las estructuras de comunicación del espacio de la opinión pública.-
Con esto vuelvo a la cuestión central de quién puede poner los temas en el orden del día y determinar la dirección de las corrientes de comunicación. Cobb, Ross y Ross han propuesto modelos de la carrera que hacen los temas nuevos y políticamente importantes, desde la primera iniciativa hasta su tratamiento formal en sesiones de los organismos encargados de tomar decisiones. Si se modifican los modelos propuestos -inside access mode, mobilization model, outside initiative model- de la manera apropiada, es decir, de manera relevante desde puntos de vista de la teoría de la democracia, entonces esos modelos representan simplificadamente las alternativas que se dan en la recíproca influencia entre esfera de la opinión pública y sistema político. En el primer caso la iniciativa parte de quienes ocupan cargos o de líderes políticos; y el tema da vueltas hasta que se lo trata formalmente dentro del sistema político, sea con exclusión del espacio de la opinión pública política, sea sin influencia reconocible de él. En el segundo caso la iniciativa parte de nuevo del sistema político; pero los agentes de éste tienen que movilizar el espacio de la opinión pública porque necesitan el apoyo de partes relevantes del público, sea para conseguir un tratamiento formal, sea para imponer la implementación de un programa decidido. Sólo en el tercer caso tienen la iniciativa fuerzas externas al sistema político, las cuales con ayuda de una opinión pública movilizada, es decir, de la presión de la opiión pública, obligan a que se aborde y se trate formalmente el tema: “El modelo de iniciativa exterior se palica a la situación en que un grupo que está fuera de la estructura del gobierno 1) articula lo que considera una vulneración de intereses legítimos, 2) trata de hacer extensivo el interés por el asunto a un número lo suficientemente grande de otros grupos como para introducir el tema en la agenda pública, con la finalidad de 3) crear la presión suficiente sobre quienes han de tomar decisiones para hacer que el asunto entre en la agenda formal a fin de que se lo someta detenidamente a consideración. Este modelo de construcción de la agenda es probable que predomine en sociedades más igualitarias. El status de agenda formal, sin embargo, no significa necesariamente que la decisión final de las autoridades o que la implementación de la política efectiva vaya a ser lo que originalmente buscaba el grupo que inició el tema”.
En el caso normal los temas, sugerencias e incitaciones tienen una carrera cuyo desenvolvimiento responde más bien al primer y segundo modelos que al tercero. Mientras la circulación informal del poder domine al sistema político, la iniciativa y el poder para introducir problemas en el orden del día y hacer que se tramiten y se sometan a consideración, esa iniciativa y poder, digo, los tienen más bien el gobierno y la Administración que el complejo parlamentario; y mientras en el espacio de la opinión pública los medios de comunicación de masas, en contra de su propia comprensión normativa, obetengan preferentemente su material de productores de información bien organizados y poderosos, mientras prefieran además estrategias publicísticas que hagan bajar el nivel discursivo del circuito de comunicación pública en lugar de elevarlo, los temas adoptan por lo general un curso que parte del centro y queda gobernado por él, no un curso espontáneo, proveniente de la periferia social. A esto responden en todo caso los resultados de tono escéptico acerca de la articulación de los problemas en los espacios de opinión pública. Sin embargo, en nuestro contexto no puede tratarse de una minuciosa y sólida ponderación empírica de las recíprocas influencias entre política y público. Para nuestro propósito basta con hacer plausible que los actores de la sociedad civil, no tenidos hasta ahora en cuenta en nuestro escenario, pueden desempeñar un papel sorprendentemente activo y exitoso en los casos de percepción de una situación de crisis. Pues en esos casos, en los instantes críticos de una historia acelerada, esos actores, pese a su escasa complejidad organizativa, a su débil capacidad de acción y a sus desventajas estructurales, cobran la oportunidad de invertir la dirección de los circuitos de comunicación convencionalmente consolidados en el espacio de la opinión pública y en el sistema político y con ello de cambiar el modo de solucionar problemas que tiene el sistema en conjunto.
