lunes, 24 de agosto de 2009

las estructuras de la comunicación

las estructuras de la comunicación.- Jürgen Habermas


Las estructuras de la comunicación así generalizadas se restringen a contenidos y tomas de postura que quedan desconectados de los densos contextos de las interacciones simples, de personas determinadas y de obligaciones relevantes en lo tocante a tomas de decisiones. La generalización del contexto, la “inclusión” y el creciente anonimato, exigen, por otro lado, un grado mayor de explicitación, a la vez que de renuncia al lenguaje de los expertos y a códigos especiales. Mientras que esta orientación hacia los legos significa una cierta desdiferenciación, la desconexión de las opiniones comunicadas respecto de obligaciones concretas de acción, opera en la dirección de una intelectualización.

Ciertamente los procesos de formación de opinión, sobre todo cuando se trata de cuestiones fácticas, no pueden separarse de los procesos de cambio de preferencias y actitudes de los implicados, pero sí de la conversión de estas disposiciones en acciones. En este aspecto, las estructuras de comunicación de la esfera de la opinión pública descargan al público de la necesidad de tomar decisiones; estas decisiones aplazadas quedan reservadas a las instituciones encargadas de tomarlas. En el espacio de la opinión pública las manifestaciones quedan clasificadas conforme a temas y según representen tomas de postura de afirmación o negación; las informaciones y razones son objeto de elaboración y se convierten en opiniones focalizadas. Lo que convierte a esas opiniones así agavilladas en opinión pública, es la forma como se producen y el amplio asentimiento por el que vienen “sustentadas”. Una opinión pública no es, digamos, representativa, en el sentido estadístico del término. No es un agregado de opiniones individuales que se hayan manifestado privadamente o sobre las que se haya encuestado privadamente a los individuos; en este aspecto no debe confundirse con los resultados de los sondeos de opinión. Las encuestas de opinión política sólo proporcionan un cierto reflejo o imagen de la “opinión pública” cuando a la encuesta ha precedido ya en un espacio público movilizado la formación de una opiión específicamente ligada a un tema.

En los procesos públicos de counicación no se trata sólo y ni siquiera en primera línea, de la difusión de contenidos y tomas de postura mediante medios efectivos de transmisión. Sin duda, es la amplia circulación de mensajes inteligibles, estimuladores de la atención, la que empieza asesgurando una suficiente “inclusión” de los implicados. Pero para la estructuración de una pinión pública son de mayor importancia las reglas de una práctica de comunicación pública mantenida y seguida en común. El asentimiento a temas y contribuciones sólo se forma como resultado de una controlversia más o menos exhaustiva en la que las propuestas, las informaciones y las razones pueden elaborarse de forma más o menos racional. Con este “más o menos” de elaboración “racional” de propuestas, informaciones y razones “exhustivas” varían en general el nivel discursivo de la formación de la opinión y la “calidad” del resultado obtenido. De ahí que el logro de la comunicación pública tampoco se mida per se por la “producción de generalidad”, sino por criterios formales concernientes a la producción de una opinión pública cualificada. Las estructuras de una opinión pública hipotecada por relaciones de poder excluyen las discusiones fecundas y clarificadoras. La “calidad” de una opinión pública, en cuanto medible por las propiedades procedimentales de su proceso de producción, es una magnitud empírica. Considerada normativamente, funa o establece una medida de la legitimidad de la influencia que las opiniones públicas ejercen sobre el sistema político. Ciertamente, el influjo fáctico y el influjo legítimo están tan lejos de coincidir como la fe en la legitimidad y la legitimidad. Pero con esta conceptuación se abre de todos modos una perspectiva desde la que puede investigarse empíricamente la relación entre la influencia efectiva y la calidad de las opiniones públicas, calidad que tiene su base en aspectos procedimentales.

