lunes, 24 de agosto de 2009

la expresión “civil society”

la expresión “civil society”


En las contelaciones y condiciones históricas completamente distintas, esa esfera que es la sociedad civil ha sido hoy de nuevo descubierta. Ahora bien, la expresión civil society (sociedad civil) lleva ahora asociado un significado distinto que aquella bürgerliche Gesellschaft (sociedad civil) de la tradición liberal que Hegel había llevado finalmente a concepto como “sistema de necesidades”, es decir, como un sistema de trabajo social y de tráfico de mercancías, organizado en términos de economía de mercado. Pues lo que hoy recibe el nombre de “sociedad civil”, a diferencia de lo que todavía sucede en Marx y en el marxismo, ya no incluye la economía regida a través de mercados de trabajo, de capital y de bienes, constituida en términos de derecho privado. Antes su núcleo institucional lo constituye esa trama asociativa no-estatal y no-económica, de base voluntaria, que ancla las estructuras comunicativas del espacio de la opinión pública en la componente del mundo de la vida, que (junto con la cultura y con la personalidad) es la sociedad. La sociedad civil se compone de esas asociaciones, organizaciones y movimientos surgidos de forma más o menos espontánea que recogen la resonancia que las constelaciones de problemas de la sociedad encuentran en los ámbitos de la vida privada, la condensan y elevándole, por así decir, el volumen o voz, la transmiten al espacio de la opinión pública-política. El núcleo de la sociedad civil lo constituye una trama asociativa que institucionaliza los discursos solucionadores de problemas, concernientes a cuestiones de interés general, en el marco de espacios públicos más o menos organizados. Éstos discursive designs reflejan en sus formas de organización igualitarias y abiertas rasgos esenciales del tipo de comunicación en torno al que cristalizan y al que prestan continuidad y duración.

Tal base asociativa no constituye, ciertamente, el elemento más llamativo de un espacio de la opinión pública que viene dominado por los medios de comunicación de masas y por la grandes agencias, que es sometido a observación por las instituciones especializadas en estudios de mercado y en estudios de opinión y que queda invadido por el trabajo publicitario, la propaganda y la labor de captación de los partidos políticos y de las asociaciones. Pero en todo caso constituye el sustrato organizativo de ese público general de ciudadanos que surge, por así decir, de la esfera privada y que busca experiencias, ejerciendo así infuencia sobre la formación institucionalizada de la opinión y voluntad políticas.

Pero aparte de estas caracterizaciones descriptivas de la sociedad civil, apenas si cabe encontrar en la bibliografía sobre el tema definiciones claras. S. N. Eisenstadt permite reconocer todavía en el vocabulario que introduce una cierta continuidad con la vieja teoría del pluralismo cuando define la sociedad civil en los siguientes términos: “La sociedad civil comprende una multiplicidad de espacios públicos, distintos del Estado, ostensiblemente “privados”, aunque potencialmente autónomos. Las actividades de tales actores vienen reguladas por las distintas asociaciones existentes dentro de ellos, que impide que la sociedad degenere convirtiéndose en una masa informe. En una sociedad civil, esos sectores no están insertos en conjuntos cerrados, de tipo adscriptivo o corporativo; sino que tienen límites abiertos y se solapan unos con otros. Cada uno de ellos tiene acceso directo al espacio público político central, y un cierto grado de compromiso con el conjunto o marco en que se encuentra.

J. Cohen y A. Arato que han realizado el estudio más comprehensivo sobre este tema, dan un catálogo de notas que caracterizan a esa sociedad civil deslindada del Estado, la economía, y otros subsistemas funcionales sociales, pero retroalimentativamente conectada con los ámbitos privados básicos del mundo de la vida: “Pluralidad: familia, grupos informales y asociaciones voluntarias cuya pluralidad y autonomía permiten una veriedad de formas de vida; publicidad: familias, grupos informales y asociaciones voluntarias cuya pliralidad y autonomía permiten una variedad de formas de vida; publicidad: instituciones culturales y de comunicación; privacidad: un ámbito de autodesarrollo individual y de elección moral individual; y legalidad: estructuras de leyes generales y derechos básicos necesarios para deslindar esa pluralidad, privacidad y publicidad, por lo menos respecto del Estado y tendencialmente también respecto de la economía. Todas juntas, estas estructuras aseguran la existencia institucional de una sociedad civil moderna y diferenciada.”

