domingo, 5 de diciembre de 2010

la tiranía masculina y la exclusividad matrimonial

La relación de la hegemonía de un tirano con la comunidad de mujeres nos aclara un raasgo digno de atención del relato presentado más arriba sobre la hija del rey árabe. La muchacha, cansada de la copulación continua, recurre a una argucia. Por el contrario, los burlados hermanos se dirigen al real señor señor para obtener su derecho. El abuso del Derecho del hombre que ha encontrado su expresión en el hecho de llevar bastones, es la consecuencia necesaria del poder duplicado.

Así se explica la oposición de la mujer, de la que procede la ginecocracia. Clearco (en Ateneo) añade la siguiente explicación a su consideración de la hegemonía femenina lidia: "Estar dominados por las mujeres es siempre resultado de la brutal insurrección del sexo femenino a causa de una antigua ofensa que recibió. Entre los lidios, Onfale fue la primera que ejerció tal venganza, y sometió a los hombres a la ginecocracia." El desarrollo aquí indicado es sin duda el históricamente correcto. el unilateral de lo niños, en verdad es iuris naturalis, por lo tanto, tampoco extraño a la situación de libre union sexual, y tan antiguo como la raza humana; la ginecocracia unida con este Derecho materno, que pone en manos de la mujer la hegemonía en el Estado y en la familia, tiene, por el contrario, sólo un origen tardío y de naturaleza absolutamente positiva. A través de la reacción de las mujeres, nace en contra de la relación sexual desordenada, de la que se esforzaron por liberarse. La mujer opuso una firme resistencia a las condiciones animales de libre y generalizada unión sexual. Ella es la que lucha por liberarse de aquel envilecimiento y finalmente logra vencer por la astucia o por la fuerza. Se arrebata al hombre su bastón y la mujer consigue la hegemonía. Esta derrota no se puede imaginar sin la unión matrimonial individual. La dominación del hombre y de los niños es imposible en las condiciones naturales de libre unión sexual y la transmisión de los bienes y del nombre por línea materna sólo tiene significado en el matrimonio. Si las mujeres y los niños son comunes, necesariamente lo son también los bienes.

La situación intermedia compuesta de matrimonio y comunidad de mujeres muestra la propiedad privada y una familia aislada, que faltan en el nivel más bajo de unión sexual no conyugal, donde necesariamente domina la comunidad de bienes, salvo en relación con la transmisión hereditaria de la realeza. Pero todavía no hay una ginecocracia unida al Derecho materno. Lo mismo que en el nivel más profundo también aquí todavía domina el hombre; a la cabeza de cada pueblo había un tirano, que heredaba la soberanía según el Derecho materno.

Entre los libios abilios, un hombre reinaba sobre los hombres y una mujer sobre las mujeres. Vemos allí el derecho materno todavía sin ginecocracia. En efecto, se presenta en unión con el más profundo envilecimiento de la mujer, que está obligada a ceder abúlicamente a los antojos del hombre. Por eso es digno de mención que llevar bastón sea señalado explícitamente para árabes y masagetas como costumbre popular generalizada. El hombre lleva el skípon, y éste le da acceso a toda mujer de su pueblo.

Es la expresión de la tiranía masculina puramente física. Este poder masculino se rompe ahora, la mujer encuentra en la exclusividad matrimonial aquella protección que la hija del rey árabe esperaba que resultase de su ardid. Ahora el Derecho materno se amplía hacia la ginecocracia. La transmisión hereditaria de los bienes y el nombre por línea materna, se una con la exclusión de los descendientes masculinos de todo derecho, y con la hegemonía de las mujeres tanto en la familia como en el Estado. Esta ginecocracia consumada no ha resultado ser solamente una propiedad de aquella primera situación no conyugal, sino más bien ha surgido en decidida lucha con la misma. En efecto, también es extraña a una situación intermedia de una vida mezcla de matrimonio y comunidad de mujeres y con el vencimiento de la misma llega a su total reconocimiento.

La ginecocracia supone por regla general el matrimonio consumado. Es una situación matrimonial, y por lo tanto, es, como el matrimonio, una institución positiva, y como él, una limitación del ius naturale completamente bestial, es extraña a la relación de poder, lo mismo que aquel Derecho hereditario que descansa sobre el reconocimiento de la propiedad privada. En esta relación se representa la fundación de la ginecocracia como un progreso hacia la civilización de la raza humana.