La “influencia” la introdujo Parsons como una forma simbólicamente generalizada de comunicación, que gobierna las interacciones en virtud de la convicción razonada o de la pura sugestión retórica. Por ejemplo, las personas o instituciones pueden disponer de un prestigio que les permite ejercer con sus manifestaciones influencia sobre las convicciones de otros, sin necesidad de demostrar en detalle sus competencias o sin necesidad de dar explicaciones. La “influencia” se nutre del recurso que es el entendimiento, pero se basa en una especie de anticipo, es decir, en la confianza que se pone en posibilidades de convicción actualmente no comprobadas. En este sentido las opiniones públicas representan un potencial político de influencia que puede utilizarse para ejercer influencia sobre el comportamiento electoral de los ciudadanos o sobre la formación de la voluntad en los organismos parlamentarios, en los gobiernos y en los tribunales. Ahora bien, el influjo político de tipo plubicístico, es decir, apoyado por convicciones de tipo público, sólo se transforma en poder político, es deicr, en un potencial para tomar decisiones vinculantes, cuando opera sobre convicciones de los miembros electores, parlamentarios, funcionarios, etc. El influjo publicístico político, al igual que el poder social, sólo puede transformarse en poder político a través de procedimientos institucionalizados.

En el espacio de la opinión pública se forma influencia y en él se lucha por ejercer influencia. En esa lucha no sólo entra en juego el influjo político ya adquirido y acumulado (por acreditados ocupantes de cargos públicos, porpartidos políticos establecidos, o por grupos conocidos, como Greenpeace, Amnistía Internacional, etc.) sino también el prestigio de grupos de personas y también de expertos que han adquirido su influencia en espacios públicos más especializados (por ejemplo, la autoridad de eclesiásticos, la fama de literatos y artistas, la reputación de científicos, el renombre y relumbre de estrellas del deporte y del mundo del espectáculo, etc). Pues en cuanto el espacio público se ha extendido más allá del espacio de las interacciones simples, se produce una diferenciación entre organizadores, oradores y oyentes, entre arena y galería, entre escenario y espacio de espectadores. Los papeles de actor, que, con la complejidad organizativa y el alcance de los medios de comunicación pública ha de apoyarse en última instancia en la resonancia y, por cierto, en el asentimiento, de un público de legos igualitariamente compuesto. El público de los ciudadanos ha de ser convencido por contribuciones e intervenciones inteligibles que tengan interés para todos a propósito de temas que se perciban como relevantes. El público posee esta autoridad porque es constitutiva de la estructura interna del espacio de la opinión pública, en el que los actores pueden presentarse.

Sin embargo, a los actores, que por así decir, surgen del público y participan en la reproducción de ese espacio público mismo, hemos de distinguirlos de los actores que ocupan un espacio público ya constituido, con el fin de servirse de él. Esto vale, por ejemplo, para los grandes grupos de intereses, bien organizados, anclados en los sistemas funcionales de la sociedad, que a través del espacio público público-político ejercen influencia sobre el sistema político. Sin embargo, esos grupos no pueden hacer en el espacio de la opinión pública un uso manifiesto de los potenciales de sanción en los que se apoyan en las negociaciones públicamente reguladas o en los intentos de presión no públicos. Sólo pueden capitalizar su poder social transformándolo en poder político en la medida en que -como, por ejemplo, las partes intervenientes en la negociación de convenios colectivos, a la hora de informar a la opinion pública sobre las exigencias planteadas, las estrategias y los resultados de la negociación- hacen propaganda en favor de sus intereses en un lenguaje capaz de movilizar convicciones. Las contribuciones o intervenciones de los grupos de interés están expuestas en todo caso a un tipo de crítica al que no se exponen las contribuciones de otra proveniencia. Las opinionesn públicas que no pueden ser lanzadas sino gracias a un empleo no declarado de dinero o de poder organizativo, pierden su credibilidad en cuanto se hacen públicas estas fuentes de poder social. Las opiniones públicas pueden manipularse, pero ni pueden comprarse públicamente, ni tampoco arrancárselas al público mediante un evidente ejercicio de presión pública. Esta circunstancia se explica porque un espacio e opinión pública no puede “fabricarse” a voluntad. Antes de que pueda ser tomado por actores que actúen estratégicamente, ese espacio de opinión pública, junto con su público, tiene que haberse formado como una estructura autónoma y reproducirse a través de sí mismo. Esta ley o regla conforme a la que se forma una opinión pública capaz de funcionar, permanece latente para el espacio público así constituido, y sólo entra otra vez en juego en los instantes de movilización de ese espacio público.

