María Zambrano.-
Con esto está logrado lo que parecía más imposible, la generalización de lo sensible. Lo sensible era contrario y rebelde a la unidad, unidad en que, una vez hallada, participan todas las cosas que antes veíamos dispersas, cada una viviendo por sí. Por la belleza se ha logrado esta unidad. El mundo sensible ha encontrado su salvación, pero más todavía, el amor a la belleza sensible, el amor nacido en la dispersión de la carne.
El amor nacido en la dispersión de la carne, encuentra su salvación porque sigue el camino del conocimiento. Es lo que más se parece a la filosofía. Como ella, es pobre y menesteroso y persigue a la riqueza; como ella, nace de la obscuridad y acaba en la luz; nace del deseo y termina en la contemplación. Como ella, es mediador.
Y ahora, después de leer El Banquete, se presenta la duda de que haya, en realidad, dos caminos de salvación: el de la dialéctica y el del amor, esta otra dialéctica amorosa, esta purificación del alma dentro del amor mismo, sin que sea menester su aniquilación.
El amor sirve al conocimiento, llega al mismo fin que él por diferente camino, por el camino que menos apropiado parecía, el de la manía o el delirio: “He aquí a donde llega todo este discurso que concierne a la cuarta especie de delirio -sí, de delirio-. Cuando a la vista de la belleza de aquí abajo y el recuerdo de esto que es verdadero, toma las alas, de nuevo alado e impaciente también de volar, más impotente para hacerlo, dirige a lo alto sus miradas a la manera del pájaro y descuida las cosas de acá abajo... de todas las formas de posesión divina (entusiasmo) ésta se revela ser la mejor, tanto para el sujeto como para el que le está asociado; y la presencia de este delirio en el que ama a los cuerpos bellos, hace decir de él qie está loco de amor”. Platón, Fedro.
Hay un delirio divino que es el amor. ¿Cómo al llegar aquí, no sintió Platón la necesidad de justificar a los poetas como hombres esclavizados por este delirio? Delirio del amor que ejerce la misma función que la violencia filosófica. Mediante él, el hombre queda arrebatado, suspenso, en “éxtasis” según los místicos habían de repetir durante siglos, innumerablemente.
Agradezcamos a Platón El Banquete, Fedro. Por ellos el amor quedó a salvo de su total destrucción. En el ascetismo dominante que enlazó filosofía griega y religión cristiana, el amor y su culto, la religión del amor, la antigua religión del amor, de los misterios, tuvo un lugar. Por el pensamiento platónico, no solamente se unen filosofía griega y cristianismo, sino la religión del amor y del alma, que bajo diversos nombres existía, y el cristianismo. Sin este pensamiento mediador hubiera quedado completamente aniquilada, oculta, y tal vez, produciendo graves trastornos con inexplicables apariciones parciales y desesperadas.
Porque el cristianismo, religión triunfante que ha vivido en la cultura triunfante de occidente, auló a algunas religiones anteriores, cuyo rastro no tiene hoy forma, no nombre, pero que sin duda, se entrelazan con la religión católica que tuvo la flexibilidad de absorber las particularidades en donde las había. Y hay sin duda, cultos olvidados a deidades desconocidas que viven obscuramente bajo otros nombres. Así hubiera pasado con el amor, de no haber mediado el pensamiento realmente mediador de Platón.
El amor se ha salvado por su “idea”, es decir, por su unidad. Se ha salvado porque partiendo de la dispersión de la carne lleva a la unidad del conocimiento, porque su ímpetu racional es divino ya que hacia lo divino asciende. La idea primera que del amor se crea, es ya mística. Por eso es un gran error lo que tantas veces se ha dicho: que el amor místico es un trasunto del amor carnal tal y como se da. Es todo lo contrario: el amor carnal, el amor entre los sexos, ha vivido “culturalmente”, es decir, en su expresión, bajo la idea del Amor platónico que es ya mística. Y en las épocas en que el amor ha sido una fuerza social, en esos brillantes momentos del final de la Edad Media y del Renacimiento, todo enamorado manifestaba su amor en términos platónicos, más o menos, y lo que es más grave: si así lo decía el enamorado era porque él mismo así lo sentía, porque así se lo decía a sí mismo. Y así era. Gracias al platonismo el amor ha tenido categoría intelectual y social. Se ha podido amar sin que sea un hecho escandaloso.
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Gracias a esta salvación del amor, ha podido existir la poesía dentro de la cultura ascética del cristianismo. La primera poesía: los himnos a la virgen, la salve, la letanía, tejen con imágenes en parte hebraicas, una idea de la mujer divina, que el cristianismo primitivo, en verdad, no comportaba. La divinización de la mujer es también cosa platónica, es un hecho posible merced al pensamiento platónico, a sus consecuencias. La mujer ha quedado también salvada, porque ha quedado idealizada. Si el hombre se enamora es porque lleva en su mente un a priori ideal de lo femenino, y quien no le lleve, no puede jamás enamorarse.
