martes, 21 de diciembre de 2010

los cántabros y vascos entre las culturas ginecocráticas

Los cántabros

Estrabón informa sobre la ginecocracia de los cántabros, sobre el exclusivo derecho hereditario de las hijas. Me hizo volver a esta información la investigación publicada por Eugène Cordier en la Revue historique de droit français et étranger (París) bajo el título "Le droit de famille aux Pyrinées", cuyo resultado suministra una curiosa confirmación de varias de mis ideas fundamentales. La observación de Estrabón se hace ahora completamente inteligible en su parte más oscura, la dote nupcial de los hermanos por las hermanas.

Antes de nada, se presenta la pregunta acerca de cuál fue la fuente de la que el geógrafo pudo conseguir sus noticias, lamentándose de la inseguridad de las indicaciones sobre España. En ningún otro escritor se encuentra un apoyo para las mismas, y tampoco una repetición. Pero Estrabón, compañero de Gayo Elio en Egipto es contemporáneo de Augusto, cuya guerra contra los cántabros es reiteradamente destacada. Este pueblo se hizo más conocido por este acontecimiento, y la unión de las formas de vida ginecocrática con la mayor valentía pudo contribuir esencialmente a esto, y a llamar la atención de los romanos sobre aquel rasgo de la vida doméstica entre aquellos enemigos tan temidos por ellos. Como en los lugares indicados, también otros escritores reconocieron elogiosamente el gran amor a la libertad, la indestructible fidelidad a la patria y el heroísmo, que descansa sobre esta noble base, del pueblo que elevaban incluso por encima de los astures, con tanta frecuencia unidos a ellos.

Como ahora la analogía intrínseca de la valentía con la ginecocracia aparece completamente normal después de las observaciones hechas anteriormente, entonces también nos es completamente inteligible la elección de rehenes femeninos, como se ve en Suetonio (Augusto): a quibusdam novum genus obsidum foeminas exigere tentavit: quod negligere marium pignora sentiebat.

Estas palabras no se refieren concretamente a los cántabros, y Polibio destaca en otros lugares las mismas costumbres para otros pueblos hispánicos; pero la noticia concreta de que Augusto pidió rehenes de los cántabros nos justifica para referirla en este pueblo. Del mismo modo, no tengo reparo en extender a los cántabros una costumbre señalada por Diodoro para los iberos lusitanos, y en ponerla en relación con el particular Derecho sucesorio de este pueblo. Está claro entonces que éste, mientras que condenaba a los jóvenes a la pobreza, era adecuado para impulsarlos hacia las más potentes reuniones y razzias en la llanura ibérica, de las que Diodoro destaca oi málista aporotatoi tais oysais, romei de somatos diapherontes.

El influjo del Derecho familiar referido por Estrabón sobre todas las formas de vida del pueblo se revela en toda su radical importancia cuando nos representamos la gran familia de pueblos hispánicos (Herodoto en Esteban de Bizancio, Iberiai), en la que los cántabros deben ser indudablemente incluidos, a la misma luz a la que presenta la Historia.

Todos los rasgos con los que nosotros hemos encontrado dotada la vida ginecocrática en otros pueblos aparecen de nuevo entre los iberos. W. von Humbolt está en consonancia con los expresivos testimonios de los antiguos cuando en su ensayo de investigación sobre los primitivos habitantes de Hispania (Gesammelte Werke) a través de la lengua vasca, atribuye el carácter ibérico a la tendencia al pacífico descanso.

Lo que los antiguos (Estrabón)apuntan sobre el salvajismo de los pueblos del Norte no puede hacerse valer. Solamente se demuestra hasta qué furor podía llegar la paz tradicional de aquellos pueblos ante la desesperación de la derrota por los romanos. En efecto, es digno de atención que justamente los cántabros, entre los cuales la ginecocracia aparecía como lo más regulado, disfrutasen junto con sus mujeres la gloria del masculino desprecio por la muerte en un grado superior al de los restantes iberos, como por ejemplo los astures.

