estos actos de Wagner aduciendo que se produjeron tanto por la potencia hipersensual de nuestro protagonista como por la natural necesidad de expansión amorosa a través de una válvula de escape que posee la caldera a presión de la genialidad.

Pero también sus defensores disculpan su hábito de dar sablazos a diestro y siniestro; por un lado alegan su necesidad económica, y por otro que, de no haber obrado así, Wagner se habría visto obligado, sin remisión, a renunciar a sus altas aspiraciones, para convertirse en un musicucho al servicio del vulgar gusto burgués.

Por otra parte está su faceta antisemita, tan extensamente utilizada y manipulada también políticamente por muchos de sus detractores, hasta el punto de que su música no se ejecuta sin problemas en Israel. Desde luego, el que Hitler lo tuviera en los altares no ayudó a mejorar esa mala imagen. Eso y el fanatismo a favor y en contra de unos y de otros, posiblemente han terminado por desfigurar la verdadera imagen y las intenciones de Wagner, a pesar de la objetividad con que han sido tratados por algunos autores.

El saberse un genio muy bien pudo influir en que su comportamiento fuera tan poco común en ocasiones, distorsionando así sus auténticos sentimientos. Lo cierto es que él se manifestó muchas veces, sobre todo a través de sus óperas, como amante de la libertad, en contra de la corrupción, el poder y el dinero, con una gran inclinación hacia el sacrificio por amor y por ciertos principios a los que él situaba por encima de todo.

¿Fue entonces un gran cínico? ¿O no ha llegado todavía a ser entendido?

Desde luego lo que sí podemos afirmar es que no fue ni un demonio ni un santo.
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FernandoArgenta

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