domingo, 16 de agosto de 2009

maria zambrano, el exilio

Para María Zambrano Orfeo es el punto de inserción entre lo humano y lo divino. En torno al eje del tiempo, el orfismo metaforiza la angustia humana de un Cronos primario y devorador, pero también el tiempo y la música divina, ya que el concierto representa la suma del arte órfico: “Parte del conjunto de notas de la afinación del instrumento para el cual está escrito. El lamento de Orfeo debió sonar en las notas fundamentales de la voz humana, en la más pura y simple forma matemática: el número sagrado inicial del canto”.

“La música sostiene sobre el abismo a la palabra”, expresa María Zambrano. Tal vez porque la música surge del abismo, por ser laexpresión matemática de los abismos del tiempo, el invisible espacio temporal donde vibra en ritmo y melodía el oscuro indescifrable, indefinido tiempo que nos lleva, que nos hiere, que nos mata. Y que nos arrebata hacia ondas de fuerza y luz, inefables, como si el puro sonar estableciese las más singular y esencial combinatoria en que confluyen todos los sentidos con el más íntimo y aflorado latido de los mundos. Hondas, altas cavernas del sentido del contacto musical al que asciende, aflora y se entrega desde sus raíces nuestro pobre, desvalido corazón, hasta alcanzar en ellas un instante de pura luz, en la cripta de la noche transfigurada y el silencio al que toda música lleva, donde acaba el ruido, el óxido de la banalidad; donde comienza la soledad sonora, la música callada, la elocuencia sin palabras. La música y el tiempo, y su roce adivinatorio, el logro de la intimidad luminosa perdida, diría Zambrano, la actualización de la verdadera poesía y la música, la unidad inviolada de nuestro ser, de lo que habrá de nacer a través del sueño, del soñar perpetuo, de la conjunción del pasado con el futuro:

Hay que permitir a la claridad que circule, ella, en el sujeto, pues que solamente así el sujeto trascenderá, él mismo, encontrándose en una órbita que nos salva de todo absolutismo del ser y de todo sumergirse en la nada. Es la órbita del amor que es al par pensamiento, la órbita en que circula libre de error, de temor, y hasta de esperanza.

A partir de la noción filosófica de María Zambrano, el futuro es uno de los tiempos del soñar. Soñar es una anticipación profética y por lo tanto, poética, el deseo que potencialmente puede hacerse realidad a través de la acción de la palabra.

Al soñar, quien hace poesía, realiza un viaje interior, se exilia por medio de la intuición, la meditación, la búsqueda de las causas, la interrogación del mundo. El eje de la creación poética es el rastreo de la esencia y la renuncia a la anécdota. El discurso poético propone una visión del mundo más fresca y original para entender la existencia, dado que no establece dogmas ni métodos en su acercamiento al vivir y al pensar. Aproximación que incluye todo lo excluido por otros sistemas, sean estos imperativos, fanáticos o fundamentalistas: los sueños, el juego, el canto, el habla, el gesto espontáneo, el amor.

La poesía es, entonces, una forma del conocimiento, una manera libre que no pretende reducir al mundo a un simple objeto de análisis racional, pues “el centro de la creación está afincado en la tierra y en la realidad”. Lo sagrado se impone al racionalismo. Lo que le importa a Zambrano son “los problemas vivientes”, no teóricas definiciones, según sus propias palabras. “Es siempre sin abstracción, es siempre sin fundamentación, sin principios, como nuestra más honda verdad se revela. No por la pura razón, sino por la razón poética”, enfatiza nuestra escritora.

Dos imágenes: “castillo de razones” y “sueño de inocencia”, hacen crecer las dos ramas de su árbol de la sabiduría: pensamiento y poética. El castillo se forma de cámaras y pasadizos por la arquitectura de la razón. Del sueñoy de la inocencia se deriva la creación poética. Así es como se erige la obra de María Zambrano. Con pilares de piedra, mosaicos de sueño y una primera visión de todas las cosas. Inserta, dentro de la reflexión filosófica, la pasión de la poesía. O enla poesía, la serenidad de la filosofía. Su lenguajeconvierte el método en ritmo metafórico. Su juicio crítico, siempre entre lo humano y lo divino, posee la magia del hallazgo creativo.