Por el contrario, sin ser irritados, revelaban siempre ingenium in pacis partes promptius, que Floro destaca de ellos Por esto los encontramos sólo en pequeñas salidas, nunca en aquellas expediciones de conquista en las que los galos llegaban hasta Asia en devastadoras oleadas, y tampoco eran arrastrados, como éstos, al innoble desprecio por la muerte, apostando frívolamente la vida por un vaso de vino como premio (Ateneo). Sólo nobles motivos provocan al heroísmo de los íberos: el amor a la patria y a la libertad, en cuya defensa el salvajismo no conoce límites, y la fidelidad personal, que ocasiona la muerte ritual. El carácter ibérico básico se ha conservado entre los celtíberos, que Polibio y también muchas veces Diodoro llaman iberos; y de los pueblos célticos puros, que los antiguos llaman Keltikoi, y de los galos, tal y como los encontramos posteriormente en la Galia, totalmente diferenciados, se señala expresamente (Polibio) que fueron superados por la cultura ibérica, de modo que consiguen imponer a los indígenas sus peculiaridades, y por lo tanto conservar la unidad de carácter que ya no existe en los componentes del pueblo.

De aquella jactancia y ostentación que los galos nunca pudieron corregir, los celtas están tan libres como los iberos puros y mestizos, y Diodoro limita la tendencia a la pederastia solamente a los primeros, al igual que Estrabón elogia de los últimos que observan la mayor frugalidad en la vida y en la alimentación, y consideran la castidad tan importante como la vida. El amor a la limpieza, que destaca Diodoro está en la más íntima relación con esta virtud del alma. La suciedad interior y exterior son siempre hermanas gemelas, en los niveles de civilización primitivos. Incluso la costumbre de lavarse el cuerpo, y ante todo los dientes, con orina aparece más bien como expresión (Estrabón) de la misma tendencia al cuidado que como rudeza ibérica, como quieren verla griegos y romanos, jusgándola falsamente de expresión de una vida incivilizada. (Diodoro).

Si en estos rasgos se encierra inequívocamente el influjo sublime de la mujer, entonces aparece doblemente significativa la unión del Derecho paterno y su estricta ejecución con los galos en oposición al principio materno de los cántabros. En efecto Plutarco y Polieno añaden la costumbre de elegir mujeres como árbitros en los conflictos entre los pueblos, y la clasificación, fundada en ella, de la alianza anibálica con los celtas, y también con los galos, de acuerdo con las ideas de una época posterior Pero el relato de Livio señala que aquella alianza después de la reunión de los generales púnicos con los pueblos indígenas en Ruscino, cerca de la ciudad actual de Perginan lleva a la conclusión de que también aquí hay que pensar no en pueblos y costumbres galas sino ibéricas o liguro-ibéricas, como luego la ciudad vecina de Ruscino, Illiberis, indica del modo más firme la lengua vasco-ibérica.

El principio materno ibérico obtiene así una nueva extensión, como por otro lado también aparecen en su relación correcta lo arriba mencionado sobre los vizcaínos de Guernica sobre el predominio del lado izquierdo sobre la elección por parte de las doncellas y finalmente sobre el comportamiento femenino de padre cuando nace un hijo.

Podríamos unir a esto la noticia de la separación de las filas de combatientes por las mujeres en las islas Baleares, y la sacralidad del principio femenino en Sicilia porque estas islas estuvieron originalmente ocupadas, como Córcega, Aquitania y las riberas occidentales del Ródano, por pueblos ibéricos. Plutarco y Polieno destacan, casi con las mismas palabras, la equidad de las decisiones femeninas y su influjo en el mantenimiento de la estrecha unión y amistad tanto entre las familias como entre tribus y ciudades del pueblo, y el mismo rasgo de unidad y fidelidad mutua se alaba también entre los vascos hispánicos.

Los pueblos ginecocráticos tienden necesariamente más y más hacia la fidelidad de la gleba y hacia un cierto autoaislamiento que se complace en la valiente defensa de la amada patria más que en el combate contra los enemigos, y en su ejercicio la mujer adquiere aquel grado de vigor corporal que es indispensable a una posición ginecocrática. Las mujeres en cuyo criterio el tratado de Ruscino colocaba la conciliación de los puntos de conflicto con el que amenazaba la hegemonía mundial romana, cuidaban tanto la casa como los campos, en las cortas interrupciones de su dura jornada bañaban al niño, nacido sin dolor, en el río cercano, y encargaban de su cuidado al hombre que sin fortuna o escasamente dotado por su hermana, se incorporaba a la casa y los campos de la mujer.