Aparece como una emancipación de los lazos de la vida animal brutalmente sensual. Al abuso del hombre, que descansa sobre la superioridad de la fuerza física, la mujer opone la autoridad de su maternidad elevada hasta la hegemonía, como da a conocer el mito de Belerofonte y su encuentro con las mujeres licias.

Cuanto más salvaje es el poder del hombre, tanto más necesario es el poder moderador de la mujer, en aquel primer periodo. Cuanto más tiempo el hombre haya caído en la vida puramente material, tanto más tiempo debe dominar la mujer. La ginecocracia ocupa un lugar necesario en la educación del hombre. Lo mismo que el niño recibe su primera educación de la madre, así los pueblos la obtienen de la mujer. el hombre se la debe antes de que consiga la hegemonía. Sólo es dado a la mujer domar la fuerza salvaje más primitiva del hombre y conducirla por vías beneficiosas. Sólo Atenea posee el secreto para poner el bocado al salvaje Pegaso. Cuanto más poderosa sea la fuerza, tanto más reguladora debe ser ella. Hera educa la desmesurada fuerza masculina de su salvaje hijo Ares a través de la danza, como señala la leyenda bitinia en Luciano. Este principio del movimiento armónico está en el matrimonio y en su ley severamente mantenida por la mujer. Por eso también Belerofonte puede someterse a las matronas sin titubeos. Justamente de esta manera él fue el primer civilizador de su país.

El poder formador y benéfico de la mujer se reduce en una nota de Estrabón curiosa y relacionada con nuestro temaa, a una deisidaimonía que reside sobre todo en la mujer y que pasa al hombre a través de ella. La costumbre de los ctistios tracios de vivir sin mujeres, en oposición a la poligamia de los restantes pueblos, y la reputación de especial santidad y amor a la justicia basada en ello, lo que reafirma Estrabón.

Es cierto que reconoce en la mujer una relación mas cercana a la divinidad y le añade una mayor comprensión de sus deseos. Ella lleva en sí misma la ley que está penetrada por la materia. De forma inconsciente, pero completamente segura, según la conciencia, la justicia habla por su boca; es conocida a través de sí misma, por naturaleza Aautonoe, por naturaleza Dikaia, por naturaleza Fauna o Fatua, la profetisa que anuncia el Fatum, la Sibila, Marta, Phaennis, Temis. Por eso las mujeres pasan por ser invulnerables, detentadoras de la judicatura, fuentes de profecía. por eso las líneas de combatientes se separan a su ruego, por eso arreglan los conflictos populares como árbitros sacerdotales: un fundamento religioso sobre el que la ginecocracia descansa firme e inquebrantablemente.

El principio femenino de la Naturaleza aparece como fuente de Derecho también en Dikaia quella llegua tesalia, con lo que se debe conparar el relato de Plutarco sobre aquella yegua que Pelópidas sacrificó en la tumba de las doncellas leuctrias, como luego Eliano relató el mito escita de un caballo que no pudo ser obligado por la fuerza a copular con su madre. De la mujer sale la primera civilización para los pueblos, de igual manera que principalmente las mujeres participan en la ruina, idea que el conde Leopardi representa vivamente a su hermana Paolina en un espléndido cántico nupcial.


La ginecocracia licia no es tampoco una situación preconyugal, sino matrimonial. pero todavía es especialmente instructiva en otro aspecto. No está a punto de deducir de la conocida hegemonía de la mujer la cobardía, el afeminamiento, el envilecimiento del sexo masculino. Pero dejarse dominar por las mujeres es signo de una fuerza masculina completamente vencida, como señalaba Clearco en Ateneo. Qué inexacta es esta conclusión nos lo muestra mejor el pueblo licio. Su valentía es especialmente alabada y la muerte heroica de los hombres de Janto supone uno de los ejemplos más hermosos de abnegado valor guerrero que nos ha dejado la Antigüedad. y también Belorefonte, a cuyo nombre se asocia el matriarcado, aparece como un héroe irreprochable a cuya belleza se rindieron las Amazonas al mismo tiempo casto y valiente, ejecutor de hazañas heráclidas, en cuyo pueblo rige también la consigna que Posidonio le gritaba a Pompeyo cuando se encontraba en Rodas (Estrabón): "Ser siempre el primero e ir siempre delante de los otros". (Ilíada).

