Lo cierto es que vamos tirando y como dice el Economista Observador ha sido nuestro comportamiento lo mejor quizás para crear una opinión pública nuevamente favorable a nosotros.
Y esto de saber crear opinión también debe ser muy importante. Pero lo de los tests ya será como el culmen de la prueba. Y más cuando el Santander tiene como ha demostrado toda la solvencia y ser casi todo un magnate del sector bancario.
Pero si hablamos de ejemplaridad pública, más bien tendríamos que hablar de nuestra credulidad ciudadana, que es eso realmente lo que ha actuado. Nuestra credulidad por un lado ante un sistema, pero nuestra incertidumbre también ante él, y lo que no nos deja de parecer por tanto que estamos inquietos. Porque así es como estamos. Excepto a los poderosos, que a esos no les ha llegado la crisis, esos no la sienten, se siguen comprando sus coches de lujo, o tal vez sí, porque ven que se tambalean también sus cimientos y sus puestos dentro de la realidad.
Y es que realmente estamos en una crisis de creencias. Y vivimos inquietos por la incertidumbre. Pero necesitamos ser crédulos, porque el ser humano es de naturaleza crédula, porque necesita confíar, y toda desconfianza siempre lo es de una confianza anterior.
Y ante nuestra credulidad, esa mínima credulidad que necesitamos para la vida, las creencias por verdaderas que estas sean, no pueden mantenerse sino por esa actitud previa en que nos abandonamos a ellas, en que nos olvidamos, rebasando nuestros propios límites. Cuando creemos lo creído se impone, lo aceptamos viniendo desde fuera. Y parece tan generosa esta confianza que la aceptamos, que se olvida de sí, que se borra bajo la aceptación de su objeto.
En las épocas de crisis somos perplejos de todo y nada, nos hemos cerrado a la realidad y ella se oculta de nosotros y la realidad de nuestra vida se halla como en suspenso, que sería como su única trascendencia. Falta ese mínimo de realidad en que fijar nuestro anhelo, en que apoyarse.
Por eso vivir en crisis es vivir en inquietud, porque el hombre muestra el desamparo de que se ha quedado sin asidero, sin un punto de referencia, muestra así las entrañas. Porque al fallarnos las creencias, lo que nos falla es la realidad misma que se nos adentra a través de ella. La realidad se nos desliza y la vida misma se nos muestra vacía de sentido. Y el mundo también se nos vacía.
Y es que el hombre está aquejado de falta de pensamiento y así ha saltado el furor de las masas. Y es que el saber ofrecido es inasequible, se gana inquietud con el conocimiento. Y la ignorancia tampoco resulta habitable.
Estoy citando algunos fragmentos de la filosofía de María Zambrano, en su libro “Hacia un saber sobre el alma”.
El eclecticismo, sin duda, es una debilidad del ánimo aquí. Pues no proviene del conocimiento, sino de la relación del conocimiento con el resto de la vida que queda impermeable a él. Pues la vida necesita de pensamiento, de convicciones claras, de saber a qué atenerse. Pero siempre dirán que el quietismo de la filosofía, mucho más el de la filosofía española, es mucho peor que cualquier eclecticismo.
Por eso y aunque mi formación es jurídica, pero si el hombre no participa de forma creadora en el esplendor de la cultura moderna, lo que siente es que ha sido humillado y se siente sediento. Ni siquiera la ciencia con toda su obra de divulgación ha venido a poner remedio, cuyos remedios han sido peores que la enfermedad. Porque el hombre sigue aquejado de falta de pensamiento. No se nos da la visión de un “puesto en el cosmos”, de un orden en el universo.
Porque el conocimiento no es el conocimiento científico, es el conocimiento sobre una totalidad, sobre una universalidad del cosmos. Así debe ser el conocimiento.
Lo cierto es que vamos tirando y por eso no nos quejamos, esto parece una gracia de la naturaleza.
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Pero no podemos sacar oro del maná, ni asumir los altos costes fijos de una economía de escala. Ni todos los bienes y servicios dan lugar a rendimientos crecientes al expandirse la producción, ¿quién va a asumir entonces estos altos costes fijos? Tendrá que asumirlos el Estado y también el sistema bancario, es decir, a través de todos, y tendremos que hacer un esfuerzo ciudadano. Debiéramos mirar ahora mucho más adónde va nuestro dinero y nuestro trabajo. Lo cierto es que la economía se ha externalizado y parece como si el cambio tecnológico y las nuevas innovaciones cayeran del cielo como maná y no es así en absoluto.
Yo no veo que se esté cuidando desde un sector nacional, las imposibles trampas que este conocimiento está creando, las altas barreras al conocimiento que se crean, la estructura oligopolista de mercado. Y las sinergias que se producen a través de ella.
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Esta crisis del conocimiento yo creo que es también lo que ha influido en la crisis de pensamiento. Los nuevos “trabajadores del saber” o tecnólogos, que buscan instalarse en la sociedad y en su puesto.
Quizás es Peter Drucker el primer sociólogo que ha teorizado sobre ellos, a los que ha llamado los “trabajadores del saber”. Y los ha definido como la clase dirigente del futuro, pero sin ser gobernante. Y los diferencia así de los trabajadores industriales, que se rigen por el trabajo y el salario-hora, mientras que el trabajo de ellos no se distribuye por el tiempo, sino por el conocimiento, desde ese punto de vista constituyen una clase social privilegiada, hoy ningún país en desarrollo ya puede prescindir de ellos, ya no valen los salarios bajos para salir de la pobreza, sino que hay que progresar con el conocimiento también.
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