La razón aristotélica intentó triunfar sobre el universo órfico y pitagórico, procuró que la civilización occidental condenara a la poesía, abrigarla bajo su frío logos, sin percatarse que la poesía es irreductible, autónoma, múltiple. La filosofía tradicional nunca pudo contenerla, ni definirla. La maldición platónica la señaló como mentirosa, cercana al delirio, a la embriaguez, al infierno, injusta y antigua condena.

Pese a todo ello, la poesía “con más fuerza que el pensamiento, ha sabido, hasta ahora, sacar virtud de su flaqueza; su existencia de su contradicción, de su pecado”, de acuerdo con la sentencia de Zambrano.






De tal modo que con el paso del tiempo existe la unión de poesía, religión y filosofía: el hombre se libera, descubre que el acto creador es un evento de naturaleza espiritual y estético; surge el arte como oficio revelador y emancipador:

Vivir humanamente es tener que elegir entre las circunstancias, dice Ortega y Gasset, al anunciar la Razón Vital, más hay una elección previa, decisiva entre todas: la que se hace de sí mismo. Siempre he entendido la afortunada fórmula de Ortega: “Somos necesariamente libres”, como equivalente a ésta: “Somos necesariamente persona”. El ser libre hace coincidir el serlo con la voluntad. Así se actualiza la libertad, la común, la propia.

Ahora el poeta reflexiona también, crea su ética y teoría propias. Siguiendo la enseñanza de María Zambrano, la filosofía representa el sentido verdadero de la historia y la poesía expresa lo que el hombre es, la cualidad de su existencia. Y uno de los sentidos de la Historia, captado por nuestra autora, fue la noción esencial de exilio. Tan sólo en el exilio interior (inxilio) y en el exterior (auto exilio o exilio forzado), la escritura torna un acto de claridad y de liberación, donde las más profundas preocupaciones salen a la luz y encuentran un modo de expresión.
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El exilio es un fenómeno consustancial con el ser humano. Desde el primer exilio, que fue de carácter divino, la expulsión del Edén, hasta todos los que le siguieron, de carácter histórico y político, han sido la piedra de toque de pueblos y personas. Se ha considerado como un castigo más cruel que la prisión o la muerte. Ha acentuado la temporalidad del hombre a negarle un espacio propio.

Adán y Eva adquieren la muerte al perder el Paraíso. Quien sale al exilio sale en busca de una muerte sin tierra. La condena es el eterno vagabundeo y la conciencia precisa del paso del tiempo, a la vez adquiere una esperanza inviolable, el anhelo del retorno.

De acuerdo con María Zambrano, el exilio adquiere un sello de bienaventurado. Bienaventurado el que se debate en la inmensidad del exilio y en la inmensidad de la vida, sin hallar un lugar donde descansar.

De lo que se trata, entonces, es de llenar el tiempo, un tiempo que no vale, en un espacio ajeno, pare recuperar el verdadero tiempo y el verdadero espacio, Y he aquí que la manera perfecta de llenar ese tiempo y ese espacio es la preservación de la memoria. Y quienes son especialistas en lo anterior, el filósofo y el poeta, se dan la mano.













Complicidad, alianza, unión viable que la llevar a preguntar finalmente: “¿No será posible que algún día afortunado la poesía recoja lo que la filosofía sabe, todo lo que aprendió en su alejamiento y en su duda, para fijar lúcidamente y para todos su sueño”.





Los siguientes son algunos enunciados entresacados del libro de Imre Kertész, La Lengua Exiliada. Y como si estuviera pensando en los momentos en que un país como Colombia pasa, estas no hacen sino reflejar con hondura y hasta con ironía todo este enrarecido ambiente en que nos toca y que nos han puesto a vivir.

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