Romanos y griegos podían encontrar de nuevo en tal forma de vida lo que ellos estaban acostumbrados a señalar como barbarie, y considerar el trabajo agrícola de la mujer como prueba de su servidumbre. Para nosotros, por el contrario, aquí yace el signo de una civilización que por la maternidad y las virtudes que posee, corresponde en todas sus partes a aquélla de la cultura prehelénica-pelásgica. La consideración del Derecho familiar cántabro-ibérico proporciona el mismo resultado al que ha conducido la investigación del lenguaje del señor von Humbolt. En todas las manifestaciones de la vida, el pueblo ibérico aparece como una de las más primitivas familias de pueblos, y su situación como una de las más originarias, por lo que es doblemente significativo que, de los pueblos griegos, justamente los más antiguos, los pueblos que cultivan el Derecho materno -además de los pelasgos itálicos, también los mesenios, laconios, incluso persas y finalmente Pitágoras-, fueran llevados a España, especialmente al Norte, al país de los galaicos, astures y cántabros.

Por cuanto sabemos muy poco de la religión, es precioso el dato del realzamiento de las fiestas lunares que parece a los extranjeros el rasgo característico del culto ibérico a los dioses, y al que se asocia la posición sagrada de la cierva blanca que representa la leyenda de Spanus y Habis. La unión destacada por todas partes de la ginecocracia con el culto lunar, se repite también en los iberos. Cuanto más indudable parece la originalidad de la civilización ibérica y del Derecho familiar cántabro, tanto más sorprendente es la conservación, si bien modificada a través de milenios, de la misma en los países vascos español y francés, especialmente en el Lavedan, que se extiende desde Lourdes hacia España, sobre los Pirineos, y mucho más especialmente en el calle de Barège, cuyo Derecho consuetudinario, recogido relativamente tarde, muestra una curiosa concordancia con las prácticas cántabras, y puede ser considerado como el tipo culminador de la distinción de la mujer generalizada entre los vascos.

La idea fundamental que yace en todo es la preocupación por la conservación de las posesiones familiares y del nombre de la familia, unido a ellas. Todos los aspectos de la ordenación jurídica estás subordinados con una lógica inexorable a estos puntos de vista superiores. De aquí surge el derecho de primogenitura, que también Licurgo recomendó por el mismo motivo. También surge la costumbre según la cual todos los jóvenes deben adquirir bienes solamente para el patrimonio familiar y su representante correspondiente, trabajar como esclau y esclabe para el mayor y no dejar la casa paterna sin su permiso.

Se debe dejar en suspenso en qué medida esta concepción puede ser llamada ibérica antigua; en cambio, el pensamiento cántabro destaca al instante por la total equiparación de ambos sexos. Frente a la legislación feudal germánica, el derecho de primogenitura no descansa sólo sobre la figura del hijo, sino también sobre la de la hija, con relación a la cual todos los hermanos más jóvenes aparecen en la ya indicada relación de dependencia. En las costumbres y el Derecho, la mujer aparece como única representante de la familia, cuyo nombre también toman el esposo elegido y toda la descendencia. La ginecocracia que aquí se distingue contiene así un significado mucho mayor: la hija heredera se une en matrimonio siempre con los hijos menores desheredados de otras familias, no con los mayores, puesto que en tal caso una u otra parte de las posesiones familiares deberían perderse, y por lo tanto se anularía la idea básica de todo el orden social.

El destino de un hijo menor es siempre la dependencia. Del Derecho del hermano o de la hermana mayor pasa al de la esposa, y como pierde su nombre y entra en una casa extraña que sólo puede dejar con el abandono de los hijos, entonces de aquí en adelante aumenta con su trabajo sólo los bienes de la mujer, no puede dar su consentimiento a ningún negocio jurídico más que par exuberance de droit, no puede representar a la mujer en ningún juicio, y en los acontecimientos familiares siempre juega un papel secundario e inadvertido.

La naturaleza lega el derecho de primogenitura a través de varias generaciones en manos de una hija, y una casa así ofrece la imagen completa de la familia cántabra y en la geneaogía sólo cuentan, como entre los licios, las madres de la madre. Como una hoja arrastrada por el viento aparece aquí, como allí, el hombre que sigue al anterior.