La poesía se cubrió con este manto; vivió y creció prodigiosamente amparada por este firmamento. Y así, toda la poesía de la Edad Media que no es cínica, burlesca -como nuestro Arcipreste de Hita-, es platónica, sin saberlo. Presupone y canta la unidad del amor y también, la ausencia. El motivo ausencia en el amor, es un motivo claramente platónico que a los historiadores de la literatura les compete estudiar. “Ausencia” en el amor, porque la presencia jamás es posible y si alguna vez se diera, ya no se cantaría.
Así, El Cántico Espiritual del místico San Juan de la Cruz, es el canto a la ausencia del amado. Aquí explicable porque su amado, en efecto, no es visible. Pero, en la poesía profana de este tiempo y del anterior se vería también constantemente este motivo de ausencia y de búsqueda constante de las huellas del amado, la naturaleza entera se transforma: ríos, árboles, prados, la luz misma conserva la huella de la presencia amada siempre esquiva e inalcanzable.
Porque el amor, lleva ya constitutivamente una distancia. Amor sin distancia, no sería amor, porque no tendría unidad, es decir, objeto. Es su diferencia fundamental con el deseo: en el deseo no hay propiamente objeto, porque lo apetecido no está en sí mismo, no se le tolera este ensimismarse que ya la poesía realizaba por su cuenta, antes de Platón y después, cuando ha sido extraña a su influjo. El deseo consume lo que toca; en la posesión se aniquila lo deseado, que no tiene independencia, que no existe fuera del acto del deseo. En el amor subsiste siempre el objeto, tiene su unidad inalcanzable. La posesión amorosa es un problema metafísico y como tal, sin solución. Necesita traspasar la muerte para cumplirse; atravesar la vida, la multiplicidad del tiempo.
El amor, al igual que el conocimiento, necesita de la muerte para su cumplimiento. El amor por quien se propaga la vida... Este es, creemos, el fundamento de toda mística: que el amor que nace en la carne (todo amor “primero” es carnal) tiene, para lograrse, que desprenderse de la vida, tiene también que convertirse, como decía Platón era menester realizar con el conocimiento.
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Y esta conversión, en verdad, se ha verificado por la poesía, en la poesía. En la poesía que supo mejor que la filosofía, interpretar su propia condenación, pues le estaba reservado a la poesía nutrirse hasta de su propia condena. Con más fuerza que el pensamiento, ha sabido, hasta ahora, sacar su virtud de su flaqueza; su existencia de su contradicción, de su pecado.
Poesía platónica en la que se perpetúa la antigua religión del amor, la antigua religión de la belleza transformada, a veces, en religión de la poesía. En algunas de sus afortunadas realizaciones se manifiestan las tres todavía algo más: el punto de coincidencia de dos cosas, al parecer, incompatibles: filosofía y cristianismo. Si al correr del tiempo, no se le pueden perdonar algunas injusticias, es que a los fundadores, lo que con su palabra decidieron la suerte de los siglos, no les sea dado el poder contemplar su obra. Así Platón, con esta estrofa, con esta sola estrofa, la más platónica, la más poética también, de toda la poesía humana:
¡Oh cristalina fuente
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados!
En tan breves palabras está todo Platón y toda la poesía.
Todo hombre de talla gigantesca, todo aquél que ha decidido con su palabra o con su obra la suerte de la historia humana, tiene su leyenda por la cual, su nombre desciende hasta la más obscura ignorancia. La leyenda es la forma piadiosa del conocimiento, porque merced a ella, todo hombre participa, en algún modo, de la verdad y de la historia. Muchas gentes no saben de Platón, sino una leyenda que las hojas del Almanaque reproducen alguna vez: Platón se anunció a su maestro, Sócrates, antes de su encuentro con él, en un sueño; en un sueño, bajo la forma de blanco cisne. Reprimamos la sonrisa incrédula de los que han leído mucho y se han ensoberbecido por ello. Porque un cisne es un ángel castigado; un ángel inmovilizado que no ha perdido su pureza, ni sus alas. Unas alas incoherentes, demasiado grandes para tan leve cuerpo, al que no consiguen, sin embargo, arrastrar hacia lo alto y que más que órgano, son señal, nostalgia de una perdida naturaleza. Y alguien, ha podido soñar con Platón sintiéndole detrás de dos criaturas las más diferentes: un toro y un blanco cisne. El toro de la sangre y de la muerte, transformándose en la pureza alada, pero problemática, de la filosofía.
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