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Las estructuras de comunicación del espacio de la opinión pública están ligadas con los ámbitos de la vida privada de modo que la periferia que es la sociedad civil, frente a los centros de la política, posee la ventaja de tener una mayor sensibilidad para la percepción e identificación de nuevos problemas. Esto puede documentarse y confirmarse recurriendo a los grandes temas de los pasados decenios -pensemos en la espiral de la carrera de armas nucleares, en los riesgos del uso pacífico de la energía atómica, en los riesgos inherentes al uso de otros dipositivos e instalaciones de alta tecnología, o en los riesgos que comportan experimentos científicos como la experimentación genética, pensemos en los riesgos ecológicos de una economía de la naturaleza empujada más allá del límite de sus posibiidades (muerte en los bosques, contaminación de las aguas, desaparición de especies, etc.), en el galopante empobrecimiento del Tercer Mundo y en los problemas del orden económico mundial, pensemos en los problemas del feminismo, en a creciente inmigración con la consecuencia que esa inmigración tiene, a saber, la de un cambio en la composición étnica y cultural de la población, etc.-. Casi ninguno de estos temas empezó siendo puesto sobre la mesa por exponentes del aparato estatal, de las grandes organizaciones, o de los subsistemas funcionales de la sociedad. Fueron planteados por intelectuales, por afectados, por radical porfessionals, por quienes se presentaron actuando como “abogados” de los afectados actuales o los afectados posibles. Desde esta periferia más externa los temas penetran en las revistas y en las asociaciones, en los clubes, en los gremios profesionales, en las academias, en los institutos tecnológicos y en las escuelas de ingeniería, etc., que se interesan por ellos, y encuentran foros, iniciativas ciudadanas, y otras plataformas, antes de agavillarse y convertirse eventualmente en núcleo de cristalización de movimientos sociales y de nuevas subculturas. Y estos movimientos sociales y estas subculturas pueden, a su vez, dramatizar sus contribuciones y escenificarlas de forma tan eficaz que los medios de comunicación de masas se den por enterados de la cosa. Sólo a través de su tratamiento y discusión en los medios de comunicación de masas alcanzan esos temas al gran público y logran penetrar en la “agenda pública”. En muchas ocasiones es menester un trabajo de apoyo mediante acciones espectaculares, protestas masivas e incesantes campañas, hasta que los temas, a través de éxitos electorales, a través de los programas de los “viejos partidos”, cautelosamente ampliados, a través de las sentencias de la administración de justicia concernientes a principios, etc., penetran en los ámbitos nucleares del sistema politico y allí son tratados de manera formal.
Naturalmente los temas pueden también seguir otros cursos; de la periferia al centro hay también otras sendas, otros patrones de acceso con complejas ramificaciones y modos de conexión retroalimentativa. Pero por lo general puede constatarse que incluso en los espacios públicos políticos más o menos hipotecados por estructuras de poder las relaciones de fuerza se desplazan en cuanto la percepción de problemas socialmente relevantes provoca en la periferia una conciencia de crisis. Y cuando entonces actores de la sociedad civil se encuentran y asocian, formulan el tema correspondiente y lo propagan en el espacio público, que de otro modo permanecería latente, y que también se mantiene presente en la autocomprensión normativa de los medios de comunicación de masas, a saber, que quienes actúan en el escenario deben la influencia que ejercen desde él al asentimiento del público que ocupa la galería. Al menos sí puede decirse que en la medida en que un mundo de la vida racionalizado viene a fomentar o por lo menos a facilitar el desarrollo de una opinión púbica liberal con un sólido fundamento en la sociedad civil, la autoridad de las tomas de postura del público se ve reforzada en el curso de la escalada de controlversias públicas. Pues en los casos de una movilización dependiente de una conciencia de crisis, la comunicación pública informal se mueve en tales condiciones (es decir, en las de una cultura política liberal) por unas vías que, por un lado, impiden la formación y aglomeración de masas adoctrinadas y fanatizadas, fácilmente seducibles en términos populistas, y que por otro agavillan los potenciales críticos diseminados de un público que sólo queda cohesionado ya en términos abstractos a través del espacio público que crean los propios medios, focalizando esos potenciales en dirección al ejercicio de una influencia política-publicística sobre la formación institucionalizada de la opinión y la voluntad políticas. Pero sólo en los espacios públicos liberales tienen estas políticas subinstitucionales propias de los movimientos sociales, las cuales abandonan las vías convencionales de la política de intereses, con el fin, por así decir, de guardar las espaldas a la circulación oficial del poder del sistema político regulado en términos de Estado de derecho, sólo en estos espacios públicos liberales, digo, tienen esas políticas subinstitucionales de los movimientos sociales una dirección de choque distinta a la de los espacios públicos manipulados y creados a medida, los cuales sólo sirven como foros de legitimación plebiscitaria.
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