viernes, 24 de diciembre de 2010

el mito de las Danaides, vengadoras del Derecho femenino

Cuando nosotros comparamos el mito de las Danaides con la Orestíada, con Erifila y Alcmeón, con las lemnias, y finalmente con lo que ha sido observado acerca de la relación de Ariadna con Teseo, resulta una concordancia sorprendente de todos los rasgos principales. Por todas partes se manifiesta la ginecocracia no en su tranquila existencia no en el esplendor de un poder indiscutido; se muestra más bien en su degeneración y ruina causadas por el abuso sangriento del poder. Vemos ambos principios en lucha el uno contra el otro, vencido el antiguo, vencedor el nuevo. Los conmovedores sucesos que acompañan la transición solamente pudieron echar raíces tan profundas en la memoria de los hombres.

Lo que permanece indiscutible, nunca llama la atención. Sólo cuando se permanece indiscutible, nunca llama la atención. Sólo cuando se acerca a la decadencia, sólo cuando se alza la lucha, el mundo descubre lo que durante siglos lo gobernó, desconocido incluso para él mismo. Cuando luego crímenes inauditos proclaman el poder de la furia y de la desesperación, entonces la memoria de los hombres se asocia con ellos, y lo que no había podido el tranquilo disfrute de la dicha y la armonía, lo consigue el estremecimiento de horror. Sin embargo, esta impresión es atenuada por la apariencia amistosa de algunas mujeres que, como Ariadna, Electra, Hipsípila e Hipermestra, anuncian el despertar de una nueva, y mejor época mediante la inclinación más noble de sus deseos. Es más significativo que también aquí la mujer esté de nuevo antepuesta. La lucha es realizada por lo hombres, el nuevo Derecho es establecido por héroes masculinos y asegurado en toda época. En la mujer se prepara el nuevo día. En su interior todo está consumado, incluso antes de que se consiga el reconocimiento exterior. El mito de las Danaides es especialmente instructivo justamente porque se le añade un segundo acto, preparatorio y consumador. Hipermestra está en el medio, Io marcha delante de ella y Heracles la sigue. Y lo mismo que Hipermestra se remonta al linaje de Io, así también Heracles ha surgido en treinta hijos de Hipermestra. Ella, que honra a su abuela en la amada de Zeus, Io, es la madre originaria del redentor Heracles. Lo que comienza en Io lo finaliza éste; lo mismo que Hipermestra está entre los dos, también une las naturalezas de ambos, en parte culminante, en parte preparatoria de su acción. Lo mismo que Io antiguamente, torturada el barco de Atenea condujo a sus nietos de regreso; y el culminador del Derecho paterno espiritual Heracles, sale justamente de allí para liberar al mundo de la hegemonía de la materia y para elevarse desde la cumbre del Eta, mediante el fuego purificador, hasta la comunidad de los dioses olímpicos. Io nos muestra el despertar de la mujer del largo sueño de la niñez pura, inconsciente, pero de perfecta dicha para los tormentos del amor, que en adelante conforma a la vez la delicia y la tortura de su vida. La divinidad de Zeus la ha deslumbrado. Su alma está ahora completamente lena de su magnificencia. Consagrada al amor del hombre divino, esta idea la ayuda a soportar pacientemente todas las penas de su largo viaje. Dócilmente cerca de la desesperación, ella persigue la augusta luz que ha herido su alma cuando en las inmediaciones de Dodona la contempló por primera vez. Como había vaticinado Prometeo, finalmente el país del Nilo opuso el deseado fin a los largos pesares. Allí, de la potencia de Zeus nació Epafo, que lleva el propio nombre de su padre.

Del linaje de Io procedee la mujer que cuida al hombre. Tocada por el amor, como Io, Hipermestra prefiere ser llamada débil que mancharse de sangre; prefiere renunciar al poder y a su sangriento Derecho que a los mejores deseos de su corazón. Y lo que ella así preparó, lo culmina Heracles, que en Prometeo libera a todos los hombres, e instaura para siempre el Derecho espiritual de Zeus. Así una idea atraviesa los tres niveles del desarrollo completo del antiguo mito que comprende a toda la Humanidad. La materia femenina, despertada en Io, muestra de nuevo en Hipermestra el poder victorioso del amor, que manifiesta el crimen de las sanguinarias hermanas en toda su gloria. Por esto, ella está destinada a ver salir de su sangre al salvador Heracles, el héroe del arco que, venciendo a la mujer, la salva también para siempre. La maternidad de la materia, a la vez ha sucumbido y reconciliado en ella al Derecho celestial de Zeus. Io está conformada como vaca lunar; ella es, en el idoma argivo, la propia luna y Heracles el sol. Ella es asimismo el principio material femenino y éste el celeste principio luminoso incorpóreo. Primero dominaba aquél, ahora triunfa éste y la ley cósmica según la cual la luna sigue al sol y toma prestada su luz de él ha llegado a su consumación en la Tierra en la subordinación de la mujer al hombre.