Estrabón habla de la dote entregada por la hermana al hermano, y así muestra que ya según las costumbres cántabras, todo lo que el hermano conseguía ganar en la guerra o con el trabajo no pasaba a él, sino a la madre, y después a la hermana. La total falta de bienes del hombre explica la necesidad de que la hermana le dote. Los intérpretes han buscado ayuda para la explicación de las palabras de Estrabón en los regalos nupciales mutuos del Derecho germánico, el regalo matutino, donum matinale, y el precio de compra que correspondía a las esposa como dotación y que Tacito señalaba como dote. Todo igualmente inexacto. El Derecho de Barège sabe del antiguo significado de la dote cántabra del hermano, y muestra cómo se diferencia completamente con los dona de los germanos y cómo, por el contrario, era igual, por su naturaleza y destino, a la dote romana. Lo que aquí recibe la muchacha, allí lo recibe el joven en el casamiento. En todo dependiente de la hermana mayor, ella le provee de un regalo y así entra en la casa de la heredera ajena. Ta dote es pequeña porque de lo contrario disminuiría los bienes familiares propios y aumentaría los ajenos; por la separación del matrimonio, el hermano como los hijos deja la mitad de la dote en casa de la madre. La conexión del Derecho de Barège con la antigua costumbre cántabra se manifiesta en esta comunidad de maritus a sorore dotatus, de manera que la correspondencia de ambos sistemas debe ser sostenida sin ninguna duda. Poco puede contra esto la observación de que la reducción de los vascos o cántabros, como es corriente entre los escritores franceses y españoles no está apoyada por datos históricos al menos por las distintas costumbres de vascos y cántabros.

En el fondo ibérico general, la nacionalidad vasca no puede ofrecer duda, según las investigaciones de Humbolt, cuanto más se mantienen en medio de los bárdulos en la falda Sur de los Pirineos, sino también que en el curso de los tiempos el resto de los habitante celtíberos de Hispania se concentraron en todas las partes del país, de preferencia en los paisajes montañosos del Norte naturalmente protegidos, donde también Sertorio encontró sus últimos refugios, y aquí conservaron celosamente aquellos aspectos de sus antiguas costumbres que resistieron el paso del tiempo y los asaltos de los otros pueblos: la organización del hogar.

Este ordenamiento general no puede nada contra la relación de mezcla de sangre ibérica con otra extraña entre los habitantes de valles montañosos aislados; al menos sería adecuado para hacer dudosa la relación, surgida de los propios hechos, de las formaciones familiares entre los cántabros y el pueblo de Barège. Una continuidad milenaria tal de las formas de vida en las que las épocas oscuras y las nuevas confluyen en una sola, es el dato más brillante para afirmar el poder conservador que reside en toda ginecocracia; pero igualmente sirve para hacer comprensible la tranquilidad del pueblo con un sistema hereditario que lastima tantos intereses. Sólo al unirse completamente con el espíritu del pueblo, se puede explicar que la ginecocracia domine la vida de los pastores pirenaicos; pero raíces tan profundas presuponen milenios y de este modo la conexión de lo más reciente con lo más vetusto pasa de ser un objeto de asombro a ser un medio de solucionar el problema que no podría encontrar explicación en ninguna otra parte. Es cierto, y quién lo duda, que la lengua vasca está en una relación de filiación inmediata con la ibérica; entonces vemos aparecer ahora a su lado el dialecto del Derecho familiar en su componente ginecocrática como una visión análoga, y se entiende cómo, llevada por estos dos importantes soportes de la vida popular, la tendencia espiritual de los pueblos vascos pudo mantener hasta hoy una idea tan análoga a la antigua mentalidad ibérica.

Al lado de la concordancia general, esta misma estabilidad se muestra en aspectos particulares. La conservación del calzado cántabro, en la que el español Séneca reconocía a los iberos de Corcega hasta la época actual se une con el aspecto, realzado por von Humbolt de los grandes montones de piedras a lo largo de las fronteras de Galicia. Se deben a que cada uno que sale o regresa debe añadir una piedra El sentido original de esta costumbre, que recuerda el campus lapideus de Liguria está, con el concepto materno-telúrico de la generación humana, en relación con el lanzamiento de la piedra de Pirra. Todo hijo de una madre es una piedra lanzada hacia atrás, el pueblo materno dominado por la idea de la cuenta adicional, no por aquélla de la sucesión ininterrumpida que genera la paternidad; su imagen por lo tanto es un montón de piedras que cada uno que se va o muere aumenta en un numerius. En las concepciones ibéricas encuentro varias que apoyan esta idea.
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