La articulación de esa esfera en términos de derechos fundamentales nos suministra una primera aclaración acerca de su estructura social. La libertad de asociación y el derecho a fundar asociaciones y sociedades definen, junto con la libertad de opinión, un espacio para asociaciones libres que intervienen en el proceso de formación de la opinión pública, tratan temas de interés general y representando vicariamente a grupos (o a asuntos e intereses) subrepresentados o díficilmente organizables, que persiguen fines culturales, religiosos o humanitarios, que forman sociedades confesionales, etc. La libertad de prensa, de radio y de televisión, así como el derecho a desarrollar una actividad publicística libre, aseguran la infraestructura de medios de comunicación que la comunicación pública necesita, habiendo de protegerse la apertura para opiniones que compiten unas con otras y para una diversidad de opiniones que resulte representativa. El sistema político, que no tiene más remedio que permanecer sensible a estas influencias publicísticas, queda entrelazado (a través de la actividad de los partidos y del derecho a voto de los ciudadanos) con la esfera de la opinión pública y con la sociedad civil.

Este entrelazamiento o conexión queda garantizado por el derecho de los partidos a ejercer su influencia sobre el proceso de formación de la voluntad política de la población, así como por los derechos electorales activos y pasivos (y otros derechos de participación) de los ciudadanos. Finalmente, la trama asociativa sólo puede conservar su autonomía y su espontaneidad en la medida en que pueda apoyarse en un sólido pluralismo de formas de vida, de subculturas y de orientaciones en lo concerniente a creencias. A la integridad de los ámbitos de la vida privada sirve la protección de los derechos fundamentales que articulan la esfera de la “privacidad”; derechos personales, libertad religiosa y de conciencia, libertad de movimiento, secreto epistolar, postal y teléfonico, la inviolabilidad del domicilio, así como la protección de la familia, circunscriben una zona intangible de integridad personal y de formación autonoma de la conciencia moral y del juicio.

La estrecha conexión entre la autonomía de la sociedad civil y la integridad de la esfera de la vida privada muéstrase con toda claridad al contraluz que representan las sociedades totalitarias del socialismo de Estado. Aquí, un Estado panóptico no sólo controla disrectamente un espacio de la opinión pública desecado en términos burocráticos, sino que también entierra las bases que esa esfera de la opinión pública tiene en el ámbito de la vida privada. Las intervenciones administrativas y la supervisión constante desintegran la estructura comunicativa del trato cotidiano en la familia y en la escuela, en el municipio y en el vecindario. La destrucción de los modos de vida solidarios y el entumecimiento y paralización de la iniciativa y la actividad autónomas en ámbitos que quedan inundados por una superregulación a la vez que caracterizados por su inseguridad jurídica, se dan la mano con la destrucción de grupos sociales, de asociaciones y de redes de comunicación, con la imposición doctrinaria (y con la disolución) de identidades sociales, con la estrangulación de la comunicación pública espontánea. La racionalidad comunicativa queda así destruida en las relaciones públicas de entendimiento intersubjetivo a la vez que en las privadas.

Cuanto más se entumece en los ámbitos de la vida privada la fuerza socializadora de la acción comunicativa y se extinguen las chispas de la libertad comunicativa, tanto más fácilmente se prestan los actores, así aislados y alienados unos de otros, a no comportarse más que como masa en ese hipotecado espacio de la opinión púbica, a someterse a la supervisión del Estado, y a dejarse poner en movimiento en términos plebiscitarios.

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