La concepción del poder masculino de nuevo muestra aquí su doble nivel. En el país del Nilo aparece incluso como completamente material. El negro Epafo es igual que el etrusco Tages, igual que el élide Sosipolis, el poder de Zeus que gobierna en la negra y húmeda Tierra, el mismo Epafo lleva el nombre del agua. La raíz Ap, aph, (Como Epialtes y Ephialtes) se extiende más allá de la fronteras del tronco lingüístico indogermánico, más allá del territorio de los pueblos arios, y se remonta a una época en la que los pueblos arios y semíticos todavía no estaban separados. En el color negro, Epafo muestra su naturaleza terrenal, puesto que mélaina se llama también gaîa en el conocido fragmento del poeta genealógico Asio (Pausanias). Pero es negro todo lo que está penetrado por la humedad, como Plutarco puso de relieve sobre Isis y Osiris en relación con la fructífera tierra de Egipto. Según esto también el Nilo se llama Melo (de mélas), no porque sea negro, sino porque hace negra la tierra que penetra y fecunda. El que su imagen, entre la de todos los ríos, sea elaborada no en mármol blanco, sino negro, tiene su origen antes en la cualidad indicada que en que él, como ponían de relieve los antiguos, atravesase el país de los negros etíopes (Pausanias). En el pantanoso país del Nilo aparece asimismo la fuerza masculina aún como fuerza telúrica del agua. El hijo de Io es el negro Apafo. En el descendiente de Hipermestra, por el contrario, sube a su nivel más alto. En Heracles, el poder de Zeus se presenta como principio luminoso espiritual, apolíneo. Ya no es material, ya no está escondido en la tierra; se ha desprendido de la materia, se ha elevado al cielo, convertido en naturaleza luminosa espiritual, inmaterial.

Aquella primera forma la toma en Egipto, y esta segunda, más pura, en la Hélade. En el país palustre de Melo nació el negro Epafo, pero el descendiente de Hipermestra, Heracles, pertenece a la Hélade. Del país de la religión material, donde el hetairismo disfruta de gloria, donde el propio Zeus recibió favores de una Palas (Estrabón), donde Rodopis poseía su pórnes mnema (Estrabon), a donde se dirigió Helena-Afrodita, donde las Panegirias son celebradas con depravaciones de extrema sensualidad, donde el principio femenino material de la Naturaleza desempeña un papel tan destacado hasta el final, donde finalmente, para la conclusión de un matrimonio se requiere la unión corporal, de este país Atenea, la sin madre, rapta a las asustadas Danaides. No allí, sino en Argos, de donde salió Io, se puede completar la victoria de principio espiritual de Zeus. Por esto en Esquilo las doncellas fugitivas renuncian solemnemente a los dioses del Nilo y se vuelven hacia las potencias helénicas. Lo mismo es referido con especial énfasis para Egipto, insinuante, que engaña a los sentidos. No aquí, sino en la Hélade, el Derecho de la madre puede ser completamente vencido, y sustituido por el superior Derecho de Zeus. En la Argólide Hipermestra protegió a su esposo, a la Argólide está ligado Heracles. El Derecho femenino de las doncellas materiales del agua decae en la Hélade. El Derecho de los hijos de Egipto consigue aquí la victoria. Ciertamente aquí la mayoría mata sanguinariamente a sus esposos, pero Linceo es salvaguardado; el Derecho masculino, que reinvindican como premio de su superior fuerza física, conservó en ésta una base superior a la de la vida femenina. En aquel terreno no se encuentra una estabilidad segura, de éste solamente resulta la reconciliación de las mujeres. Ante la superior fuerza del hombre, la mujer se doblega gustosamente. En la subordinación del amor, ella reconoce su auténtico destino. En Heracles, este desarrollo llega a su culminación. Elevado poder que proclaman sus hazañas manifiesta el espíritu celestial de Zeus, y en esto descansa el consumado Derecho del hombre. Io, en otro tiempo agitada por el material placer, recayó en la agitación de la larga odisea, y así, es en la belleza espiritual del hombre en la que la mujer encuentra su descanso. Ya no es al Zeus telúrico, sino al celeste, al que ella presiente su esposo, y al que concede gustosamente su autorización. Contra el hombre material, ella defiende su Derecho material, y al espiritual se subordina gustosamente. Solamente ahora está establecido el auténtico equilibrio entre los sexos, la paz duradera entre ellos; sólo ahora también la ley cósmica es realizada entre los hombres. La luna sigue eternamente al sol, ella no brilla por sí misma, todo su esplendor lo toma prestado del astro rey. Lo mismo hace la mujer con el hombre. Material, como la luna, es la mujer; espiritual, como el sol, debe ser el hombre. Tanto tiempo como la materia pasó por ser o más elevado, tanto tiempo prevaleció el principio lunar femenino, y el hombre no era tomado en consideración.