El espacio público político sólo puede empero cumplir su función de percibir problemas concernientes a la sociedad global y de tematizarlos, en la medida en que esté compuesto de los contextos de comunicación de los potencionalmente afectados. Es sustentado por un público que se recluta de la totalidad de los ciudadanos. En la pluralidad de voces de ese público resuena el eco de experiencias biográficas que a lo largo y ancho de la sociedad vienen causadas por los costes externalizados (y las perturbaciones internas) de los sistemas de acción funcionalmente especificados, también por el aparato estatal mismo de cuyas operaciones de regulación y control sistémicos dependen los complicados y deficientemente coordinados subsistemas funcionales de la sociedad. Las hipotecas de este tipo se acumulan en el mundo de la vida. Éste dispone de las antenas adecuadas, pues en su horizonte se entrelazan las biografías privadas de los “clientes” de esos subsistemas funcionales que en cada caso hayan podido fracasar en sus operaciones. Sólo para los afectados merecen la pena los rendimientos, aportaciones y operaciones de éstos, pero en la moneda que representan los “valores de uso”. Aparte de la religión, el arte y la literatura, sólo los ámbitos de la vida “privada” disponen de un lenguaje existencial en el que poder hacer un balance biográfico de los problemas generados socialmente. Los problemas que se expresan en el espacio de la opinión pública, como reflejo que son de una presión social generadora de sufrimiento, sólo resultan visibles en los reflejos que a su vez tienen en las experiencias de la vida personal. Y en la medida en que éstas encuentran en el lenguaje de la religión, el arte y la literatura su expresión más incisiva, el espacio público “literario” en sentido lato, especializado en la articulación (ingüística) y en la apertura lingüística de mundo, se entrelaza con el espacio público-político.

Entre los ciudadanos como portadores del espacio público-político y los miembros de la sociedad se da una unión personal, porque estos últimos, en los papeles complementarios que son el de trabajador y consumidor, el de asegurado y el de paciente, el de contribuyente y el de cliente de las burocracias estatales, el de alumno, el de turista, el de participante en el tráfico automoviísitico, etc., están expuestos de forma especial a las exigencias y fallos específicos de los correspondientes sistemas funcionales. Tales experiencias empiezan siendo elaboradas privadamente, es decir, interpretadas en el horizonte de una biografía que queda tejida con las demás biografías en los contextos de mundos de la vida comunes. Los canales de comunicación del espacio de la opinión pública están conectados con los ámbitos de la vida privada, con las densas redes de comunicación en la familia y en el grupo de amigos, así como con los contactos no tan estrechos con los vecinos, los colegas de trabajo, los conocidos, etc., y ello de suerte que las estructuras espaciales de las interacciones simples se amplían y abstraen, pero no quedan destruidas. Así, la orientación al entendimiento intersubjetivo, predominante en la práctica comunicativa cotidiana, se mantiene también para una comunicación entre extraños, que se efectúa a grandes distancias en espacios de opinión pública complejamente ramificados. El umbral entre la esfera de la vida privada y el espacio de la opinión pública no viene marcado por un conjunto fijo de temas y de relaciones, sino por un cambio en las condiciones de comunicación. Éstas varían, ciertamente, el modo de acceso a las redes de comunicación, aseguran la intimidad de una esfera y la publicidad de la otra, pero no echan un cerrojo sobre la esfera de la vida privada para encapsularla frente a la esfera de la opinión pública, sino que se limitan a canalizar el flujo de temas de una esfera a la otra. Pues el espacio de la opinión pública toma sus impulsos de la elaboración privada de problemas sociales que tienen resonancia en la vida individual. Síntoma de esta estrecha conexión es, por lo demás, el que en las sociedades europeas de los siglos XVII y XVIII se formara un moderno espacio público burgués como “esfera de las personas privadas que se reúnen formando público”. Consideradas las cosas históricamente, la conexión entre el espacio de la opinión pública y la esfera de la vida privada se manifiesta en la trama asociativa y en las formas de organización de un público lector, compuesto por burgueses y por personas privadas en general que cristaliza en torno a periódicos y revistas.

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