Entonces la ginecocracia licia aparece en un ambiente de costumbres y circunstancias que están unidos que la hace presentarse como fuente de las más altas virtudes. Austeridad, castidad en el matrimonio, valentía y sentido caballeresco del hombre, matronazgo regente de las mujeres (Ateneo), cuya consagración religiosa el mortal no se atreve a tocar: todos son elementos del poder mediante el cual un pueblo protege su futuro. De ahí se puede explicar, si tales hechos históricos pudiesen ser explicados, que dos pueblos que disfrutaban de una especial fama en la Antigüedad por su eynomía y sophroyne, los locrios y los licios asimismo también sean los que mantengan entre ellos la ginecocracia durante tanto tiempo.

Un elemento fuertemente conservador es no negar a la mujer en la posición de poder. Mientras el Derecho materno entre otros pueblos debió ceder muy pronto ante el patriarcado, Herodoto estaba no poco asombrado de verlo aparecer en Licia. Había perdido su significado político. En Estrabón (XIV) al menos la liga de ciudades licias está bajo un Lykiarches masculino.

La relación de la ginecocracia con el espíritu de iniciativa guerrera de los hombres se justifica incluso desde otros aspectos. En aquellos tiempos primitivos en los que los hombres se dedicaban a una vida tan exclusivamente guerrera y que los llevaba lejos, sólo la mujer podía gobernar sobre los hijos y los bienes, y la mayoría quedaban confiados a su exclusivo cuidado.

Laa imagen más clara de tales circunstancias la dan las noticias antiguas sobre las expediciones de conquista de los pueblos esctias

Durante veintiocho años los escitas estuvieron alejados de su hogar. Ectendieron sus razzias hasta Egipto.

Lo mismo que los cimerios no pudieron tomar ciudades fortificadas (Herodoto). Sólo lo hacen por el botín. Empresas de este tipo están relacionadas con las costumbres de los pueblos pastores nómadas. O bien hay disputas internas o bien es el avance de pueblos vecinos lo que ocasiona la partida. Pero las mujeres se quedan en casa, cuidan de los hijos y guardan el ganado. La creencia en su invulnerabilidad (Herodoto) mantienen alejados a los enemigos. Los escalvos son privados de la vista. Tales condiciones corresponden perfectamente a una ginecocracia. Caza expediciones de saqueo y guerra llena la vida de los hombres y los mantienen alejados de las mujeres y los hijos. A la mujer quedan confiados la familia, los carros, los ganados y una multitud de esclavos.

En esta misión de la mujer yace la necesidad de hegemonía.

De la misma se sigue su derecho exclusivo a la herencia. El hombre puede solucionar su existencia mediante la la caza y la guerra. La hija excluída de la adquisición de bienes por sí misma, se encarga de la riqueza de la familia. Solamente hereda ella; el hombre tiene sus armas, lleva su vida en el arco y la espada. Adquiere bienes para la mujer y la hija, no para él, ni para sus descendientes masculinos. Encontramos esta relación entre los cántabros, sobre los que Estrabón nos dice los siguiente: "Otras costumbres no son muestra de civilización, pero no son tan bestiales" (es decir no tan animales como las demás costumbres), "por ejemplo, entre los cántabros los hombres dan dote a las mujeres. También entre ellos sólo heredan las hijas. Las mujeres dan esposa a sus hermanos. en todas estas costumbres yace la ginecocracia. Esto no es muy civilizado".


Aquí aparecen las mujeres como propietarias de todos los bienes. La hermana casa al hermano, los hombres están obligados a proporcionar una dote a las mujeres. También el cultivo del campo le incumbe a las mujeres porque solo ellas lo heredan todo (Heráclides Póntico). Así se apoyan la ginecocracia y la vida guerrera. El efecto se hace causa y la causa efecto. En la exclusión de toda posesión heredada, el hombre encuentra siempre nuevos estímulos para la iniciativa guerrera; y en la dispensa de toda preocupaciòn doméstica halla la posibilidad de vivir lejanas expediciones de saqueo y de guerra.

1 comentario:

čokoláda dijo...

La diferencia entre los sexos no debe ser una guerra entre ellos. Tampoco intentos de subyugar al otro, o negociarlo como una mercancía. Es necesario que las mujeres logren y exijan igualdad, más no superioridad porque esto no es una guerra es una pluralidad.