Pero del efecto ahora se pasa a la causa, de la luna al sol, de la materia a la fuerza inmaterial. Ahora la luna aparece en segundo lugar, y el sol en lo primero. El principio espiritual, incórporeo del hombre, alcanza la hegemonía. La mujer sabe que ella debe tomar prestado de él todo su esplendor. Asimismo, en Heracles Io ha alcanzado su más elevada perfección. De la vaca lunar surge elhéroe solar. El derecho paterno espiritual se ha formado del material Derecho femenino. Con aquél finaliza el desarrollo que ésta había comenzado. Pero las sangrientas nupcias de las Danaides conforman la decadencia. En ellas el antiguo y el nuevo Derecho se tienden la mano. Las sanguinarias hermanas muestran el matriarcado en su absoluta perfección; Hipermestra prepara al Derecho paterno para su victoria, que culmina eracles. La más alta expresión de la situación antigua y el comienzo de la nueva están uno al lado de otro. También las demás Danaides se retiran de la vida amazónica. Amímone sucumbe a Poseidón, y así sus hermanas son entregadas a los vencedores de los juegos gimnásticos como premio, lo mismo que Pélope ganó a Atalanta (Pausanias). El número cincuenta, que domina todo el mito de Dánao, de manera que Dánao reinó cincuenta años, y el barco de Atenea tenía cicuenta remos, tiene como base al número cinco, cuyo significado matrimonial ya hemos puesto de manifiesto más arriba. De aquí vienen los juegos celebrados quinquenalmente por Dánao, cuyo vencedor recibe un escudo como premio. El arma que antes llevaba la mujer, la porta ahora el hombre (Higinio). Los hijos de las Danaides llevan ahora el nombre paterno.

A Io y Heracles, en la Prometeida, en la que Esquilo entrelaza el mito de las Danaides y entonces todo obtendrá una argumentación ulterior, cada afirmación sus datos. Aquí concluyo mi consideración con una última observación sobre el significado mitológico de las Danaides. La Tierra ha encontrado su representación en el tonel, al igual que en el agua, que las doncellas eternamente vierten en el agujereado recipiente, halla el principio fecundante de la humedad, que acoge en su oscuro seno. Es el Nilo, cuya agua penetra en el país pantanoso y lo fecunda (Plutarco, Isis et Osiris). Es Ifimedia, la madre de los Alóadas, que vierte en su seno la ola de Poseidón, su amante. El Derecho de la maternidad, que las Danaides defienden, tiene en esto su fundamento religioso. Pero con as Danaides se relaciona el hombre palustre Aucnus-Ocno-Bianor, que trenza la cuerda. A éste, al que nosotros de nuevo encontramos unido con las Danaides en la Lesche de Delfos, en los pantanos de Mantua y en tumbas romanas. Egipto le suponía la misma relación, según el dato de Diodoro. En Ocno la generación palustre ha encontrado su representación desde el punto de vista del poder masculino, lo mismo que en las Danaides la maternidad. Escondido en el cañaveral, en el fondo del pantano, como lo representa el columbario de Campana, ejecuta la tarea nunca finalizada de la creación telúrica, que la burra siempre hace fracasar. Así en esta doble forma está representado el principio de la creación visible, ser y perecer. Pero el fundamento de ambos lo constituye la Tierra, la maternidad material originaria. Ella nunca envejece, solamente la creación se desmorona en una eterna decadencia. Por eso las Danaides brillan en eterna juventud, mientras que Ocno lleva en sí las huellas de la vejez. Reconocemos aquí de nuevo la relación de la mujer con el hombre, como ya ha sido manifestado más arriba. La Madre está en la cúspide de la vida de la Naturaleza. La mujer domina según la concepción material. La naturaleza mitológica de las Danaides coincide completamente con su papel de vengadoras del Derecho femenino.
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